cristoraul.orgEL VENCEDOR EDICIONES |
![]() |
Esta es la Voluntad Presente de Dios:"Unifiquense todas las iglesias en una sola y única" |
![]() |
![]() |
VIDA E HISTORIA DEL SEÑOR DIOS YAVÉ |
![]() |
LA HISTORIA DIVINA DE JESUCRISTO
INTRODUCCIÓN
BIOHISTÓRICA A LA HISTORIA DIVINA DE JESUCRISTO
EN
EL NOMBRE DE JESUCRISTO
Al
que venciere le daré una piedrecita blanca, y en ella escrito un nombre nuevo,
que nadie conoce sino el que lo recibe. Yo le haré columna en el templo de mi
Dios, y no saldrá ya jamás fuera de él, y sobre él escribiré el nombre de Dios,
y el nombre de la ciudad de mi Dios, de la nueva Jerusalén, la que desciende
del cielo de mi Dios, y mi nombre nuevo.
Ap.
3,12
CRISTO RAÚL DE
YAVÉ Y SIÓN
Este Libro
tuvo su Principio en un Librito, “Luz, Verdad y Vida”, escrito en la prisión
militar del Ferrol del Caudillo, Galicia, España, a finales del 1978, durante
los días del cambio de Obispo en Roma entre Juan Pablo I y Juan Pablo II. Aquel
que me abrió la Puerta de su Omnisciencia sabía que, de la Ignorancia al
Conocimiento de todas las cosas, aquel Librito tendría que hacer un Camino, estrecho
y largo, hasta adquirir el cuerpo que Hoy tiene; camino que no otro sino su
Autor tendría que vivir.
Su Autor, yo,
Cristo Raúl, abandoné el Cuartel de la Marina con aquel “librito”, escrito a
mano, que me sería dado a comer, y que yo comí. Ese “librito” que le supo a mi
alma más dulce que todas las riquezas de este mundo, andando el Tiempo habría
de saberme más amargo que el veneno más ácido.
Mas la
Criatura que vive del Amor de aquél que lo engendra no conoce su sino excepto cuando
arrecian los vientos y las tormentas descargan su lluvia de lágrimas cruje la
tierra y caen los muros, se levantan los mares y chocan contra un edificio que,
a pesar de su fragilidad externa, fue fundado sobre Roca.
Alegre pues,
sabiendo que Dios no abandona a sus hijos, y habiéndoseme Prometido la Victoria,
comencé mi travesía por el Tiempo, la Confianza puesta en la Palabra de quien
me engendró para traer a las naciones el Conocimiento de todas las cosas,
anunciarles el Fin de la Noche y el Nacimiento de un Nuevo Día. ¡Pero cómo
podía saber aquella criatura que el Conocimiento de la Ciencia del Bien y del
Mal habría de vivirlo en sus propias carnes! La Injusticia, la Pasión, el Odio,
el Desprecio, la Pobreza … ¿no forman parte de la Ciencia del Bien y del Mal?
Siendo Dios
quien ha estado dirigiendo, y dirige el curso de la Historia del Género Humano
desde su Caída hasta el Restablecimiento de su Creación, acorde a su Decreto:
“Hagamos al Hombre a nuestra Imagen y Semejanza”, es decir, hijo de Dios, el
hombre, expuesto a un Mundo esclavizado a la Ley del Bien y del Mal, y aunque
engendrado a Imagen de su Creador, ha de vivir su crecimiento sujeto a la Ley
del Mundo.
Este Libro
contiene el Conocimiento de todas las cosas, las del Cielo, las de los Cielos y
las de la Tierra. El Rey y Señor del Universo es quien da, y viendo buena su
Obra, es Él quien envía a su hijo, como Él fue enviado por su Padre.
Pasado,
Presente y Futuro, he aquí las líneas sobre las que el espíritu de
Inteligencia, a Imagen y Semejanza de la Inteligencia Divina, se mueve el Autor
a través de los Libros que componen esta Obra.
Los hechos
tuvieron lugar de este modo:
I
Un día de aquellos, durante la
última encrucijada entre milenios, un joven de 20 años, invocó al Hijo de Dios.
Subió al monte, dejó el mundo y todos sus valores atrás, y se plantó delante de
Dios con un mar de preguntas quemándole el ser. Aquél día Raúl dio el
salto al otro lado de la Duda. Más allá de la Duda, Raúl se plantó delante de
su Creador.
Para Raúl el
tiempo de la Duda había pasado. Dios existe con la seguridad que existen el Sol
y las estrellas. Así que, arrojando al suelo el lastre de la opinión de los
expertos, Raúl subió aquel monte y liberó su pensamiento.
Y digo que
fueron muchas las horas que aquel joven alzó su voz al Cielo. El firmamento, el
sol, la tierra, el mar, fueron testigos de sus palabras. Sólo ellos saben con
qué palabras invocó Raúl a su Creador.
Al cabo, sin
fuerzas, Raúl cayó al suelo. En lo alto de aquél monte permaneció como muerto
durante un tiempo.
Cuando se
levantó regresó a casa y esperó que se cumpliera lo que está escrito: “Al que
llama, se le abre”.
Y así fue. El
Hijo de Dios le oyó, y le abrió. Entonces se cumplió en su ser lo que está
escrito: Al que crea de las entrañas le manará una fuente de aguas vivas.
Después de
estas cosas Raúl siguió su camino, y andando conoció a una persona muy
especial. Le llamaban el Profe.
De joven el
Profe se fue a hacer las Américas. Al cabo de décadas regresó a la madre patria
lleno de glorias, honoris causa, y todo eso, cosecha de su siembra por las
universidades latinoamericanas. Ya en su patria chica el Profe no tardó en
descubrir que para servir a Dios no hay que irse tan lejos; basta doblar las
esquinas, mirar alrededor y ver ovejas perdidas por todos los riscos.
Conmovido por
la suerte de aquella juventud -Dios sabe por quién condenada a morir bajo los
efectos del veneno de las cuatro letras malditas: SIDA- el Profe abrió un
caserón en el centro de su ciudad natal, Málaga, y puso sus habitaciones al
servicio de los jóvenes que como perros sin dueño proliferaban por las calles.
En aquella Casa se conocieron el Profe y Raúl.
Al tiempo Raúl
regresó a hacer su propio camino. Y se fueron el otoño y el invierno de aquel
año, (1976). Durante la primavera siguiente el Profe y Raúl volvieron a
encontrarse en Madrid.
El hecho de
hallarse el Profe en Madrid se debía a que se le había descubierto una
enfermedad en el cerebro. Sus enemigos decían que aquello era castigo de Dios
por haber dilapidado su fortuna en aquellos perros callejeros, leprosos sin
salvación. Ciertamente la operación costaba una fortuna, que el Profe no tenía
porque se la había gastado en aquellas ovejas perdidas, y ahora andaba el pobre
mendigando ayuda.
El Profe
peregrinaba por Madrid de puerta en puerta. Cuando volvió a encontrarse con
Raúl el hombre ya había perdido la cuenta. ¡Los amigos de los viejos días de
gloria! La cosa era que aquél hombre tampoco desesperaba. Lo que sí se sentía
era solo.
“¿Y tú qué,
Raúl? No me lo digas, no acudiste a tu cita con el ejército. Y ahora vas por
ahí a la aventura, un día por aquí, y el siguiente por allá”.
Era genial.
Estaba en sus cincuenta. De mediana estatura, rostro alegre, facciones latinas.
Conversación entretenida. Siempre se le veía risueño, “al mal tiempo: buena
cara”, decía. No fumaba, no bebía. No estaba casado. La gran pasión de su vida,
la única que tuvo jamás, fue Cristo, y lo confesaba como quien está
orgullosísimo de tener el tesoro más fabuloso del mundo.
Las siguientes
semanas se diluyeron en el río del tiempo. El Profe siguió su vía crucis de
puerta en puerta. Mientras tanto el mal seguía creciendo en su cerebro. Y él
llevando su cruz a cuestas sin más consuelo que el que podía hallar en la
compañía de un muchacho.
A Raúl la
tragedia y la grandeza de aquel hombre le impactaron.
Muchas han
sido las historias que me han impresionado a lo largo de mi existencia
alrededor de mundo, pero ninguna tuvo un efecto tan decisivo en mi vida.
Y pasó lo que
tenía que pasar. Una noche de aquel verano, cansado de patear las avenidas
madrileñas, Raúl regresó retido a la
habitación que compartía con el Profe.
En el
firmamento de los cielos la Luna Llena paseaba su gracia; el velo de su luz le
cerró los ojos a Madrid. Al poco unos lamentos despertaron a Raúl. Creyendo que
venían de un Profe perdido en sus sueños, Raúl siguió durmiendo.
Al fin Raúl
abrió los ojos, y vio al Profe sentado en el borde de su cama, la
mirada perdida en el infinito. Por su barbilla corría un hilo de sangre. El
Profe estaba hablando solo.
Raúl dejó al
hombre hablar. ¡Madre de Dios!, la pena que estaba matando al Profe no era su
enfermedad, ni descubrir que sus amistades se desentendían de su problema. La
pena más grande que tenía su alma era no saber por qué Dios le había
abandonado.
“¿Este es el
precio a una vida de servicio, Señor? ¿Esta es mi paga?”, se lamentaba en su
ignorancia aquel doctor en más teologías que los san Agustín y santo Tomás
juntos.
Llegó el
verano del 77, yo, Raúl, me moví a Ibiza. No todo en este mundo tiene por qué
ser trabajos, aventuras, errores, aciertos. Cuando Dios creó los Cielos y la
Tierra allanó montes y trazó verdes praderas a orillas de ríos hermosos para
que el ser humano se desnudara y se dedicara a practicar el deporte de vivir la
vida.
Por aquellos
días yo, Raúl, solía plantarme en los acantilados al otro lado de las murallas
del castillo de Ibiza, mirando al mar. Fue entonces cuando en el campo de mis
reflexiones y meditaciones el Hijo de Dios sembró en mi corazón un deseo
maravilloso: Tener inteligencia sin medida para conocer todas las cosas
Y como semilla
en tierra buena que se hace árbol, aquél deseo dio en mi alma su fruto. Así que
uno de aquellos días yo, Raúl, me puse de pie, abrí mis brazos y le pedí al
Hijo de Dios lo que más deseaba tener en este mundo:
“El Espíritu
de Yavé: Espíritu de Inteligencia sin medida para conocer todas
las cosas”.
Así pues, yo, Raúl, inspirado
por el Hijo de Dios, levanté mi voz al Cielo: “Haz una Obra que el mundo se
maraville y por viéndola crea que Tú eres Dios. Levanta mi cabeza sobre las
naciones y todos vean tu gloria, gloria de Unigénito de Dios”.
II
Mi Fe puesta
en su Palabra, mi Confianza en su Gloria, no teniendo Duda de haber sido Él
quien sembró para recoger en mí, según está escrito, “¿quién es el que primero
da para tener que reclamarle?”, seguí mi camino en la Esperanza de recibir
Respuesta.
Y así fue. Al
poco el Hijo de Dios me dio a conocer su respuesta: “Tú lo conocerás todo, tú
sabrás todas las cosas” me dijo. Esto sucedió en el corazón de
Europa, en la nación que llaman Bélgica.
Había pegado y
se me había abierto, había pedido y se me había dado. Con la confianza puesta
en la veracidad del Hijo de Dios continué mi camino.
Entonces se
levantó un viento muy fuerte. Sirviendo a su Creador la creación entera me
agarró por los pelos, me levantó, y cuando fui a abrir los ojos me encontré
bajo tierra. Al día siguiente me descubrí en la casa de mis padres con mi vieja
biblia en las manos y una pregunta en mi mente: ¿cómo creó Dios la Luz, el
Firmamento, en una palabra: el Universo?
Durante las
próximas semanas intenté descifrar el Jeroglífico de Moisés. Todo para nada. No
importase las vueltas que le diese al Texto, no encontré la Llave que me
permitiese abrir su Sello, p entrar y ver lo que había al otro lado de la
Puerta de la Luz del Génesis. Pero un día, regresando de Málaga la Bella a mi
pueblo, mientras por los cristales del bus admiraba el firmamento otoñal, ví la Luz. Tenía en mis manos la Llave de David.
Me bajé del
bus volando, abrí la puerta de casa. Mi madre me miró expectante.
“Voy a ser
escritor, mamá”, le dije sin pensármelo dos veces.
“Acuérdate de
tus hermanos cuando seas famoso”, me respondió ella.
Aquella mujer
no sabía leer ni escribir ¡Qué mujer! ¡Qué grande es el misterio de la
maternidad humana! Se parten los sesos los sabios buscando la fórmula de la
producción industrial de Einsteines, Newtones y colegas, y viene la Naturaleza y se ríe de
la Ciencia haciendo que una analfabeta para la piedra filosofal. Así
pues, hiper excitado por lo que me acababa de mostrar mi Dios, agarré
papel y lápiz y comencé a balbucear las primeras palabras de Inteligencia sin
medida que llenan este La Creación del Universo según el Génesis. Una
Introducción a la Cosmología del Siglo XXI.
Los Hechos narrados en la
CREACIÓN DEL UNIVERSO SEGÚN EL GÉNESIS referidos a “la Creación de la Luz”, son
los siguientes :
Uno: Multiplicación Controlada
de la densidad por unidad cúbica astrofísica del campo gravitatorio terrestre.
El origen de esta Multiplicación Controlada, dije, es la Naturaleza del Ser
Divino.
Dos: Aceleración vertical de
las revoluciones de trabajo del transformador geonuclear de
la Tierra. De la que se derivó la aceleración rotatoria del Globo sobre su eje,
y la implosión astrofísica del Núcleo en el origen del calor del Planeta.
Tres: Elevación termodinámica
global del cuerpo geofísico, que desde el Manto se extendió hasta la superficie
y produjo la Fusión de la Corteza Primaria.
Cuatro: Licuación de la Corteza
Primaria bajo los efectos de la Fusión del Globo externo y producción de la
Atmósfera Primigenia.
Cinco: Una vez concluida la
transformación en calor del combustible gravitatorio, la Tierra volvió a las
manos de la Naturaleza, ajustándose sus nuevos cambios a la ley de la Inercia.
A. Desaceleración de las
revoluciones de trabajo del transformador geonuclear.
B. Caída de la velocidad de
rotación del Planeta.
C. Y descenso de la temperatura
del Globo.
Estos fueron los tres primeros
efectos visibles. Estos tres efectos fueron causa de una nueva secuencia de
efectos. El primero de estos nuevos efectos fue el enfriamiento de la
superficie exterior del Globo, que ipso facto puso la primera piedra de la
creación del anillo geofísico externo, la Litosfera.
Siete: También podemos hablar
de Solidificación de la Corteza Secundaria. En fin, esto es ya según el gusto.
Una vez que entremos más en profundidad tendremos tiempo de diferenciarlas.
Avanzando un poco el tema digamos que la Litosfera es al Globo lo que la
Corteza Secundaria es a la Litosfera. Resumiendo, la Corteza Secundaria es la
capa externa de la Litosfera. Fue, pues, la Corteza Secundaria la primera capa
litosférica que se solidificó.
Ocho: El descenso continuo de
la temperatura geofísica a su antiguo estado de partida, que ya nunca
alcanzaría, provocó la solidificación de la Corteza Secundaria, como he dicho,
y la creación del anillo litosférico. La Arquitectura Geofísica siguió
completando su cuerpo con el nacimiento del segundo anillo, el Manto, cuyo
enfriamiento cerraría la fuente de calor de la que hasta entonces se había
estado suministrando la Atmósfera Primigenia para conservar su estado natural.
Nueve: Sublimación de la
Atmósfera y Creación del Manto de Hielo que cubrió la esfericidad del Planeta
de polo norte a polo sur durante la Tarde del Día Primero. Como dije antes,
este Manto de Hielo es la Luz en el Verbo del Primer Día.
III
A mis 21 años
yo no cabía en mí de admiración por el Creador del Jeroglífico del Génesis,
cuyo Sello se ha mantenido impenetrable delante de todos los genios de todos
los tiempos. Su Omnisciencia y su Sabiduría Salvadora me tenían seducido,
cautivado, maravillado. Y en fin, en aquel estado de excitación intelectual sin
medida me hallaba cuando me llamaron para cumplir con mis obligaciones
militares.
En noviembre
de ese mismo año me incorporé a la Marina. Durante el siguiente invierno,
primavera y verano, el Hijo de Dios me mostró todas las cosas concernientes al
Derecho Divino, Justicia de la Salvación, fundamentos de la Redención. En fin,
el alimento sobre el que Él dijera: “Yo tengo un alimento que vosotros no
conocéis”.
Pues bien, se
fue el verano y vino el otoño. Un día de aquel otoño me condujeron a la prisión
militar del Ferrol del Caudillo, la Coruña, Galicia, para cumplir sentencia de
dos meses y un día en castigo por mi etapa de prófugo.
Estando en la
celda el Hijo me presentó al Padre, y Este me mostró lo que tenía en su
Corazón: la Esperanza de Salvación Universal que concibió al principio de los
tiempos
En efecto,
sólo un hombre pecó, y su pecado, sujeto al efecto dominó, se extendió por toda
la superficie de la Tierra. Así que al elevar al Trono del Juicio Universal a
su Hijo, Él lo volvió a glorificar otorgándole todos los poderes del Presidente
de la Corte Suprema de su Reino, entre cuyos poderes está el dictar Absolución
para el Acusado, en este caso Absolución Universal en base al Derecho de
Redención por Él mismo conquistado para el Género Humano.
Pues al
ofrecernos la Justicia de la Fe quedaron privados de su Gracia todos los
pueblos nacidos ante de Cristo; y, sin embargo, todas las naciones fuimos
entregadas a la Muerte por el pecado de un sólo hombre. Así que habiendo vivido
bajo la misma ignorancia que nos hizo a todos merecedores de la Gracia, en
razón de la Necesidad de la Muerte de Cristo, nuestros padres quedaron privados
de Salvación. Pero Dios, en su maravillosa Justicia, elevando su Hijo a la Presidencia
de la Corte Suprema de Justicia de su Reino le concedió poder infinito y eterno
para dictar Sentencia según espíritu y verdad.
Él puede
ajustar su Veredicto Final a la profecía en respuesta a nuestra maldad, o a la
Salud de su Paz en premio a nuestra Fe por creer que Él puede restaurar todas
las almas a su condición natural de bondad.
Nuestra
Sabiduría está en creer que el ser humano jamás se hubiera apartado de su
Creador de no haberse interpuesto entre Dios y el Hombre la Traición de la
Serpiente.
Nuestra
victoria: escribir en las páginas de la Historia Universal lo que creemos, con
nuestros hechos dándole cuerpo al argumento de la Defensa.
En efecto:
Hubo Redención porque hubo
Ignorancia; de manera que si por la Ignorancia vino la maldición: por esa misma
Ignorancia, porque la hubo, y de no haberla habido la Redención no hubiera sido
posible por Ley, tuvo lugar la Redención recogida en la ley del Sacrificio
Expiatorio por los pecados.
Ahora bien, la Ley de Moisés miraba
al individuo, y en su faceta más abierta al sacrificio por los pecados del
pueblo hebreo y judío. Mas habiendo pecado todo el mundo y viviendo en el
pecado a causa de la Ignorancia de Adán, cuyo pecado lo sufrimos en nuestras
carnes la Plenitud de las Naciones del Género Humano, esta Ley era símbolo y
anuncio del Sacrificio Expiatorio de todos los pecados del Mundo que preparaba
Dios. La respuesta a la cuestión: ¿qué Cordero podía valer a los ojos de Dios
tanto como para quedar lavados en su Sangre los pecados de todo un Mundo?, y
sus derivadas, forman parte de la Doctrina de la Santa Madre Iglesia Católica
desde los días de los Apóstoles.
Lo importante para nosotros es que
Dios asumiera nuestra Causa por propia y se responsabilizase de la Caída en
tanto en cuanto “sabiendo que aquel toro acorneaba” expuso nuestro Futuro y el
de la Creación entera a la Libertad, haciendo de cuyo uso los Enemigos del
Espíritu Santo hicieron de la Ignorancia de Adán talón de Aquiles contra el que
lanzar la lanza de la Traición.
Asumida nuestra Causa, el Dilema en
el que los discípulos del Maligno quisieron atrapar a Dios y entre los nudos de
cuyo imposible laberinto gordiano quisieron despojarlo de su Espíritu Santo,
reduciendo la Divinidad al Poder, en virtud de cuya nueva Realidad quedarían
marginadas la Verdad, la Justicia y la Paz de la estructura del Cosmos, ese
Dilema pasaba por el Cómo separar de Dios el Espíritu Santo.
¡Era solo natural! Era esta
Propiedad del Ser la que se oponía a un salto de tal naturaleza que, dejando
atrás la Verdad como raíz de la Justicia, pondría al Futuro sobre un Campo de
Guerra Perpetua, cuya conclusión final sería la Destrucción Absoluta de la
propia Creación. Y de aquí que Dios se negase en rotundo a acceder a la
transformación de su reino en un Olimpo de dioses todos más allá del Bien y del
Mal.
La estrategia de la Muerte y su
Príncipe centró entonces su astucia en darle a probar al Hijo de Dios la fruta
del Árbol de la Ciencia del Bien y del Mal, es decir, la Guerra. La Astucia del
Maligno alcanzaría su clímax al seducir al Único que podría lograr que Dios
abriese en el cuerpo de la Ley una excepción, englobando en su Olimpo a los
dioses, o sea, a toda la Casa de Dios.
¿Qué pasaría si el Hijo de Dios
encontrase satisfacción en la Guerra? ¿Cómo podía saber Dios si a su Hijo
Unigénito le gustaba o no la Ciencia del Bien y del Mal si aún no había probado
su fruto? ¿Ante una supuesta elección terminal del Hijo de Dios a favor de la
escuela del Diablo... no perdería el Espíritu Santo la Batalla?
Cuando Dios descubrió su efecto y
se vio ante los hechos consumados, le vio por primera vez la cara a su
Verdadero Enemigo, la Muerte. Y la Batalla
pasó a ser Cósmica. Es la Creación entera la que se ve amenazada por aquella
Fuerza Increada contra la que se alzó Dios con su Modelo de Cosmos, un Nuevo
Universo en el que la Vida tiene su Origen en Dios, hereda su Inmortalidad y se
hace un Árbol cuyas ramas cubren con su fruto, los Mundos, la Eternidad y el
Infinito.
¡Era la Hora de la Batalla Final de
aquella Guerra que le declarara Dios a la Muerte cuando por su Voluntad la Vida
devino Inmortal! Si hasta entonces Dios no había visto cara a cara al verdadero
enemigo de su Creación, una vez que la locura desplegada en el Edén se consumó,
abrió Dios los ojos y le vio el Rostro a su Enemigo.
Toda cuestión quedó desde ese
momento en suspense.
IV
Por esos días
murió un Obispo de Roma. Le sucedió otro. Y a los 33 días su sucesor murió. Al
muerto le sucedió Juan Pablo II.
Por aquéllos
mismos días el Hijo de Dios me dio a conocer la Voluntad Presente de su Padre:
“Esta es la Voluntad
presente de Dios -me dijo-: Unifíquense todas las iglesias en una sola y
única”.
Enseguida el
Hijo de Dios me adoctrinó en la naturaleza del espíritu participativo del
Verbo, en la cual tienen todos los hijos de Dios su crecimiento. Pues al corresponderle
a Dios la acción y abrirle espacio a sus hijos, Él dota a sus criaturas de
todos los medios necesarios para su realización. De aquí que la Obediencia sea
el principio del crecimiento sobrenatural de su Reino.
VI
Sucedió
entonces que según se fue acercando la Navidad del 1978 una pregunta fue
abriéndose espacio en mi espíritu; y adquiriendo cada vez más espacio también
fue apoderándose de mis noches, hasta el punto de no atreverme siquiera a
cerrar los ojos.
La cuestión
que se había instalado en mi ser tenía su raíz en la Esperanza de Salvación
Universal que Dios y su Hijo me habían mostrado: ¿Qué estaba yo dispuesto a dar
por esa Absolución Universal?
¡¡Mi alma!!
Fue mi respuesta.
Pero una cosa
es decir, y otra es hacer. ¿Un amor sin hechos, qué es? Que la Deserción
sería la Prueba de este Amor, pues adelante. Que al otro lado me esperaba una
obscuridad densísima, también. La decisión era mía. La Decisión tomada,
crucé aquella puerta.
Me detuve en
Madrid, con el Librito aquel, “Luz, Verdad y Vida”, escrito a mano durante
aquellos dos meses y un día; entré en la Editorial Cristiana. Y por la puerta
que entré, salí.
De Madrid
salté a Zaragoza. Acogido por un amigo en su casa, ignorantes él mismo y su
familia de mi estado militar pero encantados de tenerme con ellos esa Navidad,
solía yo sentarme a meditar en la Plaza del Pilar. Los acontecimientos vividos
durante el último año le habían dado a mi ser un nuevo sentido. ¿Qué iba a
hacer ahora, adónde ir?
En aquellos
días de meditación profunda existencial mi alegría se hizo infinita cuando Dios
me dio una “piedrecita con un nombre escrito que solo el que lo recibe conoce”.
Era para mí. Era mía. Yo leí: “Cristo Raúl”.
VII
CRISTO RAÚL Y
LA REVOLUCIÓN MUNDIAL DE ANA
Así que,
saltando de Zaragoza a Paris, y de Paris a Madrid, años 79 y 80, ya me disponía
a regresar a Paris cuando “mi Padre que está en los cielos” me detuvo. Una hija
de Dios, de nombre Ana, había sido atacada por la Muerte; ya se disponía la
Muerte a llevársela, matando con ella la Respuesta que traía ella consigo, a
saber, Dios ha dado su bendición a una Revolución Omnisciente Mundial, que
tocando todas las ramas del árbol del conocimiento, ha de hacer saltar la
Sociedad de la Plenitud de las Naciones de un modelo fundado en la Antigüedad,
y recogido por la Modernidad, a una Sociedad fundada sobre los Principios
Eternos e Inconmovibles sobre los que Dios ha levantado su Reino.
Cristo Raúl le
dio su mano a Ana, la liberó del abrazo de la Muerte, y como la paloma
atravesada por la flecha de un enemigo, herida de muerte, pero no letal, una
vez curada de su herida abre sus alas y regresa al cielo en libertad, así Ana
siguió su camino hasta la Hora en que la Voluntad de Dios llenase la Tierra, y
llamando a sus hijos a Batalla Final volviese a reunirlos. He aquí, entonces,
algunas de las cosas que han de suceder en los años que vienen.
Unificación de
todas las iglesias cristianas alrededor del Tronco Católico;
Disolución de
la Federación Rusa, y Conversión de Moscú;
Caída de
Bruselas y Berlín;
Extinción de
las religiones: Islam e Hinduismo;
Independencia
del Tíbet y Desmembración de China y de la India en muchos Estados con sus
naciones;
Extinción del
Ateísmo Científico y Revolución de las ciencias médicas y ciencias de las
energías;
Caída del
Cuerpo de Seguridad de la ONU y Creación del Árbol de la Plenitud de las
Naciones con Jurisdicción Universal contra la Guerra y las Dictaduras;
Abolición de
todas las coronas, europeas, africanas y asiáticas;
Creación de la
Comunidad de los Estados Latinoamericanos y Multiplicación de Brasil en
distintos Estados con sus naciones;
Creación de un
Cuerpo Judicial-Policial Mundial de Lucha contra el Crimen y las organizaciones
Criminales Internacionales;
Revolución
Agrícola Mundial: Extinción de las plantas del Tabaco, Cocaína y Marihuana;
control de las plantas del Café, de la Vid y de la Amapola;
Reforestación
del Planeta;
Fin del
Comunismo, en todas sus formas, políticas e ideológicas;
Adhesión del
Estado de Israel a la Alianza Militar de la Plenitud de las Naciones
Cristianas;
Adhesión de
los Estados Unidos de América al Tribunal Penal Internacional;
Abandono de
las energías destructivas del planeta: Petróleo, Carbón y Gas;
Evolución de
los Estados hacia Administraciones sujetas al Deber de Cumplimiento de los
Derechos de la Familia;
Evolución del
Dinero en Metálico y Papel al Dinero Digital y la sujeción de su Movimiento al
Cuerpo de la Justicia;
Acceso libre
de todos los hombres a la Educación Universitaria y a los medios de desarrollo
de sus capacidades creativas;
Creación de
Tres Comunidades Africanas Internacionales: África Blanca o del Sur; África
Negra o Media, y África Mediterránea: libres de los Monopolios y oligarquías
europeas, asiáticas y americanas.
Superado este
periodo de dos años caminando en la oscuridad, y conociendo que mi Hora estaba
lejos aún en el tiempo, mi Dios despidió a la mujer que me había ofrecido la
mano para llegar a Paris.
VIII
Después de
encerrarme entre libros durante los siguientes tres años, tomé mujer, que me
dio un hijo. Yo, Cristo Raúl, tomé a la mujer y al niño y me trasladé a Creta,
donde a la altura del 86, movido por el Espíritu arrojé mi vieja Biblia al
fuego. Surgiendo de aquel fuego, el Hijo de Dios me mostró la Historia de la Increación,
del Infinito, de la Eternidad, y del Dios que desde el Principio sin principio
de la Increación fue la Causa Metafísica del Cosmos, y luego, siendo formado
por la Sabiduría, según está escrito “Yo soy Dios, Yo solo fui formado, y
después de mí no habrá otro”, vino a ser la Causa Física del Nuevo Cosmos: su
Creación.
“Escribe todo
lo que se te muestre”, me dijo el Señor Jesús. Yo, Cristo Raúl, así lo hice.
Regresando a
la casa de mis progenitores dejé con ellos a la mujer y a su hijo; salté a
Paris, de París a Londres, de Londres a Jerusalén, y de Jerusalén a Madrid. Aquí
me dijo el Rey del Cielo: “Envía a la mujer y a su hijo a la casa de sus
padres, pues su casa de ella no tendrá parte en tu casa”. Yo, Cristo Raúl, así
lo hice.
Regresé a
Londres, me instalé en Finsbury Park, donde fue visitado por la Madre
de Cristo, abriéndole a mis ojos a lo que contenía su Corazón: “El Corazón de
María”.
Habiendo
escrito todo lo que la Madre de Jesucristo guardaba en su Corazón desde el día
de su Ascensión al Cielo, y apenas comencé a gozar de la victoria, la Muerte se
cebó en la casa de mis progenitores. Desecho permanecí en Madrid; como no era
bueno que estuviese solo Dios me dio una compañera, que concibió una hija, pero
Dios me dijo: “Sal de su casa, pues tu casa no será contada por ella”. Yo así
lo hice.
IX
El viento se
alzó y crucé el océano; permanecí en Méjico un mes, y nueve meses en los
Estados Unidos. A mi regreso, tras la muerte del hombre que me trajo al mundo,
regresé a Creta, donde permanecí un año. Pasado este año el viento volvió a
levantarse, y me llevó desde Atenas a Viena, Praga, Budapest, Bratislava,
Berlín, Copenhague, Estocolmo, Helsinki, Oslo y Roma, donde celebré
el Bimilenario del Nacimiento de Cristo. Pero mi tiempo, aunque se
acercaba, aún no había llegado.
Amaneciendo el
Nuevo Día regresé a la casa donde nací, y puse manos a la obra. Estando en
ello, una mujer entró en mi vida, y diciéndome Dios: “Por ella será contada tu
casa”, la tomé conmigo a Berlín. Pero tentada la mujer por el Diablo,
se dejó seducir. Buscando mi destrucción a fin de enterrar esta Historia Divina
en el polvo de los tiempos, el Diablo usó a la mujer para inyectar en mi alma
el veneno de un odio que pedía sangre. Pero Dios me dijo: “No derramarás
sangre; pero si ella toca la tuya, serás libre de su sangre”. Yo obedecí.
Despedí a la mujer y la envié con sus hijos a la casa de sus padres.
X
Tendido en el
suelo permanecí durante tres tiempos y medio. Cuando me recuperé vi al Rey del
Cielo al frente de la Casa de los hijos de Dios, la Casa
De Yavé y Sión, que venía a conquistar
para el Reino de Dios la Plenitud de las Naciones del Género Humano, y
dirigiéndose a mí, me dijo: “Levántate, hijo, y pues que no has derramado
la sangre de tus enemigos, sin sangre liberaré yo al mundo, y tus hijos serán
testigos ante las naciones de que Soy Yo quien lo ha hecho: ¡Habrá Revolución
Mundial, no habrá Guerra Mundial! Cobra ánimo, hijo, y fortalécete, que tu Hora
se acerca”.
Yo me levanté,
y lleno del espíritu exclamé: “Que el mundo despierte a la Verdad”.
XI
Corría el 2014
cuando en un juicio inicuo fui despojado de todo lo que amaba en este mundo;
pedí justicia a Dios, mi Salvador, y liberándome de las tinieblas me condujo de
regreso a la casa de mis progenitores, donde me fortalecí.
A la puerta de
la primavera del 2016 seguí a mi Rey hasta allí donde empezó todo, Galicia, el
Ferrol. Y abriéndome los ojos, leí: “Ten celo y compra de mí oro acrisolado en
el fuego, y cómprate vestiduras nuevas”. Maravillado por lo que leí, supe
que antes de empezar el Camino, Él ya conocía el fin. Y no sólo desde ese día,
sino desde el principio de los tiempos ya sabía Él la naturaleza del camino que
el Vencedor, su hijo, habría de vivir.
Tomando
fuerzas, compré el oro de ley de su Palabra. Y oí la Voz de Dios Padre
Todopoderoso, que decía: “Que no sea hallado en la Tierra lugar para el
Diablo”.
Alcanzada
Zaragoza, donde se me prometiera la Victoria, ya me disponía a seguir mi camino
cuando mi Rey y Padre me detuvo, diciéndome: “El reino de Dios es también
como un rey que deja a su hijo pequeño al cuidado de sus siervos y se va a
hacer la guerra contra su enemigo. Pasando el tiempo el hijo del rey crece y
sintiéndose fuerte, sin esperar la llamada de su padre, va y se une a su
ejército. El enemigo reconoce en él al hijo del rey y lanzándose contra él lo
hiere de muerte. El rey ordena sacar a su hijo del campo de batalla y dejarlo
al cuidado de su madre hasta que sanen sus heridas”.
Heme aquí en
la Plaza del Pilar; pues en mí está el Espíritu de Inteligencia para llamar a
todos los hijos de Dios a Batalla Final por la Libertad de la Plenitud de las
Naciones del Género Humano, y así se cumpla, como en el Cielo en la Tierra, la
Voluntad de Dios, que no hallando lugar en su Creación el Maligno sea arrojado
al Infierno preparado para él y sus hermanos en el fondo del Abismo cubierto
por las Tinieblas.
En cuanto a
aquéllos que sirviendo al Diablo intentaron destruir al Vencedor, he aquí que
no me pondré delante entre ser alguno y la puerta del Paraíso, pero contra
aquel, aquella y aquellos que se ponga entre hombre y Dios yo me alzaré con la
libertad de la gloria del Vencedor, y allá que cada cual sea juzgado por su
propio crimen.
XII
Así pues, a la altura de la
Creación de nuestros Cielos y de nuestra Tierra la Batalla Final entre Dios y
la Muerte estaba en el aire. Las medidas que Dios Padre tomara contra una
Tercera Guerra Universal entre sus hijos, a saber: Apertura de la Creación de
Mundos a sus hijos, y Participación de éstos en la Formación de los Pueblos
llamados a la vida eterna, dejaba en el aire la Batalla Final cuya Victoria
debería dejar asentada su Creación sobre Roca.
El Proceso de Formación a que
había sido sometido Dios por la Sabiduría, efecto de Su Deseo de elevar la Vida
Mortal a la condición de su propia Vida, ese Deseo, Reto de Dios a la
Sabiduría Increadora, la implicaba, dicha
Batalla Final. El Hecho de haber adoptado Dios dichas dos medidas
revolucionarias: Apertura de la Creación y Participación en la Formación de los
Pueblos, lo decía todo sobre la Necesidad que tenía la Sabiduría de abrirle a
Dios los ojos a la visión del verdadero Enemigo de su Creación.
Mientras antes se produjera el
descubrimiento por Dios de la Muerte como Fuerza activa desde el principio sin
principio de la Increación, antes la Creación se vestiría de la
Indestructibilidad de su Creador.
Que Dios había presentido la
presencia de una Fuerza no sujeta a su Brazo detrás y en el origen de las
Guerras de sus hijos, esto era un hecho que la Sabiduría había sentido. Era
Necesario que Dios viese cara a cara a su Enemigo, la Muerte. Pero en cuanto a
cuándo esta Visión se produciría, la Sabiduría no podía decirlo.
La Sabiduría, para quien Dios
era su Señor, no podía acelerar esa Visión. La Muerte se dejaría ver por sí
misma.
Cual bien dejara escrito
Salomón sobre la Sabiduría, Ella estuvo desde el Principio de la Creación del
Género Humano al servicio de su Señor, compartiendo con Dios Su Confianza en el
éxito de la respuesta que Él le diera al Futuro de su Imperio.
Creados los Cielos y la Tierra,
despejada la Duda sobre la Veracidad Divina del Rey de reyes y Señor de
señores, Dios Hijo Unigénito y Primogénito, Jesús, no mediante teologías ni
argumentos metafísicos, sino sobre la Roca de los Hechos, pues todos los hijos
de Dios estuvieron presentes cuando abriendo Él su Boca dijera: “Haya Luz”, y
la Luz se hizo; Dios Padre pasó a asentar su Imperio sobre la Ley, de manera
que elevando su Ley a la Naturaleza Divina, haciendo de su Verbo la Roca sobre
la que edificarle a la Justicia un Palacio Incorruptible, por el Temor a la
Incorruptibilidad de su Espíritu creyó Dios alejar a sus hijos de la Tentación
de comer del Árbol de la Ciencia del bien y del mal, es decir, de darse a la
Guerra.
Si por la carencia del Amor a
la Paz la Tentación incendió el Imperio de Dios, por el Temor al Verbo,
expuestos a su Destrucción en caso de Transgresión, sus hijos se mantendrían en
la Obediencia, andando cuyo Camino el Género Humano alcanzaría la Ciudadanía
Eterna para la que el Hombre fuera creado.
LA BATALLA FINAL
Todos los hijos de Dios, “no de
esta Creación”, en efecto, vieron la Gloria del Rey de reyes y Señor de señores
del Paraíso de Dios, Gloria de Dios Hijo Unigénito, “Increado, no creado, de la
misma Naturaleza que el Padre”, conforme al Dogma revelado al mundo por Dios
Padre a través de, en y por la Iglesia Católica de Roma.
Así que, despejada la Duda
sobre la veracidad Divina del Rey de reyes y Señor de señores del Imperio del
Cielo, argumento con el que la Muerte, en y por la boca de Satán, uno de ésos
hijos “no de esta creación”, incendió el Paraíso, llamó Dios a todos sus hijos
a doblar sus rodillas ante su Ley.
La Confianza de Dios Padre
puesta en que la Obediencia que viene del Amor, sería reforzada por la que
procede del Temor, dejó el Proceso de Formación del Hombre en las manos de sus
hijos, “los dioses de muy antiguo”, entre quienes se contaba, en cuanto hijo de
Dios, el mismo Satán que “ya acorneara” la Paz en el Cielo durante los Días de
la Creación, antes de la creación de nuestros Cielos y de nuestra Tierra.
Y sin embargo la Batalla Final
entre Dios y la Muerte seguía en el aire.
Aun cuando la Muerte se
escondiese a la espera de una mejor ocasión para asestar su golpe fatal, y el
Género Humano alcanzase la Inmortalidad, más tarde o más temprano la Muerte
volvería a extender su Fuerza sobre la Creación para conducirla a su
Destrucción.
Que los hijos de Dios,
consciente de la Naturaleza de la Ley, elevada a la Naturaleza del Verbo,
cayesen en la Tentación y amparándose en el Amor de Dios por sus hijos
invocasen al Padre en Dios en contra del Juez en Dios, esto estaba por verse.
El hecho es que todos los hijos
de Dios tenían que decir su última palabra sobre el Modelo de Creación que la
Muerte y Dios, cada uno, habían puesto sobre la mesa del Infinito y la
Eternidad: Verdad, Justicia y Paz, o Mentira, Corrupción y Guerra.
Dios, confiando en el Temor a
su Verbo, dejó el Futuro del Género Humano en las manos de sus hijos, los
dioses de muy antiguo. Pues desde el origen de los tiempos de la vida en la
Tierra los hijos de Dios habían estado bajando del Cielo a la Tierra y regresando
de la Tierra al Cielo con toda la libertad del mundo.
La Hora de dejar en el Pasado
las Guerras del Cielo, había llegado. Dando a conocer su Ley, “y la Ley es el
Verbo, y el Verbo es Dios”, Dios dejó a sus hijos en Libertad para que en la
plenitud de sus facultades mentales e intelectuales se adhirieran a la Ley o se
alzasen contra ella.
Y pasó lo que Dios jamás quiso
que pasara, y la Sabiduría Increadora sabía
que habría de pasar, pero que no estando los ojos de su Señor abiertos a la
visión de su Enemigo, la Muerte, Ella no podría impedir que sucediese.
Aquéllos hijos de Dios que
antes se conjuraran para abrirle al Infierno las puertas del Paraíso del Cielo,
se conjuraron de nuevo para, usando al Hombre como Hacha de guerra, declararle
la Guerra al Modelo de Creación que la Ley buscaba edificar por la Eternidad.
El Hombre, habiendo sido
formado a la Imagen de Dios, teniendo su propia Palabra por Ley, “a imagen y
semejanza de Dios”, ignorante de la Ciencia del Bien y del Mal, que conocía
como se conoce una Historia por otros vivida, pero de cuyo Fruto, la Guerra,
jamás había comido, sin conocimiento de causa comió del Fruto Prohibido: la
Guerra Santa.
Históricamente hablando tenemos
el efecto final de la formación de las familias del género humano a imagen y
semejanza de los hijos de Dios en la creación del primer reino que conoció el
mundo, el reino del primer Hombre, el Adán bíblico, aquel Alulim sumerio “sobre cuya cabeza descendió la corona
que bajó del Cielo”.
Así pues, una vez consumada la
Revolución Neolítica forjadora de las primeras ciudades mesopotámicas, la
aproximación de los pueblos de la Tierra al reino de Dios un proyecto a asumir
con el paso de los siglos bajo el imperio de la Ley, la Perversión de aquéllos
hijos de Dios que en pleno uso de sus facultades intelectuales se decidieron
por obligar a Dios a legitimar la Guerra como Privilegio de los reyes de su
Imperio : los condujo a engañar al Primer Hombre usando su amor a la Palabra
como lanza con la que atravesar el costado de Dios.
No conociendo la Mentira, el
Hombre no podía ver en la Palabra de Satán, “la serpiente antigua”, sino
Palabra de Dios. Y en consecuencia el primer Hombre se alzó en Guerra Santa
contra todas las familias de la Tierra a fin de conducirlas a todas al reino de
Dios.
La Astucia de la Serpiente no
podía ser más odiosa en razón de la Ignorancia del Hombre sobre la Maldad y la
Causa que arrastraba a “la serpiente antigua” a usarle como Hacha de Guerra.
No el Hombre, la Ley era el
Enemigo de la Serpiente que Satanás llevaba dentro.
Pero si su triunfo le supo a
mieles, su Transgresión dejaba ver su Locura: ¿Una simple criatura se atrevía a
retar a Dios Increado, Creador del Campo de las galaxias y de los dioses del
Cielo, a una Guerra Total? ¿No había podido derrotar el Dragón satánico a los
dioses, criaturas como son, y se atrevía a declararle la Guerra al mismísimo
Dios, Creador de los dioses? ¿¡Qué locura era ésa!?
La Batalla Final se acababa de
declarar. La inmensidad de la locura de sus hijos rebeldes, la Sabiduría lo
sabía, no podía sino abrirle los ojos a su Señor. Mientras la Muerte no fuera
desconectada de la Vida, la Creación estaría siempre en Guerra. Fuerza ciega,
la Muerte, desde el principio sin principio de la Eternidad actuando en
complementariedad con la Vida, seguiría lloviendo Infierno sobre el Paraíso.
Lo había hecho ya por dos
veces, lo volvía a hacer por tercera vez, y seguiría haciéndolo hasta encontrar
en la Creación su lugar.
Únicamente Dios podía llevarla
la Desconexión entre la Vida y la Muerte. De aquí que la Sabiduría, conociendo
a su Señor, viese venir la Batalla Final.
Declarada la Guerra, la Caída
del Hombre un hecho consumado, la locura de sus hijos rebeldes delante de sus
ojos, Dios abrió los ojos a su verdadero Enemigo, el Enemigo de su Creación, y
actuó en consecuencia.
Si por Amor a su hijo Adán,
arrastrado en su Ignorancia a la Transgresión, Dios perdonaba su Delito: la
Elevación de la Ley a la Naturaleza Divina se vendría abajo, y su Reino
quedaría expuesto a las pasiones de sus hijos. El Hombre había comido y su
reino, alzado en Guerra Santa, tenía que sufrir la Pena debida al Delito.
Mas existiendo Ignorancia por
la parte del Hombre sobre la verdadera Causa de la Manipulación de la que fuera
objeto, y considerando que de haber conocido la Maldad de “la serpiente” el
Hombre jamás hubiera Transgredido: en su Justicia no podía Dios dejar de
sujetar su Pena a Redención.
Pero aunque sujeta la Pena a
Redención, dicha Pena había de cumplir su tiempo.
La Tragedia del Género Humano
estaba servida.
Ahora bien, pues que la
Historia de la Redención está escrita, debemos atenernos al efecto de la Visión
de Dios de su Enemigo, la Muerte, y como esta Visión venía a afectarle a su
Creación entera.
LA ENCARNACIÓN DEL HIJO DE DIOS
El Odio de Dios hacia la
Ciencia del bien y del mal está enraizado en una experiencia eterna. Si bien su
Casa ha conocido su Fruto: la Guerra, el hecho es que su Casa no había conocido
los efectos de la Ciencia del bien y del mal hasta vivir ése odio, que Él había
conocido en su Juventud, un odio enraizado en una repugnancia visceral
ilimitada contra la Mentira, la Corrupción, el Poder por el poder…
Su Creación entera tenía que
vivir ese Odio, vivir esa repugnancia, entrar en su Ser y sentir el Infierno
que Él viviera y que, no deseando para nadie, ni volver a vivir Él, debía
conocer su Creación.
Y si su Creación, cuanto más su
Hijo Unigénito.
Pues el as que “la serpiente
satánica” guardaba en la manga era tentar al mismísimo Unigénito y Primogénito
de Dios con el Fruto de la Ciencia del bien y de mal, y, ganándoselo para su
Causa, suscitando en Él la pasión por la Guerra, por Amor al Hijo obligar al
Padre a bendecir la conversión de su Imperio en una Corte de dioses más allá
del bien y del mal.
¿Si el Hijo de Dios se unía a
los “dioses rebeldes”, qué haría entonces su Padre?
La diana de la Muerte era, en
definitiva, el Hijo.
Pero si Dios había abierto sus
ojos a su Enemigo, su Hijo tendría que abrirlos igualmente.
La Caída un Acontecimiento
irreversible en razón de la Divinidad del Verbo, siendo la Redención el efecto
natural de la Ignorancia del Hombre, la propia Necesidad de abrir su Mente a
toda su Casa, conduciría al Hijo de Dios a ver a su Enemigo, y, siendo “Dios
Verdadero de Dios Verdadero”, no albergando su Padre duda sobre la última
Palabra de su Hijo sobre y contra la Muerte, de la redención de la Casa de Adán
la Historia del Género Humano pasaría a la Historia de la Salvación de la
Plenitud de las naciones de la Tierra.
Porque, en efecto, del
Acontecimiento del Niño en el Templo vemos cómo al entrar en nuestra Historia,
vestido de la sangre y la carne de Adán, su padre en José y María, el Hijo de
Dios bajó del Cielo movido por el Celo del Verbo, y en su condición de Rey de
reyes y Señor de señores vino a conquistar la Tierra con las armas de David, y
arrojando de su reino al enemigo de su Corona, Satán y sus ángeles rebeldes,
extender la Ciudadanía del Cielo a todos los pueblos del género humano. En este
espíritu entró en el Templo de Jerusalén, porque en este espíritu bajó del
Cielo.
Los Hechos sucedieron de esta
manera.
El Acontecimiento de la Caída
del Hombre implicó a Dios, dando Él por hecha su Victoria sobre la Muerte, en
la toma de nuevas medidas revolucionarias sobre las que refundar su Reino. La
primera de todas era la Necesidad de que su Hijo viese al Enemigo de su Corona,
y la segunda que el Hijo descubriese al Dios de la Increación en el Padre. Pues
el Futuro de la Creación dependía exclusivamente de la Respuesta del Hijo al
Conocimiento del Espíritu Santo del Dios de la Increación.
Así pues, ateniéndonos al Libro
de la Revelación, con el que Dios cerró su Libro, y cuya Puerta selló a fin de
que nadie, sino el Heredero de Cristo abriese, el Padre tomó al Hijo y le
santificó con su Palabra, que el Hijo, una vez hecho hombre, nos daría a
conocer a todos en el Evangelio.
Inmediatamente nos lo envió a
nosotros, y encarnándose en el seno de la Virgen, cuyo nombre todos conocemos,
María de Nazaret, nos lo dio a todas las familias de la Tierra como el Campeón
que, naciendo de la hija de Eva, habría de alzarse para aplastarle la cabeza a
la Serpiente y redimir el Pecado de todos los hombres.
Esto hecho, la Encarnación, por
obra y gracias del Espíritu Santo acontecida, pues “el Hijo es Dios, y Dios es
el Espíritu Santo”, el Padre Eterno se sentó en su Trono, y llamando a todos
sus hijos “no de esta creación” decretó que todos los príncipes de su Imperio
depositasen sus coronas a sus pies.
Pero Satán y sus aliados en el
Eje de la Serpiente se negaron.
No siendo hallado sitio para
Satán en el Cielo, Dios ordenó su Expulsión y lo arrojó a la Tierra, donde,
conociendo que el Día de Yavé, Día de Venganza, había nacido, Satán se dio
a perseguir a la Virgen que había de concebir al Redentor, “Príncipe de la Paz,
Consejero Maravilloso, Padre Sempiterno, Dios con nosotros”.
Ya conocemos lo que sucedió.
José de Belén, en quien Dios había
dejado la Guarda y Custodia de su Hijo, tomó a la Madre y al Niño y cruzando
las aguas escondió al Niño y a la Madre en el Barrio Judío de Alejandría del
Nilo.
Ya sabemos lo que pasó al
Regreso de la Sagrada Familia a Israel. Y porqué el Niño desobedeciendo “a sus
padres” se internó en el Templo para darse a conocer como el Mesías.
Aquel Episodio cambió al Hijo
de Dios para siempre. Jesús descubrió a Cristo, y en Cristo descubrió Jesús al
Dios de la Increación.
FUNDACIÓN DEL REINO UNIVERSAL DEL
HIJO DE DIOS
El Hijo vio a su Enemigo, la
Muerte. Y conoció las medidas revolucionarias que el Padre había adoptado para
refundar su Creación sobre la Roca Incorruptible, Indestructible, del Espíritu
Santo, que está en el Padre y en el Hijo.
Dios abolía el Imperio y fundaba
un Reino Universal cuya Corona sempiterna le era dada a Él, Jesucristo, Dios
Hijo Unigénito y Primogénito.
Al igual que sus hermanos “no
de esta creación” habían puesto sus coronas a los pies de Dios, mismamente le
tocaba al Rey de reyes y Señor de señores hacer lo mismo, y como Ciudadano
del Reino de Dios doblar las rodillas ante la Sabiduría del Dios Señor del
Infinito y la Eternidad.
Y el Hijo así lo hizo.
El Hijo entró en nuestro mundo
como Rey de reyes y Señor de señores del Imperio del Cielo, murió como un
Ciudadano más del Reino de su Padre, y subió al Cielo para sentarse en el trono
del Rey Universal en cuyas manos ponía Dios su creación entera. De aquí Dios
dijera: “Lo glorifiqué y lo volveré a glorificar”.
En efecto, Cabeza de todos los
Pueblos, todos los Ciudadanos del reino de Dios le deben Obediencia única y
exclusivamente al Rey, Jesucristo; cualquier decreto que atente contra esta
Obediencia a la Ley del Rey – ley de Paz y Vida – es Traición a la Corona
de Dios, su Castigo es la Expulsión del transgresor de los límites de la
Creación.
Con la Corona Universal
Sempiterna heredó el Hijo todos los Atributos naturales a quien se sienta en el
Trono de Dios: Todopoder y Sabiduría para
alzarse como Juez Universal ante cuyo Cetro responden todas los Pueblos de la
Creación, los que existen como los que existirán, incluyendo en esta Gloria el
Poder de Absolución Universal del Género Humano en el origen de la Esperanza de
Salvación Universal.
Pero si esta primera medida
revolucionaria, ¡abolición del Imperio y su Transfiguración en Reino Universal
Sempiterno!, condujo a Cristo Jesús a la Cruz, haciendo de la ley humana un
espejo en la que se refleja su Obediencia a la Ley del Cielo, con su
Resurrección Dios llevó a su Reino un Cuerpo Sacerdotal cuya Religión es la del
Espíritu Santo hecho Hombre: Cristo.
En Cristo el Espíritu Santo,
que está en el Padre y en el Hijo, adquirió un Cuerpo Visible, a fin de que
habiendo sido criado en los fuegos de la Ciencia del Bien y del Mal el Paraíso
de Dios se halle inmunizado para siempre contra la Mentira y el Pecado.
Rey Universal; y Juez
Todopoderoso; y Sumo Pontífice Universal, que viviendo en Dios, pues en Él está
Dios, se acerca al Padre vestido del Espíritu Santo para santificar a todas las
iglesias al hacerlas a todas su Cuerpo.
Pues en efecto, en el Señor
Jesús todas las iglesias de todos los Pueblos de la Creación se unen en una
Religión. Para que, así como los hijos de Dios han sido hecho participes de la
Jurisdicción Universal sobre todo el Reino, – en lo referente a la Política y a
la Defensa –, igualmente el Cuerpo de los Siervos del Señor Jesús adquieren
Jurisdicción Universal en lo tocante a la Religión sobre todas las iglesias del
Reino del Espíritu Santo, que está en el Padre y en el Hijo.
Medidas revolucionarias que
implicaban, en efecto, la continuación de la tragedia del género humano; pero
que dada la necesidad de Dios, una vez sus ojos abiertos a la Muerte, de
Refundar su Creación: hacían inevitable. Era necesario, en verdad, que toda la
Creación viese con sus ojos el fin hacia el que conduce la Ciencia del bien y
del mal a todo mundo fundado sobre su ley: ley de guerra entre las naciones y
odio entre los hermanos.
Pero no sólo los hijos de
Cielo, también los hijos de Dios de la Tierra debíamos ver cara a cara a la
Muerte, de manera que acogiéndonos a la Ley del Rey determinase Dios, por la
Fe, la No-necesidad de la Consumación del Pecado.
PRIMER MILENIO DE LA ERA DE CRISTO
A fin de que la Muerte fuese
vista por los hijos de Dios del Cielo, ordenó Dios, tras la Elevación de su
Hijo al Trono del Rey Universal, que el Diablo, Satanás, la serpiente antigua,
fuese encadenada y alejada de la Tierra durante el Primer Milenio de la Era de
Cristo; y a fin de acelerar la Consumación del Pecado ordenó Dios que al
principio del Segundo Milenio de nuestra Era el Diablo fuese liberado de su
prisión y dejado en libertad en la Tierra.
Tenía también Dios necesidad de
que sus hijos, tanto del Cielo como de la Tierra, viésemos con nuestros ojos
que la disposición de Satanás contra el Espíritu Santo es eterna. Pues
Misericordioso es Dios, en cuanto Padre Creador, para abrazar a quienes habiéndose
perdido suplican el perdón por sus actos insensatos y malignos.
Apenas liberado de su prisión
en al año Mil, el Diablo se entregó a la Destrucción de su Enemigo.
Romper la Unidad de las
iglesias era de necesidad maligna para dividiendo a las naciones conducirlas a
las guerras mundiales que habrían de abrirle la puerta a la destrucción de la
Humanidad. Ya lo había profetizado Dios, el Maligno sembraría la Cizaña de la
División de las iglesias.
Expulsado primero del Cielo y
después de la Tierra durante Mil años, esta Siembra Maligna comenzaría tras el
año Mil.
EL CISMA DE ORIENTE
El Odio encubado durante los
Mil años de prisión encontró en un hombre perverso, Miguel Celulario, su
instrumento más fiel.
La Muerte había labrado el
terreno en el que su Príncipe Maligno habría de sembrar su Cizaña maldita. Por
un lado tenemos en el siglo X, la Pornocracia Vaticana,
y del otro el error anticristiano en el que la Iglesia Ortodoxa había caído
negando la existencia de Espíritu Santo en el Hijo. Negación que implica la
Negación de la Divinidad del Hijo, negación que el propio Satán sostuviera
antes de la Creación de nuestros Cielos y de nuestra Tierra, y desencadenase
las guerras del Cielo. Pues siendo el Espíritu Santo: Dios, y el Hijo es
Dios, negar que el Espíritu Santo se derrama en las iglesias en razón de quien
es su Cabeza, el señor Jesús, esta Negación es una Rebelión abierta contra la
Divinidad del Padre y del Hijo. Negación que determinara la Destrucción de la
Iglesia Ortodoxa Bizantina, destrucción que alcanzó a su sucesora, la Iglesia
Ortodoxa Rusa, y destrucción hacia a que se acerca la iglesia Ortodoxa Griega
de mantenerse en la División. Negación en la que de persistir, Dios se alzará
contra las iglesias ortodoxas de origen bizantino para desgajándolas del árbol
de las iglesias echarlas al fuego preparado para el Diablo y sus ángeles
rebeldes.
Sin embargo la destrucción de
Bizancio ya estaba en el aire desde el día en que desobedeciendo el decreto de
Dios, que ordenaba a todas las iglesias separarse del Imperio Romano, la
iglesia ortodoxa bizantina se dio al Emperador de Constantinopla como sierva y
garante de su imperio. Por amor a ella pretendió la iglesia bizantina obligar a
Dios a anular su Decreto contra el Imperio Romano de Oriente.
En efecto, esta trampa fue la
trampa en la que quiso el Diablo atrapar a Dios al arrastrar a Adán a su Caída.
Trampa en la que no cayó Dios, y perseverando en la cual la iglesia ortodoxa
bizantina condujo al pueblo griego medieval a su ruina.
LA LUCHA DE LAS INVESTIDURAS
Moviéndose hacia el Occidente,
buscando siempre dirigir los siglos hacia la confrontación universal absoluta
entre cuyos fuegos apocalípticos debía desaparecer toda vida sobre la Tierra,
el Diablo encontró en el pueblo alemán un siervo fervorosísimo.
Pueblo bárbaro desde su cuna;
enemigo de la civilización desde sus comienzos, el pueblo alemán cometió el
terrible pecado de querer hacer de la Iglesia Católica, la Esposa del Señor
Jesús, la prostituta imperial de su Emperador, escribiendo su fracaso el
Acontecimiento llamado la Lucha de las Investiduras.
LA REFORMA
Apenas vencido por Gregorio
VII, pueblo homicida desde su adolescencia, se alzó Alemania contra Italia para
llevar el fuego del Infierno a las misma puertas de la Casa de Cristo en la
Tierra. Fuego infernal que cultivó el Diablo entre los muros de los palacios de
unos príncipes que no pudiendo tolerar más religión ni ley que la del hierro y
el fuego de la guerra, se entregó a Satanás en cuerpo y alma, y
engendrando ese aborto del Diablo llamado Martín Lutero, pues que Alemania no
pudo hacer de la Esposa de Cristo su prostituta imperial, se alzó contra el
Espíritu Santo para destruir su Obra y conducir a todas las naciones cristianas
europeas a su primera guerra mundial, la llamada Guerra de los Treinta Años.
Pero si Alemania se entregó al
Infierno, no menos lo hizo Suiza engendrando ese siervo del Diablo llamado
Calvino, quien, vistiéndose de sabiduría, acusó a Dios Padre de haber
determinado la Caída y haber elegido a un hijo suyo, Satanás, para
escondiéndose detrás de sus vestiduras ocultar su Mano Todopoderosa y Eterna.
Siguiendo con su obra de
destrucción de la Obra de Cristo, el Diablo engendró a su Anticristo, el tal
Enrique VIII de Inglaterra, quien, alzándose como cabeza de la iglesia, se
erigió en Dios de las Islas británicas.
La burla sonó con ecos
infernales cuando el monstruo británico mostró sus dos cabezas, una de varón y
otra de hembra.
Decapitando a la iglesia
inglesa, cuya cabeza era Cristo Jesús, Cabeza de todas las iglesias, y siendo
Dios por su Divinidad y en su Divinidad adquieren todas la Santidad debida a
Dios, el Diablo le entregó a su monstruosa criatura el imperio, con el que la
división entre las naciones cristianas se hizo absoluta.
NACIMIENTO DEL IMPERIO ESPAÑOL
La Muerte, que en su día
patrocinara la Caída, y al siguiente la persecución contra los Cristianos, de
un sitio, y la Destrucción del Cristianismo mediante los Bárbaros, del otro,
tal cual labrara el terreno a fin de que a su salida de su Prisión su Príncipe
encontrase tierra fértil donde su Cizaña diese fruto, movió todas sus fuerzas
en la Tierra para aprovechando la división de las iglesias asaltar la Europa
Cristiana, Baluarte del Reino de Dios en el mundo. Ya estaban los ejércitos de
la Muerte para invadir la Cristiandad, cuando estando a las puertas de Viena,
suscitó Dios su espíritu de Victoria en el pueblo más fiel que jamás tuvo la
Iglesia, el Español.
Cual se avanza un peón
inofensivo con el que nadie cuenta, pero que está llamado a llegar a la meta de
su coronación tras la caída de su reina, vistió Dios al Español de su Fuerza, y
nacido para vencer a la Muerte una vez tras otra, puso el Señor Dios a su
servicio todas las riquezas de las Américas, con las que se enfrentó a los
ejércitos de la Muerte a costa de perder sus mejores hombres y unas riquezas
que de haber dejado en su Tesoro hubiera hecho de España la nación más poderosa
de la Tierra por muchos siglos.
Vencida la Muerte en aquella
contienda, los siervos del Diablo se lanzaron contra la nación elegida por el
Señor Dios de Abraham, para devorarse en la guerra mundial europea de los
Treinta Años. Tales fueron las gracias que recibiera el pueblo español de
aquéllos pueblos a los que salvara de la ruina y de la desolación que de
haberle dado España las espaldas a Europa los ejércitos de la Muerte hubieran
sembrado en las tierras de Alemania, Austria y Francia.
GOG Y MAGOG
Disuelta la Unidad entre las
naciones cristianas, el odio de las unas hacia las otras cultivado con el poder
heredado por Satán de la Muerte, el camino hacia las guerras mundiales, hacia
la Batalla entre Gog y Magog, quedaba despejado. Disuelto el
Imperio Español, la pérdida de la Autoridad Doctrinal de la Iglesia Católica
abandonada a su suerte, el Diablo volvió sus ojos hacia los dos pueblos en los
que su Cizaña había encontrado tierra fértil, el pueblo Ruso y el pueblo
Alemán. Incapacitados para ver el error en que cayeron al alzarse contra la
Esposa de Cristo y enfrentados por la hegemonía
mundial, Gog y Magog hicieron del siglo XX su campo de
batalla.
SIGLO XXI,
EL DIA DE LA GLORIA DE LA LIBERTAD
DE LOS HIJOS DE DIOS
Y sin embargo, Dios había
dispuesto el tiempo de la Liberación del Diablo en la Tierra por Mil años.
Pasados los cuales, siguiendo la pauta de Abraham y Sara, el Rey engendraría
Descendencia de su Esposa, y con esta Descendencia nacería el Día por el
Espíritu Santo anunciado: El día de la gloria de la Libertad de los hijos de
Dios: ¡Día de Revolución Mundial! Pues habiendo decretado Dios la Expulsión del
Diablo de la Tierra, diciendo:
“Que no sea hallado lugar para
Satanás en la Tierra”, el decreto de Abolición de todas las Coronas que
implicó al Cielo, había de ser oído.
Y en efecto, nacido el Nuevo
Día, así dice Dios:
“Pongan todos los reyes de la
Tierra sus coronas a los pies del Trono del Rey del Cielo; la nación que
desobedezca será destruida como vasija golpeada por Vara de hierro”.
En el Nombre de Jesucristo,
Dios Hijo Unigénito, Rey Universal Sempiterno, Señor y Cabeza Sacerdotal de
todas las iglesias de los pueblos que son y serán. Que su Ley gobierne la
Tierra como lo hace en el Cielo.
CRISTO RAÚL DE YAVÉ Y SIÓN
LA HISTORIA DIVINA DE JESUCRISTO
|
![]() |
![]() |
![]() |
![]() |