web counter

www.cristoraul.org

 

 

LUTERO,

EL PAPA Y EL DIABLO

Análisis psicohistórico de Cristo Raúl a las 95 Tesis de Martín Lutero contra la Unidad de las iglesias

 

Cristo Raúl Y & S

 

Atrapado entre escribirle a este libro un Prólogo estrictamente literario o darle una Introducción académicamente histórica, la necesidad es al final la que manda.

Aunque la Iglesia Católica, y no podía ser de otra forma, ha sobrevivido a la Yihad Protestante proclamada contra ella por la Reforma, el hecho impugnable es que la hegemonía de la cultura anglosajona sobre la latina – hispánico galo italiana – vetó el acceso de la Libertad de Pensamiento a cualquier Crítica Intelectual – no sólo a las Tesis Luteranas – también a la reacción en cadena de violencia genocida generada y alimentada por las naciones protestantes, su efecto final inmediato la Guerra de los Treinta años, o Primera Guerra Mundial Europea.

El que la respuesta Imperial diese pie a la llamada Furia Española les sirvió a los que tiraron la primera piedra la excusa perfecta para esconder la mano. La necesidad, en consecuencia, debe mirar a ambos lados: no puede haber crítica intelectual pura sin extender sobre la mesa la serie de acontecimientos históricos que durante los siglos anteriores a la Reforma dieron pie a aquel suicidio colectivo europeo.

Desde los inicios de Alemania como nación europea, Alemania buscó importar a la estructura de Occidente el modelo Bizantino de poder imperial : sujeción de la Iglesia al Estado, sobre cuyas ruedas el Imperio de Constantinopla – no predecible desde los días de Enrique IV – habría de acabar, y acabó, en la cuneta de la Historia.

La llamada Cuestión, o Guerra de las Investiduras, puso sobre la mesa la Reconstrucción de la Civilización Cristiana a imagen y semejanza de la Estructura Imperial Bizantina, gracias a cuya victoria, de haberse producido, Alemania hubiera venido a ocupar la Hegemonía que en cuanta Raza Superior supuestamente le correspondía. Alemania quiso rescatar de tiempos antiquísimos la divinización de su corona. Acorde a la Alemania de Enrique IV el Estado, y especialmente su cabeza, era divina. El Emperador Alemán exigía estar más allá de la Ley. Según la Alemania de los días de la Guerra de las Investiduras el Emperador debía exigir y tener el Derecho sobre la vida y la muerte de todos los súbditos de su Imperio. Alemania quería investir a su Emperador de la Divinidad que la Corona de Inglaterra adquirió para sí en los días de Enrique VIII.

El fin de aquella Contienda es conocido. Pero más allá de unos hechos que la Historia recoge en sus libros, durante la Guerra de las Investiduras la naturaleza bárbara y homicida de la Nación Alemana quedó al descubierto, naturaleza sangrienta y maligna que no cesaría en su empeño de meterle fuego al mundo en los siglos por venir. Entre aquel Martín Lutero que juraba estar dispuesto a prenderle fuego a Europa si no se le daba lo que pedía, y el Adolfo Hitler que le prendió fuego al Mundo: únicamente hubo diferencia de tiempo, pero no de deseo.

Enrique IV, Martín Lutero y Adolfo Hitler fueron tres eslabones de una misma cadena; y una cadena tejida por una naturaleza bárbara y violenta abogando, con todos los medios homicidas a su alcance, por la Superioridad de su Raza sobre todas las demás naciones europeas. La ausencia de Verdad Jesucristiana en las Tesis luteranas dejará en evidencia la verdadera diana de aquel panfleto de Guerra de Alemania contra Europa...

INDICE

 

INTRODUCCION BIOHISTORICA A LA REFORMA

 

I

 

El espíritu de la Verdad implica la objetividad como contrario de la subjetividad intelectual, y la abstracción como opuesto al precondicionamiento mental. El fin de esta objetividad incondicionada es ver las cosas y los seres tal cual los seres y las cosas se ven a sí mismas. Si la Teología es el estudio del Ser de Dios desde la Razón Humana, la Sabiduría es la visión de Dios tal cual Dios se ve a sí mismo.

La objetividad implica la capacidad del intelecto para aislar las circunstancias del pensador en tanto que ser, y proceder al estudio de las cosas en su naturaleza independiente. La abstracción es la facultad de aislar el ser del objeto de sus circunstancias a fin de entrar en su naturaleza y reflejar su esencia y sustancia en la salsa de su existencia autónoma. Sin estas dos premisas el estudio de un objeto del conocimiento, sea físico o histórico, no conduce a ninguna parte satisfactoria, y a lo máximo a integrarse en el proceso de relación que como efecto busca el objeto del estudio.

Ahora bien, un pensador que se interna en el análisis de una realidad específica y concreta, sea acontecimiento o individualidad cualquiera, y acaba envolviéndose en sus consecuencias, ya porque durante el proceso de estudio ha sido condicionado por el poder del acontecimiento, ya porque la personalidad estudiada ha acabado integrándolo en su esfera mediante un proceso de juicio, sea por una causa o por la otra el hecho es que un pensador que no mantiene su objetividad a prueba de bomba y su abstracción contra todo determinio pierde ambas premisas sin las cuales la verdad es imposible de ser alcanzada.

En el caso de Martín Lutero el precondicionamiento mental a que ha estado sujeto el estudio de su biografía se ve en toda su potencia en el último esfuerzo del Protestantismo de nuestros días, llevando a las pantallas de cine una versión de Lutero apta exclusivamente para mentes intelectualmente retardadas, cuya aspiración no es la elevación de su nivel de pensamiento objetivo sino la conservación del nivel de idiotismo natural a un ser cuya vida se basa en la renuncia a la Inteligencia y prefiere la mentira a la Verdad desde el momento que la Verdad conduce al Calvario.

Y sin embargo emitir un juicio final es, por lo valiente precisamente, un acto no menos fundamentalista desde el momento en que nuestro pensamiento asume las funciones de Juez del Universo. Pues como ya he dicho antes, si por la objetividad observamos el objeto de estudio desde la posición de quien no tiene en su ser más interés que la visión de su naturaleza íntima y secreta, por la abstracción separamos y nos curamos de emitir un juicio sobre una realidad que, aunque nos concierna, no está en nuestras manos cambiar ni fue, su origen, efecto o causa de nuestra propia actividad.

El precondicionamiento mental se da, en efecto, en dos direcciones.

De un lado tenemos al defensor a ultranza que hace de abogado del diablo de su héroe e ídolo y no hay quien le meta en la cabeza que la línea sobre la que camina es la del idolatrismo; y por el otro lado tenemos la posición de quien hace de fiscal de Cristo y no se baja de su burra condenatoria aunque le caiga encima el techo del mundo. El enfrentamiento entre estas dos posiciones es la razón que mantuvo la enemistad Protestantismo-Catolicismo vivita y coleando a pesar de los siglos e hizo del Movimiento Ecuménico del Siglo XX una causa perdida.

Un estudio psicohistórico, por consiguiente, que quiera penetrar en el ser en sí de los acontecimientos y sus protagonistas, en este caso del Protestantismo y Lutero, tiene por lógica inherente al espíritu de la Verdad que abrirse el pecho y exponer su pensamiento a ambas partes enzarzadas en el tribunal de la historia y atrapadas en la marisma de sus juicios a favor y en contra de un acontecimiento y una vida en la que no tuvo arte ni parte.

El Juicio a los muertos, en este caso Martín Lutero, le corresponde al Juez del Cielo; y lo que nos corresponde a los que estamos vivos en la Tierra es el análisis de todas las fuerzas determinantes de las circunstancias envolventes que condujeron al hombre y a su tiempo a la acción por la que unos lo adoran y otros lo anatematizan.

Para entrar en los orígenes psicohistóricos de la Reforma debemos superar la carne y la sangre y descorrer el Velo de los tiempos con objeto de ver la Historia desde la posición del Actor Estelar Universal de sus páginas, nuestro Rey, Jesucristo. Reducir el Acontecimiento de la Reforma a un juego de fuerzas exclusivamente humanas es renunciar al Espíritu de Dios y seguir el ejemplo del pensamiento natural al ateísmo científico del XX, cuyo reduccionismo de los procesos históricos a simples claves económicas fue el fraude más enorme y monstruoso jamás cometido contra la inteligencia de los siglos.

Una Historia Universal desligada de la Actuación e Intervención de Dios en el proceso de su desarrollo es la crónica de una Anti-Historia escrita para la manipulación de los pueblos y el dominio demo-absolutista de las clases gobernantes que dirigen el Poder al ritmo de sus intereses de clase. En definitiva esto es el Cristianismo como Doctrina Histórica, es el reconocimiento del Derecho Ilimitado de Dios a intervenir en la Historia del Mundo cuando y donde quiera.

El Cristianismo Histórico, en consecuencia, introduce la Acción Divina en el desarrollo de la Historia de la Civilización. Y al hacerlo integra en la Dinámica Universal la propia Realidad Divina como Raíz y Origen de la Historia de las Naciones, tomando la Caída en Adán y la Redención en Cristo como los dos Acontecimientos decisivos sin cuyo estudio y comprensión precisa y exacta se le hace imposible al Pensador comprender la naturaleza de las fuerzas en movimiento, el enfrentamiento entre las cuales se halla en la base de las revoluciones y reformas, entre ellas la Protestante, por las que ha atravesado la Civilización hasta llegar a nosotros, han marcado la naturaleza de nuestro Presente y determinado el rumbo de nuestro Futuro.

Mas bajar a las profundidades mismas donde esas fuerzas tienen sus bases sería superar el perfil de esta Introducción a la Reforma desde la personalidad de Lutero. Nuestro punto de partida debe ser Dios en persona, el autor y fundador del Cristianismo por en cuanto la Reforma fue un proceso interno cuyas causas y efectos fueron cosa del Cristianismo, y querer reducir la explosión protestante a efectos exclusivos humanos es, como ya he dicho, renunciar al espíritu de Cristo.

 

II

Desde Cristo y para el cristiano dos son las fuerzas que mueven la Historia. De un lado tenemos a Dios y del otro tenemos a la Muerte.

Es por la Caída de Adán que ambas fuerzas se enfrentan abiertamente y se declaran la Guerra sin cuartel, Tierra por campo de Batalla Final. Ya hemos visto en la HISTORIA DIVINA DE JESUCRISTO que este enfrentamiento tuvo su Principio en la Eternidad y su Origen en la Ruptura que causó Dios entre la Vida y la Muerte cuando deseó la Inmortalidad para todos los seres de su Universo.

Una vez declarada la Batalla Final entre Dios y la Muerte fue la Humanidad la que quedó atrapada en el fuego cruzado por la Victoria, y vino a ser la Humanidad la parte sufriente y desgarrada que habría de rehacer su vida bajo el fuego cruzado de unas fuerzas increadas de naturaleza incomprensible para la mente de una criatura en su Infancia Ontogénica.

El Enfrentamiento entre las Fuerzas del Cielo y del Infierno puso en el campo de batalla aquél Duelo personal a muerte entre los Campeones respectivos, nuestro Rey Jesucristo, por la parte de Dios, y Satán, Príncipe del Infierno, por la parte de la Muerte. Lo que se jugaba era el Imperio del Maligno, que pretendía imponer la ley de los dioses del Infierno, contra el Reino de Dios, cuya Ley es la del Espíritu Santo, que no reconoce acepción de Personas sobre la Justicia.

En efecto, toda la controversia universal en la raíz del conflicto cósmico desatado por la Muerte contra la Creación de Dios tuvo en el establecimiento de un status quo “más allá del Bien y del Mal” para la Casa de los hijos de Dios su agujero negro. Contra cuya Ley de Excepcionalidad se levantó Dios, el Padre de ésos mismos hijos, declarando sobre la tumba de su hijo menor, Adán, primero, y sobre la de su Hijo Mayor, Jesús, después, que antes destruía su Creación entera y volvía a comenzar de nuevo que permitir que su Reino esté dirigido por una familia al estilo de los dioses olímpicos, con poder ilimitado para hacer de la Guerra su Pasatiempo favorito.

De todas formas la Decisión Final la dejó Dios en las manos de su Hijo Mayor. Y Este, doblando sus rodillas, prefirió la muerte, siendo de la misma Naturaleza que su Padre, que ser rey sobre una corte de príncipes malignos. Ése fue el Día que la creación entera dobló sus rodillas ante su Rey, Jesucristo, allí, crucificado en un madero por haber preferido el Espíritu Santo de la Ley al espíritu Maligno de un Imperio que buscó hacer de la Creación su campo de juego.

 

III

 

Pero la Batalla Final no había terminado. La Resurrección dio por terminada la Cuestión sobre si el Imperio de la Muerte se impondría al Reino del Espíritu Santo. Aún había que establecer la Causa de la Oposición de Dios al Imperio de la Ciencia del Bien y del Mal sobre la Roca de la Experiencia. No se trataba tanto de “no me gusta” cuanto de hacer ver porqué “Dios emite un juicio final tan contundente sobre esa Ciencia”.

La Tragedia de la Humanidad, pues, debía seguir su curso. Sería sobre la Destrucción de nuestro Mundo, según fue escrito: “Polvo eres y al polvo volverás”, que el Reino de Dios y la creación entera en su Plenitud verían con sus ojos la Causa y la Razón del porqué Dios no podía, ni puede permitir que su Creación se funde sobre la ley de la Ciencia del Bien y del Mal.

Pero Dios, el mismo que nos dio a su Hijo para curar nuestro dolor sobre una Fe invencible, en su Poder para consolarnos con una Esperanza de Salvación Universal, buscando acelerar el Fin, con objeto de acabar cuanto antes su Lección para la Eternidad, decretó la Liberación del Príncipe del Infierno.

Con la Liberación del Diablo, que se nos reveló en el Apocalipsis, de un lado Dios quería poner de relieve ante toda su Creación y Reino que son los Enemigos de su Ley quienes prefieren el Destierro del Universo a vivir bajo la Paz del Rey. Y del otro sitio, conociendo esa Naturaleza Maligna, quiso Dios acelerar el Fin del Mundo sabiendo que en su locura infernal el Diablo trataría de vencer a su Vencedor utilizando el mismo esquema que le diera la victoria en el Edén sobre el Padre de Cristo.

En efecto, no fue “la fruta” la que le causó la muerte al Primer Hombre, sino la Transgresión de la Palabra de Dios. En consecuencia, habiendo Dios establecido su Reino en la Tierra sobre una Ley de Unidad, diciendo “Todo reino en Sí dividido será destruido”, y sabiendo el Diablo que Dios no puede romper su Palabra, so pena de declararse contra la Ley por la que fuera condenado a Destierro Eterno un hijo de Dios, rompiendo la Unidad de las iglesias el Diablo pondría el Reino de Dios en la Tierra bajo la misma Sentencia que una vez le costara a Adán su reino y vida.

De manera que por la misma ley que una vez venciera a Adán, ahora vencería a Cristo, estando asi el Diablo en que, aunque habiendo perdido la batalla contra el Rey en persona, la guerra contra su Reino en la Tierra estaba aún en el aire. Y Dios, conociendo este esquema de pensamiento, sabiendo que la división del Cristianismo acortaría la distancia de la Humanidad al Fin de los tiempos, con el cual se daría por terminado el Espectáculo infortunado que su Creación ha estado viviendo, decretó la Liberación del Diablo al término del Primer Milenio de la Era de Cristo.

 

IV

 

La Muerte, conociendo el Decreto Apocalíptico de Liberación del Diablo, le preparó el campo a su Príncipe, a fin de que lo que no podía conseguir por sí misma, dividir las iglesias, lo hiciera realidad el Sembrador Maligno. Fruto de aquella labor preparatoria de la Muerte fue la Primera Negación del Sucesor de Pedro, asunto que se toca en la JHISTORIA, y efecto de la cual fue la Primera Pornocracia de “los papas” de Roma.

Los efectos de aquella Primera Negación del Obispo de Roma se vieron cuando inmediatamente tras su Liberación al Diablo le costó nada y menos provocar la División de las dos iglesias del momento. Le bastó al Diablo mover un peón en el tablero, Miguel Cerulario, magnicida frustrado que hizo del convento su escondite, encender en su pecho el fuego de su ambición marchita, soplar en su rostro el aliento de la división maldita como punto de partida hacia su gloria bendita, y el Cisma de Oriente se hizo.

Tal como era de esperar la División afirmada condujo al Pastor Ortodoxo y su rebaño bizantino a su destrucción.

Pero la misma Ley que dice “todo reino en Sí dividido será destruido”, dice también “el que peque, ése morirá”. Y de otra parte el Imperio Bizantino estaba condenado de antemano en tanto que “Imperio Romano” de Oriente, toda vez que Dios decretara la Destrucción del Imperio Romano desde el mismo Apocalipsis.

Así que esa destrucción le supo a poco al Maligno. Quemar una rama desgajada del tronco y arrojada lejos, calienta al leñador pero no quema el árbol. El Diablo necesitaba un fuego capaz de provocar un incendio de los que queman el bosque.

Ahora bien, un bosque que cuenta con un poderoso sistema anti-incendios y mantiene una vigilancia extrema sobre los visitantes y sus acampadas no es lo que se dice un bosque sencillo de echar a arder y reducir a cenizas. El Cisma de Oriente se lo encontró el Diablo como quien entra en una partida de ajedrez con un jake mate puesto a punto. ¿Dónde está el mérito? Si el Diablo quería meterle fuego al bosque Católico, provocando una Guerra Civil de Religión que consumiese a las partes, tenía que darle tiempo al tiempo.

 

V

 

La Esposa de Cristo se había recuperado de la primera de las Negaciones de sus siervos, los Obispos de Roma.

Bueno es saber que el Señor le dejó a su Esposa por Herencia una Ley acorde a la cual todo sacerdote hallado en hechicería, crimen, perversión, etcétera, según está escrito: “Fuera perros, hechiceros, homicidas”, etcétera, Ella recibe el Poder de expulsar del Sacerdocio, independientemente de su lugar en la Servidumbre de la Casa del Señor, a todo sacerdote halado en dichos delitos.

Pero fue el Siervo en quien la Iglesia dejó ese Poder el que precisamente se entregó a la hechicería, al crimen, a la perversión, causando en la Historia el acontecimiento de la visión dantesca de un siervo de Cristo dando el ejemplo a su rebaño de cómo ser un “buen demonio”.

La Iglesia Católica se recuperó del Escándalo de la Primera Negación de “Pedro”. Y demostró su Grandeza al cabo en la Cuestión de las Investiduras, adelantándose a su tiempo con su Lucha por la Separación entre Iglesia y Estado, en la que, estando el Diablo por medio, era solo natural que Gregorio VII se fuese al otro extremo y en su Lucha contra la esclavitud de la Esposa del Señor del Cielo a un señor terrestre se le fuese la cabeza al Pensamiento de la Teocracia Eclesial como garantía de Libertad sempiterna del Sacerdocio Cristiano frente a los intereses del Poder de los reyes y los imperios del momento. Y pues que Gregorio VII luchó por una causa no comprensible en su tiempo se murió, como él reconoció, solo y abandonado de propios y ajenos.

San Satanás, como fue llamado por los que le comprendieron, venció a aquel que intentó prostituir a la Esposa de Cristo convirtiéndola en la querida del Emperador del Sacro Imperio, delito que la Iglesia Ortodoxa Bizantina pagó con su vida, y su sucesora, la Ortodoxa Rusa, la querida del Zar, pagaría con la suya en el futuro, dejando Dios un resto a fin de que se convirtiera a la Unidad, justificando con su Obediencia el Mal causado en la Ignorancia.

 

VI

 

Pero el Diablo, que estaba buscando la ruina del Reino de Dios en la Tierra, no iba a darse por vencido ante una derrota a manos de un Siervo. Más, ésa derrota a manos de Gregorio VII le marcó la necesidad por haber de destruir primero a ese obispado romano como condición sine qua non para proceder a una división sangrienta que consumiese a las naciones cristianas en una orgía fabulosa de fanatismo fratricida.

Consecuencia de cuya nueva estrategia del Diablo fue la famosa Cautividad Babilónica de la Iglesia y el no menos famoso Cisma de Occidente, actos los dos de la “Segunda Negación de Pedro”. Pero Dios, como jugador que ha movido primero y adivina la respuesta a su jugada por parte del contrincante, puso en escena muchos santos y santas contra tantos anti-papas como el Diablo puso en movimiento.

La destrucción del Obispado Romano no fue posible. Y sin embargo la victoria del Papado actuó de revulsivo degenerativo de la verdadera condición sacerdotal de un obispado, que, íntimamente ligado a los poderes de este mundo, como se viera en la controversia de Huss y Wycliff, se entregó a todos los males hasta entonces combatidos: en la conciencia -cosa increíble- de su propia indestructibilidad. “Puesto que somos indestructibles, pequemos sin límites”, fue la consigna del Papado desde el Cisma de Occidente hasta el Concilio de Trento.

La Consigna de Lutero en respuesta a semejante esquema mental pontificio fue aquel célebre: “Peca hasta que te salga por los ojos, que lo lava la Sangre de Cristo”.

En el camino la Reforma se hizo.

 

VII

 

Tras la “Tercera Negación de Pedro”, en los días de Alejandro VI, la hora de la Cosecha de la Semilla del Diablo había sonado. El reino de Dios en la Tierra estaba maduro para una División de proporciones fratricidas colosales.

La Muerte, por el otro lado, acompañaría a su Príncipe de las Tinieblas cubriendo el Occidente con sus ejércitos. Atrapada la Esposa de Cristo entre la División a muerte entre Católicos y Protestantes, propagada por el Diablo, y la Invasión de Occidente por las Fuerzas movidas por la Muerte, ¿qué futuro le quedaría a la Humanidad una vez borrado el Reino de Dios de la faz de la Tierra?

Mas una cosa es pensar en Futuro y otra muy distinta hacer Futuro. Una División de las proporciones fratricidas colosales que se regalaba el Diablo en su pensamiento, triunfando donde fracasaran los Savonarolas, Huss y Wycliff, requería de actores de más peso. Savonarola, Huss, Wycliff fueron espontáneos que saltaron al ruedo a lidiar el toro de la Reforma Eclesiástica sin más apoyo que el de sus convicciones propias. Y por esas convicciones murieron.

La mecha que había de prenderle fuego al Bosque Cristiano, ya de por sí bastante seco, tenia que forjarla el Diablo con sus propias manos.

 

VIII

 

Martín Lutero era un joven de su tiempo. Iba para abogado. O sea, un calavera entre calaveras, un miembro de aquellas tunas universitarias de su tiempo, un joven de 22 años loco por la vida, amante de la cerveza y las mujeres, como buen macho teutónico, que se alojaba en la casa de una “viudita alegre” durante el tiempo de clase.

Que a Martín Lutero le iba la cerveza como a cualquiera de sus colegas de tuna no es necesario probarlo, basta leer sus charlas “alrededor de un barril de cerveza” que han hecho época y la delicia de tanto santurrón mojigato.

Para demostrar que a Martín Lutero lo perdían las mujeres, bendito sea Dios, como a cualquier otro estudiante de Derecho de su época y de todos los tiempos, basta sólo psicoanalizar sus paranoias en el claustro y la violencia que se dio para romper los votos monásticos y lanzarse sobre una hembra en cuanto el efecto sucedió a la causa.

Con 22 años, en la universidad, libre como un jabato y viviendo en la casa de una viuda alegre, creer que Martín se santiguaba cuando veía una mujer y se iba a confesar cada vez que le pegaba un beso a una cerveza es, si no de burros consumados, sí de idiotas natos. Y efectivamente, un idiota nato hay que ser para tragarse la imagen para becerros que hemos descubierto ha estado circulando en el mundo protestante sobre el Lutero de sus amores; imagen que nos han pasado por la pantalla en estos días y aún circula, que os invito a visionar por el mero hecho de comprobar que no estoy mintiendo. Imagen de todos modos natural en un mundo que aceptó como santo un criminal de la categoría de Calvino. En un mundo al revés donde el criminal es un santo, ¿qué raro tiene ver en el joven amante “de la viuda alegre” de sus días universitarios un perfecto beato?

Los padres de Martín Lutero pertenecían a la burguesía naciente al alba de la Edad Moderna. Los fans del Campeón de la Reforma nos han querido presentar a su ídolo como “el hijo de un carpintero”, pero lo cierto es que a principios del Siglo XVI a la Universidad no iba todo el mundo: había que tener dinero. Dado que Lutero se iba de calle con su Tuna, costumbre que los Españoles heredaron del Imperio y han conservado hasta nuestros días, por el estudio de cuyo costumbrismo se ve que más que el dinero es el afán de aventura el que mueve de bar en bar sus traseros, y porque Lutero era un Tunante, deducir, como dedujeron los fans de aquel Tunante metido a reformador, que no tenía dinero suficiente para pagarle “la cama” a la Viudita Alegre, es suponer mucha cosa.

En el acto de monjificación de Lutero vemos a un padre que pertenece a la burguesía de su tiempo, con aspiraciones a la baja nobleza, y que no entiende para nada la locura de su hijo. De abogado a fraile había y hay el mismo abismo que de santo a diablo. Y no porque los papas del Renacimiento hicieran ese camino un día sí y el otro también debe deducirse que cualquiera podía meterse con el diablo como el que se mete bajo las sábanas de la patrona, y luego salir tan campante, laúd en mano, a coger la borrachera a costa de la Tuna.

Beber y pasárselo bien, tener por amante una viuda alegre, todo eso lo podía comprender aquel padre de un hijo de 23 años, fuerte como un toro y macho como dios manda; lo que no podía entender el padre de Lutero era que por un voto hecho al diablo en una noche de tormenta un joven a punto de hacerse abogado del imperio se metiese en un hábito de monje. ¿De cuándo el hábito hizo santo a un calavera?

Los fans luteranos se lavaron el cerebro comparando el viaje a caballo de con el viaje de San Pablo. Si las comparaciones son malas ésa es un delito. Comparemos.

 

IX

 

Saulo vuelve de la casa del gobernador romano con un Decreto de Holocausto contra todos los Cristianos de la Judea. Saulo no se pierde bajo ninguna tormenta. Y si se hubiera perdido y luego hubiera venido con el cuento de haber hecho un voto, se entendería por lo novedoso del terreno recorrido; no siendo Saulo judío de nacimiento, sino turco-judío de origen, que Saulo se perdiera por ahí, entre Jerusalén y Damasco, cabía dentro de los cálculos. Lo que no cabía en la cabeza de ningún judío era que un criminal de la clase de Saulo se encontrase por el camino con el Rey del Cielo.

Martín Lutero es un universitario que hace su camino entre la casa de sus padres y el pueblo donde estudia, rutina que lleva haciendo mucho tiempo, y por esas cosas del clima le pilla una tormenta en el camino. Los rayos caen, los relámpagos truenan, la oscuridad es absurda ... ¿y el aspirante a abogado del imperio se caga por las patas abajo en unos tiempos en que los Colones se arrojaban a tormentas sobre las aguas de un abismo en el que si se caían adiós a las viuditas alegres que dejaban sobre tierra firme para el disfrute de otros, como el joven Lutero, por ejemplo?. ¿Qué comparación puede darse entre el viaje de Saulo y el de Lutero?

1.-Saulo vio a Jesucristo. Lutero al demonio en un rayo.

2.-Saulo hacía un camino desconocido para él. Lutero había pasado mil veces por ese camino.

3.-Saulo no era judeo-palestino, era judeo-turco, y el clima de la zona -en cuanto no era nativo de la Palestina- podía pillarle desprevenido. Lutero, por contra, era Alemán de pura cepa, y que una tormenta le resultara un fenómeno desconocido en una tierra donde lo que es raro es el sol y el cielo azul, es, si no para maravillarse, sí para reírse.

Y ahora, siguiendo la ley del “por los frutos los conoceréis”:

A) San Pablo predicó el amor a todo el mundo; Lutero predicó el odio contra todo el mundo que no doblase su rodilla ante su doctrina, especialmente contra los católicos, pero no con menos fuerza contra los anabaptistas, por ejemplo.

B) San Pablo prefirió morir antes que matar y ni en su boca ni en su mano se detectó jamás palabra alguna aconsejando el crimen; Lutero predicó la Masacre contra los Campesinos, el Genocidio contra los Judíos, y por supuesto la destrucción de todos los Católicos. Los Anabaptistas eran ratas sin importancia contra las que el fuego se debía aplicar sin más.

C) San Pablo edificó para la Unidad; Lutero, para la División.

Y pues que “Todo reino en Sí dividido será destruido”, Lutero trabajó para el Diablo.

El Diablo fue el que jugó con su conciencia en aquella tormenta para la posteridad. Él, amante de una viuda, un pecado alegre, pero pecado delante del Señor; sus padres tan católicos ¿qué dirían si conocieran su secreto? ¡Lujuria de la carne! ¡Desenfreno de la sangre! ¿No había en toda Alemania mujeres de su edad para tener que ir a tirar el jugo de su juventud en las faldas de un amor prohibido? ¿Qué era él, un pervertido, un vicioso, un corrompido? ¿No se merecía su pecado un castigo?

Oscura era la noche. Las Tinieblas rodearon al joven que corría o venía alegre de los brazos de su amante, su “viuda alegre”, el talón de Aquiles de un estudiante de voluntad de hierro y fina inteligencia, el hijo de un triunfador que aspiraba a superar a su progenitor en triunfos en la vida: “Lutero y Abogados, Bufete del Imperio”.

Lo llamaban El Filósofo, según cuentan, por su labia, ésa labia que le ganaría los clientes y a sus interminables clientes la victoria en épicos pleitos. El Filósofo, entre plan y proyecto, cogía el laúd y se iba de tuna por las tabernas, a reír, a cantar, a beber el trago de la vida hasta el fondo de la copa. Y al regresar a su “zimmer” ... ella, su amante, su maestra amatoria, su delito, su debilidad, su crimen, su muerte poética, el fuego que le devoraba los sentidos y le hacía recorrer las distancias al encuentro de ... ella.

Con Lutero el Diablo se superó a sí mismo.