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INTRODUCCION
BIOHISTORICA A LA REFORMA
I
El espíritu
de la Verdad implica la objetividad como contraria de la subjetividad
intelectual, y la abstracción como opuesta al precondicionamiento mental. El fin de esta objetividad incondicionada es ver las cosas y los seres
tal cual los seres y las cosas se ven a sí mismas. Si la Teología es el estudio
del Ser de Dios desde la Razón Humana, la Sabiduría es la visión de Dios tal
cual Dios se ve a sí mismo.
La
objetividad implica la capacidad del intelecto para aislar las circunstancias
del pensador en tanto que ser, y proceder al estudio de las cosas en su
naturaleza independiente. La abstracción es la facultad de aislar el ser del
objeto de sus circunstancias a fin de entrar en su naturaleza y reflejar su
esencia y sustancia en la salsa de su existencia autónoma. Sin estas dos
premisas el estudio de un objeto del conocimiento, sea físico o histórico, no
conduce a ninguna parte satisfactoria, y a lo máximo a integrarse en el proceso
de relación que como efecto busca el objeto del estudio.
Ahora bien,
un pensador que se interna en el análisis de una realidad específica y
concreta, sea acontecimiento o individualidad cualquiera, y acaba envolviéndose
en sus consecuencias, ya porque durante el proceso de estudio ha sido
condicionado por el poder del acontecimiento, ya porque la personalidad
estudiada ha acabado integrándolo en su esfera mediante un proceso de juicio,
sea por una causa o por la otra el hecho es que un pensador que no mantiene su
objetividad a prueba de bomba y su abstracción contra todo determinio pierde ambas premisas sin las cuales la verdad es imposible de ser alcanzada.
En el caso
de Martín Lutero el precondicionamiento mental a que
ha estado sujeto el estudio de su biografía se ve en toda su potencia en el
último esfuerzo del Protestantismo de nuestros días, llevando a las pantallas
de cine una versión de Lutero apta exclusivamente para mentes intelectualmente
retardadas, cuya aspiración no es la elevación de su nivel de pensamiento
objetivo sino la conservación del nivel de idiotismo natural a un ser cuya vida
se basa en la renuncia a la Inteligencia y prefiere la mentira a la Verdad
desde el momento que la Verdad conduce al Calvario.
Y sin
embargo emitir un juicio final es, por lo valiente precisamente, un acto no
menos fundamentalista desde el momento en que nuestro pensamiento asume las
funciones de Juez del Universo. Pues como ya he dicho antes, si por la
objetividad observamos el objeto de estudio desde la posición de quien no tiene
en su ser más interés que la visión de su naturaleza íntima y secreta, por la
abstracción separamos y nos curamos de emitir un juicio sobre una realidad que,
aunque nos concierna, no está en nuestras manos cambiar ni fue, su origen,
efecto o causa de nuestra propia actividad.
El precondicionamiento mental se da, en efecto, en dos
direcciones.
De un lado
tenemos al defensor a ultranza que hace de abogado del diablo de su héroe e
ídolo y no hay quien le meta en la cabeza que la línea sobre la que camina es
la del idolatrismo; y por el otro lado tenemos la
posición de quien hace de fiscal de Cristo y no se baja de su burra
condenatoria aunque le caiga encima el techo del mundo. El enfrentamiento entre
estas dos posiciones es la razón que mantuvo la enemistad Protestantismo-Catolicismo
vivita y coleando a pesar de los siglos e hizo del Movimiento Ecuménico del
Siglo XX una causa perdida.
Un estudio
psicohistórico, por consiguiente, que quiera penetrar en el ser en sí de los
acontecimientos y sus protagonistas, en este caso del Protestantismo y Lutero,
tiene por lógica inherente al espíritu de la Verdad que abrirse el pecho y
exponer su pensamiento a ambas partes enzarzadas en el tribunal de la historia
y atrapadas en la marisma de sus juicios a favor y en contra de un
acontecimiento y una vida en la que no tuvo arte ni parte.
El Juicio a
los muertos, en este caso Martín Lutero, le corresponde al Juez del Cielo; y lo
que nos corresponde a los que estamos vivos en la Tierra es el análisis de
todas las fuerzas determinantes de las circunstancias envolventes que
condujeron al hombre y a su tiempo a la acción por la que unos lo adoran y
otros lo anatematizan.
Para entrar
en los orígenes psicohistóricos de la Reforma debemos superar la carne y la
sangre y descorrer el Velo de los tiempos con objeto de ver la Historia desde
la posición del Actor Estelar Universal de sus páginas, nuestro Rey,
Jesucristo. Reducir el Acontecimiento de la Reforma a un juego de fuerzas
exclusivamente humanas es renunciar al Espíritu de Dios y seguir el ejemplo del
pensamiento natural al ateísmo científico del XX, cuyo reduccionismo de los
procesos históricos a simples claves económicas fue el fraude más enorme y
monstruoso jamás cometido contra la inteligencia de los siglos.
Una Historia
Universal desligada de la Actuación e Intervención de Dios en el proceso de su
desarrollo es la crónica de una Anti-Historia escrita para la manipulación de
los pueblos y el dominio demo-absolutista de las clases gobernantes que dirigen
el Poder al ritmo de sus intereses de clase. En definitiva esto es el
Cristianismo como Doctrina Histórica, es el reconocimiento del Derecho
Ilimitado de Dios a intervenir en la Historia del Mundo cuando y donde quiera.
El
Cristianismo Histórico, en consecuencia, introduce la Acción Divina en el
desarrollo de la Historia de la Civilización. Y al hacerlo integra en la
Dinámica Universal la propia Realidad Divina como Raíz y Origen de la Historia
de las Naciones, tomando la Caída en Adán y la Redención en Cristo como los dos
Acontecimientos decisivos sin cuyo estudio y comprensión precisa y exacta se le
hace imposible al Pensador comprender la naturaleza de las fuerzas en
movimiento, el enfrentamiento entre las cuales se halla en la base de las
revoluciones y reformas, entre ellas la Protestante, por las que ha atravesado
la Civilización hasta llegar a nosotros, han marcado la naturaleza de nuestro
Presente y determinado el rumbo de nuestro Futuro.
Mas bajar a
las profundidades mismas donde esas fuerzas tienen sus bases sería superar el
perfil de esta Introducción a la Reforma desde la personalidad de Lutero.
Nuestro punto de partida debe ser Dios en persona, el autor y fundador del
Cristianismo por en cuanto la Reforma fue un proceso interno cuyas causas y
efectos fueron cosa del Cristianismo, y querer reducir la explosión protestante
a efectos exclusivos humanos es, como ya he dicho, renunciar al espíritu de
Cristo.
II
Desde Cristo
y para el cristiano dos son las fuerzas que mueven la Historia. De un lado
tenemos a Dios y del otro tenemos a la Muerte.
Es por la
Caída de Adán que ambas fuerzas se enfrentan abiertamente y se declaran la
Guerra sin cuartel, Tierra por campo de Batalla Final. Ya hemos visto en la
HISTORIA DIVINA DE JESUCRISTO que este enfrentamiento tuvo su Principio en la
Eternidad y su Origen en la Ruptura que causó Dios entre la Vida y la Muerte
cuando deseó la Inmortalidad para todos los seres de su Universo.
Una vez
declarada la Batalla Final entre Dios y la Muerte fue la Humanidad la que quedó
atrapada en el fuego cruzado por la Victoria, y vino a ser la Humanidad la
parte sufriente y desgarrada que habría de rehacer su vida bajo el fuego
cruzado de unas fuerzas increadas de naturaleza incomprensible para la mente de
una criatura en su Infancia Ontogénica.
El
Enfrentamiento entre las Fuerzas del Cielo y del Infierno puso en el campo de
batalla aquél Duelo personal a muerte entre los Campeones respectivos, nuestro
Rey Jesucristo, por la parte de Dios, y Satán, Príncipe del Infierno, por la
parte de la Muerte. Lo que se jugaba era el Imperio del Maligno, que pretendía
imponer la ley de los dioses del Infierno, contra el Reino de Dios, cuya Ley es
la del Espíritu Santo, que no reconoce acepción de Personas sobre la Justicia.
En efecto,
toda la controversia universal en la raíz del conflicto cósmico desatado por la
Muerte contra la Creación de Dios tuvo en el establecimiento de un status quo
“más allá del Bien y del Mal” para la Casa de los hijos de Dios su agujero
negro. Contra cuya Ley de Excepcionalidad se levantó Dios, el Padre de ésos
mismos hijos, declarando sobre la tumba de su hijo menor, Adán, primero, y
sobre la de su Hijo Mayor, Jesús, después, que antes destruía su Creación
entera y volvía a comenzar de nuevo que permitir que su Reino esté dirigido por
una familia al estilo de los dioses olímpicos, con poder ilimitado para hacer
de la Guerra su Pasatiempo favorito.
De todas
formas la Decisión Final la dejó Dios en las manos de su Hijo Mayor. Y Este,
doblando sus rodillas, prefirió la muerte, siendo de la misma Naturaleza que su
Padre, que ser rey sobre una corte de príncipes malignos. Ése fue el Día que la
creación entera dobló sus rodillas ante su Rey, Jesucristo, allí, crucificado
en un madero por haber preferido el Espíritu Santo de la Ley al espíritu
Maligno de un Imperio que buscó hacer de la Creación su campo de juego.
III
Pero la
Batalla Final no había terminado. La Resurrección dio por terminada la Cuestión
sobre si el Imperio de la Muerte se impondría al Reino del Espíritu Santo. Aún
había que establecer la Causa de la Oposición de Dios al Imperio de la Ciencia
del Bien y del Mal sobre la Roca de la Experiencia. No se trataba tanto de “no
me gusta” cuanto de hacer ver porqué “Dios emite un juicio final tan
contundente sobre esa Ciencia”.
La Tragedia
de la Humanidad, pues, debía seguir su curso. Sería sobre la Destrucción de
nuestro Mundo, según fue escrito: “Polvo eres y al polvo volverás”, que el
Reino de Dios y la creación entera en su Plenitud verían con sus ojos la Causa
y la Razón del porqué Dios no podía, ni puede permitir que su Creación se funde
sobre la ley de la Ciencia del Bien y del Mal.
Pero Dios,
el mismo que nos dio a su Hijo para curar nuestro dolor sobre una Fe
invencible, en su Poder para consolarnos con una Esperanza de Salvación
Universal, buscando acelerar el Fin, con objeto de acabar cuanto antes su
Lección para la Eternidad, decretó la Liberación del Príncipe del Infierno.
Con la
Liberación del Diablo, que se nos reveló en el Apocalipsis, de un lado Dios
quería poner de relieve ante toda su Creación y Reino que son los Enemigos de
su Ley quienes prefieren el Destierro del Universo a vivir bajo la Paz del Rey.
Y del otro sitio, conociendo esa Naturaleza Maligna, quiso Dios acelerar el Fin
del Mundo sabiendo que en su locura infernal el Diablo trataría de vencer a su
Vencedor utilizando el mismo esquema que le diera la victoria en el Edén sobre
el Padre de Cristo.
En efecto,
no fue “la fruta” la que le causó la muerte al Primer Hombre, sino la
Transgresión de la Palabra de Dios. En consecuencia, habiendo Dios establecido
su Reino en la Tierra sobre una Ley de Unidad, diciendo “Todo reino en Sí
dividido será destruido”, y sabiendo el Diablo que Dios no puede romper su
Palabra, so pena de declararse contra la Ley por la que fuera condenado a
Destierro Eterno un hijo de Dios, rompiendo la Unidad de las iglesias el Diablo
pondría el Reino de Dios en la Tierra bajo la misma Sentencia que una vez le
costara a Adán su reino y vida.
De manera
que por la misma ley que una vez venciera a Adán, ahora vencería a Cristo,
estando asi el Diablo en que, aunque habiendo perdido
la batalla contra el Rey en persona, la guerra contra su Reino en la Tierra
estaba aún en el aire. Y Dios, conociendo este esquema de pensamiento, sabiendo
que la división del Cristianismo acortaría la distancia de la Humanidad al Fin
de los tiempos, con el cual se daría por terminado el Espectáculo infortunado
que su Creación ha estado viviendo, decretó la Liberación del Diablo al término
del Primer Milenio de la Era de Cristo.
IV
La Muerte,
conociendo el Decreto Apocalíptico de Liberación del Diablo, le preparó el
campo a su Príncipe, a fin de que lo que no podía conseguir por sí misma,
dividir las iglesias, lo hiciera realidad el Sembrador Maligno. Fruto de
aquella labor preparatoria de la Muerte fue la Primera Negación del Sucesor de
Pedro, asunto que se toca en la JHISTORIA, y efecto de la cual fue la Primera Pornocracia de “los papas” de Roma.
Los efectos
de aquella Primera Negación del Obispo de Roma se vieron cuando inmediatamente
tras su Liberación al Diablo le costó nada y menos provocar la División de las
dos iglesias del momento. Le bastó al Diablo mover un peón en el tablero,
Miguel Cerulario, magnicida frustrado que hizo del
convento su escondite, encender en su pecho el fuego de su ambición marchita,
soplar en su rostro el aliento de la división maldita como punto de partida
hacia su gloria bendita, y el Cisma de Oriente se hizo.
Tal como era
de esperar la División afirmada condujo al Pastor Ortodoxo y su rebaño
bizantino a su destrucción.
Pero la
misma Ley que dice “todo reino en Sí dividido será destruido”, dice también “el
que peque, ése morirá”. Y de otra parte el Imperio Bizantino estaba condenado
de antemano en tanto que “Imperio Romano” de Oriente, toda vez que Dios
decretara la Destrucción del Imperio Romano desde el mismo Apocalipsis.
Así que esa
destrucción le supo a poco al Maligno. Quemar una rama desgajada del tronco y
arrojada lejos, calienta al leñador pero no quema el árbol. El Diablo
necesitaba un fuego capaz de provocar un incendio de los que queman el bosque.
Ahora bien,
un bosque que cuenta con un poderoso sistema anti-incendios y mantiene una vigilancia extrema sobre los visitantes y sus acampadas no es lo
que se dice un bosque sencillo de echar a arder y reducir a cenizas. El Cisma
de Oriente se lo encontró el Diablo como quien entra en una partida de ajedrez
con un jake mate puesto a punto. ¿Dónde está el
mérito? Si el Diablo quería meterle fuego al bosque Católico, provocando una
Guerra Civil de Religión que consumiese a las partes, tenía que darle tiempo al
tiempo.
V
La Esposa de
Cristo se había recuperado de la primera de las Negaciones de sus siervos, los
Obispos de Roma.
Bueno es
saber que el Señor le dejó a su Esposa por Herencia una Ley acorde a la cual
todo sacerdote hallado en hechicería, crimen, perversión, etcétera, según está
escrito: “Fuera perros, hechiceros, homicidas”, etcétera, Ella recibe el Poder
de expulsar del Sacerdocio, independientemente de su lugar en la Servidumbre de
la Casa del Señor, a todo sacerdote halado en dichos delitos.
Pero fue el
Siervo en quien la Iglesia dejó ese Poder el que precisamente se entregó a la
hechicería, al crimen, a la perversión, causando en la Historia el
acontecimiento de la visión dantesca de un siervo de Cristo dando el ejemplo a
su rebaño de cómo ser un “buen demonio”.
La Iglesia
Católica se recuperó del Escándalo de la Primera Negación de “Pedro”. Y
demostró su Grandeza al cabo en la Cuestión de las Investiduras, adelantándose
a su tiempo con su Lucha por la Separación entre Iglesia y Estado, en la que,
estando el Diablo por medio, era solo natural que Gregorio VII se fuese al otro
extremo y en su Lucha contra la esclavitud de la Esposa del Señor del Cielo a
un señor terrestre se le fuese la cabeza al Pensamiento de la Teocracia
Eclesial como garantía de Libertad sempiterna del Sacerdocio Cristiano frente a
los intereses del Poder de los reyes y los imperios del momento. Y pues que
Gregorio VII luchó por una causa no comprensible en su tiempo se murió, como él
reconoció, solo y abandonado de propios y ajenos.
San Satanás,
como fue llamado por los que le comprendieron, venció a aquel que intentó
prostituir a la Esposa de Cristo convirtiéndola en la querida del Emperador del
Sacro Imperio, delito que la Iglesia Ortodoxa Bizantina pagó con su vida, y su
sucesora, la Ortodoxa Rusa, la querida del Zar, pagaría con la suya en el
futuro, dejando Dios un resto a fin de que se convirtiera a la Unidad,
justificando con su Obediencia el Mal causado en la Ignorancia.
VI
Pero el
Diablo, que estaba buscando la ruina del Reino de Dios en la Tierra, no iba a
darse por vencido ante una derrota a manos de un Siervo. Más, ésa derrota a
manos de Gregorio VII le marcó la necesidad por haber de destruir primero a ese
obispado romano como condición sine qua non para proceder a una división
sangrienta que consumiese a las naciones cristianas en una orgía fabulosa de
fanatismo fratricida.
Consecuencia
de cuya nueva estrategia del Diablo fue la famosa Cautividad Babilónica de la
Iglesia y el no menos famoso Cisma de Occidente, actos los dos de la “Segunda
Negación de Pedro”. Pero Dios, como jugador que ha movido primero y adivina la
respuesta a su jugada por parte del contrincante, puso en escena muchos santos
y santas contra tantos anti-papas como el Diablo puso
en movimiento.
La
destrucción del Obispado Romano no fue posible. Y sin embargo la victoria del
Papado actuó de revulsivo degenerativo de la verdadera condición sacerdotal de
un obispado, que, íntimamente ligado a los poderes de este mundo, como se viera
en la controversia de Huss y Wycliff,
se entregó a todos los males hasta entonces combatidos: en la conciencia -cosa
increíble- de su propia indestructibilidad. “Puesto que somos indestructibles,
pequemos sin límites”, fue la consigna del Papado desde el Cisma de Occidente
hasta el Concilio de Trento.
La Consigna
de Lutero en respuesta a semejante esquema mental pontificio fue aquel célebre:
“Peca hasta que te salga por los ojos, que lo lava la Sangre de Cristo”.
En el camino
la Reforma se hizo.
VII
Tras la
“Tercera Negación de Pedro”, en los días de Alejandro VI, la hora de la Cosecha
de la Semilla del Diablo había sonado. El reino de Dios en la Tierra estaba
maduro para una División de proporciones fratricidas colosales.
La Muerte,
por el otro lado, acompañaría a su Príncipe de las Tinieblas cubriendo el
Occidente con sus ejércitos. Atrapada la Esposa de Cristo entre la División a
muerte entre Católicos y Protestantes, propagada por el Diablo, y la Invasión
de Occidente por las Fuerzas movidas por la Muerte, ¿qué futuro le quedaría a
la Humanidad una vez borrado el Reino de Dios de la faz de la Tierra?
Mas una cosa
es pensar en Futuro y otra muy distinta hacer Futuro. Una División de las
proporciones fratricidas colosales que se regalaba el Diablo en su pensamiento,
triunfando donde fracasaran los Savonarolas, Huss y Wycliff, requería de
actores de más peso. Savonarola, Huss, Wycliff fueron espontáneos que saltaron al ruedo a lidiar
el toro de la Reforma Eclesiástica sin más apoyo que el de sus convicciones
propias. Y por esas convicciones murieron.
La mecha que
había de prenderle fuego al Bosque Cristiano, ya de por sí bastante seco, tenia
que forjarla el Diablo con sus propias manos.
VIII
Martín
Lutero era un joven de su tiempo. Iba para abogado. O sea, un calavera entre
calaveras, un miembro de aquellas tunas universitarias de su tiempo, un joven
de 22 años loco por la vida, amante de la cerveza y las mujeres, como buen
macho teutónico, que se alojaba en la casa de una “viudita alegre” durante el
tiempo de clase.
Que a Martín
Lutero le iba la cerveza como a cualquiera de sus colegas de tuna no es
necesario probarlo, basta leer sus charlas “alrededor de un barril de cerveza”
que han hecho época y la delicia de tanto santurrón mojigato.
Para
demostrar que a Martín Lutero lo perdían las mujeres, bendito sea Dios, como a
cualquier otro estudiante de Derecho de su época y de todos los tiempos, basta
sólo psicoanalizar sus paranoias en el claustro y la violencia que se dio para
romper los votos monásticos y lanzarse sobre una hembra en cuanto el efecto
sucedió a la causa.
Con 22 años,
en la universidad, libre como un jabato y viviendo en la casa de una viuda
alegre, creer que Martín se santiguaba cuando veía una mujer y se iba a
confesar cada vez que le pegaba un beso a una cerveza es, si no de burros
consumados, sí de idiotas natos. Y efectivamente, un idiota nato hay que ser
para tragarse la imagen para becerros que hemos descubierto ha estado
circulando en el mundo protestante sobre el Lutero de sus amores; imagen que
nos han pasado por la pantalla en estos días y aún circula, que os invito a
visionar por el mero hecho de comprobar que no estoy mintiendo. Imagen de todos
modos natural en un mundo que aceptó como santo un criminal de la categoría de
Calvino. En un mundo al revés donde el criminal es un santo, ¿qué raro tiene
ver en el joven amante “de la viuda alegre” de sus días universitarios un
perfecto beato?
Los padres
de Martín Lutero pertenecían a la burguesía naciente al alba de la Edad
Moderna. Los fans del Campeón de la Reforma nos han querido presentar a su
ídolo como “el hijo de un carpintero”, pero lo cierto es que a principios del
Siglo XVI a la Universidad no iba todo el mundo: había que tener dinero. Dado
que Lutero se iba de calle con su Tuna, costumbre que los Españoles heredaron
del Imperio y han conservado hasta nuestros días, por el estudio de cuyo
costumbrismo se ve que más que el dinero es el afán de aventura el que mueve de
bar en bar sus traseros, y porque Lutero era un Tunante, deducir, como
dedujeron los fans de aquel Tunante metido a reformador, que no tenía dinero
suficiente para pagarle “la cama” a la Viudita Alegre, es suponer mucha cosa.
En el acto
de monjificación de Lutero vemos a un padre que
pertenece a la burguesía de su tiempo, con aspiraciones a la baja nobleza, y
que no entiende para nada la locura de su hijo. De abogado a fraile había y hay
el mismo abismo que de santo a diablo. Y no porque los papas del Renacimiento
hicieran ese camino un día sí y el otro también debe deducirse que cualquiera
podía meterse con el diablo como el que se mete bajo las sábanas de la patrona,
y luego salir tan campante, laúd en mano, a coger la borrachera a costa de la
Tuna.
Beber y
pasárselo bien, tener por amante una viuda alegre, todo eso lo podía comprender
aquel padre de un hijo de 23 años, fuerte como un toro y macho como dios manda;
lo que no podía entender el padre de Lutero era que por un voto hecho al diablo
en una noche de tormenta un joven a punto de hacerse abogado del imperio se
metiese en un hábito de monje. ¿De cuándo el hábito hizo santo a un calavera?
Los fans
luteranos se lavaron el cerebro comparando el viaje a caballo de con el viaje
de San Pablo. Si las comparaciones son malas ésa es un delito. Comparemos.
IX
Saulo vuelve
de la casa del gobernador romano con un Decreto de Holocausto contra todos los
Cristianos de la Judea. Saulo no se pierde bajo ninguna tormenta. Y si se
hubiera perdido y luego hubiera venido con el cuento de haber hecho un voto, se
entendería por lo novedoso del terreno recorrido; no siendo Saulo judío de
nacimiento, sino turco-judío de origen, que Saulo se perdiera por ahí, entre
Jerusalén y Damasco, cabía dentro de los cálculos. Lo que no cabía en la cabeza
de ningún judío era que un criminal de la clase de Saulo se encontrase por el
camino con el Rey del Cielo.
Martín
Lutero es un universitario que hace su camino entre la casa de sus padres y el
pueblo donde estudia, rutina que lleva haciendo mucho tiempo, y por esas cosas
del clima le pilla una tormenta en el camino. Los rayos caen, los relámpagos
truenan, la oscuridad es absurda ... ¿y el aspirante a abogado del imperio se
caga por las patas abajo en unos tiempos en que los Colones se arrojaban a
tormentas sobre las aguas de un abismo en el que si se caían adiós a las
viuditas alegres que dejaban sobre tierra firme para el disfrute de otros, como
el joven Lutero, por ejemplo?. ¿Qué comparación puede darse entre el viaje de
Saulo y el de Lutero?
1.-Saulo vio
a Jesucristo. Lutero al demonio en un rayo.
2.-Saulo
hacía un camino desconocido para él. Lutero había pasado mil veces por ese
camino.
3.-Saulo no
era judeo-palestino, era judeo-turco, y el clima de la zona -en cuanto no era
nativo de la Palestina- podía pillarle desprevenido. Lutero, por contra, era
Alemán de pura cepa, y que una tormenta le resultara un fenómeno desconocido en
una tierra donde lo que es raro es el sol y el cielo azul, es, si no para
maravillarse, sí para reírse.
Y ahora,
siguiendo la ley del “por los frutos los conoceréis”:
A) San Pablo
predicó el amor a todo el mundo; Lutero predicó el odio contra todo el mundo
que no doblase su rodilla ante su doctrina, especialmente contra los católicos,
pero no con menos fuerza contra los anabaptistas, por ejemplo.
B) San Pablo
prefirió morir antes que matar y ni en su boca ni en su mano se detectó jamás
palabra alguna aconsejando el crimen; Lutero predicó la Masacre contra los
Campesinos, el Genocidio contra los Judíos, y por supuesto la destrucción de
todos los Católicos. Los Anabaptistas eran ratas sin importancia contra las que
el fuego se debía aplicar sin más.
C) San Pablo
edificó para la Unidad; Lutero, para la División.
Y pues que
“Todo reino en Sí dividido será destruido”, Lutero trabajó para el Diablo.
El Diablo
fue el que jugó con su conciencia en aquella tormenta para la posteridad. Él,
amante de una viuda, un pecado alegre, pero pecado delante del Señor; sus
padres tan católicos ¿qué dirían si conocieran su secreto? ¡Lujuria de la
carne! ¡Desenfreno de la sangre! ¿No había en toda Alemania mujeres de su edad
para tener que ir a tirar el jugo de su juventud en las faldas de un amor
prohibido? ¿Qué era él, un pervertido, un vicioso, un corrompido? ¿No se
merecía su pecado un castigo?
Oscura era
la noche. Las Tinieblas rodearon al joven que corría o venía alegre de los
brazos de su amante, su “viuda alegre”, el talón de Aquiles de un estudiante de
voluntad de hierro y fina inteligencia, el hijo de un triunfador que aspiraba a
superar a su progenitor en triunfos en la vida: “Lutero y Abogados, Bufete del
Imperio”.
Lo llamaban
El Filósofo, según cuentan, por su labia, ésa labia que le ganaría los clientes
y a sus interminables clientes la victoria en épicos pleitos. El Filósofo,
entre plan y proyecto, cogía el laúd y se iba de tuna por las tabernas, a reír,
a cantar, a beber el trago de la vida hasta el fondo de la copa. Y al regresar
a su “zimmer” ... ella, su amante, su maestra
amatoria, su delito, su debilidad, su crimen, su muerte poética, el fuego que
le devoraba los sentidos y le hacía recorrer las distancias al encuentro de ...
ella.
Con Lutero
el Diablo se superó a sí mismo.
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