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HISTORIA DIVINA DE JESUCRISTO.CRÓNICAS GALILEAS  
               El problema de la
          recreación de la vida de los Apóstoles, en este caso concreto la vida de San
          Pedro tiene por obstáculo número uno la tradición que sobre su persona
          levantaron los siglos. Digamos que el fenómeno de protección de las imágenes
          predeterminadas, defendidas por la tradición, tiene su punto de vista positivo
          frente a la manipulación de los que probaron suerte y acabaron publicando una
          iconografía literaria ajena del todo al modelo real. Pero este sentido positivo
          no debe obviar que habiendo estado sujeto nuestro mundo a un crecimiento de la
          inteligencia desde unos principios pobres, el enriquecimiento a que este
          crecimiento conduce sea la necesaria revisión de las posturas a fin de
          reconstruir los objetivos del conocimiento acorde a la libertad de quien sólo
          busca la verdad y jamás la utilización de la verdad al servicio de intereses
          secretos, privados o siquiera públicos.
               Es cierto, causas
          complejas se levantan por medio a la hora de comprender por qué defendiendo la
          verdad la iglesia misma fue incapaz de reconstruir la vida de su santo por
          excelencia, San Pedro. Nuestro trabajo tiene que mirar a la verdad siguiendo la
          Ley que nos anima: “Nada hay oculto que no llegue a descubrirse y venga a luz”.
          Si lo que viene a luz es causa de terror para quienes no aman la verdad éste es
          el problema de quienes tiemblan delante de la verdad; a los hijos de la verdad
          el efecto de ésta sobre el extraño no es causa de objeción y menos carretera a
          un problema.
               No olvidemos que el
          pueblo de los milenios pasados tendía por inercia a ser conservador - no
          confundir esta tendencia conservadora con su afectación política -, y por todos
          los medios tendía a pensar cuanto menos mejor, esclavos como eran de sus
          circunstancias. Y en lo que se refiere a quienes se declararon sus amos,
          patrones, pastores, etcétera, éstos estaban demasiado preocupados en
          mantenerlos “esclavos”, “siervos”, “obreros”, “buenos ciudadanos”, como para
          perder el tiempo averiguando si Pedro fue pariente de Jesús y en qué grado le
          correspondía ese parentesco, por ejemplo.
               Nos adentramos en el
          Misterio de la Vida de Pedro el Pescador desde una posición sinceramente
          apócrifa, - bueno, apócrifa lo que se dice apócrifa: no, porque yo soy el que
          soy, no firmo con el nombre de otro -, pero sí, en verdad, profana, para nada
          profesional, y que, por tanto, no se sujeta a ninguna regla histórica ni es
          deudora de ningún método de investigación, más que nada porque no estando yo a
          sueldo de nadie a nadie le debo erre, y no teniendo sobre mi pensamiento más
          autoridad que la Verdad nadie puede imponerme punto o coma, y únicamente a la
          Verdad remito mis pensamientos. Y como la Verdad es quien es, y si no me
          equivoco yo soy hijo de la Verdad, me temo que mi pensamiento viene a la manera
          que el fruto de la flor, es decir, determinado por su propia naturaleza.
          Razonamiento este particular mío que no busca complacer a nadie y sí, en lo
          posible, sentar las bases de mi investigación. Hay que empezar, entonces, por
          el principio, por el Hombre, por aquél pescador, hermano de Andrés, a quien un
          día éste le anunció que habían encontrado al Mesías. Las palabras exactas según
          alguien que conocía a los dos hermanos son: "Era Andrés, el hermano de
          Simón Pedro, uno de los dos que oyeron a Juan y le siguieron. Encontró él luego
          a su hermano Simón y le dijo: Hemos hallado al Mesías, que quiere decir el
          Cristo. Le condujo a Jesús, que, fijando en él la vista, dijo: Tú eres Simón,
          el hijo de Juan; tú serás llamado Cefas, que quiere decir Pedro".
          Inmediatamente, de acuerdo a Mateo, Jesús se retira al desierto, hasta donde le
          siguen Andrés y Juan por un día, regresando a casa para darles la noticia a sus
          hermanos. Cuando Jesús regresa del desierto comienza a reunir a todos sus
          Discípulos y todos le siguen, dirigiéndose todos a Canaán, donde estaba la
          Madre de Jesús y los hermanos de Jesús, y a cuya boda de estos parientes de
          Jesús y su Madre son invitados todos los Discípulos.
   Es el tercer día, según
          Juan.
               Y ya tenemos a todos los
          Discípulos en la famosa boda de Caná o Canaán, donde Jesús hizo su primer
          milagro. De donde inmediatamente después bajaron a Cafarnaúm “y permanecieron
          allí algunos días”.
               Enseguida Juan corta su
          Evangelio en Cafarnaúm y del Principio pasa volando al Fin, Jerusalén,
          queriendo dejar claro que desde el principio Jesús conocía el Fin, y nada ni
          nadie en este mundo podía cerrarle el camino a la Cruz. El Cordero de Dios
          había nacido para ser sacrificado en expiación de todos los pecados del mundo,
          cometidos en la Ignorancia, y así debía ser. Al principio era imposible que los
          Discípulos pudieran comprender a Jesús; únicamente consumada la Resurrección
          pudieron ver en Jesús a Cristo, y de aquí el salto colosal del Principio al Fin
          con el que Juan rompe todos los moldes de hacer Historia y sorprende a todo el
          mundo trastocando fechas en el tiempo.
               El Evangelista -en el
          caso de la sucesión dinámica: Bautizo, Desierto, Boda, Cafarnaúm, Jerusalén- no
          está mirando al hombre sino al Espíritu que había en el hombre. Mas nosotros,
          que somos sus lectores y no sus consejeros ni sus intérpretes ni sus
          traductores ni siquiera sus iguales, y visto esto nos quedamos en el tiempo y
          vemos cómo personas de distintas localidades, pues Jesús y sus hermanos se
          habían criado en Nazaret, de aquí que le llamaran Nazareno, y Pedro y Andrés,
          criados en las orillas del Mar de Galilea, pues eran Pescadores, curiosamente
          se hallen en la misma fiesta de nupcias, disfrutando de la misma celebración de
          bodas. Punto sin importancia, o al menos jamás la ha tenido hasta ahora, pero
          que a nosotros, perspicaces ojos que escudriñan las interiores de las piedras,
          nos sirve de indicador y, conociendo la estructura social judía, muy parecida a
          la cristiana tradicional, porque no en vano el cristianismo heredó el sentido
          de la vida del judaísmo, exceptuando la Fe Cristiana, se entiende, debemos
          concluir que los discípulos de Jesús y la Familia de María de Nazaret se
          hallaban en Canaán de Galilea, según el Evangelista, y es demasiado tarde para
          dudar de su palabra, no por azar, ni como consecuencia de estar ellos
          exclusivamente siguiendo a Jesús, sino celebrando la boda de un pariente común.
          O sea, aquel Jesús que “caminando junto al mar de Galilea vio a dos hermanos:
          Simón, que se llama Pedro, y Andrés su hermano, los cuales echaban la red en el
          mar, pues eran pescadores; y les dijo: Venid en pos de mí y os haré pescadores
          de hombres. Y ellos dejaron al instante las redes y le siguieron”; Aquel Jesús
          que se acercó a las barcas de Pedro y de Santiago, lo mismo Jesús que ellos
          todos eran parientes de los novios en honor de los cuales Canaán celebraba su
          boda.
               A partir de aquí la
          sucesión que nos presenta Juan en su Evangelio es la siguiente: Jesús es
          bautizado y el Bautista les descubre a Andrés y Juan: Cristo en el hijo de
          María de Nazaret. Inmediatamente Jesús se retira al desierto, de donde regresa
          a llamar a sus primeros Discípulos, con quienes asiste a las bodas de Canaán.
          No es la Hora de Jesús pero sí el tiempo de descubrirse delante de sus futuros
          Apóstoles y darles a ver el Profeta el anunciado por Moisés diciendo: “Yavé, os
          enviará de entre vuestros hermanos un profeta como yo, aquel que no escuche su
          palabra será borrado de su pueblo”. Si al pronto, cuando Jesús les dijera
          “Venid en pos de mí y os haré pescadores de hombres” los Cuatro Hermanos no
          pudieron entender exactamente de qué estaba hablando, después de Canaán lo que
          Pedro y Santiago habían sabido siempre, que el hijo de María era el legítimo
          heredero vivo de la Corona de David, quedó confirmado ya para siempre.
               Y seguimos adelante.
          Juan está en el Jordán; las multitudes de pecadores van a bautizarse a él y
          llega el día en que se la acerca Aquél de quien su Dios le había dicho: “Sobre
          el que vieres descender el Espíritu y posarse sobre El, ése es el que bautiza
          en el Espíritu Santo”. Nuestra pregunta es lógica: ¿qué es lo que vio Juan?,
          pues se dice: “Y yo vi”. Es San Mateo quien viene a echarnos un cable.
               Jesús vino de Galilea al
          Jordán para bautizarse. Juan se le oponía, pero al fin dobla sus rodillas y se
          lo permite. Bautizado Jesús, salió luego del agua; y he aquí que se abrieron
          los cielos, y vio al Espíritu de Dios descender como paloma y venir sobre él...
               Nueva cuestión: ¿La vio
          -la paloma- exclusivamente Juan o fue vista de todos los que estaban allí? A lo
          que San Lucas responde con su habitual claridad: Aconteció, pues, cuando todo
          el pueblo se bautizaba, que, bautizado Jesús y orando, se abrió el cielo, y
          descendió el Espíritu Santo en forma corporal, como una paloma... Es decir, no
          fue una visión, fue una paloma de carne y hueso la que se posó en Jesús, y ésta
          fue la señal visible por la que el Bautista vio, y dio testimonio “de que éste
          es el Hijo de Dios”. Señal que vio todo el que estuvo allí aquel día y que,
          fuera de lo alucinante del hecho de encontrarse una paloma en el desierto,
          nadie le dio la importancia que esa paloma tenía para el Bautista.
               Porque, en efecto,
          ¿desde cuándo vuelan las palomas en el desierto? Tal vez tendríamos que pedirle
          a un amante de las aves que nos explique si este comportamiento es propio de
          una paloma, eso de pasearse por el desierto. La respuesta como si nos la diera:
          Sí, si es una paloma mensajera
               Me dirá alguno ¿y qué
          importancia tiene que una paloma hiciera de Juan Salvador Gaviota y por una vez
          en la Historia del Universo un ave sirviera a su Creador haciendo de mensajero?
          Yo le responderé que no sería la primera vez, ya en otra ocasión otra hermana
          de esta paloma del desierto sirvió a su creador llevando en su pico una ramita
          de olivo, según está escrito hablando de Noé. La importancia mira al destierro
          de la imaginería de esa foto sobre una paloma misticoide, no carnal, surgiendo
          de los cielos etéreos para dejarse ver exclusivamente por el Bautista. Ataque
          que emprendo en base a que su palabra no hubiera tenido ningún valor como
          testigo ante las orejas de quienes le oyeron dar testimonio, diciendo:
               “Yo no le conocía; pero
          el que me envió a bautizar en agua me dijo: Sobre el que vieres descender el
          Espíritu y posarse sobre El, ése es el que bautiza en el Espíritu Santo. Y yo
          vi, y doy testimonio de que éste es el Hijo de Dios”. Visión que San Lucas
          específica, como hemos visto, aclarando que la Señal vino en forma de paloma de
          carne y hueso, de manera que todos los presentes, incluidos los hermanos de
          Pedro y Santiago, tuvieron ojos para ver lo que estaba viendo el Bautista, aunque
          no podían comprender el sentido de este acontecimiento; ¡una paloma que
          atraviesa el desierto y viene a posarse en Jesús!, y jamás hubieran penetrado
          en su sentido de no haberles descubierto Juan el misterio, símbolo manifiesto
          de cómo Dios sacaba de su pueblo a un hombre, y posando en él su Espíritu nos
          lo enviaba a todos nosotros, su creación entera, para cerrar una Era y abrir
          otra Nueva.
               Jesús sale del agua,
          Andrés y Juan lo siguen, y por un día se internan en el desierto, desde donde
          Jesús los despide, y se adentra El solo en el desierto de las tentaciones con
          el espíritu de quien va a encontrarse cara a cara con su enemigo. Ha llegado la
          Hora del Duelo entre el Hijo de Eva y el Jefe de los Rebeldes, aquél Satán que
          en forma de Serpiente, esta vez no corporal, le dijera a la mujer de Adán: “No;
          no moriréis, es que sabe Dios que el día de que él comáis seréis como dioses,
          conocedores del bien y del mal”.
               El Día de Yavé, “día de
          Venganza y de Cólera, día de Juicio y de Terror” para todos los enemigos de
          Dios que se alzaron contra su Espíritu y pretendieron poner su voluntad sobre
          la Voluntad de Dios Omnipotente, ese Día había llegado. ¡El Campeón del Cielo
          contra el Campeón del Infierno! El Cielo, tomando la causa del Hombre en sus
          manos, había elegido al más grande de sus hijos, al Primogénito del Dios de
          dioses, al Rey de reyes del Paraíso, el Unigénito Hijo de Dios en persona
          caminando al encuentro del Asesino de Adán. Como se miran a la cara dos
          contendientes que van a enfrentarse a muerte y sujetan su Duelo a Ley, así el
          Hijo del Eterno subía por el desierto al encuentro de aquél sobre cuya cabeza
          debía dejar caer el Campeón de Dios su puño, cumpliéndose la Escritura que por
          nosotros debía cumplirse, y que sin Él nos hubiera sido imposible realizar: “Te
          aplastará la cabeza”, sin piedad, sin misericordia, ¡Infierno al Infierno,
          tinieblas a las Tinieblas!
               La Ley obligaba al Juez
          del Caso Adán a reclamar la Sangre de la Víctima mediante y exclusivamente a
          través de la mano de un semejante del muerto, es decir, de otro hombre, pues la
          Ley dice: “El que derramare la sangre humana, por mano de hombre será derramada
          la suya; porque el hombre ha sido hecho a imagen de Dios”. Ley, en
          consecuencia, de la que se ve la Necesidad de la Encarnación; porque si de la
          sangre de un hombre únicamente podía Dios reclamar justicia enviando a otro
          hombre contra el asesino, se entiende que de un hijo de Dios cualquier hijo de
          Dios podía ser Enviado por el Juez para apresarlo y hacerlo comparecer ante
          Juicio. Mirando a esta Sabiduría la Genealogía de Jesús remonta su línea hasta
          Adán, del que dice: “Adán, Hijo de Dios”.
               La Ley, por tanto,
          establecía entre los hijos de Dios la imposibilidad de tomarse la Venganza por
          su Mano. Ningún hijo de Dios nacido de otra creación podía intervenir en el
          Curso de la Historia del Género Humano. Criaturas todas, de carne y hueso todos
          los hijos de Dios, era imposible para todos ellos proclamarse el Vengador de la
          muerte de Adán. Imposibilidad Divina en la que tenía el Homicida su confianza puesta.
               Caberle en la cabeza al
          Enemigo de Dios y su Reino que el Padre de todos los Pueblos de la Creación
          fuera a darnos por Campeón y Héroe a su Unigénito, Su Niño, su Mano Derecha, la
          luz de sus ojos, no le cabía. Y no le cabía por lógica. Primero, porque siendo
          el Unigénito de la misma Naturaleza que su Padre, Dios, y la Ley establecía la
          Necesidad de un hombre como Campeón de la Sangre de Adán, por esta sencilla
          Verdad el Único que podría satisfacer la Victoria quedaba fuera de juego. Y
          segundo, porque Dios no iba a exponer a “su Niño” a un Duelo a muerte. Acorde,
          pues, al pensamiento del Asesino de Adán, el Género Humano estaba perdido y su
          Destino era la Autodestrucción, según había sido escrito: “Polvo eres y al
          polvo volverás”.
               Porque habiendo Dios sujetado
          la Restauración del Género Humano al resultado del Duelo a muerte entre el Hijo
          de Eva y el Jefe de los Rebeldes respecto a los cuales dijera Dios en Moisés:
          “Generación malvada y perversa”, y creyendo en la Imposibilidad de su Derrota a
          manos de un descendiente de su Primera Víctima, Satán se paseaba por la
          Historia de la Tierra, como vemos en el Libro de Job, haciendo y deshaciendo a
          su antojo.
               No era, como se ve, moco
          de pavo la Contradicción y la Paradoja creadas a raíz de la Caída. Por la Ley
          sólo un hombre podía enfrentarse a duelo a muerte con el Maligno, porque de
          otro modo sería imposible que se entregara el Rebelde, y por la Ley ningún hijo
          de Dios, excepto el Unigénito, podía ser el Elegido para proceder a esta
          encarcelación. Pero siendo de la misma Naturaleza que el Padre, el Hijo no
          podía ser suscrito como Campeón de la Humanidad - de acuerdo al pensamiento del
          Diablo. Error que le costaría la Libertad, porque este presupuesto negaba la
          Veracidad de la Filiación de toda la Casa de Dios. Ahora bien, si el Diablo y
          su corte del Infierno procedía a tomar por vana la Creación a Imagen de su
          Creador, Dios quiso estrangular este pensamiento mediante la Elección de Aquel
          por quien todo lo hace y en su Encarnación Fundar la Veracidad de su Paternidad
          sobre toda su Casa en la Sangre de su Hijo Unigénito, estableciendo por la
          Gracia de su Primogenitura la Veracidad de todo hijo de Dios, pues aunque por
          adopción, ésta es legítima y eterna, y de aquí, como dijera nuestro Apóstol:
          llamamos a Dios con palabras del Unigénito, diciendo “Padre”.
               Y allá iba, el Unigénito
          de su Padre y Primogénito entre sus hermanos, Jesús, el hijo de María, la hija
          de Betsabé, de Rut, de Sara, de Eva, acompañado de dos de sus parientes más
          queridos, Andrés y Juan, subiendo por el camino del desierto al encuentro del
          Enemigo de su Padre Eterno y de su propia Corona, la Corona del Rey del
          Universo, contra cuya Cabeza estaba dispuesto a estrellar Su Puño el mismo que
          hiciera resonar su Todopoderosa Voz en las Tinieblas, diciendo: “Haya Luz”.
          Aquel Dios Hijo Unigénito, nuestro Creador y Campeón, Rey y Salvador, Padre y
          Maestro, hecho hombre, superando la Imposible Encarnación, Puerta que según el
          Diablo jamás abriría Dios, se vuelve hacia los dos jóvenes y los despide,
          diciéndoles: Nos veremos en Canaán, decidle a Pedro y a Santiago que estén
          prestos. Es el hijo de María de Nazaret quien les habla, es el Jefe espiritual
          del Clan Davídico de Galilea, el heredero legítimo de la casa de Salomón quien
          les habla. Y ellos se vuelven.
               Cuando Jesús regresa y
          va a por los hijos del Zebedeo y sus parientes, el yerno de la suegra de Pedro
          y el hermano menor de éste, aquel Andrés que le dijera: “Hemos descubierto al
          Mesías”, éstos le siguen a Canaán porque estaban invitados a la boda, y se quedan
          sorprendidos por las palabras del hijo de María de Nazaret: “Venid y os haré
          pescadores de hombres”. Punto éste, la relación de parentesco entre Pedro y
          Jesús, que sube un punto más el nivel y nos obliga a viajar por el tiempo a una
          fecha un poco más atrás.
               Regresemos al tiempo del
          regreso de la Cautividad, durante los días de Ciro el Grande, cuando una
          caravana de expatriados es repatriada a su hogar nacional, liderada la multitud
          por su príncipe natural: Zorobabel, el heredero legítimo de la Corona de los
          reyes de Judá, hijo de David, hijo de Salomón...
                
           Crónicas Precristianas
           A la luz de las
          conclusiones que se han ido elaborando a partir de las traducciones de las
          Bibliotecas desenterradas del Oriente Medio Precristiano, sabemos
          positivamente, y desde este conocimiento podemos recrear la verdadera
          estructura de las relaciones internacionales que le permitieron a Ciro el Persa
          conquistar un imperio. Las Historias de Herodoto, sin quitarle por ello su
          valor, fueron escritas desde la ignorancia de la importancia del elemento
          Bíblico en el desarrollo de los acontecimientos mundiales del momento. Es hasta
          cierto punto gracioso ver cómo aquéllos que a sí mismos se han llamado
          historiadores, cegados por su odio antisemita y sus prejuicios anticatólicos,
          fueron incapaces de penetrar tras la tela de fábulas que Herodoto recogió como
          norma de verdad y transmitió al futuro envuelta en el paño de oro de la Edad
          Clásica. No siendo un Historiador de nuestros días, sino sólo eso, un escritor
          de su tiempo, no se le puede pedir al autor de las Historias otra cosa que
          reflejar en sus escritos la ignorancia en curso en su día sobre las cosas del
          Pasado. Desde nuestro conocimiento del Poder y de la Historia, es necesario
          decirlo, a estas alturas hay que ser un perfecto memo para creerse que el
          general en jefe de las fuerzas militares del reino de Media le entregó la
          corona de Ecbatana al rey de Persia, hasta entonces un reino de
          segunda importancia en el juego político, por su cara bonita, la de Ciro.
   Y desde la luz del
          conocimiento sobre la mesa hay que ser algo más que un memo para creer que el
          rey de Babilonia, la superpotencia del momento, se mantuvo al margen del paseo
          triunfal del Persa, con su inactividad regalándole el Imperio a quien hasta
          entonces era su vasallo, por la cara guapa de Ciro. En un mundo donde el hierro
          era la ley y la verdad la tenía la fuerza, las tonterías que escribiera
          Herodoto sobre el ascenso al poder de Ciro sólo podían tener sitio en la mente
          de un pastor analfabeto, lo que, a la postre, bien pensado, era la inmensa
          mayoría del mundo, un pueblo analfabeto, su analfabetismo más referido al
          conocimiento de las leyes del Poder que al de las letras que componen el
          abecedario. Fue contando con este analfabetismo del pueblo sobre las leyes del
          Poder que Herodoto escribió la sarta de tonterías que, en lo referente a Ciro,
          llamó él “Historias”.
               Los hechos son los que
          ponen sobre la mesa su testimonio y borran la escritura en la pared por sabios
          de la condición de Herodoto grabada en nuestra memoria. Sabemos positivamente
          que en los días de Nabónido las ciudades imperiales de las fronteras del reino
          de Babilonia de los Caldeos estaban en manos de oficiales judíos. Cualquier
          historiador profesional puede avalar esta información, que, si dicha por un
          amante de la verdad es una simple suposición, en las manos de un mercenario de
          la información histórica suena a eso, a conocimiento. Pero lo que se hace
          del todo increíble es que estos mercenarios al servicio del Poder no le hayan
          dedicado jamás una sola línea al fenómeno tan singular que ante nuestros ojos
          se presenta cuando se nos descubre que un pueblo de esclavos se levanta hasta
          tener las llaves del reino de su amo y señor.
   El culpable de esta
          situación tan atípica y fenomenológica, sin duda alguna, el profeta Daniel,
          Jefe del Consejo Privado de Nabucodonosor. Mas lo que a mí personalmente me
          fascina es ver cómo los expertos en estructura imperial, el pueblo británico,
          siendo uno de los artífices del desenterramiento de las Bibliotecas del Oriente
          Medio Antiguo, estos expertos se hayan comportado como pastores analfabetos
          sobre lo que es un Imperio y la serie de fuerzas estructurales que mueven,
          ellos que tuvieron en sus manos el Imperio más grande que jamás haya conmovido
          la Tierra durante más tiempo que jamás nación alguna lo haya tenido en sus
          manos. Suena a payasada, por tanto, que precisamente los imperialistas por
          excelencia, el pueblo británico, ante la sarta de memeces de Herodoto sobre el
          ascenso de Ciro el Persa haya reaccionado como el pastor de la fábula.
               El hecho de que los
          ejércitos de las fronteras del reino de los Caldeos estuviesen en las manos de
          generales judíos sólo se explica partiendo de la Biblia. Unificando la cual con
          la Historia Verdadera del Reino de los Caldeos se ve que el golpe de Estado que
          llevó a Nabónido al poder, tuvo lugar inmediatamente tras la orgía de Baltasar,
          golpe de Estado liderado por Daniel, profeta y jefe de los Magos de Babilonia,
          golpe de Estado que venía cociéndose desde hacía un tiempo y al que le sirvió
          de señal de partida el famoso relato de la escritura en la pared. 
   Observamos en la historia
          del reino de Nabónido que este delegó todas las funciones imperiales en su
          corte, dedicándose él, en cuanto rey títere, a desenterrar ciudades perdidas en
          el desierto. Sería bajo esta corte, dominada por el jefe del Consejo Privado de
          Nabucodonosor, que los hasta entonces esclavos saltarían a la dirección de los
          ejércitos de las fronteras, que más tarde les abrirían las puertas a Ciro,
          conquista pacífica que el nuevo rey de Babilonia pagaría, no con oro, sino con
          la libertad, como bien se ve del famosísimo, pero desconocido a nivel histórico
          internacional, Edicto de Libertad Religiosa de Ciro, cuyo contenido traduciré a
          lo largo de esta sección.
               
           Crónicas Medas
           Observemos cómo el odio
          antisemita de los historiadores de la Edad Moderna y su fanatismo anti
          eclesiástico tararon sus inteligencias hasta el punto de cegar sus ojos cuando
          ante lo increíble, que el general en jefe de la segunda superpotencia del
          momento, Media, le entregara la corona de su rey y señor a un príncipe vasallo,
          y esto sin mediar una sola batalla, se limitaron a decir: Amén. Sería la
          primera vez en la historia de la humanidad que un ejército superior se rinde a
          otro inferior por la cara bonita del enemigo asaltante, en este caso Ciro el
          Persa. Herodoto, siendo lo que fue, un hombre de su tiempo, en ningún caso un
          historiador de nuestros días, se limitó a escribir la sarta de memeces que
          corría en sus días sobre el ascenso de un príncipe de segundo rango a la cumbre
          del imperio, fenómeno inexplicable que únicamente desde una perspectiva mítica
          era capaz de entender el pueblo, y que él, un simple escritor, se limitó a
          reflejar años pasados de los sucesos, demostrando tener poca madera de
          historiador y sí mucha de lo que fue, eso, un escritor.
   Era imposible que el
          príncipe de Persia no hubiese estado sujeto a vasallaje en la corte de
          Babilonia. Recordemos que tras el reparto del mundo por Ciaxares y Nabopolasar,
          fruto de la destrucción del imperio de Nínive, Persia quedó relegada a lo que
          había venido siendo, una potencia oscura, con la diferencia que esta vez a su
          alrededor, Norte y Oeste, se habían alzados dos reinos fuertes, frente a
          los cuales sólo le cabía al príncipe de Susa el vasallaje.
   Es cierto que por
          convenio Ciaxares sujetó Persia a la influencia de su cetro y que Nabopolasar
          cedió esta influencia a cambio de la frontera occidental, más rica, y más
          necesitada de su atención si tenemos en cuenta que al otro lado del Jordán y al
          oeste del Sinaí se hallaba Egipto. Pero no es menos cierto que Media y su rey
          tenían en su frontera occidental otro enemigo potencial de mucha altura en los
          pueblos helenísticos.
               Persia quedó relegada en
          el trastero del imperio, en teoría dependiente del rey de Media pero en la
          práctica expuesta a los pies del rey de Babilonia. Si le es respetada a Persia
          la independencia es debido a un acuerdo entre vencedores que sirve de símbolo
          de amistad perpetua entre Ecbatana y Babilonia. Cualquier levantamiento
          militar por la independencia real de Susa podía ser aplastada en cualquier
          momento, lo mismo por el Caldeo que por el Medo. De aquí que si Ecbatana
          buscaba alianza con Susa para mantener sobre Babilonia cerrada la frontera,
          Susa buscaba la alianza con Babilonia a fin de mantener su autonomía frente a
          Ecbatana, cosa que se firmaba, como era normal en esos días, mediante la
          entrega, en calidad de “huésped-rehén” de un heredero de la corona, en este
          caso Ciro.
   Tenemos pues que
          Astiages el Gordo, heredero de Ciaxares y rey de Ecbatana, casa a una de sus
          hijas con el padre de Ciro, en alianza contra Babilonia, que Susa toma como
          garantía de autonomía frente a la corte de Nabucodonosor. Y a su vez el
          padre de Ciro entrega en “rehenato” un hijo suyo al rey de Babilonia en gesto
          de sumisión a la corona de Nabucodonosor, obligando a Babilonia a servirle
          de muro frente a cualquier invasión de las competencias firmadas entre
          Ciaxares y Nabopolasar sobre el status de Persia.
   A fin de ocultar la tela
          de relaciones que hicieron posible el ascenso del príncipe persa al trono
          imperial y que desentrañaremos hasta el final, se expandió el cuento para niños
          de la persecución del hijo de la princesa meda entregada por esposa al padre de
          Ciro, la salvación mítica de su hijo por un pastor, y la conquista prodigiosa
          de Media y Babilonia sin librar siquiera, o al menos, una batalla. ¡Qué menos
          que una batalla! Pero no, ninguna. Y lo más curioso, asombroso y fascinante no
          es que un escritor de las cosas fantásticas de su tiempo no se extrañase ante
          el cuento, lo más alucinante de todo es que los mismos que pretenden darnos
          lecciones de Historia Universal se hayan tragado esta bola. Y lo que más risa
          produce es ver que esas gargantas tan profundas fueran capaces de
          afirmar las Historias y negar la Historia: afirmando en el Siglo de las Luces,
          Dios nos libre de sus luces, de no haber existido jamás una Nínive, ni una
          Troya. Afirmaciones para tarados que si bajo las Luces de la Edad Moderna
          fueron tomadas en el XVIII como palabra de Dios, en el XIX Dios hundió sus
          manos en el barro y le refregó a tales genios Nínive por la cara. No es ninguna
          acusación, y sí quitarles la máscara de infalibilidad que reclamaron para sí
          los Historiadores del XX.
   Los hechos cantan.
          Primero Media. El general en jefe del reino de los Medos se baja de su caballo
          y pone sus fuerzas militares a las órdenes del príncipe de un reino vasallo.
          ¡Por la cara! Acto increíble que la leyenda firmada por Herodoto establece en
          los celos del general en jefe de las fuerzas medas, quien, despechado porque la
          madre de Ciro, un día su prometida, le fuera arrebatada por su rey y suegro en
          potencia para ser entregada por esposa al rey de Persia, bla bla bla...una
          historia propia de los cuentos de una Noche de verano de Shakespeare ... porque
          el rey Astiages tuvo un sueño en el que veía rota su dinastía por el fruto de
          su hija con el jefe de sus ejércitos, ¡oh la la!, y aterrorizado la da su hija,
          la prometida del jefe de sus ejércitos, por mujer al rey de Susa, alejando el
          peligro de Ecbatana, pelota que con el tiempo regresaría a su tejado para
          hundir todo el edificio ... Pues eso, ¡por la cara!, después de entregarle el
          reino a un príncipe vasallo, también Babilonia entera le abre las puertas a
          este mismo príncipe de segunda... ¡por la cara! En verdad hay que ser un tarado
          para escuchar este cuento y darle la atención que se merece tales Crónicas de
          la Verdadera Historia de la Humanidad.
               Y todo esto de arriba
          después de haber contenido Babilonia a Egipto, cerrándole al faraón el camino a
          Lidia; un faraón quien, aun estando en las antípodas de estos sucesos, se había
          levantado y le metía caña al rey de Babilonia para levantarse y hacer algo,
          unirse a Creso y devolverle a Astiages el trono que su criado le había robado
          para Ciro, ¡por la cara!
               Creo yo que hay que ser
          un verdadero tarado para no ver, en aquél paseo triunfal de un príncipe de segunda
          clase en las relaciones del Poder del momento, una tela de fuerzas
          internacionales unidas por una misma razón, núcleo pensante y
          dirigente de las acciones de todos los que le entregaron a Ciro el Imperio, que
          él pagó con el Edicto de Libertad, que se alza como nuestra Prueba principal y
          más poderosa sobre la Conexión del mundo judío con el cambio trascendental que
          la Civilización entera dio a raíz de la ascensión al trono imperial de Ciro.
   
           El Misterio de Dioces el
          Medo
   Otra de las Historias
          que los eminentes Historiadores de la Edad Moderna recogieron sin inmutarse, es
          decir, sin deseo alguno y menos capacidad todavía para desentrañar, se refiere
          al misterio de la milagrosa formación del reino de los Medos. La leyenda vuelve
          otra vez a elevarse a los altares de la Historia y deja el misterioso viaje del
          Dioces fundador del reino de los Medos, tras el que regresó con las llaves de
          la que sería luego Ecbatana, su capital, en las nieblas del suculento universo
          de los Mitos.
               La estructura histórica
          es inequívoca y no se presta a fábulas. Pero no olvidemos que si Herodoto no
          tenía ni idea de la existencia de la Biblia, los historiadores modernos,
          cegados por sus prejuicios antisemitas, hicieron mutis total sobre la
          revolución que hizo posible el salto de una nación compuesta por tribus en
          estado bárbaro a una sociedad sujeta a estructura monárquica. Y hacen el mutis
          porque esta revolución tuvo lugar a raíz de la deportación de los Israelitas a
          las Montañas del Este.
               Desde los días de
          Tiglat-Pileser I, allá en el siglo XII a.C., los Asirios ya conocían
          la existencia de los pueblos bárbaros del Norte. Pero no sería hasta los
          días de Salmanasar III, en el IX, que la confrontación con estos bárbaros
          de las montañas al norte de Asiria devendría periódica. Salmanasar encontró un
          conjunto de unas 27 tribus sujeta cada una a su propio príncipe, y cuya
          estructura militar y social era la típica de todas las naciones indoeuropeas en
          sus principios, es decir, anárquica, fruto de la teoría de la libertad que le
          ha sido siempre natural a todos los bárbaros.
   Que aquéllas 27 tribus
          del Norte procedían de otros lugares del mundo y que entre ellos se encontraba
          el pueblo de los Medos, a su vez dividido en tribus, es cosa molida. El
          problema es que los historiadores modernos tendieron a moldear todos los datos
          con objeto de regalarse una Historia a la medida de su mentalidad: que, sin
          embargo, siendo su escuela de mentalidad imperial dicha reconstrucción no
          obedeció en ningún caso a la Ley del Poder. De todos modos hay datos que les
          era imposible sortear y, mal que les pesara, debían dar por hechos. La conexión
          entre Medos y Persas, reflejada en las relaciones comerciales entre esos
          pueblos del Norte y las naciones al sur de Asiria, es uno de ésos datos
          molestos que evitaron en la medida de lo posible a fin de no corregir las
          Historias de su maestro.
   El hecho es que durante
          los días de Salmanasar III los Medos seguían siendo tan salvajes como lo fueron
          durante los días de Tiglat-Pileser I, dos y tres siglos antes. Entendiendo por
          salvajes en este caso el no saber estructurar un Estado ni proceder a definir
          una Civilización propia. Samshi Adad IV y Adad Nirari III - siempre en el siglo
          IX - impusieron tributo a los Medos y pueblos aliados de las montañas, pero sin
          lograr jamás ni reducirlos al yugo de Asiria ni conquistarlos para su
          civilización. La ley de la libertad de los bárbaros era preferible a la ley de
          la esclavitud que imperaba desde Nínive. Y bajo esa ley siguieron
          multiplicándose y creciendo.
               Tanto que cuando
          Tiglat-Pileser III, a mediados del VIII, se lanzó a la conquista de gloria
          y fama para la eternidad, e irrumpió en el país del Norte, se enfrentó a los
          caudillos bárbaros, y los derrotó uno por uno: condujo de regreso a Asiria una
          caravana de esclavos que se contó por decenas de miles de cabeza. Un
          poco más adelante la generación siguiente se rebeló contra el yugo asirio, pero
          sin más consecuencia que el aplastamiento de la revuelta y la aniquilación de
          una población ya diezmada por la primera guerra contra Tiglat-pileser III.
   Así pues, cuando Sargón
          II, en el 722, arrasó el reino de Israel, y destruyó Samaria la Blanca, cuyas
          cúpulas de marfil brillaron al sol de los siglos, para desesperación del Dios
          de Abraham, Isaac y Jacob, que viera hundirse en la idolatría al pueblo
          elegido, cosas ya descritas en la Biblia, y deportó a los supervivientes de
          Israel a la tierra de los Medos, la nación de los bárbaros del Norte
          experimentó una transfusión de sangre guerrera, bajo cuya presión, ya caliente
          por el deseo de venganza de la nación que recibiera este nuevo aliento, se alzó
          en rebelión contra el enemigo común, viviendo juntos la derrota y el destierro
          del líder de la revuelta, el misterioso y enigmático Dioces de la Leyenda.
               Debemos computar a la
          vergüenza de los historiadores del Próximo Oriente Medio Antiguo no haber
          querido jamás abrir los ojos a este encuentro de dos pueblos en un mismo tiempo
          y lugar, el uno altamente evolucionado, el Israelita, cuyo origen como Reino y
          Estado se remontaba a los días de David y Salomón, y el otro en su estado más
          salvaje, ambos sujetos al mismo despotismo imperial, y que cierran su unión
          mediante la sangre que derraman en la revuelta de la que Dioces fuera el
          caudillo. Tales historiadores de la escuela de Herodoto, enemigos por sistema
          de la todopoderosa influencia del elemento semita en la Historia de la
          Civilización, por en cuanto el semita es el judío, cierran el capítulo de la
          confluencia de estos dos pueblos, el Israelita y el Medo en la revuelta contra
          el enemigo común, Sargón II, diciendo que las tribus bárbaras volvieron a poner
          su cabeza bajo el yugo, enterrando así sus eminencias en el olvido la Conexión
          Israelita.
               Esta Conexión Israelita
          en el futuro del Pueblo Medo llegó a ser tan decisiva y trascendental que lo
          imposible hasta entonces, hacer de todas las tribus una sola nación, se hizo
          realidad y de la noche a la mañana los bárbaros se dieron un rey, se
          construyeron una capital y se organizaron bajo la estructura de un
          Estado. Ahora bien, la explicación de la creación de un Estado de la noche
          a la mañana tiene dos salidas. Una es para inteligencias taradas, la otra es la
          expresión de la realidad. La Edad Moderna prefirió la primera. La realidad es
          que la evolución durante el curso de una generación, la de Dioces, del
          paso de una estructura bárbara a otra estatal, implicaba una verdadera
          revolución. Y para que ésta se consumara la misma debía contar con expertos en
          la materia, un pueblo altamente civilizado, criado en la estructura de Poder
          que representa la formación de un Reino.
   Esta revolución se
          produjo justamente cuando el Pueblo Israelita entró en la Media. Y cualquier
          explicación de este paso revolucionario por el que un pueblo de muchas tribus
          bárbaras, en estado anárquico durante siglos, se funde en una Corona y Estado
          protoimperial que no pase por esta Conexión da por resultado una Historia para
          pastores analfabetos, que sería la historia que Herodoto recogiera hablando de
          Ciro.
               La formación del Imperio
          de Ecbatana tenía un único fin, la destrucción de Nínive. Fue bajo la fuerza de
          la venganza perpetua, sellada con sangre durante la revuelta que ahogara Sargón
          II entre Israelitas y Medos, que el nieto de Dioces, el Ciaxares de la Historia
          Universal, y padre de la que sería esposa de Nabucodonosor, que la nueva nación
          producto de la unión del Pueblo Israelita con la Nación de los Medos se
          lanzaría contra Asiria y arrancaría de cuajo Nínive de la superficie de la
          Tierra.
               
           Caída de Nínive
           En aquella revolución
          madre en el origen de la formación del reino Medo, y como es de entender desde
          la lógica del Poder, para darle cohesión a su corona militar Dioces
          cerró el cuadro de su estado mayor con el elemento Israelita, ahora una
          tribu unida por la sangre a la Nación de los Medos y por el Estado a la Corona
          del rey de Ecbatana. Era el establecimiento de una monarquía civilizada sobre
          un sustrato bárbaro, en el que la jefatura era conservada por el elemento
          bárbaro, y su consistencia se apoyaba sobre el elemento extranjero, altamente
          evolucionado, pero por su condición de nueva tribu imposibilitada para ceñirse
          la corona. Y esta estructura de obediencia al monarca, en el elemento Israelita
          algo natural, pero ajena a la sangre bárbara, sería la columna fundamental
          sobre la que la dinastía de Dioces basó su poder militar.
   Que la sed de venganza
          movía a ambos pueblos, el Israelita y el Medo, y fue el seno en el que ambas
          sangres se unieron para concebir la Corona de Ecbatana, se ve en la fogosidad
          con la que el heredero de Dioces, Fraortes el Chico, se lanzó contra el
          enemigo común. La culpa como siempre, el Asirio.
   Durante el reinado de
          Senaquerib el Bibliotecario, el yugo de Nínive pesó criminalmente sobre todas
          las naciones al Oeste del Eufrates. Preocupado con ahogar en sangre el grito de
          libertad de los pueblos al Oeste del Eufrates, Senaquerib se despreocupó de los
          bárbaros del Norte, y Dioces aprovechó esta despreocupación para
          consolidar su revolución y legar a su dinastía un ejército fuerte
          preparado para saciar la sed de venganza de la Nueva Nación. Gracias a la
          aventura de Senaquerib en el Oeste, Dioces extendió su influencia a las
          espaldas de Nínive, cerrando con el pueblo de los Persas la alianza típica
          entre amigos por enemistad hacia un enemigo común.
   Muertos Senaquerib y
          Dioces los hijos de ambos se enfrentaron en el campo de batalla. Pero
          Asurbanipal demostró ser un rival demasiado fuerte para Fraortes el Chico, cuyo
          reino aún no había madurado lo suficiente para equiparar su estructura a la
          propia de un imperio. Así que su sucesor, Ciaxares, se replegó sobre su reino a
          fin de darle el último toque.  Que como todos sabemos alcanzó su apoteosis
          en el 606, el año en que la sed de venganza de la Nación del Norte se
          emborrachó de sangre del enemigo odiado, el Asirio, cuya capital fue arrancada
          de la superficie de la Tierra para no volver a ser habitada por los siglos de
          los siglos, según lo anunciara Dios en su Libro.
   Entre la ascensión de
          Ciaxares al trono y la destrucción de Nínive tenemos la invasión de la Media
          por los bárbaros de las estepas siberianas, que retrasó la Hora Final, pero que
          no pudo impedir que el designio divino se cumpliera a rajatabla. En el
          fragor de aquel grito de victoria quien tiene oídos para oír oye la lengua del
          Hebreo alzarse junto a la del Medo, ambas almas ebrias del placer de los
          dioses, a una alzando a sus dioses la misma acción de gracias.
   No tenemos que olvidar
          que Herodoto, un Griego, desconocía la Biblia, y por tanto su capacidad para
          descubrir la existencia del elemento Israelita en el Origen de la Revolución
          Meda queda ampliamente justificada; ni tampoco debemos dejar de ver
          que los historiadores modernos, conociendo la Biblia y la Historia del Oriente
          Medio Precristiano, se taparon las orejas y se arrancaron los ojos antes que
          reconocer el poder de la influencia del elemento semita, encarnado en el Pueblo
          Israelita, hablando de la irrupción en la Historia Universal del reino de los
          Medos. Será desde esta Conexión que se explique cómo un estado mayor, compuesto
          por el elemento Israelita, dispuso el traspaso de la corona, que creara, de las
          manos de la casa de Dioces a la de la casa de Ciro. Razón que se explicará
          siguiendo esta misma estructura de razonamiento.
    
           Crónicas Babilonias
           Pero si el Asirio sembró
          en el Norte la semilla de un odio todopoderoso que a su tiempo daría su
          fruto, al sur de Nínive ese odio era ya un hecho que, agazapado como la leona
          que contempla sentada a su víctima, el gobernador de Babilonia esperaba su
          momento. Este momento le llegaría a Babilonia con Nabopolasar.
   Al tanto del avance
          del rey de Ecbatana, Nabopolasar se lanzó contra el rey de Nínive, empleando
          con el rey de Nínive la misma ley que éste le aplicara a todas las
          naciones. Aplastado el Imperio Asirio, Nabopolasar subió al trono, cerrando
          entre él y Ciaxares una alianza de paz mutua, sellada con la boda entre la
          hija del rey del Norte y el hijo del rey del Sur.
   Y enseguida el reparto
          del mundo.
               El rey de Babilonia se
          quedó con el mundo al sur de los Montes Tauros, dejando todo el norte, y desde
          ahí hasta los confines del Oeste Anatólico, al rey de Media. El rey de Media le
          dejaba al rey de Babilonia el mundo al sur de los Tauros, y desde ahí hasta los
          confines de Palestina, Arabia y Egipto. A las espaldas de ambos reinos quedaba
          Persia, región autónoma sujeta en principio al vasallaje de la corona de
          Ecbatana, pero sujeta a la influencia política de Babilonia. Persia, región sin
          verdadero ejército ni fuerza estatal unificada propia, su poder como enemigo
          quedaba reducido al de una provincia fronteriza al servicio de los intereses
          mutuos de ambos reinos. Por la alianza matrimonial entre Ecbatana y Babilonia
          cualquier revuelta de Susa chocaría contra un muro imposible de traspasar.
          Ahora bien, cualquier traspaso de los límites de influencia sobre Persia
          dictados por ambas potencias podría decantar la relación de fuerzas y pasar la
          dependencia de Susa de una corona a otra. Desequilibrio que no le
          interesaba ni a las coronas aliadas, ambas lanzadas a las conquistas del Oeste,
          una por el Norte y otra por el Sur, ni a la propia corona de Persia, demasiado
          débil para resistir un ataque conjunto de las fuerzas de Ecbatana y Babilonia.
   Por el Norte Ciaxares
          llegó hasta el reino de Lidia, cuya conquista no se consumó, y por el sur el
          rey de Babilonia llegó hasta el Mar Grande, donde el hijo de Nabopolasar
          destruyó el reino de Judá, según está escrito.
               Al igual que antes el
          reino de Israel había sido borrado de la faz de la Historia, ahora le tocó el
          turno al reino de Judá. Y al igual que antes el Asirio deportó la crema de la
          juventud israelita superviviente a tierra extranjera, pensando en humillar su
          orgullo y abatir para siempre el peligro de una revuelta, ahora Nabucodonosor
          hacía otro tanto con los supervivientes de Jerusalén y su reino, deportando a
          la tierra de los Caldeos la crema y nata de la nación superviviente.
               Si en el primer caso la
          deportación no significó esclavitud, y sí compartir el mismo odio y deseo de
          venganza con la población de la tierra a la que los israelitas fueron
          deportados, uniéndose a la cual, de la fusión vino a luz una Nueva Nación, con
          capital en Ecbatana, en este caso la deportación de los judíos significó
          esclavitud en el seno de la tierra de los mismos que destruyeron su reino.
               ¡Qué revolución podía
          llevar al Poder a este pueblo de esclavos cuyo amo tenía tanta y más
          experiencia que el propio pueblo judío en la naturaleza estructural de un
          Estado e Imperio! Ninguna. A no ser que… En efecto, Dios elevase un judío
          a la cabeza suprema del Consejo Privado del rey de Babilonia. Y aun así y sólo
          si este hombre de Dios lograse superar todas las intrigas contra su persona que
          habían de plantarle en el camino los miembros del Consejo privado del rey.
   Los historiadores de la
          Edad Moderna, más preocupados en tocarles las narices a la Iglesia Católica que
          en penetrar en las estructuras del Pasado, se despreocuparon de la Influencia y
          Poder de los Magos en la Corte de Nabucodonosor. El odio al elemento semita,
          por ser judío, se manifestó siempre más fuerte que su sentido de la verdad y
          donde vieron cualquier posible Conexión Hebreo-Judía se dieron la vuelta y pasaron
          olímpicamente de hacer Historia, limitándose a hacer periodismo del Pasado: Año
          tal, rey tal, guerra tal. Punto y muerto.
               Pero que a la altura del
          gobierno de Nabónido, el último de los Caldeos, de origen asirio para más inri,
          las llaves de las grandes ciudades fronterizas estuviesen en manos de generales
          judíos, dato que cualquier historiador puede confirmar, pone de relieve que el
          poder del jefe de Consejo Privado del rey, y Jefe de los Magos de Babilonia,
          fue de un alcance extraordinario. Tanto más extenso cuanto más poderosa
          fuera la figura del momento. En el caso del profeta Daniel este poder
          debemos multiplicarlo a su potencia máxima si tenemos en cuenta su
          supervivencia tras la muerte de Nabucodonosor y su presencia en el complot que
          derrocó su dinastía y le entregó la corona a un príncipe extranjero, el
          Nabónido de la Historia. ¿O acaso se produce un cambio dinástico sin revolución
          mediante? La inocencia de los historiadores modernos para no ver revolución
          alguna en un cambio de dinastía es tan grande como su perversidad para darle la
          espalda a la verdad si con ello satisfacían la pasión que los llevaba a
          tocarles las narices a la Iglesia con tal de demostrar que ellos y no Dios son
          los verdaderos artífices de la Historia, si no de la que es al menos sí de la
          que fue.
   De manera que tenemos
          dos elementos de un mismo cuerpo tocándose al final del extremo para darle la
          Corona del Imperio a un desconocido, nuestro Ciro. De un lado el elemento
          Israelita en el Origen de la Corona de Ecbatana, y del otro el elemento Judío
          al frente de las ciudades fronterizas del reino de Babilonia.
               Nos queda definir la
          naturaleza de la revolución que condujo a Nabónido al poder, a Ciro al Imperio
          y a Zorobabel al regreso a la Patria Perdida.
                
           Crónicas Persas
           Podríamos dar curso
          libre a todo un libro enciclopédico tratando este tema de la ascensión de Ciro
          al Imperio y su Edicto de Libertad Religiosa. Los ángulos son tan ricos en
          suculentos misterios que apenas se podría dar de lado una nueva versión,
          haciendo de espejo de la Historia. Primero por la serie de imposibilidades
          anteriormente expuestas, saltándose las cuales un príncipe de segunda se
          enfrenta a las tres superpotencias del momento y triunfa, escribiendo lo que el
          Julio de la Casa del César firmara: Vini, vidi, vincit, pero este
          Julio de la Casa de los Aqueménidas sin tener que librar una batalla que se
          mereciera este nombre, excepto la que lidiara con Creso el Lidio; y segundo,
          porque ¡de cuándo en la Cultura de la Nación de los Persas, figuró la libertad
          religiosa como emblema! Aún en nuestros días la genética traiciona a los que se
          proclaman sucesores de aquel Ciro defensor de las libertades religiosas y que,
          diciéndose sucesores suyos, entienden por libertad religiosa la destrucción de
          todos los infieles, especialmente si son judíos.
   En aquel juego de
          fuerzas entre superpotencias del momento era natural que las alianzas
          matrimoniales abriesen y cerrasen direcciones. Desde esta razón que el
          hijo de Ciaxares, Astiages el Gordo, casare una hija de su barriga con el
          príncipe de Persia no implicaba ningún derecho de Susa a la Corona de Ecbatana,
          a la manera que la boda entre la hija de Ciaxares y el hijo de Nabopolasar no
          entregaba derecho alguno al rey de Ecbatana sobre la corona de Babilonia.
          Absolviendo a Herodoto por su ignorancia, cualquier historiador sabe que la
          princesa entregada en matrimonio de alianza pasaba directamente a vivir bajo la
          corona del príncipe consorte. La fábula del príncipe Ciro, hijo de este
          matrimonio, siendo expuesto a decreto de muerte y salvado por un pastor, no
          tiene ningún valor, excepto el de querer salvar de alguna forma el derecho de
          Ciro al trono de Media y revestir su increíble ascenso al Imperio con el manto
          de la providencia de los dioses. Era imposible que un príncipe de segunda, como
          dije antes, soñase con la conquista de todas las coronas de las superpotencias
          del momento, y lo que es más fantástico, sin ni siquiera tener que librar una
          sola batalla. ¡Oh la la!
   Superando pues a
          Herodoto volvemos a la realidad. Y la realidad es que si Astiages casó una hija
          de entre sus hijas con el príncipe heredero de Persia, como suele suceder en
          todo matrimonio de esta clase: esta alianza tenía por fin mantener la
          autonomía de Susa frente a Babilonia, recordándole Ecbatana a Babilonia que cualquier
          adhesión que superase su influencia política sobre Susa daría origen a una
          guerra legitimada por la sangre entre las coronas.
   Por la parte de Susa,
          mientras el rey de los Persas se aseguraba el apoyo del rey de los Medos
          gracias a la boda entre su heredero y la princesa de Ecbatana, jugando a dos
          bandas, ¡cosas del Poder!, el rey de los Persas mantenía su independencia
          política frente al rey de Ecbatana: vasallaje mediante al rey de Babilonia,
          firmando con el Caldeo el clásico rehenato de su heredero, por el cual el
          primero, un reino de segunda fila, obtenía del segundo, un reino de primera
          magnitud, cobertura y asistencia al fuero de su independencia respecto al rey
          de los Medos. Sería en esta Corte, y no en la choza de pastor alguno, donde se
          criaría Ciro.
               Recordemos que para las
          fechas cuando Ciro hubo de ser entregado - y de aquí la leyenda de su
          desaparición de la vista de Ecbatana y Susa - en las manos de la Corte Caldea,
          la Jefatura de la Casa de los Magos, y Jefe del Consejo Privado del Rey de
          Babilonia, y por tanto al mando de los rehenes reales, este Poder estaba en
          manos de un Judío llamado Daniel.
               Observemos además que el
          mismo proceso que Nabucodonosor realizó con Jerusalén, destruyendo la ciudad y
          llevándose con él a sus príncipes supervivientes, este mismo proceso fue el que
          realizó su padre, Nabopolasar, con Nínive, destruyendo la ciudad y deportando a
          su reino sus príncipes supervivientes, de los cuales, a la manera que de los
          judíos supervivientes saldría el príncipe Zorobabel, ambos criados en la corte
          de Nabuco bajo la mano del mismo Jefe de la casa del rey, Mago y profeta
          Daniel, saldría luego Nabónido, el futuro rey tras el golpe de Estado que
          derrocó a la dinastía de Nabuco.
               Ciro, cerrando esta
          incursión, estaba emparentado por su madre con la corona de los Medos, y por su
          abuelo materno, al mismísimo Astiages, hijo de Ciaxares. Astiages, hermano de
          la mujer de Nabucodonosor, siendo el abuelo materno de Ciro, emparentaba a su
          nieto, sin quererlo, con la Corona de Babilonia. La oportunidad de unir estas
          tres coronas, la Persa, la Caldea y la Meda en una misma cabeza era
          extraordinaria. 
   Ciro tenía derechos
          legítimos de sangre sobre las tres coronas del momento. Obviamente para
          esto había que derrocar a la dinastía de Nabuco, poner en el trono un rey
          títere, Nabónido, sujetar las ciudades fronterizas a hombres fieles al Mago de
          Babilonia, judíos como él mismo, y superar el enfrentamiento con el rey de
          Ecbatana. Cosa no muy difícil de hacer si el Gran Mago de Oriente tenía en
          cuenta que el cuadro del Estado Mayor de la Corona Meda estaba en manos de
          descendientes de Israelitas, hijos todos del mismo Abraham, en cuyas orejas la
          Voluntad de Dios, que había dispuesto la ascensión al trono de rey de reyes de
          Ciro el persa, encontraría un alma bien dispuesta.
   ¿El precio que pagaría
          Ciro?
               ¡La Libertad!
                
           Crónicas Judías
           No es oro todo lo que
          reluce. Y en la envoltura de la imagen arquetípica antisemita haciendo del
          judío el clásico avaro, miserable criatura reptando entre los estratos del
          poder, el oro no sólo no reluce sino que es pura pintura. No sería sino tras la
          destrucción romana de Jerusalén y la convivencia del judío en el Islam y contra
          el cristianismo que esta pintura comenzó a fabricarse y se completó, deviniendo
          el judío la clase más abyecta de gusano, sin lealtad hacia nadie y capaz de
          traicionar al amigo de hoy si el enemigo de ayer llega al poder y su
          supervivencia en el mañana depende de la del enemigo de hoy, que fue el amigo
          de ayer. Mas en lo que respecta al Hebreo, Israelita o Judío, de los tiempos
          anteriores a Cristo, y especialmente durante los siglos del XVI al VI, es
          decir, todo un Milenio, el Hebreo fue un Guerrero nato forjado en el campo de
          batalla, cuya fama se consolidó a título mundial durante los días de David.
               Pero creer que un
          guerrero nato es aplastado mientras el pecho tiene vida es un error, que al
          cabo del tiempo a Nínive le costó la existencia. Un guerrero sólo deja de
          existir, muerto. El mismo espíritu de Libertad opuso el reino de Judá al
          imperio de Babilonia. La imagen que el mundo de entonces tenía del Judío era la
          de un soldado valiente y bravo. Verdad que pone de relieve la puerta que se le
          abrió a la libertad mediante su entrada en el ejército babilonio, sirviendo en
          los cuales llegaron sus jefes a alcanzar los más altos puestos en las ciudades
          de las fronteras del reino. ¿Con la ayuda del jefe de los Magos? Pues sí,
          siempre: pero ninguna influencia tiene peso cuando de lo que se trata es de
          defender a cobardes, que, de haberlos sido, ni por diez como Daniel, el rey de
          Babilonia hubiera aceptado sus nombramientos para guardias de las Puertas del
          Reino.
               El Edicto de Libertad
          que firmó Ciro al entrar en Babilonia fue redactado hacía mucho tiempo atrás y
          el Nuevo rey de Babilonia se limitó a poner su Sello. Este Edicto es la clave
          que abre la puerta a todo el Misterio de aquel Siglo: la ascensión de Ciro, la
          caída de Babilonia y Ecbatana, la complicidad de Babilonia frente a la Caída
          del reino de Lidia y su negativa a unirse a Egipto para apoyar a Lidia y detener
          la fundación del imperio de Ciro. Y a la par nos permite ver la naturaleza de
          la Caravana que lideró el príncipe Zorobabel desde Babilonia a Jerusalén.
               Quiero decir, Zorobabel
          condujo un ejército armado, enriquecido por los tesoros de la Comunidad de la Gran
          Sinagoga del Oriente y exaltado por la tribu sacerdotal, pero ante todo y sobre
          todo Zorobabel era príncipe y quienes le acompañaron fueron los mismos
          generales y soldados que les abrieran las Puertas del Reino a Ciro, de los que
          felizmente Ciro se desembarazó pensando que tal cual habían desertado de su
          antiguo amo podían desertar del nuevo señor, y a su Imperio más le valía tener
          a tales siervos, leales sólo a su Dios, fuera del ejército que dentro del
          ejército.
               El relato bíblico es
          suficiente prueba a la hora de confirmar la veracidad de la naturaleza armada
          de la Caravana del heredero de la corona de Salomón. Ya digo, la imagen
          arquetípica sobre el judío instalada en nuestra memoria durante los últimos
          siglos no puede ser exportada a los tiempos que estamos tratando. Zorobabel
          dirige un ejército de ocupación con plenos poderes de defensa armada frente a
          los ocupantes de la Patria Perdida. Que, como se lee, no tardaron en intentar
          destruirlos. Cosa que no consiguieron porque aquellos colonos albañiles,
          carpinteros y demás, bajo la capa de trabajo llevaban la espada del soldado. Y
          tenían permiso de Ciro para defenderse y hacer valer sus vidas. ¡Qué es la
          Libertad sin el derecho a la defensa!
               Se sobreentiende de su
          Edicto que Ciro no les otorgó a los Judíos a una Libertad para invadir el País
          y hacer Zorobabel de Josué en plena Reconquista. Del Edicto se entiende que los
          Judíos compraron su Libertad para regresar a su Patria e instalarse en la
          tierra siguiendo las leyes del establecimiento pacífico, y sujeción de las
          nuevas poblaciones a los deberes imperiales. Bajo estas premisas, como vemos en
          el relato Bíblico, Zorobabel y sus hombres reconstruyeron Jerusalén, se
          instalaron y comenzaron a expandirse por la Heredad de los Hebreos.
                
                            
          He aquí el famoso Edicto de Ciro
   A.- Yo soy Ciro, Rey del
          Mundo, rey grande, rey poderoso, rey de Babilonia, rey de las tierras de
          Sumeria y Acad, rey de las Cuatro Regiones, hijo de Cambises, gran rey, rey de
          Ansán, nieto de Ciro, gran rey, rey de Ansán, descendiente de Teispes, gran
          rey, rey de Ansán, descendiente de una línea real sin término, cuya ley Bel y
          Nabu bendicen, cuyo reinado hace la complacencia de los dioses.
               Cuando me hallé
          preparado, entré en Babilonia, y asenté mi reino en el palacio de los reyes entre
          el júbilo y la alegría. Marduk, el Dios Altísimo, dispuso el corazón de los
          habitantes de Babilonia hacia mí, y yo le adoraré todos los días.
               Y continúa:
               B.-Por mis actos Marduk,
          el Señor Todopoderoso, se alegró y a mí, Ciro, el rey que le rinde adoración, y
          a Cambises, mi hijo, la fuerza de mis muslos, y a todas mis tropas Él ha
          bendecido, y por esto con espíritu de gracia glorificamos en excelsitud su
          Altísima Divinidad.
               Todos los reyes que se
          sientan en sus tronos desde un rincón al otro de las Cuatro regiones, desde el
          Mar del Norte al del Sur, que moran en ... todos los reyes del Occidente que
          habitan en tiendas, me rindieron tributo y vinieron a besarme los pies sobre
          Babilonia. Desde ... a las ciudades de Assur, Susa, Acad y Eshunna, las ciudades
          de Zamban, Meurnu, Der, hasta los confines de la tierra de los Gutis, yo hice
          volver los dioses a sus lugares de culto desde muy antiguo, a sus ciudades
          sagradas en ruina desde tiempos lejanos.
               Reuní todos sus
          habitantes y restauré sus ciudades. Los dioses de Sumeria y Acad, que Nabónido,
          contra la cólera de los dioses, trajo a Babilonia, Yo, por la voluntad de
          Marduk, el Señor Dios, hice retornar a sus ciudades de culto.
               Quieran todos los dioses
          rogar por mí delante de Bel y Nabu por todos los días de mi vida, y digan a mi
          Señor, Marduk: “Que Ciro, el rey, tu siervo, y Cambises, su hijo...”
               Y concluye así:
               C.- Ahora que soy rey de
          Persia, Babilonia y las naciones de las Cuatro Regiones con la ayuda de Marduk,
          declaro que respetaré las tradiciones, costumbres y religiones de las naciones
          de mi imperio, y no permitiré, mientras yo viva, que gobernador alguno bajo mi
          mando las insulte.
               Desde ahora para
          siempre, mientras Marduk disponga el reino a mi favor, no impondré mi religión
          a nación alguna. Cada nación es libre para aceptarla, y si alguna la rechaza Yo
          jamás me alzaré contra su libertad para imponerle mi Creencia. Mientras Yo sea
          el rey de Persia y Babilonia, y de las Cuatro Regiones, Yo no permitiré la
          opresión religiosa de una nación sobre otra, y si ocurriera Yo castigaré al
          opresor y devolveré su derecho al oprimido.
               Mientras Yo sea rey no
          permitiré a nadie tomar posesión y realizar expropiación de los bienes ajenos
          en razón de la fuerza o sin compensación. Mientras yo viva, prescribo el
          trabajo en condiciones de esclavitud.
               Hoy, Yo declaro: que
          todo el mundo es libre para elegir su Religión; que todo el mundo es libre para
          elegir su sitio de morada, entendiendo que este derecho no anula el deber hacia
          la ley del prójimo; que Nadie podrá ser culpado por los delitos o faltas de sus
          familiares.
               Prescribo la esclavitud
          y mis gobernadores tienen el deber de prohibir el cambio de personas por cosas
          dentro de sus dominios. Tal costumbre debe ser exterminada de la faz del mundo.
               Ruego a Marduk que me
          conceda cumplir con mis obligaciones hacia las naciones de Persia, Babilonia y
          las demás de las Cuatro Regiones.
                
           El Misterio de Jesús el
          Galileo
   Pero para entender la
          mentalidad de Pedro y por qué Dios elige para Madre de Cristo a una Galilea,
          nuestra María, si aun así queremos ver la causa del desprecio a Jesús y sus
          Discípulos por los Judíos en base a sus orígenes galileos, desprecio superimportante
          a la hora de comprender la naturaleza mental del movimiento cristiano de los
          principios, desprecio real en su día olvidando el cual se ha cometido y se
          comete un error tremendo al aplicarle a la mentalidad de los primeros
          cristianos un sustrato judío acorde a lo judío entendido desde las
          consecuencias de la Crucifixión de Jesús; si queremos ver por qué Dios eligió
          la Galilea para hacer brillar la Luz de su Sabiduría y desde la Galilea de los
          Gentiles irradiar su Reino sobre los siglos, lo primero que debemos hacer es
          entrar en la Historia de aquella Galilea de los Gentiles, cuyos orígenes en el
          tiempo, en tanto que territorio hebreo, contaba para las fechas más de un
          milenio, tiempo suficiente – obviando la deportación de su juventud durante el
          neoimperio asirio - para proceder la genotipia a una mentalidad sui géneris,
          particular, típica, patriota, que en el caso de la Galilea, como se ve en los
          Evangelios, vino traducida en el habla dialectal que abriendo la boca traicionó
          a Pedro durante la célebre Noche de sus Negaciones. Podemos decir, sin mucho
          margen de error, que frente al Judío de sus tiempos el Galileo era el Andaluz
          de los nuestros en relación al Español. El Andaluz abre la boca y tonto el que
          no adivine su origen. Esta diferencia particular que le da al Andaluz su forma
          de hablar el mismo Idioma de todos los Españoles tiene su origen en el espacio
          mayor de tiempo durante el que Andalucía estuvo esclavizada al Imperio
          Musulmán. Sujeta desde el principio al látigo del Islam, en tanto que el Norte estuvo
          en eterna lucha de Reconquista, Andalucía conservó sus raíces latinas a la par
          que su exposición al yugo magrebí le dio a su habla esas notas particulares,
          que conservaría una vez de regreso a la Patria común de los Pueblos Libres
          Españoles. Aquellos siglos en prisión entre los muros del imperio tiránico de
          los musulmanes, al ser echados abajo esos barrotes por los Reyes Católicos
          provocó en el Andaluz una necesidad de libertad arrolladora que determinó su
          expansión hasta los confines del mundo, que pudo verse satisfecha durante los
          Días del Descubrimiento.
               Así pues, la exposición
          a circunstancias particulares determina las pautas del comportamiento mental de
          un pueblo, que se traduce en su habla, caso Andaluz y caso Galileo. Veamos
          cuándo comienza la ruptura entre Judíos y Galileos, que tan importante sería a
          la hora de la condena de Jesús en base a su origen Galileo.
                
           Crónicas Hebreas
           La verdadera ruptura
          determinante de una alienación del Judío frente al Hebreo tuvo su origen
          inmediatamente después de la muerte del rey Salomón. Si nosotros tomamos a los
          Hebreos como un único ser en tanto que fruto de las carnes de Abraham, entonces
          tenemos que decir que la ruptura entre Judíos y Galileos-Hebreos abrió un
          proceso de esquizofrenia violenta, incurable, el progreso de cuya patología no
          podía ser otro que la destrucción del cuerpo nacional. En efecto, en el 722
          Sargón II destruye el reino de Israel, es decir, la Galilea y la Samaria, y en
          el 607 Nabucodonosor hace lo mismo con el reino de Judá. Ni Dios, podemos
          nosotros afirmar, puede hacer nada cuando la locura es abandonada a sus propias
          fuerzas. Sin embargo más que satirizar sobre procesos que son cosas de libro lo
          que aquí nos interesa es a cuento de qué los Hebreos de David y Salomón
          rompieron el Pacto de Unidad entre las Tribus de Israel, provocando el
          principio del fin de los Hebreos como Nación y Pueblo, que ya jamás volvería a
          la escena, ocupando en lo sucesivo su lugar los Judíos.
               A raíz de la lectura de
          los libros históricos de la Biblia se ve que el choque de fuerzas entre Judá y
          el resto de las tribus de Israel vino como consecuencia del mismo error que
          arrastró a Caín a matar a su hermano Abel. Caín se dejó llevar por el deseo de
          venganza y restauración del destino divino de su padre Adán. Y pues que el
          único que se interponía entre Dios y su deseo era su hermano Abel la respuesta
          era elemental; una vez muerto Abel y habiendo Dios determinado que uno de los
          hijos de Adán vengaría su Caída y heredaría su Gloria perdida, una vez muerto
          Abel y no teniendo más hijos Adán, Caín obligaba a Dios a ungirle como su
          campeón y heredero de la corona perdida de Adán. El error de Caín estaba en sus
          músculos. No pensaba con la cabeza, pensaba con los biceps. No veía a Dios como
          Dios se ve a sí mismo. Y desde este error, viendo a Dios como un hombre mira a
          otro hombre, creyó que su pensamiento y el de Dios tenían el mismo fin y
          principio.
               En el caso Judío el
          error tuvo el mismo esquema de raciocinio. Dios le había prometido a un hijo de
          David el reino universal y sempiterno (pues que somos ciudadanos de la
          civilización cristiana y estamos al corriente de la existencia de los Salmos de
          David no tengo necesidad de importar aquí el maremágnum de profecías al
          respecto).
               Traducida esta promesa a
          la mentalidad del siglo de Salomón la Profecía venía a decir que Dios le había
          prometido a los Judíos el Imperio. Amén, Aleluya, Dios es Grande: El próximo
          Imperio en extender su bandera sobre Mesopotamia y desde aquí a los confines de
          la Tierra sería el Imperio de los Judíos. La lógica de los hechos así lo decía.
          Con David los Hebreos habían levantado el mayor ejército del momento. Con
          Salomón el reino de los judíos había almacenado lo que es más necesario para
          llevar adelante una Guerra de Conquista, oro y plata en cantidades infinitas.
          El heredero de este ejército y tesoro sería el primer rey Mesías, el heredero
          de la Promesa del reino universal, cuya descendencia se alzaría como Dinastía
          hasta el fin del mundo, y su reino se extendería sobre la superficie de toda la
          Tierra.
               Jeroboam sólo tenía que
          seguir este argumento lógico para abrir la Guerra por el Imperio, sacar los
          ejércitos de sus cuarteles, desparramarlos sobre Egipto, Asiria, Babilonia,
          Fenicia, y sus hijos se encargarían de Creta, Chipre, Grecia, Italia, Libia,
          Media, Persia, y sus nietos en el futuro de la India, Escitia, Iberia,
          Abisinia, Arabia... El sueño del Imperio de los Judíos que aún en nuestros días
          suena en la cabeza de un resto de los locos de Jeroboam, y que, como se ve en
          la propia Red, la esquizofrenia paranoide belicista es idéntica a la que
          provocara la ruptura de las Doce Tribus, quedándose solas las de Judá y
          Benjamín con su sueño de dominio universal.
               La Galilea, por aquel
          entonces parte del reino salomónico, comprendió que Judá, es decir, los Judíos,
          tras la muerte del rey Salomón habían perdido el juicio y cometían el mismo
          error de Caín, no ver a Dios como el que es, y caer en el error de creer que es
          Dios quien sirve al hombre, que Dios está para hacer la voluntad del hombre.
          ¿Acaso el grandísimo rey Salomón, dotado de toda sabiduría y fuerza, no hubiera
          podido abrir la marcha de haber considerado que la Profecía se refería a él, el
          hijo de David?
               Para detener el proceso
          de destrucción del cuerpo nacional hebreo hubiera bastado que Jeroboam hubiese
          seguido el consejo de los ancianos. Pero el consejo de los Judíos le pareció
          mejor; él mismo se había criado mamando esa leche, y, tropezando en la piedra
          de Caín, levantó su brazo contra Abel creyendo que el miedo a la destrucción
          que la división levantaría en el horizonte obligaría a los todos los Hebreos a
          aceptar la política de hechos consumados que pretendía imponerles la Corte de
          los Judíos. Error que les costaría a unos y otros acabar como acabaron.
               Si pues los Judíos
          culparon de su suerte a las demás tribus de Israel, la relación con las cuales
          fue de odio hasta la Caída de Jerusalén, haciéndolas culpables de su suerte.
          Las tribus del reino de Israel les devolvieron la gracia a los judíos en forma
          de guerras constantes y continuas. Durante tres siglos largos los Judíos y los
          Hebreos-Galileos tuvieron tiempo de abrir entre ellos un muro de enemistad tal
          que ya jamás volvería a desaparecer de la estructura mental judía, siendo desde
          este lado del odio que los judíos miraron con el desprecio que se merecía un
          Hebreo -por ser Galileo- al Jesús de nuestra Historia Divina. Escupitajo en
          rostro por ser Galileo del que, por supuesto, San Pedro no se libró y sufrió
          hasta el fin de sus días. Y esto aun siendo lo mismo San Pedro que nuestro
          Jesús de la sangre de David, es decir, por la sangre más judíos que la
          mismísima Jerusalén.
               Veamos ahora cómo la
          Galilea devino la patria de Jesús y sus Discípulos.
                
           Crónicas Nazarenas
           La lógica de los
          acontecimientos se refiere a los acontecimientos de la Historia, y que, como
          vemos en la Leyenda de Ciro recogida por Herodoto, tiene que ver con la
          fantasía popular lo que la Astrología con la Astronomía o la Teosofía con la
          Teología. Grande y profunda sería la discusión sobre los verdaderos orígenes de
          Ciro, y no menos interesante y exquisita la conexión de la Invasión de Grecia
          por los Persas de Jerjes que tuvo el servicio que le prestaron los 10.000 de
          Jenofonte a la causa de su hermano Ciro, con la invasión de este mismo Jerjes
          de la Grecia que escribiría la famosa Resistencia del Espártida Leónidas y sus
          300 héroes. Observemos, pues, que los historiadores tienden poco a conectar
          hechos y consecuencias y en consecuencia vemos cómo a la hora de estudiar la
          causa de la invasión de Artajerjes o Jerjes, ninguno de ellos pone de relieve
          los 10.000 de Jenofontes en cuanto factor decisivo que pare en la mente del rey
          persa un odio hacia el Griego, aliado de su odiado hermano Ciro, y determina
          que el miedo al despertar de esta nación bajo un rey, visto que le bastó a los
          Griegos sólo 10.000 soldados de fortuna para hacer temblar los fundamentos del
          trono de Darío, se abalance sobre el Imperio y dé fin a la Dinastía de Ciro el
          Grande.
               Dejando de lado la trama
          oficial sobre Ciro y su imperio en relación a los Griegos y los Judíos, pero rompiendo
          con la opinión formal sobre éstos en orden a la precariedad intelectual
          demostrada en la conexión con aquéllos, digamos que la prosperidad de los
          Judíos bajo los Persas tuvo su causa en el pacto secreto que los generales
          judíos de la Babilonia Caldea firmaron con el Príncipe elegido por Daniel y su
          dios para ser el próximo rey de la tierra. Cuando Ciro ocupa Babilonia, los
          Judíos, al cargo de las llaves de las ciudades de las fronteras del Norte,
          camino por el que Ciro entra en el reino de Nabónido, le entregan las llaves
          del reino de los Caldeos, razón por la que los historiadores tuvieron que
          escribir contra sus deseos, que Ciro entró en Babilonia sin sacar la espada de
          la funda.
               Con su Edicto Ciro pagó
          la deuda con el Príncipe de los Magos de la Corte de Babilonia, pero, como rey,
          Ciro se apoyó en el talento de los Judíos en las cosas de la Administración,
          quedando el Persa libre para las cosas de la guerra. Y sería esta especial
          situación del Judío en la Administración del Estado Persa la que inspiraría la
          Solución Final que Dios desbarató sentando en el Trono de la reina a nuestra
          Ester.
               Así pues, aunque Ciro no
          otorgó mano libre a los Judíos de Zorobabel, el apoyo que éste y sus hombres
          encontraron en la Corte de Ciro permaneció hasta la muerte del Gran Rey. No
          sería sino con Darío que sus problemas con los palestinos comenzaron a tener
          cierta dimensión. Con Esdras, Nehemías y la reina Ester esos problemas pasaron
          a mejor vida y desde entonces no se computa ninguna perturbación antijudía
          en la Palestina bajo los Persas.
   Lo que nos interesa
          ahora es la mentalidad de esa Colonia Zorobabeliana, reconstructora de
          Jerusalén y fundadora de las bases del Nuevo Templo.
               Del Edicto se
          sobreentiende que Zorobabel y los suyos estaban perfectamente al corriente de
          la Prohibición expresa que su contenido imponía respecto a la ocupación de un
          territorio por medios violentos y la imposición de la religión a los ocupantes
          usando medios coercitivos sobre la población nativa de los contornos. Mas por
          este mismo Edicto la Ley del Rey era tal que nadie podía contradecir su Nuevo
          Orden Mundial, y el Asentamiento de Zorobabel en la Judea y la Palestina
          mediante la Paz del Rey no podía ser contravenida por ningún gobierno local.
               No olvidemos que el
          Destierro de los Judíos bajo Nabucodonosor se produjo sobre el 596, y el
          Regreso abrió su marcha en el 536. Redondeando los números, 70 años escasos son
          los que separaron la Judea de su clase gobernante, de manera que al volver los
          hijos de los deportados la tierra aún conserva el calor de sus antiguos dueños.
               Nabuco importó
          extranjeros para suplir la carencia de los deportados y los muertos, pero si
          pensamos que en condiciones normales una clase gobernante no llega al 10 por
          ciento de una población nacional, y que el inmenso 90% restante, quitando los
          caídos en la Guerra Jerusalén-Babilonia, permaneció en la tierra de sus padres,
          entendemos la ausencia de choque de ningún tipo que la Caravana de Zorobabel
          encontró en la población judía no deportada. No se produce invasión, ni ocupación
          siquiera. Es el regreso natural del hijo pródigo a la casa de sus padres.
          Cuando, pues, y he aquí el punto al que se dirige todo este discurso, Zorobabel
          consolida la Nueva Jerusalén y la ley de la carne comienza a imponer su regla
          de oro, la multiplicación de las familias, esta misma Jerusalén se convierte en
          la Colonia Madre desde la que pacíficamente, pero imperturbablemente, extender
          esta nueva sangre por la heredad Bíblica de los hijos de Abraham y hacer suya
          lo que les pertenecía por Decreto Divino.
               Aquí, en este punto, es
          donde comienza la colonización de la Galilea por un núcleo davídico, que,
          partiendo de Jerusalén, busca un asentamiento desde el que irradiar su sangre y
          su ley y, con el tiempo, dar luz un clan unido a la Casa Madre por el lazo
          infatigable de la sangre.
               Este es el verdadero
          origen de Jesús, Pedro y Andrés, Juan y Santiago, los hijos de Trueno. Los
          cinco, lo mismo Jesús que Pedro y Santiago, tuvieron su origen sanguíneo en el
          príncipe de Judá que, nacido del muslo de Zorobabel, una vez terminado el
          trabajo de la reconstrucción de Jerusalén, extendieron sus horizontes en el
          tiempo y dirigieron sus pasos hacia el Norte, donde buscando tierra hallaron
          las colinas de Nazaret, y comprando la tierra, levantaron la que sería la Primera
          Casa Davídica en plena Galilea. El jefe natural y espiritual de esta Casa
          fundadora de Nazaret y del Clan Davídico de los Galileos sería Abiud, hijo de
          Zorobabel, el portador del Rollo Genealógico de la Casa de Salomón, y por ende,
          el heredero legítimo de la Corona de Judá, puntos en los que me extendí en la
          Historia Divina hablando de la Doctrina del Alfa y la Omega.
               El punto a discusión en
          este terreno sería la veracidad de la conexión sanguínea entre Jesús y sus
          Discípulos.
               Primero: volviendo al principio,
          el habla de los Galileos no es hallado en Jesús, pero sí en Pedro. Y de aquí
          que los historiadores no hayan visto jamás esta conexión. Mas estos
          historiadores olvidan que Jesús nació en Belén de Judá porque José, su padre
          por la Ley, era de Belén de Judá y su familia no experimentó en ningún momento
          el efecto de la Galileación que sufrieran los descendientes de
          los fundadores del Clan de los Judíos de la Galilea. Se objetará a este punto
          que el predominio de la tierra de crianza se superpone a la genética y
          criándose en la Galilea Jesús hubiera debido demostrar su origen en su habla.
          Ahora bien, los historiadores vuelven a demostrar su ignorancia cuando eliminan
          de esta crianza la Huida de Egipto y el Retorno a Israel, periodo de un decenio
          durante el cual Jesús estaba criado ya en lo que a la disposición genética del
          habla se refiere.
   Se objetará, nuevamente,
          que este periodo egipcio de la Infancia de Jesús es pura leyenda. La Verdad
          opone a esta interpretación irracional el Episodio del Niño en el Templo y la
          Conversación de Jesús con Pilato. El Niño es escuchado en el Templo, de
          entrada, por su perfecta dicción del Judío más puro jerosolimitano. De haber
          abierto el “niño” la boca en el Galileo corriente por muy Niño que hubiera
          sido: su oportunidad de superar la primera frase hubiese quedado segada por el
          desprecio genético del ambiente Jerusaleño de las clases altas contra la
          mentalidad Galilea. No sólo el Niño supera la primera frase sino que alucina a
          toda la Intelectualidad. Y esta Dicción perfecta del Judío nato, que el Niño
          hereda de su padre, José, sería, al mismo tiempo, el escudo contra el que se
          estrelló todo intento de averiguar dónde vivía aquél fenómeno de criatura.
          Tengamos en cuenta que tras ser rescatado por sus padres aquellos hombres
          debieron, una vez recuperados del alucine, dedicarse a buscarle, y, cegados por
          el habla del Niño concentrarían sus averiguaciones en las familias judías de
          pura cepa, es decir, Jerusalén y sus contornos. El olvido en que este Episodio
          cayó entre los Judíos debióse a su imposibilidad para creer que aquel Niño
          viviese en la Galilea. Su desaparición como su aparición se quedó en eso, un
          fenómeno.
               Por el lado de la
          Conversación con Pilato el Idioma en que Jesús y el gobernador romano
          intercambiaron palabras pone de relieve el conocimiento de Jesús de la Lengua
          Internacional del Imperio, el Griego.
               En aquellos tiempos,
          como en todos los tiempos, el Imperio es el que impone su Ley y su Lengua. Los
          Españoles, los Británicos y los Franceses extendieron sus Idiomas al resto del
          mundo y no al revés. Con el Imperio Romano y el Heleno pasó otro tanto. La
          particularidad de la Edad Clásica sin embargo hizo que en la época Republicana
          fuese el Griego el Idioma Internacional, y sólo durante el Imperio tal cual el
          Latín suplantó al Griego como medio de comunicación internacional.
               La Crianza de Jesús en
          Egipto un acontecimiento avalado por la imposibilidad de dar con su Paradero
          tras el Episodio del Templo, y esta imposibilidad avalando su Crianza en el
          Egipto, y pues que el Egipto estaba sujeto a la Ley del Imperio y al Idioma de
          los Helenos desde la Fundación de Alejandría, cuando José y María huyen a
          Egipto se asientan en la Ciudad por antonomasia judía, Alejandría del Nilo, en
          la que su población, dominada por la corte Ptolemaica, es decir, helena, usaba
          el Griego Clásico como referencia comunicativa. Es de esta Ciudad que Jesús
          conservará su conocimiento del Griego más Clásico y le permitiría maravillar a
          un Pilatos no acostumbrado a hallar tal Dialecto, el Griego Clásico, en un
          simple paleto de provincias, que, curiosamente, tampoco hablaba el dialecto de
          los Galileos.
               Más aún, el Idioma
          Arameo Antiguo de las Escrituras hebreas fue preservado en las Sinagogas de la
          Dispersión con más celos que en las del propio Israel - como se ve de la
          Traducción de la Biblia de los LXX. Educado en la sinagoga de Alejandría el
          Niño Jesús conservaría toda su vida el Conocimiento de una Lengua Sagrada en la
          que desde su Cruz abriría su boca para expirar la Palabra de las Profecías
          Davídicas.
               Todo lo cual nos lleva a
          asentar definitivamente la discusión y dejar claro que el regreso de José y su
          Familia no tuvo lugar sino al final del periodo de gobierno de Arquelao, y dar
          por no real la Fecha que se ha impuesto en los últimos tiempos sobre el
          Nacimiento de Jesús, que se la sitúa tras 4, 5 o seis años tras la muerte de
          Herodes. Se ha dado en alguna fase de las readaptaciones de los Calendarios un
          paso en falso y su consecuencia es la imposibilidad de conciliar la
          Escritura Divina con la cronología humana. Ahora bien, todo hombre, desde el
          tonto del pueblo al sabio que se sienta en el Trono del Papa, todo hombre
          yerra. Sólo Dios es Infalible. De manera que frente a la elección entre la
          Cronología desde las Escrituras o la cronología desde los hombres, la
          Inteligencia no duda y pone su mano en el fuego a favor de la primera. En este
          Siglo veremos cómo se soluciona este Dilema.
   En lo que respecta al
          Segundo Punto, hablando de la Consanguineidad entre Jesús y Pedro, basta el
          análisis de los Evangelios para descubrir entre la Suegra de Pedro y la Madre
          de Jesús una íntima relación de sangre que, sin duda, se remontaba al grado más
          profundo, el de Hermanas. La mujer de Pedro sería una prima de Jesús, sobrina
          de su Madre. Y en consecuencia Jesús y Pedro se conocían de toda la vida.
          Aspecto éste que, volviendo a la mentalidad davídica, presupone y antepone a
          esta relación política un origen en el núcleo davídico que dejara Jerusalén en
          los tiempos de Zorobabel, fundara Nazaret y comenzara a extender su sangre por
          toda la Galilea a caballo de la ley de los clanes endogámicos.
               No es, pues, de gallo
          mañanero afirmar que Abiud, hijo de Zorobabel, emprendió su camino hacia el
          Norte rodeado de otras familias davídicas de pura cepa con las que casar sus
          hijos e hijas, manteniendo su Legado Mesiánico perfectamente unido al Tronco
          Profético. Ni es de estudioso sin fundamentos asegurar que con el tiempo se
          fueron desgajando ramas de este tronco, diluyéndose las generaciones entre
          la población galilea. Proceso inevitable que, sin embargo, precisamente por su
          naturaleza, elevó entre las generaciones siguientes el ascendente de la Casa
          Carnal de Abiud, residente en Nazaret, permaneciendo sus Herederos como
          referente espiritual de las familias que conservaron su unión al árbol de los
          hijos de David.
   Jesús, Hijo de María,
          hija de Abiud, hija de Zorobabel, hija de Salomón, hija de David, hija de
          Abraham, hija de Noé, hija de Abel, hija de Eva, fue, en este contexto, un
          Galileo muy particular.
               Pedro, al contrario, fue
          un Galileo de su tiempo. Criado entre galileos desde su infancia, exceptuando
          su legado davídico, Pedro fue un galileo más, en el habla, en la mentalidad, en
          el traje, en su forma de vivir y de morir incluso, ¿o acaso los Galileos no
          fueron los rebeldes sin causa de toda la vida?
                
           Conclusión
           Durante mucho tiempo el
          clan davídico de Galilea había estado esperando el tiempo de la Manifestación
          de la Casa de Salomón, cuya Jefatura le correspondía a la Casa de María, hija
          de Jacob, hija de Matán, según ya me extendí en la Historia Divina. Como pasa
          con todo y nunca podría ser de otra forma mientras vivamos sujetos a la Ciencia
          del Bien y del Mal, según pasa el tiempo la fuerza de los lazos se reduce. No
          es que se desintegre, pero reduce su círculo hasta permanecer en el núcleo del
          origen un resto. Y este resto íntimamente ligado al Origen del movimiento. En
          el caso que nos ocupa, la jefatura de la Casa de Abiud sobre el clan davídico
          de la Galilea, no escapó a esta regla, difuminándose con el paso de los siglos
          hasta quedar englobado en el círculo familiar íntimo de nuestra María, que
          englobaba, como demostraré, a Pedro como pariente cercano de Jesús por la boda
          de una hija de la hermana de María con nuestro Pedro, en razón de lo cual se
          escribiera para nosotros el capítulo que conocemos como la Curación de la
          Suegra de Pedro, que copio aquí para partir del Hecho y no de mi imaginación:
               Saliendo de la sinagoga
          entró en casa de Simón. La suegra de Simón estaba con una gran calentura, y le
          rogaron por ella. Acercándosele, mandó a la fiebre, y la fiebre la dejó. Al
          instante se levantó y les servía.
               No olvidemos que Jesús y
          su Madre entraban y salían de Cafarnaúm como quien se mueve por su casa.
          Inmediatamente tras la Boda de Canaán, dice Juan: Bajó a Cafarnaúm El con su
          madre, sus hermanos y sus discípulos, y permanecieron allí algunos días. Mucha
          gente, como se ve, para ser hospedada en una casa que no sea la de un pariente
          muy cercano muy querido y en la que se sienten Jesús, su madre, sus hermanos y
          sus discípulos, como en su propia casa. ¿En qué otra casa que la del mismo
          Pedro, en la persona de su suegra, hubiera podido encontrar semejante grupo
          hospedaje? Recordemos que Cafarnaúm está en las orillas del Mar de los
          Milagros, también llamado de Tiberíades, en cuyas aguas nuestro Pedro solía
          salir a pescar todos los días de su vida.
               Y no sólo se hospeda en
          Cafarnaúm toda la trupe sino que permanecen unos días. Y permanecen porque
          están en casa de la suegra de Pedro, no otra que una de las hermanas de nuestra
          María.
               Lo prueba el dato sobre
          la Curación de la madre de la suegra de Pedro. Especifico.
               No olvidemos que Jesús
          acaba de echarse a andar y su fama estaba en sus principios. Aunque Mateo nos
          pone la Curación de la suegra de Pedro inmediatamente después del Sermón de la
          Montaña, Lucas centra el episodio antes de las Bienaventuranzas, que se produce
          como cosecha de la Fama ya ganada por Jesús. No es que Lucas corrija a Mateo
          pero es consciente, los primeros Apócrifos ya en escena, de la Necesidad que el
          Futuro tendría de claves lo suficientemente claras para moverse con firmeza en
          la reconstrucción dinámica de los Hechos protagonizados por nuestro Héroe y
          Rey. Mateo es el primero y escribe su Evangelio sobre la marcha; Marcos, que no
          es otro que el propio Juan bajo cuya Custodia puso Jesús a su Madre, se sube al
          estrado para que se cumpla la Ley, es decir, que por el testimonio de dos es
          válido un Testimonio. Lucas pone sobre la Mesa del Testimonio el suyo tomando
          el Corazón de María como fuente especial y el de los Apóstoles como general.
          Juan, ya hecho hombre, y educado en aquella escuela judía que tenía en la
          memorización de los textos su fuerte, vuelve al tema aportando especificaciones
          particulares y sumando la Doctrina del Verbo que grabara en su Memoria el
          propio Hijo de Dios. Teniendo en cuenta el carácter sagrado de los textos
          precedentes, Juan puntúa y, exceptuando el episodio de la Expulsión de los
          vendedores del Templo, que extrapola a consciencia del Fin al Principio, porque
          el Principio implicaba el Fin, Juan nos aclara que la primera estancia de Jesús
          en Cafarnaúm duró unos días y fue inmediatamente tras la boda de Canaán. Lo
          cual, a todo esto, ya sabíamos.
               El caso es que Lucas
          vuelve a la Curación de la suegra de Pedro basándose en el testimonio de la
          Madre, de cuya viva voz apunta todo lo referente al Nacimiento e Infancia y los
          datos en principio sin importancia que la Madre vivió con su Jesús y sus
          Discípulos. Corrige a Mateo, sin que suponga error por la parte de su Colega,
          anteponiendo la Curación de la suegra de Pedro al Sermón de la Montaña. Punto
          final éste que nos sirve a nosotros de partida para ver en la suegra de Pedro a
          la tita de Jesús, la cual estaba perfectamente al corriente de la Identidad
          Mesiánica del hijo de su hermana mayor, y en el que cree sin necesidad de ver
          sus milagros, y de aquí que “sin fe”, como exige Jesús para recibir su Poder,
          sino por el Conocimiento que viene de la Fe, la suegra de Pedro se beneficiase
          directamente de la Gracia Divina de su sobrino, su Jesús, el hijo primogénito y
          unigénito de su hermana María.
               Lo cual nos lleva al
          parentesco entre Jesús y Pedro. Siendo Jesús el sobrino de la suegra de Pedro,
          ¿qué lazo unía a Pedro y Jesús, ¡primos segundos!? Si Jesús era el sobrino de
          la suegra de Pedro, la mujer de Pedro era la sobrina de la Madre de Jesús, y
          por tanto, Jesús y la mujer de Pedro eran primos.
               La unión entre una casa
          descendiente de David por vía directa limitada a la sangre y excluido todo
          matrimonio con una casa no davídica, y pues que nuestra María era descendiente
          directa de Salomón, como se ve en la Genealogía de su Hijo, la sola idea de
          casar Jacob a una hija suya con una línea no davídica no entraba en su cabeza,
          como no entró jamás en la de sus padres.
               La casa de David y la
          Casa de Aarón mantuvieron este tipo de crecimiento sanguíneo durante los
          siglos. La segunda, porque lo exigía el Templo; y la primera, porque lo exigía
          el espíritu mesiánico. Es verdad que a medida que los siglos abrieron brecha
          esta exigencia quedó limitada al núcleo genealógico, difuminándose la sangre de
          David en el espacio con el transcurrir del tiempo.
               Este núcleo tuvo su
          centro en la Casa de María, que había vivido de esta exigencia durante los
          siglos pasados desde Abiud, hijo de Zorobabel, hasta Jacob, padre de María. Y
          esta exigencia seguía siendo una ley de la Casa hasta que no llegase el tiempo
          del Mesías, cuyo Nacimiento tendría lugar, como era de fe en la casa de Abiud,
          de una hija de este núcleo.
               Jacob, padre de María,
          aunque muerto, pero vivo en su Viuda, casa a sus hijas dentro del clan davídico
          de la Galilea. Un clan que, desde la reconquista por la colonización pacífica
          de la Galilea, se había dado sus hijos e hijas siguiendo una pauta endogámica,
          manteniendo el lazo sanguíneo a través de los tiempos. Como ya hemos visto en la
          Historia Divina, Cleofás, el hermano pequeño de María, conoce a su María, la
          María de Cleofás del Evangelio, sobre este mar de relaciones, que llevaría a
          las hermanas de María a casarse fuera de Nazaret, siendo una hija de una de
          estas hermanas de María la que finalmente se casaría con nuestro Pedro, su
          padre un familiar de la casa de Jacob de Nazaret desde el alba del regreso de
          Zorobabel y sus colonos de la Cautividad de Babilonia.
               Volviendo pues al
          episodio de la curación de la suegra de Pedro, ésta, como hermana de María y
          tita de Jesús, estuvo invitada a la boda de Caná, celebrada entre parientes del
          clan davídico de la Galilea, a los cuales estaban emparentados todos los
          participantes en un grado más o menos próximo. Que la Jefatura de la Casa davídica
          de Nazaret bajo los días de María y su Hijo estaba gozando de una prosperidad
          célebre entre sus conocidos y familiares, nos los pone de relieve en la
          Obediencia que el maestro de sala le hizo, ejecutando su orden: “Haced lo que
          El os diga”. La Señora María de Nazaret no era una invitada lejana y de escasa
          importancia sino que la autoridad de la legítima heredera de la Casa de Salomón
          iba con Ella en la persona de su Hijo, Jesús de Nazaret, el hijo de Jacob, hijo
          de Abiud, hijo de Zorobabel, bajo cuya mano su Casa se elevó a una prosperidad,
          nunca perdida pero caída a menos durante los últimos siglos de guerras civiles
          entre los imperios bajo cuyas banderas los ejércitos hicieron de la Galilea su
          eterno campo de batalla.
               Así pues, sin abrir su
          boca para objetar palabra alguna, como hubiera sido el caso de tratarse de una
          invitada que hubiese entrado por la puerta trasera, el maestro de sala ejecuta
          la orden de la Señora María de Nazaret con la prontitud debida a una Autoridad
          irresistible, tanto por su Fama Espiritual como por la posición económica de su
          Hijo dentro del Clan davídico en plena celebración de bodas entre dos de sus
          miembros, los novios de las Bodas de Canaán.
               Concluyendo: La Señora
          María de Nazaret está en la boda de Canaán con toda su familia como Pariente de
          sangre y de elevado rango en el clan davídico. La idea de una María pobre y de
          un Jesús obrero sin recursos materiales podemos empezar a tirarla a la papelera
          de la basura. Aquel que le pidiera a los demás dejarlo todo, vender todas las propiedades
          y seguir a Cristo, fue el primero que lo dejó todo y se fue en pos de Cristo,
          pues Cristo estaba en Él, y Él era el Cristo.
               
 
 CAPÍTULO 3 EL MISTERIO DEL ROSTRO DE LA MADRE DE JESÚS
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