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HISTORIA DIVINA DE JESUCRISTO.EL MISTERIO DEL ROSTRO DE LA MADRE DE JESUS1
           Hemos entrado en la
          naturaleza del problema. El resumen que habéis leído es ejemplo de la
          problemática que ha existido durante las Edades del cristianismo y ha llegado a
          nosotros enriquecido por el pensamiento de una montaña de teólogos y
          especialistas en el tema. De la lectura se saca una cuestión final, reducción
          de todo el problema y a la vez su origen: ¿Quién fue Marcos?
               Parece evidente que no
          siendo yo un especialista, o sea, no habiendo estado mi cerebro tocado por la
          varita mágica de la formación de su estructura de pensamiento al método natural
          en uso en la escuela de los teólogos, y porque no ha sido tocada se entenderá
          que mi forma de ver el problema se distancie del de los especialistas en lo que
          se refiere al enfoque y en lo que se ciñe a la fuente. Hemos visto que los
          especialistas se afirman y se refutan entre ellos a la hora de resolver el
          misterio de la Identidad del Evangelista Marcos. Un misterio que existe y cobra
          cuerpo a partir de ellos, y sólo porque ellos así lo entienden la Identidad de
          Juan Marcos pasa a ser objeto de misterio. El hecho es que Juan, que vivió
          hasta finales del Siglo Primero, y por tanto era la Autoridad Divina en la
          Cristiandad, Juan no sacó jamás a relucir la existencia de dicho Misterio y
          sólo vino a estrado cuando Juan dejó la escena de la Tierra y subió al Cielo.
          ¿Por qué Juan, cuyo Pensamiento teológico se alzó hasta las alturas del Verbo,
          tal que en toda la Historia del Cristianismo no ha habido teólogo digno de
          desatarle las correas de las sandalias, incluyendo a los San Agustines y los
          Santo Tomases en el lote, con todo el amor que la memoria de éstos santos nos
          merece; por qué Juan, viviendo hasta finales de siglo, cuando ya el Evangelio
          de Marcos llevaba escrito tres decenios lo menos, no entró en el Problema del
          Misterio de la Identidad del Evangelista? ¿O acaso al mismo Juan que cual
          águila que otea el valle desde su risco y viera con sus ojos el despertar del
          Anticristo, se le escapó el Tema de la Identificación de este misterioso
          Evangelista? ¿Muertos Pedro y Santiago no era Juan la Autoridad suprema entre
          los cristianos?
               Tenemos que convenir, a
          raíz del Silencio de Juan, que la Identidad de Marcos no fue un Misterio ni un
          Problema para la generación de los Apóstoles y los Primeros Cristianos. Mateo,
          Lucas, Felipe, Pedro, Pablo, Judas, y resto de Hermanos, todos conocían la
          verdadera Identidad del autor del Evangelio de Marcos. Fue sólo cuando Juan y
          sus discípulos desaparecieron de la escena que nació el Misterio, y con el
          tiempo devino Problema.
               Yo no voy a meterme en
          discusiones con los expertos ni a seguir su método, cuya estructura desconozco,
          pues no he sido formado en ella. Pero sí voy a tomar por Fuente los Evangelios,
          y, cómo no, el Espíritu de Dios.
               “Mujer, he ahí a tu
          hijo; (a Juan), he ahí a tu Madre”.
               Las razones tienen por
          defecto perderse en el discurso de las vanidades cirquenses en cuya arena al
          final los expertos dirimen quién de entre todos tiene más genio. Reducida la
          sabiduría a una corona de laureles con la que pasear el arte de la mente, para
          humillación de los perdedores en la contienda del intelecto, la naturaleza de
          la Verdad queda sujeta al interés de la victoria del ego sobre la necesidad del
          conocimiento como Camino hacia la Vida eterna. De aquí que crucificaran a
          Cristo. La Verdad, sin embargo, sigue su curso.
               Tenemos el Origen del
          Misterio en su verdadero contexto. A saber, Jesús era hijo único de su madre.
          Si le damos la vuelta a la tortilla esto quiere decir que María, siendo Jesús
          su unigénito y primogénito, se quedaba sola en medio de un mundo que acababa de
          crucificar a su único hijo y que, más tarde más temprano, se volvería contra
          ella. Habiendo comenzado los judíos por asesinar al Mesías una vez que sus
          Discípulos abriesen su Mensaje al Mundo los asesinos no dudarían en lanzarse
          contra la Madre del hijo de David a fin de borrar ese Título de su Genealogía,
          efecto que sólo podrían conseguir eliminando a María en tanto en cuanto la
          heredera legítima de Salomón, a través de la cual pasó la Corona de los Judíos
          a su hijo Jesús.
               Jesús se adelanta a sus
          enemigos y dispone desde su Cruz, como todos leemos, que Juan, un muchacho en
          su adolescencia, tome el lugar que El deja en el Corazón de su Madre. Juan
          deviene, por Mandato Suyo, hijo para María y María madre para Juan, y, en
          consecuencia, Juan no debía abandonar a la Madre de Jesús ni de noche ni de
          día.
                
           Juan, el hijo de
          Zebedeo.
   Juan, el hermano de
          Santiago, ambos hijos de Zebedeo, y porque se desprende de los Evangelios toda
          objeción queda obsoleta, era un adolescente cuando Jesús entra en la escena de
          la Historia Universal. Mientras su hermano Santiago, lo mismo que Pedro, el
          hermano de Andrés, andaban atareados en las cosas de los adultos, Juan, junto a
          Andrés, el hermano de Pedro, anda rondando al Bautista. Es decir, Juan y Andrés
          eran para la fecha del Bautismo de Jesús dos adolescentes.
               No tenían
          responsabilidades familiares propias y de aquí que pasasen el tiempo dando
          vueltas alrededor del Último Profeta. ¿Qué edad podían tener Andrés y Juan?
          ¿17, 18 años? Jesús era un hombre en sus 33 años cuando Juan reposa en su pecho
          y le pregunta a Jesús quién era el traidor. Un hombre de 30 años no se echa en
          el pecho de otro de 33, ni uno de 33 acepta que otro de 30 descanse su cabeza
          sobre él. Por tanto, Juan es aún un adolescente cuando asiste a la Última Cena.
               Más. La edad de Juan
          tampoco podía ser inferior a la de un adolescente en plena posesión de sus
          facultades físicas y mentales cuando Jesús y Juan se encuentran en el Jordán.
          Ningún padre hubiera permitido que sus hijos, sin considerarlos ya hombrecitos
          capaces de defenderse por sí mismos, ningún padre de aquellos tiempos hubiera
          permitido que un hijo suyo fuese solo al desierto, ¡por muy santo que fuera el
          Bautista "ése"! Juan, lo mismo que Andrés, en consecuencia, debía
          tener ya sus 17-19 años. (No hay que olvidar nunca que en aquellos días y en
          Israel la mayoría de edad se daba por alcanzada a los 14 años, aproximadamente.
          El caso de Jesús, a los doce ya intelectualmente un adulto, es sui géneris,
          único en la Historia e irrepetible en el contexto de la Creación. Juan es un
          hombre nacido de hombre y su persona estaba sujeta a la ley en todos los
          aspectos del ser. Luego a los 18 aproximadamente, que debía tener Juan, a los
          ojos de otro que no fuera su padre Juan era ya un hombre).
   Más. Que el Zebedeo, el
          padre de Juan, no era precisamente un pescador asalariado se desprende de la
          libertad de su hijo menor. A esa edad todos los muchachos estaban ya
          metidos en verea. Los tiempos no eran fáciles y si se pertenecía a
          la clase de supervivencia, esclava del día a día, un muchacho como Juan estaba
          ya en faena y esclavizado al trabajo. Juan no lo está; ni tampoco Andrés. La
          deducción que saco es lógica: sus padres no eran ricos pero vivían lo
          suficientemente cómodos para permitirle a sus hijos pequeños darse un baldeo
          por el desierto.
   Estos dos puntales los
          asentamos sobre roca a fin de montar sobre ellos el peso de la Identidad de
          Marcos. Uno es la edad de Juan, un adolescente en la plenitud de su fuerza
          física y mental, en las fronteras de la vida adulta, y el otro la clase social
          a la que pertenecía Juan; pues no olvidemos que Juan tiene amigos en el Templo
          de Jerusalén, y no un amigo cualquiera; "este discípulo (Juan) era
          conocido del Pontífice".
   Con el Pontífice de
          Jerusalén pasaba lo mismo que con el obispo de Roma, todo el mundo sabe quién
          es el Papa pero el Papa conoce a muy pocos. Uno de estos conocidos del
          Pontífice de Jerusalén era Juan. Es decir, el Zebedeo no era precisamente un
          pescador asalariado, sino alguien de peso en el Mercado de los Pescados de
          Jerusalén, tanto que hasta el propio Pontífice conocía a su hijo Juan. No
          olvidemos estos dos factores cuando lleguemos a la altura del velo que vamos a
          descorrer.
                
           La vocación espiritual
          de Juan
   Parece del todo sensato
          y más propio de sabio que de tonto afirmar que si Juan rondaba al Bautista a la
          edad en que por regla general los muchachos judíos ya estaban metidos en faena
          y trayendo al mundo churumbelitos, esta tendencia al vagabundeo más
          que curiosidad era en Juan vocación espiritual, fuerza ontológica de origen divino
          que mantuvo a Juan lejos de las cosas a las que se dedican los jóvenes a tal
          edad: el vino, las mujeres y el dinero. Si Juan hubiese estado por los dineros
          a su edad, y en aquellos tiempos, Juan, partiendo de la posición del Zebedeo,
          su papá, Juan hubiese estado ya manejando la plata.
   Si a Juan le hubiese
          tirado más la carne que el espíritu, a su edad ya habría estado casado y con
          algún hijo, máxime en una sociedad en la que el amor era cosa de locos y las
          bodas cuestión de negocios. Siendo el vino y las mujeres la uña y la carne del
          hombre natural, que Juan no andase metido entre los brazos de ninguna mujer
          confirma que la causa por la que Juan tiraba para el desierto era su vocación
          espiritual. Juan estaba impregnado de la Razón Mesiánica y las nubes en las que
          se desenvolvía su Cabeza tenían en el Hijo de David el Sol bajo el que se
          desplazaban sus pensamientos, sus sueños, sus ilusiones.
               Juan, el hijo del
          Zebedeo, cuando Jesús entra en el Jordán, era virgen en todos los aspectos.
               La experiencia que vive
          Juan a la Luz de su Maestro, el Hijo de David en persona, hubiese sido sólo
          eso, una experiencia en el alma de un hombre cualquiera, pero en Juan fue una
          revolución ontológica, definitiva, total, sublime, suprema; es tal su magnitud
          que mientras los demás se esconden, Juan es el único que asiste a todos los
          actos de la Pasión y es él, el más joven de todos, quien le da a la Madre su
          Brazo para que se apoye en él por la Cuesta del Calvario. Mientras los demás
          huyen y se esconden, aterrorizados por la confusión que las tinieblas del
          momento han echado sobre ellos, Juan sigue a su Maestro hasta la Cruz y lleva
          consigo, como si fuera él su bastón, a Aquella Mujer a la que él quería como a
          una madre antes ya de las bodas de Canaán.
               Entremos en el misterio
          de la conexión sanguínea entre el Zebedeo y la Madre de Jesús. Y para basar la
          fuerza en inteligencia, y no al revés, copio aquí un documento histórico,
          escrito en el siglo X, aproximadamente, por Severus Al-Ushmunain, obispo de
          Hermópolis de Egipto, tratando el asunto de los orígenes de la Iglesia de
          Alejandría en la predicación de Juan Marcos, el Evangelista.
               Se observará que este
          documento en circulación en la iglesia copta egipcia consta de dos elementos
          básicos, uno: los hechos en la distancia, y el otro: la transformación de los
          mismos en sombras apócrifas debido a esa misma distancia. Pero veamos la
          traducción en la siguiente sección antes de entrar en detalles.
                 
               HISTORIA DE LOS PATRIARCAS COPTOS DE LA IGLESIA DE ALEJANDRIA
               Vida del Apóstol y Evangelista
          Marcos por Severus, Obispo de Al-Ushmunain (955-987 d.C.)
               Traducido del Inglés por C.R.
                
               En nombre del Padre y
          del Hijo y del Espíritu Santo, el Único Dios. Esta es la primera biografía de
          la historia de la Santa Iglesia. La historia de San Marcos, el Discípulo y
          Evangelista, Arzobispo de la gran ciudad de Alejandría, y primero de sus
          Obispos.
               En nombre del Padre y
          del Hijo y del Espíritu Santo, el Único Dios. Esta es la primera biografía de
          la historia de la Santa Iglesia. La historia de San Marcos, el Discípulo y
          Evangelista, Arzobispo de la gran ciudad de Alejandría, y primero de sus
          Obispos.
               En el tiempo del
          Ministerio del misericordioso Señor y Salvador Jesucristo, en los días en que
          eligió a sus discípulos, había dos hermanos en una ciudad de Pentápolis, al
          Oeste, llamada Cyrene. El nombre del mayor era Aristóbulo, y el nombre del
          menor era Barnabás; eran agricultores, y tenían grandes posesiones. Ambos
          conocían la Ley de Moisés a la perfección, y se sabían de memoria muchos de los
          libros del Antiguo Testamento. Pasó pues que en los días de Augusto César,
          príncipe de los romanos, los bereberes y los etíopes cayeron sobre ellos y
          les robaron sus posesiones y los echaron de sus tierras. A fin de salvar sus
          vidas huyeron de aquella provincia, y viajaron a la tierra de los Judíos.
   Aristóbulo tenía un hijo
          llamado Juan. Asentados, pues, Aristóbulo y Barnabás en los alrededores de
          Jerusalén, Juan creció lleno de la gracia del Espíritu Santo. Su padre y su tío
          tenían a un primo, la esposa de Simón Pedro, el que fuera el jefe de los
          discípulos del Cristo, el Señor; y Juan, al que comenzaron a llamar Marcos,
          solía visitar a Pedro, para aprender de él todo lo concerniente a las
          Escrituras Sagradas.
               Un cierto día,
          Aristóbulo llevó a su hijo Marcos consigo al Jordán, y en el camino un león y
          una leona les salieron al encuentro. Cuando Aristóbulo los vio acercarse, y
          percibió la violencia de su rabia, le dijo a su hijo Marcos: “¿hijo mío, ves
          con qué furia este león viene a destruirnos? Huye y sálvate, hijo mío, mientras
          se entretienen devorándome, porque tal es la voluntad de Dios Omnipotente”.
          Pero el discípulo de Cristo, San Marcos, contestó y le dijo a su padre: “no
          tengas miedo, padre mío, Cristo, en quien creo nos librará de todo peligro”.
               Y cuando los leones se
          acercaron a ellos, Marcos, el discípulo del Señor Cristo, gritó contra ellos
          con una voz fuerte, diciendo: “el Señor Jesucristo, el hijo de Dios Vivo,
          ordena que desaparezcáis de estas montañas, y no tengáis más descendientes de
          aquí ahora para siempre”.
               En eso el león y la
          leona cayeron muertos en el acto; y sus crías igualmente. Cuando Aristóbulo, el
          padre de Marcos, vio este gran milagro manifestado en su hijo por el poder del
          invencible Señor Jesucristo, le dijo a su hijo: “soy tu padre que te ha traído
          al mundo, Marcos, hijo mío; pero hoy eres tú mi padre y mi salvador. Y ahora,
          querido hijo, ruega por mí y por mi hermano para convertirnos al Señor
          Jesucristo, a quien tú predicas”. Entonces el padre de San Marcos y su hermano
          comenzaron a conocer la doctrina de Cristo a partir de aquel día.
               María, la madre de
          Marcos, era la hermana de Barnabás, el discípulo de los apóstoles.
               Después de esto, ocurrió
          el acontecimiento siguiente. Había en aquellas regiones, en una ciudad llamada
          Azoto, un olivo muy grande, enormemente admirado por su tamaño. Como la gente
          de aquella ciudad era adoradores de la luna, le rezaban a aquel olivo.
               Cuando San Marcos los
          vio rezar, les dijo: “¿qué será de este olivo que adoráis como Dios, después de
          comer su fruto y quemar sus ramas? Mirad, por la palabra de Dios al que adoro,
          ordeno que este árbol se caiga a la tierra sin ser tocado por hierro alguno”.
               Entonces ellos le
          contestaron: “Sabemos que tú practicas la magia de tu maestro el Galileo, y
          como quieres que sea así se hace. Pero nosotros le rezaremos a nuestra Diosa, y
          ésta hará resurgir el olivo para que la adoremos”.
               San Marcos les contestó:
          “Muy bien, yo lo echaré abajo y si vuestra diosa puede ponerlo de pie de nuevo
          yo me convertiré a vuestra religión”.
   Ellos aceptaron y
          miraron que nadie estuviese escondido alrededor del árbol para engañarles.
               Entonces San Marcos
          levantó su rostro al cielo, se volvió hacia el Este, abrió su boca y rezó
          diciendo: “Señor mío Jesucristo, el Hijo del Dios Vivo, oye a tu siervo, y
          manda a la luna, tu segundo asistente en este mundo, que da la luz a la noche,
          que su voz sea oída por decreto y autoridad tuya, para que estos hombres que no
          tienen ningún Dios, conozcan al Creador de todas las cosas y se conviertan;
          aunque yo sé, mi Señor y Dios, que la Luna no tiene voz ni poder para hablar,
          permite que por medio de tu Poder así sea, para que estos hombres sepan que la
          Luna no es Dios, sino tu sierva, y que tú eres su Dios. Y que le ordene a este
          árbol, al que ellos le rezan, caerse a tierra, de modo que puedan reconocer tu
          Poder, y que no hay ningún Dios, sino tú, con el Padre y el Espíritu Santo,
          dador de la vida eterna. Amén”.
               Y en aquella hora, tan
          pronto como hubo terminado su rezo, se cernió una gran oscuridad, al mediodía,
          y la Luna les apareció brillante en el cielo, y oyeron su voz, diciendo: “Oh
          hombres de poca de fe, no soy Dios para que me adoréis, sino su sierva y una de
          sus criaturas, soy ministro de Cristo el Señor, a quien Marcos, su discípulo,
          predica; y solo a Él servimos y adoramos”. Al momento el olivo cayó por tierra.
          Y un gran miedo se apoderó de todos los presentes.
               Pero las gentes que
          adoraban al árbol se levantaron contra San Marcos, lo agarraron, lo apalearon y
          se lo entregaron a los judíos, que lo metieron en la cárcel. Esa noche San
          Marcos vio en su sueño al Señor Cristo, que le decía a Pedro: “Esta noche liberaré
          a todos los que están en prisión”. Cuando despertó de su sueño, Marcos vio las
          puertas de su prisión abierta; y él y todos aquellos con él en la prisión
          salieron; pues los carceleros se habían quedado dormidos como muertos. Pero las
          multitudes que fueron testigos dijeron: “No se acabará nunca nuestra
          persecución de Galileos, pues Belzebú, el jefe de los diablos, está con ellos”.
               Marcos fue uno de los
          Setenta Discípulos. Y fue uno de los criados que vertieron el agua en las
          tinajas que Nuestro Señor convirtió en vino, en las bodas de Canaán de Galilea.
          Y fue él quien llevó el jarro de agua a la casa de Simón el Cireneo, para la
          celebración de la Última Cena. Y fue también él quien acogió a los discípulos
          en su casa durante la Pasión del Señor, y después de su resurrección de los
          muertos, donde él entró, aunque estaban cerradas las puertas.
               Y después de su
          Ascensión al cielo, San Marcos fue con Pedro a Jerusalén, y predicaron la
          palabra de Dios a las multitudes. Pero el Espíritu Santo se le apareció a Pedro
          y mandó que se fuera por las ciudades y los pueblos del país. Así que Pedro, y
          Marcos con él, pasaron a Betania, a predicar la palabra de Dios; y
          permanecieron allí algunos días. Y estando en Betania vio en un sueño al ángel
          de Dios, que le dijo: “en dos sitios hay gran hambre”. Pedro le dijo al ángel:
          “¿En cuáles?” Él le contestó: “En la ciudad de Alejandría, en tierra de Egipto,
          y en Roma. No es un hambre de pan ni sed de agua, pero el hambre que proviene
          de la ignorancia de la Palabra de Dios, que tú predicas”. Cuando Pedro se
          despertó, le dijo a Marcos lo que había visto en su sueño. Y después de esto,
          Pedro y Marcos pasaron a la región de Roma, y allí predicaron la palabra de
          Dios.
               Y en el quince año
          después de la Ascensión de Cristo, Pedro santo envió a San Marcos el
          evangelista a la ciudad de Alejandría, a anunciar las Buena Nueva, predicar la
          palabra de Dios y el evangelio del Señor Jesucristo, de quien es la gloria, el
          honor y la adoración, con el Padre y el Espíritu Santo, Dios eterno. Amén.
                
           Martirio de la San
          Marcos, y su predicación en la ciudad de Alejandría.
   Durante el tiempo del
          Ministerio del Señor y Salvador Jesucristo, después de su Ascensión al Cielo,
          el Espíritu Santo envió a los Apóstoles a todas las naciones a fin de
          anunciarles la Palabra del Señor Jesucristo. Y en el reparto de territorios le
          tocó a San Marcos la gran ciudad de Alejandría, a fin de que oyesen y se
          convirtiesen, pues sus gentes estaban hundidas en la adoración de los ídolos,
          sirviendo a la criatura en lugar de al Creador. Había allí muchos templos
          dedicados a dioses desdeñables, a los que servían en iniquidad y artes mágicas.
          Fue él, San Marcos, el primero en predicar en la provincia de Egipto, en
          África, Pentápolis, y todas aquellas regiones.
               Así pues, cuando San
          Marcos volvió de Roma, se encaminó primero a la Pentápolis, donde predicó en
          todos sus distritos la palabra de Dios, e hizo muchos milagros, curó a los
          enfermos, limpió a los leprosos, y expulsó a diablos por la gracia de Dios que
          estaba en él. Y muchos creyeron en el Señor Cristo por él, abandonaron los
          ídolos a los que solían adorar, y fueron liberados del poder de los diablos. Y
          él los bautizó en nombre del Padre y el Hijo y el Espíritu Santo, Dios Único.
               Entonces el Espíritu
          Santo se le apareció, y le dijo: “levántate y vete a la ciudad de Alejandría, y
          siembra allí la semilla de la palabra de Dios”. El discípulo de Cristo se
          levantó y emprendió el camino revestido de la fuerza del Espíritu Santo como
          guerrero vestido para la guerra; se despidió de sus hermanos y les dijo: “el
          Señor Jesucristo me abrirá camino para que pueda predicar su evangelio allí”.
          Entonces rezó diciendo: “Señor refuerza a los hermanos que han conocido tu
          nombre santo y pueda alegrarme en ellos a mi vuelta”. Y se despidieron.
               San Marcos llegó a la
          ciudad de Alejandría; y cuando entraba por la puerta se rompió la correa de su
          zapato. Viendo esto pensó para sí: “ahora sé que el Señor me guía”. Fue pues a
          un zapatero que allí había a que le reparara el zapato. Y cuando el zapatero
          cogió la lezna se perforó la mano. Entonces dijo: “Heis ho Theos”, que quiere
          decir, “Dios es Uno”. Al oír San Marcos que mencionaba el nombre de Dios, se
          alegró enormemente, y girando su rostro al Este dijo: “Señor mío Jesús, eres tú
          quien allanas mi camino allá donde voy”. Después escupió en tierra, y el barro
          se lo puso sobre el lugar donde la lezna había perforado la mano del zapatero,
          diciendo: “en nombre del Padre y el Hijo y el Espíritu Santo, Dios eterno, que
          la mano de este hombre se cure en este momento, para gloria de tu nombre”. Y su
          mano se curó.
               San Marcos le dijo: “¿si
          sabes que Dios es Uno, por qué sirves a muchos dioses?” El zapatero le
          contestó: “mencionamos a Dios con nuestras bocas, pero es todo; ya que no
          sabemos quién es él”.
               Maravillado el zapatero
          por el poder de Dios en San Marcos, le dijo: “Te ruego, hombre de Dios, que
          vengas a la casa de tu siervo, a descansar y comer”. Entonces San Marcos le
          contestó con alegría: “¡que el Señor te dé el pan de vida del cielo!” Y se fue
          con él a su casa. ¡Y cuándo entró en su vivienda, dijo, “Que la bendición de
          Dios sea con esta casa!”, y rezó.
               Después de comer, el
          zapatero le dijo: “Padre mío, te ruego que me des a conocer a Aquel en cuyo
          nombre has hecho este milagro”. Entonces el santo le contestó: “sirvo a Jesucristo,
          el Hijo del Dios vivo”. El zapatero exclamó: “Ojalá yo pudiera verle”. San
          Marco le dijo: “yo haré que así sea”.
               Entonces comenzó a
          enseñarle el evangelio, y la doctrina de la gloria y poder y dominio que
          pertenecen a Dios desde el principio, y le exhortó con muchas instrucciones, de
          las cuales su historia atestigua, y terminó diciéndole: “el Señor Cristo se
          encarnó en la Virgen María, vino al mundo, y nos salvó de nuestros pecados”. Y
          a continuación le explicó los Profetas, paso por paso.
               El zapatero le dijo:
          “nunca he oído hablar de estos libros que hablas; los libros de los filósofos
          griegos son los libros que se enseñan aquí, y los de los egipcios también”.
               Entonces San Marcos le
          dijo: “la sabiduría de los filósofos de este mundo es vanidad ante Dios”.
          Cuando el zapatero hubo oído la sabiduría y las palabras de las Escrituras de
          boca de San Marcos, junto al milagro de la curación de su mano, su corazón
          creyó en el Señor, y fue bautizado, él y toda la gente de su casa, y todos sus
          vecinos. Su nombre era Anianus.
               Pero cuando los que
          creían en el Señor se fueron multiplicando, y la gente de la ciudad oyó que un
          Judío y Galileo había entrado en la ciudad, con la intención de derribar los
          ídolos, sus dioses, y había persuadido ya a muchos de abstenerse de servirlos,
          le buscaron por todas partes; y pusieron hombres tras él. Viendo San Marcos que
          se confabulaban contra él, ordenó obispo de Alejandría a Anianus, ordenó tres
          sacerdotes y siete diáconos, y confirmó estos once para servir y consolar a los
          hermanos fieles. Pero él se marchó y regresó a la Pentápolis, donde permaneció
          por dos años, predicando y confirmando obispos, sacerdotes y diáconos por todos
          sus distritos.
               Luego se volvió a
          Alejandría, y encontró que los hermanos habían sido reforzados en la fe, y se
          habían multiplicado por la gracia de Dios, y habían encontrado los medios de
          construir una iglesia en un lugar llamaron el Pasto del Ganado, cerca del mar,
          al lado de una roca. Entonces San Marcos se alegró enormemente; y cayendo sobre
          sus rodillas bendijo a Dios por haber confirmado en la fe a los que él había
          instruido en las doctrinas del Señor, y por haberse alejado del servicio de los
          ídolos.
               Pero cuando aquellos
          incrédulos supieron que San Marcos estaba de vuelta en Alejandría, llenos de
          furia contra los creyentes en Cristo, por sus milagros, curando a los enfermos,
          expulsando a los diablos, soltando las lenguas de los mudos, abriendo los oídos
          del sordo, y limpiando a los leprosos; buscaron a San Marcos con gran furia,
          pero no le encontraron; y rechinando dientes en sus templos, llenos de ira les
          decían a sus ídolos: “¿no veis la maldad de este hechicero?”
               Así pues, durante el
          primer día de la semana, el día del festival de la Pascua del Señor, que cayó
          ese año en el 29 de Barmudah, justo el tiempo en que los idólatras celebraban
          sus festivales paganos, le buscaron con celo, y le encontraron en el santuario.
          Le apresaron y le ataron una cuerda alrededor del cuello, con la que le
          arrastraron por los suelos, diciendo: “¡arrastrad a esa serpiente!” Pero el
          santo, mientras ellos le arrastraban, glorificaba a Dios diciendo: “bendito
          seas, Señor, porque me has hallado digno de sufrir por tu nombre”. Y laceraron
          su carne contra las piedras de la calle y corrió su sangre por el suelo.
               Al caer la tarde, lo
          metieron en prisión mientras decidían qué iban a hacer con él, qué clase de
          muerte habían de darle. A la medianoche, estando las puertas de la prisión
          cerradas, y dormidos los centinelas, hubo un gran terremoto. El ángel del Señor
          descendió del cielo, y vino al santo, que le dijo: “Marcos, siervo de Dios, tu
          nombre está escrito en el libro de vida, y figura en el número de asamblea de
          los santos, y tu alma cantará alabanzas con los ángeles en el cielo; tu cuerpo
          no fallecerá, ni dejará de existir sobre la tierra”.
               Y cuando se despertó de
          su sueño levantó sus ojos al cielo, y dijo: “Oh mi Señor Jesucristo, te ruego
          de recibirme para que pueda ser feliz en tu presencia”. Cuando terminó estas
          palabras, se durmió otra vez; y el Señor se le apareció en la forma en la cual
          los discípulos le conocían y le dijo: “¡Salud Marcos, el evangelista y
          elegido!” Entonces el santo le dijo: “Te agradezco, Oh mi Salvador Jesucristo,
          porque me has encontrado digno de sufrir por tu santo nombre”. Y el Señor y
          Salvador le saludó, y desapareció.
               Cuando despertó la
          mañana había venido, y reunida la multitud, sacaron al santo de la prisión,
          pusieron otra vez alrededor de su cuello la cuerda, y dijeron: “¡arrastrad a
          esa serpiente al Campo del Ganado!” Y le arrastraron por los suelos mientras él
          daba gracias al Señor Cristo, y le glorificaba, diciendo: “¡En tus manos pongo
          mi espíritu, Dios mío!”. Después el santo expiró.
               Tras estas cosas los
          ministros de los ídolos reunieron madera en un lugar llamado Angelion, a fin de
          quemar el cuerpo del santo. Pero por orden de Dios se levantó una niebla espesa
          y un viento fuerte, de modo que la tierra tembló; y cayó mucha lluvia, tanta
          que muchas de las personas murieron de miedo y terror; y se dijeron:
          “Ciertamente, Serapis, ha venido a recoger al muerto”.
               Luego los hermanos
          fieles se reunieron, fueron a recoger el cuerpo de San Marcos de entre las
          cenizas, y hallaron que nada había sufrido su apariencia. Lo llevaron a la
          iglesia en la cual ellos solían celebrar la Liturgia; lo perfumaron y
          envolvieron, y rezaron sobre él según los ritos establecidos. Cavaron un lugar
          para él y sepultaron su cuerpo allí; a fin de conservar su memoria siempre con
          alegría y bendición por la gracia que el Señor Cristo le concedió a la ciudad
          de Alejandría por su siervo. Le colocaron en la parte Este de la iglesia,
          durante el día en que su martirio tuvo lugar (siendo él el primero de los
          Galileos martirizados por el nombre del Señor Jesucristo en Alejandría), a
          saber, el día anterior de Barmudah según el cálculo de los egipcios, que es
          equivalente al octavo día antes de las kalendas de mayo entre los meses de los
          romanos, y 24 de Nisan entre los meses de los hebreos.
               Y también nosotros, los
          hijos de la ortodoxia, ofrecemos gloria y santificación y alabanza a nuestro
          Señor y Salvador Jesucristo, a quien es toda alabanza y honor y adoración, con
          el Padre y el Espíritu Santo, Dador de Vida y Consustancial, ahora y para
          siempre.
                
           2 
           La Madre de Jesucristo 
               A
           Se observa en el relato
          copto de la vida de San Marcos los dos elementos que señalé antes: la
          distancia, natural a quien escribió el relato diez siglos más tarde, y su
          parentesco con el estilo de los apócrifos gnósticos de los primeros siglos, en
          los que un elemento de trasfondo popular sirve de núcleo a una bío sin valor
          histórico formal.
               El elemento populista de
          trasfondo es la relación entre el Apóstol Juan y el Evangelista Marcos,
          misterio alrededor del cual gira todo el problema de la Identidad del Evangelista.
          La identidad de Juan el Apóstol fuera de toda duda, la del Evangelista Marcos,
          es decir, Juan en tanto que evangelista bajo el nombre de Marcos, es el
          Misterio. ¿Por qué Juan no se dio a conocer tal cual y empleó el nombre clave
          bajo el que ocultó la verdadera identidad del hijo menor del Trueno?
               Para acercarnos a este
          Misterio vamos a partir de la Mente de Jesús.
               Ya he dicho antes que
          una vez crucificado “el perro” los judíos, cuando viesen que no habían acabado
          con la rabia, se lanzarían, con la misma piedad y misericordia conque habían
          tratado al hijo, contra la Madre. Era María la única persona en el mundo, no
          estando José en escena, que podía demostrar con documentos la Identidad del
          Crucificado, y con ellos en la mano probar la legitimidad de Jesús al Trono de
          David, hecho que, de probarse, demostraría que en verdad el título sobre la
          Cruz, rey de los judíos, era tan real como la corona de espinas con la que los
          romanos entronaron al Hijo de David.
               Era solamente natural
          que Jesús, siendo el que era, y conociendo todas las cosas que habrían de ser
          efecto de la causa que El mismo había movido, viese a sus jueces y verdugos
          dirigirse contra la Madre del Cordero y, mediante su eliminación, destruir
          todas las pruebas genealógicas que pudiesen conectar al “perro Galileo” con la
          Corona de los Judíos.
               La causa que había
          puesto en movimiento este efecto era imposible de ser parada o de desviar sus
          consecuencias. Este acto estaba fuera del Poder del Hijo de Dios. Dios Padre
          había determinado la causa y esta causa debía proceder a sus efectos. Ahora
          bien, en ningún momento Dios Padre había determinado “la Necesidad de la Muerte
          de la Madre de Cristo” a la manera que había determinado “la Necesidad de la
          Muerte de su Hijo”.
               Dios Padre toma la vida
          de esta Mujer en sus manos y consumada la Necesidad Perfecta de la Muerte de
          Cristo, desde la Cruz Jesús le dispone a la Madre de su Hijo un querubín, un
          guardián, un guardaespaldas personal, que el mismo Dios ha formado desde el
          vientre de su madre, la mujer del Zebedeo, para ser “el hijo menor del Trueno”.
          Aquí es donde empieza el Misterio de Juan-Marcos.
               Cuando los
          historiadores-teólogos del futuro enfocaron el problema ninguno partió de esta
          Fuente, como hemos visto. Y es que, perdóneme el diablo, uno de los defectos
          más notables de la Teología es ser una ciencia, y como toda ciencia la Teología
          tiene por virtud hacer de su amante un verdadero necio que prefiere el
          conocimiento de los hombres como fuente a Dios como Fuente de todo
          conocimiento. Porque como todo el mundo comprenderá y hasta el obispo de Roma,
          el que a sí mismo se llama Santo Padre, igual a Dios excepto en la carne, y
          sólo por la carne -maldición- igual a nosotros, ¿por qué buscar en el Dios Vivo
          lo que está en los libros? ¿O acaso Dios tiene Memoria?
               ¿Pero la Memoria no es
          ese disco duro donde se guardan los acontecimientos vividos? Con la diferencia
          que el disco duro podemos borrarlo y las cosas que se graban en la Memoria Viva
          permanecen mientras hay vida, y claro, siendo Dios eterno, la Memoria del
          Universo tiene en El su Libro a prueba de fuego. ¿Así que por qué preferir los
          libros como fuente de conocimiento sobre los Misterio Divinos cuando está ahí
          Dios para descubrirnos su Mente?
               En descargo de todos
          digamos que la Ley de Silencio bajo la que fueron encerrados los siglos, en
          razón de la cual dijo San Pablo aquello de que “la Ignorancia mantiene al mundo
          en la corrupción” etcétera, operó su efecto y la crítica al Pasado es lección
          para el Futuro, a fin de no volver a caer en la misma piedra. 
   B
           Hay dos métodos para
          conocer a alguien: acercarse a él y entablar un diálogo, o bien dirigirse a
          terceros y a partir de ellos formarse una idea.
               La Biblia no está ahí
          para ser un tercero sino para ser el Camino a Aquel que se quiere conocer. El
          método primero es el de la Teología; el segundo es el del que abre esta
          Introducción al Misterio de la Identidad de Juan-Marcos. ¡Estando Dios ahí!
          ¿por qué preguntarle a nadie sobre Dios? Sigamos pues.
               Hemos tomado la posición
          del Hijo de Dios. Él es el Cordero de Dios y nada ni nadie podía impedirle a
          Dios ofrecer su Sacrificio Expiatorio por los pecados de todo el Mundo. Esto ya
          está escrito y no es el tema. Nuestro interés comienza cuando la Madre de ese
          Cordero va, inevitablemente, a devenir la diana del instinto criminal de los
          judíos. Ya antes de la Crucifixión los judíos se las habían arreglado para
          hacer sus averiguaciones sobre la identidad de aquel profeta galileo. Y
          hurgando en la memoria de Nazaret desenterraron el recuerdo del Episodio de la
          Anunciación en la versión no Cristiana, de la cual dedujeron los judíos que
          Jesús era “un perro bastardo” y su Madre “una ramera”, deducción que le echaron
          en cara en la Fiesta aquélla cuando le dijeron:
               “Nosotros sabemos quién
          es nuestro padre, ¿quién es el tuyo?”
               A lo que Jesús,
          conociendo de qué estaban hablando, les respondiera:
               “Vuestro padre es el
          diablo”, porque ciertamente sólo un hijo de Satanás podía llamar “ramera” a la
          Esposa del Dios que se declaró Padre de su Hijo, y “perro bastardo” al Hijo de
          Dios. Y ésos mismos hijos del Diablo no dudarían un nanosegundo en usar el
          “secreto” que hallaron, hacerlo público y llevar a la Madre de Cristo a la
          calle para ser apedreada, a posteriori, por adúltera, delito condenado en la
          Ley de Moisés con la muerte. El mismo Jesús que les dijera: “Sois hijos del
          Diablo”, es el Jesús que le dice a Juan: “he ahí a tu madre”.
               Y sería en esa Mente y
          en aquel Corazón Divino que Juan se convirtió en Marcos. Y sería desde esta
          Necesidad de Proteger a la Madre de Jesucristo que el primer Evangelio de Juan,
          el que lleva el nombre de Marcos, surgió de la Ley, que dice: “Por el
          testimonio de dos será válido el juicio”. Habiendo escrito Mateo el suyo, Juan,
          que tiene a su custodia a la Madre, y para todos, excepto para los Apóstoles,
          es Marcos, ocultando así la Identidad de la Mujer que iba siempre con él, a la
          que él llamaba Madre, y ésta a él Hijo, Juan-Marcos escribe su Evangelio para
          que se cumpliera la Ley, y de aquí que el Evangelio de San Marcos sea un simple
          Testimonio de apoyo al de Mateo. Juan-Marcos no pretende en su primer Evangelio
          decir ni más ni menos que Mateo, y se limita a poner el suyo al lado a fin
          de que por la Ley, que requería de dos Testigos para la validez del Testimonio,
          se cumpliera la Ley.
   Siendo esta la razón del
          Evangelio de Marcos la naturaleza escueta, pero firme de quien ha vivido todos
          y uno por uno los acontecimientos narrados por Mateo, es el carácter más
          visible de la Narración de Marcos y la causa por la que los “teólogos”
          quisieron ver su origen en Pedro, respecto al cual Marcos era su “secre” e iba
          poniendo por escrito lo que el “Jefazo” iba largando.
               Mala memoria debía ser
          la de Pedro y peor secretario el tal Marcos para reducir la Memoria de
          Jesucristo en el Apóstol a un simple Testimonio de apoyo al Evangelio de San
          Mateo. Pero infinita la del Marcos que, siendo Juan, firma de corrido todo lo
          atestiguado por su Colega Mateo sin darle más importancia de la debida al
          estilo literario de su propio Testimonio.
               Esta despreocupación,
          tan pudiente y exquisita en los sabios teólogos, es la que, alucinándoles el
          hecho de que un paleto en las ciencias de las letras fuese capaz de dar a luz
          un librito de tal gracia y gloria, no pudieran comprender el valor original del
          Evangelio de Marcos acorde a la Ley. Mas como ya he dicho que la Ignorancia ha
          sido Universal en razón de la Presciencia y Omnisciencia del Padre de todas las
          cosas, mirando a la Esperanza de Salvación de todas las naciones de la Tierra,
          no voy a insistir en el fracaso escrito de la teología para penetrar tras el
          Velo de la Mente Divina. Y sigo.
               C
           Un factor clave hace
          posible la asunción natural de la filiación de Juan respecto a la Madre a los
          ojos de todos los extraños, y será el velo gracias al cual ni los judíos ni
          nadie pudieron adivinar la verdadera naturaleza tras la relación madre-hijo
          bajo la que se presentan Juan y la Madre de Jesús ante todo el mundo,
          incluyendo a los propios Cristianos, entre los que sólo un círculo muy selecto,
          del que diría luego San Pablo, “hablamos entre los perfectos una sabiduría
          secreta...” etcétera, estaban al corriente de la verdadera Identidad de la
          “madre” de “Marcos”. Este factor sería, y fue, la perfecta Juventud que la
          Madre de Jesús conservó hasta la Muerte de su Hijo, y en función de la cual era
          imposible sospechar que aquélla “mujer”, que por la apariencia estaba en sus
          40, no fuese la madre de aquel joven en sus 21 años, aproximadamente.
               En números cuadrados la
          edad de María para la fecha de la Resurrección de su Hijo debía rondar los 60,
          año arriba año abajo. En aquellos tiempos, 60 eran muchos años. De haber
          privado la ley de la Caída sobre la Inmaculada Madre de Jesucristo el Velo bajo
          el que Dios Padre defendió a la Madre de su Hijo no hubiera funcionado. Y en
          todo caso hubiera funcionado en contra. Porque ¿quién se hubiera tragado que
          aquella anciana de 60 y tantos podía ser la madre de aquel jovencito, Juan?, a
          no ser que hubiera parido a la manera que Sara a Isaac, punto más contra este
          hijo, y puente hacia la naturaleza del teatro en cuyo escenario el Galileo
          quería poner a salvo a su Madre.
               Dios Padre rompe el
          maleficio de la Caída y pone a la Madre de su Hijo fuera de la Ley de la Carne,
          de aquí que a nadie entre los presentes en la escena de la Crucifixión se le
          pasase por la cabeza relacionar a aquella Mujer, Madura pero joven, que a los
          pies de la Cruz lloraba a lágrima viva, con la Madre del Crucificado y, en
          cualquier caso sí con una de “esas mujeres” que le seguían por todos sitios y
          de las que vivía el Maestro.
               Fue Jesús mismo quien
          guardó la Identidad de su Madre más de una vez. Estando en público, mediante
          aquellas verdades suyas que decía: “¿quién es mi madre y quiénes mis hermanos
          sino quien hace la voluntad de mi Padre?”, mediante esta sutil manera Jesús
          desviaba siempre la mirada de todos del rostro de su Madre, un rostro que, por
          su Juventud, nadie relacionaba en principio con El.
               Era sólo natural que
          Marcos presentase a la Madre como “su madre”. Y dada la mitología de la Leyenda
          en vivo: “los Apóstoles del Señor Jesús”, era solo natural que Pedro y Pablo
          tomasen consigo a “Marcos y su madre” como parte de su equipaje, por decirlo de
          una forma coloquial.
               Aquella Mujer era
          Sagrada para Pedro y los Apóstoles, y nada ni nadie en este mundo tenía acceso
          a Ella y su Corazón. Juan, el hijo del Trueno, permanece en todo momento
          alrededor de la Madre como Querubín armado con espada de fuego y el fuego
          siempre vivo, como la Zarza: ardiendo siempre sin consumirse. Es la Misión de
          Juan. Su misión no es predicar ni morir, su Misión es cerrarle el paso a todo
          hombre a la Madre del Señor Jesús y permanecer con Ella hasta que Dios Padre
          dispusiera de su vida en este Mundo.
               Marcos se mueve
          constantemente y tanto Pedro como Pablo cubren sus idas y venidas mediante
          historias de celos y necesidades contingentes. Sería en uno de esos viajes que
          Marcos llegara a Alejandría, donde dejó en la Comunidad Original el recuerdo
          imborrable de su Presencia entre los Primeros Cristianos de aquella Ciudad,
          que, pasando el tiempo los intereses patriarcales, etcétera, transformaron en
          la Historieta sobre la Vida de Marcos que habéis leído arriba.
                
            
               CAPÍTULO 4EL ORIGEN ESENIO DE JUAN EL BAUTISTA
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