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| EL LIBRO DE LAS INTRODUCCIONES A LA BIBLIA
 QUINTA PARTE
           
           INTRODUCCIÓN AL EVANGELIO DE SAN MARCOS
           
               Origen del Poder de los Apóstoles
              
           
           El Derecho de Dios a
          dirigir la Historia de su Creación no es negociable, ni se sujeta a discusión.
          En tanto que Creador este Derecho es natural. Sólo faltara eso, que a un Picasso,
          por poner un ejemplo, se atreviese alguien a dictarle cuándo y cómo puede
          crear, y cómo debe y no debe cambiar alguna cualidad o detalle de su obra.
               Afortunadamente la
          estupidez está reñida con el Derecho. Desgraciadamente la estupidez hace
          Derecho y ha desplazado el Derecho Natural al cubo de la basura.
               Con todo, el Derecho
          Divino prima. El Todopoder lo defiende. Y la Omnisciencia lo pone en
          acto.
   Que Dios en cuanto
          Creador disponga de su Creación acorde a su Omnisciencia es una Realidad que el
          Antiguo Testamento les sirvió a todos los hijos de Abraham desde los días de
          Moisés. No que dejase de hacerlo con el mismo Abraham y el propio Noé. Pero
          hasta entonces ese Derecho nunca había elevado la condición de la Criatura
          humana tan cerca de la de su Creador. Le bastaba a Moisés mover su Vara para
          que se hiciese acorde a su Voluntad.
               Aun así, aunque Dios
          había preparado a su Pueblo para que alzase sus ojos a su Creador y entendiese
          que, hablando de Concepción de lo que el Poder es, entre Creador y Criatura hay
          un Puente sobre el Abismo, lo que vivieron los Apóstoles no encontraba en los
          diccionarios de las Lenguas Humanas palabras con las que narrar aquella
          Experiencia tan única, tan irrepetible, tan ...en una palabra... Divina. A
          aquel hijo de Dios le bastaba abrir la boca para que al instante su Palabra se
          hiciese Realidad.
               “Dios dijo; y así se
          hizo”; con estas Palabras comienza el Antiguo Testamento. Es el Poder de Dios.
          Creado el Hombre a Imagen y Semejanza de Dios, ¿es antinatural que el Hombre
          gozase de este Poder? Es lo que habían vivido. ¡Punto! Es lo que estaban
          viviendo. ¡Y aparte!
               En la Introducción al
          Evangelio de San Mateo vimos cómo ante semejante despliegue de Poder los Judíos
          concluyeron que el Poder de Dios había vuelto loco al Hombre. En lugar de
          conducir a Jerusalén al Pináculo de la Gloria desde cuya cumbre todos los
          reinos del mundo mirasen a la Ciudad Santa tal cual si fuera el Monte de Dios
          en la Tierra, el Hombre al que Dios le había dado la Gloria de Gozar del Poder
          del Omnipotente estaba conduciendo a Jerusalén a su Destrucción, y al Pueblo
          Judío a su extinción bajo el Martillo del César en la Palestina.
               ¿Pero, y si una vez
          enterrado el Muerto se enterrase su Memoria en el Cementerio de las
          Curiosidades de la Historia del Mundo? ¿Quién se acordaría del Cristo una vez
          que los siglos se tragasen la Memoria de su Existencia en las profundidades del
          Abismo del Olvido?
               La Batalla de los Judíos
          por extirpar la Memoria de la Existencia del Hombre creado a la Imagen y
          Semejanza de su Creador de los Anales de la Historia de Jerusalén y de Roma
          comenzó apenas los Apóstoles clamaron Victoria a raíz del Acontecimiento de
          Pentecostés. Era una Batalla que los Apóstoles no estaban dispuestos a perder;
          con Mateo comenzó la Proyección de la Vida de Cristo a los Milenios.
               San Mateo expuso el
          Origen Divino de la Doctrina de los Apóstoles. Ellos no se estaban inventando
          nada. Ellos no eran filósofos, no eran historiadores, no eran escritores. Los
          más eran pescadores; otros, como él, Mateo, eran funcionarios. No había entre
          ellos ningún sabio, ningún genio, ningún poeta de salmos, ningún creador de
          cuentos y novelas. La Vida que proclamaban a los cuatro vientos, y San Mateo
          pasaba al papel, no era un invento literario engendrado por la mano de un
          artista consumado en crear mitos y leyendas. La grandeza del Evangelista estaba
          en su total desconocimiento de las Artes Literarias. Los Apóstoles no eran
          hombres de Letras. Lo que habían visto y oído, lo que habían vivido, tocado,
          amado, sentido, llorado, esa era su Historia, su Verdad. Y esta Verdad viajaría
          por los siglos para ser Raíz de Revoluciones Sociales, el fruto final de cuyo
          Árbol sería la Integración de la Plenitud de las Naciones en el Reino de Dios.
          Nada ni nadie podía detener este Proceso Histórico. Dios lo había puesto en
          movimiento.
               Dios había lanzado el
          Evangelio al Firmamento de los Milenios y, aunque muchos tratasen, con todos y
          por todos los medios a su alcance de derribar su Mensaje, la Palabra de Dios
          tiene el Poder de Dios de vencer en esa carrera de obstáculos que son los
          siglos.
               Así de simple, así de
          sencillo. Era la Fe. Ayer como Hoy.
               Pero volviendo al Ayer,
          la mentalidad del pueblo hebreo, formada por el espíritu de Justicia en Moisés,
          a fin de asentar la Veracidad del Testimonio expuesto delante del Tribunal de
          la Historia, exigía dos Testigos.
               Es en este Contexto
          Histórico que aparece el Evangelio de San Marcos. San Marcos no le añade nada
          ni le quita nada al Evangelio de su San Mateo; se limita a afirmar el
          Testimonio de San Mateo presentando el suyo.
               Pero si San Mateo se
          centra en la Doctrina, abriendo su Origen para que se vea en Dios su Fuente;
          San Marcos se ciñe al Poder del Salvador, cuyo Origen Divino es la Fuente del
          Origen del Poder de los Apóstoles. No hay espacio para la Duda, no hay espacio
          para la Discusión, no la hay para la Objeción, no cabe ni siquiera la
          posibilidad de un discurso de Demostración. Quien escribe este Evangelio está
          gozando del Poder de su Héroe. Quien escribe este Evangelio, amén de afirmar el
          de su Colega, lo avanza un paso más al Encuentro de una Verdad Infinita: La
          Palabra de Dios se ha realizado. Dijo Dios: “Hagamos al Hombre a nuestra Imagen
          y a nuestra Semejanza”. Y ese Hombre estaba vivo, ese Hombre estaba en Ellos.
               Más, mucho más, la
          Gloria de esta Imagen y Semejanza había sido elevada al mismísimo Trono de
          Dios.
               En efecto, al Principio
          distribuyó Dios entre sus hijos la Formación de las primeras familias humanas.
          La Tierra como Paraíso de vida en su etapa de Evolución Filogenética fue
          abierta a los hijos de Dios desde el Principio de su Creación. De qué rama del
          árbol de las especies vendría el Hombre fue en Enigma hasta que el Ántropos, en
          imitación de los hijos de Dios que se movían por los valles sobre sus dos
          piernas, abandonó el Bosque y comenzó a moverse a dos piernas en tierra firme.
          El Temor de las bestias a los hijos de Dios que bajando de las alturas se
          movían entre ellas sobre dos piernas, y regresaban a los cielos llevándose
          consigo ejemplares de las especies de todos los tiempos y lugares, ese Temor
          fue proyectado hacia aquel Ántropos que salió del Bosque: y gracias a este
          Temor el Ántropos impuso su dominio sobre todas las especies.
               Luego, cuando el
          Ántropos dio paso al Homo Sapiens, en el que la Inteligencia suplió a la Fuerza
          como Vara de Poder entre las bestias y especies de la Tierra, y la comunicación
          entre las Familias del Homo Sapiens y “los dioses” fue bendecida por el Creador
          de todos, cada Familia Humana fue formada en la Civilización acorde al carácter
          y la personalidad de cada uno de los dioses tutelares de la aquella Humanidad.
          Proceso original que aún perdura en la lógica y forma de ver el mundo en los
          pueblos madres según las regiones del Planeta. El Fruto Final de aquel
          Movimiento que Dios puso en marcha se había de cerrar con la Unificación de
          aquellas Culturas humanas con Origen en las Culturas de otros Pueblos de los
          Cielos: en una Cultura Universal Integradora en la que los mismos hijos de Dios
          descubrirían un Puente de Unión entre sus propios Mundos.
               El Hecho es que la
          Imagen del Creador en su Creación Humana sería una proyección de sus hijos en
          el Hombre.
               Ya sabemos cómo acabó
          aquel Proceso. No hay necesidad de repetirse hasta el infinito.
               El Caso que a nosotros
          nos toca es que gracias a la Promesa de Redención, Dios volvería a retomar el
          proceso no Consumado de la Creación del Género Humano a la Imagen y Semejanza
          de los Pueblos de los Cielos, creados para compartir su Existencia en el Mundo
          Eterno del Propio Dios Creador de todos y todas las cosas. Y esta Promesa se
          cumplió.
               No podía ser de otra
          forma.
               Conociendo a Dios en
          verdad no podía serlo.
               Quien es Eterno no vive
          los siglos a la manera de quienes sujetos a la ley de la muerte contamos
          nuestras vidas por décadas. Si Mil años es un día para el Eterno, ¿qué son para
          Él cuatro décadas?
               Y sin embargo para
          nosotros cuatro décadas es una vida entera.
               Fin de discusión: Dios
          dijo, Dios hizo.
               Dios prometió Redención,
          la Restauración del Proceso de Formación del Género Humano a la condición de
          los pueblos de la Creación, y nada ni nadie tenía el Poder, ni en el Cielo ni
          en la Tierra, para detener esta Restauración. Esta fue la Fe de Noé y de
          Abraham, esta fue la Fe de Moisés y de David. Era eso, sólo eso, cuestión de
          tiempo.
               Y el tiempo llegó.
          Entonces vino a suceder algo increíble. Algo que no estuvo en el Plan Original
          anterior a la Caída. La Imagen que Dios vino a ponerle delante al Hombre no fue
          la de uno cualquiera de sus hijos. Para nada. Ni esa Imagen se nos presentó en
          su forma natural no de esta creación; para nada. Esa Imagen se hizo Hombre.
               Y quien se hizo Hombre
          fue el mismísimo Hijo Primogénito de Dios. Y era acorde a este Modelo que el
          Hombre comenzó a hacer su Camino al Reino de Dios.
               Más, mucho más. Como se
          prepara una vasija para recibir el oro fundido, y se funde el oro para que
          llene esa vasija, Dios hizo carne el Espíritu de su Hijo Unigénito para que el
          descender sobre la carne el hombre se llenase de su Espíritu y el hombre que
          caminase lo hiciese lleno del Espíritu del Hijo de Dios, es decir, donde hubo
          un Cristo Jesús, una vez regresado a su Mundo, fuesen hallados Doce aquí en la
          Tierra. Pero... sujetos todos a la misma Ley de Silencio y Servicio a la que
          voluntaria y libremente el Maestro de esos Doce dioses se
          sujetó.
   No muchas, como al
          Principio, sino sólo una Imagen Divina le fue dado al Ser Humano para encontrar
          en el Ser de su Creador su vida. De aquí, que dijera el Apóstol: Nuestra Vida,
          que está en Cristo.
               Así pues, a la vez que
          San Marcos afirma a San Mateo, para que se cumpla la Ley, que sobre el
          Testimonio de dos Testigos recibirá el Tribunal la Veracidad de lo testificado;
          San Marcos abre el Evangelio al Origen Divino del Poder de los Apóstoles; algo
          que afirma con la naturalidad de quien está gozando del pleno ejercicio de ese
          Poder Natural al Hijo de Dios.
               Un Poder que recibieron
          los Apóstoles en Pentecostés como quien reciben en Herencia lo que pudieron
          disfrutar mientras el Hijo de Dios estuvo con ellos, y les fue retirado desde
          la Pasión.
               Poder sin el cual es
          imposible entender la Victoria de los Apóstoles contra una Persecución Judía
          que contó con el respaldo del Imperio Romano, y respaldo hasta serle concedida
          a Jerusalén un Decreto de Solución Final contra los cristianos.
               Poder sin cuyo ejercicio
          y disfrute es imposible comprender la apertura del Movimiento Apostólico hasta
          acabar asentando en Roma su base principal desde la que proyectar las raíces
          del Cristianismo a las naciones componentes del Imperio.
               Poder ejercido sin
          alborotos, sin atraer a las muchedumbres al terreno peligroso de creerse ante
          la presencia de dioses bajados a la Tierra; Poder Divino para sanar todas las
          enfermedades; Poder peligroso que despertaba en los hombres la visión una
          fuente de riquezas y “poder”; Poder tan real y cierto como que ellos estaban
          vivos.
               Curados estaban los
          hombres de los días del Imperio de los Césares de todo tipo de doctrinas y
          religiones. Aquel era un mundo en el que el hierro hacía la Ley; la tinta con
          la que se escribía la Historia era la sangre de los vencidos. No había en aquel
          mundo espacio para un Amor Divino reinando en el corazón del infierno en que se
          había convertido aquella Humanidad que un día soñó con ser un paraíso de
          libertad, paz y justicia. Si Dios quería hacer de la Cruz el signo sagrado
          final, Dios tenía que darles a los hombres algo más que “amad a vuestros
          enemigos”. La Doctrina Cristiana tenía que ir acompañada de un Poder sin medida
          para hacer lo que Dios en persona haría de estar entre los hombres, que fue
          precisamente lo que hizo su Hijo: sanar todas las enfermedades.
               Tomando esta Base como
          Roca Fundacional de la Revolución Cristiana ¡qué ciego, mudo, cojo, paralítico,
          sordo, manco, endemoniado.... faltó a su cita con el Circo Romano? ¿Sin este
          Pan que bajó del Cielo y le fue suministrado a los pueblos por el Maestro en
          primera instancia, y por sus Discípulos después, qué futuro hubiese tenido la
          Doctrina del Reino de los cielos? Sin este Pan, Cristo hubiese pasado sin pena
          ni gloria, y hubiese sido recordado por el Futuro a la manera de Flavio Josefo,
          dedicándole una línea perdida en sus Guerras Judías. ¿De dónde salió aquel
          ejército que vino de todas las regiones de la Palestina Romana a informarse de
          lo que no podían creer, habían Crucificado al Hijo de David? Dios es, en
          verdad, Señor del Tiempo. La Noticia reuniría en Jerusalén a todos los que el
          Hijo de David liberó de las garras de la enfermedad, el pecado y la muerte. En
          Cuarenta días y Jerusalén sería un mar de hombres y mujeres, ancianos y niños
          sanados, los miles y miles de hombres y mujeres, ancianos y niños que recibieron
          el mayor don que puede recibir el ser humano: La Libertad que viene de la Salud
          en el Nombre de un Dios que es Amor y se descubre Padre de todos los hombres.
          Para aquellos miles de criaturas el Evangelio de Marcos no fueron sólo
          palabras; sus líneas les pertenecían; ellos eran testigos vivos de cada
          Palabra.
               Una cuestión viene al
          caso: ¿De no haber tenido lugar Pentecostés en esos días en que la Noticia se
          confirmó: El Templo había entregado al Hijo de David al Gobernador Romano para
          que lo crucificase, qué hubiera sucedido en Jerusalén? ¿De no haber salido San
          Pedro a calmar los ánimos de aquellos miles de seres humanos que habían comido
          el Pan que bajó del Cielo y se sentían en la plenitud de la Fuerza que viene
          del Amor por Dios; de no haber saltado San Pedro para demostrarles que así
          había sucedido porque así lo había dispuesto Dios Padre en favor de la
          Redención de la Humanidad entera, a fin de que en la Sangre de su Cordero
          Expiatorio quedase demostrada ante el Cielo la Ignorancia del Primer Hombre; de
          no haber Cristo puesto en su boca el Discurso de Pentecostés, cuál hubiese sido
          la reacción de aquella muchedumbre de hombres y mujeres en respuesta al Delito
          del Homicidio contra el Hijo de David cometido por el Templo de Jerusalén?
               ¿La Omnisciencia Creadora,
          de verdad no implica el Señorío del Tiempo? Las línea del tiempo corre lejos
          del control de los poderes del mundo, pero Aquel que desde su Omnisciencia ve
          su camino por los siglos, por los milenios ¿no verá sus pasos en los días que
          tiene un mes? ¿Quien ha puesto las estrellas en los Cielos y pintado con
          ellas en el Firmamento un Mapa de Navegación se asustará de las consecuencias
          de los actos de criaturas separadas de las bestias irracionales por la Fe?
   A San Marcos no le
          tiembla el pulso. Corrobora todo lo escrito por San Mateo. Le ha dado Dios la
          vida para que testifique y se cumpla la Ley. Quien disfruta de la Paternidad
          Divina no necesita dar explicaciones; no se detiene a explicar sus movimientos.
          Dios es Dios y el hombre es el hombre; que el hombre, sin la Imagen de Dios en
          su ser, pueda comprender a Dios es pedirle a las bestias que sigan el Discurso
          de Sócrates.
               Pero basta, ¿quién era
          este Marcos? A lo largo de los siglos la polémica sobre la Identidad de este
          Evangelista ha dejado sus huellas en el pensamiento de las iglesias. La
          conclusión oficial admitida dice que este Marcos fue el discípulo de San Pedro,
          quien le redactó este Evangelio, sin que el mismo San Marcos hubiese conocido
          al Héroe sobre el que escribe. Ahora bien, esto es desconocer la relación de
          Dios con la Ley.
               Un discípulo de San
          Pedro en ningún caso hubiera satisfecho el espíritu de aquella Justicia Divina
          que exige basar el Juicio sobre el Testimonio de dos Testigos Veraces, es
          decir, dos testigos que hayan vivido en sus carnes y huesos el relato que
          defienden.
               Puesto que Dios es
          Veraz, Dios no admite dobleces. Este Evangelista, supuestamente identificado
          como discípulo de Pedro, si este San Marcos no hubiese sido uno de los
          Apóstoles, no hubiese podido presentar su Relato ante el mundo más que como
          Evangelio Apócrifo ... Pues que esta conclusión es elevar el absurdo a su
          máxima potencia de locura, ergo, este San Marcos fue uno de los Apóstoles.
               Doce fueron los
          Testigos:
               Pedro y Andrés
               Santiago y Juan
               Bartolomé
               Santiago, el Menor
               Judas Iscariote
               Judas Tadeo
               Mateo
               Felipe
               Simón
               ¿De los Doce quién pudo
          ser este Marcos?
               ¿Quién de los Doce
          desaparece de la escena y se diluye en el horizonte del Movimiento Apostólico
          sin aparentemente tener influencia de ninguna clase en su desarrollo
          internacional?
               En efecto, es Juan,
          aquél jovencito a quien le dice Jesús desde la Cruz: “He ahí a tu Madre”, y a
          la Madre le dice: “He ahí a tu hijo”.
               La vida de Juan quedó
          desde ese momento ligada a la Madre de Cristo. En el Libro Quinto de la Historia
          Divina de Jesucristo, tratando el Misterio del Rostro de la Madre de Cristo,
          toqué con la amplitud requerida este tema. Al Libro os envío para que esta
          Identificación quede sellada y fuera de discusión.
               
           
           EL EVANGELIO DE SAN JUANEL EVANGELIO DE LA SANTÍSIMA TRINIDAD
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