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LUTERO, EL PAPA Y EL DIABLO

 

PRÓLOGO INTRODUCTORIO

 

Atrapado entre escribirle a este libro un Prólogo estrictamente literario o darle una Introducción académicamente histórica, la necesidad es al final la que manda. Aunque la Iglesia Católica, y no podía ser de otra forma, ha sobrevivido a la Yihad Protestante proclamada contra ella por la Reforma, el hecho impugnable es que la hegemonía de la cultura anglosajona sobre la latina – hispánico galo italiana – vetó el acceso de la Libertad de Pensamiento a cualquier Crítica Intelectual – no sólo a las Tesis Luteranas – también a la reacción en cadena de violencia genocida, generada y alimentada por las naciones protestantes; su efecto final inmediato la Guerra de los Treinta años, o Primera Guerra Mundial Europea. El que la respuesta Imperial diese pie a la llamada Furia Española les sirvió, a los que tiraron la piedra, la excusa perfecta para esconder la mano. La necesidad, en consecuencia, debe mirar a ambos lados: no puede haber crítica intelectual pura sin extender sobre la mesa la serie de acontecimientos históricos que durante los siglos anteriores a la Reforma dieron pie a aquel suicidio colectivo europeo.

Desde los inicios de Alemania como nación europea, una vez dejada atrás la Germania Romana y su posterior adhesión al Imperio Carolingio, Alemania buscó importar a la estructura estatal de Occidente aquel modelo Bizantino de poder imperial basado en la sujeción de la Iglesia al Estado, sobre cuyas ruedas el Imperio de Constantinopla –no predecible desde los días de Enrique IV– habría de acabar, y acabó, en la cuneta de la Historia.

La llamada Cuestión, o Guerra de las Investiduras, puso sobre la mesa el intento a sangre y fuego de la Construcción Imperial Alemana a imagen y semejanza de la Estructura Imperial Bizantina, gracias a cuya victoria, de haberse producido, Alemania hubiera venido a ocupar la Hegemonía que, en cuanta Raza Superior, supuestamente le correspondía.

Alemania quiso rescatar de tiempos antiquísimos la divinización de su corona. Acorde a la concepción de su Imperio, del Emperador Enrique IV, al Estado, y especialmente a su cabeza, el Emperador, debía serle adjudicado el Poder de Dios sobre la Vida y la Muerte; el Emperador Alemán debía ser situado en el trono de Satanás, es decir, otorgarsele la dimension de un ser todopoderoso situado por su Naturaleza Divina más allá del Bien y del Mal; la Corona Aleman ano podia ni debía ni quería responder ante ninguna Ley, ni humana ni Divina; el Empeador no sólo era el representante del Poder de Dios en la Tierra, el Emperador era Dios era Dios en la Tierra.

Teológicamente hablando la Cuestión era clara. Así como el Papa es la Cabeza Visible en la Tierra de Cristo y gozaba de la Adoración dedida a la Cabeza Invisible de la Iglesia, Jesús, igualmente el Emperador, siendo la Cabeza Visible del Reino de Dios en la Tierra tenía el Derecho a exigir de todos sus súbditos la Adoración debida a la Cabeza Invisible del Reino de Dios entre los hombres. La demencia de Enrique IV, su alto grado de locura intelectual, su capacidad infinita para el crimen son hechos que pertenecen a la Historia de Europa en general y del Cristianiso en especial. En este libro no voy a introducirme en semejante Disputa, pero sí es bueno traer a memoria una mentalidad alemana que lejos de corregir sus defectos y a fuerza de permanecer siempre pisando la línea que separa al Bien del Mal acabó por rebelarse contra la Iglesia de Dios en razón de los crímenes y pecados de los siervos del Señor.

Bien está, y debe hacerse, denunciar a los siervos ante el Señor, pero rebelarse contra la Casa del Señor por culpa de sus siervos es un delito aun mayor que el cometido por tales siervis indignos de su Señor. Demostraré en este Libro, sin justificar el de aquellos siervos indignos, que este fue el Delito cometido por Martín Lutero.

Volviendo a la Cuestión de las Investiduras, según la Alemania de los días de Gregorio VII el Emperador debía disfrutar del Derecho, y el papa tenía el Deber de condecerlo, del Poder sobre la vida y la muerte de todos los súbditos de su Imperio. Resumiendo, Alemania quería investir a su Emperador de la Divinidad que la Corona de Inglaterra adquirió para sí en los días de Enrique VIII y su hija Isabel de Inglaterra.

El fin de aquella Contienda es conocido. Pero más allá de unos hechos que la Historia recoge en sus libros, durante la Guerra de las Investiduras la naturaleza bárbara y homicida de la Nación Alemana quedó al descubierto, naturaleza sangrienta y maligna que no cesaría en su empeño de meterle fuego al mundo en los siglos por venir. Entre aquel Martín Lutero que juraba estar dispuesto a prenderle fuego a Europa si no se le daba lo que pedía, y el Adolfo Hitler que le prendió fuego al Mundo: únicamente hubo diferencia de tiempo, pero no de deseo. Enrique IV, Martín Lutero y Adolfo Hitler fueron tres eslabones de una misma cadena; una cadena tejida por una naturaleza bárbara y violenta, abogando, con todos los medios homicidas a su alcance, por la Superioridad de su Raza sobre todas las demás naciones europeas.

 La ausencia de Verdad Jesucristiana en las Tesis luteranas dejará en evidencia la verdadera diana de aquel panfleto de Guerra de Alemania contra Europa que, finalmente, se materializó en las Guerra de los Treinta Años.

Pero la Cuestión de la Reforma tuvo su matriz en una realidad que nadie puede obviar; a saber, la Corrupción del Papado Medieval. No se debe olvidar que la Reforma Protestante, al igual que la Revolución Soviética se debió a la incapacidad y negación de la Corte Zarina a abrirle la puerta a la Civilización Europea; la Reforma Protestante tuvo su origen en la frustración de la Inteligencia para erigirse como estrella separando la luz de las tinieblas.

 Sería estúpido ignorar el tramo de Historia que fue de la Cautividad Babilónica de la Iglesia a la elevación al Papado de Alejandro VI. El regreso del Papado de Aviñón a Roma no hizo escuela. Al contrario, la victoria del Papado sobre el Concilio de Constanza, la negación del Obispo de Roma a someterse a la Corte de los Ministros de Cristo en la Tierra, aceleró el proceso de Corrupción que acabaría desembocando en la Declaración de Guerra de Lutero y la Iglesia Alemana contra la Iglesia Católica.

La Fe, por tanto, no está reñida con la Verdad. La Ignorancia, por el contrario, sí lo está. La Ignorancia del pueblo alemán en los días de Lutero era cuasi-absoluta. De todas las naciones europeas del siglo XVI Alemania era la más atrasada. El analfabetismo de las masas alemanas en aquel año de 1517 no tenía par en Italia, Francia y España.

Lutero – abogado sin cartera – conocía a la perfección cuál era el nivel intelectual del pueblo Alemán. No en vano Alemania no participó en el Descubrimiento y Expansión de Europa en el Mundo sino pasado mucho tiempo. El descubrimiento de la imprenta por Gutenberg excusó aquel atraso cultural; que, sin embargo, no tardó en quedar al desnudo cuando aquel Judas Alemán defendió, en nombre de la destrucción de la Iglesia Católica, la necesidad de unirse al Islam Turco en pro de la destrucción de la Europa de Carlos I de España y V de Alemania. Basta abrir el libro de la Historia de Europa para ver al Pueblo Alemán en constante movimiento de destrucción de la Civilización Cristiana.

Las 95 Tesis fueron una Declaración de Guerra contra aquella Iglesia Universal fundada por Jesucristo.

La necesidad de penetrar en el siglo de Lutero con el objeto de abrir su mente a los verdaderos principios que la movieron, me parece evidente. La discusión puramente teológica no tiene futuro. No lo tuvo. No puede tenerlo. El error de la Iglesia Católica fue descender al nivel teológico. Y cuando fracasó, algo que se veía venir, echar mano del Emperador fue sumarle a un error otro error.

El conocimiento de las personas y las naciones parte de un Principio Universal Imperecedero: “Por sus frutos los conoceréis”. Los frutos de la Declaración de Guerra de Alemania contra la Europa Cristiana, hasta ese día Europa Católica, no se hicieron esperar.

1. Lutero defendió y decretó como Necesidad Divina la Masacre de los Campesinos;

2. Lutero declaró el Antisemitismo como algo natural al Cristianismo.

2. La Fractura entre las naciones europeas provocada por Lutero dio finalmente su fruto más preciado: La Guerra de los Treinta Años. Cientos de miles de europeos fueron masacrados durante su recorrido, sin misericordia ni piedad, en nombre de la Destrucción del aquel Catolicismo que el Imperio Turco no pudo consumar.

No pudo el Imperio Romano, no pudieron los Bárbaros, tampoco pudo el Imperio Islámico destruir la Casa que el Sabio edificó sobre Roca. Tormentas, terremotos, todo tipo de fenómenos destructores se alzaron contra la Casa que el Hijo de Dios le edificó a su Padre en Europa. Pero... es que esa Casa nunca fue atacada por un Alemán. Con Lutero y su Alemania, Alemania con su Lutero conseguirían lo que no pudieron conseguir en quince siglos la Muerte y el Diablo: enviar al Infierno a los readores de Europa, los Católicos y su Madre espiritual la Iglesia Católica.

En aquellos años de locura anticatólica, en su extasis pandémico entre las naciones anglosajonas la creencia en poder destruir la Casa que el Hijo de Dios construyó en Europa, Lutero y sus adoradores creyeron con todo el corazón, la mente y el alma que podían y debían condenar al Señor por sus Siervos y obligar al Señor a aceptarlos a ellos como siervos.

Cual aquel Satanás que contra la Decisión de Dios Padre de no admitir en su Reino la Ley de la Ciencia del Bien y del Mal, así bendiciendo la Guerra como estado natural de la Nauraleza de su Creación, Lutero se declaró en rebelión abierta contra Dios en respuesta a la Maldad de unos siervos indignos cuyos delitos escandalizaban al Cielo y eran aplaudidos en el Infierno. Ciertamente no existió consciencia satánica en aquel desgraciado abogado frustrado. Su inteligencia no daba para tanto. Su desgracia fue simplemente no desterrar de su psicología el abogado que llevaba dentro y se negó a morir en el convento. Demostraré en este Libro que la rebelión de las 95 Tesis fue una farsa, un tiro que le salió por la culata y acabo arrastrándole a las filas de Diablo, en las que militó, inconsciente de la verdadera naturaleza teológica de su lucha, como el más fiel guerrero anticristiano.

Inconscientemente pero materialmente cierto, con la Guerra de los Treinta Años, Alemania dio su paso más decisivo para ser la candidata perfecta que el Infierno buscaba para incendiar el Mundo y abrirle sus puertas a las Guerras Mundiales “de Gog y Magog”.

Alemania quiere desconectar el Origen de Hitler en las entrañas de Lutero. Todo espíritu inteligente que analice la Historia del Pueblo Aleman desde la Psicogia del comportamiento de las naciones en el Tiempo ve todo lo contrario. En el Antisemitismo de Lutero, en el Anticatolicismo de Lutero, en el Capitaismo a muerte de Lutero, la Historia registra la forja de aquel monstruo Hitleriano cuya cabeza fue Adolfo, pero cuyo cuerpo fue la Alemenia que Lutero forjó a sangre y fuego.

La Verdad no se casa sino con la Fidelidad. La Verdad no se compra ni se vende. Lo tenemos en vivo en la Historia de Jesucristo.

Antes morir que ponerse de rodillas delante de la Mentira. Antes luchar a muerte que vivir de rodillas.

Hasta hoy, Dios se ha mantenido al margen de la Respuesta a la Reforma. Mas no era de ley que su Silencio gobernase el futuro de las naciones de su Reino hasta el final de los tiempos. Cada cosa a su tiempo. La Sabiduría Salvadora Divina tiene un Camino que no puede ser determinado por los intereses de ninguna nación. El Amor de Dios por su Creación está más allá de los intereses de los individuos y de las naciones. En la Biblia se nos muestra a Dios poniendo ese Interés Universal delante de su propio Hijo; interés al que el Hijo de Dios se somete y le guarda Fidelidad hasta la Cruz. ¡Cuanto más los hombres, obra de sus manos, debemos mirar a ese Hijo Todopoderoso del Creador del Cosmos y de todo lo que existe de rodillas ante la Sabiduria Salvadora de su Padre, que mira a la Creación entera y es desde esta Mirada que se debe interpretar y comprender tanto el Silencio como la Palabra de Dios!

No era de ley tampoco que la Acusación de un hombre contra su Iglesia fuese respondida por Dios en Persona. Y pues que Dios se mantuvo en Silencio contra Lutero, dicho Silencio parecióle a los ojos de Lutero, y los de todos los Rebeldes en general, una Complacencia con su Declaración de Guerra contra el Sucesor de San Pedro.

Tengamos en cuenta que si el Hijo de Dios no le retiró la Jefatura sobre sus Ministros al Pedro que le negó, precisamente porque la Elección de Cefas fue realizada por Dios Padre, ¿quién se creyó que era él, Martin Lutero : un ser superior al mismísimo Dios Hijo Unigénito?

Bien hubiera sido que sin “volverle a Dios la plana” Lutero hubiera hecho lo que San Pablo cuando calló a San Pedro: No dar su brazo a torcer, pues también él era ministro de Dios, pero sin tocar al Elegido por Dios para la Jefatura de los Obispos de la Iglesia Universal.

Así que si el “Dios Oculto” no era ni podía ser Dios, Padre de Jesucristo, ¿quién fue “aquel dios oculto” que sembró en Europa el Virus de la Guerra?

El análisis desde la Historia y la Psicología abrirá los ojos a la verdadera “divinidad” oculta tras aquella Declaración de Guerra contra la Iglesia Católica que firmó Martín Lutero.

 

 

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