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EL EVANGELIO DE CRISTO SEGÚN SAN PABLO

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La Ley y el Pecado

 

¿Qué diremos entonces? ¿Que la Ley es pecado? De ningún modo. Pero yo no conocí el pecado sino por la Ley. Pues yo no conocería la codicia si la Ley no dijera: “No codiciarás”.

 

Aquí tenemos materia para la reflexión. Y al mismo tiempo fuego esclarecedor de qué Ley y de qué Fe está hablando San Pablo. La tergiversación manipuladora respecto a la naturaleza contextual de ambas fue la causa y sigue siendo el origen de la interpretación anticristiana que efectúa una gran parte de las iglesias. Anticristianismo en este orden debe entenderse como proceso destructor de la Unidad Universal entre cuyos nudos fue tejido el Cuerpo de Cristo. Materia cristológica, si se quiere, y argumento ontológico inconfundible que nos abre la conciencia a una realidad moral basada en la actividad de formación de la mente humana acorde al patrón moral del propio Creador. No es la ley humana, que surge de una experiencia o de un interés, el instrumento que moldea y le da forma a la Conciencia cristiana en particular y humana en general. Es el propio Creador del Hombre quien moldea la Moral de Su Creación a imagen y semejanza de la Suya. Lo cual implica que es el Creador el primero que hace suyos los principios de la Ley con los que El moldea la Conciencia Espiritual de su criatura. En efecto, sólo hay Conciencia donde hay Espíritu. Afirmación básica que observamos en toda su operatividad en el mundo natural no humano. Y nadie duda que definir la caza del león o del lobo desde la Conciencia sería un acto de demencia. No se le puede aplicar el Bien y el Mal, decimos, a la vida no inteligente a imagen y semejanza de la vida Divina. Ni podemos creer que esta Semejanza pueda entenderse fuera de los parámetros de la vida intelectiva. Somos semejantes a Dios en cuanto Inteligencia Viva. No es el Poder ni la Fuerza la que nos hace semejantes de Dios, sino el Espíritu. Y es en este Espíritu que formamos un universo de valores sociales sempiternos. Valores por los que el acto de cazar no se ajusta a la Moral en el mundo animal no intelectivo y ese mismo acto aplicado al ser humano queda inmediatamente transformado en delito. Será pues al Creador a quien le corresponda impregnar a su criatura, nacida para ser su semejante en Espíritu, formar en los Valores Naturales a su propia Inteligencia la Conciencia de la criatura. De manera que si no fuera El quien dijera “No matarás” la Conciencia humana no alcanzaría comprensión de la naturaleza del acto en cuanto delito y su definición se ajustaría a los principios racionales del interés particular. Vemos, en efecto, que la sociedad, una vez privada de la Conciencia, transforma la Ley en artículo impersonal cuya aplicación y trasgresión no tiene ningún valor moral y sólo lo tiene en cuanto medio para alcanzar un determinado fin concreto. Fin desde el que se valora una ley impuesta por el interés arbitrario de un legislador sin Conciencia, es decir, privado de todo Espíritu, siendo el Espíritu por el que la Moral es transfigurada en columna del edificio de una conducta humana, inviolable e indestructible desde Hoy y para siempre.

Ciertamente, entrando ya en otro terreno, esta Ley del Espíritu puede o no puede complacerle al Individuo. La creación a Imagen del espíritu Divino implica esta Libertad Final de decisión personal. Como ya he dicho en otra parte, Dios no puede crear a su Imagen y Semejanza y al mismo tiempo privar a la creación de todos los atributos naturales a su Inteligencia. Entre estos atributos el de la Voluntad Libre es uno de los pilares sobre el que se basa la Relación Sempiterna entre el Creador y la Creación.

Tampoco se puede aceptar por principio que el Creador cometa un delito al impregnar a su creación de su Espíritu, determinando mediante su esencia la sustancia de esa voluntad nacida para ser libre. Quiero decir, aunque la formación de la Conciencia es un acto privativo del Creador, por este mismo Derecho de Creación que tiene todo Creador sobre su Obra, condenar al Creador, en este caso del Hombre, por predisponer su Obra respecto a un Juicio de Asimilación Natural, es una crítica demencial que no le conviene a un espíritu inteligente y sí a una bestia enemiga de los valores de ese mismo Creador que, mediante su Derecho, predispone la Libertad de la criatura haciendo tender su Voluntad hacia la de su Creador.

Dos tipos de inteligencias son capaces de negar este Derecho de Creación a un Creador: Un idiota y un monstruo.

No sé hasta qué punto sea inteligente discurrir a favor del derecho sagrado natural a todo creador. Sería lo mismo que ponerse a hablar con una bestia. Sí, queda bonito, el hombre hablando con el lobo o con el perro. Pero únicamente alguien fuera de su juicio se pondría a dialogar sobre metafísica con su gato.

Luego todo tiene un límite. Y tan bestia es quien caza por deporte como quien no caza para comer cuando se trata de cazar o morir. Así que, entre hijos de Dios, es de Derecho que la Conciencia sea modelada desde la Conciencia Universal que priva sobre toda la Creación. Lo contrario, que cada raza y sociedad tenga su propia Ley, es bendecir la destrucción como elemento natural de coherencia existencial.

 

Mas tomando ocasión el pecado por medio del precepto, activó en mí toda concupiscencia, porque sin la Ley el pecado está muerto.

Notemos sin embargo que esta formación de la Conciencia Humana quedó sujeta a una perturbación histórica, por las causas bíblicas conocidas y registradas en el episodio de la Caída de Adán. Y allá donde la Ley hubo de haberse instaurado sobre la civilización en su conjunto quedó de repente abandonada la Ley a las fuerzas humanas solas y, en consecuencia, expuesta a ser pisada por las fuerzas desatadas. Pues la creación por sí sola no puede operar la revolución que la extensión de la Conciencia del Creador a la Realidad Universal implica. Así que privada del Espíritu era natural que la naturaleza humana se sumergiese en una involución dantesca que, aplicada al mundo natural era consecuente, pero proyectada a la Humanidad ya formada adquiría connotaciones demenciales, de las cuales seis milenios en el infierno son suficiente prueba. Y tal cual dice San Pablo no existiendo Conciencia las Sociedades y la Civilización no podían luchar contra el delito que no era apreciado en tanto que tal por quienes lo cometían sin pleno conocimiento de su naturaleza antihumana. De manera que estando el pecado muerto por la inexistencia de la Conciencia que engendra la Ley, la multiplicación del acto homicida devenía la constante y causa de la perversión de la conducta de las sociedades que, andando el tiempo, habrían de hundir la Civilización bajo las aguas. Hundimiento que puso de manifiesto el efecto contra el que el Creador alzó su prohibición, descubriéndose en la privación de Conciencia el origen de la extinción de todo mundo no formado en los principios del Espíritu de Dios, y que, por efecto final, habría de conducir a la destrucción a las naciones de la Tierra, y al Género Humano a la desaparición de la faz del Universo. Lo que sin la Ley queda muerto, por tanto, es la Conciencia, que podemos definir, sin más, como la personificación del Derecho de Creación que antes aducimos como Natural a Dios en cuanto Creador del Hombre. Y deducir, infiriendo, que todo ataque contra la Conciencia Natural y su existencia es un acto homicida, y no porque sea la Ciencia quien abogue por la destrucción de esta Conciencia Natural mediante la negación de su existencia, el efecto final de esta Anulación ha de ser menos fatal.

 

Y yo viví algún tiempo sin Ley; pero sobreviniendo el precepto, revivió el pecado

 

En efecto, la Conciencia del Mal, del pecado, de un acto en tanto que delito, procede de una ley o precepto que define ese acto y descubre su verdadera naturaleza antisocial y antihumana. No hace falta ser un santo para ver esta realidad aplicada al día a día. Mas de lo que aquí se está hablando es de la Conciencia Divina, ésa por la que se rige el comportamiento social de todo el Universo. Pues si la ley humana rige y ordena el comportamiento entre sociedades humanas, la Ley Divina ordena y gobierna el comportamiento de sociedades con orígenes distintos en el Universo y con todo llamadas a vivir unidas dentro de un único Reino.

Dios, volviendo al tema, quiso abrogar el precepto, la Ley, a fin de que al ser condenado todo el mundo por el pecado de un sólo hombre, sin participación de ese mundo en su delito, los efectos del Pecado de Adán no arrastrasen a la Humanidad a un Juicio Final acusada de Delito cometido con conocimiento de la Ley y en pleno ejercicio de sus facultades mentales e intelectuales.

Observamos, de hecho, que el mundo de Adán tras la Caída, vivió sin más Ley que sus instintos. Libre para actuar y sin Ley Universal respecto a la que medir sus actos, el mundo de después de la Caída resolvió sus propios caminos sin Conciencia del Fin hacia el que tendían sus actos sin ley. Con lo cual Dios predisponía a la absolución de sus criaturas, de un sitio, y, del otro, ponía sobre la mesa la Causa por la que su prohibición respecto a la Ciencia del Bien y del Mal es Eterna. Lo que hacía mediante la visión de sus efectos sobre las Naciones de la Tierra.

 

y yo quedé muerto, y hallé que el precepto que era para vida, fue para muerte.

 

¡¡Y cómo hubiera podido ser de otra forma!! No olvidemos que la descendencia de Adán fue abandonada igualmente sin ley en medio de un mundo privado de Ley. El hecho de que Dios relativizara el fratricidio de Caín pone de relieve que la Ley había sido abrogada el día que Dios abandonó al Hombre a su suerte. De otro modo Caín hubiera sucumbido a la pena de muerte que la Ley, en activo, reclama. Por consiguiente, sujeta la descendencia de Adán a la misma ley que las demás familias del mundo, el pueblo hebreo antiguo sufrió en sus carnes los mismos efectos que sufrieran los demás pueblos de la Tierra. Todos ellos muertos en relación a la Ley del Espíritu, pero vivos para la carne al no estar sujeta ésta a la Ley. Cuando, entonces, viene la Ley, el choque entre un comportamiento heredado y uno a heredar se hace tan profundo que ocasiona la muerte de aquéllos en quienes la confrontación estaba llamada a fracasar para el Espíritu y vencer para la carne. La Historia del Pueblo Hebreo y su transformación en Pueblo Judío es la Memoria de aquel fracaso, de un sitio, y de la Victoria de Cristo, acaecida, como todos sabemos, en razón del Derecho de Creación antes suscrito, del otro. Los periodos de idolatría de los israelitas, el asesinato de sus profetas por los reyes judíos... toda la Historia de Israel se convierte en la lucha a muerte entre el Espíritu de un comportamiento natural a Dios y el comportamiento heredado de un pasado carnal que buscaba su perpetuación dentro de la Ley, es decir, ahogándola en un mar de preceptos y tradiciones humanas.

 

Pues el pecado, con ocasión del precepto, me sedujo y por él me mató.

 

Inútil establecer la importancia del medio con el individuo cuando es un punto elaborado hasta la saciedad por los sabios de todos los tiempos. Desde la etología, desde la filosofía, desde cualquier ángulo y posición que se contemple esta relación la interdependencia del individuo y el medio es profunda y vasta. En el caso que nos ocupa, y que podemos adaptarlo a la relación entre el cristiano y el mundo, el pecado opera porque existe una Conciencia frente a un mundo gobernado por una conciencia de distinta naturaleza. Si el cristiano y el judío no hubiesen de enfrentarse a un mundo en el que su Conciencia no es la ley natural la seducción del pecado, es decir, de romper los principios por los que se gobierna su espíritu, no existiría. Pero, existiendo esa confrontación, el fracaso del cristiano, como del judío, provoca la muerte de su conciencia para el Espíritu, y finalmente, digamos, su expulsión del paraíso de su Fe.

 

En suma que la Ley es santa, y el precepto santo, y justo y bueno.

 

Y con todo y a pesar de todo, la confrontación está en activo porque sin el Espíritu el Fin de toda Sociedad es la ruina, su extinción y desaparición del Universo. De aquí que, con San Pablo, digamos: la Ley es santa, y el precepto santo, y justo y bueno. De donde se ve claro que no es nuestra Fe la que debe conformarse a la estructura carnal de la ley mundo, sino el mundo el que debe ser conformado a Imagen y Semejanza de la Conciencia del Espíritu la Fe.

 

La potencia maligna del pecado

Luego ¿lo bueno me ha sido muerte? Nada de eso; pero el pecado, para mostrar toda su malicia, por lo bueno me dio la muerte, haciéndose por el precepto sobremanera pecaminoso.