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|  | EL CORAZÓN DE MARÍA
 CAPÍTULO TERCERO 
           
 PRIMERA PARTE HISTORIA DE LA INCREACIÓN. INFANCIA DE DIOS 
 I 
           La Eternidad, el Infinito 
          y Dios nacieron juntos. No hubo un Antes y un Después. Ni los tres 
          miembros de la Trilogía Increada nacieron a la manera que los seres 
          humanos entendemos el hecho de nacer.
           ¿Tiene padre el Infinito? 
          ¿Qué madre le daremos a la Eternidad? ¿Qué fecha de nacimiento pondremos 
          en el libro de familia de Dios? ¿Qué edad le supondremos a un Ser 
          que es una sola cosa con el Espacio, el Tiempo y la Materia? ¿Cómo 
          hablaremos de la edad del universo sin referirla a un fragmento 
          de la línea de la existencia de Dios en el Infinito y la Eternidad? 
          ¿Y cómo de alta será la montaña de sucesos creada por un Ser que 
          vive desde la eternidad?
           Un cosmos increado por patria, 
          indestructible por naturaleza, inteligente por vocación, aventurero 
          nato, amante irremediable de la Vida y sus mundos, su vida una aventura 
          perpetua por los mares incógnitos de las galaxias. ¿Con qué palabras 
          podríamos dibujar en el lienzo de nuestro entendimiento la imagen 
          de ese Ser Divino en navegación constante por el océano de las galaxias?
           ¿Qué fronteras le daremos 
          a su universo? ¿Qué propiedades a su espacio-tiempo? ¿Cuántas páginas 
          abarcarían las crónicas de sus aventuras?
           Ahí va Él. Las estrellas 
          a su voz se apartan, las constelaciones al verle pasar le saludan. 
          Corre el león de Mercurio por la llanura entre campos de planetas 
          de todos los colores atípicos, singulares, esbeltos, sutiles, lo 
          alcanza su Gran Espíritu y le grita, “vuela criatura, sígueme hasta 
          los confines del universo”. Una galaxia como un lago de luz acaramelada, 
          con el alba de Júpiter en el núcleo, encierra en sus aguas delfines 
          con gafas de infrarrojos saltando de sistema sideral en sistema 
          sideral; de pronto ven al Gran Espíritu, Él, Dios, acercarse corriendo 
          junto al león de Mercurio, y se lanzan a perseguirle por los espacios 
          donde mora el Orto.
           ¿Con qué ojos verá Dios los 
          colores de un campo de energía que con sus brazos abarca diez mil 
          constelaciones? ¿Con qué cabellera suelta al viento de las galaxias 
          sentirá Él la brisa que recorre los espacios infinitos? ¿Con qué 
          manos y pies escala su Gran Espíritu las cumbres luminosas de los 
          universos invisibles, paralelos, perdidos, ponientes, prófugos? 
          ¿Cómo le afectará a Dios el tiempo que se tarda en alcanzar la llanura 
          al otro lado de los cúmulos estelares más remotos? ¿En qué direcciones 
          estelares extenderá su corazón sus alegrías cuando se encuentre 
          al otro lado de las orillas de un cinturón de galaxias? ¿Cómo reacciona 
          su corazón al sentir el nacimiento de la vida en las profundidades 
          del mar de las constelaciones sumergidas?
           La perla de la vida en su 
          ostra sideral. Un mundo, otro mundo, una civilización nueva con 
          sus singularidades típicas, con sus particularidades propias, otro 
          desafío del barro primordial al fuego creador y destructor de todas 
          las cosas. Él, Dios, avanza por las olas de los mares cósmicos descubriendo 
          nuevos mundos; de cúmulo estelar en cúmulo estelar lleva la alegría 
          del aventurero imperecedero a costas desconocidas. Abre las alas 
          de su Gran Espíritu y se lanza a velocidad infinita por las llanuras 
          cósmicas; siente el impulso del viento que recorre los espacios 
          sutiles y ora juega con la luz a ser su jinete y ella su corcel 
          brillante, ora la convierte en un rayo que recoge en su carcaj desde 
          donde las flechas luminosas salen disparadas al cielo níveo, se 
          incrustan en el corazón de una estrella Nova y la transforma en 
          Supernova. Él tiene la Eternidad por delante; a su alrededor se 
          extiende el Infinito. Aquél era Su mundo, Su universo, Su paraíso 
          original. No tuvo principio, no tendría fin. Hacia donde quiera 
          que Su Espíritu girase las estrellas y sus mares luminosos extendían 
          sus costas.
           ¿Cuántos sistemas estelares 
          se pueden recorrer en una eternidad? ¿Cuántas páginas le calcularemos 
          al libro de Su vida? ¿Cuántas ramas le contaremos al árbol de Su 
          experiencia? ¿Cuántos mundos, cuántas razas, cuántas civilizaciones 
          conoció Dios antes de revolucionar la estructura de Su mundo y convertir 
          la realidad cósmica en Su Creación propia? ¿Cuál es el volumen de 
          Su memoria? ¿Cuántos recuerdos Su mente almacenó antes de provocar 
          en aquel universo increado suyo la transformación final de la que 
          nosotros somos el fruto?
           
           
           II
           
           En efecto, la Increación 
          fue la Infancia de Dios. Todo lo que Él, Dios, conocía y había sido, 
          había estado siempre ahí. Cambiaban las formas, pero Dios, Él, no 
          recordaba que antes hubiera habido otra cosa. Y no lo recordaba 
          porque no la había habido. Es decir, antes de la Creación fue la 
          Increación, pero antes de la Increación no hubo otra cosa. El Infinito, 
          la Eternidad, Dios, eran los miembros de la Trilogía Cósmica. Todo 
          pasaba, todo fluía, la vida y muerte de los mundos, el nacimiento, 
          desaparición y renacimiento de las galaxias. Siempre había sido 
          así, desaparecían las formas, pero la esencia permanecía. La Muerte 
          reducía a polvo todo lo que vivía, mas del polvo cósmico el ave 
          fénix de la vida renacía siempre. Las hojas se les caían a las ramas 
          del Árbol de la vida cuando soplaba el viento de la Muerte, se quedaban 
          peladas, frágiles en su desnudez, mas al cabo el fuego de la vida 
          renacía en la savia de los universos y se vestía de nuevo con frutos 
          más hermosos, espléndidos y generosos. ¡Dios, cómo amaba Él su mundo! 
          El Infinito y la Eternidad le tenían hechizado con su Sabiduría. 
          Eran para Él padre y madre; y Él era para ellos la razón por la 
          que todo permanecía en movimiento constante.
           ¿Cómo entrar entonces, por 
          dónde entrar a pasar y contemplar la memoria de Aquél que era la 
          razón, la causa, el sentido de la existencia de todas las cosas? 
          Y si tuviéramos que comparar cada universo con la célula de un árbol 
          ¿cómo calcular en el papel el número del Árbol de la Vida? ¿O cómo 
          adivinar los nombres con los que fue conocido Aquél que permanecía 
          para siempre cuando todas las cosas pasaban? ¿Y cómo sentir la experiencia 
          divina de Aquél que se paseaba de universo en universo llevando 
          consigo la alegría de la existencia a todos los mundos por donde 
          iba?
           ¿Hacia dónde ir, hacia dónde 
          no ir? ¡Qué pregunta! Hacia donde sople el viento, hacia donde la 
          luz de la aurora de un nuevo universo anuncie su nacimiento, hacia 
          los confines al otro lado del Orto, adonde la aventura ronde, adonde 
          no se estuvo nunca antes. Porque lo más hermoso siempre está por 
          llegar, porque lo más bello es siempre lo que aún no se ha visto, 
          ¡adelante, que los soles celebren fiesta y bailen la danza de las 
          abejas mágicas! Dios vuela sobre las alas del águila de las estrellas, 
          se acerca cabalgando en el caballo de los universos lejanos, al 
          trote se acerca, se baja en las orillas del río de la Vida, le da 
          de beber a su corcel, mira al horizonte y sonríe porque sobre las 
          altas cimas de los cúmulos distantes ha descubierto el fulgor de 
          una estrella de nieve. Nada Le detiene. Su pulso nunca pierde el 
          control. No conoce el miedo. Ni conoce más cosa que la alegría de 
          la aventura. No sabe qué es la envidia, ni el mal. Jamás estuvo 
          en guerra alguna. Él no necesitaba conocer la verdad, porque no 
          conocía la mentira.
           La verdad era Él, Dios; la 
          verdad era el Infinito, la verdad era la Eternidad. La verdad eran 
          los colores del arco iris brillando bajo un sol estival bravío. 
          La verdad era un campo florido en primavera. La verdad era un mundo 
          naciente bajo un sol de diamantes pulidos, tres lunas orbitando 
          alrededor del planeta madre, un enjambre de naves partiendo de paseo 
          por la galaxia origen, y luego el silencio de las almas que regresan 
          al barro primordial de la Vida. ¡Cómo no maravillarse, cómo no reírse, 
          cómo pasar de largo y rechazar la invitación de la Vida a participar 
          en su aventura! El que era increado se hacía personaje, se dejaba 
          inscribir en el registro de la historia soñada y allá que se dejaba 
          maravillar por el genio creador de la Sabiduría.
           Así pasó Él su Infancia. 
          Tal fue la infancia de Dios.  
           
           
           III
           
           Pero un día se despertó en 
          Él, Dios, un deseo. Aquel día Dios tuvo un deseo. Y aquel deseo 
          llevaba en su núcleo la impronta entera del corazón en cuyo pecho 
          nació.
           Veamos; la Sabiduría era 
          su hermana; Ella movía por Él todas las cosas, por Él convertía 
          Ella la energía en materia y la lanzaba al espacio iluminando las 
          distancias con aquellos fuegos artificiales en el origen de nuevos 
          universos; luego sembraba la semilla de la vida en los nuevos campos 
          estelares y los universos se llenaban de criaturas. Al cabo de los 
          tiempos la Vida les cedía su lugar a las olas de la Muerte. Y todas 
          las criaturas desaparecían del universo como castillos en una playa 
          que borra la marea. ¡Sí! Todas sin excepción desaparecían entre 
          los dedos del tiempo como agua, como polvo del desierto. Tal era 
          el destino de todas las criaturas durante la Increación. Había sido 
          siempre así. La Vida y la Muerte formaban parte del sistema cosmológico 
          increado. Sólo por Dios y para Dios el barro cósmico cobraba forma; 
          la Sabiduría  inspiraba aliento de vida en el barro de los 
          mundos y se convertía en seres animados. Pero sólo por un tiempo. 
          A su hora la Vida dejaba paso a la Muerte y sus olas secaban aquel 
          barro primordial del que habían sido formadas todas las criaturas. 
          El polvo regresaba al polvo. Cenizas a las cenizas. Sólo Él, Dios, 
          era indestructible. Entonces Él, Dios, Se dijo:
           ¿No sería maravilloso que 
          todas las criaturas de su universo naciesen para disfrutar la Inmortalidad? 
          ¿No sería genial que, al regresar de sus viajes por esos mares remotos 
          e incógnitos, cargado Su corazón de aventuras fabulosas volviera 
          a encontrarse, como el que vuelve a casa, con Sus amigos queridos?
           Sí, ¡Inmortalidad para todas 
          las criaturas del Universo! Este fue Su sueño. Tal fue Su deseo. 
          Un deseo hermoso.
           Y lo tuvo con tanta intensidad 
          que con los ojos despiertos Dios vio ya Su universo trasformado 
          en un paraíso habitado por mundos sin número. Pueblos de galaxias 
          y planetas distantes compartiendo sobre la mesa de esa Civilización 
          de civilizaciones un mismo pan, los logros y avances de sus sociedades 
          originales.  Un universo lleno de vida y color. Como enjambres 
          de pajarillos recorriendo los bosques a cielo abierto, como muchedumbres 
          de criaturas cabalgando las llanuras. Y Él corriendo, volando con 
          ellos, abriéndoles horizontes, trazándoles nuevas rutas por las 
          estrellas. En el sueño que le inspiraba Su deseo ya se veía Dios 
          sumergiéndose en las profundidades del océano cósmico en busca de 
          nuevas perlas. Y la Sabiduría, Su hermana, Su amiga de aventuras 
          dejándole pistas entre las estrellas, maravillándole con una nueva 
          victoria sobre la capacidad divina para ser sorprendido. Ella haría 
          realidad Su sueño. La hija del Infinito y la Eternidad vestiría 
          de inmortalidad a todos los vivientes.
           Este fue el deseo que creció 
          en el corazón de Dios. La cuestión es: ¿podría ser realizado ese 
          sueño?
           Bueno, en cuanto a Él, Él 
          no tenía ninguna duda al respecto. Su Fe en el Poder de la Sabiduría 
          Creadora para superar el reto que le ponía sobre la mesa, creación 
          de vida inmortal, su Fe no conocía la Duda. De todos modos, la cuestión 
          estaba ahí, y su implicación no era menos vasta y profunda, ¿pues 
          qué consecuencias provocaría en el Sistema Cósmico Increado semejante 
          transformación de estado? Naturalmente Dios estaba más allá de las 
          implicaciones y sus consecuencias. Su Fe en la Sabiduría Creadora 
          era tan ciega que en ningún momento se le ocurrió dudar de su Poder 
          para realizar dicha transformación de estado. Él puso manos a la 
          obra. Ahora bien, ¿por dónde empezar a hacer realidad su sueño? 
          ¿Por la Inmortalidad de la especie como primer estadio hacia la 
          Inmortalidad del Individuo, por ejemplo? Pues claro que sí. ¡Perfecto!
           
           
           IV
           
           Lo que de entonces en adelante 
          vivió Dios, lo que Dios hizo desde ese día ¿podemos imaginárnoslo, 
          comprenderlo, recrearlo? Se levanta un Ser extraordinario en las 
          estrellas; Su propósito es unir todos los mundos que aparecen y 
          desaparecen en el espacio y el tiempo y crear una Civilización de 
          civilizaciones que vencerá todos los problemas que el reto de la 
          Inmortalidad les sugería. Juntos todos los mundos en un Todo 
          Universal, esa Civilización de civilizaciones se abriría al cosmos 
          de las galaxias que se extienden hasta el Infinito. Dios estaría 
          al frente de ese Imperio Cósmico. Él guiaría a los primeros mundos 
          al encuentro de los últimos, los uniría a todos, les enseñaría a 
          ser libres, a disfrutar de las maravillas del universo. Y siempre 
          habría más. La experiencia que tenía Dios de su encuentro con mundos 
          de todas clases la puso al servicio de Su sueño. Y enamorado de 
          Su sueño, Inmortalidad para todas las criaturas, puso manos a la 
          obra. Abrió rutas entre las estrellas y puertas entre las constelaciones, 
          descubrió nuevos mundos y extendió sobre sus civilizaciones Su Cetro, 
          les dio a los reinos que se fueron formando Cartas Magnas. Dirigió 
          sus evoluciones tecnológicas hacia el encuentro en la tercera fase, 
          integró a todos los reinos así formados en un Imperio y unió a su 
          Persona la Corona. Él en persona se integró en aquel Mundo de mundos 
          como el Rey de reyes y Señor de señores en cuya Palabra tenían todos 
          los pueblos su garantía de crecimiento y coexistencia pacífica y 
          libre. Su Palabra era el Verbo, y el Verbo era Dios.  
           
           
           V
           
           Y así fue. Con el tiempo 
          aquel Imperio Universal creció y extendió sus fronteras a las estrellas 
          más remotas de los cielos increados.
           ¿Cómo dibujar en el lienzo 
          de nuestra imaginación las propiedades y la naturaleza de aquella 
          Civilización de civilizaciones que extendió su gloria por el mar 
          de las estrellas? ¿Qué Biblioteca sobre los Orígenes y la Historia 
          del Imperio en que Dios había transformado la Increación llegó a 
          formarse con el tiempo? ¿Con cuántas Historias Particulares se compuso 
          su Historia Universal? ¿Cuál fue el número de las ciencias que los 
          sabios de aquel Imperio dominaron, registraron, cultivaron?
           La Sabiduría, invisible y 
          bella, amante y alegre, desde su trono luminoso y transparente sobre 
          todas sus criaturas extendía su protección e inteligencia, y en 
          todas las cosas su alma maravillosa se manifestaba, moviéndolo todo 
          con un sólo propósito: descubrirle a Dios las leyes que rigen el 
          Universo. Este, Su universo, se llenó de mundos alegres y aventureros 
          con una sola preocupación en la vida, disfrutar del tiempo de existencia 
          que a cada individuo se le había otorgado. Porque, aunque la vida 
          era hermosa, magnífica, impresionante, y las ganas de vivir no se 
          acababan nunca, el hecho es que el tiempo era limitado y el paso 
          de las criaturas por el mundo, efímero. Como las nubes de primavera 
          que sobre su tumba de mayo lloran sus últimos días ante la cuna 
          del verano, como el caudal del río que cruza la tierra de Este a 
          Oeste pero se acerca al océano de sed insaciable, así era la vida 
          de todos los seres de aquél Imperio que Dios había levantado con 
          sus manos y amaba tanto. El dolor del último abrazo, la pérdida 
          del amigo que desapareció mientras estabas de viaje, la lágrima 
          que no recogiste de aquel ruiseñor que se murió con la pena de no 
          haber expirado entre tus brazos, oh Señor, el rumor tierno de un 
          príncipe al que amaste con el sentimiento de un hermano y se desvaneció 
          en las brumas de su inocencia, regalándote besos, bendiciones y 
          amores por los días que le diste, por haberle dado la oportunidad 
          de conocerte, por haber hecho de su vida una historia digna de ser 
          vivida aunque el aliento estuviera sometido a la ley del silencio 
          final. Ah, el crujido de la rosa cuando sus pétalos mueren entre 
          los dedos de la tormenta. El anuncio del fin de la felicidad perfecta 
          escrito en sangre sobre un futuro sin defensas contra la flecha 
          que certera busca su pecho. Hiere su núcleo, desgarra su pensamiento, 
          hasta el corazón le llega la lanza.  
           
           
           VI
           
           Un día la Muerte despertó 
          de su letargo y reclamó para sí corona y cetro. Quiero decir, si 
          te dicen que Ese de quien se dice ser Dios no puede hacer realidad 
          Su deseo ¿entonces qué te respondes?
           Si eres sabio o simplemente 
          aspiras a la sabiduría te contestarás que aquel deseo divino, Inmortalidad 
          para todas las criaturas, este deseo implicaba una revolución estructural 
          cuyas consecuencias habrían de alcanzar al propio Dios. Si eres 
          de los que siempre optan por las cosas fáciles y eliges la opción 
          de los ignorantes te responderás que ese Ser no puede ser Dios de 
          verdad, porque para un Dios Verdadero no hay nada imposible.
           Pues pasó eso. Con el tiempo 
          Dios superó la primera fase de Su Deseo y transformó Su universo 
          en un Imperio de Mundos con orígenes en las más diversas estrellas 
          de los más remotos sistemas solares. Estaba avanzando hacia la última 
          fase de su proyecto -Inmortalidad para el Individuo- cuando la Duda 
          se hizo. Quiero decir, los Mundos habían alcanzado la Inmortalidad 
          y contaban sus años por millones que no se acaban nunca, pero el 
          individuo seguía siendo mortal. Y aquí es donde nació el problema. 
          Mientras el individuo nacía para morir, y la Inmortalidad no entraba 
          en la estructura formal de su lógica, la vida no sufría la Muerte. 
          Mas al conocer el individuo que existía la posibilidad de la Inmortalidad 
          y descubrir que el origen de esa posibilidad estaba en el Rey de 
          reyes y Señor de señores de aquel Imperio de las estrellas, Él, 
          Dios, la idea de vivir inmortalmente y tener que morir irremediablemente 
          provocó en la estructura mental de una parte de los vivientes un 
          choque violento.
           “Pues si Él es Dios Verdadero, 
          y a un Dios Verdadero no se le puede negar nada porque para Él todo 
          es posible ¿cómo es que deseándonos la Inmortalidad nos vemos sujetos 
          a las Muerte?”, se preguntaron los ignorantes, por ignorantes violentos.
           Esta cuestión tan elementalmente 
          lógica, tan racionalmente sencilla, fue el caldo de cultivo donde 
          se desarrolló la Duda. Y la Duda condujo a la Negación de la existencia 
          de Dios. Y en la carne de esa Negación se incubó el virus de la 
          Guerra.
           No siendo el Rey de reyes 
          y Señor de señores del Imperio de las estrellas Dios en toda la 
          extensión teológica y existencial de la palabra, seguramente habría 
          alguna forma de destruirlo. Lo único que había que hacer era buscar 
          el arma que le destruyese.  
           
           
           VII
           
           Aquella Guerra Universal 
          tuvo lugar antes de la creación de nuestro Cosmos. Aquella Guerra 
          Apocalíptica tuvo su origen en la Duda, y la Duda condujo a todos 
          a la Destrucción. Fue aquella una guerra que dividió a todos los 
          mundos y los enfrentó a muerte. La parte violenta, la parte que 
          negaba la existencia de Dios y daba por muerto al Rey de reyes en 
          cuanto descubriesen el arma definitiva, esta parte eligió la suerte 
          de los ignorantes, amó la locura de los necios y emprendió una evolución 
          sobre líneas torcidas en dirección a la transformación del ser en 
          una nueva especie de criatura infernal, adicta al Poder, enamorada 
          de la Guerra, su voluntad por ley, su ley más allá del bien y del 
          mal. Descubrieron la Ciencia del bien y del mal y la llevaron a 
          sus últimas consecuencias. La parte que eligieron los sabios, la 
          Fe, el amor a la Verdad, aunque no pudieran comprenderla, esta parte 
          amó a Dios y se negó a aceptar el argumento del ateísmo materialista 
          de los violentos. Estaban de acuerdo en que el argumento de los 
          ignorantes abría una brecha en la Fe Universal en el origen del 
          Imperio de los Mundos, pues ciertamente no se podía entender que 
          la Muerte no doblase sus rodillas ante Dios. Y sin embargo ¿quiénes 
          eran ellos? Exacto, ¿quiénes eran ellos para entender cómo este 
          conflicto entre la Vida y la Muerte que con Su deseo había provocado 
          Dios le estaba afectando a la estructura de la Realidad Universal? 
          Por supuesto que no, los sabios, pacíficos por sabios, nunca aceptaron 
          la legalidad del argumento en la base del ateísmo científico de 
          los violentos. ¿Qué se escondía detrás de aquella negación irracional 
          sobre la Existencia de Dios sino una pasión incontrolable por el 
          Poder? Adonde querían llevarlos los apóstoles del ateísmo era a 
          una guerra universal, de la que contra toda sabiduría esperaban 
          salir como vencedores para imponerles a todos un status 
            quo demoníaco. Y no debía hablarse más. Esta era la verdad 
          y por mucha ciencia en retorcer los argumentos que se inventaran 
          los Padres de la Duda esta era la luz de la verdad que brillaba 
          al fondo de sus sistemas de pensamiento. ¿Qué diferencia había entre 
          la Duda y la Locura? La Ignorancia para entender la naturaleza del 
          conflicto cósmico que en su inocencia había provocado Dios: los 
          Padres de la Duda por Método la vistieron de ciencia, luego hicieron 
          de la ciencia una nueva religión, el Ateísmo Científico, y después 
          le declararon la Guerra a la Fe. Esta, porque conocía a Dios, y 
          aunque en su corazón no pudiera comprender la naturaleza del conflicto 
          que Su deseo había provocado en la Increación, sabía que aquella 
          guerra sería el principio del fin de todas las cosas. Este argumento 
          de los sabios, pacíficos por sabios, no les valió de nada a los 
          señores de la Guerra.
           La Duda era la verdad,
           la Duda estaba en ellos,
           ellos eran la Verdad.
           Con semejante estructura 
          lógica, corrompiendo la Lógica hasta retorcerla y transformarla 
          en una irracionalidad típica de bestias demoníacas, les respondieron 
          los malos a los buenos.
           
           
           VIII
           
           Cuando Él, Dios, descubrió 
          lo que estaba pasando, Sus ojos se quedaron paralizados en sus órbitas. 
          Y se quedaron congelados en sus órbitas porque no entendía ni podía 
          comprender qué estaba pasando.
           ¿Eso era la Guerra? ¿Cuál 
          era su origen y cuál su meta? ¿Qué buscaban los enemigos de su Imperio, 
          y qué fuerza misteriosa habitaba en sus corazones rebeldes e incorregibles?
           El Poder. El ejercicio del 
          Poder se había convertido en la locura del Poder. El Poder volvía 
          loco a quien lo ejercía. Ah, la locura del Poder. ¿Cómo era posible 
          que una criatura nacida para ser un suspiro de la materia se atreviese 
          a levantarle la voz a Dios? ¿Era esta locura por el Poder uno de 
          los efectos de la Ciencia del bien y del mal?
           
           
           IX
           
           Al principio fue como un 
          fuego que nace, lo apagas y crees que ya está solucionado el problema. 
          Pero te das la vuelta y ves otro incendio creciendo y devorando 
          alguna otra parte de tu mundo. Corres, llegas, apagas también este 
          y otra vez crees que ya nunca volverá a suceder, porque todo el 
          mundo ve que el fin al que conduce todo mundo que cae en las redes 
          de la Ciencia del bien y del mal es regresar al polvo del que fuera 
          tomado. No hay piedad, no hay destino. Ninguna lágrima es suficiente 
          para apagar este fuego.
           La violencia en la oposición 
          entre el Bien y el Mal crece en la misma progresión geométrica que 
          los incendios que crea a su alrededor. Apenas apagas uno nace el 
          doble más allá. Apagas éstos y la progresión geométrica sigue su 
          curso. Vuelven a nacer dos incendios más allá. Corres hacia allí, 
          los apagas y salen el doble más allá en la distancia. Cuando vienes 
          a darte cuenta la propia progresión geométrica te ha cercado y te 
          encuentras en un Infierno. Sus llamas están devorando todo lo que 
          has levantado con tus manos. Te opones, te resistes, le declaras 
          la guerra final a tus enemigos, porque tú eres el enemigo, el objetivo 
          que busca el Infierno. Los mundos son sólo peones en un juego que 
          se te escapa pero que es tan real como la destrucción masiva de 
          los mundos que un día fueron el orgullo de tus ojos. ¿En qué se 
          han convertido esos mundos? En polvo vagando como nebulosas sin 
          rumbo que llevan en sus entrañas todo lo que quedó de lo que amaste 
          un día.
           Así fue. Aquel Imperio de 
          Mundos que tuvo al Dios del Infinito y la Eternidad por Fundador 
          y Rey de reyes pereció en la guerra de su propio apocalipsis
           
           
           X
           
           La rapidez con la que he 
          pasado por la memoria de la forja y destrucción de aquel Imperio 
          no debe cegar la inteligencia a la hora de los cálculos a cuyos 
          pies he depuesto los límites de mi pensamiento. Lo que fue no puede 
          ser cambiado, sólo lo que será ha sido puesto en nuestras manos, 
          y si ya es difícil dirigir el curso de lo que es hacia lo que será 
          ¡cómo atreverse a penetrar en cosas que fueron antes del nacimiento 
          de la primera galaxia que llena nuestro Cosmos!
           El hecho fue que, con el 
          sabor en la boca de quien se comió un dulce y le reventó en el estómago 
          el pastel, Dios se encontró solo sobre las cenizas de aquel cementerio 
          que la Ciencia del bien y del mal había dejado a su paso. Aquel 
          árbol de la Ciencia del Bien y del Mal le ofreció a Dios su fruto 
          y Dios no lo cogió. El no alargó su mano. Lo tentó la Muerte y no 
          se dejó engañar. Por nada del mundo estaba El dispuesto a convertirse 
          en un Dios de dioses, todos fuera de la ley, todos inmunes al brazo 
          de la justicia. Antes la destrucción que ver su Imperio convertido 
          en el Reino del Infierno.
           
 
 LA SABIDURIA Y LA CIENCIA DE LA CREACIÓN 
 
 
           
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