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NUEVA HISTORIA DE LA IGLESIA

 

CAPITULO XXVIII

LA VIDA ESPIRITUAL.II. LA «DEVOTIO MODERNA»

 

La exaltación de la pobreza material fue un hilo importante en la trama de la espiritualidad medieval. De hecho representa uno de los dos dominios en que los franciscanos aportaron una contribución particular, siendo el otro la devoción a la pasión y cruz de Cristo. Esto no era nuevo en la cristiandad. Esa corriente de piedad había inspirado la creación artística y litúrgica y había llevado a Jerusalén a más de un europeo como peregrino o como cruzado. San Francisco dio a esta tradición una profundidad y una dirección nuevas. Fue el primer hombre que recibió los estigmas de las llagas, o al menos el primer estigmatizado reconocido oficial y universalmente como tal, convirtiéndose así en prototipo de una larga serie. Identificándose con el Redentor crucificado, inspiró a multitud de imitadores el sentido de la consagración y del sacrificio personal. La piedad franciscana —y hay que recordar que los franciscanos han sido y son aún la orden más numerosa, incluso sin contar su «tercera orden»— conservó este aspecto afectivo cristocéntrico durante toda la Edad Media. Los grandes teólogos franciscanos, sobre todo san Buenaventura, reflejan el mensaje de san Francisco de dos maneras. Sostienen la primacía del amor considerando que la clave del universo y el motivo de la encarnación residen en el amor de Dios más que en la verdad y el conocimiento del mismo. Según ellos, la teología es ante todo guía que conduce por etapas a la visión extática de Dios. Todo estudio está orientado hacia el amor de Dios. Se trata, según el título del libro más famoso de san Buenaventura, del Itinerario del alma hacia Dios.

A diferencia de los franciscanos, los dominicos carecieron al principio de un «mensaje» original. Predicaron la verdad católica íntegra. Sería simplificar exageradamente decir que los franciscanos tendieron siempre a transformar los corazones y los dominicos se aplicaron siempre a iluminar las inteligencias. Sin embargo, esta afirmación es bastante válida si se aplica al programa de los primeros decenios de ambas órdenes. Era natural que el núcleo central de la orden dominicana fuese una concepción teológica, incluso escolástica, de la vida espiritual, y que santo Tomás de Aquino fuese no sólo el doctor de la orden, sino también su maestro de espiritualidad. La forma en que expone santo Tomás las virtudes teologales, las virtudes morales infusas y los dones del Espíritu Santo y su enseñanza sobre la vida contemplativa constituyen la base de las doctrinas ascéticas y místicas clásicas de los dominicos y han modelado el estilo de los santos de la orden. Sin embargo, la influencia principal de la orden en materia de teología espiritual se ejerció «al margen». Su punto de impacto fue Renania; tomó sus características no de Aristóteles o de san Agustín, sino de Dionisio Areopagita. Como todos los escolásticos del siglo xm, santo Tomás respetó las opiniones del Areopagita, aun cuando tuvo grandes dificultades para armonizarlas con su perspectiva aristotélica.

En este aspecto fue tributario de Alberto Magno, que se consagró a estudiar al Areopagita durante una estancia en Colonia. Alberto (f. 1280) fue el maestro de Teodorico de Freiberg (f. 1310), que a su vez inspiró a Eckhart (f. 1327), a quien la teología mística medieval debe su impronta de un neo­platonismo procedente del Areopagita. Hacia fines del siglo XIII aparecieron en Renania numerosos conventos de dominicas y fueron confiados a la dirección espiritual de los frailes predicadores. Alemania del sur fue un terreno muy fértil. Los conventos y las parroquias urbanas de esta región recibieron durante un siglo la doctrina sutil que les prodigaron los dominicos, entre los que sobresalieron Taulero (f. 1361) y Enrique Suso (f. 1366). Después de morir el maestro, la doctrina de Eckhart fue condenada en parte. Pero Taulero, su discípulo y admirador, logró purificarla de todo elemento dudoso y edificar un sistema que era una combinación ortodoxa del tomismo y del neoplatonismo del Areopagita. De éste tomó la insistencia en el carácter sobrenatural de la contemplación: el «rayo oscuro». Visiones, locuciones y éxtasis son ajenos a este sistema. La concepción general de la teología mística y ascética, entre los dominicos y los carmelitas, se deriva de Taulero, pero a veces no se insiste en los elementos del Areopagita. Los postulados son que la «contemplación» es en esencia el conocimiento infuso y el amor otorgado al alma por la acción de los dones del Espíritu Santo. Dichos dones se hallan en todas las almas que están en gracia, pero sólo son perceptibles cuando las virtudes teologales han alcanzado cierto grado de desarrollo. La vida mística es, pues, una intensificación y prolongación de la gracia santificante concedida por el bautismo. Forma parte integrante de la vida teológica «perfecta», aunque en la práctica sus manifestaciones más elevadas son raras. Siempre es un don gratuito de Dios; no puede adquirirse ni merecerse por el esfuerzo personal. Hasta aquí la doctrina es enteramente tradicional. Pero muchos teólogos y místicos insistieron en principios más próximos al Areopagita que al evangelio. Consideraron la vida mística como la perfección única y necesaria de la vida cristiana y, por consiguiente, como meta de los esfuerzos personales; corolario de tales principios es el aserto de que quienes fracasan no hacen el esfuerzo requerido. Por eso exhortaba Taulero a todos sus oyentes a buscar la perfección mística. Diversas señales indican que Alemania meridional y luego Holanda tuvieron una floración de santos místicos comparable a la que experimentó España en el siglo XVI. Los historiadores de la teología mística han discernido en este movimiento dos maneras de expresar la unión mística y sus grados. Una, la «mística del matrimonio», insiste en la unión de amor, se basa en el Cantar de los Cantares y procede en parte de san Bernardo. La otra es la «mística de la esencia», pone el acento en la unidad del alma con su modelo, que es la palabra de Dios y considera la preparación para ese estado como una desnudez total del alma, exceptuado su ser simple, que puede ser absorbido en la divinidad conservando su particularidad de criatura. Estas dos formas de hablar no se excluyen mutuamente. Ambas son intento de explicar lo inexplicable. Los místicos posteriores, como san Juan de la Cruz, se sirven de las dos.

Sea cual fuere la manera de formular y resolver la cuestión, es indudable que los místicos alemanes constituyen un grupo notable, santo y muy influyente. Hay que hacer particular mención de las dominicas. Muchas de ellas dejaron instrucciones, revelaciones escritas y biografías, entre las que sobresale la de Suso por Elsbeth-Stagel. Entre estas mujeres puede situarse a Hadewijch de Amberes.

En estrecha relación con la Renania existieron los begardos y las beguinas. Fueron numerosos en la zona urbana y en los pueblos situados entre Colonia y Amberes. Los begardos y las beguinas vienen a ser la réplica nórdica y tardía de movimientos como el de los «humillados» aparecido en el norte de Italia. Su origen es incierto; pero a partir del siglo xiii fue un fenómeno corriente. En general eran hombres y mujeres de la mediana y baja burguesía. Vivían solos o en grupos pequeños y se dedicaban a industrias manuales como tejer o a obras benéficas como la enseñanza o el cuidado de los niños. Eran piadosos y frecuentemente poseían una espiritualidad profunda. No dependían de las órdenes religiosas y tenían sus peculiares prácticas de piedad, por lo que a veces fueron objeto de hostilidad y crítica. En ocasiones se les acusó de herejía, concretamente de catarismo e iluminismo. Beguina y beguinagio eran términos despectivos e injuriosos. Tales acusaciones carecieron a menudo de fundamento. Begardos y beguinas figuran entre los discípulos más destacados de Taulero y Suso. El movimiento tuvo larga vida. Algunos beguinagios se fusionaron con las fraternidades de la vida común; otros se unieron más tarde a algunas sectas protestantes independientes.

La doctrina del maestro Eckhart y de Taulero, así como las prácticas renanas, se fueron introduciendo lentamente en Flandes poco a poco. En Groenendael, cerca de Bruselas, hubo un floreciente centro de piedad. Era un eremitorio escogido por Juan de Ruysbroquio (1343), que fue allí prior de una comunidad de agustinos hasta su muerte en 1381. Según la opinión general, Ruysbroquio es uno de los grandes escritores místicos que hablaron de la unión contemplativa con Dios a la luz de su experiencia personal. Es el único que iguala a san Juan de la Cruz y, según algunos, al mismo Agustín. Aunque no fue dominico, sigue clara y explícitamente las perspectivas y el estilo teológico de Eckhart. Pero su enfoque es más original, en lo que se asemeja a Enrique Suso, a pesar de una mentalidad menos afectiva y más sólida. En cierta manera prolonga la escuela alemana, a la que trasplanta y traduce. Una determinada categoría de místicos lo ha considerado como maestro. Ruysbroquio se encuentra en el origen de una corriente muy distinta: la de la devotio moderna. Este movimiento, que ejerció un influjo muy distinto al de todas las demás escuelas de espiritualidad, se estudiará con detalle más adelante. Limitémonos a señalar que se presentó como una reacción contra la escuela alemana, que se centró exclusivamente en la espiritualidad ascética y que criticó implícitamente los procedimientos autobiográficos y las pretensiones desmesuradas, imaginarias o reales, de Eckhart, Suso y Ruysbroquio. Este último fue admirado por Gerardo de Groote, pero no fundó escuela en absoluto.

Durante casi todo el siglo XIV hubo en Inglaterra muchos escritores espirituales, conocidos largo tiempo con el nombre convencional de «místicos ingleses». Destacaron cuatro de ellos, tres de los cuales —Ricardo Rolle, Gualterio Hilton y el desconocido autor de Nube del desconocimiento— tuvieron entre sí estrechos lazos de simpatía o de oposición. La cuarta, Juliana de Norwich, pertenece a otra categoría y se estudiará más adelante. Rolle era estudiante en la Universidad cuando se hizo ermitaño en Yorkshire. Escribió en latín y en inglés. Tiene interés para los filólogos por ser uno de los primeros maestros de la prosa medieval inglesa, dado que el inglés, por decirlo así, se había eclipsado tras la conquista normanda. A nuestro juicio, es un escritor dotado de fuerte y atractiva personalidad. En su obra, llena de detalles autobiográficos, defiende la vida solitaria y la contemplación. Expone sus métodos muy personales y sus experiencias de oración. Sus maestros fueron los habituales en la Europa culta, sobre todo san Bernardo y Ricardo de San Víctor. Pero fue su experiencia propia del canto, del entusiasmo y de la alegría en el Señor lo que hizo a Rolle tan popular en la Edad Media y hoy día. El desconocido autor de Nube del desconocimiento y de otros tratados breves pertenece a otra categoría. Es un notable erudito como Rolle; pero, a diferencia de éste, es también un gran teólogo. Se dirige a los individuos con un estilo notablemente vigoroso. Da instrucciones sobre las primeras etapas de la vida mística. Como Rolle, conoce a sus clásicos, san Agustín, san Bernardo y Ricardo de San Víctor; cita directamente a Dionisio Areopagita, cuya Teología mística tradujo. Pero su espíritu, sus consejos y sus sólidos fundamentos teológicos están más cerca de Taulero y los renanos que de los Victorinos. En general, puede decirse que prolonga la escuela de los dominicos y, como ellos, preludia a los carmelitas españoles del siglo xvi. Gualterio Hilton fue profesor en Cambridge, ermitaño y luego canónigo de san Agustín. Tiene casi la misma ascendencia que Rolle: agustiniana, victorina y dominica. Conoció la Nube del desconocimiento; pero no se sabe si extrajo sus principios de esta obra o de otras. Sus perspectivas son más amplias. Abraza una concepción muy elaborada de la vida espiritual ascética y mística. Hilton no tuvo continuadores. La Inglaterra del siglo XV fue sumamente pobre en literatura espiritual. La Escala de perfección de Hilton fue hasta la Reforma un manual de piedad apreciado por los ingleses. La Nube del desconocimiento desempeñó igual papel entre los cartujos y las brígidas.

La corriente tradicional y universitaria de la enseñanza espiritual, como puede llamársele, alcanzó su formulación definitiva con san Buenaventura. La rama aristotélica llegó a un estado de equilibrio con santo Tomás de Aquino. Para multitud de lectores de todos los siglos llegó a ser familiar gracias a los escritos de Dante. Se ha discutido incansablemente sobre este autor y sobre todos los aspectos de su pensamiento. La antigua concepción, que veía en Dante un aristotélico y tomista ortodoxo, ha dado paso a una descripción mu­cho más compleja. El poeta ha absorbido y rebasado —más aún que santo Tomás— las opiniones de muchos hombres y de muchas escuelas. En último análisis vio la realidad con la intuición del poeta más que con la inteligencia del teólogo o del filósofo. Es tomista en su modo de presentar los problemas psicológicos y morales, así como las facultades y el destino del alma. Define la contemplación —que es el ideal más elevado del alma y en la cual ve el poeta «cosas invisibles a los ojos humanos»— como una «luz» intelectual más bien que como la infusión inefable y supraluminosa de los místicos. Su doctrina de las vidas activa y contemplativa pertenece plenamente a la tradición de san Agustín y los Victorinos. Aquí, como en tantos otros aspectos, el poeta asume y domina las tradiciones del pensamiento religioso medieval sin expresar, sin embargo, nada parecido a la opinión de un individuo o de una escuela de su época. Por su espiritualidad y su pensamiento político, Dante representa la quintaesencia de su mundo y, no obstante, es profundamente original. Santo Tomás de Aquino y Dante dejaron de ser los guías del espíritu a mediados del siglo XIV, en el momento en que se inició la fragmentación del saber. Con la victoria del nominalismo, la teología mística tradicional desapareció de las Universidades y de las Escuelas que pertenecían a las órdenes religiosas en Italia, en Francia y en Inglaterra. Los célebres maestros parisienses de la nueva generación, tales como Pedro de Ailly y Juan Gerson, son a veces explícitamente anti­místicos y consideran sospechosa de herejía la enseñanza de Ruysbroquio.

Como por reacción, la doctrina tradicional de la vida contemplativa —estimada en Renania e Inglaterra, como hemos visto— encontró profetas y predicadores entre los laicos. En Inglaterra, el gran poeta solitario Guillermo Langland ve la vida humana y el mundo entero en términos de hacer bien y de hacer mejor, de trabajo de Marta, y de «mejor parte», de María. En Italia, Catalina de Siena da una versión mística de la teología tradicional a los clérigos y a los laicos de su movimiento. Prácticamente, a partir de 1350, los santos —incluidos los contemplativos y las personas menos de fiar que pretendían poseer dones proféticos— aparecen a menudo fuera del claustro. Pueden citarse como ejemplos Catalina de Siena, Brígida de Suecia y su hija Catalina, Juliana de Norwich y la equívoca Margarita Kempe.

Al echar una ojeada sobre los nueve siglos transcurridos hemos visto que, durante más de la mitad de este período, la expresión monástica —no técnica, sino agustiniana— de la espiritualidad ejerció un imperio incontestado, sin límites definidos entre lo natural y lo sobrenatural. En el siglo XII se dibuja una bifurcación. Por un lado, el análisis escolástico rompe la concepción monástica. La infiltración de Dionisio Areopagita y de su doctrina de la oscuridad y del éxtasis divino está ligada a la concepción agustiniana del progreso en la iluminación. Por otro lado, san Bernardo insiste en el amor, utiliza una mística del matrimonio alegórico, invita directamente a alcanzar las cumbres y da a su doctrina una confirmación autobiográfica. De este modo inaugura un género espiritual nuevo. En el siglo xiii la doctrina universitaria se diversifica en varias escuelas, franciscana, agustiniana, «afectiva» e «intelectiva» tomista-areopagita. Esta última se divide a su vez en varias corrientes. La principal se reduce y limita a los frailes de las Universidades. Pero la rama renana se enriquece con las aportaciones neoplatónicas: es la escuela de Eckhart, Taulero y Suso. De allí pasa a Holanda, donde inspira a Ruysbroquio. En todas las escuelas universitarias de la época se trazó una línea bien definida entre lo natural y lo sobrenatural.

Entre tanto, la espiritualidad monástica de san Anselmo continuó nutriendo a los benedictinos y cistercienses, que en su mayor parte quedaron al margen de los misticismos del siglo xiv y se inspiraron hasta el final en los autores de los siglos XII y xiii.


 

CAPITULO XXIX

EL PENSAMIENTO MEDIEVAL