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EL LIBRO DE LAS INTRODUCCIONES A LA BIBLIA
CUARTA PARTE
INTRODUCCIÓN A LOS LIBROS SAPIENCIALES
REY SALOMÓN:
SABIDURIA, ECLESIASTES Y CANTAR DE LOS CANTARES.
I
SABIDURÍA
No es necesario regresar a los
preliminares prologuménicos a que nos
tuvieron acostumbrados los teólogos de todos los tiempos a la hora de comentar
este Librito. Valga decir y conste, que Dios fue el Espíritu que movió las
manos de quienes tuvieron por gloria que sus nombres figurasen como autores de
los libritos que forman el Cuerpo Sagrado del Libro de Dios, el Único y
Verdadero Libro que Dios ha escrito para Rescatar a su Creación de su Caída en
el Abismo y extender el alma de su Amor sobre todos los Pueblos de su Creación:
La Biblia.
Muchos han sido los hombres que a lo largo
de los Milenios han querido nublar la sempiterna Gloria del Libro de Dios
afirmando ser los suyos “libros de Dios”. La Verdad, toda la verdad y nada más
que la verdad es que Dios no ha firmado ningún Libro fuera de la Biblia, y
fuera de la Biblia no hay Obra Sagrada que cuente delante de la Creación. Los
libros escritos por hombres obras de los hombres son. Si buenos o malos, Dios
no tuvo parte en ellos. El Único Libro que Dios reconoce como Suyo es la
Biblia, escrita de principio a fin por los hijos de Adán, y legada a la Iglesia
Católica en cuanto Esposa Espiritual del último de esos hijos de Adán, Jesús,
hijo de José de Belén, hijo de David, y María de Nazaret, hija de Salomón.
Libro que en su Omnisciencia Salvadora Dios derramó sobre sus siervos los profetas,
para que viajando por los siglos llegase hasta su Heredero Universal, por quien
nos vendría a todas las naciones el Conocimiento del Nombre del Señor de la
Creación, Padre de Jesucristo, su Hijo Unigénito, engendrado desde su
Naturaleza Increada en el Amor a la Sabiduría, Hija del Infinito y la
Eternidad, de la cual es Figura viva la Virgen, Madre del Mesías. A la que el
Enemigo de Dios, la Serpiente Antigua, Satanás, el Maligno, la Bestia del
Infierno, persiguió en vida, deviniendo la Huida de la Virgen Figura de la
Persecución a que sería sometida la Iglesia Católica, por extraños y propios,
en los días del Futuro.
¡Cómo, entonces, mantener lejos a sus
siervos los profetas de su Omnisciencia Salvadora, Restauradora del Hombre a la
condición de hijo de Dios, para la que fue llamado cuando el Hijo de Dios,
abriendo su boca, dijo: "Hagamos al hombre a nuestra imagen y a nuestra
semejanza"!
¿Hubiera sido Dios un Padre amantísimo de
sus hijos si pidiéndoles sacrificio a sus hijos los Profetas no les mostrase el
fruto del mismo, y aterrorizándolos con su Todopoder le
hubiese pedido a punta de espada realizar ese mismo sacrificio?
Mas quien viste el Infinito con galaxias
sin número que como aves aparecen de la nada por entre los azules del cielo
llenando el firmamento de los ojos con sus piruetas cirquenses,
semejantes a bancos de peces jugando a ser geómetras entre las corrientes
invisibles de los océanos calientes, Ese Creador de Bosques de Galaxias en
paquetes expandiendo el horizonte del Cosmos hasta las fronteras del Infinito,
¿no tiene acaso el Poder de hacer que sus hijos, por Amor a su Persona hagan lo
que por Terror a su Poder harían como quien haciendo su Voluntad piden la
gracia de la vida?
¡Cómo pues no habría Dios de abrirles a
sus hijos las puertas de su Salvación Universal, para que por Amor a la
Sabiduría hiciesen, poniendo todo su ser en el asador, lo que por el Terror que
procede del servicio a un Señor Omnipotente hubiesen hecho como quien busca en
la muerte perder de vista a semejante Señor! Es desde este Amor que su hijo
Salomón sirve a su Dios y se entrega a la Sabiduría en cuerpo y alma, y
sirviéndose de sus manos la Sabiduría relata las cosas pasadas y las por venir,
¿o acaso la Historia de la Redención y del Redentor no estaban predichas en la
propia Biblia desde los días de Moisés?
¿No puso la Traición de Satanás, hasta ese
Día uno de "los hijos de Dios entre los que distribuyó Dios las Familias
de la Tierra"; no puso la Caída del Hombre que Dios creó, y por Amor al
cual entregó Dios a su Propio Hijo Amado a la Cruz: en verdad no puso la Caída
del Género Humano al Creador de todas las cosas delante de una Revolución
Social Universal configuradora de la Relación Futura entre Dios y sus hijos?
¡Cómo hubiera podido Dios, Señor de la
Sabiduría, la hija del Infinito y de la Eternidad, Fuerza Increadora que formó su Inteligencia para heredar el
Testigo de la Creación, permanecer al margen de semejante delito contra su
Creación y contra Él mismo en cuanto el Creador de todas las cosas, las visibles
y las invisibles, Cielos, Tierra y Cosmos; cómo hubiera podido ese Dios, tan
amantísimo de sus Criaturas hasta el punto de enviarnos como Campeón a su Hijo
Unigénito, nuestro Redentor, mantener al margen de la Salvación Universal que
en su Corazón había concebido para bien de todos los Pueblos de su Reino a los
hombres que por Amor a su Espíritu pondrían a sus pies no sólo sus vidas sino
la de sus propios hijos? ¿Acaso Abraham sacrificaba a su unigénito al viento de
una esperanza que nacía en él y moriría en él?
Fue viendo este Corazón del Creador de los
Universos y sus Bosques de Galaxias, y Corazón cerrado a todo hombre, que,
maravillado hasta los tuétanos, Abraham alzó su brazo y armado se dispuso a
sacrificar a su unigénito en pro de esta Salvación que por la mano del Redentor
colmaría las esperanzas de todos los hijos de Dios en la Victoria de Dios sobre
la Muerte, del Paraíso sobre el Infierno, del Hijo de Dios sobre el Maligno.
Fue por Amor a la Esperanza de Salvación
Universal, que la Victoria del Redentor nos legaría a la plenitud de las
Naciones Cristianas, que Jacob vivió, y eligiendo a Judá para ser el padre del
Mesías trazó en el Tiempo la Línea Genealógica de la que nacería Jesús, hijo de
María, hijo de Sara, hijo de Eva. Por ella, la Sabiduría, José perdonó a sus
hermanos, y les dio una tierra donde vivir hasta que el Señor les eligiese el
Liberador que con Poderoso Brazo sacaría de Egipto a Israel, su hijo.
¡Quien en la Historia de los Fundadores de
Religión como Moisés! Como entre las estrellas, aunque pequeñita, no tiene
igual el Sol, así entre los hombres no tuvo igual Moisés. Ni en el Este ni en
el Oeste, ni en el Sur ni en el Norte, mujer alguna ha parido jamás su
semejante, hombre con quien un hijo de Dios, no de esta Creación, hablaba cara
a cara, y libremente le comunicaba lo por venir, la Victoria de Cristo, hijo de
Eva, hijo de Sara, hijo de María, sobre el Diablo, la Muerte y el Infierno.
En Moisés la figura del Poder de Cristo ya
venía configurada, y si por la sombra se adivina la luz que la produce, de la
luz que sobre el rostro de Moisés hacía resplandecer su grandeza se podía
adivinar la gloria de la estrella que bajando del Cielo habría de iluminar la
Tierra entera con su Gracia y su Verdad. ¡Cómo no caer de rodillas ante la Visión
de este Mesías Redentor que tomando en sus manos nuestra Causa no dudaría en
poner al servicio de nuestra Causa su propia muerte si con su Cruz obtenía para
todos nosotros la Ciudadanía de su Reino! He aquí, pues, porqué, maravillado
por la Salvación de Dios, Señor de Moisés, Salomón abre su discurso subiendo el
Velo de ese Futuro en el que el Siervo de Dios, nuestro Redentor, una vez
Resucitado, nos abriría la Puerta de la Vida eterna a todos nosotros, Gentiles,
y a los suyos, todos Judíos, a unos la Ruina, y a los otros, los Apóstoles, la
Gloria de los hijos de Dios.
Este Librito no está escrito a posteriori,
como pretendieron algunos hacerles creer a los indoctos que desconociendo la
Gloria de la Inteligencia Divina, convenciéronlos de
no hacer referencia alguna este Librito al Nacimiento de la Iglesia y Fundación
del Cristianismo. Es el Redentor quien tiene Salomón delante de sus ojos, y son
sus Discípulos, sujetos a persecución por Judíos y Gentiles, quienes ve el hijo
del rey David recibiendo la corona de la vida en recompensa a su sacrificio en
pro de la Esperanza Universal de Salvación, esta misma Esperanza en pro de la
cual Abraham levantó el brazo sobre la cabeza de su hijo unigénito, figura del
Sacrificio del Hijo Unigénito de Dios, Elegido para ser el Campeón del Género
Humano en el Duelo a muerte entre Satanás y el Hijo de Eva, profetizado desde
los días de la Caída, y sujeto a ley, según consta en el Libro Divino cuando
dice "de un hijo de Dios cualquiera de los hijos de Dios podrá ser llamado
para tomar Venganza". Mas la misma Ley que
elevaba hasta el Cielo la Elección ce nuestro Campeón, sujetaba al Elector a
Duelo de carne, por lo que dice “de la sangre de un hombre por la mano de otro
hombre reclamará Dios venganza”; en cumplimiento de lo cual, viendo los
Profetas al Elegido, escribieron: “He aquí que una Virgen dará a luz, y el hijo
será llamado: Dios con nosotros”.
La Victoria, estaba servida antes de poner
el Campeón del Hombre sus pies en el campo de batalla. El hijo del Hombre nacía
para vencer. Y con aquel “Apártate de mí, Satanás”, tan suyo, tan nuestro, por
el Espíritu hemos recibido el Espíritu de Invencibilidad que con su
Resurrección nos legó el Redentor a todos nosotros, sus herederos, según el
Juramento de Dios Eterno: “Tus hijos se apoderarán de las puertas de sus
enemigos”. Y Promesa que ha elevado a las Naciones Cristianas a la primera
línea de la Historia Universal y desde la vanguardia en que hemos sido situados
somos llamados para avanzar y llevar la Ciudadanía del Reino de Dios hasta los
confines del Mundo.
II
ECLESIASTÉS
“Sólo sé que no sé nada, pero sé que Dios
existe”
He aquí el compendio de una vida de
razonamiento, observación y reflexión sobre las circunstancias del género
humano tal cual se nos presenta y existe; de un valor tanto más positivo cuanto
quien firmó estas reflexiones fue rey, y como rey su existencia distó mucho de
estar sujeta a las desesperanzas y agonías a las que los ciudadanos de a pie
estamos acostumbrados desde la cuna y soportamos hasta la tumba, de menos peso
este agobio en nuestros días, de un peso infinitamente más agobiante en los
días de los reyes de Judá, pero no por esto menor el agobio a que los hombres
de toda la vida estamos sometidos desde la cuna a la tumba. Que un rey de hace
tres mil años se viese afectado por esta sensibilidad humana, en los de su
clase y época una debilidad insufrible, nos da cuenta del porqué de la segunda
parte de la Conclusión a que nos conduce la lectura de su panfleto: ¡Sólo sé
que no sé nada, pero sé que Dios existe!
Si la primera parte de la sentencia la
firmó Sócrates, la segunda podía ser suscrita únicamente por un pensador nacido
en el seno de un pueblo profundamente enraizado en la creencia de Aquel Dios
Eterno que con su Palabra creó los Cielos y la Tierra. De hecho la Historia del
Hombre es una ruptura a la inversa del desarrollo de la Ciencia. Es decir,
primero es Dios, y luego el Pensamiento que conduce a la Ciencia. Que sepamos
más o menos, en cualquier extremo de las ciencias, tanto en las que se refieren
a las de la materia, el espacio y el tiempo, cuanto a las que se refieren a las
de la vida y del espíritu, el verdadero objetivo del pensamiento humano es la
Declaración escrita en la segunda parte de la sentencia de arriba: ¡Pero sé que
Dios existe!
Es decir, el Conocimiento de la Existencia
de Dios no procede ni es inherente al conocimiento de las Ciencias. La
existencia de Dios se respira, se transpira, no procede de la ciencia; el
conocimiento de la existencia de un Ser Divino que participa de la Naturaleza
Increada del Infinito y de la Eternidad, esta Realidad precede a la Ciencia,
antecede al Pensamiento, es el precursor de la Filosofía, el primer motor con
el que el Pensamiento inicia su viaje hacia el Conocimiento de todas las cosas.
La Historia Universal lo demuestra.
Primero es la Religión. Luego surge la Ciencia. Entre Religión y Ciencia se
levanta el Arte como primera manifestación pública de la Comunicación
espiritual desde dicho Ser Divino al ser humano. El Autor de este librito no
pretende, pues, generar una frustración en el lector, de la clase que sea; al
contrario, el Autor, ascendido por el espíritu Divino, quiere transmitir este
Hecho de la Primacía de la Creencia en el Ser Divino en tanto en cuanto el
Conocimiento Supremo al que puede aspirar el ser humano y desde este
Conocimiento, independientemente de su ciencia, ordenar su comportamiento
delante de todos los demás seres humanos. Dado que la relación del Ser Divino
con el Ser Humano no se basa en la Ciencia, sino en el espíritu, es con este
Espíritu Divino que el Hombre debe alinear su comportamiento y desde el
conocimiento del Espíritu de Dios hilvanar el mundo de sus sentimientos hacia
todos los demás seres humanos.
Que un hombre sepa más ciencias que pelos
tiene en la cabeza no lo sitúa por encima de sus semejantes; pues ¿de qué
gloria se jactará el río al llegar al océano? ¿Se burlará el río que se funde
en la mar de la fuente que en las altas montañas parió su vida? ¡Y sin embargo
qué maravilloso es el viaje del río de la vida! ¡Qué precipicios no saltó, qué
llanuras no cruzó, qué desfiladeros no labró, qué cauces no absorbió, qué
campos no alimentó, qué estrellas no reflejó, qué número de bocas no besaron
sus orillas y de sus aguas parieron especies sin número! ¿Y qué hace brillar
esta aventura sino el Conocimiento Supremo de la Existencia de este Ser Divino
que abriendo su Boca creó Cielos y Tierra y desde las Alturas de su Todopoder y Omnisciencia, coronadas por SU Amor a la
Creación, dirige el curso de ese Río hacia su Paraíso?
El Conocimiento del espacio, del tiempo y
de la materia es nada, se traduce en polvo en el platillo de esa balanza en la
que en el otro brazo el Conocimiento de la Existencia de este Dios Creador de
todas las cosas extiende su cuerpo, ingrávido, sutil y perfecto, convirtiendo
la relación entre los hombres en el peso que decidirá hacia donde caerá el Fiel
de la Justicia ¿De qué vale el conocimiento de todas las cosas si el
comportamiento del hombre con los hombres es el de una criatura maligna que se
goza en el mal? ¿De qué se gloriará quien es barro, polvo mezclado con el agua
del río de la vida, delante de quien se alza entre Infinito y Eternidad
sosteniendo con su Poderoso Brazo el Cosmos? ¿Quién se atreverá a medir su
inteligencia con el Creador del Universo? ¿Dónde está quien pueda gloriarse de
haberle declarado la guerra y haberle vencido en contienda pública? ¿Qué peso
puede tener ante el Creador el genio de una criatura cuya inteligencia procede
de su Aliento?
“Nada sé, sólo sé que no sé nada, pero sé
que ÉL existe”. No hay frustración en la declaración, ni hay agonía en el
reconocimiento de la vacuidad de todo conocimiento que tenga su valor fuera y
lejos de su Fuente Divina. En el Comportamiento, no el Pensamiento está la
verdadera vida del Hombre. En el Amor a la Vida y a Dios, su Fuente, está el
Verdadero valor de todas las cosas que al Hombre le competen. Que un hombre
sepa más que otro, ¡qué! ¿acaso el genio que procede de la Ciencia va a
impresionar al Océano de la Omnisciencia sobre cuyas aguas Dios levanta
Universos? Y sin embargo, Dios se rinde delante de la moneda de la pobre
criatura que de lo poco que tiene da lo que puede. ¿De dónde viene entonces
hombres de ciencias y sabios de filosofías esotéricas ese brillo de orgullo en
vuestros ojos? ¿Pretendéis levantar vuestra gloria sobre la humildad de quienes
por causa vuestra heredan por parte el amargo pan del infortunio?
“Conocer que Dios existe es el Principio
de todas las cosas. Alcanzar el Conocimiento Perfecto de Dios en cuanto
Persona, el Fin de la Existencia del Hombre”. Esta y no otra es la Sentencia
que el Autor de este Librito lega a su Pueblo y al Hombre. Legado que gracias a
Cristo se elevó hasta el Cielo y bajando en forma de Lenguas de Fuego nos abrió
las puertas al Conocimiento Perfecto de ese Dios sobre el que el Autor confiesa
conocer su Existencia, a la vez que dejó el Camino labrado para que sus
sucesores, hiciesen lo imposible, extender por todas las naciones el Verdadero
Conocimiento del Dios de Abraham, Señor de Moisés, y Padre de Jesucristo.
IIII
CANTAR DE LOS CANTARES
He aquí la joya de las joyas entre los
cánticos de amor más célebres conocidos, joya seductora que ha atraído las
miradas de místicos y poetas, sobre todo ellos destacando la interpretación de
la Iglesia sobre la misteriosa Esposa que se llevó el corazón de Salomón a su
Jardín, y en la que los santos quisieron ver en el Esposo a Cristo y en la
Esposa a la Iglesia, interpretación santísima si no fuera porque aquí es la
Esposa la que le dice al Esposo “huye, amado mío, semejante a la gacela o al
cervatillo, por los montes de las balsameras”, de donde podría creerse que la
Iglesia renuncia a su Señor, no reconoce la Eternidad de su Amor y se separa de
su Esposo Divino para .... irse... ¿para irse ... con quién?
Se ve, pues, desplazando el verso final al
principio del Cántico que la interpretación eclesiástica no acierta a
identificar a la Esposa que una vez y otra le dice a Salomón “Mi viña la tengo
ante mis ojos. Para tí, Salomón, los mil
(siclos), y doscientos para los que guardan su fruto”. El divorcio no puede ser
más claro. La Esposa se separa de Salomón, lo abandona a su suerte entre el oro
y la plata en la que, se dice, navegaron los habitantes de Jerusalén en los
tiempos del Rey Sabio. Inútil agarrarse a esta Interpretación de los santos, y
menos aún a la de los que no siendo capaces de elevarse más allá de sus pieles
redujeron esta Joya a un cántico carnal, místico y puro, poético y lírico, pero
carnal al fin y al cabo.
El Cantar de los cantares es, en definitiva,
el Canto del Cisne, la ruptura visible, ya pública, de la unión de aquella
Sabiduría, que no podía vivir en cuerpo esclavo del pecado, según el mismo
Salomón reconociera en sus días de gloria cuando escribiera: “Porque en alma
maliciosa no entrará la sabiduría, ni morará en cuerpo esclavo del pecado”, con
aquel muchacho, hijo del rey, en quien la Sabiduría desplegó su tienda y
abrazándole le descubrió “los secretos de la ciencia de Dios”. Y a quien cuya
gloria acabó acarreándole la desgracia de la que se lamenta imposibilitado para
volver a su juventud, a aquellos días en que de Ella decía:
“¡Qué hermosa eres, amada mía, qué hermosa
eres! Son palomas tus ojos a través de tu velo. Son tus cabellos rebañito de
cabras que ondulantes van por los montes de Galaad. Son tus dientes cual rebaño
de ovejas de esquila que suben del lavadero, todas con sus crías mellizas, sin
que haya entre ellas estériles. Cintillo de grana son tus labios, y tu hablar
es agradable. Son tus mejillas mitades de granada a través de tu velo. Es tu
cuello cual la torre de David, adornada de trofeos, de la que penden mil
escudos, todos escudos de valientes. Tus dos pechos son dos mellizos de gacela,
que triscan entre azucenas. Antes de que refresque el día y huyan las sombras, iréme al monte de la mirra, al collado del incienso.
Eres del todo hermosa, amada mía; no hay tacha en tí.
Ven del Líbano, esposa; ven del Líbano, haz tu entrada. Avanza desde la cumbre
del Amana, de las cimas del Sanir y del Hermón, de las guaridas de los leones, de
las montañas de los leopardos. Prendiste mi corazón, hermana, esposa; prendiste
mi corazón en una de tus miradas, en una de las perlas de tu collar. ¡Qué
encantadores son tus amores, hermana mía, esposa! ¡Qué deliciosos son tus
amores, más que el vino! Y el aroma de tus perfumes es mejor que el de todos
los bálsamos. Miel virgen destilan tus labios, esposa; miel y leche hay bajo tu
lengua; y el perfume de tus vestidos es como aroma de incienso. Eres jardín
cercado, hermana mía, esposa; eres jardín cercado, fuente sellada. Tu plantel
es un vergel de granados, de frutales los más exquisitos, de cipreses y de
nardos, de nardos y azafrán, de canela y cinamomo, de todos los árboles
aromáticos, de mirra y de áloe y de todos los más selectos balsámicos. Eres
fuente de jardín, pozo de aguas vivas, que fluyen del Líbano”.
Imposible darle forma Viva a esta Esposa
cuyos amores se elevan hasta lo Divino y levantando al Esposo al Jardín de los
mismos secretos de la Ciencia de Dio se le descubre de esta manera:
“Yavé me poseyó
al principio de sus caminos, antes de sus obras, desde antiguo. Desde la
eternidad fui yo establecida; desde los orígenes, antes que la tierra fuese.
Antes que los abismos, fui engendrada yo; antes que fuesen las fuentes de
abundantes aguas. Antes que los montes fuesen cimentados, antes que los
collados fui yo concebida. Antes que hiciese la tierra, ni los campos, ni el
polvo primero de la tierra. Cuando afirmó los cielos, allí estaba yo; cuando
trazó un círculo sobre la faz del abismo. Cuando condensó las nubes en lo alto,
cuando daba fuerza a las fuentes del abismo. Cuando fijó sus términos al mar
para que las aguas no traspasasen sus linderos. Cuando echó los cimientos de la
tierra. Estaba yo con El como arquitecto, siendo siempre su delicia, solazándome
ante El en todo tiempo, recreándome en el orbe de la tierra, siendo mis
delicias los hijos de los hombres”.
En efecto, si Salomón no encontró forma
mejor de comunicarnos su Relación Divina con aquella Sabiduría, Hija del
Infinito y de la Eternidad, que, amando a Dios, formó su Espíritu para
entregarle el Testigo de la Creación, y de cuyo Amor vinieron a Luz el Padre y
el Hijo, es el propio Dios quien nos encarna la Visión de esta Hija del
Infinito y de la Eternidad, su Esposa Increada, en la Madre de Cristo, en cuya
Inmaculada Santidad se encarna la Inmaculada Santidad de la Sabiduría, y en la
Virgen Madre de Cristo limpia Dios la Inocencia de su Esposa Increada de toda
Maldad que se le pudiera imputar en el Origen de la Tragedia del Mundo.
Como en la Separación Final entre la
Sabiduría y Salomón no tuvo parte alguna la Esposa, sino que la gloria del rey
había acabado conduciéndole al término que ya conocía cuando dijera que Ella no
puede vivir en cuerpo esclavo del pecado, de esta misma manera Dios nos ofrece
su Discurso en Defensa de la Inmaculada Santidad de la Sabiduría, negando por
los hechos, primero en la debilidad de Salomón, cualquier parte de su Esposa
Increada en la Tragedia que le estaba afectando a su Reino desde los días
anteriores a la Creación de nuestro Mundo; y finalmente eleva su Defensa, en
forma de Discurso Positivo, encarnando su Inmaculada Inocencia en la Virginidad
Invencible de la Madre de Cristo.
No es, entonces, el Libro de Dios una Obra
que deba interpretarse, pero que en ninguno de sus libros y capítulos, desde la
carne y la inteligencia humana, pues el Libro ha sido escrito no sólo para el
Género Humano sino también para todos los Pueblos del Paraíso de Dios.
No sólo nosotros teníamos necesidad de ver
esta Inocencia de la Sabiduría, Esposa Eterna del Creador del Cosmos, también
la Casa de Dios “no de esta creación”, necesitaba ver a esta Esposa Increada
que tomando al Dios Increado de la Mano formó su Espíritu para ser quien es, y
le hace decir de ÉL mismo “Sed santos porque yo soy santo”.
¿Cómo hubiese podido formar a Dios en el
Espíritu Santo del Creador quien no lo hubiese tenido en sí desde la
Increación? ¿Cómo hubiera podido amar Dios a la Hija del Infinito y de la
Eternidad como a su Esposa si en Ella no hubiese encontrado Él ese Amor sin
medida tan Suyo a la Vida en nombre de cuya Causa Inmortal tuvo su Origen el
Fin de la Increación y la Creación su Principio?
¿No quedó con la Caída de Adán en
entredicho la Santidad de esta Esposa? ¿Acaso su Santidad no había quedado en
entredicho durante las Guerras del Cielo? ¿Cómo Defender su Inocencia una vez
convertida la Tierra en el campo de la Batalla Final entre el Infierno y el
Paraíso de Dios? ¿No estaba la Esposa del Dios y Señor de la Creación detrás de
esta Tragedia? ¿No hacía Ella de ese Dios Oculto que tirando la piedra y
escondiendo la mano se burla de su Esposo Divino?
La Necesidad del Esposo Divino de Declarar
la Inmaculada Inocencia de su Divina Esposa era firme.
En su Amor por su Creación y sus Criaturas
levanta el Señor de Israel a su hijo más excelente para mediante su Vida dar
Lectura a Su Discurso de Defensa: la imposibilidad de la Sabiduría Divina de
convivir con el Pecado no es una entelequia, es una Realidad Invencible.
Ambos, Esposos Divinos tienen una misma
Respuesta: La Creación no acepta la Ley de la Muerte; el Creador ni negocia ni
pacta con el Infierno inherente a la ley de la Guerra. No fue la Sabiduría
quien sembró en los hijos de Dios que se alzaron contra el Reino de Dios la
Semilla del Infierno; el Enemigo de la Creación de Dios y de la Ley del Creador
es la Muerte. La Muerte, no la Sabiduría, fue la madre de la Serpiente Antigua
en cuyas entrañas infernales fue concebido el Diablo.
Y sin embargo, en su Amor por la Vida fue
Dios infinitamente más lejos. Lo Imposible para toda Criatura su Dominio, quiso
el Esposo Divino ofrecernos en Vivo la Imagen Divina de la Madre en cuyas
entrañas fue concebido el Paraíso, y tomando de entre las hijas de Israel la
más bienaventurada de ellas, encarnando en su Seno a su Hijo Unigénito, en
cuya Unigenitura tiene Origen la Paternidad
Divina, en la Virgen María de Nazaret, Madre de Cristo, nos mostró Dios, a toda
su Casa, la del Cielo y la de la Tierra, la Eterna Santidad de su Esposa
Increada y Eterna, esta Sabiduría que, amando al joven Salomón, una vez que el
rey se perdió en su gloria, no pudiendo vivir en cuerpo esclavo del pecado, se
retiró de él.
Gloria, pues, a Dios, y a su Divina
Esposa, la Hija del Infinito y de la Eternidad que en los Días de la Increación
se unió al Ser Divino y formando su Espíritu puso en sus Manos el Testigo de la
Creación.
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