HISTORIA DIVINA DE JESUCRISTO. 
         
        EDAD APOSTÓLICA
         
              
         
        Pero no quisiera cerrar
          esta Historia dejando en el aire cualquier posible sospecha sobre la
          posibilidad de haber sido conocida la Historia Divina tal cual la habéis leído
          por  la Iglesia Católica y ocultado su Conocimiento a fin de por la
          ignorancia mantener a todos bajo su imperio. Las circunstancias trágicas que
          envolvieron el Nacimiento e Infancia de las iglesias y precisamente por haberse
          hallado en constante situación de muerte despeja cualquier posibilidad de
          sospecha y abre la mirada de la inteligencia al Silencio de Dios y de sus
          hijos, a la cabeza el Primogénito y estrella de los Evangelios, Jesús, el hijo de
          José y María, Cristo Jesús, el Hombre que nos mostró el Modelo a cuya Imagen y
          semejanza hemos sido llamados al Ser. Respecto al Silencio de Dios, que
          obligaba a toda su Casa, su continuidad más allá de la Resurrección quedó
          sellada en el Nuevo testamento el día que el Apóstol Pablo, con la confirmación
          de todos los Apóstoles Vivos, escribiera aquello de: “... la creación entera
          está esperando ansiosa el día de la gloria de la libertad de los hijos de
          Dios...”.  Recordemos aquellos Orígenes.
  
         
        En los años 30 del Siglo
          de Cristo comenzaron las primeras cazas de brujas. Tras la Muerte de Jesús la
          obstinación de sus Discípulos -en el tema de la Resurrección- empujó a los
          judíos a abrir la veda de exterminación de todos los cristianos.
              
         
        En un principio sus
          jueces se quedaron convencidos de haber atajado la rabia matando al perro. Era
          de esperar que sus sectarios no salieran jamás del escondite, se volvieran a la
          Galilea y ahí se quedara el episodio de la aparición de aquel problema tan
          atípico. Pero cuando a los cuarenta días de la Resurrección los Doce salieron
          de su escondite y se pusieron a predicar el Evangelio el problema resucitó.
              
         
        La confusión fue lo
          primero que conocieron. Confundidos por no haber podido dispersar el rebaño una
          vez muerto el pastor, alucinados por la velocidad a la que la noticia de la
          Resurrección se estaba propagando por toda la Judea, la Samaria y la Galilea,
          los mismos que vendieron a Jesús en base a ser ellos o El, -argumento que la
          propia Historia se encargaría de desmantelar cuando sin Cristo la Nación fue
          destruida-, aquéllos mismos se volvieron a reunir en los sitios sagrados del
          Templo para decidir sobre la suerte de los Primeros Cristianos. (Quienes
          acusaron a los Apóstoles de estar llevándolos a la destrucción -según se decía
          porque preparaban un levantamiento contra el Imperio- ésos mismos tuvieron que
          callarse luego al ver cómo fueron sus propios hijos -tan buenos, tan perfectos-
          quienes los condujeron a todos a la destrucción. Pero esto no debía llegar
          jamás a conocimiento de las generaciones póstumas; los hijos de sus hijos
          debían culpar en los próximos milenios a los cristianos de haber provocado la
          ruina de Jerusalén).
              
         
        En el calor de aquel
          odio, no por haber culpado a la Nación de haber asesinado al Mesías, sino por
          contárselo a todo el mundo, aireando su crimen a los ojos de todo el Imperio,
          los judíos perfeccionaron su capacidad natural para el espionaje. Y se
          aprovecharon de la movilidad de los Apóstoles para, sin suscitar entre los
          fieles recelo de ninguna clase, colocar a sus hombres entre los Primeros
          Cristianos.
              
         
        Conocedores de la
          extensión del Movimiento aquellos espías superaron en capacidad para la intriga
          a sus propios jefes, o tal vez siguiendo la orden de sus príncipes empezaron a
          correr la voz, bulo anticristiano terrible, diciendo que los Apóstoles estaban
          preparando una rebelión abierta contra el César. La consecuencia de aquella
          revolución suscitaría contra Jerusalén la ira de Roma, efecto final en el que
          los Apóstoles basarían la veracidad profética de su Jefe, en especial hablando
          de la profecía suya sobre la suerte de Jerusalén, destinada a ser arrasada
          piedra sobre piedra.
              
         
        En su ignorancia sobre
          la Ciencia de la Salvación llegaron a decir aquellos hombres que los Apóstoles
          pretendían montar el espíritu de profecía de Jesús sobre las ruinas de
          Jerusalén. Tal fue el argumento que aquella generación esparció en las orejas
          del pueblo.
              
         
        Soliviantado el pueblo,
          motivada la opinión pública con semejantes mentiras exterminadoras, el pueblo
          se agachó para recoger la primera piedra. Así que, tras el breve periodo de
          tolerancia en honor de la Memoria de Jesús, una vez superado el trauma de haber
          resistido pasivamente la Crucifixión de Aquél joven Profeta de Nazaret, el
          pueblo, asustado por lo lejos que sus Discípulos querían llevar la venganza
          contra el Templo, aprobó la vía libre a las primeras matanzas exterminadoras de
          cristianos.
              
         
        La operación de rotura
          de la opinión pública llevada a término en apenas una estación sucede a la
          otra, la sentencia de muerte más al uso entre los judíos, la muerte por
          apedreamiento, costumbre perdida hacía mucho, y rescatada en los últimos
          tiempos por la corriente fundamentalista prorromana -como una vez la hubo
          prohelena y estuvo en la causa de la solución final de Antíoco IV Epífanes-
          aquella sentencia patibularia tan antigua, desfasada en los tiempos que
          corrían, aquellos jueces de la ortodoxia judía la rescataron del baúl de los
          recuerdos.
              
         
        Fue así como, cuales
          ángeles exterminadores recorriendo los túneles secretos donde supuestamente se
          planeaba aquel levantamiento contra el Imperio, la extrema derecha
          fundamentalista que abrió el Juicio contra Jesús declaró abierta la veda
          exterminadora contra todos sus discípulos, pequeños y grandes.
              
         
        ¿Puede alguien negar con
          seguridad que la muerte del joven Esteban no significó la primera declaración
          oficial anticristiana conocida? ¿Las medidas provisionales contra los Apóstoles
          que el Sanedrín tomó no parecen probar que durante un tiempo, confundidos por
          la vergüenza de tener que matar a sus propios hijos, los judíos mantuvieron el
          debate sobre la Resurrección a nivel discursivo exclusivamente?
              
         
        La imposibilidad de
          convencer a aquellos primeros cristianos de la locura de creer en la
          Resurrección de un hombre, en la existencia del Paraíso, en la Encarnación del
          hijo de Dios, puntos en los que los Primeros Cristianos creían a ciegas,
          afirmando existir Cielo e Infierno; por culpa de una fe tan simple se iban a
          ver empujados a matar a cualquiera que confesase con la doctrina católica por
          excelencia: Dios Hijo Unigénito se encarnó, se hizo hombre, y lo crucificaron.
          Al tercer día resucitó.
              
         
        La primera oleada
          genocida anticristiana y la fecha exacta en que Poncio Pilatos abandonó la
          Judea han llegado a nosotros como un misterio irresoluble que se niega a
          entregarnos su secreto. De cualquier manera, fuera porque aprovecharan el
          cambio de gobierno para ventilar de una pasada el problema, con una solución
          final anticristiana rápida, la muerte de un joven llamado Esteban el
          pistoletazo que marcó la marcha; solución final que no pudieron aplicar durante
          el mandato de Pilatos; o fuese que la primera oleada anticristiana finalizase
          con el mandato de Pilatos, quien comprendió el tema y dio su venia a una
          persecución violenta rápida, debiendo nosotros situar la muerte de Esteban al
          término del mandato del verdugo de Jesús, oleada contra la que el nuevo
          gobernador se levantó poniéndole fin; el hecho es que la profecía de Jesús
          sobre la suerte de los Primeros Cristianos empezó a cumplirse a rajatabla.
              
         
        El primer historiador de
          la Historia del Cristianismo, Marcos, de origen hebreo, y porque era hebreo, no
          quiso retratar con la pluma la gravedad de la primera oleada exterminadora. Los
          Primeros Cristianos superarían el trance. No había que ahondar demasiado en el
          punto de su exterminación por sus hermanos de sangre. Tarde o temprano la
          propia ley del crecimiento del Reino de los Cielos atraería sobre los Primeros
          Cristianos la mirada del Imperio. Por lo tanto, sin ocultar la gravedad de los
          hechos, ni cultivar la flor del odio contra los judíos contándoles a todo el
          mundo las barbaridades que sus propios hermanos de sangre se habían jurado
          ejecutar y estaban ya ejecutando, la doctrina apostólica fue no responder al
          enemigo con la violencia y el odio que una pluma puede desatar en el corazón de
          los hombres. Dios se encargaría de juzgarlos; juzgó a Caín, juzgaría a aquella
          generación fratricida. La venganza era del Señor; sembrarla para que el futuro
          se la tomase por su mano no les convenía a sus Siervos. Ahora bien, que nadie
          se creyera que podía dedicarse a sembrar vientos y luego iba a sentarse a la
          puerta de su casa pensando que no recogería tormentas.
              
         
        Los autores cristianos
          de origen romano, en aquella búsqueda de no responderle al odio con odio, se
          esforzaron, sin ocultar lo evidente, por minimizar el carácter genocida de las
          Persecuciones. Lejos ya de aquellos tiempos y, por tanto, capacitados para
          investigar con objetividad los sucesos, nos corresponde a nosotros descubrir la
          terrible matanza de inocentes llevada a cabo, por los judíos primero, y por los
          romanos luego. Quiero decir, ¿o acaso Dios fue demasiado severo con los romanos
          destruyendo su imperio? ¿Y por qué ha sido tan severo con los hijos de su amigo
          Abraham, a los que entregó a la exterminación a los ojos de todas las naciones?
          Por una muerte al azar desde luego que no.
              
         
        La reconstrucción de la
          línea del tiempo, como consecuencia del caos que cayó sobre el mundo en los
          Sesentas, es decir, si Poncio Pilatos fue destituido por permitir la matanza de
          los cristianos, contra el Derecho Imperial que reconocía libertad de conciencia
          religiosa a todas las provincias, o si fue destituido porque se abstuvo de
          aplicarle a los Discípulos la pena sufrida por el Maestro, levantándose como
          muro entre judíos y cristianos, muro que los judíos debían derribar si querían
          cortar por lo sano el crecimiento del cristianismo: este asunto es un aspecto
          de la Historia de difícil solución.
              
         
        A raíz del aquel caos
          los historiadores escribieron una nueva historia. Los cambios sobre la línea
          del tiempo que realizaron no nos permiten decir con toda la fuerza de la verdad
          inequívoca qué fue antes, la destitución de Pilatos o la apertura de la primera
          oleada exterminadora. Lo que sí podemos creer y parece inamovible es que la
          muerte de Esteban marcó un punto de inflexión en la historia del cristianismo.
          ¿Si se atrevieron a ponerle la mano encima al mismísimo Hijo Unigénito y
          Primogénito de Dios se iban a cortar a la hora de echarles el brazo
          exterminador a todos sus fieles?
              
         
        (Nadie pretende
          resucitar odios extinguidos. ¿No estaría loco quien quisiera culpar a los
          alemanes del siglo XXI de los crímenes contra la Humanidad cometido por los
          alemanes del XX? Pero que no se les culpe no quiere decir que sus padres no
          fueran monstruos. Ni desenterrar la naturaleza del crimen por el que los judíos
          fueron condenados a vagar XX siglos por el mundo, de todos perseguidos, por
          todos despreciados, significa que no se considere la deuda pagada). Dios, que
          es Justo, poniendo a los judíos en las manos del Antíoco IV Epífanes del siglo
          XX rescató para la Historia la naturaleza del crimen contra sus Hijos que los
          judíos cometieron.
              
         
        Es decir, por muy grande
          que fuese el deseo de los Apóstoles de no sembrar entre los cristianos el odio
          contra los judíos, tampoco podían ocultarle al futuro la gravedad de los
          Hechos. En cualquier caso, el asesinato del joven Esteban parece que fue el
          punto cumbre de la primera oleada exterminadora anticristiana.
              
         
        Desde el punto del
          Derecho Romano, no habiendo sido firmado ningún decreto imperial contra la libertad
          religiosa en general y contra el cristianismo en especial, la muerte pública
          del joven hebreo sólo podía poner en evidencia ante el César al gobernador del
          Estado judío.
              
         
        En los evangelios vemos
          que Jesús contó con simpatizantes dentro de los militares romanos. Es de creer
          que esa simpatía siguiera viva hacia sus Discípulos. De donde se debe implicar
          que los cambios de Procurador para la cuestión judía se vieron influenciados
          por las denuncias de esos ciudadanos romanos contra la política de trasgresión
          de las leyes religiosa del Imperio por parte del elegido del Senado. ¿Se puede
          creer que, contando con la complicidad judía, Pilatos se expuso a ser juzgado y
          condenado por el Senado en base a haber quebrantado la ley referida? De los
          hechos de Pilatos escritos por sus biógrafos puede decirse que fue así. Pilatos
          fue juzgado por el Senado y desterrado de Roma. Sentencia tan grave sólo se
          podía justificar en la trasgresión del imputado contra las leyes del Imperio,
          especialmente tocante al asunto de la libertad religiosa.
              
         
        Así que si fue así y la
          muerte de Esteban no marcó el principio sino el final de la primera oleada
          exterminadora anticristiana: ¿en cuántos años hacia delante o hacia detrás
          debemos retroceder en la línea del tiempo la destitución de Pilatos? ¿Marcó su
          destitución el final de la primera guerra santa del fundamentalismo judío
          contra el cristianismo naciente? ¿O fue la llegada del nuevo gobernador la que
          marcó el pistoletazo de salida de la solución final judía contra los primeros
          cristianos?
              
         
        Los únicos que hubieran
          podido aclararnos este misterio eran los mismos que llevaron adelante la
          matanza del joven Esteban.
              
         
        Esto en cuanto a la
          primera oleada de exterminación de la Iglesia que fundó Jesús cuando le dio a
          Pedro la Jefatura de los Apóstoles.
              
         
        Y seguimos.
              
         
        Julio César fue sucedido
          en el Imperio por su hijo Octavio Augusto. A Augusto le sucedió Tiberio. Bajo
          este Tiberio comenzaron las persecuciones anticristianas; la muerte del joven
          Esteban tuvo lugar en sus días. A Tiberio, pues, le sucedió Calígula. En los
          días de este Calígula ocurrió la Conversión de Pablo. A Calígula le sucedió
          Claudio. Durante su imperio fue asesinado Santiago, el mayor de los hijos del
          Trueno; el escándalo de esta nueva persecución anticristiana llegó al Senado,
          que respondió a la locura fratricida judía decretando el destierro de todos los
          judíos de la Ciudad Imperial. Previendo los Apóstoles los sucesos que vendrían
          a continuación se reunieron en Concilio Universal, en Jerusalén, en el año 49.
              
         
        De todos modos -recapitulando-
          el ascenso al trono de los Claudios no cambió mucho las cosas en el asunto de
          la guerra judía contra los cristianos. Es más, aprovechándose de la locura de
          los Claudios los judíos concibieron legalizar la secreta solución final
          anticristiana que estuvieron aplicando bajo Poncio Pilatos. La primera oleada
          sangrienta al parecer no les dio el resultado apetecido. Por lo visto mientras
          mataban a uno en alguna otra parte nacían otros diez. Así que enviaron a un tal
          Saulo de Tarso a comprarle la venia al gobernador de la Siria. La idea era
          cazar a todos los cristianos y matarlos según los fueran atrapando. Hasta que
          no quedase ni uno.
              
         
        Afortunadamente el
          correo nunca regresó a su cuartel. La muerte de Santiago en los años
          inmediatamente posteriores a la conversión de san Pablo nos dice que, con la
          venia o sin la venia de los romanos, los judíos siguieron adelante con sus
          planes de exterminio.
              
         
        La muerte de Santiago
          nos descubre la que podríamos llamar la segunda persecución anticristiana
          conocida. Cuyos ecos por fuerza habían de llegar a Roma y posiblemente estuvo
          en el trasfondo de la decisión que, horrorizado por semejante comportamiento
          fratricida, el Senado tomó: la expulsión inmediata de Roma de todos los judíos.
              
         
        Aquella decisión
          senatorial difícilmente, so pena de hacer el ridículo, se puede interpretar
          como una especie de comprensión del tema cristiano por parte de los romanos. Es
          más, el sentir de los apóstoles hablaba de todo lo contrario. Así que reunidos
          por Pedro en Jerusalén para tratar en Concilio el tema del futuro del
          cristianismo, en el año 49, ante el peligro que las futuras persecuciones del
          imperio representaban para el crecimiento del Reino de los Cielos en la Tierra,
          los Apóstoles tomaron la decisión de organizarse y edificar una Iglesia Universal
          frente a cuyos muros se estrellasen las olas del anticristianismo imperial que
          ya rompía el horizonte. Desde ese año en adelante los apóstoles quedaban
          convertidos en los primeros obispos de la iglesia universal; ellos elegirían a
          sus sucesores, y sus sucesores a los suyos, y así sucesivamente. La jefatura de
          Pedro pasaría a su sucesor.
              
         
        Para cuando Nerón subió
          al trono la iglesia apostólica y universal había nacido ya. Su crecimiento en
          los siglos dependería exclusivamente de Dios. Su arquitectura original, sin
          embargo, se mantendría firme.
              
         
        Cuando, pues, en los
          años 60, Nerón decreta la primera persecución imperial anticristiana, la que
          luego se llamaría Iglesia Católica había sido edificada sobre Roca y se
          encontraba perfectamente preparada para resistir los aguaceros, los temporales,
          los movimientos de tierra. Conscientes, por profetas, de la persecución
          imperial que, obviamente, arrasaría en los medios cristianos de la ciudad
          imperial, Pedro y Pablo no se movieron. Ellos ya conocían el camino. Ahora les
          tocaba enseñarles a los suyos cómo se hacía ese camino.
              
         
        También por ese tiempo
          los judíos se rebelaron contra el imperio. Pero no en respuesta a las
          persecuciones anticristianas que, por fin, el imperio ordenaba. Aprovechando la
          locura de los Claudios, síntoma de la próxima e inmediata caída de Roma, un tal
          Flavio Josefo, asociado con otros jóvenes rebeldes independistas, se lanzaron a
          la aventura en la creencia de estar interpretando Macabeos Segunda Parte.
              
         
        En su locura suicida
          estaban cuando, misteriosamente, le prendieron fuego al Templo, desapareciendo
          entre sus llamas, milagrosamente, todos los archivos oficiales hurgando en los
          cuales cualquier investigador hubiera podido abrir las actas del juicio contra
          Jesús, y hallar los registros de nacimiento de todos sus familiares.
              
         
        Los historiadores nunca
          quisieron pringarse en el misterio de aquel milagro por el que Jesús, a nivel
          de documentación oficial, quedó desterrado al mundo de las fábulas. Prefirieron
          hablar de mala suerte, de azar, de caos, de lo que fuera con tal de no remover
          las aguas. Nosotros, vista la solución final de exterminio que aplicaron por
          tres veces los judíos contra los primeros cristianos, no podemos quedarnos al
          margen de los sucesos.
              
         
        La tercera persecución
          exterminadora había tenido lugar escasos años antes. El primer obispo de
          Jerusalén, elegido por los apóstoles personalmente, no otro que el Santiago
          hijo de Cleofás, el hermano de la Madre de Jesús, con el que se criara el Niño;
          ese mismo Santiago, primo de Jesús, elegido para el obispado de Jerusalén, vino
          a caer en las redes de aquella tercera oleada criminal.
              
         
        La causa por la que
          Flavio Josefo y sus socios independistas atacaron tan alto la descubriremos
          posiblemente en su fracaso para unir a su guerra macabea a los cristianos de
          origen hebreo. El obstáculo que el hermano del Señor -como se le llamaba al
          primer obispo de Jerusalén- le significó a la esperanza de la corriente
          judeocristiana -unir a cristianos y judíos contra el Imperio- marcó el
          principio de la tercera oleada, y explica que ésta apuntara tan alto.
              
         
        Unos años antes fue
          cuando san Pablo fue arrestado y enviado a Roma por ser ciudadano romano.
          Estando allí le cogió el famoso Incendio en el origen de la primera persecución
          imperial.
              
         
        Jamás han sido descritas
          aquellas tres primeras oleadas anticristianas judías con la fuerza y el impacto
          que tuvieron. Sea porque los apóstoles se limitaron a predicar el Evangelio,
          sea porque durante aquellos siglos siguientes la historia la escribieron sus
          enemigos, y ya pasado el tiempo nadie quería hurgar en aquellos trágicos
          recuerdos; por una cosa o por la otra, o por ambas, lo cierto es que jamás se
          ha puesto sobre la mesa el horror y el Crimen contra la Humanidad que los
          judíos, primero, y los romanos luego, cometieron. Los primeros los mataban a
          pedradas, los segundos los echaban a los leones como quien les echa un trozo de
          carne a los perros. ¿Cuándo y en qué momento de la historia universal una
          Iglesia tuvo semejante origen? ¿Y si hubo alguna otra que lo tuvo cuál de ellas
          superó la prueba de ser el centro del odio de todo el mundo?
              
         
        ¿Cuántas criaturas
          inocentes asesinaron judíos y romanos en nombre de la eternidad de sus pueblos?
          ¿Cuántos cientos de miles de inocentes asesinaron los padres de los judíos que
          aún se lamentan de sus muertos bajo la Alemania nazi?
              
         
        Discusiones aparte, la
          pérdida de los archivos imperiales bajo las llamas del incendio neroniano,
          coincidencias de la vida, vinieron a prestarle argumentos a los que luego
          dirían que el tal Cristo nunca existió, excepto en la imaginación de sus
          inventores. Al menos en ninguna parte del mundo, fuera de los Evangelios,
          podían hallarse documentos que hablasen de haber existido el tal Jesús.
              
         
        Flavio Josefo, el que
          fuera uno de los líderes de la rebelión independista, traidor a los suyos,
          cobarde que se retiró de la guerra que comenzara cuando vio que su fin era la
          destrucción de su ejército; el tal Flavio Josefo aprovechó las circunstancias
          del vacío legal dejado para reescribir la historia del pueblo judío, de la que,
          “por amor a la verdad”, borró de sus hechos cualquier referencia a las
          persecuciones de exterminio que su pueblo ejecutó, y, por supuesto, cualquier
          referencia a la existencia de un judío llamado el Cristo.
              
         
        Estaba el hombre en que
          la Iglesia que Jesucristo había levantado no resistiría el impacto
          anticristiano imperial. Creía el hombre que la Iglesia edificada por sus
          discípulos en el Concilio de Jerusalén no resistiría el choque y se desplomaría
          bajo el peso de la locura de los Césares. No sabía el hombre que mucho antes de
          subir al trono Nerón el impacto de su locura contra los muros de la Iglesia
          Católica ya había sido calculado.
              
         
        La imagen de la muerte
          de tantos miles de inocentes sacrificados a la locura de Nerón acabó
          escandalizando a sus generales. La lucha entre ellos determinó el fin del
          primer ataque anticristiano, para la alegría general de todos los
          supervivientes; y reabrió un capítulo doloroso para todos cuando Domiciano, que
          había sucedido a Tito, sucesor de Vespasiano, en venganza contra los rebeldes
          judíos, y creyendo que la Casa de David era la culpable de la rebelión, echó
          mano de los parientes de Jesús y se cebó en la casa de Judas, otro de los hijos
          de Cleofás, el hermano de la Madre de Cristo. En cuya muerte por delación no es
          difícil descubrir la mano del traidor, Flavio Josefo, perfectamente al
          corriente de quién era ese Judas, sucesor en el obispado de Jerusalén de Simón,
          el hermano del otro Santiago que ya asesinaran en su día los padres del tal
          Flavio Josefo. También se dice que el propio Vespasiano se encargó ya antes de
          la casa de Simón. El caso es que el tal Domiciano reabrió las persecuciones
          anticristianas, muriendo bajo su mandato incluso miembros de su propia familia.
          Hasta tal extremo de crecimiento había llegado ya el Catolicismo.
              
         
        A raíz de esta segunda
          persecución fue desterrado San Juan. Tras la muerte del último de los apóstoles
          el destino de la Iglesia nacida en Jerusalén, en el 49, quedó en las manos de
          Dios.
              
         
        Durante todo el siglo II
          los cristianos estuvieron en el ojo de los jueces del imperio. Nerva, Trajano,
          Adriano, Antonino, Marco Aurelio y Cómodo los persiguieron sin más excusa que
          el hecho de llamarse cristianos. ¿Cuántos inocentes fueron asesinados bajo el
          patronazgo del derecho romano?
              
         
        Pero lo que
          caracterizará con más propiedad a este segundo siglo, una vez visto desde el
          futuro el fracaso del imperio contra el cristianismo, será la aparición de
          iluminados que, aprovechando el vacío dejado por la desaparición de los
          Apóstoles, intentaron llenar un tal Marción, un tal Cerdón, un tal Valentín, un
          tal Montano y un tal Taciano el Sirio, entre otros. Con estos personajes el
          ataque contra el Edificio de la Iglesia Universal surgió desde dentro, siendo
          la propia Unidad doctrinal la que se vería amenazada por el fanatismo y el
          ansia de poder de los citados.
              
         
        El tal Marción llevó su
          insolencia al punto de rechazar los evangelios de Mateo, Marcos y Juan y todas
          las epístolas que no fueran las de Pablo.
              
         
        El tal Cerdón llevó su
          esquizofrenia al punto de denunciar en Dios dos personas totalmente diferentes,
          una la del Antiguo Testamento y otra la del Nuevo.
              
         
        El tal Valentín superó a
          los dos anteriores al escribir su propio evangelio y sujetar la doctrina
          cristiana a la escuela de los magos, se dice que, en reproche a no haber sido
          aceptado como sucesor de Pedro.
              
         
        El tal Montano superará
          sin embargo al tal Valentín al identificarse con el Espíritu Santo.
              
         
        El tal Taciano el Sirio,
          para no ser menos que sus socios, rechazó a Pablo y sus Hechos y prohibió el
          matrimonio.
              
         
        Curiosamente, y a pesar
          de la patología evidente, que desde el punto de vista cristiano sus doctrinas
          representaban, hubo quienes les dieron la razón.
              
         
        Así que tras la
          desaparición de los Doce la Iglesia Universal edificada por ellos, pero fundada
          por Jesús, tuvo que vérselas con una jauría de desquiciados amenazando con
          romper la Unidad tan necesaria para resistir los aguaceros, los
          temporales  y los movimientos de tierra.
  
         
        Contra tales iluminados
          Dios despertó su espíritu de inteligencia en mentes brillantes al uso de la
          época. Un Narciso, un Teófilo, un Apolinar, un Melitón, un Dionisio de Corinto,
          y, entre ellos brillando con su luz fabulosa, un Ireneo de Lyon.
              
         
        El siglo III vivió la
          subida al poder de la dinastía de los Severos. Sus miembros mantuvieron las
          persecuciones anticristianas. En esos tiempos nació el hombre que había de
          realizar la definitiva fusión entre filosofía clásica y pensamiento cristiano.
          Hablamos de Orígenes.
              
         
        La anarquía a la que dio
          lugar el asesinato del último de los Severos parece que relajó algo la
          situación del cristianismo. Mas en el 250 el emperador Decio reabrió el
          capítulo. Que mantuvo durante un año. Murió en combate y su sucesor lo reabrió
          de nuevo. Hasta que fue vencido por otro general romano, quien a su vez fue
          vencido por Valeriano, el siguiente en la lista de los emperadores
          exterminadores de cristianos.
              
         
        Curiosamente el hijo de
          ese mismo Valeriano, Galieno, fue quien firmó la paz con la Iglesia Católica en
          nombre de todos los cristianos. Paz que respetarían sus sucesores Claudio II y
          Aureliano.
              
         
        La ascensión al trono de
          Diocleciano, la bestia negra de entonces, provocó la matanza más sangrienta de
          la que se guarde recuerdo escrito tras la del propio Nerón. Matanza que, más
          allá de las previsiones y cálculos, se convertiría en el preludio del ascenso al
          trono de Constantino el Grande.
              
         
        Dada la inmensidad y la
          fragilidad del imperio Diocleciano asoció al poder a su colega Maximiano, en
          una primera instancia, y posteriormente a Constancio Cloro, padre del futuro
          Constantino.
              
         
        Al nacer el siglo IV,
          pues, tal era la situación del imperio y de los cristianos dentro de su
          estructura. En el 305 Diocleciano abdicó. Al año siguiente, muerto su padre,
          Constantino fue pronunciado césar. También lo sería Galerio como sucesor de
          Diocleciano, y Maximino Daia luego de Galerio. Estos dos últimos recrudecieron
          las persecuciones de manera terrible. Movido por el celo por su madre, la no
          menos famosa santa Elena, Constantino saltó en defensa del cristianismo.
          Primero se enfrentó a Majencio y lo derrotó en la célebre batalla legendaria
          donde se le apareciera el Signo de la Cruz, un 12 de octubre del 312. Luego se
          enfrentó a sus socios hasta acabar con ellos y alzarse como único César.
              
         
        Con él vino la victoria
          de la Iglesia que fundara Jesucristo y expusiera a los vientos, a los temporales,
          a los terremotos de la política y a los movimientos de las naciones.
              
         
        En aquel año y para
          siempre quedó demostrada la indestructibilidad de la Iglesia Universal, o
          Católica.
              
         
        Este es un breve resumen
          de los hechos contra los que la Iglesia Madre se enfrentó en sus primeros días
          de vida. Fue su Esposo quien anunció que pasaría por aquellas pruebas para que
          su Sabiduría fuese expuesta a los ojos de todos los que desde el futuro verían
          el nacimiento y crecimiento de su Casa. También era necesario que así fuera
          para que de la Indestructibilidad de su Iglesia todo el mundo comprendiese que
          no se levanta una Casa indestructible sino para ser eterna.
              
         
        El Sello con el que se
          firmó la Alianza entre el Señor Jesús y su Iglesia no fue labrado en piedra,
          sino en los corazones, y no fue escrito con tinta, sino con sangre. No por irse
          la abandonaba, sino que se iba para que se cumpliera la Ley: Buscarás con ardor
          a tu marido, que te dominará. Sobre el tiempo de búsqueda sólo el Padre Eterno
        conocía el cuándo, pero pasase el tiempo que pasase Ella nació para darle
        Descendencia a su Señor, según la Ley: “Será llamado Padre sempiterno”. 
        
  
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