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EL EVANGELIO DE CRISTO SEGÚN SAN PABLO

 

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La ley de los gentiles

 

Cuantos hubiesen pecado sin Ley, sin Ley también perecerán; y los que pecaron en la Ley, por la Ley serán juzgados

 

Vamos entrando en el Pensamiento de Cristo, pues quien no tiene el Pensamiento de Cristo no es de Cristo, según confiesa en alguna otra parte el mismo Pablo. Y digo que entramos en el pensamiento de Pablo porque por fin tocamos la llaga hurgando en la cual la Reforma supo abrirse entre las aguas de la ignorancia un paso al otro lado de la corrupción romana y su cuerpo cardenalicio: “la Ley”. En otra parte dijo San Pablo también que la Ley sólo sirvió para descubrirnos la naturaleza del Pecado, es decir, qué es el pecado. Ciertamente si la Ley no hubiera dicho: No robarás, no sabríamos que robar es pecado. Sabríamos que es un delito, pero no que es Pecado. Punto que nos lleva a investigar la naturaleza del Pecado. O lo que es lo mismo, ¿qué diferencia al Pecado del delito? ¿Conducir sin licencia es un pecado? Decimos que no, pero sí es un delito. De donde se ve que el delito y el pecado son dos cosas diferentes. Esto de un sitio, y del otro que a diferencia del delito, que si hoy es y mañana no es no le quita ni le añade nada a la estructura social, el Pecado mantiene su malignidad eternamente en todos los tiempos y lugares. Así, robar un pan por hambre puede ser un delito, pero no un pecado, porque lo que define al Pecado es la voluntad de su ejecución mirando al daño implícito en el acto. O sea, robo para hacer daño, no para saciar una necesidad que se me niega por una sociedad delincuente en su estructura y me empuja a delinquir para lavar sus delitos en mi necesidad. Peco si soy obligado a robar lo que  necesito lo que robo se le imputa al que establece mi robo como necesidad invencible. Así pues, yo no he robado por malignidad, pero por necesidad. Y existiendo la necesidad nacida del delito maligno que opera mi obligación mi acto ni es pecado.

Tenemos, pues, un delito que es maligno y un delito que es benigno. Delito benigno es, como hemos visto, el que nace de la necesidad; y delito maligno el que nace de una mente perversa y asesina que bendice su crimen en razón del Poder que maneja y por éste causa la obligación invencible. El delito benigno no implica correlación secuencial, pero el maligno opera en reacción en cadena y su crecimiento tiene por fin la destrucción de la sociedad en la que se aloja como virus. Entonces, existiendo la Ley existe el Conocimiento del delito maligno, es decir, del Pecado. Y de aquí que unos conociendo su existencia y otros en su ignorancia, pero todos cometiendo esos actos, todos seamos reos ante el Tribunal Divino.

Porque no son justos ante Dios los que oyen la Ley, sino los cumplidores de la Ley; ésos serán declarados justos.

 

Lo dicho, si existía el Pecado antes de la Ley, Conocimiento por el que se nos dice lo que es bueno y malo ante los ojos de Dios, existía también el bien, y existiendo el bien existía la justicia. Y existiendo la conciencia humana antes de nacer Moisés era solo natural que San Pablo diga que por sus obras cada cual será declarado justo. Pues la Ley no podía hacer mejores a los hombres sino por el Temor del Dios que nos dio a conocer el Pecado mediante la Ley. Dios, en efecto, dio la Ley, pero no inmunizó al hombre contra el Pecado. El Judío, en este capítulo, estaba más adelante que el resto del mundo por cuanto conocía lo que era Pecado, pero se movía al mismo ritmo ante el delito que el resto de sus vecinos al no haber dotado aún Dios a su Creación del espíritu de Cristo; la Necesidad que empujaba al resto del mundo empujaba al Judío a hacer en privado aquello por lo que en público denigraba al gentil. La diferencia estaba en la ignorancia, pues si el gentil ignoraba la naturaleza del Pecado y se legislaba por el delito, el Judío conocía la existencia del Pecado y la Ley era su Código de Justicia.

En verdad, cuando los gentiles, guiados por la razón natural, sin Ley, cumplen los preceptos de la Ley, ellos mismos, sin tenerla, son para sí mismos Ley.

 

La relación entre la Genética y la Estética del Universo es cosa probada desde los albores del mundo. Su existencia implica una Razón Natural. Forjada la Razón Natural en un Universo sujeto a un Origen Divino la Vida lleva en sus genes la estructura que le imprime el Orden a su Cuerpo. Gracias a ella la estructura mental de los pueblos de la Humanidad, desde sus orígenes remotos en el Tiempo, ha manifestado una tendencia universal hacia un concepto del delito y la Justicia similar en todos los lugares.

Esta tendencia innata genéticamente pone sobre la mesa una estructura-prototipo acorde a cuya naturaleza se ha desarrollado la mente de las Civilizaciones, hasta finalmente converger en la Estructura del Mundo Actual. Ni que decir tiene que el camino dejado atrás por cada una de las partes de nuestro mundo es una epopeya digna de un libro. El caso es que superando las diferencias observamos en todas las partes del Mundo una Razón Universal desde cuya plataforma se han articulado, contra viento y marea, sus códigos de justicia, que, si no siguen alterados por las influencias psicóticas de los fundamentalismos religiosos, coinciden en lo general y básico con los códigos del resto de los pueblos y naciones vecinas.

 

Y con esto muestran que los preceptos de la Ley están escritos en sus corazones, siendo testigos su conciencia y las sentencias con que entre unos y otros se acusan o se excusan.

 

Sin la existencia de esta Razón Universal operando lo mismo en el Comunismo que en el Capitalismo, lo mismo en la Democracia Cristiana que en la Socialista, la Idea de un Juicio Divino sería infernal. Otra cosa será que en su demonismo el Pecado pretenda negar esta Razón Natural. Ahora bien, siendo el Pecado un acto consciente contra Dios y la Naturaleza del Universo, que al no poder hacer caer su malignidad sobre la Creación y su Creador derrama su veneno sobre la Criatura ¿a quién le sorprende que en su malignidad el Pecado niegue la existencia de una Razón Natural por la que la criatura, sin Dios, reconoce el Bien y el Mal?

 

Así se verá el día que Dios por Jesucristo, según mi evangelio, juzgará las acciones secretas de los hombres.

 

¿Pero por qué un Juicio Divino cuando el delito tiene en este mundo su castigo? ¿O no lo tiene? Según la respuesta el Juicio Final será un acto de demonismo o un acto de Santidad. El evangelio de San Pablo no admite dudas ni divagaciones y lo declara Santo, Justo, Bueno y Necesario, declarando de esta manera que la justicia de los hombres y el delito son las dos caras de una misma moneda, de aquí que el juez se ponga la venda en los ojos y allá que la espada de la injusticia del Poder caiga sobre quien ose levantar su voz para gritar: ¡Asesinos!

 

 

El judío violador de la Ley es más culpable

Pero si tú, que presumes de llamarte judío y descansas en la Ley y te glorías en Dios