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EL EVANGELIO DE CRISTO SEGÚN SANPABLO

PARTE MORAL

31

El día de la salud está próximo

 

Hemos entrado en la recta final de este análisis de uno de los textos bíblicos más polémicos; y polémico precisamente por dos razones vitales. La primera por la acusación sin pies ni cabeza que pervierte la inteligencia de San Pablo y la deriva hacia la suplantación de la identidad del verdadero fundador del cristianismo. Y la segunda basada en la transformación de esta Carta en muro de división entre cristianos católicos y protestantes. Aparte del interés de quienes creen que el mantenimiento de este muro de separación entre hermanos en la misma Fe, que es causa de paralización del movimiento de los brazos de Cristo, impidiéndole moverse libremente, y creen que esta división es razón de un servicio muy grande a la Causa del Evangelio, según hemos visto a lo largo de esta radiografía del pensamiento del Apóstol desde el pensamiento de Cristo, estamos viendo que no hay ninguna fisura entre ambos pensamientos, porque el pensamiento de todo hijo de Dios procede del mismo Padre que nos engendra para el bien de la Esperanza de Salvación Universal que a todos nos alimenta desde el principio de los días del Cristianismo. San Pablo le estaba hablando a cristianos nacidos, creyentes perfectos que se preparaban a seguir a su Héroe y Rey al pináculo de la gloria del Sacrificio. Cuando dice la Justicia que viene de la Fe, que nace no de la Ley sino de la Obediencia a la Voluntad de Dios, San Pablo no está negando el Poder de las Obras hechas por Dios en el cristiano, según el propio Jesús lo dijera mil veces, que la Palabra y las Obras unidas proceden de Dios para la Salvación de todos los hombres. Palabra y Obras que, se entiende, se materializan en el cristiano y tiene por objeto al hombre que aún no ha alcanzado la Fe. Pero que fue por las Obras y la Palabra que Dios engendró en el Hombre la Fe es tan satánico negarlo como de ignorancia absoluta ponerle trabas o pegas. Es por las Obras del cristiano y la Palabra del sacerdote que quien no cree descubre la Fe, es decir, descubre a Dios. A no ser, claro, que su Hijo fuera un mentiroso y afirmando El que se debe hacer lo que los sabios dicen pero no lo que hacen, afirmando de esta manera que el poder de las obras es tan perverso como santo según quien la realice, y que la Palabra sin las Obras no sólo no engendra sino que aleja de Dios a quien oye decir que la Fe salva pero lo que ve hacer al que habla son obras propias de demonios malditos. Dos direcciones claras emergen de la cuestión, por tanto. Primero que a quien tiene la Fe las Obras, ciertamente, no pueden sumarle nada, porque ya está salvado. Pero en cuanto hijo de Dios el cristiano tiene el deber, dentro de su existencia en el mundo, de por las obras hacer que descubra el mundo a Dios. Siendo de esta manera que el sacerdote, que predica la Palabra, y el cristiano, que la pone en Obra, no para su propia salvación, sino para salvar al prójimo, forman por Dios en Cristo un sólo Hombre, con una sola Fe y una sola Obra, a saber, la Salvación de todo hombre. Y la segunda, que la manipulación de un texto bíblico en función de los intereses y la mentalidad temporal es un delito contra Aquel que escribiera su Libro para por las Obras que engendra su Palabra en quien cree atraer a todos los hombres de regreso a su Paraíso. Dicho esto, los pies en la recta final, apretamos el paso y corremos veloces al encuentro de la verdad, diciendo:

 

Y ya conocéis el tiempo y que ya es hora de levantaros del sueño, pues nuestra salud está más cercana que cuando creímos.

 

Lo dicho, la conciencia del Apóstol sobre la cercanía de la Primera Persecución Romana, que ya flotaba en el aire sobre las cabezas de aquéllos a quienes les dirigía esta Carta, se deja notar y perfilar y nos descubre al verdadero destinatario de la misma, sin conocer al cual el texto se presta a la manipulación, que Lutero, en su desesperación, encerrado entre las cuatro paredes de una celda, manipuló, sin consciencia visible de la perversión que estaba ejecutando al olvidar que el Apóstol le estaba hablando a cristianos perfectos, educados en los misterios de la Salvación por los mismos Discípulos de Cristo, que es decir lo mismo que el Espíritu Santo de la Sabiduría Divina en persona, que se derramó en los Apóstoles, según está escrito en Pentecostés, para edificar en los Primeros Cristianos el Rebaño Inmaculado que testificaría con su Sangre, ante los ojos del Tribunal de la Historia Universal sobre la Veracidad del Testimonio de los Discípulos, a saber, el Hijo Unigénito y Primogénito de Dios se hizo hombre en el seno de la Virgen de las Profecías, fue crucificado para la Expiación del Pecado de Adán, y Resucitó para la Redención de los pecados de todo el mundo. Y ese Hijo se llama Jesucristo. Y hablando para mentes perfectas la disociación luterana entre Fe y Obras, como he suscrito antes, no cabía en sus cuerpos, ni en el alma ni en el espíritu. Tanto menos cuanto iban a coronar su testimonio Inmaculado con la Inmolación de sus propias vidas. Porque si entre los antiguos poner la mano en el fuego o pruebas similares ponía término a la discusión sobre el valor de un testimonio, los Primeros Cristianos, la Primicia como diría el Apóstol, iban a poner no sus manos sino su cuerpo entero en el fuego. De donde se ve que siendo perfectos hijos de Dios esta Obra no podía sumarle nada a la salvación que con su Fe habían conquistado por Obra y Gracia de Dios. Pero que no hacerla, sin embargo, era una negación de la Esperanza de Salvación Universal mirando a la cual el primero de todos, Jesucristo, puso El mismo su Cuerpo en la Cruz. “La Fe sola” en tanto que la alegría de la Salvación ha sido conquistada y la vida eterna es el regalo del Creador a sus criatura. Pero “la Fe sin las Obras de Cristo”, como bien diría el Espíritu Santo en el Apóstol Santiago, que es decir, el Espíritu Santo en persona: la Fe sola sin las obras es fe muerta. Obras que tienen por fruto no la salvación personal, que se da por hecha, sino la salvación del prójimo. Pues ciertamente ni Cristo Jesús ni sus Discípulos tenían necesidad de morir para salvarse a ellos mismos o enriquecer una Fe que era en todo extremo perfecta. Obraron muriendo para la salud del prójimo. De manera que en este sentido tan perfecto es el protestante que anula la obra como medio de salvación personal, como perfecto el católico que obra, desde la fe, para la salud del que no cree. De donde se ve que la crítica de Lutero a las Indulgencias no sólo fue legítima sino que provenía de la conciencia del Espíritu Santo; porque no eran las obras de las indulgencias las que salvan, sino las obras de la fe. Y en cuanto a estas Obras, Divinas, Inmaculadas y Perfectas, todo está escrito: Dar de comer al hambriento, dar de beber al sediento, vestir al desnudo, socorrer a la viuda y al huérfano... Ver a Cristo Jesús es ver esas Obras en movimiento. Obras y Fe, los dos brazos del mismo cuerpo.

 

La noche va muy avanzada y se acerca ya el día. Despojémonos, pues, de las obras de las tinieblas y vistamos las armas de la luz.

¿Acaso no se percibe en el horizonte de estas palabras la visión hacia la que, por Predestinación, se dirigía Aquélla Generación Inmaculada, perfecta, en todo extremo Santa y divina, cuerpo del Espíritu Santo, que el Dios de la Eternidad había encarnado en Cristo Jesús para la salud de toda su Creación, dándole todo el Poder y toda la Gloria para Reinar sobre todos los Pueblos y Naciones del Reino de Dios? ¿Y acaso la noche de la que habla el Espíritu Santo en Pablo no es esa parte del ser que, siendo carnal, en su inconsciencia pospone ese Día, esa Hora, arrastrado por el natural horror al espanto de la propia ejecución? Pablo es directo y con su palabra derrota esa inconsciencia y se levanta él el primero para ponerse a la cabeza de Aquéllos bajo cuya luminosa Gloria, siendo Una sola cosa con Cristo Jesús, el Heredero sempiterno del Dios Eterno, gobiernan por la eternidad de las eternidades el Reino de Dios. San Pablo no profetiza, sino que sacude ese horror inconsciente y anuncia el alba del Día y la Hora para la que fueron engendrados en el Espíritu Santo de la Gloria. El Espíritu Santo estaba en Dios, y era Dios, y se hizo hombre para dejar de ser una realidad invisible y adquiriendo Nombre y Cuerpo Gobernar la Casa de Dios por la eternidad de las eternidades. Si la Fe era la única razón que tenían para poner sus cuerpos en el fuego como Prueba del Testimonio de los Discípulos, Dios, para fortalecer esa Fe les dio su Reino, haciendo asi que por las Obras de la Fe del Espíritu Santo, hecho Hombre, viniera sobre todo su Reino la Salud de Su Salvación.

 

Andemos decentemente y como de día, no viviendo en comilonas y borracheras, no en amancebamiento y en libertinajes, no en querellas y envidias,

 

La Gloria en el horizonte, como esperanza que dirige con su luz los pasos del ser, el que cree vive con los pies en el suelo, en el día a día, y su deber es para con su Creador y Salvador. No hay ley que prohíba poner en obra lo que la Fe tiene por indigno de la creación de Dios, que nos creó para la eternidad y no para gozar de una vida mortal entre los dos extremos de cuya línea todo está permitido si no está prohibido por las leyes. La Ley de Cristo es superior a la ley humana porque toda ley humana responde a los intereses privados de grupos específicos, pero la Ley Divina mira el bien de todos para hacer que el bien del individuo y el bien universal coincidan en un mismo cuerpo, sin diferencia ni fisura entre ambas bienes. Las leyes humanas, con la excusa de poner el bien universal sobre el bien individual, a la postre no hacen sino aplastar bajo su violencia al individuo. La Ley de Cristo eleva al individuo a la naturaleza del bien universal, haciendo de ambos una sola realidad, un hecho indivisible, aboliendo de esta manera la excusa infernal por la que en el nombre del universo unos pocos aplastan al mismo al que quieren hacer tanto bien. ¿El Modelo sempiterno? ¡Cristo Jesús!

 

Antes vestíos del Señor Jesucristo, y no os deis a la carne para satisfacer sus concupiscencias.

En efecto, más claro imposible. Por culpa de la Caída aquélla Imagen y Semejanza a la que nacimos se perdió en las tinieblas de la Ignorancia que levantara el Propio Juicio contra el Pecado de Adán. Pero Dios, que siendo su Verbo eterno es imposible que no alcance su Fin, quiso materializar lo que al Principio el Hombre conoció como Idea: la Idea del Ser, a fin de que viéramos con los ojos de nuestra cara esa Idea hecha carne. De aquí que en otra parte el mismo Apóstol dijera: Cristo, en quien está vuestra vida. Aquella Imagen no fue anulada, sino que por el Amor de Dios hacia su Creación, vino a ser enriquecida cuando su propio Hijo la encarnó. Estando por la Fe en nosotros la Palabra del Espíritu Santo a los hijos de Dios del Primer Día, su Palabra permanece en nuestra Fe para formar nuestro código de comportamiento delante de los hombres y de Dios

 

 

32. Los fuertes y los débiles en la fe

Acoged al flaco en la fe, sin entrar en disputas de opiniones.