web counter
Cristo Raul.org

NUEVA HISTORIA DE LA IGLESIA

 

 

SIGLO PRIMERO.

LA BATALLA CONTRA EL JUDEOCRISTIANISMO

 

CAPITULO SEGUNDO

LA IGLESIA FUERA DE JERUSALÉN

 

Hasta aquí nos hemos fijado tan sólo en la iglesia de Jerusalén. En Jerusalén apareció originariamente el cristianismo, y casi exclusivamente de la iglesia de Jerusalén se ocupa nuestra fuente principal, los Hechos, en su primera parte. Sin embargo, durante los quince primeros años de su existencia, los cristianos se habían difundido ampliamente; Eusebio exagera, sin duda, cuando escribe que ya en el reinado de Tiberio, es decir, antes del 37, fecha del advenimiento de Calígula, “toda la tierra se estremeció a la voz de los evangelistas y de los Apóstoles”. Pero esto es, al menos, tan cierto como lo que nos dicen los Hechos, que se limitan a indicar la expansión del cristianismo por el mundo judío fuera de Jerusalén. No obstante, hoy podemos tal vez esclarecer algunos sectores.

Por otra parte, el estudio de la iglesia primitiva de Jerusalén nos ha mostrado la complejidad del medio judío en que se desenvuelve la Iglesia y las diversidades que tal contexto introduce en ella. Hemos mencionado a los fariseos, saduceos, esenios y helenistas. También están los herodianos y los celotas. Pero Justino nombra además a “los genistas, los meristas, los galileos, los helenios, los baptistas”. Conocemos también a los samaritanos. Sin embargo, no es fácil identificar a todos estos grupos, que representan diversas corrientes al margen del judaismo oficial. Una de estas corrientes son los samaritanos. Otra, las sectas baptistas jordanas. Y hay personajes más inquietantes, los “magos”, llámense Simón o Teudas: judíos influenciados por el dualismo iranio. Encontraremos ramificaciones de tales corrientes en el cristianismo ortodoxo o heterodoxo.

I. LA MISION JUDEO-CRISTIANA

Por último, el cristianismo, aunque al principio se desarrolla principalmente en los medios judíos de Palestina y de la Diáspora, no deja de abordar los medios paganos. Pero, una vez más, nuestros documentos, redactados en griego y para griegos, se muestran interesados preferentemente por el desarrollo de la Iglesia en el mundo pagano occidental. Sin embargo, la misión cristiana se desarrolla igualmente en el mundo pagano oriental, cuya lengua cultural era el arameo: Transjordania, Arabia, Fenicia, Celesiria, Adiabene y Osroene. Había precedido la misión judía. Elena, reina de los adiabenios, se había convertido del zoroastrismo al judaismo hacia el 30 d. C. Este cristianismo “sirio” fue de una importancia considerable durante los dos primeros siglos. Los Hechos nos presentan la misión como ligada principalmente a los helenistas. Pero también hay una misión aramea. Eusebio nos dice que Tomás evangelizó a los partos. Todo un ciclo de Tomás —Evangelio de Tomás, Hechos de Tomás, Salmos de Tomás— es el eco de esta misión.

De tal complejidad del judeo-cristianismo, durante los años 30 al 45, podemos sacar en limpio algunos elementos. Por lo que se refiere a Palestina, la cuestión del origen de la iglesia en Galilea sigue siendo un enigma. Los Hechos atestiguan su existencia. Podemos admitir tres datos. E. Lohmeyer cree distinguir en las fuentes de los Evangelios una tradición galilea, distinta de la tradición jerosolimitana, que sería un eco de la catequesis galilea. En segundo lugar, unas inscripciones judeo-cristianas arcaicas, descubiertas en Nazaret, son prueba de una evangelizaron muy antigua. De hecho, las relaciones entre Galilea y Judea pueden explicar que los Hechos no hagan mención de aquélla. Los lazos familiares de varios Apóstoles con Galilea hacen improbable que esta región no haya sido evangelizada en época muy temprana. Por último, entre las sectas judías, Justiniano y Hegesipo mencionan a los galileos. También los documentos de Wadi Muraba’at tienen noticia de ellos. Se trata, al parecer, de un grupo identificable con los celotas de Josefo, movimiento fundado el 6 d. C. por Judas el Galileo.

¿Tuvieron los primeros cristianos algún contacto con los celotas? Cullmann supone que varios Apóstoles —y, en todo caso, Simón el Celota— procedían de este círculo. Ante los judíos de Jerusalén, saduceos y fariseos, los discípulos de Jesús podían pasar como tales. A ello contribuiría el hecho de que, en parte, eran galileos. Gamaliel asimila el movimiento originado por Jesús con el de Judas el Galileo. Y los trabajos de Brandon y de Reicke parecen demostrar que, si bien la comunidad cristiana no parece estar en relación con el movimiento, los elementos procedentes del celotismo eran en ella muy activos. Estos intentarán envolver a la comunidad cristiana en el intento de rebelión contra el dominio romano. Podemos preguntarnos si ese cristianismo celota no fue el de los campesinos y pescadores galileos, de lengua aramea, convertidos a Cristo, y si su pertenencia a un mundo que debía desaparecer por completo después del año 70 no explica el silencio de los escritos del Nuevo Testamento por lo que a ellos se refiere.

Los orígenes de la iglesia de Samaria aparecen, por el contrario, consignados en los Hechos. Estos la relacionan con la expulsión de los helenistas de Jerusalén en el 37. Uno de los Siete, Felipe, desciende de Samaria. Como, acertadamente, ha hecho notar Cullmann, los helenistas serían bien acogidos por los samaritanos, con quienes compartían la hostilidad frente a la teocracia del Templo y al sacerdocio de Jerusalén. Pero el medio samaritano presentaba ciertas características singulares que parecen haber provocado el fracaso de la misión. Tal es, sin duda, el sentido del episodio de Simón. Los Hechos nos indican que practicaba la magia, se hacía pasar por “el Gran Poder” y ejercía una considerable influencia. Justino, también samaritano, dará más tarde nuevos detalles: presenta a Simón adorado por casi todos los samaritanos como el Primer Dios; junto a él, en este culto, aparece asociada como el Primer Pensamiento una mujer, Elena. Ireneo precisa que Simón enseñaba la creación del mundo por la obra de los ángeles, el mal gobierno del mundo a cuenta de éstos y su consiguiente desposeimiento por el Primer Poder.

Es difícil precisar, en estas tradiciones, qué obedece a la doctrina propia de Simón y qué a la de sus discípulos, simonianos o helenianos. Parece posible considerar a Simón como representante de un mesianismo samaritano, análogo al del “profeta” cuyo movimiento cortó Pilato el año 36. De hecho, Simón era discípulo de Dositeo, el cual se aplicaba el texto de Dt., 18, 15 sobre el profeta anunciado por Moisés. Dositeo y Simón parecen representar una corriente ascética y escatológica paralela a la de Qumrán, con la que tiene algunos puntos de contacto. Pero aquí se mezclan una serie de elementos mágicos y sincretistas, característicos de una heterodoxia judía. No es todavía el gnosticismo, pero sí el medio en que, después del 70, aparecerá el gnosticismo, el cual —como dice Grant a propósito de Simón— será una reinterpretación de aquella corriente en el sentido de un dualismo más radical, consecuencia del hundimiento de la expectación escatológica. En tal sentido, Simón es realmente el padre del gnosticismo, aunque él mismo no sea todavía gnóstico.

Por otra parte, Simón recibe el bautismo de manos de Felipe y pretende que Pedro le haga partícipe de sus poderes. Así habría venido a ser una especie de obispo de los samaritanos. Pero Pedro desenmascara su insinceridad y le rechaza. No obstante, Simón ten­drá discípulos. Justino nos dice que eran numerosos. Es probable que formaran una buena parte de la comunidad cristiana de Samaria. Se trataba, pues, de una temprana manifestación de heterodoxia cristiana, que presentó primero un carácter escatológico para desembocar luego en el gnosticismo. Esta heterodoxia ofrece ya rasgos sincretistas, característicos del medio samaritano. Pero el dualismo no se desarrollará hasta después del año 70. Por su parte, Felipe se asentará en Cesárea. En el 49 encuentra Pablo comunidades ortodoxas en Samaría .

2. SECTAS BAPTISTAS

Entre los grupos religiosos situados al margen del judaísmo oficial, aún hemos de señalar otro: las sectas baptistas. A ellas se alude en las diversas noticias que poseemos sobre las sectas judías contemporáneas a los orígenes de la Iglesia. Hegesipo, al lado de los esenios, galileos, samaritanos, saduceos y fariseos, de que ya hemos hablado, menciona a los masboteos. Justino habla de los baptistas; Epifanio de los sabeo. Sabeos y masboteos son. sinónimos de baptistas. Este grupo comparte con los judíos las creencias y las observaciones noáquicas. Por lo demás, su rito esencial es el baño en el Jordán, considerado como río sagrado. Corresponde a las poblaciones no judías, ribereñas del Jordán, emparentadas con los judíos, pero ajenas a la comunidad de Israel: son los antepasados de los mandeos.

Los contactos del cristianismo primitivo con este círculo son complejos. Por una parte, hubo realmente en el espíritu de los judíos de la época cierta confusión entre los cristianos y estas sectas baptistas, dado que primero Juan Bautista y luego la Iglesia cristiana adoptaron el bautismo en el Jordán. Pero, como ha demostrado Rudolf, sabeos y cristianos no tuvieron en común más que la importancia concedida al Jordán como río sagrado. Pero hay otro dato que pudo contribuir a tal confusión. El término “nazareno” (nazóráios), que se aplica a Jesús en el Evangelio, es utilizado a la vez como la designación más antigua de los mandeos. Y en Epifanio, bajo la forma de nasaraios, aparece para indicar una secta judía. Sabemos cuántas discusiones han surgido en torno a esa palabra. Es cierto que significa “observante”. Además, parece ser que designaba a los baptistas. Sin duda, los judíos se la aplicaron a Cristo y a los cristianos por confusión voluntaria con aquéllos), lo mismo que el término “samaritano”. Pero, en virtud de esos juegos de palabras tan familiares a los semitas, la expresión pudo ser considerada como título de gloria por los cristianos, en relación con nézer, vástago, que es un título mesiánico.

Es curioso el hecho de que existiera una secta cristiana de nazarenos, situada precisamente en Transjordania. La menciona Epifanio. Se trata de cristianos judaizantes. Su centro es Pella, en la Gaulanítide. Poseemos algunos fragmentos de un Evangelio de los nazarenos, escrito en arameo y que Jerónimo leyó en Transjordania. Epifanio los considera como judeo-cristianos expulsados de Palestina después del 70. Pero es probable que estos judeo-cristianos se incorporaran a una comunidad ya existente, denominada de los nazarenos; nombre que compartía con los demás grupos transjordánicos y que era el término común para designar a las sectas baptistas de la región. No obstante, ella presentaba otros rasgos concretos. La arqueología nos ha revelado la importancia que tuvieron en Transjordania algunos santuarios consagrados a los santos no judíos: Lot, Job, Melquisedec. Además, en este ambiente aparecerá el ebionismo, hostil a los sacrificios, entregado al uso frecuente de baños de purificación, fiel a los preceptos noáquicos.

Por último, la misión cristiana, sin salir de Palestina, iba a enfrentarse con otro ambiente, que le plantearía nuevos problemas: el paganismo greco-romano. Palestina comprendía, en efecto, algunas ciudades griegas, habitadas principalmente por paganos. Estas se hallaban, en gran parte, a orillas del Mediterráneo. Y los Hechos nos dicen que el apostolado de los helenistas se extendió también a esta región. Felipe aparece en Cesárea y en Joppe. Cerca de Gaza bautiza a un prosélito judío de origen etíope (8, 27). Obsérvese que Pedro llega a estos diversos sectores —Samaria, Cesárea, Gaza y Joppe— siempre detrás de Felipe. Lo cual parece subrayar la misión de control de que los Doce se sienten responsables con respecto al conjunto de la Iglesia. El carácter universal de la misión que tienen a su cargo afecta en particular a Pedro. Así se confirma el papel de árbitros que los Doce parecían desempeñar en Jerusalén.

La evangelización del litoral pondrá a la comunidad cristiana en contacto con el medio pagano, romano o griego. Los Hechos nos refieren el caso del centurión Cornelio, de la cohorte itálica . Es interesante, porque muestra hasta qué punto se sentían los Apóstoles incorporados a la comunidad religiosa judía. El texto observa, en efecto, que no es lícito a un judío tener contacto con un extranjero. Sin embargo, Pedro declara que no se le puede rehusar el bautismo. Así, desde el principio los Apóstoles reconocieron que la comunidad cristiana estaba abierta a los paganos. Ya veremos que esto no tardará en plantear algunos problemas, dado que los judeocristianos se consideraban todavía ligados a las observancias judías.

3. CENTROS CRISTIANOS FUERA DE JERUSALEN

El balance final de los primeros pasos de la Iglesia en Palestina fuera de Jerusalén es, a pesar de todo, bastante exiguo. Según parece, Galilea, Samaria y Transjordania fueron centros de diversos grupos disidentes, simonianos, celotas o ebionitas, reflejos a su vez de formas marginales del judaísmo. Y esta sensibilidad ante la heterodoxia judía es también una prueba de la estrecha relación del cristianismo primitivo con el mundo judío. De hecho, el gran foco de expansión del cristianismo durante los quince primeros años fue Siria. Y Antioquia fue el primer centro cristiano después de Jerusalén. Pero, si Antioquia aparece con particular relieve en los Hechos de los Apóstoles, es porque la ciudad pertenecía al mundo helenístico más que al mundo arameo. Hay también una Siria aramea —en Fenicia con Damasco, en Osroene con Edesa—, que desempeña un importante papel, a pesar de que los documentos canónicos apenas la mencionen. Una vez más hemos de intentar reconstruir las perspectivas.

El primer centro que encontramos es Damasco. Los Hechos nos proporcionan dos indicaciones. Cuando Pablo se convierte, el año 38, ya hay una comunidad cristiana en Damasco, pues allá se dirige él para practicar detenciones. Por otra parte, Hechos 11, 19 relaciona la evangelización de Fenicia, de la que Damasco forma parte, con los helenistas expulsados de Jerusalén. Por tanto, la primera comunidad de Damasco se formó el 37. Estos cristianos de Damasco son judíos, ya que, de lo contrario, no dependerían de la jurisdicción del sumo sacerdote de Jerusalén. Además, se precisa que la palabra era anunciada sólo a los judíos. Los cristianos son llamados “los hombres del camino”, lo cual es una designación propiamente judía para indicar una secta. Y se precisa asimismo que Pablo, después de su conversión, predica en las sinagogas. Explícitamente es nombrado Ananias, uno de los cristianos de Damasco: hombre piadoso “según la Ley”, estimado por los judíos.

¿Podemos determinar más exactamente cómo era la comunidad de Damasco? En primer lugar, fue fundada por los helenistas. La persecución que Pablo secunda va dirigida precisamente contra ellos. El corre a detener a los cristianos de Damasco en cuanto que son helenistas. Aquí tenemos una primera indicación: la comunidad de Damasco estaba formada, al menos en parte, por helenistas. Pero hay más. Es sabido que poseemos las reglas de una comunidad judía emparentada con la de Qumrán y que se había asentado en Damasco. Pues bien, se han señalado varios rasgos comunes entre la primera comunidad cristiana de Damasco y aquella comunidad sadocita. El discurso de Esteban, que representa la teología de los helenistas, cita un versículo de Amos, que se encuentra también en el Documento de Damasco (esenio). La catequesis que Ananías hace a Pablo —y que aparece reproducida en Act., 22, 13-15— presenta notables puntos de contacto con el Documento sadocita. Es posible, por tanto, que la primera comunidad de Damasco estuviera formada, en parte, por sadocitas convertidos.

Pero no era Damasco el centro principal de la comunidad sadocita. El Documento sadocita habla del “país de Damasco”, lo cual parece más de acuerdo con las costumbres de la secta, de la que dice Filón que no habitaba en ciudades, sino en poblados. Se ha pensado que podría tratarse de Kokba, a 15 kilómetros al suroeste de Damasco. Pero es el caso que, al parecer, desde muy pronto hubo judeocristianos en Kokba. Harnack recuerda una tradición que sitúa en Kokba la conversión de Pablo. Las distancias hacen que ello sea posible. Sin embargo, todo puede considerarse más bien como reflejo de una relación entre Pablo y Kokba que tuvo un origen distinto: se dice que, al escapar de Damasco, Pablo se refugió en Arabia. Y Arabia designa por esta época el reino nabateo, que va de Damasco a Petra. Así resulta posible que el poblado de Arabia, al que se retiró Pablo, fuera Kokba. Obsérvese que los Hechos no suponen que Pablo abandonara la región de Damasco.

De este modo se explicarían los rasgos sadocitas que presenta su pensamiento. La breve catequesis de Ananías antes de su bautismo sería insuficiente para explicarlos. Pablo es fariseo y, por tanto, en el momento de su conversión, ajeno al esenismo. Todo se explica, por el contrario, si Pablo pasó los tres años que van desde su conversión a su viaje a Jerusalén en un ambiente de sadocitas convertidos. Añadamos que el mismo Pablo declara que, desde su estancia en Arabia, volvió a Damasco. Luego no se había alejado de la ciudad. Con lo cual venimos a reconocer, en Damasco y en Kokba, ya en el año 37, la existencia de una comunidad cristiana procedente del esenismo. Este medio fue, sin duda, el foco principal del cristianismo esenizante. Yo me atrevería a relacionar con él los Testamentos de los XII Patriarcas, obra de un sadocita convertido al cristianismo. La obra presenta notables contactos con el Documento sadocita. Ha sido objeto de refundiciones, pero su primer núcleo puede ser muy antiguo.

El segundo centro —y el principal —de la expansión de la Iglesia en Siria es Antioquia. Una ciudad políticamente muy importante. Era la sede local de la Provincia de Oriente y un foco de cultura griega. Su población, principalmente siria, era muy cosmopolita, con muchos griegos y judíos. Su evangelización se remonta, como la de Damasco, a la llegada de los helenistas el año 37. Va dirigida primeramente a los judíos. Pero los Hechos precisan que algunos de estos helenistas, “hombres de Chipre y de Cirene”, procedentes de Jerusalén, pero de lengua griega, se dirigieron también a los griegos, es decir, a los paganos. Se convirtieron en gran número. Antioquia se presenta así como el primer centro de una importante comunidad de pagano-cristianos. El año 42, ante el desarrollo de la comunidad, los Apóstoles le envían a Bernabé. El episodio es paralelo al del envío de Pedro a Samaría. Demuestra la voluntad de los Apóstoles de asegurar la unidad de las comunidades bajo su dirección colegial.

Es en Antioquia donde, por primera vez, se dio el nombre de “cristianos” a los miembros de la comunidad. Como ha observado E. Peterson, la palabra tiene una resonancia política. Designa a los partidarios de “Chrestos”. Una palabra que nos refleja la idea que los medios romanos podían hacerse de la comunidad cristiana, como de una secta mesiánica. Es el paralelo exacto de la primera mención que hará del cristianismo un escritor latino pagano: “Judaei impulsare Chresto tumultuantes”, dirá Suetonio. El hecho de que el grupo de los cristianos reciba ya un sobrenombre oficial indica que la comunidad. tenía una consistencia lo suficientemente grande para aparecer en los círculos oficiales. Esta designación es, por tanto, el primer testimonio de la existencia de la Iglesia a los ojos del mundo romano. Téngase en cuenta, además, que la designación dada a los cristianos de Antioquia es situada por el autor de los Hechos bajo el reinado de Claudio, al principio del mismo. Y también bajo el reinado de Claudio menciona Suetonio a los cristianos.

Nada más nos dicen los Hechos sobre la comunidad local de Antioquia. Este escrito sólo se interesa por Antioquia en cuanto que ella va a ser el punto de partida de la misión de Asia. En cambio, la Epístola a los Gálatas nos permite conocer un dato. Hemos dicho que la iglesia de Antioquia fue la primera en presentar una importante comunidad de pagano-cristianos. Pero Gal., 2, 12 nos indica que existía al tiempo una comunidad de judeo-cristianos. Antioquia era la primera ciudad en que se producía semejante yuxtaposición. Está claro, según el relato de Gálatas, que ambas comunidades se hallaban separadas. Los judíos conver­tidos al cristianismo seguían sometidos a las observancias judías, en particular a la prohibición de comer con los no judíos, es decir, con los paganos convertidos. Como la eucaristía tenía lugar con ocasión de una comida, resultaba imposible que los judeo-cristianos y los pagano-cristianos la celebraran juntos. Más adelante veremos el problema que esto plantea a Pedro. ¿Debía él, siendo judío, compartir la eucaristía de los pagano-cristianos? O, por ser Apóstol, ¿podía colocarse por encima de tales divisiones y asistir a la una y a la otra?

Así, muy pronto, Antioquia fue, frente a Jerusalén el centro de la expansión del cristianismo en el medio helenista pagano. A partir de allí se proseguirá la obra misionera. También con Antioquia hay que relacionar algunos de los documentos más antiguos del cristianismo, que presentan rasgos comunes. El Evangelio de Mateo, aunque su redacción definitiva sea posterior, parece ser un eco de la catequesis en el ambiente antioqueno. El relieve que adquiere Pedro habla en este sentido. El Evangelio de Mateo ha de situarse en un ambiente de intensas relaciones entre las comunidades judía y pagana. Lo mismo sucede con la Didajé. Es muy probable que sea de origen sirio. Este escrito presenta en su parte catequética una tradición paralela a la que descubrimos en Mateo. Las alusiones a los profetas nos ponen en un contexto muy próximo al que nos describen los Hechos en Antioquia. En su parte litúrgica tenemos un eco de la liturgia antioquena primitiva.

Con la evangelización de Antioquia hay que relacionar la de las regiones circundantes. En la Epístola a los Gálatas nos dice Pablo que está predicando en Siria y Cilicia —sin duda, en 43-44— el año que pasa en Antioquia con Bernabé. La evangelización de Chipre es más antigua. Los Hechos (11, 19) nos dicen que los helenistas llegaron allí ya en el 37, al mismo tiempo que a Antioquia. Cuando lleguen Pabló y Bernabé en el 45, encontrarán comunidades ya constituidas. Allí entrará Pablo en contacto con el procónsul Sergio Paulo, a quien conocemos por una inscripción. Este se hallaba bajo la influencia de un profeta y mago judío: Bar Jesús. Tenemos aquí el primer testimonio de la competencia entre el proselitismo judío y el apostolado cristiano, punto sobre el que M. Simon ha insistido con acierto 31. Poco después veremos en Antioquia de Pisidia a los judíos envidiosos de las conversiones operadas por Pablo y concitando contra él a unos prosélitos.

4. PABLO, BERNABE Y LA EVANGELIZACION DE LOS PAGANOS

Las regiones sobre cuya evangelización estamos mejor informados son Asia, Macedonia y Acaya. Dos hombres desempeñaron aquí un papel decisivo: Pablo y Bernabé. De momento, nos referiremos al primero. Es el personaje del cristianismo apostólico que mejor conocemos, gracias a los Hechos, escritos por uno de sus compañeros, y a sus propias Epístolas. Perseguidor de los helenistas el año 36 y convertido el 38, pasó tres años en medio de sadocitas cristianos cerca de Damasco. En el 41 va a Jerusalén, donde encuentra a Pedro y a Santiago, el hermano del Señor. Choca con los helenistas judíos y vuelve a Tarso, su patria. Allá va a buscarle Bernabé el año 48. Bernabé le había conocido en Jerusalén el 41 y le había pre­sentado a los Apóstoles. Pablo le lleva consigo a Antioquia, donde pasan juntos un año (42-43).

Conviene precisar su posición respecto de la iglesia de Antioquia. Los Hechos nos dicen que por entonces había en la iglesia de Antioquia “profetas y doctores”. Sus nombres son: Bernabé, Simeón llamado Niger, Lucio el Cirineo, Manahem, hermano de leche de Herodes el Tetrarca, y Saulo. Este grupo no parece formar parte de la comunidad local de Antioquia de que hemos hablado, sino que coincide, más bien, con los misioneros helenistas. Tal es el caso de Bernabé. Había entre los misioneros llegados a Antioquia hombres de Cirene. Así, Lucio es cirenense. Manahem procede del círculo herodiano. Este grupo admite a Saulo en su seno. Como misioneros, sitúan su actividad en un plano superior. Antioquia es tan sólo su centro de irradiación. De hecho, su misión prolonga la de los Doce. Por eso están en continuo contacto con ellos. Bernabé les presentó a Pablo el año 41. El 44, se dirige de nuevo a Jerusalén con Pablo. Vuelven ambos llevando consigo a Juan Marcos. Antes les habían enviado los Apóstoles un grupo de profetas; entre ellos, Agabo.

A nosotros nos parecen unos hombres directamente asociados a la obra de los Doce; sin duda, es así como debemos presentárnoslos. Los Hechos los designan con el nombre de profetas y de doctores. Estos dos títulos se repiten en 1 Cor., 12, 28, inmediatamente después de los Apóstoles. Parece, pues, imposible ver en ellos una simple expresión de dones carismáticos. Profetas y doctores aparecerán de nuevo en la Didajé. Parecen ser ministros eclesiásticos. Por oposición a los presbíteros, que constituían las jerarquías locales, tales títulos parecen expresar los ministerios misionales. La Didajé establece un paralelismo entre los dos. Los profetas y doctores tienen un carácter universal, como los Apóstoles, que les delegan todo o parte de su poder, igual que lo hacían con relación a las jerarquías locales. Por otra parte, cabe pasar de un grupo al otro. Los Siete, miembros de la jerarquía local de Jerusalén en un principio, se convierten en misioneros una vez que son expulsados.

En este grupo de misioneros destacados en Antioquia, Bernabé y Pablo constituyen dos casos particulares. Bernabé es nombrado el primero: desempeña un papel de jefe. Esto parece suponer que cuenta con una delegación más completa de los Apóstoles. Él es, con relación a los demás misioneros, lo que Santiago con relación a los presbíteros de Jerusalén. Posee todo lo que es comunicable en el apostolado. Corresponde a los ándres ellógimoi de que hablará la Epístola de Clemente, los únicos que tienen autoridad para establecer ministros, es decir, para conferir la ordenación. El caso de Pablo es distinto. Se presenta como Apóstol en el pleno sentido de la palabra, esto es, como quien ha recibido sus poderes directamente del Señor, con vistas a una misión particular. Esta reivindicación ocasionará tal vez su ruptura con Bernabé.

Precisamente de este grupo partirá, en la primavera del 45, una misión para Asia, a la que el autor de los Hechos concede una importancia singular, pues señala el comienzo del ministerio de Pablo. Los Hechos nos describen las circunstancias de la partida. Durante una asamblea eucarística son separados Bernabé y Pablo, y los demás les imponen las manos. No se trata de ordenación. Bernabé y Pablo estaban ya investidos de los poderes apostólicos. Se trata más bien de un rito de misión. Bernabé y Pablo embarcan en Seleucia, el puerto de Antioquia. A partir de aquí, el relato de Lucas se basa en documentos procedentes de Pablo y presenta algunas precisiones históricas y geográficas realmente notables, por las que conocemos la evangelización de Asia mejor que la de cualquier región entre las recorridas hasta aquí.

Geográficamente, esta misión es bastante limitada. Las ciudades evangelizadas son Perge y Atalia, en Panfilia; Antioquia, en Pisidia; Iconio, Listra y Derbe, en Licaonia. El apostolado de Pablo y Bernabé se centra primeramente en los medios judíos. Predicarán en las sinagogas en día de sábado. Se presentan, pues, como pertenecientes a una secta judía. Pero también se dirigen a los paganos. En Antioquia de Pisidia, los paganos acuden en día de sábado a escucharles en la sinagoga; lo mismo sucede en Iconio. En Listra, como Pablo y Bernabé habían hecho un milagro, la población los toma por Zeus y Hermes y quiere sacrificarles un buey adornado de guirnaldas.

En estas dos regiones, Pablo y Bernabé consiguen conversiones tanto entre los judíos y prosélitos como entre los paganos. Establecen comunidades locales y ordenan a los “ancianos” mediante la imposición de las manos, para que las gobiernen, como era el caso de Jerusalén y Antioquia. Pero en todas partes encuentran una violenta hostilidad por parte de los ambientes judíos (13, 45). Estos soliviantan contra ellos a las poblaciones paganas. En Antioquia de Pisidia llegan los judíos a poner en movimiento a las autoridades de la ciudad (13, 50). En Iconio y en Listra excitan a la población. De hecho, la acogida es más favorable entre los paganos que entre los judíos. Este nuevo fenómeno es de capital importancia para Pa­blo. A partir de entonces comienza a elaborar su teología de la repulsión de los judíos y la conversión de los paganos. Además vemos aparecer un nuevo tipo de kerigma que no apela ya al cumplimiento de las profecías, sino a la alianza de Noé. El rasgo característico de las comunidades de Licaonia y Pisidia será la importancia que adquieren los pagano-cristianos. Un resultado que Pablo no había pretendido y que le planteará graves problemas.

¿Es la misión de Pablo la única encaminada hacia Occidente? Los Hechos nos dicen que, el año 43, después de la muerte de Santiago, Pedro sale de Jerusalén hacia “otro lugar”. Ya no se aludirá a él antes del 49, año en que le encontraremos en el concilio de Jerusalén. Ningún texto canónico nos dice nada sobre su actividad misional durante este tiempo. Sin embargo, Eusebio escribe que fue a Roma al comienzo del reinado de Claudio, hacia el 44. Parece cierto, por otra parte, que Roma es evangelizada durante el período que va del 43 al 49. Suetonio refiere que Claudio expulsó a los judíos el 49, porque se agitaban “bajo el impulso de Chrestos”. Lo cual indica la existencia de discusiones entre judíos y judeo-cristianos, desembocando en conflictos cuyo eco llega al emperador. Precisamente Pablo encuentra, el año 51, en Corinto a unos judíos convertidos expulsados de Roma por Claudio: Aquila y Priscila. Pablo se dirigirá el 57 a la comunidad de Roma, considerada como ya importante. El 60, hallará en Pozzuoli y en Roma unas comunidades establecidas.

 

CAPITULO III

LA CRISIS DEL JUDEOCRISTIANISMO

 

NUEVA HISTORIA DE LA IGLESIA