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EL LIBRO DE LAS INTRODUCCIONES A LA BIBLIA

 

INTRODUCCIÓN A LOS EVANGELIOS

I

SAN MATEO

ORIGEN DE LA DOCTRINA DE CRISTO

 

Mateo era hijo de Alfeo y “publicano”, recaudador de las contribuciones que Roma imponía al pueblo judío. Cuando está ejerciendo su oficio, Cristo lo llama al apostolado y fue hecho apóstol. Su “telonio” lo tenía en Cafarnaúm. Allí debió de conocer a Cristo, y probablemente había presenciado algún milagro. En el primer evangelio se le llama Leví.

Dicho esto, una vez se abre su Evangelio se le localiza a Mateo, a primer golpe de vista, al lado de la Fuente de la que él bebe su Relato de la Infancia de Jesús. La Genealogía de Jesús que el Evangelista nos presenta es la Genealogía de María, hija de Jacob de Nazaret, hijo de Abiud, hijo de Zorobabel, hijo de Salomón, rey, hijo de David, rey, genealogía de la que se desprende el Derecho de Jesús a la Corona de David, y de aquí que la Introducción Oficial a este Evangelio concluya diciendo que la intención del Evangelista era demostrar que Jesús fue el Mesías.

Esta Genealogía no estuvo jamás en las manos de los Sumos Sacerdotes de Jerusalén por las razones presentadas en La Historia Divina de Jesucristo, Libro Primero, El Corazón de María.

La Sabiduría del Creador del Universo en relación al Futuro de su Reino selló una Estrategia de Batalla Final frente al Enemigo de su Creación a cuyas líneas maestras nadie, excepto sus Siervos los Profetas, tuvieron acceso. El Silencio de Dios sobre las Razones que elevaron la Necesidad de la Muerte de Cristo sobre el sufrimiento pasajero del Género Humano siguió persistiendo tras la Resurrección. Los Apóstoles, aunque viviendo en pleno conocimiento de esas Razones, debían limitarse a un TOTUS TUU sin condiciones ni discusiones. Les pertenecían en cuerpo y alma a su Señor y debían vivir como Discípulos de su Maestro, limitándose a la Doctrina de la Palabra que habían recibido de la Boca de Jesús. Se les pedía un TOTUS TUU absoluto, perfecto. Debían seguir siendo en cuerpo y alma la Voz del Mesías entre los hombres. Por esta razón los detalles humanos sobre la Familia de Jesús, ya durante su Infancia como durante su Juventud, no eran del asunto de los historiadores de las cosas de los hombres. Sí era del interés de todos el Conocimiento de la Genealogía de la Madre por la que su hijo recibía la Herencia de David, su padre bíblico. La Fuente de la que bebe el Evangelista es la propia Madre, de cuya Mano recibe el Rollo Genealógico que Zorobabel trajo de la Cautividad Babilónica y su hijo Abiud pasó a su heredero, este al suyo, hasta llegar a Jacob, padre de María, que a su vez debería pasarle la Herencia a su Primogénito, y así hasta que llegase el día del Mesías. El Mesías vino a ser Jesús, el hijo de María.

Es un hecho que el fracaso de los historiadores para penetrar en la Estructura de los Acontecimientos narrados en los Evangelios viene de querer aplicarle a la Historia Divina los principios científicos debidos a las ciencias históricas que tratan sobre las cosas de los hombres. Al hacerlo se olvidaron que la Estrella de la Historia del Cristianismo no es un Napoleón ni un Alejandro; fue el Hijo de Dios, Dios Hijo Unigénito, quien se hizo hombre. No es un hombre nacido de varón quien asume el papel estelar del hijo de Eva que había de enfrentarse a duelo a muerte con el asesino de su esposo Adán. Para nada, el Papel de la Estrella del Duelo a Muerte entre Cristo y el Diablo, encuentro profetizado desde el mismo día de la Caída de Adán, le fue entregado a Dios Hijo Unigénito, quien, en tanto en cuanto Primogénito de la Casa de los hijos de Dios estaba en su Derecho de asumir dicho Papel Estelar. Ni tampoco el Director y Productor de la Historia de ese Duelo a Muerte fue un Banquero, o una Corte de príncipes del Dinero. Para nada. Fue Dios, el Señor del Infinito y de la Eternidad, el Creador del Reino de las Galaxias en Persona quien Escribió el Guión que se Elegido había de Vivir. No era un Guión para un hijo de varón. El Enemigo al que tenía que enfrentarse al hijo de Eva era el mismo Satán, una criatura creada antes de la Creación de nuestro Mundo, una criatura de otro mundo cuya existencia se contaba por miles de millones de años, y que siendo hijo de Dios formó parte de la monarquía de dioses que al principio de los tiempos tutelaron el viaje del Homo Sapiens desde sus lugares de origen hasta Mesopotamia de las Cuatro Regiones donde tuvo su fundación el Reino del Primer Hombre. La Batalla que se iba a celebrar entre Cristo y el Diablo era un Duelo a Muerte entre dioses; y el campo de Batalla elegido era Israel.

¿A qué, pues, perderse en esos detalles en los que los historiadores de las cosas de los hombres gustan perderse, y enzarzarse en discusiones para necios? Los historiadores británicos, al servicio de sus majestades satánicas, siempre de rodillas, gustaban ligar al trono a un príncipe por su aspecto físico, y en opinión de tales vasallos la nobleza viene con la belleza y el porte. Como si por tener un grano en la oreja …  Napoleón dejase de ser tan Napoleón. El absurdo elevado a su enésima potencia. Si Jesucristo fue más o menos chato, o más o menos bajito, ¿qué? ¿La Grandeza del espíritu se mide por la estatura del cuerpo? En opinión de los historiadores oficiales de las cosas de los reyes, de la lectura de sus biografías, la respuesta es un sí. ¿Y que si Santiago y los hermanos de Jesús fueron más o menos tontos y menos o más guapos? ¿Qué tenía que ver tales detalles con el Acontecimiento para la Eternidad del Nacimiento del Dia de Yavé, “día de venganza y cólera, día de justicia”: y de victoria”, el Día en el que el hijo del Hombre, hijo de María, hijo de Sara, hijo de Eva, levantaría su Brazo, “el Brazo de Yavé”, y dejándolo caer contra la Serpiente Antigua, le aplastaría la Cabeza al Diablo?

La Revelación de la Concepción de Jesús fue un secreto que su Madre guardó en su Corazón todos los días de su vida; ya conté en El Corazón de María que la Madre abre su Corazón a los Discípulos durante la Noche que precede a la Mañana de la Resurrección. Pentecostés ya vivido, el Relato de la Encarnación del Hijo de Dios es asumido con toda naturalidad por el Evangelista. El Evangelista cuenta la Historia Divina tratada en su Evangelio sin pararse a considerar la Opinión o la Necesidad que tendrán los lectores de que se les explique por qué Dios tenía que enviar a su Hijo Amado, nada más ni nada menos que a su Amadísimo Hijo, el Hijo de sus entrañas increadas, para que lo crucificasen, y precisamente para que lo crucificasen. El Silencio es de Ley. La Fe es lo que procede. Si el Señor guardó Silencio, ¿quiénes eran sus siervos para romperlo? ¿O iban a cometer el mismo Delito de Desobediencia que Adán, su padre en la carne por Abraham? Obediencia sin límites. Sumisión ante la Sabiduría del Señor Dios Creador del Cosmos y de todo lo que existe sin mover un músculo. ¿Qué es el hombre para atreverse a corregir a su Creador? ¿Quién se cree que es el hombre, llame como se llame, para quitarle o añadirle una simple coma a una línea escrita por el Padre de la Creación?

El Texto del Evangelio sigue el mismo Principio Divino que vemos en el Génesis: Dios dice, Dios hace. La Palabra de Dios es Dios. Dios, en la Persona del Hijo, se ha encarnado por obra y gracia del Espíritu Santo en el seno de la Virgen María, la Virgen de las Profecías, Madre del Mesías, Madre de Cristo, el Emmanuel de las Escrituras. Y punto. ¿Quién es el ignorante que le discutirá a Dios su Poder para realizar esa Obra Maravillosa? Poner en Duda el Poder Infinito de Dios es Negar la Existencia de la Veracidad Divina. La Virgen de la Profecía está más allá de la Duda: “Hágase en mí según tu Palabra”, y así lo estará desde entonces y para siempre todo el que se confiesa Cristiano. Y quien no lo confiesa, no es Cristiano. Quien no cree en este Poder de Dios para Obrar la Encarnación de su Hijo sólo encontrará en el Evangelio una Moral Cristiana, Modelo de Ley Moral insuperable y prototipo de todos los códigos morales modernos en los que las leyes beben para fundar sus Códigos. El Evangelista antepone el Poder y la Sabiduría de Dios a cualquier Principio Moral a fin de dejar claro y patente que la Ley no es un invento del hombre sino la expresión humana de la Ley que gobierna la Creación y es sostenida por el Creador a fin de mantener su Reino por la Eternidad sobre la Roca de la Verdad. Sin Verdad no hay Justicia, sin Justicia no hay Paz, y sin Paz ¿dónde está la Libertad? Y esta Verdad es superior a la concepción de la existencia de Dios por el hombre en cuanto una necesidad moral. La Existencia de Dios en cuanto Idea y la Vida de Dios en cuanto Ser Creador investido de Poder Infinito para producir las Obras que en su Sabiduría se plantea, son dos realidades que pueden acabar enfrentándose en un duelo a muerte, tal como vemos en este Evangelio. Dios no sólo existe, Dios reina. La Aceptación del Poder Infinito de Dios como Realidad que supera el Entendimiento de la Criatura, sea humana o de cualquier otra Creación, es Vital. Por esto el Evangelio abre su Puerta con esta Declaración de Fe sin límites que en la Respuesta de la Madre cobra Vida.

La Intención del Evangelista fue mostrar que Jesús es el Mesías de las Escrituras, cierto. Pero más allá de su puño y letra estaba quien movía su pluma para ponernos a todos delante de la Puerta de la Fe: Creer o no creer en Su Poder Infinito es nuestra Llave a la Ciudadanía de su Reino, por la cual y en la cual todo hombre recibe el Derecho a la Vida en su Mundo por la eternidad de las eternidades que la Creación tiene por delante.

 

II

SAN MARCOS

Origen del Poder de Los Apóstoles

 

 

El Derecho de Dios a dirigir la Historia de su Creación no es negociable, ni se sujeta a discusión. En tanto que Creador este Derecho es natural. Sólo faltara eso, que a un Picasso, por poner un ejemplo, se atreviese alguien a dictarle cuándo y cómo puede crear, y cómo debe y no debe cambiar alguna cualidad o detalle de su obra.

Afortunadamente la estupidez está reñida con el Derecho. Desgraciadamente la estupidez hace Derecho y ha desplazado el Derecho Natural al cubo de la basura.

Con todo, el Derecho Divino prima. El Todopoder lo defiende. Y la Omnisciencia lo pone en acto.

Que Dios en cuanto Creador disponga de su Creación acorde a su Omnisciencia es una Realidad que el Antiguo Testamento les sirvió a todos los hijos de Abraham desde los días de Moisés. No que dejase de hacerlo con el mismo Abraham y el propio Noé. Pero hasta entonces ese Derecho nunca había elevado la condición de la Criatura humana tan cerca de la de su Creador. Le bastaba a Moisés mover su Vara para que se hiciese acorde a su Voluntad.

Aun así, aunque Dios había preparado a su Pueblo para que alzase sus ojos a su Creador y entendiese que, hablando de Concepción de lo que el Poder es, entre Creador y Criatura hay un Puente sobre el Abismo, lo que vivieron los Apóstoles no encontraba en los diccionarios de las Lenguas Humanas palabras con las que narrar aquella Experiencia tan única, tan irrepetible, tan ...en una palabra... Divina. A aquel hijo de Dios le bastaba abrir la boca para que al instante su Palabra se hiciese Realidad.

“Dios dijo; y así se hizo”; con estas Palabras comienza el Antiguo Testamento. Es el Poder de Dios. Creado el Hombre a Imagen y Semejanza de Dios, ¿es antinatural que el Hombre gozase de este Poder? Es lo que habían vivido. ¡Punto! Es lo que estaban viviendo. ¡Y aparte!

En la Introducción al Evangelio de San Mateo vimos cómo ante semejante despliegue de Poder los Judíos concluyeron que el Poder de Dios había vuelto loco al Hombre. En lugar de conducir a Jerusalén al Pináculo de la Gloria desde cuya cumbre todos los reinos del mundo mirasen a la Ciudad Santa tal cual si fuera el Monte de Dios en la Tierra, el Hombre al que Dios le había dado la Gloria de Gozar del Poder del Omnipotente estaba conduciendo a Jerusalén a su Destrucción, y al Pueblo Judío a su extinción bajo el Martillo del César en la Palestina.

¿Pero, y si una vez enterrado el Muerto se enterrase su Memoria en el Cementerio de las Curiosidades de la Historia del Mundo? ¿Quién se acordaría del Cristo una vez que los siglos se tragasen la Memoria de su Existencia en las profundidades del Abismo del Olvido?

La Batalla de los Judíos por extirpar la Memoria de la Existencia del Hombre creado a la Imagen y Semejanza de su Creador de los Anales de la Historia de Jerusalén y de Roma comenzó apenas los Apóstoles clamaron Victoria a raíz del Acontecimiento de Pentecostés. Era una Batalla que los Apóstoles no estaban dispuestos a perder; con Mateo comenzó la Proyección de la Vida de Cristo a los Milenios.

San Mateo expuso el Origen Divino de la Doctrina de los Apóstoles. Ellos no se estaban inventando nada. Ellos no eran filósofos, no eran historiadores, no eran escritores. Los más eran pescadores; otros, como él, Mateo, eran funcionarios. No había entre ellos ningún sabio, ningún genio, ningún poeta de salmos, ningún creador de cuentos y novelas. La Vida que proclamaban a los cuatro vientos, y San Mateo pasaba al papel, no era un invento literario engendrado por la mano de un artista consumado en crear mitos y leyendas. La grandeza del Evangelista estaba en su total desconocimiento de las Artes Literarias. Los Apóstoles no eran hombres de Letras. Lo que habían visto y oído, lo que habían vivido, tocado, amado, sentido, llorado, esa era su Historia, su Verdad. Y esta Verdad viajaría por los siglos para ser Raíz de Revoluciones Sociales, el fruto final de cuyo Árbol sería la Integración de la Plenitud de las Naciones en el Reino de Dios. Nada ni nadie podía detener este Proceso Histórico. Dios lo había puesto en movimiento.

Dios había lanzado el Evangelio al Firmamento de los Milenios y, aunque muchos tratasen, con todos y por todos los medios a su alcance de derribar su Mensaje, la Palabra de Dios tiene el Poder de Dios de vencer en esa carrera de obstáculos que son los siglos.

Así de simple, así de sencillo. Era la Fe. Ayer como Hoy.

Pero volviendo al Ayer, la mentalidad del pueblo hebreo, formada por el espíritu de Justicia en Moisés, a fin de asentar la Veracidad del Testimonio expuesto delante del Tribunal de la Historia, exigía dos Testigos.

Es en este Contexto Histórico que aparece el Evangelio de San Marcos. San Marcos no le añade nada ni le quita nada al Evangelio de su San Mateo; se limita a afirmar el Testimonio de San Mateo presentando el suyo.

Pero si San Mateo se centra en la Doctrina, abriendo su Origen para que se vea en Dios su Fuente; San Marcos se ciñe al Poder del Salvador, cuyo Origen Divino es la Fuente del Origen del Poder de los Apóstoles. No hay espacio para la Duda, no hay espacio para la Discusión, no la hay para la Objeción, no cabe ni siquiera la posibilidad de un discurso de Demostración. Quien escribe este Evangelio está gozando del Poder de su Héroe. Quien escribe este Evangelio, amén de afirmar el de su Colega, lo avanza un paso más al Encuentro de una Verdad Infinita: La Palabra de Dios se ha realizado. Dijo Dios: “Hagamos al Hombre a nuestra Imagen y a nuestra Semejanza”. Y ese Hombre estaba vivo, ese Hombre estaba en Ellos.

Más, mucho más, la Gloria de esta Imagen y Semejanza había sido elevada al mismísimo Trono de Dios.

En efecto, al Principio distribuyó Dios entre sus hijos la Formación de las primeras familias humanas. La Tierra como Paraíso de vida en su etapa de Evolución Filogenética fue abierta a los hijos de Dios desde el Principio de su Creación. De qué rama del árbol de las especies vendría el Hombre fue en Enigma hasta que el Ántropos, en imitación de los hijos de Dios que se movían por los valles sobre sus dos piernas, abandonó el Bosque y comenzó a moverse a dos piernas en tierra firme. El Temor de las bestias a los hijos de Dios que bajando de las alturas se movían entre ellas sobre dos piernas, y regresaban a los cielos llevándose consigo ejemplares de las especies de todos los tiempos y lugares, ese Temor fue proyectado hacia aquel Ántropos que salió del Bosque: y gracias a este Temor el Ántropos impuso su dominio sobre todas las especies.

Luego, cuando el Ántropos dio paso al Homo Sapiens, en el que la Inteligencia suplió a la Fuerza como Vara de Poder entre las bestias y especies de la Tierra, y la comunicación entre las Familias del Homo Sapiens y “los dioses” fue bendecida por el Creador de todos, cada Familia Humana fue formada en la Civilización acorde al carácter y la personalidad de cada uno de los dioses tutelares de la aquella Humanidad. Proceso original que aún perdura en la lógica y forma de ver el mundo en los pueblos madres según las regiones del Planeta. El Fruto Final de aquel Movimiento que Dios puso en marcha se había de cerrar con la Unificación de aquellas Culturas humanas con Origen en las Culturas de otros Pueblos de los Cielos: en una Cultura Universal Integradora en la que los mismos hijos de Dios descubrirían un Puente de Unión entre sus propios Mundos.

El Hecho es que la Imagen del Creador en su Creación Humana sería una proyección de sus hijos en el Hombre.

Ya sabemos cómo acabó aquel Proceso. No hay necesidad de repetirse hasta el infinito.

El Caso que a nosotros nos toca es que gracias a la Promesa de Redención, Dios volvería a retomar el proceso no Consumado de la Creación del Género Humano a la Imagen y Semejanza de los Pueblos de los Cielos, creados para compartir su Existencia en el Mundo Eterno del Propio Dios Creador de todos y todas las cosas. Y esta Promesa se cumplió.

No podía ser de otra forma.

Conociendo a Dios en verdad no podía serlo.

Quien es Eterno no vive los siglos a la manera de quienes sujetos a la ley de la muerte contamos nuestras vidas por décadas. Si Mil años es un día para el Eterno, ¿qué son para Él cuatro décadas?

Y sin embargo para nosotros cuatro décadas es una vida entera.

Fin de discusión: Dios dijo, Dios hizo.

Dios prometió Redención, la Restauración del Proceso de Formación del Género Humano a la condición de los pueblos de la Creación, y nada ni nadie tenía el Poder, ni en el Cielo ni en la Tierra, para detener esta Restauración. Esta fue la Fe de Noé y de Abraham, esta fue la Fe de Moisés y de David. Era eso, sólo eso, cuestión de tiempo.

Y el tiempo llegó. Entonces vino a suceder algo increíble. Algo que no estuvo en el Plan Original anterior a la Caída. La Imagen que Dios vino a ponerle delante al Hombre no fue la de uno cualquiera de sus hijos. Para nada. Ni esa Imagen se nos presentó en su forma natural no de esta creación; para nada. Esa Imagen se hizo Hombre.

Y quien se hizo Hombre fue el mismísimo Hijo Primogénito de Dios. Y era acorde a este Modelo que el Hombre comenzó a hacer su Camino al Reino de Dios.

Más, mucho más. Como se prepara una vasija para recibir el oro fundido, y se funde el oro para que llene esa vasija, Dios hizo carne el Espíritu de su Hijo Unigénito para que el descender sobre la carne el hombre se llenase de su Espíritu y el hombre que caminase lo hiciese lleno del Espíritu del Hijo de Dios, es decir, donde hubo un Cristo Jesús, una vez regresado a su Mundo, fuesen hallados Doce aquí en la Tierra. Pero... sujetos todos a la misma Ley de Silencio y Servicio a la que voluntaria y libremente el Maestro de esos Doce dioses se sujetó.

No muchas, como al Principio, sino sólo una Imagen Divina le fue dado al Ser Humano para encontrar en el Ser de su Creador su vida. De aquí, que dijera el Apóstol: Nuestra Vida, que está en Cristo.

Así pues, a la vez que San Marcos afirma a San Mateo, para que se cumpla la Ley, que sobre el Testimonio de dos Testigos recibirá el Tribunal la Veracidad de lo testificado; San Marcos abre el Evangelio al Origen Divino del Poder de los Apóstoles; algo que afirma con la naturalidad de quien está gozando del pleno ejercicio de ese Poder Natural al Hijo de Dios.

Un Poder que recibieron los Apóstoles en Pentecostés como quien reciben en Herencia lo que pudieron disfrutar mientras el Hijo de Dios estuvo con ellos, y les fue retirado desde la Pasión.

Poder sin el cual es imposible entender la Victoria de los Apóstoles contra una Persecución Judía que contó con el respaldo del Imperio Romano, y respaldo hasta serle concedida a Jerusalén un Decreto de Solución Final contra los cristianos.

Poder sin cuyo ejercicio y disfrute es imposible comprender la apertura del Movimiento Apostólico hasta acabar asentando en Roma su base principal desde la que proyectar las raíces del Cristianismo a las naciones componentes del Imperio.

Poder ejercido sin alborotos, sin atraer a las muchedumbres al terreno peligroso de creerse ante la presencia de dioses bajados a la Tierra; Poder Divino para sanar todas las enfermedades; Poder peligroso que despertaba en los hombres la visión una fuente de riquezas y “poder”; Poder tan real y cierto como que ellos estaban vivos.

Curados estaban los hombres de los días del Imperio de los Césares de todo tipo de doctrinas y religiones. Aquel era un mundo en el que el hierro hacía la Ley; la tinta con la que se escribía la Historia era la sangre de los vencidos. No había en aquel mundo espacio para un Amor Divino reinando en el corazón del infierno en que se había convertido aquella Humanidad que un día soñó con ser un paraíso de libertad, paz y justicia. Si Dios quería hacer de la Cruz el signo sagrado final, Dios tenía que darles a los hombres algo más que “amad a vuestros enemigos”. La Doctrina Cristiana tenía que ir acompañada de un Poder sin medida para hacer lo que Dios en persona haría de estar entre los hombres, que fue precisamente lo que hizo su Hijo: sanar todas las enfermedades.

Tomando esta Base como Roca Fundacional de la Revolución Cristiana ¡qué ciego, mudo, cojo, paralítico, sordo, manco, endemoniado.... faltó a su cita con el Circo Romano? ¿Sin este Pan que bajó del Cielo y le fue suministrado a los pueblos por el Maestro en primera instancia, y por sus Discípulos después, qué futuro hubiese tenido la Doctrina del Reino de los cielos? Sin este Pan, Cristo hubiese pasado sin pena ni gloria, y hubiese sido recordado por el Futuro a la manera de Flavio Josefo, dedicándole una línea perdida en sus Guerras Judías. ¿De dónde salió aquel ejército que vino de todas las regiones de la Palestina Romana a informarse de lo que no podían creer, habían Crucificado al Hijo de David? Dios es, en verdad, Señor del Tiempo. La Noticia reuniría en Jerusalén a todos los que el Hijo de David liberó de las garras de la enfermedad, el pecado y la muerte. En Cuarenta días y Jerusalén sería un mar de hombres y mujeres, ancianos y niños sanados, los miles y miles de hombres y mujeres, ancianos y niños que recibieron el mayor don que puede recibir el ser humano: La Libertad que viene de la Salud en el Nombre de un Dios que es Amor y se descubre Padre de todos los hombres. Para aquellos miles de criaturas el Evangelio de Marcos no fueron sólo palabras; sus líneas les pertenecían; ellos eran testigos vivos de cada Palabra.

Una cuestión viene al caso: ¿De no haber tenido lugar Pentecostés en esos días en que la Noticia se confirmó: El Templo había entregado al Hijo de David al Gobernador Romano para que lo crucificase, qué hubiera sucedido en Jerusalén? ¿De no haber salido San Pedro a calmar los ánimos de aquellos miles de seres humanos que habían comido el Pan que bajó del Cielo y se sentían en la plenitud de la Fuerza que viene del Amor por Dios; de no haber saltado San Pedro para demostrarles que así había sucedido porque así lo había dispuesto Dios Padre en favor de la Redención de la Humanidad entera, a fin de que en la Sangre de su Cordero Expiatorio quedase demostrada ante el Cielo la Ignorancia del Primer Hombre; de no haber Cristo puesto en su boca el Discurso de Pentecostés, cuál hubiese sido la reacción de aquella muchedumbre de hombres y mujeres en respuesta al Delito del Homicidio contra el Hijo de David cometido por el Templo de Jerusalén?

¿La Omnisciencia Creadora, de verdad no implica el Señorío del Tiempo? Las línea del tiempo corre lejos del control de los poderes del mundo, pero Aquel que desde su Omnisciencia ve su camino por los siglos, por los milenios ¿no verá sus pasos en los días que tiene un mes? ¿Quien ha puesto las estrellas en los Cielos y pintado con ellas en el Firmamento un Mapa de Navegación se asustará de las consecuencias de los actos de criaturas separadas de las bestias irracionales por la Fe?

A San Marcos no le tiembla el pulso. Corrobora todo lo escrito por San Mateo. Le ha dado Dios la vida para que testifique y se cumpla la Ley. Quien disfruta de la Paternidad Divina no necesita dar explicaciones; no se detiene a explicar sus movimientos. Dios es Dios y el hombre es el hombre; que el hombre, sin la Imagen de Dios en su ser, pueda comprender a Dios es pedirle a las bestias que sigan el Discurso de Sócrates.

Pero basta, ¿quién era este Marcos? A lo largo de los siglos la polémica sobre la Identidad de este Evangelista ha dejado sus huellas en el pensamiento de las iglesias. La conclusión oficial admitida dice que este Marcos fue el discípulo de San Pedro, quien le redactó este Evangelio, sin que el mismo San Marcos hubiese conocido al Héroe sobre el que escribe. Ahora bien, esto es desconocer la relación de Dios con la Ley.

Un discípulo de San Pedro en ningún caso hubiera satisfecho el espíritu de aquella Justicia Divina que exige basar el Juicio sobre el Testimonio de dos Testigos Veraces, es decir, dos testigos que hayan vivido en sus carnes y huesos el relato que defienden.

Puesto que Dios es Veraz, Dios no admite dobleces. Este Evangelista, supuestamente identificado como discípulo de Pedro, si este San Marcos no hubiese sido uno de los Apóstoles, no hubiese podido presentar su Relato ante el mundo más que como Evangelio Apócrifo ... Pues que esta conclusión es elevar el absurdo a su máxima potencia de locura, ergo, este San Marcos fue uno de los Apóstoles.

Doce fueron los Testigos:

Pedro y Andrés

Santiago y Juan

Bartolomé

Santiago, el Menor

Judas Iscariote

Judas Tadeo

Mateo

Felipe

Simón

¿De los Doce quién pudo ser este Marcos?

¿Quién de los Doce desaparece de la escena y se diluye en el horizonte del Movimiento Apostólico sin aparentemente tener influencia de ninguna clase en su desarrollo internacional?

En efecto, es Juan, aquél jovencito a quien le dice Jesús desde la Cruz: “He ahí a tu Madre”, y a la Madre le dice: “He ahí a tu hijo”.

La vida de Juan quedó desde ese momento ligada a la Madre de Cristo. En el Libro Quinto de la Historia Divina de Jesucristo, tratando el Misterio del Rostro de la Madre de Cristo, toqué con la amplitud requerida este tema. Al Libro os envío para que esta Identificación quede sellada y fuera de discusión.

 

III

SAN JUAN

EL

EVANGELIO DE LA SANTÍSIMA TRINIDAD

 

El Evangelio de San Juan marcó, marca y marcará por la Eternidad la Visión que  el Ser Humano y la Creación entera tiene del Hijo de Dios. San Juan se ciñe a los Hechos de Jesús en cuanto el hijo del Hombre, de los que él fue Testigo Personal Vivo. Pero inmediatamente, desde el mismo Prólogo de su Evangelio  deja en claro que va a hablar del Hijo de Dios, del Verbo hecho carne.

San Mateo y San Lucas centraron sus Evangelios en el Hijo de David e hijo del Hombre. San Juan delimita desde el Principio el campo revolucionario sobre el que el Pensamiento Cristiano se elevaría al Misterio y Dogma de la Santísima Trinidad. Tanto en San Mateo como en San Lucas Jesús permanece en la órbita del Mesías, hijo de David. Desde ellos se ve al Hijo de Dios pero no al Dios Hijo Unigénito, “Increado, no creado, engendrado de la misma Naturaleza del Padre, Dios Verdadero de Dios Verdadero”.

No que los Apóstoles no lo conocieran o que San Juan se inventase este Misterio. En absoluto. San Pablo fue muy claro en este terreno cuando dijo que entre ellos se hablaba una sabiduría apta sólo para los Perfectos, aquéllos Testigos que Dios se había elegido para dar Testimonio de la Encarnación y Resurrección de su Hijo.

En el seno de esa Sabiduría para los perfectos habiendo sido llamados por Dios para dar Testimonio de lo que habían visto, tocado y oído, de cara al exterior los Apóstoles se ciñeron a ser Testigos Fieles del Cumplimiento de las Profecías que habían tenido en Jesucristo su Consumación. Entre Ellos y en Ellos vivía  el Conocimiento Verdadero y perfecto del Hijo de Dios, que sólo más tarde en el Concilio de Nicea, se haría Universal en el Dogma de la Santísima Trinidad.

Los Discursos de este Dios Hijo  que descubre San Juan una vez que todos sus Hermanos en Dios se habían ido revolucionaron toda la Imagen que hasta entonces  la Iglesia había recibido.

 La Roca de los Primeros Cristianos tuvo en la Resurrección de Jesús su Templo, su Castillo, su Fortaleza Imbatible. Ninguna Persecución, ningún horror fue suficiente para robarles ese Testimonio que los Apóstoles les transmitieron: “Al que cree en Jesús le nace en el Alma una fuente de vida eterna”.

El Deseo de ser Inmortal fue superado por la Fuerza de esta Vida Eterna, Vida Indestructible, que no conoce la Muerte de los que duermen, sino que cerrando los ojos a este Mundo lo abrimos al Mundo de nuestro Rey y Dios. “Locura” decían los Romanos. Pero una locura establecida sobre unos Hechos Invencibles, en Confirmación de cuya Veracidad los Apóstoles y todos los que vivieron el Acontecimiento de la Vida del Hijo de Dios en la Tierra rindieron sus vidas.

Esto nos llega a decir que de no haber escrito San Juan su Evangelio los fundamentos de la Santísima Trinidad no hubiesen podido ser alzados y, a falta de estos Discurso, con toda garantía el Arrianismo hubiese triunfado y la Historia del Jesús de los Evangelios de San Mateo y San Lucas hubiese quedado reducido a la de un Hombre que, amado como ninguno por Dios, fue alzado hasta la gloria más alta a que criatura alguna podía llegar, sentarse a Su Diestra como Rey y Señor de su Creación, imagen  literaria arriana que recogería Mahoma.

Los Evangelistas y los Apóstoles ya habían pasado cuando San Juan se sienta y escribe su Evangelio. Juan ya no es el muchacho adolescente al que desde la Cruz le dice el Hijo de Dios, “hijo, he ahí a tu Madre”. El Juan que se sienta a escribir el Evangelio es ya un Hombre criado y formado a la imagen y semejanza de Aquel quien, llamando a sus Hermanos, no de esta Creación, como dijera San Pablo, desde su Divinidad dijera: “Hagamos al Hombre a nuestra Imagen y a nuestra Semejanza”. Pasado lo que pasó, Él mismo se hizo hombre para decirnos a todos : “He aquí al Hombre”.

Y este Hombre a Imagen y Semejanza del Hijo de Dios es quien se sienta, y siendo profeta, y Hermano de este Jesús, Primogénito de Dios, expone al Público de los Siglos el Dogma de aquella Sabiduría hablada entre los perfectos, que ninguno de los príncipes de aquel siglo conoció, porque de haberla conocido no hubiesen tocado jamás al Hijo de Dios.

Hasta entonces la Voluntad de Dios había sido que sus hijos, de la Casa de Abraham, se ciñesen a los Hechos determinados por los Profetas de Israel. Cuando el tiempo llegase en su Sabiduría Él mismo cogería la pluma y escribiría los Discursos que puso en palabras de su Hijo para ser escritos y sellados en Testamento.  Ese tiempo había llegado. 

Este Juan había visto morir a todos sus Hermanos en Dios. Él era el Último. A él le tocaba revelar el Dogma de la Santísima Trinidad contenido en los Discursos de Jesucristo.

En lo que se refiere a los Hechos de Juan ya los he tocado en el Misterio del Rostro de la Madre de Jesús. Resumiendo:

Desde el momento en que Juan fue designado por Jesús como Querubín con espada de fuego con la misión de impedir que nadie se acercase a su Madre, Juan desaparece de la escena pública. Esa es su Misión Sagrada. Dios ya había elegido a Juan  para ser ese Querubín todopoderoso protector de la Madre cuando Jesús le dijo a Pedro: “Si yo quiero que éste permanezca, ¿a ti, qué?”

Ya conocemos todos la Persecución que contra la Casa de la Madre tuvo lugar al poco. No menos conocido es el Celo que Jesús sentía por la Madre. Bien sabía Él que los Judíos buscarían a la Madre para matarla. Lapidándola por adúltera mancharían su Virginidad y probarían ser el Mesías un Bastardo, por esa adúltera tenido de alguien que no fue el José que estuvo a punto de despedirla pero acabó casándose con su prometida María de Nazaret.

Dios no podía permitir ni  permitió que un solo cabello de esa Mujer fuese tocado por los enemigos de su Hijo.

Para protegerla de todo Mal, Dios le eligió a la Madre  por Protector alguien a quien Ella quería como a un hijo, y quien la amaba a Ella como a una madre. Ése era Juan.

Juan, cual se ve en la Primera Misa, la Divina, es un adolescente cruzando la línea de los Adultos. Es un hombre en flor. Tanto más fogoso por su juventud, ese regalo del Cielo que en su Inocencia alberga la Fuerza más colosal del Universo.

Juan es el Menor de los dos hijos del Trueno.  Para acceder a la Madre había que pegar en la Puerta, y esa Puerta era él.  Para tocarla había que pasar antes sobre su cadáver. Desde su nacimiento estaba predestinado, creación de Dios personal, para   mandar sobre cielo y tierra  en la protección de la Madre, ahora su propia Madre .

En la Última  Cena, la Primera Misa, la Divina,  vemos a un chaval dejando atrás la línea de la adolescencia, queridísimo por su primo Jesús, que lo ama como se ama a un hermano pequeño, a quien conocía desde su nacimiento. La diferencia entre ambos no es tan enorme por la Edad cuanto por el Espíritu de este Jesús quien siendo aquel Dios que con su Palabra creó la Luz y todo lo que existe en la Tierra, recibía como Creador un Amor de la parte de su Creación que supera a la Muerte y tan puro como la Pureza de su Verbo.

Juan era joven, pero amadísimo. La Madre se quedaba sola en el mundo. ¿En quién si no en alguien a quien ella amaba como a un hijo, de su sangre, podría esa Mujer encontrar Consuelo y sentir su Corazón vivir como si su Hijo no se hubiese ido nunca? ¿En quién dejaría Dios la Protección de esa Mujer sino en la Mano de alguien que la amaba como a una Madre y por Ella sería capaz de ordenarle a la tierra que abriese su boca y se tragase a cualquiera que se acercase a Ella?

El Hecho de poner bajo la protección de este Joven, hijo del trueno, a una Mujer que siendo su Hijo de 33 años, Ella debería estar en sus 60s, nos revela firmemente el Misterio de su Rostro. Viéndola junto a Jesús nadie, excepto quien conoció a la Virgen de Nazaret, la relacionó nunca con la Madre del Nazareno. Viendo a aquella Mujer caminando junto a aquel muchacho nadie podía poner en duda, por el Rostro de Ella y el de él, que eran madre e hijo.

Así pues, Desde Pentecostés, ambos, la Madre y el Discípulo Amado, desaparecen de la Escena. Juan se hace llamar Marcos. Su Misión en este mundo era proteger a la Madre. Los Judíos podían buscar a Juan, pero ¿quién lo relacionaría con este Marcos?

En los Hechos vemos incluso a Marcos como secretario de Pedro. Pedro camina con la Madre y Juan durante algún tiempo, pero la atención sobre Ella no debe jamás superar un límite crítico, y Juan se va a Alejandría, donde la Madre criara a su hijo Jesús y a los hijos de su hermano Cleofás. Hechos que ya he relatado en la el Primer libro de la Historia Divina de Jesús. Santiago el Justo,  el Primer Obispo de Jerusalén, fue el mayor de esos hermanos de Jesús, hijos de María de Cleofás, siendo este Cleofás el hermano pequeño de la Madre.

Publicado el Evangelio de Mateo, Juan escribe, bajo el nombre de Marcos, el suyo, a fin de que se cumpliera la Escritura, “sobre dos Testigos harás juicio”. En su primer evangelio Juan “Marcos” se limita a afirmar como verdadero todo lo que Mateo escribe. El hijo del Trueno mantiene un perfil  invisible. No quiere ni debe sobresalir. Tampoco puede ni quiere mantenerse al margen. Lucas aún no había escrito el suyo. La necesidad de alzarse como Testigo Ocular de todo lo que escribe San Mateo impulsa al Joven Juan a escribir su Evangelio, posiblemente durante su estancia con Pedro.

Tengamos en cuenta que los enemigos de los Apóstoles hubiesen estados encantados con un Judas que les delatase el paradero de la Madre del “Resucitado”. La muerte del hermano de Juan, Santiago, y las persecuciones judías pusieron en movimiento tanto a Pedro como a Juan. La Adoración de los Apóstoles por la Madre era compartida al mil por ciento por todos Ellos. La protegen rodeando su Existencia del más absoluto de los silencios. Tener acceso a la Madre significaba para Ellos tanto como tener acceso al Altar de los altares donde se adora al mismísimo Dios. Ya conocían Ellos el odio de aquéllos judíos contra la Casa de Jesús, y siendo profetas sabían que tarde o temprano se lanzarían, como Herodes lo hiciera al principio contra la casa de David de Belén, contra la casa de David de Nazaret.

No se equivocaron. Dios nunca se equivoca. La matanza de los hijos de David de Nazaret se hizo.

El Amor y el Deber quiso que el mejor lugar para ser mantenida la Madre  al margen de los acontecimientos fuese Alejandría del Nilo.

La Leyenda dice que protegiendo a la Madre la gravedad de las circunstancias impulsó a Juan a traerse con él a la Madre a España. El deseo de San Pablo de conectar sus viajes con una Venida a España y su no hacerlo puede situarse en este contexto. No era conveniente que el Paradero de la Madre, tal como estaban las cosas en la Galilea, fuese descubierto por un Apóstol que perseguido a muerte, y cuyos pasos estaban seguidos muy de cerca por sus enemigos, condujese a éstos a la Presa más codiciada por el Diablo. No olvidemos que si para Nosotros  los Cristianos Pablo es un Santo, para los judíos Saulo era un traidor.

La Leyenda de la Ascensión de la Madre tienen su Origen en la Palabra Divina. “No permitiré que tu carne vea la corrupción”,  le dijo Dios a su Hijo. No la conoció el Hijo, no la conocería la Madre.

Independientemente de Hechos que derivamos del Amor, tenemos que decir que Aquel Siglo Primero, el Siglo de Cristo, ha sido historiado muy pobremente por los historiadores del Cristianismo. Como quien no quiere recordar un trauma sufrido, cuyas heridas las tienen delante de los ojos, los historiadores cristianos parecen haber buscado más excusar a los Romanos de Genocidio contra los Cristianos que glorificar a aquella Generación de Héroes que no vacilaron en prestar Testimonio cuando el precio fue el de los tormentos más horribles. Ciencia de las Torturas en la que el Pueblo Romano era experto. Nosotros podemos imaginar cómo aquel Genocidio hubo de Afectarle  a Juan, EL ÚLTIMO HOMBRE en quien el Discurso de la Santísima Trinidad estaba vivo. 

No es menos curioso que sus Discípulos no escribiesen su Vida, la de este Juan. Desde el Conocimiento del Espíritu de Cristo lo entendemos sin embargo. Quien era Importante y en quien se debía centrar todo era en Jesús. No era en el Nombre de Ellos que  la Salvación había sido Fundada. Todo el sentido de la Existencia de los Apóstoles tenía por norte la Estrella del Hijo de Dios. Jesús es el Héroe de los Evangelios, la estrella de su Historia, el Rey de la Salvación, el Verbo hecho carne, Dios con Nosotros. ¿Ante esta Obra Divina qué importancia tiene el hombre, sea Pablo, Pedro, o Juan? Toda Gloria, todo Honor, todo Poder y todo Amor es debido al Hijo de Dios.

Y desde este Espíritu, Juan, ya hecho Hombre, que ha sido Testigo Vivo de la Ascensión de la Madre, en la que la Encarnación se le manifiesta en toda su Divinidad, abre su Evangelio diciendo:

Al Principio era Jesús,

y Jesús era Dios,

y Dios se hizo Hombre.

Todas las cosas fueron hechas por Jesús

Y sin Jesús no se hizo nada de cuanto ha sido hecho.

En Jesús está la Vida, en Jesús tiene la Vida el Hombre.

Este Hombre se dio a conocer al mundo, pero el mundo no lo amó.

Vino un hombre, enviado por Dios, de nombre Juan,

Vino a dar Testimonio de Jesús, para testificar, y todos creyeran en Jesús,

Juan no era Jesús, sino que vino a dar Testimonio de Jesús,

Jesús es la Imagen Divina del Hombre que vino a este mundo para la salvación de todos los hombres

Estuvo en el mundo, que por Jesús fue hecho, pero el mundo no lo creyó.

Vino a Israel, pero Israel tampoco creyó.

Pero a cuantos le ama les da el Poder de ser hijos de Dios, por la Fe en su Nombre.

Porque no por la sangre y la carne son contados los hijos de Dios, sino por Jesús.

Jesús “vivió con Nosotros”, y hemos visto su Gloria, la Gloria del Unigénito de Dios, lleno de Amor y Sabiduría.

Juan dijo, “Este Jesús es de quien os dije : el que viene en pos de mí es mayor que yo, porque estaba al principio de todas las cosas”

De Su Plenitud Divina recibimos todos dones sobre dones.

La Ley fue dada por Moisés, pero la Verdad y la Salvación vienen de Jesús.

A Dios Padre nadie le ha visto jamás. Dios Hijo Unigénito nos lo ha dado a conocer, porque en Jesús vive el Padre.

 

Esta es la Semilla que creció contra vientos y terremotos, persecuciones y  diluvios y haciéndose un árbol que en Promesa Divina ya extendía sus ramas hasta los confines del mundo, entregó su Fruto Maravilloso en el Concilio de Nicea, el 20 de Mayo del Año 325 de nuestra Era.

Como se recoge del Árbol de la Vida eterna el Divino Fruto y se reparte gratuitamente a todas los hombres que quieren vivir eternamente, porque creen que Dios es Amor, según hemos visto en su Hijo, la Fe Cristiana se ha expandido por las Cinco Regiones de la Tierra.

Contra la Caída de la Estrella del Evangelio en la fosa natural a la que Arrio la descendió escribió Juan su Evangelio de la Santísima Trinidad. 

Difícil de lectura, y por difícil su interpretación abierto al error de los ignorantes y brutos que queriendo corregir al Jesús que en Nicea reunió a su Cuerpo en la Tierra, y como Moisés recibió en Piedra el Decálogo, le dio a su Iglesia  esta Ley Divina de la Unidad en Dios escrita en una Piedra que jamás se rompe porque ha sido extraída de la Cantera del Ser del propio Dios Eterno e Indestructible.

Pues sabemos que la Piedra en la que se escribió el Diálogo siendo rota por el propio Moisés, anunciaba en esa ruptura el fin de aquella Alianza Temporal, a la vez que anunciaba una Nueva firmada por el propio Dios Hijo Unigénito para ser eterna e Inviolable, que en el Concilio de Nicea fue  hablada en voz alta para que los siglos repitan por la Eternidad el Dogma de la Unidad en Dios.

Pero ignorantes como aquel Arrio que quiso corregir a Dios, y que saldrían del propio cristianismo, como Arrio vino, no habrían de faltarle a las iglesias. Con el paso de los siglos se levantarían a resucitar de la tumba a Arrio, su maestro. Atreverse a corregir a Dios, poniendo en Duda la Palabra del Evangelio de la Santísima Trinidad recibido por la Iglesia Católica Romana en Nicea, Unidad Divina reflejada para la Salvación de la Plenitud las naciones en la Unidad de las iglesias cristianas esparcidas por todo el mundo, fue el Delito de Rebelión cometido por la Reforma del Protestantismo Europeo. El Muro que levantaron entre los Cristianos es Enemigo de la Salvación de la Plenitud de las naciones del Género Humano. El enemigo de esta Salvación en la Unidad de las iglesias, reflejo vivo de la Unidad en Dios, es enemigo de Jesús.

Habiendo recibido de Dios su espíritu de inteligencia para  responderle a los discípulos de aquellos ignorantes y brutos que se atrevieron a corregir a Dios y se alzaron contra sus sacerdotes en Concilio Universal, me es grato abriros los ojos a este Evangelio de la santísima Trinidad para desde la Palabra de Dios rebatáis por vosotros mismos los argumentos que por su Interpretación Irracional se han transformado en un mal para la Salvación del Género Humano, y levantando muros entre cristianos y cristianos han neutralizado por su división el Poder Salvador del Señor, Rey y Dios de todos los hombres, Jesucristo.

Pues todo lo que existe, existe por Él, y sin Él no se existiría nada de cuanto existe, de manera que siendo su Padre Dios, ha querido este Padre que su Hijo lo sea todo para todos los hombres: “nuestro Padre que está en los Cielos, Rey y Señor de la Plenitud de las naciones, ante quien toda rodilla debe doblarse y reconocer por Cabeza Suprema Universal de todo Poder Humano, quien con su Espíritu de Sabiduría gobierna todas las cosas para el Bien de todos los hombres”.

Cegados por quienes en su orgullo de brutos irracionales, emborrachados por la sangre  de sus hermanos,  y enloquecidos por los privilegios del Poder, interpretaron la Palabra de este Evangelio para hacer, como aquellos judíos que mediante sus palabras anulaban la Palabra de Moisés, anular la Palabra de Jesús, “Dios con Nosotros”, abrid este Evangelio desde el Pensamiento de Cristo, que en Juan vivía.

Engañados por los Arrios de la Edad Moderna  sin quererlo pero haciéndolo os atrevéis a negar  la Presencia de Dios en la Iglesia de Nicea, en la cual vive Jesús, su Señor, desde el Principio y por la Eternidad. Volved a leer este Evangelio poniendo Jesús donde está escrito el Verbo.

 Juan está hablando de Jesús, el Dios que dijo “Haya Luz”, “Haya Firmamento en medio de las aguas que separen unas de otras”, “Brillen en los Cielos estrellas para separar la luz de las tinieblas”, y luego “Hagamos al Hombre a nuestra Imagen y a nuestra Semejanza”, y por esto dice Juan : “El verbo se ha hecho carne, Dios se ha hecho hombre”, y “en Jesús está la Vida del Hombre”, porque el Hombre vivía en Dios y su Ser estaba en su Corazón y Mente antes de ser creado.  Por eso se hizo Hombre para decirnos “no sois el hombre que Dios llamó a la Vida. He aquí al Hombre”. Pero los hombres atrapados en las leyes de la Ciencia del bien y del Mal habían aprendido a sobrevivir en el infierno, ya no podían creer en el Paraíso.  Habían sido cuatro largos milenios arrastrándose por los campos de la Guerra, sujetos al imperio de la Muerte, entregados como corderos para engordar el banquete de los reyes y sus dioses malignos, cuyas imágenes monstruosas y demoníacas habían desplazado del corazón de las naciones el Dios que su Hijo vino a mostrarnos.

No fue fenómeno extraño que aquel Pueblo Europeo Latino en cuyo corazón la imagen de un Dios era la de un hombre Divino, encontrase abierta la puerta, y aunque hizo falta forzarla mediante el Martirio una vez abierta la Imagen de Dios en Jesús encontró en el Pueblo Latino un Alma rendida a su Adoración.

No es tampoco un fenómeno extraño que en los pueblos en los que la imagen de Dios es la de un monstruo de muchas cabezas, piernas, incluso la de dragones inmundos, serpientes horrorosas, el Dios de Jesús, Ser en el que el Hombre tiene su Seno Eterno, no encontrase, sino muy limitadamente la entrada.

En el caso del pueblo de Israel la Historia de su relación con ese Dios, Padre de Jesús, aunque no tuviese imagen predefinida, sí que estaba psicológicamente establecida.  El Dios de Jerusalén   era un Juez que no perdonaba sino después de masacrar al transgresor. En ese Juez el Dios Amor que Jesús llevaba dentro era el producto de un loco. ¡Cómo creer que ese Dios es Padre y es Amor cuando por una manzana, teniendo el Poder de sanar cuerpo y alma, condenó a todo el mundo a  vivir en el infierno! Después de cuatro mil años en este infierno ¡qué más natural que tener el corazón duro como una piedra! Si él era el Hijo de David, el llamado desde el seno de Abraham para aplastarle la cabeza al Diablo y recoger la corona universal de su padre Adán, ¿a qué venía  tanto “todo lo que necesitamos es Amor”? “Pues si Dios es Amor y tú eres el Hijo de Adán, declárate Rey y en lugar de ser salvador de mendigos y prostitutas vístete de Tal y danos el Imperio del Mundo”.

La Verdad estaba lejos de todos los hombres. De Judíos y Gentiles. La Creación entera estaba en pie de Guerra. La Tierra era el campo de batalla. Fuerzas que venían de la Eternidad y del Infinito libraban su Batalla Final; el Hombre había sido atrapado en el campo de batalla. Pero hasta que no fuese proclamado un Vencedor, o Dios o la Muerte, Cristo o el Diablo, el mundo seguiría siendo ese cero a la izquierda que cae bajo las ruedas y nada ni nadie podía evitar que esas fuerzas siguiesen su Lucha sin prestarle atención al mundo de los hombres. Ya lo decía el propio Cristo “Si hablándoos de las cosas terrenas no entendéis ¡cómo comprenderéis las cosas de los cielos!”.

Muchos siglos habrían de pasar hasta que los hombres pudiésemos comprender las cosas de esta Batalla Final cuya Guerra remonta su Origen a la Eternidad.

Sin Este Evangelio de la Santísima Trinidad la Luz que nos  conduce a esta Comprensión  no sería posible. Y esta Luz es la declaración del Nicea en la que Dios declaró a su Hijo de su Misma Naturaleza, Dios Verdadero de Dios Verdadero, su Igual, su Familia: Tú-Dios, Jesús, su Hijo Amado. Quien ama a este Hijo, ama a Dios; quien no lo ama, no ama a Dios. Quien no dobla sus rodillas ante la Corona del Hijo de Dios, no entrará en el Reino de Dios. Quien cree, tiene las Puertas de la Vida Eterna abiertas. Al que no cree, le espera el Juicio.

En su Hijo tiene la vida su Padre. Y la Vida es Amor, Alegría, Felicidad, Libertad, Creación.

Y en este Hijo tienen su vida todos los hijos de Dios, los de nuestro Mundo como los de los demás Mundos creados antes del nuestro, y los que serán creador durante la Eternidad de los Cielos.

Nada pide Dios de nadie excepto esta Verdad. No quiere teologías ni quiere ciencias, ni razones ni obras. La Obra Divina que abre la Puerta del Corazón de Dios es el Amor a esta Verdad. Jesús es Dios Verdadero de Dios Verdadero. Delante de Dios todo lo demás es un absurdo. El Amor a su Hijo es su Vida.

Tal es el espíritu del Evangelio de la Santísima Trinidad de este Juan. En este simple resumen está contenida toda la esencia de las Palabras de Dios que recoge Juan en su Evangelio. “Sed niños, amad como los niños. ¿Acaso se preguntan los niños por qué aman a sus padres, o en lugar de amar y vivir se dedican a radiografiar qué es ese amor, de donde viene, qué sentido tiene?”

Ni las grandes obras, ni las grandes razones, el Amor  es la Llave. Ni feo ni pequeño, el amor de un padre es incondicional, natural, no necesita detenerse qué amor es ese, o por qué ama.

La locura, para los sabios y los genios. “Dios no se piensa, Dios se ama”. Es el Grito de Victoria de Juan. Ese Amor se ha encarnado. Lo vemos, lo tocamos, lo sentimos. Los sabios se pierden persiguiendo una sabiduría que les da la espalda; los genios se hunden en la destrucción buscando la creación. La criatura corre a los brazos de su padre, y su padre es Dios.

No hay División en Dios. Padre e Hijo tienen el mismo Espíritu. Son un mismo Espíritu. Dos Personas, un único Espíritu Eterno. Este Espíritu se hizo Hombre por Obra y Gracia de Dios en el seno de una Virgen para que pudiésemos tocarlo, vivirlo, sentirlo, comprender por qué el Amor es Dios.

Dios es Amor, pero Dios es también Ley. “No tendrás más Rey que Dios, mi Hijo. No le declararás la Guerra a tus hermanos.  Cuidarás de tus padres y los protegerás en su ancianidad como ellos te cuidaron y te protegieron durante tu niñez. La verdad será la ley de tu alma y la amarás con todas las fuerzas de tu ser. La Libertad es sagrada, no se la robarás a ningún Ciudadano del Reino de Dios. Todo el oro y toda la plata, todos los recursos de la Creación le pertenecen al Señor, tu Rey, y las distribuiréis entre vosotros acorde a las necesidades de todos.  No levantarás falso testimonio ni corromperás a la Justicia levantándote contra la Ley de la Creación. En la Palabra está el Hombre, el que ama la Mentira se declara enemigo del Hombre. No busques el Poder por el Poder, porque la corrupción será tu aliado y la Muerte tu recompensa. Sed santos, porque Dios, vuestro Creador, es Santo. Ama a tu prójimo como a ti mismo, porque aquí vive la Santidad de Dios, a cuya Imagen y semejanza habéis sido creados”.

Difícil lenguaje de entender para quien tiene un corazón de piedra y un alma corrompida por el Poder que viene de la espada y del Oro. Pero este es Dios y este es su Evangelio

 

C.R.Y&S

 

 

 

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