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EL EVANGELIO DE CRISTO SEGÚN SAN PABLO

 

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El Espíritu ora en nosotros

 

Dos dimensiones y una sola realidad vienen a confluir en el Nacimiento del Cristianismo para la Edificación del Proyecto de Formación del Hombre a imagen y semejanza de Dios. De un lado tenemos que la criatura sola no puede romper la frontera de la Muerte y poner su pie en el terreno de la Inmortalidad. Del otro tenemos un Ser Creador que echó abajo ese Muro. Pero no sólo por el mero placer de la conquista sobre un horizonte imposible de alcanzar por la materia sola. Sino que alcanzada esa meta transformó la propia estructura de la vida elevando su evolución de la materia: al Espíritu, haciendo así que la criatura sienta y viva en su ser la fuerza arrolladora de la propia vida Divina, no como algo ajeno sino como realidad propia. De hecho basta enfocar el pensamiento en los tiempos inmediatamente posteriores a la Caída de la Primera Civilización para descubrir en la pérdida de esta Conquista el origen de la esquizofrenia violenta de aquéllos Héroes de la Antigüedad, inventores del sacrificio humano ritual como medio de alcanzar por el favor de los dioses lo que por la sangre sola les era imposible. En la enfermedad descubrimos la impronta consumada de la revolución cósmica por Dios efectuada, desde cuyo Principio fuera el Género Humano creado para disfrutar, a Imagen y Semejanza de los dioses, de la Inmortalidad. Mas sería superfluo encerrar la dimensión del Proyecto Divino exclusivamente dentro del hecho ontológico de la ruptura de los límites de la evolución natural. El Proyecto llevaba en su seno un ente, el Hombre, concebido en la Mente Creadora para ser su Semejante en el Espíritu. La vida eterna dada por sentado, la cuestión era qué haría la criatura con esa vida. Y La Respuesta de Dios fue darle por Razón Natural al Espíritu del Hombre el YO de quien dijera: YO soy el que soy. Este Yo, reflejo puro del YO de su Creador, abandonado a sus fuerzas naturales por la Caída, privado de su Sobrenaturaleza, será el que entre en aquella esquizofrenia aguda y violenta, origen del Fratricidio, que extendiéndose por el cuerpo de la Humanidad hundiría a las naciones en la irracionalidad de la que somos testigos al presente y se alzó contra su propio Salvador al ritmo de los impulsos malignos que ya se habían asentado en los estratos de la estructura sub e inconsciente del ser humano. Enfermedad de la que el Hombre es sanado mediante la promesa de Vida Eterna que el Espíritu Cristiano mantiene viva contra los golpes de viento de los siglos, cual se ve por los hechos desde un confín al otro de la Tierra.

 

Y asimismo, también el Espíritu viene en ayuda de nuestra flaqueza, porque nosotros no sabemos pedir lo que nos conviene; mas el mismo Espíritu aboga por nosotros con gemidos inenarrables,

 

Esto sentado, San Pablo, lo mismo que los demás Apóstoles, da un paso adelante y pone al Cristiano delante de Dios con un deseo, es decir: “Pedid y se os dará”. Ahora bien, pedir ¿qué? La propia estructura del YO de quien dijera YO soy el que soy pone sobre la mesa una Personalidad consumada en su Consciencia ante el que poner el deseo de nuestro corazón. Y siendo su YO una realidad perfecta el Deseo del Hombre se encuentra delante de dos puertas. Una se llama el Bien y otra el Mal. Y Dios, en cuanto YO ontológicamente perfecto, no puede ir contra sí mismo en base al amor. Usar, manipular, utilizar el amor para usar, manipular y utilizar a la persona que ama es el talón de Aquiles contra el que la flecha del mal, desde la forma más simple a la más compleja, dirige su dardo. Vemos en el Caso Adán cómo este dardo fue utilizado por Satán contra Dios a fin de por el amor obtener de El lo que de Su YO no se podía obtener por la Razón. Superado este trauma y volcados totalmente en la Fe nuestro dilema está en el enfrentamiento entre nuestros deseos y un Ser Divino las leyes de cuya Mente son inviolables e incorruptibles y nada ni nadie puede hacer que El vaya contra Su YO. Imposible, por consiguiente, saber cuáles son las leyes de su Mente sin antes habernos descubierto El su Espíritu. Que tenemos en palabras que llenan el Libro más voluminoso de la Historia de la Humanidad, por su profundidad y extensión, la Biblia. Donde las raíces de ese YO, a cuya Imagen y Semejanza el Hombre fue creado y Restaurado en Cristo, se nos descubren cuando se escribe: “El Espíritu de Yavé, el Espíritu de Dios, es espíritu de sabiduría e inteligencia, entendimiento y fortaleza, consejo y temor de Dios”. Nada puede complacerle más a nuestro Creador que, faltos de esas cualidades naturales a su Ser, nuestro corazón se vuelque en sus manos pidiéndole Inteligencia sin medida para penetrar en el misterio de todas las cosas, descubriendo al amparo de Su luz las respuestas a todos los problemas que azotan nuestro mundo. La implicación es Fe, pero como estamos tratando entre cristianos ponerla sobre la mesa es innecesario. Lo mismo sobre la Imposibilidad o Posibilidad del Poder de Dios para abrirnos la Puerta de su Omnisciencia. No hay nada que pueda derretir el Ser de ese YO Divino con más garantía de éxito que pedirle aquello para lo que El creara al Hombre.

 

y el que escudriña los corazones conoce cuál es el deseo del Espíritu, porque intercede por los santos según Dios

Es decir, si del Hombre es pedir lo que no tiene y por lo que su ser suspira, de Dios es dar, porque lo tiene, aquello a lo que su criatura aspira; y como el Hombre pide lo que quiere, Dios concede descubriendo en el que pide el fin al que su deseo tiende. Ahora bien, cristianos, de la Descendencia espiritual de Cristo, la inmaculada raíz del que nos hace nacer para su Gloria ante todas las naciones, esa raíz incorruptible imprime su sello a nuestro deseo y con su impronta obtiene de quien tiene el Poder aquello que en el Deseo con su Gloria El mismo firma. Al infierno, pues, con la Duda. El mismo que suscita es quien concede. El que pide como el que da ambos son el mismo, una sola cosa, Dios en Cristo, Cristo en Dios, el mismo Espíritu de la eternidad que se derrama en toda la creación para vestir todas las cosas de Inmortalidad sempiterna. “Inteligencia sin medida”, nada hay en la Tierra que pueda pedir el Hombre que más pronto obtenga de Dios su respuesta, y su respuesta es un Sí, un Sí bello como una mirada de padre a hijo, alucinante como el beso del alba a la aurora, un Sí todopoderoso y omnisciente que perfila mentes y escribe la Historia de los Siglos desde la punta de los dedos del hombre. El Espíritu que sostiene es el que susurra palabras de sabiduría. Adelante entonces. ¿O acaso siendo malos vuestros padres si le pedís pan os da una piedra? Si Ayer la Duda fue cosa de “valientes”, Hoy la Duda es razón de cobardes. En Dios está todo el Poder, sí, pero también toda Ciencia. Su Omnisciencia extiende sus fronteras sobre las costas del Cosmos y penetra en los abismos fundamentales de la materia. Nada hay que la Inteligencia del Creador no conozca. No hay problema cuya respuesta El no haya descubierto ya. Ni ley universal que exista sin su conocimiento. El hombre, cual chiquillo prodigio que abre sus ojos al universo y desde su genialidad precoz, confundido por la visión del infierno, dibujó en la arena de la playa su idea del mundo. Pero Hoy la Infancia del Hombre es ya un recuerdo y su Adolescencia un pasado pretérito. Y en su crisis de Adulto está devorando su propio mundo. Como Ayer sólo Cristo podía impedir que la Civilización se hundiera para no volver a renacer; Hoy es el cristianismo la fuerza histórica en cuyas manos descansa el Futuro de la Plenitud de las Naciones. Pero no en la fuerza de las armas sino por la Libertad de una Inteligencia sin medida que hace de la Omnisciencia Creadora su Fuente de acción tiene ese Futuro su Mañana. “Pedid, el Espíritu de Yavé, el Espíritu de Cristo, el Espíritu de Dios: sabiduría e inteligencia, entendimiento y fortaleza, consejo y temor de Dios, y Dios os dará lo que desde el Principio de la Creación legó al Ser Humano, Herencia de la que fuimos privados por la Traición, y recogiera en testamento su Hijo para su Descendencia, la que habría de nacer y cuya venida la creación entera ha estado esperando ansiosa, Descendencia nacida para gozar de la libertad de la gloria de los hijos de Dios”

 

El plan de Dios sobre los elegidos

Ahora bien: sabemos que Dios hace concurrir todas las cosas para el bien de los que le aman, de los que según sus designios son llamados.