web counter

www.cristoraul.org

 

 
 

 

 

LUTERO, EL PAPA Y EL DIABLO

DEBATE

Sobre la Libertad del Hombre

 

 

-Por amor a la verdad y en el afán de sacarla a luz, se discutirán en Wittenberg las siguientes proposiciones bajo la presidencia del R. P. Martín Lutero, Maestro en Artes y en Sagrada Escritura y Profesor Ordinario de esta última disciplina en esa localidad. Por tal razón, ruega que los que no puedan estar presentes y debatir oralmente con nosotros, lo hagan, aunque ausentes, por escrito. En el nombre de nuestro Señor Jesucristo. Amén.

 

Siéndome imposible estar de cuerpo presente en Wittenberg para la fecha -1517 d.C.- pero acogiéndome al ruego: “Que responda por escrito”, yo, Cristo Raúl, hijo de Dios, ausente para participar en el debate oral abierto contra la Santa Madre Iglesia, aunque tarde, pero siempre a tiempo, respondo por escrito a las proposiciones del R. P. Martín Lutero, Maestro en Artes y en Sagrada Escritura.

“Por amor a la verdad” dice el autor. Pero yo, y conmigo cualquiera que se precie de no ser esclavo del pensamiento de nadie, yo sólo sé dos cosas. Primero, que Verdad sólo hay una. Y segundo, que verdades han habido tantas como civilizaciones se han inventado los hijos de la Tierra.

Y sigue habiendo tantas como hombres haya capaces de inventarse una nueva.

No hay necesidad de perderse en filosofías, historias de las religiones, recuentos de ideologías, todas verdaderas, todas sublimes, todas perfectas, todas absolutas, todas inmarcesibles. A estas alturas de la Historia todo el mundo sabe que la capacidad de la inteligencia humana para fabricarse una verdad propia que vaya con la mentalidad y el gusto del fabricante … es casi infinita.

El talón de Aquiles de la Libertad es precisamente esta capacidad del Individuo para crearse su propia verdad, ajena, extraña e incluso hasta enemiga de la verdadera estructura de la Realidad Universal, de la que la Verdad es su modelo cognoscitivo, y respecto a la cual el Hombre es su encarnación pensante.

Así que cuando Dios creó al Hombre en ningún momento podía privarle de esta Libertad en razón del punto débil que dejaba abierto en sus defensas al dotarle de la facultad de elegir entre la Verdad Universal y una verdad fabricada a la medida humana.

(Más que decir “a su medida” debería decir a la medida de su ambición y de sus pasiones temporales).

Dios no podía y no lo hizo.

Al contrario de lo que se piensa : la Perfección de la Inteligencia Creadora encuentra en la Libertad de los hijos de Dios su punto más alto de Gloria. Y viceversa : la gloria de los hijos de Dios encuentra en la Perfección de la Inteligencia Creadora su punto más alto de Libertad. Pues si no fuéramos capaces de realizar una elección seríamos máquinas. Y si no fuésemos capaces de comprender el universo que nos rodea, y por qué nos rodea, seríamos bestias.

Dicho esto, de lo que aquí se va a tratar es de descubrir si “el amor a la verdad” del autor de las 95 Tesis se refiere al amor por la Verdad Universal, o a esa otra verdad que el propio Lutero, como hombre, tenía el poder de inventarse. En este orden el recurso a la inspiración del Espíritu Santo no puede invalidar ni negar el hecho de ser en todo el autor de las 95 Tesis un hombre igual a todos los hombres. Ahora bien, si el recurso al Espíritu Santo es usado para violar la Igualdad entre todos los hijos de Dios y alzar una raza superior llamada a dirigir y gobernar el espíritu de todos los demás seres de la creación, en este caso no estamos hablando de Inteligencia, sino de demencia.

Se desprende de la Biblia que este tipo de demencia fue la plataforma desde la que Satanás inició su evolución hacia la Bestia.

Conociendo a Dios y cuánto le gusta usar las imágenes como medio de comunicación, hasta hacer de la Simbología un Lenguaje, se entiende que al darnos la Bestia como imagen del Rebelde nos está diciendo que hay caminos evolutivos que no llevan hacia adelante sino hacia atrás. El camino elegido por la Bestia: levantar una raza superior llamada a gobernar al resto, es de todos los caminos malos el peor. Los hechos lo demuestran: primero Serpiente, luego Maligno, finalmente Bestia. De la astucia a la maldad, de la maldad a la demencia. Por lo tanto el recurso al Espíritu Santo por parte de una nación que siguió esta evolución no tiene legalidad. Pudo haberlo tenido en su momento, antes de haberse desarrollado la semilla y haberle ofrecido al resto del mundo su fruto: «guerra mundial». A este lado del Apocalipsis la santidad de la Reforma y de su padre, Martín Lutero, es un artículo de confesión, sin riesgo a pecar contra la caridad, sólo apto para dementes.

Pues los cristianos no podemos olvidar que antes que los alemanes los judíos invocaron esa misma confesión, y la hicieron suya. El recurso al Espíritu Santo que los judíos hicieron los condujo a creerse la Raza nacida para dirigir el destino de todas las naciones del universo, sobre las cuales reinarían per seculam seculorum. A esta demencia se reducía el judaísmo antes del Nacimiento.

Cuando Jesucristo rechazó la hipótesis del Hijo de David como un Nuevo Augusto reinando sobre un mar de sangre, ese Día fue sellada la naturaleza patológica de la teoría de la existencia de un pueblo elegido nacido para gobernar a todas las demás naciones de la Creación. Incapaces los judíos de renunciar a «su sabiduría» fue esta “demencia” la que los condujo a declararle la Guerra al Dios al que adoraban. Y estando aún en la cual muchos judíos todavía creen de verdad que Dios les dará un Mesías rey que les pondrá el mundo a sus pies, elevando su Raza y Religión sobre todas las demás. Ese rey mesías por llegar, y todo el mundo lo verá con sus ojos, declarará en nombre de Dios, y todo el mundo lo oirá con sus orejas, que los hijos de Abraham, y no los de Alemania, son la verdadera raza superior.

Entonces, el recurso al Espíritu Santo de Lutero, Maestro en Sagrada Escritura, es un argumento que, personalmente, considero sin validez en este Debate. Por dos motivos. Primero porque los títulos académicos tienen por objeto el dominio de ciencias referidas a cosas y actividades humanas, y siendo el propósito de cualquier actividad social ganarse el pan con el sudor de la frente propia, los títulos hacen sabio al hombre en la medida que les hace ganar más o ganar menos, de manera que quien gana más es más sabio y los que ganan menos son menos listos, hasta llegar a los que no ganan nada que son los más tontos. Doctrina ésta que puede parecerle al lector muy profana, pero que bueno, fue el pan de cada día del Calvino hermano en la Reforma de Lutero.

Como muy bien reconoció el Protestantismo en la persona y figura de su apóstol Calvino : los elegidos están marcados por la providencia. El sello de la providencia sobre los elegidos son las cosas materiales: las riquezas, la belleza, la inteligencia, la fuerza. Todas estas cosas crean una marca que, si en el individuo no parece que pueda leerse su signo, como no se sabe a qué molécula pertenece una partícula desde el núcleo de cualquiera de sus átomos, en el conjunto sí crea una figura, semejante o parecida a la que se le hace en la carne a las bestias.

Eres rico, eres un elegido; eres fuerte, eres un elegido; eres guapo, eres un elegido. Si eres pobre, arrodíllate y vive como siervo del rico elegido. Si eres débil, prepárate a morir, o vive como esclavo del fuerte. En fin, no voy a llevar hasta el extremo las consecuencias de la doctrina protestante calvinista. Ya las llevó Hitler.

De manera que, a no ser que alguien piense lo contrario, y no vea en el trabajo la necesidad de servir a los demás para servirse a sí mismo, no veo yo cómo pueda negarse que los títulos hagan a los hombres sabios a la manera que mi hermano el albañil es sabio en su oficio, y mi vecino mecánico es sabio en el suyo, y así cada cual es sabio en su tema. Sabiduría maravillosa como es, por muy hermosa que sea esta sabiduría sobre la que se basa la alegría y la salud de nuestros hijos, hay que decirlo a boca llena y saberlo reconocer a pleno pulmón, sin prejuicio, vergüenza o sentimiento de inferioridad de ningún tipo: Esta sabiduría no le confiere a nadie poder para entender de esas cosas sobre las que el Hijo de Dios dijera: “En verdad, en verdad te digo que quien no naciere del agua y del Espíritu, no puede entrar en el reino de los cielos. Si hablándoos de cosas terrenas no creéis ¿cómo creeríais si os hablara de cosas celestiales?”. (Juan-Visita de Nicodemo). De donde se ve que hay cosas terrenas, humanas, que tienen que ver con los títulos, y cosas celestiales, espirituales, que no tienen que ver nada con los títulos. Como la ocasión la pintan calva, Jesús aprovechó la charla con Nicodemo para dejarnos bien abiertos el espacio entre las dos sabidurías, la humana y la divina. Nicodemo encarna aquí al actor social cuya gloria se desprende de su título, Maestro en Sagrada Escritura de Israel. Jesús encarna al hombre que no en los títulos sino en Dios tiene la fuente de su sabiduría. Y escribe este capítulo en su Evangelio para que las generaciones venideras no cayéramos en la trampa de decir: Amén, cuando habla un hombre con un título en Sagrada Escritura.

Lamentablemente, en el caso que nos ocupa Lutero no necesitaba de nadie que consagrara su palabra, él mismo ponía su Amén: “Por amor a la verdad…amén”. Como el artista que se aplaude solo, Lutero suelta sus títulos, en plan Nicodemo: “Yo, Reverendo Padre Martín Lutero, Maestro en Filosofía y en Teología, Profesor de Sagrada Escritura…”. Un pecadillo que no tendremos en cuenta, y por venial hasta ni le impondremos penitencia; aunque claro, no sería mala idea que se curase el orgullo en el Purgatorio y se salvase mediante alguna indulgencia… «Vanidad de vanidades y todo es vanidad», se quejó aquél sabio de la Biblia. La cuestión es, nunca mejor dicho, si el hábito hace el monje o el monje hace al hábito.

¿La Filosofía, o el título de profesor de filosofía hacen al Filósofo? ¿El ser nace o se hace? ¿Es primero el sabio o la sabiduría? ¿Es la Filosofía la que hace al filósofo o el filósofo el que la hace a ella? Y así hasta el infinito.

Es un tema alrededor del cual se ha escrito una montaña de respuestas. En un Debate como este no creo que sea buena idea seguirle la pista eternamente. Es más cómodo atenerse a la respuesta jesucristiana: el sabio no se hace, nace. En sus palabras: “En verdad, en verdad te digo que quien no naciere del Espíritu no entrará en el reino de los cielos”.

Lo dicho, primero es la Sabiduría y luego viene el sabio. Como aquel Sócrates que sólo sabía que no sabía nada - ¿porque nunca tuvo un título que garantizase que sabía algo?- confesión curiosa donde las haya, máxime en boca de un hombre que aplastaba con su verbo, su afirmación nos descubre la idea que el propio Sócrates tenía de los títulos de los sabios de su tiempo: los sofistas, y la idea que él tenía de sí mismo.

A diferencia de los sofistas, Sócrates no tenía ningún título que certificara su sabiduría. Y como el propio Jesús, que sin estudiar jamás teología revolucionó el mundo de la Teología, también él revolucionó el mundo de la Filosofía. Contra sus enemigos Sócrates no sólo se glorió de no tener títulos, sino que basó su gloria en el hecho de no tenerlos. De aquí que lanzara al viento de la eternidad su proclama: «Yo sólo sé que no sé nada». Proclama curiosa y reveladora que nos descubre las palabras exactas con las que solían ponerlo verde sus enemigos: «Ese hombre no sabe nada» (porque no tenía ningún título). Más listo que sus críticos Sócrates convirtió la crítica a su ignorancia según los cánones en la bandera de su sabiduría revolucionaria: «Sólo sé que no sé nada». (Si no había estudiado nada no podía saber nada, y si hubiera estudiado algo tendría algún título). Sócrates siguió a lo suyo y revolucionó sin títulos el mundo de la Filosofía. Lo mismo que nuestro Jesús, que sin títulos revolucionó el mundo de la Teología.

Otra vez, comparando entre aquéllos dos hombres que nacieron del Espíritu, cada uno a su manera, y del Espíritu bebieron su sabiduría, aunque las comparaciones nunca sean justas, ninguno de los dos, ni Sócrates ni Jesús fueron por la vida echándose las flores del Amén sin haber probado antes que se merecían esa gloria.

Para el día de la apertura de este Debate -31 de octubre del 1517- Lutero no había hecho ni bien ni mal todavía, no había probado ni de palabra ni de obras que se mereciera la gloria del Amén, y ya se santificaba a sí mismo cerrando sus palabras con ella: «Amén»

Un  “Amén” que sólo al público nos corresponde en justicia concederlo o retirarlo, máxime teniendo en cuenta que sólo a la Palabra de Dios le es natural, de manera que al hacerlo reconocemos que la palabra de ese hombre y la de su Creador en el asunto tratado son una misma cosa.

¿No fue «Amén» la confesión que pronunciaron Eva y Adán cuando oyeron la palabra de Satanás?

En este caso el «Amén» se lo concede a sí mismo el autor. Más aún, a imitación de aquel Satanás que engañó a Eva jurándole venir en nombre de Dios, el Reverendo Padre Martín Lutero jura con su Amén venir en nombre de su Hijo. “En el nombre de nuestro Señor Jesucristo. Amén”.

No piense quien está leyendo este libro que desde el principio soy duro a muerte contra el autor de las 95 Tesis. No se equivoque; igualmente sería duro con cualquiera que en razón de su título o títulos me viniese diciendo que me habla en nombre de Jesucristo. Mi primera impresión sería la de estar hablando con un demente. Y si encima me condena por pedirle que me lo demuestre entonces ya ni lo escucho. ¿Por qué creyó Nicodemo que Jesús venía hablando de parte de Dios: por sus palabras o por sus Obras?

Nicodemo (Maestro en Sagrada Escritura, sabio en razón de su título) creyó en la palabra de Jesús (ignorante que no sabía nada, no tenía ningún título) porque sus Obras hablaban por Él. En el caso que nos ocupa, el Reverendo Padre Martín Lutero no ponía sobre la mesa ninguna Obra por la que hubiera podido verificarse que venía hablando en nombre del Señor Jesucristo. Y no sólo no ponía ninguna Obra sobre la mesa por la que juzgar la verdad de su confesión, sino que encima le quitaba todo valor a las Obras, “que en nada contribuyen a la Fe”. ¡Un tipo listo! ¿O diríamos: astuto?

Astucia, maldad, demencia. Estos son los tres grados de evolución que Dios nos descubrió en la progresión del Rebelde. ¿La demencia que el pueblo alemán sufrió en sus carnes no tendría en esta astucia su germen? Ya veremos cómo resolvemos este misterio. Por ahora centrémonos en los hechos y desde sus efectos reconozcamos que en un mundo gobernado por las leyes de la Ciencia del bien y del mal cada cosa tiene su contrario. El calor, al frío; el sabio, al necio; el cobarde, al valiente; y así hasta el infinito. Y ya que he reconocido que hay una sabiduría inaccesible a los títulos académicos, porque con ella no busca el hombre ganarse el pan de cada día, tengo que poner sobre la mesa mi segunda razón para rechazar la validez del título de Maestro en el que Lutero funda su verdad como garantía de su verdad, y «Amén».

Centrando el tema diré que a mí siempre me ha gustado mucho Jesucristo; lo confieso para que nadie se sorprenda. Una de las veces que se puso a hablarle tanto a sus discípulos, imagen de los sacerdotes, cuanto a la muchedumbre, nosotros, siempre con su estilo directo y sin miedo de ninguna clase a nadie, Jesucristo dijo en pocas palabras, las suficientes para refutar la verdad de Lutero en razón de sus títulos, lo que ahora cito: “Pero vosotros no os hagáis llamar Maestro, porque sólo uno es vuestro Maestro, y todos vosotros sois hermanos. Ni llaméis padre a nadie sobre la tierra porque uno sólo es vuestro Padre, que está en los cielos”.

Aquel día el Reverendo “Padre” Martín Lutero, “Maestro” en Filosofía y Teología, no pudo asistir al recital de Jesucristo. Sus alemanes tampoco, ni los suizos, ni los ingleses, ni los escandinavos, ni los holandeses. Al parecer estaban demasiado ocupados destruyendo imágenes, violando monjas, quemando iglesias papistas, matándose entre ellos -campesinos anabaptistas-, y, cómo no, cazando judíos. Aunque claro, si las obras no contribuyen para nada a la salvación o a la condenación de los elegidos, ¿qué importa la muerte de seis millones de judíos? Escuchemos al Reverendo Padre Martín Lutero dando la bendición a los ejércitos del futuro Hitler:

“Sé pecador y peca fuertemente, pero confíate y gózate con mayor fuerza en Cristo, que es vencedor del pecado, de la muerte y del mundo. Mientras estemos aquí abajo, será necesario pecar; esta vida no es la morada de la justicia, pero esperamos, como dice Pedro, unos cielos nuevos y una tierra nueva en los que habita la justicia”.

Así que mientras llega esa nueva tierra donde habita la justicia: Peca, es decir, adultera, mata, roba, envidia, levanta falsa testimonio, odia a tus enemigos, corrompe, destruye…Y sin miedo porque todos nuestros pecados los lava la Sangre de Cristo. Y «Amén».

Si pues el Jefe de los invocadores al Debate, Reverendo Padre Martín Lutero, tenía su autoridad en sus títulos, éste que responde, Cristo Raúl, pone sobre la mesa una sola verdad: ser hijo de Dios. Y desde la libertad de un hijo de Dios invoco el principio de colegialidad humana frente a la experiencia de la Historia, de cuyas lecciones magistrales con ejemplos miles hemos aprendido que el conflicto de la Humanidad, de la Creación entera de hecho, tiene en la lucha entre el amor por la Verdad Universal y el amor por la verdad subjetiva su campo de batalla y, finalmente, su Guerra.

Entre cristianos, “sin mirar ahora al que nos engendró en Cristo”, los cristianos menos que nadie podemos olvidar que el Conflicto entre Cristo y el Diablo se resolvió en este terreno. Es decir, el Universo ha estado en tensión en base a, y por culpa de, un enfrentamiento entre dos formas de amar la Verdad. Una, la representada por Cristo, que ama la Verdad tal cual la Verdad es; y la otra, la representada por el Diablo, que ama la Verdad en la medida que sirve a sus intereses.

Atrapados en aquella Guerra de dioses en la raíz de la Caída del mundo de Adán, aquél conflicto se ha convertido en nuestro conflicto. Martín Lutero también vivió y sufrió este conflicto. Pero que el amor a la verdad de Martín Lutero fuese hacia la Verdad Universal o hacia la verdad subjetiva que en su ignorancia el ser humano se inventa, éste es el objetivo que tiene esta Respuesta y se irá descubriendo sobre la marcha. A no ser, claro está, que, en base a los cinco siglos pasados desde la apertura de este Debate hasta nuestros días, la parte interesada en el esclarecimiento de la verdad, sacudida ahora por el Miedo a la Verdad: niegue que haya conflicto entre ambas verdades o siquiera que exista tal Conflicto.

Un sólo punto más quisiera poner sobre la mesa antes de entrar definitivamente en materia. Este : Curiosamente todos los personajes que roturaron el campo en el que Arrio -mil años atrás- sembró su semilla de guerra santa contra la Santa Madre Iglesia Católica fueron también Maestros en Artes y en Sagrada Escritura. Como el R. P. Martín Lutero también todos aquéllos Reverendos Padres, que entre persecución y persecución aprovecharon la calma para dividir a los primeros cristianos, fueron Maestros en Artes filosóficas. Todos aquéllos Reverendos Padres fueron Maestros expertos en Retórica, Dialéctica, Sofística, Metafísica y demás disciplinas de las ciencias filosóficas. Todos fueron Maestros en Sagrada Escritura igualmente y, fundando el derecho en el hecho, se adjudicaron el monopolio exclusivo en lo tocante a su Interpretación. Y en fin, pues que andando es como se hace el camino, demos el primer paso.

 

 

PRIMERA PARTE

Sobre el Bautismo y la Gracia