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EL EVANGELIO DE CRISTO SEGÚN SAN PABLO

PARTE MORAL

30

La perfección de la caridad

 

No estéis en deuda con nadie, a no ser en el amaros unos a otros, porque quien ama al prójimo ha cumplido la ley.

 

La infinita superioridad de la Moral sobre la Ética procede de este precepto eterno. Mientras la Ética es el recurso de seres que han renunciado a superarse a sí mismos y se niegan a seguir evolucionando al final del término donde la Naturaleza le abre la puerta al Espíritu y pone en manos de su Creador la Criatura que le pariera su Creación, en función de cuya renuncia a abandonar la ley de la selva la ley ética sustituye la inteligencia del Espíritu por una Razón Animal que establece decretos entre los miembros de la propia especie, resultando de esta imposición a punta de hierro que la obediencia a la ley sólo procede respecto a la inferioridad del sujeto pero no precede jamás a quien ordena la ley y se sitúa sobre ella, invirtiendo el valor de la Ética, que rebaja a la condición del Crimen cuando traduce su precepto máximo supremo en aquella alta razón que subordina al Fin la Naturaleza de los Medios. Así, mientras la Ética se ordena en función de los tiempos y obedece a la razón de los legisladores, la Moral es eterna y establece el camino entre Fin y el Principio sin alternancia recursiva derivada de la capacidad o la incapacidad del sujeto. La Ética ordena matar cuando el fin es superior al medio por el que se alcanza ese fin, cuyas repercusiones hacen del individuo un mero objeto abstracto a los pies del bien político, resultando que la Ética arrastra al Género Humano a los dorados tiempos del sacrificio humano, ahora no ritual, sino jurídico. Efectuado el sacrificio, en efecto, la justicia legaliza el delito, deviniendo en su comportamiento un apéndice asesino del poder ético que, desplazando los valores eternos de la inteligencia, los sustituye por los intereses temporales de un grupo específico. Bajo la ley de la Ética, por consiguiente, el amor al prójimo es volatizado, reventado y en el núcleo donde la identidad entre los seres humanos procede de la propia Naturaleza establece la convivencia mediante decreto, y este decreto arbitrario suspendido sobre la cabeza del hombre en función de la perversión del derecho Natural y Divino que Poder Político establece contra la Sociedad en su conjunto. De donde se ve que la Ética es la moral del Poder por en cuanto es el Poder el que destruye la Ley para imponerle por Decreto a la Naturaleza su ley. No cabe el amor entre los seres humanos y sí, y sólo la convivencia que procede del decreto. Ahora bien, hasta hoy el universo entero ha reconocido en mil formas y ocasiones que el amor no se engendra por decreto y nadie puede amar al prójimo en función de la voluntad de otro. Verdad apasionante y irrefutable que convierte en fracaso el éxito pasajero de quien legitima el sacrificio del individuo al bien del universo, tras cuya retórica no se esconde más que la dialéctica criminal del Poder Ético. Que cada cual le ponga ahora el nombre que quiera a quien por decreto vuela la Moral y pone en su lugar la ley de las bestias, entre las cuales, sí es cierto, la fuerza es la madre de la razón social. ¿Y qué es el Gobierno por decreto sino la fuerza a punta de pistola del Poder? Se entiende, en consecuencia, que no teniendo valor moral su imperio el Poder deba inventarse una justificación social que excuse su sacrificio; a esta justicia se le llama Ética.

 

Pues “no adulterarás, no matarás, no robarás, no codiciarás”, o cualquier otro precepto, en esta sentencia se resume: “Amarás al prójimo como a ti mismo”

La ley de la Verdad, la ley moral, o sea, la ley del Amor, es más fuerte e infinitamente más poderosa para fundar la estabilidad de la Sociedad en el Espacio y el Tiempo, que cualquier relación basada en el imperio del decreto. Desde la Ética yo no robo ni mato mientras no se me cruce por el camino una causa superior de altura política e histórica infinitamente más grande que la vida del individuo, a cuya consecución el sacrificio del individuo no es sólo aconsejable sino un deber ético que el Grupo de interesados se tiene que imponer si quiere llegar a alcanzar dicho fin específico. Nada hay pues que diferencie la Ética del Poder de la Ideología del Terrorismo, excepto que el Poder tiene la legalidad para el sacrificio y el terror sacrifica fuera de ley de la Ética Política. No estableciéndose la relación entre el individuo, entre el hombre y la Sociedad desde una Fuerza Natural que procede a la identificación de todos con todos en el Origen Universal de todos en un mismo Núcleo, el parche que el Poder, tras destruir este Núcleo, pone sobre la Historia, quitando la Moral, el fruto de ese Origen, y sustituyéndola por la Ley Ética, es decir, por el Imperio de la Fuerza, no es más que un parche en el muro, un dique circunstancial creado a la ligera para contener las aguas de la destrucción de una sociedad atacada desde su interior por fuerzas aniquiladoras que, bajo el disfraz del Derecho, no hacen sino causar la ruina de la Sociedad sobre la que impera mediante Decreto. Por amor a la humanidad se hacen maravillosas locuras, pero por ley no hay en este mundo quien ponga la otra mejilla o le dé sus sobras al pobre que se muere de hambre en la esquina. La ley que viene de la Ética antes la da las sobras a su perro que a ese moribundo, rastrero y asqueroso inmundo piojoso vagabundo. Sólo la ley que procede de la Moral enciende la conciencia, contra el interés propio incluso, y se quita de lo propio - como pudiera ser la felicidad que viene de la comodidad- para compartir con el prójimo el pan, y, ya lo hemos visto muchas veces, hasta la propia vida. El decreto ético es inoperante para engendrar este comportamiento, y desde que es inoperante su ley es inhumana porque mata una de las partes naturales más importantes de la inteligencia, la Conciencia. No vamos a condenar la Ley de la Naturaleza, que es Moral, en razón del comportamiento de unos pocos. No todos los que están, son, como dice el proverbio popular

 

El amor no obra el mal del prójimo, pues el amor es la plenitud de la ley.

 

Y no porque lo diga un Apóstol. Basta abrir cualquier libro de Platón para ver a Sócrates poniendo el Amor por las cosas, incluyendo lo humano, como superior a la simple manifestación de las consecuencias a que conducen esta fuerza divina desde una postura interesada o no fundada en una razón ética. Sócrates es sencillamente ero y sólo esto: La superioridad del Pensamiento que procede del Amor al Hombre sobre el Pensamiento que procede de la Pasión por alcanzar una posición cada vez más alta en la Sociedad. Esta Ética del Poder no sólo no puede cumplir la plenitud de la Ley porque en su desarrollo sacrifica a su fin al hombre que se le cruza en su camino y convierte a la propia Sociedad en un mero objeto sobre el que apoyarse para alcanzar su objetivo. La Ética no sólo no puede desatarle la correa del zapato de los pies con el que el cuerpo Moral Cristiano, expresión eterna de la Moral Natural, se mueve, sino que además, estableciendo el sacrificio humano en tanto en cuanto acto legal para alcanzar el Poder, la Ética deviene una ideología criminal que justifica el Medio para alcanzar el Fin. Sin embargo parece que las verdades son menos verdades depende de quien las diga, de aquí que firmándola San Pablo esta Verdad no sea una declaración filosófica con origen en la experiencia más desarrollada adquirida por los sentidos racionales del ser humano. Y al contrario, parece que depende de quien la firme una mentira es más verdad en la oreja de quien la escucha.

 

31.El día de la salud está próximo

Y ya conocéis el tiempo y que ya es hora de levantaros del sueño, pues nuestra salud está más cercana que cuando creímos.