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LA BIBLIA
     

NUEVO TESTAMENTO

ANTIGUO TESTAMENTO

Los

Hechos de los Apóstoles

SEGUNDA PARTE

EXPANSION DE LA IGLESIA FUERA DE JERUSALÉN (8-12)

 

TERCERA PARTE

DIFUSIÓN DE LA IGLESIA ENTRE LOS GENTILES (13-28)

PRIMERA PARTE

LA IGLESIA EN JERUSALÉN (1-7)

4-8

Y comiendo con ellos, les mandó no apartarse de Jerusalén, sino esperar la promesa del Padre, “que de mí habéis escuchado; porque Juan bautizó en agua, pero vosotros, pasados no muchos días, seréis bautizados en el Espíritu Santo. Los reunidos le preguntaban: Señor, ¿es ahora cuando vas a restablecer el reino de Israel? Él les dijo: No os toca a vosotros conocer los tiempos y los momentos que el Padre ha fijado en virtud de su poder; pero recibiréis el poder del Espíritu Santo, que vendrá sobre vosotros, y seréis mis testigos en Jerusalén, en toda la Judea, en Samaria  y hasta el extremo de la tierra.

La Ascensión

9-14

Diciendo esto, fue arrebatado a vista de ellos, y una nube le sustrajo a sus ojos. Mientras estaban mirando al cielo, fija la vista en Él, que se iba, dos varones con hábitos blancos se les pusieron delante, y les dijeron: Hombres de Galilea, ¿qué estáis mirando al cielo? Ese Jesús que ha sido arrebatado de entre vosotros al cielo, vendrá como le habéis visto ir al cielo. Entonces se volvieron del monte llamado Olivete a Jerusalén, que dista de allí el camino de un sábado. Cuando hubieron llegado, subieron al piso alto, en donde permanecían Pedro y Juan, Santiago y Andrés, Felipe y Tomás, Bartolomé y Mateo, Santiago de Alfeo y Simón el Zelotes y Judas de Santiago. Todos éstos perseveraban unánimes en la oración con algunas mujeres, con María, la Madre de Jesús, y con los hermanos de éste.

Elección de San Matías

15-26

En aquellos días se levantó Pedro en medio de los hermanos, que eran en conjunto unos ciento veinte, y dijo: Hermanos, era preciso que se cumpliese la Escritura, que por boca de David había predicho el Espíritu Santo acerca de Judas, que fue guía de los que prendieron a Jesús, y era contado entre nosotros, habiendo tenido parte en este ministerio. Este, pues, adquirió un campo con un salario inicuo; pero, precipitándose de cabeza, reventó y todas sus entrañas se derramaron; y fue público a todos los habitantes de Jerusalén, tanto que el campo se llamó en su lengua Hacéldama, que quiere decir  Campo de Sangre. Pues está escrito en el libro de los Salmos: “Quede desierta su morada y no haya quien habite en ella y otro se alce con su cargo. Ahora,  pues, conviene que de todos los varones que nos han acompañado todo el tiempo en que vivió entre nosotros el Señor Jesús, a partir del bautismo de Juan hasta el día en que fue arrebatado en alto de entre nosotros, uno de ellos sea testigo con nosotros de su resurrección. Se presentaron dos: José, por sobrenombre Barsaba, llamado Justo, y Matías. Orando  dijeron: Tú, Señor, que conoces los corazones de todos, muestra a cuál de estos dos escoges para ocupar el lugar de este ministerio y el apostolado de que prevaricó Judas para irse a su lugar. Echaron suertes sobre ellos, y cayó la suerte sobre Matías, que quedó agregado a los once apóstoles.

Capítulo  2

Pentecostés

1-47

Al cumplirse el día de Pentecostés, estando todos juntos en un lugar, se produjo de repente un ruido proveniente del cielo como el de un viento que sopla impetuosamente, que invadió toda la casa en que residían. Aparecieron, como divididas, lenguas de fuego, que se posaron sobre cada uno de ellos, quedando todos llenos del Espíritu Santo; y comenzaron a hablar en lenguas extrañas, según que el Espíritu les otorgaba expresarse. Residían en Jerusalén judíos varones piadosos, de cuantas naciones hay bajo el cielo, y habiéndose corrido la voz, se juntó una muchedumbre, que se quedó confusa al oírlos hablar cada uno en su propia lengua. Estupefactos de admiración, decían: Todos estos que hablan, ¿no son galileos? Pues ¿cómo nosotros los oímos cada uno en nuestra propia lengua, en la que hemos nacido? Partos, medos, elamitas, los que habitan Mesopotamia, Judea, Capadocia, el Ponto y Asia,Frigia y Panfilia, Egipto y las partes de Libia que están contra Cirene, y los forasteros romanos, judíos y prosélitos, cretenses y árabes, los oímos hablar en nuestras propias lenguas las grandezas de Dios.

Todos, fuera de sí y perplejos, se decían unos a otros: ¿Qué quiere decir esto?

Otros, burlándose, decían: Están cargados de mosto.

Entonces se levantó Pedro con los once y, en alta voz, les habló: Judíos y todos los habitantes de Jerusalén, apercibíos y prestad atención a mis palabras. No están éstos borrachos, como vosotros suponéis, pues no es aún la hora de tercia; esto  es lo dicho por el profeta Joel: “Y sucederá en los últimos días, dice Dios, que derramaré mi Espíritu sobre toda carne, y profetizarán vuestros hijos y vuestras hijas, y vuestros jóvenes verán visiones, y vuestros ancianos soñarán sueños; Y sobre mis siervos y sobre mis siervas derramaré mi Espíritu en aquellos días y profetizarán. Y haré prodigios arriba en el cielo, y señales abajo en la tierra, sangre y fuego y nubes de humo. El sol se tornará tinieblas y la luna sangre, antes que llegue el día del Señor, grande y manifiesto. Y todo el que invocare el nombre del Señor se salvará.”

Varones israelitas, escuchad estas palabras: Jesús de Nazaret, varón probado por Dios entre vosotros con milagros, prodigios y señales que Dios hizo por El en medio de vosotros, como vosotros mismos sabéis; a éste, entregado según el designio determinado y la presciencia de Dios, después de fijarlo en la cruz por medio de hombres sin ley, le disteis muerte. Al cual Dios le resucitó después de soltar las ataduras de la muerte, por cuanto no era posible que fuera dominado por ella, pues David dice de El: “Traía yo al Señor siempre delante de mí, porque Él está a mi derecha, para que no vacile. Por esto se regocijó mi corazón y exultó mi lengua, y hasta mi carne reposará en la esperanza. Porque no abandonarás en el hades mi alma, ni permitirás que tu Santo experimente la corrupción Me has dado a conocer los caminos de la vida y me llenarás de alegría con tu presencia.”

Hermanos, séame permitido deciros con franqueza del patriarca David que murió y fue sepultado, y que su sepulcro se conserva entre nosotros hasta hoy. Pero, siendo profeta y sabiendo que le había Dios jurado solemnemente que un fruto de sus entrañas se sentaría sobre su trono, con visión anticipada habló de la resurrección de Cristo, que no sería abandonado en el hades ni vería su carne la corrupción. A este Jesús lo resucitó Dios, de lo cual todos nosotros somos testigos. Exaltado a la diestra de Dios y recibida del Padre la promesa del Espíritu Santo, le derramó según vosotros veis y oís. Porque  no subió David a los cielos, antes dice: “Dijo el Señor a mi Señor: Siéntate a mi diestra hasta que ponga a tus enemigos por escabel de tus pies.” Tenga, pues, por cierto toda la casa de Israel que Dios le ha hecho Señor y Mesías a este Jesús, a quien vosotros habéis crucificado

Al  oírle, se sintieron compungidos de corazón y dijeron a Pedro y a los demás apóstoles: ¿Qué hemos de hacer, hermanos?

Pedro les contestó: Arrepentíos y bautizaos en el nombre de Jesucristo para remisión de vuestros pecados, y recibiréis el don del Espíritu Santo. Porque para vosotros es esta promesa, y para vuestros hijos, y para todos los de lejos, cuantos llamare a sí el Señor, Dios nuestro.

Con otras muchas palabras atestiguaba y los exhortaba diciendo: Salvaos de esta generación perversa. Ellos recibieron la gracia y se bautizaron, siendo incorporadas a la Iglesia aquel día unas tres mil almas. Eran asiduos a la enseñanza de los apóstoles, en la comunión, en la fracción del pan y en las oraciones. Y se apoderó de todos los espíritus el temor, pues muchos eran los prodigios y señales realizados por los apóstoles: y todos los que creían vivían unidos, teniendo todos sus bienes en común; pues vendían sus posesiones y haciendas y las distribuían entre todos según la necesidad de cada uno. Diariamente acudían unánimemente al templo, partían el pan en las casas y tomaban su alimento con alegría y sencillez de corazón, alabando a Dios en medio del general favor del pueblo. Cada día el Señor iba incorporando a los que habían de ser salvos.

Capítulo 3

Sermón de San Pedro en el templo

1-26

Pedro y Juan subían a la hora de la oración, que era la de nona. Había un hombre tullido desde el seno de su madre, que traían y ponían cada día a la puerta del templo llamada la Hermosa para pedir limosna a los que entraban en el templo. Este, viendo a Pedro y a Juan que se disponían a entrar en el templo, les pidió limosna. Pedro, mirándole atentamente, igual que Juan, le dijo: Míranos. Él los miró esperando recibir de ellos alguna cosa. Pero Pedro le dijo: No tengo oro ni plata; lo que tengo, eso te doy: En nombre de Jesucristo Nazareno, anda. Y tomándole de la diestra, le levantó, y al punto sus pies y sus talones se consolidaron; y de un brinco se puso en pie, y comenzó a andar, y entró con ellos en el templo saltando y brincando y alabando a Dios.

Todo el pueblo que lo vio andar y alabar a Dios, econoció ser el mismo que se sentaba a pedir limosna en la puerta Hermosa del templo, y quedaron llenos de admiración y espanto por lo sucedido. Como él estaba asido a Pedro y a Juan, toda la gente, estupefacta, corrió hacia ellos, al pórtico llamado de Salomón. Visto lo cual por Pedro, habló así al pueblo:

Varones israelitas, ¿qué os admiráis de esto o qué nos miráis a nosotros, como si por nuestro propio poder o por nuestra piedad hubiéramos hecho andar a éste. El Dios de Abraham, de Isaac y de Jacob, el Dios de nuestros padres, ha glorificado a su siervo Jesús, a quien vosotros entregasteis y negasteis en presencia de Pilato, cuando éste juzgaba que debía soltarle. Vosotros negasteis al Santo y al Justo y pedisteis que se os hiciera gracia de un homicida. Disteis muerte al príncipe de la vida, a quien Dios resucitó de entre los muertos, de lo cual nosotros somos testigos. Por la fe de su nombre, éste, a quien veis y conocéis, ha sido por su nombre consolidado, y la fe que de Él nos viene dio a éste la plena salud en presencia de todos vosotros. Ahora bien, hermanos, ya sé que por ignorancia habéis hecho esto, como también vuestros príncipes. Dios ha dado así cumplimiento a lo que había anunciado por boca de todos los profetas, la pasión de su Ungido. Arrepentíos, pues, y convertíos, para que sean borrados vuestros pecados, a fin de que lleguen los tiempos del refrigerio de parte del Señor y envíe a Jesús, el Mesías, que os ha sido predestinado, a quien el cielo debía recibir hasta llegar los tiempos de la restauración de todas las cosas, de que Dios habló desde antiguo por boca de sus santos profetas. Dice, en efecto, Moisés: “Un profeta hará surgir el Señor Dios entre vuestros hermanos, como yo; vosotros le escucharéis todo lo que os hablare toda persona que no escuchare a ese profeta será exterminada del pueblo.” Y todos los profetas, desde Samuel y los siguientes, cuantos hablaron, anunciaron también estos días. Vosotros sois los hijos de los profetas y de la alianza que Dios estableció con vuestros padres cuando dijo a Abraham: “En tu descendencia serán bendecidas todas las familias de la tierra.” Dios, resucitando a su Siervo, os lo envía a vosotros primero para que os bendiga al convertirse cada uno de sus maldades.

Capítulo 5

1-11

Pero cierto hombre llamado Ananías, con Safira, su mujer, vendió una posesión y retuvo una parte del precio, siendo sabedora de ello también la mujer, y llevó el resto a depositarlo a los pies de los apóstoles. Díjole Pedro: Ananías, ¿por qué se ha apoderado Satanás de tu corazón, moviéndote a engañar al Espíritu Santo, reteniendo una parte del precio del campo? ¿Acaso sin venderlo no lo tenías para ti, y, vendido, no quedaba a tu disposición el precio? ¿Por qué intentaste hacer tal cosa? No has mentido a los hombres, sino a Dios.

Al oír Ananías estas palabras, cayó y expiró. Se apoderó de cuantos   lo supieron un temor grande. Luego se levantaron los jóvenes y, envolviéndole, le llevaron y le dieron sepultura.

Pasadas como tres horas, entró la mujer, ignorante de lo sucedido, y Pedro le dirigió la palabra: Dime si habéis vendido en tanto el campo. Dijo ella: Sí, en tanto; y Pedro a ella: ¿Por qué os habéis concertado en tentar al Espíritu Santo? Mira, los pies de los que han sepultado a tu marido están ya a la puerta, y ésos te llevarán a ti. Cayó al instante a sus pies y expiró; entrando los jóvenes, la hallaron muerta y la sacaron, dándole sepultura con su marido.

Gran temor se apoderó de toda la iglesia y de cuantos oían tales cosas.

El sanedrín, contra los apóstoles

12-42

Eran muchos los milagros y prodigios que se realizaban en el pueblo por mano de los apóstoles. Estando todos reunidos en el pórtico de Salomón, nadie de los otros se atrevía a unirse a ellos, pero el pueblo los tenía en gran estima. Se agregaban al Señor cada día más creyentes, muchedumbre de hombres y mujeres, hasta el punto de sacar a las calles los enfermos y ponerlos en los lechos y camillas, para que, llegando Pedro, siquiera su sombra los cubriese; y la muchedumbre concurría de las ciudades vecinas a Jerusalén, trayendo enfermos y atormentados por los espíritus impuros, y todos eran curados

Con esto levantándose el sumo sacerdote y todos los suyos, de la secta de los saduceos, llenos de envidia echaron mano a los apóstoles y los metieron en la cárcel pública. Pero el ángel del Señor les abrió de noche las puertas de la prisión, y sacándolos les dijo: Id, presentaos en el templo y predicad al pueblo todas estas palabras de vida.

Ellos obedecieron, y entrando al amanecer en el templo, enseñaban. Entre tanto, llegado el sumo sacerdote con los suyos, convocó el consejo, es decir, todo el senado de los hijos de Israel, y enviaron a la prisión para que se los llevasen. Llegados los alguaciles, no los hallaron en prisión. Volvieron y se lo hicieron saber, diciendo: Encontramos la prisión cerrada y bien asegurada y los guardias en sus puertas; pero abriendo, no encontramos dentro a nadie.

Cuando el oficial del templo y los pontífices oyeron tales palabras, se quedaron perplejos respecto de ellos, pensando qué habría sido de ellos. En esto llegó uno que les comunicó: Los hombres esos que habéis metido en la prisión están en el templo enseñando al pueblo. Entonces fue el oficial con sus alguaciles y los condujo, pero sin hacerles fuerza, porque temían que el pueblo los apedrease. C onducidos, los presentó en medio del consejo. Dirigiéndoles la palabra el sumo sacerdote, les dijo:

Solemnemente os hemos ordenado que no enseñaseis sobre este nombre, y habéis llenado a Jerusalén de vuestra doctrina y queréis traer sobre nosotros la sangre de ese hombre.

Respondiendo Pedro y los apóstoles, dijeron: “Es preciso obedecer a Dios antes que a los hombres. El Dios de nuestros padres resucitó a Jesús, a quien vosotros habéis dado muerte suspendiéndole de un madero. Pues a ése le ha levantado Dios a su diestra por Príncipe y Salvador, para dar a Israel penitencia y la remisión de los pecados. Nosotros somos testigos de esto, y lo es también el Espíritu Santo que Dios otorgó a los que le obedecen.”

Oyendo esto, se pusieron rabiosos y trataban de quitarlos de delante. Pero levantándose en el consejo un fariseo de nombre Gamaliel, doctor de la Ley, muy estimado de todo el pueblo, mandó sacar a los apóstoles por un momento y dijo:

“Varones israelitas, mirad bien lo que vais a hacer con estos hombres. Días pasados se levantó Teudas, diciendo que él era alguien, y se le allegaron como unos cuatrocientos hombres. Fue muerto, y todos cuantos le seguían se disolvieron, quedando reducidos a nada. Después se levantó Judas el Galileo, en los días del empadronamiento, y arrastró al pueblo en pos de sí; mas pereciendo él también, cuantos le seguían se dispersaron. Ahora os digo: Dejad a estos hombres, dejadlos; porque si esto es consejo u obra de hombres, se disolverá; pero si viene de Dios, no podréis disolverlo, y quizá algún día os halléis con que habéis hecho la guerra a Dios.”

Se dejaron persuadir; e introduciendo luego a los apóstoles, después de azotados, les conminaron que no hablasen en el nombre de Jesús y los despidieron. Ellos se fueron contentos de la presencia del sanedrín, porque habían sido dignos de padecer ultrajes por el nombre de Jesús: y en el templo y en las casas no cesaban todo el día de enseñar  y anunciar a Cristo Jesús.

Capítulo 4

Los dos apóstoles, ante el sanedrín

1-31

Mientras ellos hablaban al pueblo, sobrevinieron los sacerdotes, el oficial del templo y los saduceos. Molestos porque enseñaban al pueblo y anunciaban cumplida en Jesús la resurrección de los muertos, les echaron mano y los metieron en prisión hasta la mañana, porque era ya tarde. Pero muchos de los que habían oído la palabra creyeron, hasta el número de unos cinco mil.

Sucedió que al día siguiente se juntaron todos los príncipes, los ancianos y los escribas en Jerusalén, y Anás, el sumo sacerdote, y Caifás, y Juan, y Alejandro, y cuantos eran del linaje pontifical; y poniéndolos en medio, les preguntaron: ¿Con qué poder o en nombre de quién habéis hecho esto vosotros?

Entonces Pedro, lleno del Espíritu Santo, les dijo: “Príncipes del pueblo y ancianos: Ya que somos hoy interrogados sobre la curación de este enfermo, por quién haya sido curado, sea manifiesto a todos vosotros y a todo el pueblo de Israel que en nombre de Jesucristo Nazareno, a quien vosotros habéis crucificado, a quien Dios resucitó de entre los muertos, por Él, éste se halla sano ante vosotros. Él es la piedra rechazada por vosotros los constructores, que ha venido a ser piedra angular. En ningún otro hay salvación, pues ningún otro nombre nos ha sido dado bajo el cielo, entre los hombres, por el cual podamos ser salvos.”

Viendo la franqueza de Pedro y Juan y considerando que eran hombres sin letras y plebeyos, se maravillaban, pues los habían conocido de que estaban con Jesús; y viendo presente al lado de ellos al hombre curado, no sabían  qué replicar; y mandándoles salir fuera del consejo, conferían entre sí, diciendo:  ¿Qué haremos con estos hombres? Porque el milagro hecho por ellos es manifiesto, notorio a todos los habitantes de Jerusalén, y no podemos negarlo. Pero para qe no se difunda más el suceso en el pueblo, conminémosles que no hablen a nadie en este nombre.

Y llamándolos, les intimaron no hablar absolutamente ni enseñar en el nombre de Jesús. Pero Pedro y Juan respondieron y dijéronles: “Juzgad por vosotros mismos si es justo ante Dios que os obedezcamos a vosotros más que a Él; porque nosotros no podemos dejar de decir lo que hemos visto y oído.”

Pero ellos les despidieron con amenazas, no hallando motivo para castigarlos, y por causa del pueblo, porque todos glorificaban a Dios por el suceso. El hombre en quien se había realizado el milagro de la curación pasaba de los cuarenta años.

Los apóstoles, despedidos, se fueron a los suyos y les comunicaron cuanto les habían dicho los pontífices y los ancianos. Ellos,  al oírles, a una levantaron la voz a Dios y dijeron: Señor, tú que hiciste el cielo y la tierra, y el mar y cuanto en ellos hay, que por boca de nuestro padre David, tu siervo, dijiste: “¿Por qué braman las gentes y los pueblos meditan cosas vanas? Los reyes de la tierra han conspirado y los príncipes se han confederado contra el Señor y contra su Ungido.” Porque en verdad juntáronse en esta ciudad contra tu Siervo Jesús, a quien ungiste, Herodes y Poncio Pilato, con los gentiles y el pueblo de Israel, para ejecutar cuanto tu mano y tu consejo habían decretado de antemano que sucediese. Ahora, Señor, mira sus amenazas, y da a tus siervos hablar con toda libertad tu palabra, extendiendo tu mano para realizar curaciones, señales y prodigios por el nombre de tu santo Siervo Jesús.” Después de haber orado, tembló el lugar en que estaban reunidos, y todos fueron llenos del Espíritu Santo y hablaban la palabra de Dios con libertad.

La vida común entre los fieles

32-37

La muchedumbre de los que habían creído tenía un corazón y un alma sola, y ninguno tenía por propia cosa alguna, antes todo lo tenían en común. Los apóstoles atestiguaban con gran poder la resurrección del Señor Jesús, y gozaban todos ellos de gran favor. No había entre ellos indigentes, pues cuantos eran dueños de haciendas o casas las vendían y llevaban el precio de lo vendido, y lo depositaban a los pies de los apóstoles, y a cada uno se le repartía según su necesidad. José, el llamado por los apóstoles Bernabé, que significa hijo de la consolación, levita, chipriota de naturaleza, que poseía un campo, lo vendió y llevó el precio, y lo depositó a los pies de los apóstoles.

Capítulo 6

La  elección de los diáconos

1-7

Por aquellos días, habiendo crecido el número de los discípulos, se produjo una murmuración de los helénicos contra los hebreos, porque las viudas de aquéllos eran mal atendidas en el servicio cotidiano. Los Doce, convocando al pleno de los discípulos, dijeron: No es razonable que nosotros abandonemos el ministerio de la palabra de Dios para servir a las mesas. Echad el ojo, hermanos, de entre vosotros, a siete varones que gocen de reputación, llenos de espíritu y de sabiduría, a los que encarguemos de este menester, pues nosotros debemos atender a la oración y al ministerio de la palabra.

Fue bien recibida la propuesta por toda la muchedumbre, y eligieron a Esteban, varón lleno de fe y del Espíritu Santo, y a Felipe, a Prócoro, a Nicanor, a Timón, a Pármenas y a Nicolás, prosélito antioqueno; los cuales fueron presentados a los apóstoles, quienes, orando, les impusieron las manos.

La palabra de Dios fructificaba, y se multiplicaba grandemente el número de los discípulos en Jerusalén, y numerosa muchedumbre de sacerdotes se sometía a la fe.

San Esteban

8-15

Esteban estaba lleno de gracia y de poder, hacía prodigios y grandes señales en el pueblo. Se levantaron algunos de la sinagoga llamada de los libertos, cirenenses y alejandrinos y de los de Cilicia y Asia a disputar con Esteban, sin poder resistir a la sabiduría y al espíritu con que hablaba. Entonces sobornaron a algunos que dijesen: Nosotros hemos oído a ése proferir blasfemas contra Moisés y contra Dios. Y conmovieron al pueblo, a los ancianos y escribas, y llegando, le arrebataron y le llevaron ante el sanedrín. Presentaron testigos falsos que decían: Este hombre no cesa de proferir palabras contra el lugar santo y contra la Ley; y nosotros le hemos oído decir que ese Jesús de Nazaret destruirá este lugar y mudará las costumbres que nos dio Moisés. Fijando  los ojos en él todos los que estaban sentados en el sanedrín, vieron su rostro como el rostro de un ángel.

Capítulo 7

1-60

Díjole el sumo sacerdote: ¿Es como éstos dicen?

Él contestó: “Hermanos y padres, escuchad: El Dios de la gloria se apareció a nuestro padre Abraham cuando moraba en Mesopotamia, antes que habitase en Jarán, y le dijo: Sal de tu tierra y de tu parentela y ve a la tierra que yo te mostraré. Entonces salió del país de los caldeos y habitó en Jarán. De allí, después de la muerte de su padre, se trasladó a esta tierra, en la cual vosotros habitáis ahora; no le dio en ella heredad, ni aun un pie de tierra, mas le prometió dársela en posesión a él, y a su descendencia después de él, cuando no tenía hijos. Pues le habló Dios: “Habitará tu descendencia en tierra extranjera y la esclavizarán y maltratarán por espacio de cuatrocientos años; pero al pueblo a quien han de servir le juzgaré yo, dice Dios, y después de esto saldrán y me adorarán en este lugar.” Luego le otorgó el pacto de la circuncisión; y así engendró a Isaac, a quien circuncidó el día octavo; e Isaac a Jacob, y Jacob a los doce patriarcas.

Pero los patriarcas, por envidia de José, vendieron a éste para Egipto; mas Dios estaba con él y le sacó de todas sus tribulaciones, y le dio gracia y sabiduría delante del Faraón, rey de Egipto, que le constituyó gobernador de Egipto y de toda su casa. Entonces vino el hambre sobre toda la tierra de Egipto y de Canán, y una gran tribulación, de modo que nuestros padres no encontraban provisiones mas oyendo Jacob que había trigo en Egipto, envió primero a nuestros padres, y a la segunda vez José se dio a conocer a sus hermanos, y su linaje vino a conocimiento del Faraón. Envió José a buscar a su padre con toda su familia, en número de setenta y cinco personas; y descendió Jacob a Egipto, donde murieron él y nuestros padres. Fueron trasladados a Siquem y depositados en el sepulcro que Abraham había comprado a precio de plata, de los hijos de Emmor en Siquem.

Cuando se iba acercando el tiempo de la promesa hecha por Dios a Abraham, el pueblo creció y se multiplicó en Egipto, hasta que surgió sobre Egipto otro rey que no había conocido a José. Usando de malas artes contra nuestro linaje, afligió a nuestros padres hasta hacerlos exponer a sus hijos para que no viviesen. En aquel tiempo nació Moisés, hermoso a los ojos de Dios, que fue criado por tres meses en casa de su padre; y que, expuesto, fue recogido por la hija del Faraón, que le hizo criar como hijo suyo. Y fue Moisés instruido en toda la sabiduría de los egipcios y era poderoso en palabras y obras. Así que cumplió los cuarenta años sintió deseos de visitar a sus hermanos, los hijos de Israel; y viendo a uno maltratado, le defendió y le vengó, matando al egipcio que le maltrataba. Creía él que entenderían sus hermanos que Dios les daba por su mano la salud, pero ellos no lo entendieron. Al día siguiente vio a otros dos que estaban riñendo, y procuró reconciliarlos, diciendo: ¿Por qué, siendo hermanos, os maltratáis uno a otro? Pero el que maltrataba a su prójimo le rechazó diciendo: ¿Y quién te ha constituido príncipe y juez sobre nosotros? ¿Acaso pretendes matarme, como mataste ayer al egipcio? Al oír esto huyó Moisés, y moró extranjero en la tierra de Madián, en la que engendró dos hijos.

Pasados cuarenta años se le apareció un ángel en el desierto del Sinaí, en la llama de una zarza que ardía. Se maravilló Moisés al advertir la visión, y acercándose para examinarla, le fue dirigida la voz del Señor:

“Yo soy el Dios de tus padres, el Dios de Abraham, de Isaac y de Jacob.” Estremecióse Moisés y no se atrevía a mirar. El Señor le dijo:

“Desata el calzado de tus pies, porque el lugar en que estás es tierra santa. He visto la aflicción de mi pueblo en Egipto y he oído sus gemidos. Por eso he descendido para librarlos; ven, pues, que te envíe a Egipto.”

Pues a este Moisés, a quien ellos negaron diciendo: ¿Quién te ha constituido príncipe y juez?, a éste le envió Dios por príncipe y libertador por mano del ángel que se le apareció en la zarza. Él los sacó, haciendo prodigios y milagros en la tierra de Egipto, en el mar Rojo y en el desierto por espacio de cuarenta años. Ese es el Moisés que dijo a los hijos de Israel: Dios os suscitará de entre vuestros hermanos un profeta como yo. Ese es el que estuvo en medio de la asamblea en el desierto con el ángel, que en el monte de Sinaí le hablaba a él, y connuestros padres; ése es el que recibió la palabra de vida para entregárosla a vosotros, y a quien no quisieron obedecer nuestros padres, antes le rechazaron y con sus corazones se volvieron a Egipto, diciendo a Arón: Haznos dioses que vayan delante de nosotros, porque ese Moisés que nos sacó de la tierra de Egipto no sabemos qué ha sido de él. Entonces se hicieron un becerro y ofrecieron sacrificios al ídolo, y se regocijaron con las obras de sus manos. Dios se apartó de ellos y los entregó al culto del ejército celeste, según que está escrito en el libro de los profetas. “¿Acaso me habéis ofrecido víctimas y sacrificios durante  cuarenta años en el desierto, casa de Israel? Antes os trajisteis la tienda de Moloc y el astro del dios Refam, las imágenes que os hicisteis para adorarlas. Por eso yo os transportaré al otro lado de Babilonia.”

Nuestros padres tuvieron en el desierto la tienda del testimonio, según lo había dispuesto el que ordenó a Moisés que la hiciesen, conforme al modelo que había visto. Esta tienda la recibieron nuestros padres, y la introdujeron cuando con Josué ocuparon la tierra de las gentes que Dios arrojó delante de nuestros padres; y así hasta los días de David, que halló gracia en la presencia de Dios y pidió hallar habitación para el Dios de Jacob.

Pero fue Salomón quien le edificó una casa. Sin embargo, no habita el Altísimo en casas hechas por mano de hombre, según dice el profeta:

“Mi trono es el cielo, y la tierra el escabel de mis pies; ¿qué casa me edificaréis a mí, dice el Señor, o cuál será el lugar de mi descanso? ¿No es mi mano la que ha hecho todas las cosas?”

Duros de cerviz e incircuncisos de corazón y de oídos, vosotros siempre habéis resistido al Espíritu Santo. Como vuestros padres, así también vosotros. ¿A qué profeta no persiguieron vuestros padres? Dieron muerte a los que anunciaban la venida del Justo, a quien vosotros habéis ahora traicionado y asesinado; vosotros, que recibisteis como disposiciones angélicas la Ley y no la guardasteis.”

Al oír estas cosas se llenaron de rabia sus corazones y rechinaban los dientes contra él. Él, lleno del Espíritu Santo, miró al cielo y vio la gloria de Dios y a Jesús en pie a la diestra de Dios, y dijo: Estoy viendo los cielos abiertos y al Hijo del hombre en pie, a la diestra de Dios.

Ellos, gritando a grandes voces, tapáronse los oídos y se arrojaron a una sobre él. Sacándole fuera de la ciudad, le apedreaban. Los testigos depositaron sus mantos a los pies de un joven llamado Saulo; y mientras le apedreaban, Esteban oraba, diciendo: Señor Jesús, recibe mi espíritu.

Puesto de rodillas, gritó con fuerte voz: Señor, no les imputes este pecado. Y diciendo esto, se durmió. Saulo aprobaba su muerte.

Capítulo 8

El Evangelio en Samaria

1-3

Aquel día comenzó una gran persecución contra la iglesia de Jerusalén, y todos, fuera de los apóstoles, se dispersaron por las regiones de Judea y Samaria A Esteban lo recogieron algunos varones piadosos e hicieron sobre él gran luto. Por el contrario, Saulo devastaba la Iglesia, y, entrando en las casas, arrastraba a hombres y mujeres y los hacía encarcelar.

 

SEGUNDA PARTE

EXPANSION DE LA IGLESIA FUERA DE JERUSALEN

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