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 LUTERO, EL PAPA Y EL DIABLODÉCIMO TERCERA PARTEEl Protestantismo y el Papado 
           Ya se pueden ir sacando las primeras conclusiones finales que nos conduzcan de cabeza al final de 
          mi respuesta a este Debate. Una palabra emerge todopoderosas de 
          todo lo expuesto hasta aquí: Dinero. Un nombre tiene lo que los 
          propios autores del acto que define este nombre llamaron Reforma: 
          Rebelión. No hubo Reforma, hubo Rebelión.
           La Reforma no fue en ningún momento un movimiento 
          espiritual a la conquista de la “reforma” que la corte pontificia 
          romana se había negado a realizar en los últimos siglos. Para 
          nada. El Protestantismo fue la consecuencia 
          de esas continuas negaciones del obispado romano a revocar la 
          locura que, en el supuesto nombre de la autoridad jesucristiana 
          y contra la dignidad divina de la Sucesión de Pedro, estaba en 
          la base del desprecio de todas las naciones hacia -como gustaba 
          llamarse a sí mismo- el timón rector de esta Nueva Arca de Noé.
           No se puede ser muy infalible para comparar a la 
          Iglesia Católica con un Arca. ¿Habiendo jurado Dios que no volvería 
          a destruir al hombre mediante un diluvio, acaso acusaba el Papa 
          a Dios de ser la causa del diluvio de las Invasiones de los Bárbaros, 
          por ejemplo?
           Hay que ser algo más que falible para por decreto 
          propio situarse más allá de toda justicia, declarándose, por el 
          poder de Jesucristo y contra el Espíritu Santo, obispo-dios.
           Poco infalible hay que ser para, en virtud de la 
          Sagrada Escritura y contra el Espíritu Santo de Cristo, declararse 
          Papa más que Emperador.
           Bastante más que sujeto a error había que estar para 
          contra la doctrina de Jesucristo y por la Gracia de la sangre 
          de los mártires llamarse Santo Padre.
           Obispo-dios, papa-emperador, santo-padre, ¡por Dios 
          Santo!, cómo se podía manipular el Símbolo de Unidad en que Dios 
          convirtió la Debilidad de Pedro para transformar su Sucesión en 
          una cueva de ladrones, obispado romano e italiano ahogando a golpe 
          de excomunión y fuego de hoguera cualquier crítica.
           Aquí, pues, era donde estaba la Reforma. Ahí era 
          donde el Cielo y la Tierra clamaban por una Reforma. Al Espíritu 
          Santo que condujo a sus siervos a la Victoria, el obispo romano 
          le quitó el poder de sucesión apostólica que fuera la gloria del 
          Cielo y la Tierra cuando san Ambrosio eligió a su sucesor, san 
          Agustín, caso más llamativo y esplendoroso de la vitalidad invicta 
          y vivificante de la actuación libre y amorosa del Espíritu Santo.
           La necesidad, en efecto, obliga a muchas cosas. El 
          imperio de las circunstancias arrastra a las criaturas a hacer 
          lo que jamás creyeron que pudieran hacer. Es una de las leyes 
          de la Ciencia del bien y del mal. Todos aprendemos de las vueltas 
          que da la vida a valorarnos por lo que somos, a conocer nuestros 
          límites, a comprender a los demás mirándonos a nosotros mismos 
          en el espejo de la memoria. Sin embargo aquel obispado romano no parece que aprendiera para corregir, 
          no parece que conociera para tener más juicio. Al contrario, como 
          el enfermo que se despreocupa de su enfermedad y la deja crecer, 
          el obispado romano fue de mal en peor y no paró de cultivar su 
          enfermedad espiritual hasta que el grito de la fiebre causada 
          en todo el cuerpo cristiano se tradujo en Rebelión.
           Contra la Sabiduría, que diera por sentado que los 
          sucesores apostólicos están sometidos a las leyes humanas y por 
          tanto como cualquier hijo de hombre pueden equivocarse -de aquí 
          que se diera un Símbolo de Unidad- el obispado romano se hizo 
          infalible, cuando las páginas de su Historia están llenas de sus 
          errores, de sus crímenes y de sus corrupciones.
           Contra Dios Padre, que abolió el Imperio en el Cielo 
          y fundó un único reino universal aquí en la Tierra, el obispado 
          romano resucitó el Imperio, y no uno cualquiera, no, resucitó 
          de su tumba el imperio que más odioso les era a Dios y a su Hijo, 
          el Romano.
           Contra su Señor, que se levantó contra el Templo 
          Antiguo por haber sido transformado en una cueva de ladrones, 
          el obispado pontificio en Francia y desde Francia transformó el 
          Primado Romano en una nueva cueva de ladrones con un único propósito, 
          la extorsión de los pueblos cristianos.
           ¿Había razones para una Reforma? ¿Volvemos a hablar 
          de Pornocracia de los santos-padres, aquellas series de miserables 
          obispos romanos que se sucedieron en las camas de sus prostitutas 
          sagradas, convirtiendo la sucesión de San Pedro en una lista negra 
          de bestias compitiendo entre ellas a ver quién era el peor, el 
          más sanguinario, el más depravado? ¿Hablamos de la maldición pontificia 
          que a raíz de la entronización del obispo-dios, por obra y gracia 
          de la locura de Gregorio VII condujo a los obispos romanos a huir 
          de su sede, violando el derecho canónico que le prohibía a un 
          obispo abandonar su sede por miedo a la muerte? ¿Volvemos a hablar 
          de la esquizofrenia egolátrica de aquel Bonifacio que convirtió 
          el Oficio Pastoral en Imperium?
           ¿Había causas para una Reforma? Pero por qué hablar 
          tanto cuando las palabras de un hijo de hombre no son más que 
          viento y sólo por el amor del Creador a su criatura se le concede 
          el maravilloso don de la palabra. Que hable el Hijo de Dios y 
          de su boca sempiterna se oigan los términos del Contrato por el 
          que los Obispos y todos los sacerdotes son contratados a su Servicio, 
          y por su Gloria y Majestad transfigurados en su Cuerpo:
           “No vayáis a los gentiles ni penetréis en ciudad 
          de samaritanos; id más bien a las ovejas perdidas de Israel, y 
          en vuestro camino predicad diciendo: El reino de Dios se acerca. 
          Curad a los enfermos, resucitad a los muertos, limpiad a los leprosos, 
          arrojad a los demonios; gratis lo recibís, dadlo gratis. No os 
          procuréis oro ni plata, ni cobre para vuestros cintos, ni alforja 
          para el camino, ni dos túnicas ni sandalias, ni bastón, porque 
          el obrero es acreedor a su sustento. En cualquier aldea o ciudad 
          en que entréis, informaos de quién hay en ella digno y quedáis 
          allí hasta que partáis, y entrando en la casa, saludadla. Si la 
          casa fuera digna, venga sobre ella vuestra paz; si no lo fuera, 
          vuestra paz vuelva a vosotros. Si no os reciben o no escuchan 
          vuestras palabras, saliendo de aquella casa o de aquella ciudad, 
          sacudid el polvo de vuestros pies. En verdad os digo, que más 
          tolerable suerte tendrá la tierra de Sodoma y Gomorra en el día 
          del juicio que aquélla ciudad”.
           Y de nuevo:
           “Os envío como ovejas en medio de lobos; sed, pues, 
          astutos como serpientes y sencillos como palomas. Guardaos de 
          los hombres, porque os entregarán a los sanedrines y en sus sinagogas 
          os azotarán. Seréis llevados a los gobernadores y reyes por amor 
          a mí, para dar testimonio entre ellos y los gentiles. Cuando os 
          entreguen, no os preocupéis cómo o qué hablaréis, porque se os 
          dará en aquella hora lo que debéis decir. No seréis vosotros los 
          que habléis, sino el Espíritu de vuestro padre el que hablará 
          en vosotros. El hermano entregará al hermano a la muerte, el padre 
          al hijo, y se levantarán los hijos contra los padres y les darán 
          muerte. Seréis aborrecidos de todos por mi nombre; el que persevere 
          hasta el fin, ése será salvo. Cuando os persigan en una ciudad, 
          huid a otra; y si en ésta os persiguen, huid a una tercera. En 
          verdad os digo que no acabaréis las ciudades de Israel antes de 
          que venga el Hijo del hombre. No está el discípulo sobre el maestro, 
          ni el siervo sobre el amo; bástele al discípulo ser como su maestro 
          y al siervo como su señor. ¡Si al amo le llamaron Belcebú cuánto 
          más a sus domésticos! No los temáis porque nada hay oculto que 
          no llegue a descubrirse, ni secreto que no venga a conocerse. 
          Lo que yo os digo en la oscuridad, decidlo a la luz, y lo que 
          os digo al oído, predicadlo sobre los terrados. No tengáis miedo 
          a los que matan el cuerpo, que el alma no pueden matarla; temed 
          más bien a aquel que puede perder el alma y el cuerpo en la gehenna. 
          ¿No se venden dos pajaritos por un as? Sin embargo ni uno de ellos cae en tierra sin la voluntad de vuestro Padre. Cuanto a vosotros, aun los cabellos todos 
          de vuestra cabeza están contados. No temáis, pues valéis más que 
          muchos pajarillos. Pues todo el que me confesare delante de los 
          hombres, yo también le confesaré delante de mi Padre, que está 
          en los cielos; pero a todo el que me negare delante de los hombres, 
          yo le negaré también delante de mi Padre, que está en los cielos. 
          No penséis que he venido a poner paz en la tierra; no vine a poner 
          paz, sino espada. Porque he venido a separar al hombre de su padre, 
          a la hija de su madre, y a la nuera de su suegra, y los enemigos 
          del hombre serán los de su casa. El que ama al padre o a la madre 
          más que a mí, no es digno de mí; y el que ama al hijo o a la hija 
          más que a mí, no es digno de mí; y el que no toma su cruz y sigue 
          en pos mía, no es digno de mí. El que halla su vida, la perderá, 
          y el que la perdiere por amor a mí, la hallará. El que os recibe 
          a vosotros, a mí me recibe, y el que me recibe a mí, recibe al 
          que me envió. El que recibe al profeta como profeta, tendrá recompensa 
          de profeta; y el que recibe al justo como justo tendrá recompensa 
          de justo; y el que diere de beber a uno de estos pequeños sólo 
          un vaso de agua fresca en razón de discípulo, en verdad os digo que no perderá su 
          recompensa”.
           Y se calló. El que quisiera firmar el Contrato de 
          Siervo que lo firme, el que no que se quede en casa. A nadie obliga, 
          el Hijo de Dios no va por ahí sacando de la cama, látigo en mano 
          obligando a la gente a volver a nacer a la imagen y semejanza 
          de Cristo. La cuestión es, viendo este perfil del Discípulo-Siervo 
          ¿en qué se asemeja o se le parece aquel obispado romano contra 
          el que se hizo la Rebelión de media Cristiandad, y con toda la 
          razón del mundo? Rebelión es el término que define el acontecimiento 
          que sus protagonistas llamaron Reforma. Ahora que hable Lutero:
            
                
           
           CAPÍTULO 88.
           La Iglesia y el Papa
            
           -Del mismo modo: ¿Qué bien 
          mayor podría hacerse a la iglesia si el Papa, como lo hace ahora 
          una vez, concediese estas remisiones y participaciones cien veces 
          por día a cualquiera de los creyentes?
              
           Dinero es el objeto en juego. De Reforma de la Curia 
          no se habla. Contra la esquizofrenia egolátrica del obispado romano 
          y el milagro de la transformación de la fe en la gallina de los 
          huevos de oro el reformador no dice palabra. No quiere reformar, 
          quiere entrar en el negocio. No levanta su dedo crítico, no alza 
          una voz profética; su voz es la de la mente racional que mira 
          a la fe desde la plataforma del conocimiento y desde esa posición 
          entabla una discusión con los ladrones que habían hecho de la 
          Iglesia una cueva, pero no para enfrentarse al Dragón cual san 
          Jorge, sino para frotarse las manos y participar en el robo. ¿O 
          acaso él era un Quijote, uno de esos locos de atar a la cama de 
          fuego, Savonarola por ejemplo? No señor, el papa es el Santo Padre 
          y a él le debe todo su respeto la mente racional de Lutero, lo 
          único que le interesa al reformador es hablar de Dinero.
            
            
           
           CAPÍTULO 89.
           La salvación de las almas
             
           -Dado que el Papa, por medio 
          de sus indulgencias, busca más la salvación de las almas que el 
          dinero ¿por qué suspende las cartas e indulgencias ya anteriormente concedidas si son igualmente eficaces?
              
           Maestro en artes filosóficas, doctor en teología 
          y de hobby experto en derecho canónico. Un buen partido. Un aliado 
          fenomenal para un negocio que no le estaba dando todo el fruto 
          esperado a su amo y estaba levantando una polvareda superior a 
          lo que se hubiera podido esperar de algo tan simple como la venta 
          de indulgencias, algo que se llevaba haciendo nadie sabía desde 
          cuándo. ¿Qué podía importarle a un Lutero, que por doctrina evangélica 
          predicaba el odio a sí mismo, y era de suponer que desde su odio 
          a sí mismo poco le podía importar el resto del mundo, empezando 
          por aquella maldita reforma que no llegaba nunca y nunca dejaba 
          de ser pedida; qué le podía importar a aquel Lutero que por orgullo 
          propio tirara por la borda su juventud; qué le podía importar 
          a aquel Lutero, amargado por cobarde, que sólo en la Razón pudo 
          encontrar salvación para su locura, que ya hasta veía al Diablo 
          en su celda; qué le podía importar a ese Lutero la crítica de 
          los intelectuales de su tiempo contra el negocio que se habían 
          montado el arzobispo, el papa y los Fugger? Con la Fe sola no 
          se come.
           ¡Qué le importaba a él si el papa remitía todos los 
          pecados y hasta al mismo Diablo absolviera de violar a la madre 
          de Dios! A él toda esa payasada de los racionalistas de turno 
          como Erasmo le importaban tanto como el odio al Yo Propio que 
          predicaba; lo que de verdad le importaba a Lutero era el Dinero, 
          el negocio, entrar en el negocio, progresar en su carrera eclesiástica. 
          Dar un paso adelante, salir de aquella Wittenberg oscura donde 
          vivía su condena de profesor de teología hasta la muerte. Él era 
          más que todo eso, estaba preparado para algo más que nada más 
          que eso. Sabía cómo darle la vuelta al fracaso que estaba experimentando 
          el negocio y quería hacerlo. ¿Por qué no darle la oportunidad? 
          Él sabía y podía:
            
           
           CAPÍTULO 90.
           La desdicha de los cristianos
            
           -Reprimir estos sagaces argumentos 
          de los laicos sólo por la fuerza, sin desvirtuarlos con razones, 
          significa exponer a la Iglesia y al Papa a la burla de sus enemigos 
          y contribuir a la desdicha de los cristianos.
              
           Por supuesto que aquel maestro en artes retóricas 
          estaba preparado para vencer estos argumentos “sagaces” de los 
          laicos contra las indulgencias.
           Y sus jueces no lo pusieron en ningún momento en 
          duda. Lo que no les gustó para nada fue la amenaza que latía en 
          su pulso en caso de no aceptar su oferta. Lutero no se ofrecía 
          a servir a su amo el arzobispo con la humildad del que es movido 
          por un celo impulsivo y arrastrado por su fuerza sale en defensa 
          de la dignidad y santidad del santo padre y sus siervos. No. Lutero 
          amenazaba. Aparte de que el negocio no estuviera resultando todo 
          lo bueno por culpa de los argumentos sagaces de los laicos y otros 
          no tan laicos, le ofendía a todo un arzobispo, señor feudal en 
          toda la regla, que un lacayo se atreviera a amenazarle con doblar 
          la sagacidad de esos argumentos si no se le abría la puerta y 
          se le concedía el cargo del comisario ante el que todos los obispos 
          debían bajarse los pantalones.
           Aquello era demasiado. Pedido el puesto de otra forma, 
          hecha la oferta bajo otros términos, quizá quizá quizá...
            
           
           
           CAPÍTULO 91.
           El espíritu y la intención
             
           -Por tanto, si las indulgencias 
          se predicasen según el espíritu y la intención del Papa, todas 
          esas objeciones se resolverían con facilidad o más bien no existirían.
              
           El perro se tumba, alza las patas y muestra su panza 
          para que su amo lo acaricie. (Los perritos me perdonen por usar 
          esta comparación y meterlos a ellos donde no debiera). “Por tanto 
          si las indulgencias se predicasen según el espíritu del papa.....”. 
          ¿Hacen faltas más palabras?
            
           
           
           CAPÍTULO 92.
           Pueblo de Cristo
            
           -Que se vayan pues todos 
          aquellos profetas que dicen al pueblo de Cristo: “Paz, paz”; y 
          no hay paz.
              
           Vamos a jugar a las palabras. Y usando las armas 
          retóricas de Lutero traducimos esta proposición en su contraria: 
          Que vengan todos los profetas que gritan Guerra, Guerra, y haya 
          Guerra.
           Hermano Lutero, ¿cómo podía sonar esta amenaza en 
          las orejas de un arzobispo al que no le iban precisamente bien 
          las cosas? ¡El negocio que se había montado con los Fugger cuesta 
          abajo y tú le entras amenazándole con guerra si no acepta tu oferta! 
          Esa no era forma de cortar tajo, hermano Lutero. Como diablo de 
          abogado no fuiste muy listo. Bueno, no fuiste listo ni una sola 
          vez en tu vida. Primero la cagas por una tormenta de las que en 
          Alemania las ha habido toda la vida y tiras tu futuro y tu juventud 
          por la borda; después vuelves a cagarla cuando te estás volviendo 
          loco en el convento y no eres capaz de colgar la sotana. Y ahora 
          vuelves a cagarla por tercera vez.
           Hermano Lutero, el papa era un diablo de obispo, 
          pero tú eras un diablo de profesor de todo y de nada que se creía 
          más listo que el resto del mundo. Y eso no puede ser, hermano 
          Lutero. Nadie tiene la razón todo el tiempo, nadie puede estar 
          equivocado todo el tiempo. Según tú, tú no te equivocaste nunca. 
          O sea, eras tan infalible como aquel al que mandabas al infierno. 
          ¿Qué tal si los dos discutís allí si la Reforma fue Revolución 
          o Rebelión? ¿Qué querías, que el arzobispo despidiera por las 
          buenas a los comisarios y pusiera en tus manos el negocio? No 
          te podías conformar con un trozo ¿verdad, hermano Lutero? Tú tenías 
            que tener, como el otro la espada, el cuchillo para partir 
          la tarta. Hombre de Dios, ¿no sabías que demasiado azúcar hace 
          con los dientes lo que un buen puñetazo, echarlos abajo? Pobre 
          hermano Lutero, una pata en el infierno y enemistado a muerte 
          con el único que puede echarle un cable, ¿qué haremos contigo, 
          te encenderemos una vela sobre las ruinas de los altares que ordenaste 
          destruir? ¿Diremos una misa por tu alma en la iglesia contra la 
          que prohibiste rezar por los difuntos? ¿Cómo pudiste llevar tan 
          lejos tu incapacidad para tomar esas decisiones correctas que 
          hubieran alegrado tu propia vida? ¿No fuiste capaz de decidir 
          por ti mismo y para ti mismo qué era lo mejor para tu propia felicidad 
          y te atreviste a decirle al resto del mundo qué era lo que le 
          convenía para la salvación de su alma? ¿O no escuchaste lo que 
          Jesucristo dijo: De qué le vale a hombre salvar al mundo si pierde su alma?
           Hermano Lutero, eras un necio, ¿si no te podías salvar 
          a ti mismo cómo ibas a salvar a tu prójimo, y menos a un mundo? 
          La respuesta venía con la pregunta. Árbol bueno da fruto bueno; 
          árbol malo, fruto malo. Hasta un chiquillo es capaz de comprender 
          esta filosofía divina. Si el fruto del árbol de tu Razón fue convertirte 
          en un hijo de la perdición, ¿cómo un hijo de la perdición iba 
          a salvar a nadie? También se puede decir desde la filosofía natural: 
          A tales fines, tales medios. ¿Ves cómo no había que estudiar tanto 
          para aceptar la verdad con el corazón inocente y puro de un chiquillo?
           Hay Cielo y hay Tierra; hay Infierno y hay Paraíso. 
          Hay Verdad y hay Mentira; hay Diablo y hay Cristo. Hay Reforma 
          y hay Rebelión, pero tú hiciste lo último, no lo primero; tú hiciste 
          que los primeros, los pobres, fueran los últimos, y los últimos, 
          los ricos, los primeros. Tú pusiste Odio donde Jesús puso Amor. 
          Tú pusiste Guerra donde Jesús puso Paz: Jesús puso Guerra entre 
          el Diablo y su reino, pero Paz entre los hermanos. Tú rompiste 
          esa Paz en nombre de tu fracaso. Nunca pudiste aceptar que te 
          equivocaste, nunca distes tu brazo a torcer. Era tu defecto, y 
          tu defecto era tu locura. Pero tu locura nunca fue sabiduría a 
          los ojos de Dios. Aunque la sabiduría del obispado romano sí era 
          locura a los ojos de Dios, esta locura no la atacaste, y no la 
          atacaste porque tú querías ser el siguiente dios en la Tierra. 
          Tu ambición te perdió, hermano Lutero. Y por eso decías cosas 
          tan increíbles como la que sigue:
            
           
           CAPÍTULO 93.
           “Cruz, cruz”
            
           -Que prosperen todos aquellos 
          profetas que dicen al pueblo: “Cruz, cruz” y no hay cruz.
              
           ¿Qué diremos de la lectura de esta declaración de 
          locura? Ciertamente no había entre toda aquella gente culta, laica 
          o seglar, uno sólo del que se pudiese decir: He ahí un Siervo 
          de su Señor. Lógico por tanto que fuese la hora de esa sabiduría 
          que es locura a los ojos de Dios.
           Lutero, Lutero, todo hombre es culpable de los crímenes 
          que comete y de los que con sus palabras arrastra a otros a cometer. 
          Pero para todos está ahí Quien a todos otorga Sabiduría para no 
          caer en el abismo al que el papado arrastró a la cristiandad y 
          estuvo en la Causa de la Rebelión Protestante que fue su Efecto. 
          Sólo ella, la Sabiduría, salva al pueblo de la alianza entre lobos 
          y pastores. Quien no tiene inteligencia para evitar su perdición 
          por culpa de tales monstruos no tiene tampoco excusa estando ahí 
          nuestro Dios y Padre para concedernos toda la inteligencia que 
          haga falta. Y si alguno cree que en todo el Cielo no hubiera tanta 
          para satisfacer su sed de conocimiento ya se enterará cuando tenga 
          que decir: Señor, ¿no ves que me ahogo?
            
           
           CAPÍTULO 94.
           Penas, muertes e infierno
            
           -Es menester exhortar a los 
          cristianos que se esfuercen por seguir a Cristo, su cabeza, a 
          través de penas, muertes e infierno.
              
           En otras palabras, hay que exhortar a los cristianos 
          a que sigan siendo eternos borricos.
           Hermano Lutero, tu ignorancia no tenía enmienda. 
          Lo único y sólo a que se debe exhortar a un hermano es a no tenerle 
          miedo al Padre de todos y convencerle para que le pida inteligencia, 
          que la Sabiduría, como ya dije, ama al hombre y siendo el espejo 
          del amor divino se derrama en los que la buscan. Ella es la Ciudad 
          inconquistable tras cuyos muros vive el cristiano como príncipe 
          invencible que se ríe desde la Torre de la Gracia de los ataques 
          del Infierno. Nosotros somos la Descendencia Invencible a la que 
          bajo juramento se ató el Altísimo, diciendo: “Por mí mismo juro, 
          palabra de Yavé, que por haber hecho tú cosa tal, de no perdonar 
          a tu hijo, a tu unigénito, te bendeciré largamente, y multiplicaré 
          grandemente tu descendencia como las estrellas del cielo y como 
          las arenas de las orillas del mar, y se adueñará tu descendencia 
          de las puertas de sus enemigos, y en tu posteridad serán bendecidas 
          toda las naciones de la tierra, por haberme tú obedecido” (Génesis-El 
          sacrificio de Isaac). Ahora bien, ¿cómo nos enfrentaremos a la 
          que no vemos y repta en el polvo invisible de las letras de los 
          libros de nuestros muertos?
           La Muerte, el último enemigo, nos reta. El Rey en 
          persona sale al frente de los ejércitos, sus hijos en la vanguardia 
          abren la marcha. Una sola doctrina para todos. Sabiduría, más 
          Sabiduría, y siempre Sabiduría. Que todos los ejércitos despierten 
          y vengan a recoger tanta como puedan sus músculos llevar. Inteligencia, 
          entendimiento, fortaleza, consejo y temor de Dios, el espíritu 
          que estuvo al Principio y anduvo sobre la superficie de las Aguas 
          anda de nuevo al Final llamando a todos a caminar sobre las aguas 
          de la ignorancia. Moisés dividió el mar, Jesús anduvo sobre sus 
          aguas. Él es nuestra gloria y el Camino que trazó es nuestra senda. 
          Que diga Lutero su última palabra:
            
            
           
           CAPÍTULO 95.
           Ilusoria seguridad
             
           -Y a confiar en que entrarán 
          al cielo a través de muchas tribulaciones, antes que por la ilusoria 
          seguridad de paz.
              
           Bueno, ya es hora de cerrar este Debate. Es la ley 
          de la evolución de las cosas. Y en fin, 
          el fruto de toda relación entre hermanos mira al crecimiento de 
          todos para que ya nadie tenga que enseñar a nadie. Este era mi 
          objetivo. Y creo que bajo su luz me he conducido. Por vosotros 
          mismos podéis refutar la estupidez de estas últimas palabras.
            
            
            
           
 
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