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HISTORIA UNIVERSAL DE ESPAÑA

 

MAURICIO CARLAVILLA

EL REY , RADIOGRAFIA DEL REINADO DE ALFONSO XIII

CAPÍTULO SEXTO.

LA REVOLUCIÓN EN EL PODER

 

ANALISIS ESPECTRAL DE LA PRIMERA CRISIS DE REGIMEN DEL REINADO

Acaso hayamos fatigado a nuestros lectores aportando tanta documentación y tantos detalles de la que fue primera crisis de régimen del reinado. El autor tiene varias y poderosas razones para correr el riesgo de fatigar a sus lectores. La primera es el meticuloso silencio guardado por los historiadores y cronistas del período sobre nombres propios y responsabilidades personales en la traición implícita que fue aquella crisis; si hacen mención de alguna frase o algún hecho, no dan el nombre del autor y, si hay nombre, no dan frase ni hecho. Segunda, la permanente colusión de los liberales y hasta de muchos conservadores, “monárquicos todos”, y los republicanos, socialistas y anarquistas, unidos siempre para destruir cualquier obstáculo que impida a la Restauración seguir el camino de la Revolución, jamás es analizada por los historiadores académicos y profesorales para investigar su profunda razón; porque a poco de profundizar hallan que la fuerza de afinidad entre los “partidarios” de la Monarquía, liberales y conservadores, y los enemigos de ella, republicanos, socialistas y anarquistas, es la Masonería, y al topar con ella, calificada por el historiador “serio” de fantasma o mito, retroceden espantados, pero disimulando su miedo tras la careta de la “dignidad" profesoral y académica, negándose a incorporar a sus textos el fantasma y mito masónico... aún cuando quede sin explicar y siga siendo un misterio la colusión monárquico-republicano-socialista-anarquista, causa única del avance permanente y el triunfo consiguiente de la Revolución : traición a España y a Dios. 

En la primera crisis de régimen del reinado aflora con claridad y vigor extraordinarios la colusión monárquico-republicana. La Revolución acaba de ser vencida. Su hombre más eficiente para la violencia, Ferrer, ha pagado con la vida su cadena de traiciones y crímenes. Y es en ese preciso instante cuando los “amigos” y enemigos del Rey, sin fuerza en la nación, se conjuran para con su bluff revolucionario recibir de las reales manos el Poder y con él agraciar con la impunidad a los regicidas y traidores, seguir corrompiendo el espíritu nacional, gobernar al dictado del extranjero; en fin, como con Fernando VII, con Isabel II, con Alfonso XII y con la regencia de Cristina, realizar la Revolución que repudia el pueblo español de Real Orden. Porque para eso se hizo la Restauración por los antimonárquicos; para poner al servicio de la Revolución el Poder de la Monarquía, único acatado por el pueblo español, quedando reducido el Rey a ser la estampilla que decretase la descristianización y desnacionalización de las masas españolas. Descristianización y desnacionalización, Revolución, arrollada y vencida por el heroísmo del pueblo en la guerra de la Independencia e impedida por los levantamientos populares carlistas que, aún vencidos, impidieron el triunfo violento y descarado de la anti-España, y obligaron a emplear este recurso más lento, más cobarde, más traicionero, de la Restauración de la Monarquía, hecha por los antimonárquicos, para infiltrarse y domi­nar su régimen, logrando qué el Rey se traicione a sí mismo, trayendo por Real Decreto la Revolución asesina de España y Monarquía.

Y no fue sutil tan extraordinaria maniobra. Fue burda, grosera; si triunfó, fue gracias al secreto masónico, no Revelado por cuantos poseían poder, inteligencia y situación para desenmascarar a un puñado de masones traidores.

Mas ese silencio creó un estado mental y cultural en los más; estado que ha de tener muy en cuenta quien pretenda profundizar algo en el último reinado; porque, para los más, lo acaecido resulta cosa tan absolutamente natural como una tempestad o un terremoto, gracias al silencio y a la deformación producida por la constante desinformación histórica realizada por los historiadores, cronistas y periodistas de “mayor circulación”.

Y no ignora el autor, ni ha de ignorar quien quiera profundizar en el último reinado, que si pretende algo tan sencillo y elemental como es hacer ver que los actos tienen actor, eso parecerá increíble e imposible a muchos de sus lectores, acostumbrados a esa Historia fenomenal, meteórica o sísmica, impersonal, que los masones mandaron y mandan hacer.

Debemos tener presente esa incredulidad prefabricada que se halla adueñada de la mentalidad española, creadora de una inercia relativa, por la cual se acepta sin repudio lógico ni de conciencia que hay acto sin actor y que todo acaeció sin motivo ni razón, porque si... Ante tal situación dada y a riesgo de aburrir y fatigar a los lectores, cada cosa increíble o imposible ha de ser documentada hasta la saciedad. Es más, y lo haremos aquí, analizaremos y conjugaremos cuanto antecede para llegar a las últimas consecuencias.

La técnica histórica y la lógica lo dictan. Si llegamos a la más perfecta o posible comprensión de la primera crisis de régimen del reinado, su secuencia y consecuencia hasta su final podrá ser comprendida sin mayor esfuerzo y sin tanto acopio de fatigosas pruebas.

Y entremos en su análisis espectral.

Veamos. El pretexto para la Semana Trágica es la guerra de Melilla.

La provocación de las masas populares es realizada por la prensa masónica burguesa, marxista y anarquista presentando la guerra marroquí, no como una empresa nacional, impuesta por una situación internacional y la agresión rifeña, sino como un tributo de sangre impuesto al pueblo para defender los intereses mineros en el Rif de unos capitalistas. .

No apelamos a textos de la prensa marxista o anarquista, ni siquiera de la republicana. Son de prensa burguesa “monárquica”, pero, claro es, masónica:

“Ahora es de Melilla desde donde vienen las salvas. En rigor, las noticias que de allá se envían para demostrar que entre las kabilas limítrofes existe una agitación muy grande, no espantarán a las personas cuerdas, ni siquiera al vulgo. Mientras ello no pase de la paliza dada a un capataz (que probablemente bien ganada se la tendría) de la desatención a un ingeniero particular, de la exigencia de los moros de que les paguen al día los jornales que en las minas devengan, y de los montones de piedras colocados en los raíles por un par de montaraces, parécenos que deben reservar sus bríos para más alta ocasión los ánimos belicosos, y que pueden continuar sesteando en paz las personas asustadizas. Tampoco es cosa de emocionar a nadie la aparición de una harka de 500 ó 600 moros desharrapados, mandados por un santón de Benibuifrur que pretende declararnos la guerra santa... Tiene esta harka un color de partida contratada que, a pesar de la distancia, se hace notar aquí por las narices más obtusas. No se piense en guerras chicas ni en guerras grandes. El país no quiere. Y esté seguro el Gobierno de que, si adopta posturas, no ya marciales, sino sospechosas, el verano será muy movido.” De El Liberal 9 de julio de 1909. En la mañana del día de la agresión, aún ignorada. Como vemos, la amenaza de Revolución es clarísima.

Al día siguiente, también de El Liberal, cuando ya es conocido el primer combate:

“Satisfechos pueden estar los partidarios de la acción armada en el Rif, pues les han salido las cosas a la medida. Con cuatro tiros se hubieran contentado para dar comienzo a la obra, y ya tienen allí cuatro obreros, un teniente y varios soldados muertos, además de un capitán, un teniente y veintitantos soldados heridos. Nadie habla, a Dios gracias, del honor nacional. Lo único que está en pleito es el lucro de algunas compañías medio francesas y medio españolas, que piden para su laboreo la protección de nuestras armas. Compañías de las cuales bien se pueden decir que, en la parte que nos toca, juegan de palabra, pues el capital mayor que han invertido consiste en algunos nombres retumbantes, cuyos dueños gustan poco de aportar valores efectivos, y en la esperanza de que les auxilie con pingües subvenciones el Gobierno... La nación sabe cuál es su voluntad, y la ejercerá sin vacilación alguna, a fin de impedir la guerra. A la primera llamada de los Partidos democráticos y de las agrupaciones socialistas, ciudades, villas y aldeas se levantarán a una, a protestar contra los intentos bélicos, y esa protesta será secundada por las clases mercantiles, por las clases neutras, y hasta por las clases conservadoras. ¿Lo duda alguien? Pues a la prueba, que se hará inmediatamente, nos remitimos. Sépalo el Gobierno y sépanlo todos. Para lanzarse a una guerra no bastan ejércitos disciplinados y aguerridos y suficientemente provistos de municiones, bastimentos y pertrechos de campaña. Se necesita que haya detrás un pueblo que los anime, que los conforte, que los empuje. Y ahora, no lo hay.”

Ahí está el motivo dado a la guerra: el lucro de algunas compañías medio francesas y medio españolas.

Sigamos: 

“No obstante, las amistosas relaciones de España con el Sultán, aún más amistosas después de la Conferencia de Algeciras, nos pareció que el andar en tratos indirectos con un faccioso, enemigo declarado del soberano de Marruecos, era la cosa más natural del mundo. Y a título de llano procedimiento de negociar y chalanear con el Rogui, se dedicaron empresas de distintos títulos, que hoy piden garantía para sus labores, y en cuyo servicio se libró anteayer un reñido combate. Mediante dádivas, el Rogui cedía terrenos que no eran suyos, y traficaba con ciertos sujetos de por acá, con billetes de lotería que no habían salido de manos del lotero.  Multiplicaráronse las concesiones, y tantas posee, inscritas en un mapa especial, cierto simpático personaje español que, de valerle tales títulos, podría erigirse en emperador del Rif, y aún de Castillejos y Sierra Bullones, con mejor derecho que nadie. (El liberal conoce al personaje, pero se calla su nombre; era muy amigo suyo y liberalisimo ese “emperador” marroquí...) De esos modos fantásticos de adquirir dimana el impasse de ahora. El Sultán puede alegar y alega, que ni él ni su hermano Abd-el-Aziz han vendido ni regalado terreno alguno”

De El Liberal, 11 de julio de 1909.

Vemos descubrir el origen fraudulento de las concesiones mineras. Y, por lo tanto, dar la razón jurídica al Sultán y a los agresores rifeños. A la vez, son mostrados unos fabulosos intereses de las compañías. Se alude a un “simpático personaje español”, cuyas posesiones en el mapa, si las toman nuestros soldados, le permitirían erigirse emperador del Rif, Castillejos y Sierra Bullones. ¡Pero el masónico periódico no da el nombre de tan enorme personaje... ¿Por qué?... Ya lo sabremos.

Más:

“Accionistas franceses y españoles, en su mayoría tacaños, explotan y quieren explotar unas minas en la frontera de Marruecos. Para que la mano de obra resulte barata, es necesario que el obrero trabaje con facilidad, sin riesgo alguno de su vida. Mas si, además de ganar poco, caen balas sobre su cuerpo, no se encontrará un obrero que quiera suicidarse. Y, ¡adiós negocio!, ¡y adiós minas! A fin de huir de ese desastre, no basta con que se castigue a los audaces agresores, tal vez maliciosamente provocados para ese hecho irreflexivo. Es preciso, además, hacer un escarmiento, encender una guerra y conquistar... todo el imperio marroquí. Después se pasaría la cuenta al señor Allendesalazar y se daría un sentido pésame, con toda cortesía, a las esposas, a los hijos y a las madres de los combatientes, y que por casualidad, por una y otra parte, habrían de ser los pobres.”

El Liberal, 12 de julio de 1909.

Aparte de reincidir en lo dicho, se insinúa que los interesados en que nuestros soldados les conquisten las minas han provocado a los rifeños para que haya guerra y puedan ellos explotarlas. Como no dicen quién son los interesados, las masas no sabrán quién son los provocadores. Desde luego, excluirán del grave delito a los capitalistas y políticos amigos del periódico denunciante. ¿No era natural?

La perfidia masónica es ejemplar. Ahora algo Inaudito:

“El Gobierno actual abandonó Marruecos en 1904 a los apetitos desordenados de Francia; y ahora le ha obligado a emprender expediciones militares que arruinen y desangren a España, porque, según confesión del propio Maura, al entrar por ese camino peligroso ha evitado que otros se encargasen de hacer lo que a nosotros corresponde. El Gobierno ha cedido a la presión de París, abrió el campo de Melilla a la Compañía minera francesa, y ésta, con manetos burdos y censurables, ha provocado los actuales sucesos. El Gobierno, desoyendo nobles consejos, se empeñó en alterar la paz, amparando a las kabilas rebeldes contra el Rogui, y obligando a éste a alejarse de nuestra vecindad, donde servía a España mejor que todos sus ejércitos. El Gobierno ha provocado la agresión de los moros, porque la necesitaba para invadir el territorio próximo a Melilla, penetrando tras los aventureros, que sagazmente dirigidos desde París, preparaban el terreno, con complicidad inconsciente del Gobierno español. Ya está sellada con nuestra sangre una nueva sumisión a la política francesa, que reproduce páginas funestas de nuestra alianza con aquella nación. El Gobierno no debió permitir nunca a los obreros entrar en el campo moro, ni construir ferrocarriles o explotar minas. Por eso el Gobierno es tan culpable del asesinato de los obreros como tos mismos matadores.”

También de El Liberal del 18 de julio de 1909; un día en que se recibirán las peores noticias de la guerra.

Los demás artículos son de fondo, como se decía entonces, opinión del diario; el que acabamos de reproducir lo firma don Miguel Villanueva, diputado liberal, ministro luego de la Corona ¡y presidente del Consejo de Administración de las Minas del Rif! ¡nada más! pero él y el periódico se guardan bien de decírselo al público.

¿Cabe mayor vileza? Un hombre así, después de esto, podrá llegar a ser ministro del Rey de España.

Hemos buscado con afán en El Liberal los nombres de los mineros provocadores de la guerra, que quieren con ella que nuestros soldados, a costa de tanta sangre, les rescaten sus magnificas y productivas explotaciones mineras. El masónico periódico guarda un silencio sepulcral. No da el nombre del magnifico y “simpático personaje” capaz de ser emperador del Rif por sus enormes posesiones.

¿Pero quién pensarán que es el tal los padres y madres de los reservistas movilizados? Jamás un millonario y un político liberal, pues siéndolo han de suponer que no seria aludido por El Liberal.

Pero alguien no debe callarlo. Algún semanario “irresponsable”. “El Fusil, por ejemplo, o algún periódico “carca”, el Correo Español, acaso, habrán dado el nombre del “simpático personaje” y su nombre puede llegar a los padres de los soldados que marchan ... y Ferrer y Pablo Iglesias no podrán llevarlos a quemar iglesias v conventos y a asesinar sacerdotes y religiosos, que son los “capitalistas” fabulosos de las minas rifeñas, por cuya conquista sus hijos mueren... según les inducen a creer.

Lo suponemos, porque el día 24, la noche anterior a aquella en que se decide para el día siguiente la Revolución, España Nueva, el periódico más procaz y más leído por los extremistas de toda España, abre sus columnas al “simpático personaje”, que declara con todo cinismo:

“Hay que fijarse en un detalle de mucha trascendencia. La lucha industrial de Alemania e Inglaterra sobre el predominio de la fabricación siderúrgica parece inclinarse en pro de la primera. Así, unas minas como estas, equidistantes de Francia y de Inglaterra, muy próxima a Italia, Turquía y España, pueden ser elemento de victoria para la nación que las posea. Francia, aliada de Inglaterra, tenía ya las suyas. Alemania, enemiga de Inglaterra, había llegado tarde. Seguía la agitación en el campo moro, libre de toda autoridad vigorosa desde la huía del Rogui. Viendo tal y seguro yo de que sin paz no podían explotarse las minas, cuyo material estaría siempre expuesto a ser destruido a cada paso, resolví separarme de la Sociedad minera. Así lo hice. En la primera ocasión propicia, esto es, cuando agotado el capital efectivo de dos millones se pidió a la Casa Figueroa un dividendo de 500.000 pesetas, me negué a darlo. De esto hace ya algunos meses, y lo puedo probar con documentos. Creía yo acabado todo, cuando supe que se había dispuesto que la sociedad española reanudase las obras del ferrocarril. Poco tiempo después surgieron los sucesos que hoy lamenta España, y los cabileños, que un semestre antes apenas disponían de municiones, se presentan ahora pletóricos de ellas, así como vemos al Rogui, que también carecía antes de provisiones de guerra, encaminarse a Fez con balas y fusiles de sobra. ¿De dónde han salido? Este es el dato más extraño del asunto, sobre toda si se tiene en cuenta que los moros se presentan con cierto aspecto militar, que establecen en el Gurugú campamentos con tiendas, que ejecutan movimientos combinados y envolventes. Sobre esto, que me llama mucho la atención, requiero yo la de todos. Puedo asegurar que hace seis meses, los kabileños carecían casi de medios de resistencia, y seguramente el primer sorprendido de lo que ocurre será el general Marina, que estaba enterado por varios conductos seguros de lo que fue una realidad hasta hace poco tiempo. Esto es la verdad. Yo no tengo que ver nada con el ferrocarril ni con las minas; mas, con todo, para que no se extravíe la opinión, conviene decirle que no es el ferrocarril español el que atacan los moros: El nuestro está muy poco adelantado en relación al francés. Por éste circulan las máquinas de la Norteafricana, y en sus trenes van los refuerzos. ¿Qué pasará luego? No lo sé.”

A quien abrió sus páginas el procaz y republicanísimo España Nueva, fue al excelentísimo señor don Álvaro Figueroa Torres, conde de Romanones, ex ministro de la Corona, iniciador y principalísimo accionista de la “Sociedad Minas del Rif” y, pocos meses después, hecho Grande de España. Hay derecho a pensar que las embusteras declaraciones de Romanones—siguió siendo propietario principal de las minas—fueron hechas en el periódico republicano y reproducidas por todos los de izquierda para que las masas, lanzadas a las treinta y seis horas contra los “mineros” de los conventos e iglesias, no tuvieran la mala idea de ir a quemar el palacio condal de la Castellana.

Y sólo una pregunta de momento: ¿Qué vínculo hay entre aquel bestia republicano, Rodrigo Soriano, dueño de España Nueva y el aristócrata millonario y monárquico conde de Romanones?

Sin un vinculo, sin algo, ignorado por las historias académicas y “serias”, no hay explicación alguna para el servicio prestado; porque, oficialmente, Rodrigo Soriano y su procaz diario, así como los demás republicanos que lo secundaron, eran enemigos políticos del Conde, iniciador y accionista de las minas. Servicio grande, porque suponía desviar el odio suscitado en las masas contra el minero del Rif hacia el clero, mostrando falsamente, desde días antes, y continuamente, como el capitalista sangriento.

¿Qué había entre Romanones y los republicanos y anarquistas para que a favor suyo cometieran tal vileza?

Si los lectores no se responden a sí mismos, no esperen leer la respuesta en letra impresa. Si hasta hoy, pasado medio siglo, nadie se atrevió a formular la Pregunta, no esperamos que nadie se atreva hoy a darle una respuesta...

* * *

Pasemos en este instante al análisis de lo revelado por el debate parlamentario. Nuestros lectores han podido enterarse de todo lo esencial. ¿Pero cuál es el motivo de la radical ruptura de los partido turnantes realizada por Moret?

Simplemente, la alusión hecha por La Cierva al regicidio de Morral cuando las bodas reales.

No hay una intención trascendental en la alusión a la bomba de la calle Mayor, como luego se vio en el resto del discurso y en la rectificación del ministro de la Gobernación. La trajo, una necesidad polémica, porque permitiéndose atacar Moret a La Cierva, tachándolo de incapacidad e imprevisión en la Semana Trágica, parecía natural y lícito que La Cierva le recordase a él otra trágica incapacidad e imprevisión, la de no haber evitado el regicidio de la calle Mayor.

Pero Moret se sintió acusado de criminal y de regicida por La Cierva.

Ciertamente, una exagerada reacción, y no menor debió ser la de quien era su ministro de la Gobernación cuando el regicidio; el técnicamente culpable; porque a aquel ex ministro, Romanones, el fervoroso “monárquico”, como hemos visto, alzado en su escaño, se le oyó chillar:

“¡Yo hablaré mañana, porque no hay más remedio que hablar, y YA VERE SI ES EL ULTIMO DISCURSO QUE HAGO COMO MONARQUICO!”

Sin motivo reaccionó tan violentamente Segismundo Moret; pero, al fin, era explicable su actitud inusitada, pudo temer que La Cierva —antiguo masón arrepentido, según le afeara Soriano en el debate— le tirase a la cara que él era hermano en Masonería de Ferrer, el organizador del regicidio e inductor del regicida.

¿Pero qué podía temer el Conde para renegar de su aristocracia y de su monarquismo de toda la vida?

No creemos que La Cierva, ni siquiera siendo cierto que había sido masón, pudiera decir de don Álvaro Figueroa que también era hermano en Masonería de Ferrer.

Y si tal acusación no la podía temer, ¿qué podía provocar en Romanones aquella decisión tan trascendental?

Sólo podemos aportar esos datos para juzgar:

La cloaca internacional se desató por el fusilamiento de Ferrer y ella movía en el Congreso la turbina masónico-liberal-republicana; luego, el masón Moret atacaba, impulsado por el fusilamiento de su hermano Ferrer.

¿Temió el conde de Romanones que La Cierva mencionase un comprometedor telegrama de nuestro embajador en París?

La Cierva esperó hasta el 9 de julio de 1911 para referirse a tal telegrama, y dijo así:

“Tengo que decir, para que conste, que en el Ministerio de la Gobernación figura un telegrama, expedido por nuestro embajador en París cuatro o cinco días antes del atentado, previniéndole al Gobierno, por referencias de la policía francesa, que se debía vigilar a Francisco Ferrer Guardia.” 

En la causa por regicidio consta que la policía de Barcelona no supo nada de Ferrer en los días que preceden al regicidio—y Morral tenía su domicilio en la Escuela Moderna—, lo cual hubiera sido una tremenda acusación contra Romanones, ministro entonces de Gobernación, porque Romanones se quedó tan tranquilo ante la desaparición de Ferrer; ni siquiera mandó intervenir su correspondencia.

Pero La Cierva no esgrimió tan acusador telegrama contra el h. Moret ni contra el conde. ¿Lo temió Romanones? Acaso, pero el temerlo no parece razón bastante para renegar de la Monarquía.

Vinardell-Roig, un republicano librepensador extremista, cuando la campaña pro-Ferrer sostuvo una polémica con el anarquista italiano Malato, reivindicando para él y sus predecesores republicanos la introducción de la enseñanza laica y racionalista en España.

En tal polémica, el republicano y masón Vinardell, en L’Eclair, sin ser desmentido por nadie, indicó algo sobre las intervenciones del conde de Romanones en favor de Ferrer, cuando estaba preso y procesado.

Pudo intervenir a favor de Ferrer. Al suceder López Domínguez a Moret en la Presidencia del Gobierno, Romanones pasa de Gobernación a Gracia y Justicia; y es el momento en que está en formación el proceso de Ferrer.

Son dos coincidencias capaces de hacer pensar mal a cualquier perspicaz. Cuando el regicidio se prepara y realiza, Romanones es ministro de la Gobernación, jefe supremo de la Policía, y no trata de evitarlo vigilando a Ferrer, según aconseja la Policía francesa. Y, cuando es detenido Ferrer, en el período de su proceso en que, según el criminalista republicano, Salillas, “Ferrer se fuga del sumario” y se asegura su absolución, Romanones es ministro de Gracia y Justicia; es decir, jefe de toda la Magistratura española. Comprendemos que piensen mal los suspicaces; el autor se abstiene. Como ignora si don Álvaro Figueroa Torres fue masón, no puede suponer siquiera que la fraternidad que impone la Masonería le hiciese ocupar sucesivamente las dos carteras, desde donde tan directamente podía proteger al masón Ferrer. La protección del conde a Ferrer en el proceso a que alude Vinardell ignoramos si fue cierta, y si lo fue, ignoramos qué motivo pudo tener. Supongan los lectores lo que les dicte la lógica y su conciencia.

Si el conde nos fuera conocido como masón, todo tendría explicación, según en el caso nos ocurre con su jefe, Moret.

Porque así nos resulta natural, naturalísimo, que a los pocos días de vengar a Ferrer, derribando a Maura, Moret, con todo lo presidente del Gobierno que ya era él, recibiera con los máximos honores a la novia de su h.  Cero y hermana suya en Masonería, Soledad Villafranca.

Que Romanones fuera el único monárquico que se atrevió a pedir, aunque fuera en periódico extranjero, el indulto del masón Ferrer, tampoco nos hace sospechar nada siniestro. Y suponemos que tampoco a los lectores.

¡Ah, y, sobre todo no quisiéramos que por esos datos anecdóticos, carentes de importancia histórica, juzgasen mal del ferviente monarquismo del conde de Romanones, con grandeza, cuando lo vean formar triángulo con Alcalá Zamora y Marañón aquella famosa tarde en que la Masonería se adueña de España expuksando a su Rey.

Sólo un detalle más para terminar nuestro análisis espectral.

Han podido enterarse los lectores del diálogo sostenido por varios diputados republicanos masones—¿cómo no?—con el teniente general y diputado liberal don Valeriano Weyler.

—Usted, general, podría solucionarlo todo en minutos. Usted es el hombre que daría satisfacción a la opinión pública. ¡Ahora!

—No puedo hablar. No me hagan hablar. No me hagan hablar ustedes; responde el general.

Pero a nuevos requerimientos responde:

—Ya lo creo que lo resolvería en un minuto.

A su lado, el general Luque, luego ministro de la Guerra varias veces con los liberales, subrayaría:

—Yo no tengo de monárquico ni el canto de un duro, y a poco que me aprieten, tiro también el duro.

Ya hemos dicho que los “democratísimos” apelaban contra Maura al tan democrático “Espadón”, como ellos les llamaban a los generales que no eran de su cuerda.

¿Pero eran meras frases acaloradas?

En aquel momento tan sólo era un descarado chantaje verbal a la Corona de aquellos dos “espadones liberales”. No era poco.

Porque, si la Corona era intimidada y destituía a Maura, sería Gobierno Moret, con lo cual la revolución se adueñaría de nuevo del Poder, y su triunfo estaría bien asegurado.

Tal era el plan fraguado por la Masonería internacional y secundado por el masón Moret, por Weyler y por Luque.

Más adelante lo veremos.

EL ASESINATO POLITICO DE MAURA Y LA CIERVA

Como la tramitación de la caída del Gobierno de Maura es pública y conocida, nos limitaremos al índice de sus episodios.

El día 21 de octubre, el siguiente al de la sesión de ruptura liberal-conservadora, lo inaugura políticamente El Imparcial, el más “monárquico” del Trust, con un artículo en el cual dice estas cosas:

“Sin Sagasta, sin Castelar, la Monarquía española no existiría.”

Recordémoslo al lector; hemos dicho con reiteración que la Restauración fue obra de la Masonería; esos dos nombres dados por El imparcial, los de Sagasta y Castelar, gran maestre el primero y representante del Gran Consejo de Charlestón el segundo, lo demuestra sin apelación.

Cierto, si no es por Castelar, Sagasta y Pavía, no hubiera existido la Monarquía democrática; hubiera existido la Monarquía tradicionalista, encarnada en Carlos VII; ya lo dijo Pavía justificando su “democrático” asalto al Congreso de los Diputados.

Continúa El Imparcial:

“Ha recogido la herencia—de Castelar y Sagasta—don Segismundo Moret. (Otro masón y otro cripto-republicano.) Ahora el partido libera, tutor (!!) de la Regencia, amparador (!!) del Rey en la orfandad, se ve acusado de contactos siniestros con los anarquistas, de vínculos con los defensores de la demagogia. (¿No era cierta la acusación?, los “contactos siniestros” y los “vínculos” bien ciertos y a la vista!) La situación es gravísima. (Descubiertos los “contactos” y los “vínculos”; cierto, la situación era gravísima para los liberales.) Después de la sesión que ayer celebró el Congreso hace falta un acto que acredite que la Monarquía no ha prescindido del partido liberal. Esa declaración es inminente, y ha de ser tan categórica que no ofrezca dudas. Por eso consideramos el día de hoy como critico, esencial y definitivo para la orientación de la política española.”

Aquella mañana, el Gobierno había celebrado una reunión en el domicilio de don Antonio Maura.

A la vista del fracaso de Dato en su gestión cerca de Moret para que no rompiera el mecanismo legal parlamentario, obstruyendo hasta la aprobación de los créditos del Ejército en campaña, el Gobierno acordó lo siguiente, que sintetizamos de la transcripción que hizo Maura a su hijo don Gabriel minutos después de regresar de Palacio.

Primero. Que si la confianza de la Corona, ratificada a Maura en el día anterior por el Rey, continuaba, su nueva ratificación debería hacerse pública antes de celebrar el Consejo acordado para aquel día en Palacio.

Segundo. Que se trasladase el presidente a Palacio para plantear de nuevo la cuestión de confianza a Su Majestad.

Tercero. Que, por si fuera negativa, llevar redactada una nota con la dimisión del Gobierno para no dejar al descubierto a la Corona, fundándola en la violenta actitud de las minorías monárquicas. Y que, si ratificaba el Rey la confianza como en el día precedente, seguirían gobernando hasta que cambiaran las circunstancias.

Siguió Maura refiriéndole a su hijo que cuando entró en el despacho regio el Rey se adelantó y lo abrazó con especiales muestras de afecto, y le preguntó:

—¿Viene usted solo? Ya sabía yo que iba usted a prestar un gran servicio a la Patria y a la Monarquía. ¿Qué le parece a usted Moret como sucesor?

Y terminó su referencia Maura diciendo: “Comprenderás que me apresuré a entregar la nota sin glosarla poco ni mucho, y aquí me tienes.”

Por entonces, algunos mauristas, apagado temporalmente su fervor por don Alfonso, lo motejaron de digno nieto de Fernando VII, andando el tiempo, los agraciados con el poder quitado a Maura por él lo apodaron Fernando VII y pico.

La cosa fue demasiado compleja y grave para encerrarla en apodos contradictorios, más o menos pintorescos. Si algo distinguió a Don Alfonso como Rey fue que dominó a su deseo de reinar el de ser humano y caballero; algo ignorado en absoluto por su antepasado, el indeseable Fernando, en quien dominó la pasión de reinar a toda costa y a costa de todo, hasta de su hombría y caballerosidad. Y podemos expresarnos así después de haber estudiado con cierta profundidad, con más que muchos, las personalidades públicas e ignoradas de ambos Monarcas, opuestas en absoluto. Si Fernando frustró el destino de aquella epopeya nacional, que fue la Guerra de Independencia, que derrota en los campos de batalla a la Revolución Política, fue traicionando a las fuerzas patrióticas triunfantes, para dejar al morir entronizada la Revolución derrotada, para realizar esto, como se comprenderá, Fernando debió ser un traidor muy vil. La situación de Alfonso XIII es diametralmente opuesta; él es coronado por los que han derrotado el Movimiento patriótico nacional, el carlista; es, como su abuelo y su padre, el Monarca de la Revolución Política o Francesa, digámoslo claramente; y, a pesar de tal fatalidad, nacida en su propia cuna, Don Alfonso se opuso, como supo y como pudo a que la revolución llegase a sus últimas consecuencias. Esto es en absoluto exacto. Que no apeló a las fuerzas patrióticas nacionales, a las que lucharon en tres guerras contra la revolución personificada en su rama dinástica y quiso frustrar la revolución por medio de los propios hijos de ella, todo es cierto; y ésa es una contradicción que debía costarle la Corona. Pero seamos justos, si Alfonso XIII no llegó en los momentos decisivos a movilizar bajo su caudillaje real a las fuerzas patriotas y antirrevolucionarias, fue por impedírselo su concepto más o menos instintivo de la caballerosidad, al estimar que hacerlo sería “traicionar” a los que hablan dado el Trono a su rama dinástica; aun cuando el no “traicionarlos” les costase su Corona.

¿Y quien así obra es un Fernando VII?

Claro es, lectores, que tal concepto de la lealtad y caballerosidad en un Rey, encarnación consustancial de la Patria, podrá ser humanamente muy excelso, pero en moral patriótica, en moral de Alta Política, es aberración absoluta. Porque no es traidor quien traiciona a la traición —la negación de la negación es afirmación en pura dialéctica—, y quien es leal a la traición, será un caballero subjetivamente; pero, quiera o no, lo sepa o no, será un traidor objetivamente. Si alguien lo niega, queda desafiado a quebrantar el rigor de tal axioma. Nuestra generación, si la torpeza o la perfidia no consiguen inocularle amnesia, no necesita la prueba de la premisa, lo esencial en el axioma, por ser ella un apotegma gigantesco: el millón de muertos en nuestra España.

Refiere el duque de Maura la patética escena de su padre llorando en sus brazos después de dictarle para la Historia lo sucedido en la cámara regia.

No dudamos de que don Gabriel Maura nos permitirá referirla con sus propias palabras; las del hijo nos parecen las más propias para darles la merecida unción. Y lo hacemos; créanos el hijo, para no restarle un ápice de emoción a la tragedia intima del patriota, porque, para el autor, nunca fue más grande el orgulloso don Antonio Maura que en aquel instante en que lloró.

Acabó don Antonio de dictar a su hijo Gabriel aquella página para la Historia, ya transcrita, y al pronunciar la última palabra “ahogaron su voz las lágrimas”. Por primera y única vez en su vida le vio su primogénito llorar durante largo rato en sus brazos. No prorrumpió en sollozos de ira entrecortados por gritos de pasión, sino en llanto irreprimible, pero silencioso, de huérfano que acaba de perder lo que más quería en el mundo. Tampoco el interlocutor necesitaba de palabras para interpretar el significado de aquellas lágrimas.

No decían sino esto:

“He sacrificado, copio sabes tú bien, la tranquilidad de un hogar feliz y los rendimientos de una profesión honradamente ejercida, para servir a mi País desde el Gobierno. No he escatimado nunca ni horas de trabajo en el despacho, ni intervenciones personales en el Parlamento. He gobernado a la vista de todos, con luz y taquígrafos, poniendo cuanto estaba de mi parte para acertar. Pero bastó que unos adversarios políticos me acusaran, sin creer, lo ellos mismos, de prevaricador, para que millares de convecinos se echasen a la calle protestando contra mi inmoralidad. Ahora que unos extranjeros, desconocedores de lo que ha ocurrido en España, me infaman llamándome asesino, centenares de colegas míos parlamentarios piden mi dimisión, negándome el agua y el fuego. Y el Rey, el Rey, que es para mí encarnación viviente de la Patria, me abandona y me entrega...”

Hemos hecho preceder a estas últimas y durísimas palabras de Maura contra Don Alfonso, con el atenuante de ser dichas en la intimidad, reservándolas para la Historia, un análisis de la conducta del Rey como hombre y caballero en aquel momento.

Esa última frase de Maura —unos extranjeros me infaman llamándome asesino... Y el Rey; el Rey, que es para mi encarnación viviente de la Patria, me abandona y me entrega— no queríamos de ningún modo pudiese motivar que se calificase a Don Alfonso de fernandino.

Y el mismo Rey, años después, con palabra serena y meditada, nos daría base y razón para exculpar al hombre, mostrándose ante el propio hijo del “abandonado” y “entregado” Maura, como el tipo moral más radicalmente opuesto al fernandino.

He aquí lo dicho por el Rey al duque de Maura en Roma:

“Eso que dices en tu libro sobre la crisis del nueve, es verdad. Yo cambié de parecer en veinticuatro horas y le admití a tu padre una dimisión que no me había presentado. Te aseguro que la noche anterior había dormido muy poco, después de oír las noticias del Congreso que trajo Ramón Echagüe y las opiniones de muchas personas de seso, que casi todas ellas me aconsejaban el cambio de Gobierno; digo casi todas porque mi madre opinaba, lo contrario. La Reina Cristina que, en 1903, no me dejó en paz hasta que hube despedido a Silvela y a Maura, sostuvo el nueve a tu padre hasta después de caído y siguió diciendo que me había equivocado. Yo suscribí entonces el “Maura no”, y lo mantuve luego, porque estaba convencido de que no podía prevalecer contra media España y más de media Europa. Le habrían quitado de en medio, como lo procuraron antes y lo hicieron después con Canalejas y con Dato, que estorbaban menos, dejando a la Monarquía sin defensor y embarcada en la aventura.

“No tuve nunca animadversión personal contra tu padre. Le quise y le admiré, hasta cuando estuvo duro conmigo, porque comprendí que era sincero y leal. La prueba es que cuando pude darle el Poder, con significación distinta de la del nueve, le encargué muchas veces de formar Gobierno y le entregué el Decreto de disolución de unas Cortes elegidas hacía poco.

“A estas alturas de mi vida sigo creyendo que acerté cuando rehuí un conflicto que no se podía resolver sino por las malas. Pero aun quienes crean que me equivocaba, habrán de reconocer mi buena fe, porque cuando lo que gritaron muchos españoles fue: “Alfonso XIII, no” (tú lo has presenciado muy de cerca), me sacrifiqué a mí mismo como había sacrificado a Maura, para evitar otra vez que la lucha entre amigos y enemigos desencadenase en mi Patria una guerra civil.” 

No fue, no pudo ser jamás, un bajo tipo moral como Fernando VII su descendiente Alfonso XIII sino el hombre más opuesto.

Si “abandonar” y “entregar” a Maura pudo parecer una vileza fernandina, cuando el mismo hombre, y por los mismos imperativos morales, es capaz de “abandonarse” y “entregarse” a sí mismo, perdiendo una Corona, ni es ni jamás nudo ser un fernandino.

Y creemos poder decirlo con personal autoridad, y sin ser tachados de adulación, porque antes hemos calificado de traición objetiva esa excelsa, pero aberrada, lealtad del Rey a los traidores, que costó a España un millón de sus hijos.

Pero, dígase: ¿Hubo algún estadista español capaz de dar esa necesaria lección de dialéctica moral a Don Alfonso de Borbón?

Nadie, lectores. Nadie le dijo jamás que traicionar a la traición era ser leal a si mismo, encarnación consustancial de la Patria. Y que traición, traición objetiva, efectiva, era ser subjetivamente leal a la traición contra la Patria. Traición evidente, como pocas veces en aquella primera crisis del Régimen de 1909.

Por no habérselo dicho así al Rey entonces, pudo llegar él en 1931 a traicionarse a sí mismo, encarnación consustancial de la Patria y a traicionar a España, objetiva y efectivamente, repetimos, por aquella paradójica aberración de su sentido de la caballerosidad y lealtad, que lo llevó a ser leal y caballero hasta con los traidores a él y a España.

 

LA REVOLUCION EN EL PODER

 

Con lo relatado en el capítulo anterior han de tener suficiente nuestros lectores para ver con entera claridad la radiografía de la crisis del Régimen.

Si a la superficie han aflorado tantos gestos y tantas palabras de suma gravedad, verdadero chantaje a la Corona, es fácil adivinar cuánto se ha perdido en la oscuridad y en el difuminado de la radiografía. Sin duda, en la noche que siguió al debate, las agoreras brujas debieron gritar sin descanso en los oídos del Monarca. ¡Revolución! ¡Pronunciamiento! ¡Regicidio!.... y quién sabe qué fieros males más. 

Si pasados los años Don Alfonso declara que sólo su madre abogó por la resistencia y le indujo a sostener a Maura, es fácil inducir que el resto de la familia real debió mostrarse contrario en absoluto al consejo materno, y también los palaciegos. Debe hacerse constar para el justo reparto de la responsabilidad, y a la vez para buscar los atenuantes debidos en la conducta del Rey.

Responsabilidad, e inmensa; porque la destitución de Maura, que destitución fue, suponía llevar la revolución al Poder.

Derrotada en la Semana Trágica, sin fuerzas propias para nada importante, dar el Poder al masón Moret significaba potenciarla con la impunidad si a un nuevo asalto se lanzaba.

. ¿Sólo con la impunidad?, debemos preguntarnos.

Si hacemos a fondo la radiografía de aquel instante histórico, sinceramente, hallamos mucho más.

Veremos como el masón Moret, ligado por obediencia sectaria y, según sé nos informa, obedeciendo a chantaje, no sólo brindaba impunidad a los revolucionarlos, sino que fraguaba desde el Poder un golpe de Estado republicano.

No resulta excesiva y audaz la inducción. El fusilamiento de Ferrer mostró la subordinación del partido liberal, acaudillado por el masón Moret, al mando internacional de la revolución.

Esto acaece muy avanzado el año 1909; al año siguiente, veremos triunfar la revolución republicana portuguesa, ¿qué hubiera sucedido en España si Moret continúa en el Poder hasta esa fecha?

La revolución republicana se hubiera organizado con perfección y absoluta tranquilidad; hubiera estallado fatalmente, y el defensor del Estado y del Rey, el masón Moret, con los suyos colocados en todos los centros estratégicos del aparato gubernamental, se hubiera rendido sin combate. El “14 de abril” hubiera sido veinte años antes.

En estos preparativos le sorprendió la destitución, según hemos de ver. 

Algo de tal porvenir se debió ver o intuir en la reunión ministerial celebrada en el domicilio de don Antonio Maura inmediatamente antes de visitar al Rey para ser destituido.

Al Parecer, don Juan de la Cierva se mostró dispuesto allí a no retroceder ante la dictadura. Teniendo mayoría en las Cámaras, como la tenían, hubiera sido una dictadura parlamentaria; por lo menos, durante los meses necesarios para la formación de un partido liberal idóneo ... En una palabra, realizar una maniobra política idéntica, pero en sentido inverso, a la que se realizó contra Maura; implacable hostilidad al partido liberal, en tanto y cuanto significase la revolución; en lugar de lo acaecido: implacable hostilidad al partido conservador, en tanto y cuanto significase el orden; en tanto y cuanto no se convirtiese en idóneo para la revolución.

Que La Cierva opinó así parece demostrado. El duque de Maura, como nadie situado para saberlo, alude al asunto con bastante claridad: “Ni el temperamento, ni las sinceras convicciones personales de don Juan de la Cierva, se opusieron jamás, en principio, a los métodos dictatoriales”.

Claro es, el duque de Maura, en honor de su padre, alega seguidamente:

“… si bien no pudiera usar de ellos —de los métodos dictatoriales—, mientras estuvo junto a Maura.”

Y agrega esta elocuente declaración sobre su progenitor:

“Maura, desde la Universidad al sepulcro, repugnó intrínsecamente la dictadura, tachándola de incivil, de antijurídica y de mal educadora.”

Cabe preguntar: ¿No es más incivil, antijurídica y maleducadora la revolución que la dictadura? Responda la Historia española.

Ante la realidad revolucionaria, mostrando su catadura monstruosa criminal y sacrílega y de traición a la Patria, la formación de Maura le impedía frustrarla por doctrinarismos, por meras palabras, porque meras palabras resultan ser las suyas cuando se decide la misma vida de España.

¿Era civil, jurídico y educado el chantaje revolucionario ejercido por toda la izquierda liberal, republicana, socialista y anarquista sobre el Monarca?

¿O es jurídica, civil y educada la violencia si es ejercida contra la Patria y es antijurídica, incivil e ineducada, si es usada para defenderla?

En fin, un Rey renitente por su formación, como Alfonso XIII, sin hombres dispuestos a llegar a la violencia, a la dictadura, para vencer la violencia revolucionaria, dictadura de hecho, sería doblegado siempre, de no ser él mismo quien se lanzase al golpe de Estado dictatorial. Y como la Historia demuestra, eso jamás pasó por la cabeza del Rey.

Sin más disquisición, volvamos a la secuencia de los hechos.

Los cronistas de los mismos, con rara unanimidad, se quejan de la falta de virilidad y dinamismo en la opinión derechista o antirrevolucionaria. Pero el duque de Maura, uno de los que más se quejaron siempre de su quietismo, ha de registrar en aquel momento que “los más impacientes partidarios de la violencia la pospusieron a la iniciativa de la oposición gubernamental” —a la iniciativa de Maura, claro está— y agregará el duque: “Entre los millones de adhesiones procedentes de quienes, hasta entonces, habían sido en política neutros u hostiles, guarda en su archivo un anónimo —¿realmente un anónimo, señor duque?— que revelaba, según él, “una opinión muy válida por aquellos días en todos los ámbitos de España.”

El “anónimo” llegó acompañado de un recorte de A B C del día 22 de octubre, que decía esto; atribuido a Maura, como dicho por él en la reunión ministerial que precedió a su, visita al Rey y a la destitución :

“Si queremos continuar en el Poder sin la cooperación de los liberales, tendremos que ir a la dictadura, y eso no lo propondré yo jamás. Ese es el motivo de que considere inevitable la crisis.”

No rectificamos, nuestro aserto de que Maura fue asesinado políticamente al salvarse tan milagrosamente de ser asesinado físicamente; pero debemos reconocer que en su asesinato político hubo también un tanto de suicidio.

El “anónimo” comunicante le decía a Maura esto:

“El 22 de octubre de 1909. Si esto es cierto, se arrepentirá usted de haber pensado de ese modo. Estas ocasiones no suelen presentarse dos veces; y es muy difícil que se presente otra tan buena para borrar de una vez la Anarquía, que, poco a poco, o con algunos saltos, se irá apoderando de España. El momento a que A B C se refiere será un momento histórico”.

Y terminaba:

“...un carlista antiguo, que es ya ciervista, y casi, casi, maurista.”

Como vemos, la Monarquía saguntina, frente a la violencia de la revolución, hubiera podido disponer de la violencia tradicionalista, que, como ha presenciado nuestra generación, no era cosa despreciable en el combate. 

Hubiera podido disponer la Monarquía saguntina incondicionalmente de la Comunión Tradicionalista para cuanto supusiese defensa de la existencia e independencia de la Patria.

Y, acaso, sea ésta la mayúscula responsabilidad de Maura: la de no haber permitido con su doctrinarismo liberal la transformación de la Monarquía de Sagunto en una Monarquía nacional, dejando de ser una Monarquía de partido, del partido liberal, apartándose del camino de la revolución, que era el de su fatal suicidio como institución y el suicidio de España como nación.

EL GOBIERNO DEL “HERMANO” MORET

Sólo tres nombres merecen ser destacados de la formación ministerial.

El de Moret, que ocupa Presidencia y Gobernación; es decir, que acapara en sí los dos Ministerios políticos del Gobierno.

El del general Luque, el de aquel militar que hacía horas tan sólo que había dicho en los pasillos del Congreso:

“Yo no tengo de monárquico ni el canto de un duro, y a poco que me aprieten, tiro también el duro”.

A este general se refería un célebre revolucionario portugués al decir que cuando visitaba a Salmerón, el jefe de los republicanos, hallaba en su casa a un general, que, cuando volvía a Madrid, se lo encontraba de ministro de la Guerra.

Otro nombre a señalar es el de Santiago Alba, que no había sido hecho ministro por Moret, pero si subsecretario de Gobernación, ministro de hecho en realidad, para no molestar a otros “prestigios” del Partido con más fuerza política y más antiguos. Si recordamos a Santiago Alba ocupando la presidencia de las Cortes republicanas, sin protesta ni obstáculo de nadie, ya podremos formarnos una idea sobre su personalidad verdadera.

La extraña formación ministerial fraguada por Moret, de la cual se hallaban ausentes las personalidades más importantes del Partido liberal, y ni siquiera tenían representación proporcional sus tendencias, indicaba que el Gobierno era una conspiración, en la cual se comprometía solamente Moret, como cabeza, y Luque como brazo, siendo el resto de los ministros figuras de segundo plano; meros comparsas.

Frente a esta realidad...

¿QUÉ HACE MAURA?.

Palabras, palabras y palabras…

El día 25 reúne el destituido Presidente a las mayorías de ambas Cámaras del Partido en el Senado, y les habla:

“Fuimos a las Cortes —¡perdonad la candidez!— creyendo yo que ellas solas eran el remedio. Porque decía yo: Entre mis adversarios los tenemos enconados; estarán encendidas las pasiones; pero ¡la probidad, el amor patrio, estarán allí; eso no se habrá perdido! (Aplausos.)”

El mismo Maura se califica de “cándido”… ¿Y, siéndolo, se puede ser un gobernante?... ¿Patriotas los defensores del traidor y asesino Ferrer?... ¡Ya es candidez!... ¿Patriotas los que han servido al colonialismo francés, traicionando a nuestros soldados en campaña?... Eso no es “candidez”; es total estupidez.

“En las Cortes no sucedió lo que esperaba, que era levantarse todas las voces para decir una de dos cosas: o yo estoy con los que infaman o yo estoy para afirmar que mi Patria no es una patria de bandidos.

(Aplausos.)

“No; creyeron las oposiciones que aquello no era contra España, sino contra el Gobierno, y con el agua de aquel molino, con el agua de aquella cloaca, pusieron la turbina para hacer su labor.

“Impedida toda función legislativa, se le presentaba a aquel Gobierno esta disyuntiva, esta tremenda e ineludible disyuntiva: o ponerse a gobernar sin Cortes, con reales Decretos, supliendo con órdenes del Rey la función legislativa de las Cortes con el Rey, y hacer frente a la cuestión de orden público, hallando apiñados y revueltos a los anarquistas y socialistas con los ex ministros del Rey y ex presidentes del Consejo

(Grandes y prolongados aplausos)…

…o franquear la función legislativa, diciendo a los que así procedían: Bien, venid aquí, y os votaremos nosotros lo que vosotros no queréis votarnos en interés de la Patria y del Ejército. Y hecho esto, llevar el conflicto ante la opinión pública, y preguntar a España si quiere que esto suceda en su política o si quiere redimirse de semejante lepra

(Aplausos.)”

¡Todo un planteamiento de la cuestión!... Un falso planteamiento, claro está; porque no hubo disyuntiva en el terreno de los hechos. No hubo tentativa siquiera de gobernar con una mayoría parlamentaria ni con reales Ordenes. Lo único fue decirles: “Venid aquí, y os votaremos nosotros, lo que vosotros no queréis votarnos en interés de la Patria”... ¿Pero dónde se hallaba el “insoluble” problema planteado por negarse la minería liberal a votar?... Porque, aún ofreciéndoles votar los conservadores cuanto se refiriese al Ejército, Moret no aceptó ir a las Cortes... ¿y qué pasó?... Pues eso, no pasó absolutamente nada.

Y continuó:

“Por el procedimiento que habéis visto, y que os he recordado, han sustituido al partido conservador unos hombres que no han entrado en el alcázar del Poder con la bandera de sus doctrinas, si tuvieran tal bandera, que no la han desplegado, ni usado, ni esgrimido en la contienda. Han entrado por la censura de la represión de los crímenes de Barcelona, por la asociación con la opinión exterior que infamaba a España, por nuestra actitud en lo que se refiere a la represión interior, puesto que sobre Melilla no se había formulado tampoco política contraria a la de aquel Gobierno.

 (Muy bien, muy bien.)

“Con unanimidad en el Gabinete, con las mayorías a su lado y con la confianza de inmensas muchedumbres, abandonamos el Gobierno.”

¡Y viva la democracia y el sistema parlamentario!... Sólo cuando conviene a la Revolución.

“No han entrado los liberales en el Poder desplegando una bandera si tuvieran tal bandera.

(Muy bien.)

Están en el Gobierno por las sentencias de los Consejos de guerra de Barcelona, por la presión de los elementos extraños agitadores. No están en el Gobierno por ideas políticas determinadas, están por consecuencia de lo que dejo expuesto.”

Sí, señor Maura. Estaban en el Gobierno por ideas políticas, y bien determinadas, por las ideas de ir a la Revolución, logrando que triunfase la que acababa de ser derrotada.

Y sólo copiamos ya este único párrafo:

“Ciego ha de ser quien ignore a dónde se va. Contra eso hay la propaganda, el voto, la intervención constante, para hacer sentir a los Poderes públicos el verdadero estado de la Patria.”

Ciertamente: ciego había de ser quien ignorase a dónde se iba. Ciego Maura, que no veía se iba a la Revolución; porque, de saberlo él, era estupidez, sin dejar de ser traición, que contra ella nada valía propaganda, voto, intervención y demás zarandajas.

La Revolución es el hecho de plantear la solución en el terreno de la violencia, es un hecho de guerra, y en el mismo terreno ha de serle planteada la batalla, o triunfa de manera fatal.

¿Revolución en beneficio de quién? La mayoría de la prensa extranjera y de las Agencias periodísticas del exterior, respondió a esa pregunta con suma elocuencia.

Ramiro de Maeztu, lejos aún de su conversión, corresponsal por entonces en Londres de La Correspondencia de España, el día 26, se expresaba así:

“La impresión primera que produce la noticia de la dimisión del Gabinete Maura en Londres no puede apenas describirse. Es como si el mundo entero despertara de una pesadilla insoportable. Esta es precisamente la palabra que emplean los periódicos en sus carteles anunciadores.”

En días sucesivos, el mismo periódico tradujo y publicó mucho de lo publicado por la prensa extranjera, toda ella regocijada por la caída de Maura, ya que sus dueños, judíos y masones, monopolizadores de la opinión impresa, alardeaban de su triunfo en nuestra Patria.

Si un ápice de patriotismo hubiese restado en la izquierda española, el espectáculo debía producirle vergüenza. No supondría que tanto alborozo de gentes extranjeras podía suponer nada bueno para su propia Patria; porque no pensarían que incurrirían tantos personajes en la contradicción de haber deseado el engrandecimiento de España, cuyos intereses y reivindicaciones se hallaban en colisión con los de sus propias naciones.

En puerta se hallaba la negociación hispanofrancesa sobre Marruecos, y si el gobierno de Moret hubiera sido considerado por los periódicos franceses, por ejemplo, como un decidido defensor de los derechos españoles, nadie debía dudar que su alegría por motivos ideológicos hubiera tenido la sordina de los motivos políticos.

Frente a estas realidades constantes, resultan huecas estás palabras triunfales, pronunciadas por Lerroux al llegar a Madrid desde Francia, cuando sabe disfruta ya de plena impunidad:

“No perdamos el tiempo. Tenemos mucho que hacer para dar la batalla al clericalismo, que en todas partes pretende retrogradar la Historia, y en España, singularmente, ha estado a punto de derrocar todas las conquistas democráticas.

(Ovación.)

”Una corriente general de solidaridad, tácitamente concertada por los pueblos, lucha por la defensa de las libertades, oponiéndose a la corriente avasalladora de la reacción clerical.

(Aplausos.)

"Nosotros reanudaremos nuestras luchas, afirmando, en primer término, la permanencia definitiva, la intangibilidad de estas cuatro libertades; la libertad de pensamiento, la libertad de reunión, la libertad de asociación y la libertad de la prensa.

(Indescriptible ovación y muchos vivas a Lerroux.)”

A tales afirmaciones, repetidas mil veces, en el torbellino de mítines y manifestaciones en que desborda la euforia revolucionaria, nadie responde. El Gobierno de Moret, el “defensor oficial de las Instituciones”, calla como un muerto.

Y ha de ser el propio Rey quien rompa una lanza verbal en honor dé la verdad.

El día 2 de noviembre, dará cuenta El Imparcial de las declaraciones hechas por don Alfonso a Le Journal de París, que fueron así:

’“Yo no sabría decir a usted cuánto me ha apenado, cuánto me ha entristecido ver que en Francia se daba a los sucesos que han seguido a los disturbios de Barcelona una interpretación falsa. No me refiero a las multitudes, para despistar a las cuales bastan algunos artículos de periódico. La muchedumbre es siempre generosa, siempre está pronta a secundar lo que cree la justicia, a tomar partido por el derecho y por la verdad, que a menudo no es sino la verosimilitud; la muchedumbre va de un salto hasta el límite de su función; batalla y se manifiesta por una idea que le parece justa, y que a veces es errónea. No; yo no atribuyo a la multitud lo ocurrido, no quiero atribuírselo; es que la vieja sangre latina ha hervido en ella. Lo que no puedo concebir es que entre los protestantes se hayan podido encontrar hombres de esos a quienes se llama intelectuales. ¿Cómo un sabio, que no osaría proclamar un descubrimiento sin haber comprobado cien veces sus, experiencias; que con razón permanecería en la duda hasta que no hubiese pesado los miligramos y contado las células; que, respetuoso con su ciencia, se negaría a emitir una verdad hasta que ésta no se le apareciera evidente, demostrada, irrefutable; cómo este mismo sabio, este mismo intelectual, protestará, sin previa investigación, contra un fallo dado conforme a leyes que no conoce él y bajo una garantía que tiene algún valor: la del honor de los militares españoles? ¿Qué idea es entonces la que en Francia se tiene de España? De dar oídos a ciertos franceses, parecería que éramos de un país de salvajes. ¿Dónde está en nuestra historia esa Inquisición de que vuestros periódicos hablan tan fácilmente? ¿Y vuestras guerras de religión? ¿Y aquella frase histórica de: “¡Mata, mata! Dios reconocerá  a los suyos?” Yo soy un Monarca constitucional, tan constitucional, que ni siquiera tengo la iniciativa del indulto. No vea usted en mis palabras la expresión de ningún resentimiento, sino la afirmación de un hecho. Nosotros tenemos Tribunales militares, cuyo honor no puede ser puesto en duda; tenemos un procedimiento, bueno o malo; tenemos una prensa, útil o nefasta. Estos son hechos, y con los hechos vivimos. Que el extranjero ahorre sus críticas y sus consejos a las Naciones que conoce imperfectamente. ¿No habéis tenido vosotros en vuestra casa una cuestión Dreyfus? ¿Nos hemos mezclado nosotros en ella? Estas criticas francesas me han entristecido, más bien que irritado; porque yo amo a vuestro país, y no puedo olvidar que fue en Francia, en vuestro París, donde hice mis primeras armas de Soberano al lado de un venerable Jefe de Estado, a quien tuve el dolor de ocasionar un peligro. Hablemos de Melilla. ¿Qué ha visto usted allí?”—dijo don Alfonso al corresponsal de Le Journal, dando por terminadas sus declaraciones sobre el asunto Ferrer.

El periodista hizo al Rey un elogio del heroísmo de los Oficiales españoles y trazó un paralelo entre las expediciones militares de Casablanca y Melilla, y S. M. acabó la entrevista con estas palabras:

“Francia y España no pueden olvidar su acción común en Marruecos, ni las condiciones, estrictamente delimitadas, de la misión que han de cumplir allí. Cuando de un tratado se dice que es secreto, es precisamente porque ha dejado de serlo. España da en este asunto su palabra. Tomadla, porque es ella la prenda más segura que podéis tener, y no se concebiría que en Francia se atribuyese a España intenciones incompatibles con los compromisos adquiridos por ella.”

Irrefutables, lector. Sobra todo comentario, porque sólo serviría para empalidecer las luminosas palabras del Rey.

Eco de las reales palabras pueden considerarse las escritas por el señor Redonet, hijo político de Maura, en una carta electoral:

“Es indudable que, por virtud de estos hechos evidentes, los españoles que en la cosa pública se ocupan quedan divididos en dos grandes agrupaciones: una, en que figuran los partidarios del motín, del saqueo y del incendio, de la revolución y los que con tales gentes simpatizan o transigen, y, otra, en que nos sumamos todos los que tenemos la arraigada convicción de que sin una fuerte disciplina social, sin un respeto muy hondo a la autoridad y la ley no hay sociedad, ni siquiera vida posible.”

Palabras verdaderas ciertamente, pero sólo palabras. A los políticos y ciudadanos les correspondía realizar algo más.

No traemos aquí la permanente compaña de agitación desatada por las izquierdas con la complacencia gubernamental.

A tal campaña se sumará con una “elegancia” moral muy discutible, Francisco Cambó, el explotador hasta el extremo del error maurista en la cuestión separatista, con olvido de tantas alabanzas como recibiera él caído presidente, al ser fiel hasta el extremo a los compromisos contraídos con él.

Y le dirá:

“Con motivo de la represión gubernativa, un sentimiento de lealtad —¿lealtad para con quién?—, me obliga a dirigir censuras al Gobierno del señor Maura. El primer error que cometió fue enviar un gobernador civil que tenía una tacha que le incapacitaba para el ejercicio del cargo: el desconocimiento absoluto de Barcelona.”

Y así seguía Cambó haciendo cargos contra Maura, y con el mismo fundamento; porque Ossorio y Gallardo fue nombrado con su beneplácito y a él “facturado”, como se dijo en plena Cámara, y parte de sus errores y traiciones se debieron a las sugestiones irresponsables, por no demostrables, del “aliado”, el señor Cambó; especialista ya entonces en organizar derrotas de las fuerzas dirigidas por él o aliadas.

Sólo apuntar esto de momento. Prometemos a los lectores penetrar a fondo en la extraña e ignorada personalidad de Cambó cuando, allá en 1917, entre de lleno en la política nacional, y su influjo empiece a ser más evidente por lo siniestro.

El adjetivo no es nuestro. Es de apologista suyo; acaso del propió Cambó; de todos modos, de quien fuera el autor del prólogo a un libro suyo, editado en Buenos Aires, en 1929. Dígasenos si el adjetivo de siniestro no cuadra para el hombre capaz de esto;

“Cambó es un espíritu revolucionario, que no quiere ponerse fuera de la ley. Cambó es capaz de hacer aprobar una ley, para que sus actividades revolucionarias sean toleradas y consentidas por los mismos poderes que trata de derribar.”

Por estas fechas (8-XI-1909) visitó Madrid el Rey don Manuel de Portugal. Hacía poco que había quedado huérfano por el asesinato de su padre, pues, asesinado a la vez su hermano, el príncipe heredero, debió él ocular el trono en temprana edad. Sólo pasarían meses y la Revolución anárquico republicana lo derribaría, obligándolo a huir.

Nadie ha hecho el paralelo de las dos monarquías peninsulares. Si se hiciera, fácilmente se vería que las fuerzas revolucionarias eran más potentes y audaces en España. Perdura veinte años más la Monarquía en nuestra Patria, y el argumento surge por sí mismo: las dotes de don Alfonso XIII fueron muy superiores a las de los monarcas portugueses; debiendo agregar que Maura, La Cierva y, sobre todo, el general Primo de Rivera, contribuyeron también a que perdurara cuatro lustros más la Monarquía en España.

Poco de trascendente sube a la superficie política durante la etapa gubernamental de Moret; sin duda, lo importante no se ve. Sólo unos detalles aquí y allá surgirán para poder adivinarlo.

Lerroux, el que ha permanecido “prudentemente” más allá de la frontera durante la Semana Trágica, entrará en Barcelona con honores de Emperador triunfante. Lo recibe la masa bullanguera de asesinos, incendiarios y violadores a los acordes de la marcha La Vuelta del Caudillo y de la Marsellesa. Dirá en su arenga:

“¡Queremos la Patria, pero antes queremos la libertad!”

Y nadie osó decirle, respondiendo al manido slogan:

“¿Y cómo tendrá un pueblo libertad sin Patria?”

Con la Revolución en el Poder, gracias al masón Moret, es rentable políticamente ufanarse de haber participado en la Semana Trágica. Por ello, el masón Lerroux reivindicará para sí la paternidad espiritual, ya que la material le impidió su miedo alcanzar la de aquella traición y salvajada. Y dirá:

“Cuando recibí noticias de lo que aquí pasaba sentí aquella satisfacción interior que siente el maestro al ver que sus discípulos realizan su obra. Quienes lamentan la quema de conventos son hijos de aquéllos, que no hace un siglo los quemaron con los frailes y monjas dentro.”

Lo primero, cierto; en cuanto a lo segundo, cierto en parte; los políticos del Partido Liberal y toda la izquierda, con bastantes conservadores, más o menos arrepentidos sinceramente, fueron los incendiarios de La Gloriosa; esto es evidente. Como hemos visto, Sa-gasta, el político más importante de la Restauración, fue un violador de sepulturas reales, ¡qué no harían sus huestes progresistas!

ROMANONES, “GRANDE” DE ESPAÑA

Moret había puesto a la firma de S. M. el decreto concediéndole la “grandeza” a Romanones.

Sus méritos para el supremo honor aristocrático debió colmarlos con su frase en la última sesión del Congreso, cuando dijo que hablaría en la próxima sesión y vería si hablaba por última vez como monárquico.

El chantaje del aristócrata a la Corona, y al cual se doblegó a las pocas horas, bien merecía ser premiado con una “grandeza” par con la dimensión de su amenaza de traicionar a la Institución y al Rey.

Aquella victoria del chantaje del Conde, dándole todo su político carácter, fue celebrada con un banquete, al cual concurrieron todos los jerarcas liberales en pleno. Hubo muchos discursos rebosantes de euforia, cerrándolos el nuevo “grande” con el suyo. Terminó el “grande” brindando por el Rey, por el partido y por su jefe, Moret. A poco más de un mes, “el “grande” traicionaría descaradamente al “querido” jefe. ¿Cómo no?, la “grandeza” le había demostrado que la traición era rentable con muy elevado tanto por ciento.

Y el nuevo “grande” —¡qué caramba!— era un financiero pura sangre

Que sepamos, nadie fue capaz de evocar en el fastuoso banquete aquellos pobres frailes asesinados, las ruinas de templos y conventos calcinadas ni los soldaditos muertos en las escarpas rifeñas, evocación absolutamente necesaria, porque la demagogia masónica emborrachó a las masas haciéndolas creer que los soldados partían para el Rif y allí morían para defender unas minas propiedad de los frailes por intermedio de su testaferro Comillas, hemos dado abundantes textos.

Y allí estaba el nuevo “grande”, agasajado por políticos y prensa; por los mismos políticos y la misma prensa que hizo “mineros” culpables de la guerra a los asesinados frailes, callando cuidadosamente que el auténtico minero, un minero pura sangre, era Romanones, ¡el grande!

Tal era la Historia de silencios que la Masonería ordenó hacer.

MORET, EN ESTATUA

El día 28 de noviembre, con gran solemnidad, se verificó el descubrimiento de la estatua erigida en Cádiz, al h.  Cobden, don Segismundo Moret, presidente del Consejo a la sazón.

Una estatua parece ser uno de los honores más extraordinarios; y, en justicia, sólo pueden merecerlas los grandes hombres de la Nación.

Pues, bien; invitamos a nuestros lectores a realizar un experimento: pregunten a sus hijos bachilleres y universitarios quién fue y qué de grande hizo Moret. Y sus respuestas les darán la medida de sus méritos para verlo magnificado en el bronce de su estatua.

Claro es, el caso de Moret no es único; las plazas españolas están profanadas por multitud de fantasmones masones, cuyo único mérito para merecerlas fueron sus traiciones; que sólo sus traiciones les elevaron a tal honor, en tanto, sólo en la memoria de los patriotas tienen su estatua una legión de grandes reyes, conquistadores y héroes, ¡con qué gusto fundiría el autor tanto masónico bronce como aún hay por ahí para moldear las estatuas de Carlos y Felipe, de Cortés y Pizarro, de Juan de Austria y Cervera, de José Antonio y Onésimo, de Maeztu y Pradera, de Mola, Moscardó, Yagüe, Varela y de tantos y tantos más cuyos nombres llenarían páginas y páginas como llenan las de toda nuestra Historia!

Volvamos a los merecimientos de Moret.

Cinco días antes de ser descubierta su estatua, hizo unas declaraciones M. Pichón, ministro de Asuntos Exteriores de Francia, en la Cámara, y refiriéndose a otras declaraciones hechas por el general colonisa D’Amade, se lamentó de que tal general “hubiera querido defender intereses cuya custodia no le ha sido confiada” —defenderlos frente a España, claro está— y añadió:

“Ofreció también España retirar sus tropas una vez que hubiese restablecido el orden en el Rif. El Gobierno del señor Moret ha reiterado las mismas seguridades que dio el anterior.” ,

El mismo día en que se inaugura la estatua del que “está de acuerdo con Francia” en retirar nuestras tropas, el ministro de Estado español, Pérez Caballero, confirma lo dicho por el francés en unas declaraciones hechas a Le Temps; manifestando que estaba de “completo acuerdo con su colega francés, cuyo discurso había de producir seguramente el mejor efecto en toda España (?) y en el ánimo del señor Moret”.

¿Merecida la estatua, lector?..

Al día siguiente, los “amigos” y protegidos de Moret colocan tres bombas en la puerta del convento de religiosas de Jerusalén, de Zaragoza, cuyas mechas son apagadas, evitándose la explosión. Junto a los artefactos explosivos es hallado un papel que dice: “Vengar a Ferrer”.

Sin duda, el dinamitero seguiría creyendo que aquellas pobres monjas de Jerusalén eran “mineras” del Rif.

La “pacificación” ofrecida por Moret era evidente.

En un mitin electoral republicano socialista, celebrado en Madrid, dirán:

“Las instituciones serán, a partir del primero de año, huéspedes molestos en Madrid.”

Y Pablo Iglesias agregó:

“No puede haber tranquilidad ni orden en España mientras existan las actuales instituciones.”

La “pacificación”, continúa Pablo Iglesias, el “pacífico apóstol”, que nos legó la estampa masónica, declarará en el periódico La Mañana, el día 7 de diciembre:

“Tan ignominiosa sería para el país la vuelta de Maura al Gobierno, que a todo será necesario apelar antes que tal cosa suceda. El que atropelló todos los fueros humanos para reprimir los sucesos de julio; el que fusiló inocentes como Baró e infelices como Clemente García; el que cometió no sólo el crimen de matar a Ferrer, sino la sin igual locura de desafiar a la opinión y al sentimiento de todo el mundo civilizado; quien todo esto hizo, ya que no haya pagado con su vida tanto mal, está imposibilitado para ocupar el Poder. Y si alguien intentara llevarle a él, si con el esfuerzo de los suyos Maura pretendiera ocuparle de nuevo, todo, todo estaría justificado para impedirlo: desde la protesta ruidosa, la huelga general y la revolución, hasta el atentado personal.”

Algo se trasluce de las intenciones de Moret, pues el día 10 visita a Montero Ríos para desmentir las acusaciones conservadoras de que se halla entregado a las izquierdas antidinásticas, y declarará textualmente y cínicamente:

“Esto —aseguró el señor Moret— es totalmente inexacto; no tengo pactos de ninguna clase con esos elementos; además, los que han faltado, después del discurso de Zaragoza, son ellos, combatiendo desconsideradamente al Gobierno.”

Al parecer, Luque, el del “canto del duro”, hace mangas y capirotes con las recompensas militares de la campaña; sin duda, busca crear agradecidos para sus torcidos y subversivos fines ulteriores.

Se produce agitación entre la oficialidad de la guarnición de Madrid. Hay denuncias del general Lloréns, tradicionalista y diputado, secundándolas con el seudónimo “Santiago Vallisoletano” el oficial don Gonzalo Queipo de Llano.

Hay cambios de mandos en varios regimientos y arrestos de algunos militares, Queipo, Amado, Golfín y es detenido en el mismo despacho de Luque el oficial y diputado señor Pignatelli.

Se habla de un ministerio presidido por Weyler.

Por cierto, que en aquella ocasión “enseña la oreja” por primera vez el señor Sánchez Guerra, futuro jefe del partido conservador:

“Desde hace mucho tiempo se viene falseando el concepto verdadero de la inmunidad parlamentaria, que, según espíritu que se desprende de la Constitución, no puede ser otro que el ejercicio, sin trabas de ninguna clase, de las funciones de diputado o senador; pero de ninguna manera puede referirse a otros actos de la vida, que nada tienen que ver con aquéllas. Suponer otra cosa es hacer a diputados y senadores de una casta superior y diferente a la de los demás ciudadanos. Si los hechos han sucedido como los refiere la prensa, no cabe la menor duda de que el Gobierno ha tenido perfecto derecho para detener al señor Pignatelli.”

¡Cómo se pronunciaría luego cuando los afectados eran diputados de izquierda!

Romeo, el director de La Correspondencia de España —de Francia, mejor— es absuelto de haber incitado a la rebelión militar. También lo es Sol y Ortega de haber intentado incendiar el convento de los Jesuitas en Barcelona, ¡pueden las rebeliones y los incendios continuar!

Todo esto y mucho más trascendía, sembrando la intranquilidad sobre el próximo futuro.

Dentro del Partido Liberal existía también agitación, pero por otros motivos, nada patrióticos y en absoluto personales.

Como se ha dicho, Moret había constituido un Gobierno personalísimo, según inducimos, el más apropiado para su premeditada traición al Rey. Los demás jefecillos, Montero Ríos, García Prieto y, sobre todo, Romanones, temieron que las Cortes a elegir por Moret, previa obtención del decreto de disolución de las mauristas, resultasen también personalísima de Moret; temiéndolo con fundamento, pues Alba, subsecretario de Gobernación, y en funciones de ministro, era muy capaz de fabricar unas cámaras así.

Este disgusto de los jefecillos, liberales tuvo ciertos escapes que trascendieron a la prensa, que más o menos claramente acogió los rumores.

Muchos creyeron que el Rey trataba de solucionar la crisis interna del Partido Liberal cuando en el Consejo de Ministros celebrado bajo su presidencia el día 3 de enero se expresó así :

“El partido liberal —dijo el Rey —tiene que decidirse a gobernar en España, entendiendo por gobernar no sólo ocupar el Poder, sino acreditar con actos y reformas la significación que le es propia. El partido liberal tiene necesidad de estar unido, de suerte que en él queden ponderados todos sus matices y tendencias, y yo deseo para él una vida larga y fecunda. Dentro de mis funciones, como Rey constitucional, estoy dispuesto a aceptar íntegramente la obra del partido liberal y a secundarle para que esta obra responda a un alto sentido de gobierno y a las exigencias del país.”

Moret sólo vio en esos conceptos unas frases formularias del Monarca, y no advirtió que fue alterado el programa previsto; y el Rey, en lugar de salir para Sevilla, se quedó cazando en las proximidades de Madrid.

LA MANIOBRA DE ROMANONES EL “GRANDE”

¿Supo algo de la verdad o toda ella el conde de Romanones? ¿Llegó hasta él por sus relaciones palatinas noticia de las intenciones del Rey?. Su hijo, Villabrágima, buena escopeta, era un asiduo compañero del Rey en las regias cacerías. Es un detalle o un indicio valioso. No diremos que llegase a conocer el auténtico motivo de la decisión tomada por el Rey, que se lo reservó al parecer, hasta que dejó de reinar.

Si hubiera conocido el hecho que determinaba las intenciones del Monarca, dudamos mucho de que Romanones hubiera llegado a realizar el gesto que sirvió al Rey de pretexto para lanzar a Moret. Jamás Romanones fue capaz de nada eficaz ni decisivo contra la Revolución, y lo hecho por él en la ocasión no podía ser una excepción.

Contémoslo:

El día 8 de enero convocó Romanones una reunión en el Círculo Liberal. Aquel local, siempre desierto, cobró de repente una extraña animación. El Comité de Madrid se presentó en pleno y también comparecieron muchos diputados y senadores del Partido.

El conde, presidente del Comité y del Círculo, en violento discurso dio cuenta de las razones que le habían impulsado a poner la dimisión de ambos cargos en manos del jefe del Partido, el presidente del Consejo.

Su afirmación principal sobre su determinación fue la de que “Moret colocaba en manos de los republicanos todos los instrumentos que pueden considerarse como más eficaces y decisivos en las luchas electorales”.

Los concurrentes acogieron el final del discurso con una nutrida salva de aplausos; acordando por unanimidad secundar la actitud del conde, y, a tal fin, redactaron en el acto una comunicación dirigida a Moret en la que todos renunciaban a sus cargos también.

El Rey había regresado de una finca de Galapagar a Madrid la noche anterior y por la mañana pidió a Moret que fuese a Palacio.

El presidente acudió, llevando en la cartera el decreto de disolución de Cortes. Era la respuesta que pretendía dar a los indisciplinados; pues, el decreto en sus manos le suponía poder bastante para reducirlos a la nada.

En julio de aquel año, por provocación de Melquides Alvarez, hablaron Moret y Canalejas de la crisis. 

He aquí lo esencial de cuanto ambos dijeron.

Moret:

“Dijo ayer el señor Álvarez que la crisis estaba rodeada de misterios y que de esos misterios éramos dueños el señor Presidente del Consejo de Ministros, el señor Presidente de la Cámara y yo. He de decir francamente que yo no veo misterio alguno y que, por mi parte, no tengo ninguno que revelar ni ningún secreto que guardar.

“Tiene razón el señor Álvarez, la tenía ayer cuando suponía que el jefe de aquel Gobierno había tenido la confianza completa y absoluta de S. M. hasta el último momento. Verdad.

”Nada tengo que decir de mis relaciones con el Jefe del Estado antes del día 5 de febrero. La confianza de que disfrutaba era omnímoda y tan completa que, rebasando los límites de la política, se extendía a todas las esferas de la vida social, dejando en mi memoria lisonjeros y agradecidos recuerdos.

“La víspera de Carnaval, S. M. se sirvió indicarme que pasaría fuera de Madrid el domingo y el martes, citándome para el lunes; pero llegado éste, me hizo saber que, habiendo de marchar a Ríofrío, quedaba aplazada la entrevista.

“El miércoles recibí aviso de adelantar la hora habitual de la audiencia. Llegué, en efecto, a las diez y media, sorprendiéndome no encontrar en la Cámara a los ministros de la Guerra y de Marina, a quienes correspondía el despacho. El Rey me recibió en seguida, y como de costumbre, me preguntó qué ocurría. Y como desde el sábado anterior no había tenido el honor de despachar con S. M., le respondí mencionando los dos asuntos que reclamaban su atención: el uno, la actitud y conducta del nuncio a consecuencia de la conversación tenida con el Rey el jueves anterior, y el otro, el incidente promovido por la deliberación habida en el Ayuntamiento de Madrid acerca de la aplicación de la ley Municipal para el nombramiento de sus empleados.

“Pasé después a exponer la transformación que había sufrido el acuerdo municipal referido, en virtud de la enmienda redactada por el señor García Molinas y el desenvolvimiento lógico y sencillo que imprimía a la cuestión, con ventaja para todos y especialmente para el Municipio.

“Fue, sin duda, mi relato algo prolijo, porque S. M., interrumpiéndome, me preguntó si sobre este asunto y en su relación con las próximas elecciones no había ocurrido algún hecho importante. Respondí que, en efecto, la noche anterior y a última hora me habla sido remitido un documento firmado por el Comité electoral de Madrid, presentándome su renuncia, por entender que sus elementos electorales quedaban muy mermados si prosperaba el acuerdo de dejar al Ayuntamiento el nombramiento de sus empleados; añadiendo que llevaba el documento para dar cuenta al Rey, pero que me había reservado hacerlo en el último momento, porque sobre él me proponía plantear la cuestión de confianza.

“Terminé, pues, brevemente lo que me restaba decir, y di cuenta a Su Majestad de la renuncia del Comité electoral, cuyo contenido no creyó necesario conocer, y una vez hecho, añadió: Como este documento supone una escisión en el partido liberal y como esa renuncia se funda en un acto que afecta al Gobierno, éste necesita saber si continúa disfrutando la confianza absoluta del Rey; porque, si la tiene, esta noche quedarán expulsados del partido todos los firmantes del documento, y si no la tiene, es inútil que moleste a Vuestra Majestad ocupándome de él. 

“El Rey no contestó a mi dilema, pero se lamentó amargamente de las formas que afectaba la política y de lo odioso que debía, ser para los hombres políticos el tener que vivir en semejante atmósfera. Y después de deplorarlo en términos de gran sentido, me indicó que Iba a llamar a los señores Montero Ríos, López Domínguez y Canalejas para saber exactamente cuál era su actitud y apreciar hasta qué punto podía contar el Gobierno con el apoyo de sus amigos.

“Como S. M. no me consultaba sobre este llamamiento, comprendí que me retiraba su confianza, y así se lo manifesté, pidiéndole su venia para retirarme.  Pero antes de hacerlo, y atento al cumplimiento de mis deberes para con la Corona, manifesté a S. M. que en la cartera llevaba también el decreto de disolución de las Cortes, por si el Rey prefería motivar la crisis en su negativa a firmarlo. El Rey no lo creyó necesario, y yo me despedí de S. M. rogándole, como un gran favor, se sirviera constituir el nuevo Gobierno cuanto antes le fuera posible”.

Sólo dos diputados aludieron la versión del h. Cobden, el poderosísimo hasta pocos meses antes; uno de los dos, su lealísimo don Natalio Rivas.

En su rectificación, después de hablar Maura, Moret lanzó su último dardo contra Canalejas:

“El partido conservador ha contribuido tanto a la creación de ese Gobierno, que no podrá fácilmente, en su seriedad y en su dignidad, volverse atrás. (Rumores en la minoría conservadora.) ¿No queréis que se os diga? Pues entonces, ¿qué significa la conducta que habéis seguido conmigo? ¿Es que hay alguien ahí que diga que la actitud de la implacable hostilidad no hizo caer al Gobierno que yo representaba? Pues eso fue facilitar y empujar el movimiento espontáneo para levantar al señor Canalejas. El señor Maura es bastante leal para darme la razón”.

Y Canalejas replicó:

“El Gobierno ha nacido después de ser planteada una cuestión de confianza. Yo aspiro, como el señor Moret, a que no pueda decírsenos que somos conservadores por nuestra culpa. ¿Es que hay una fuerza extraña a nosotros que perturba al partido liberal? No. El partido liberal no ha encontrado ninguna resistencia en el Poder moderador”.

Todo farsa; todo convenido. Por lo menos, ignorancia total del auténtico motivo que tuvo el Rey para destituir a Moret al cabo de cien días de Gobierno.

Nos lo hará saber hombre tan académico y ponderado como es el duque de Maura cuando de la Masonería se trata.

Tan ponderado que, poco antes, el dar cuenta de las frases chantajistas para la Corona de los “espadones” liberales Weyler y Luque, no da sus nombres. Mayor garantía de veracidad no cabe.

Según refiere, en la audiencia concedida por el Rey a don Antonio Maura después de caer Moret y ya presidente Canalejas, el Monarca le explicó:

“Me he visto obligado a despedir a Moret porque, sin mala intención (créanlo así también los lectores del h. Cobden), estaba sirviendo a los enemigos de España.”

El Rey le explica que se había decidido nombrar dos capitanes generales. para dar satisfacción al Ejército, y que los agraciados con el principado de la milicia serían Polavieja y Weyler, y añadió el Monarca:

“Los servicios de información de nuestra Embajada en París me comunicaron que en aquellas Logias masónicas se había tomado él acuerdo de impedir el ascenso de Polavieja, pero no el de Weyler.”

Y añadió don Alfonso:

“Comprenderá mi sorpresa y mi indignación cuando, a las pocas horas de saberlo, me dijo Moret al despachar, sin dar importancia a la cosa, ni explicación alguna a mí, que Polavieja no podía ser capitán general.”

La “ponderación” del duque de Maura sólo le permite extraer de, un hecho tan inaudito la conclusión de que aquello era sólo una “insensatez caciquil” en los nombramientos militares.

De manera que aquella injerencia del Gran Oriente francés, a través del masón Moret, subordinado a él, ¿sólo era una cacicada?

Demasiado ingenuo el duque de Maura y su colaborador, señor Fernández Almagro.

Que el Gran Oriente francés, cerebro de la Revolución en los países latinos, el que dirige la ofensiva que asesina políticamente a su propio padre, sólo quiere que alcance la más alta jerarquía militar Weyler, el izquierdista, y no Polavieja, el derechista, por pura caciquería... ¿no es esto?.

Ante todo, para un historiador del rango de los citados, hallar la prueba de la obediencia de un presidente del Consejo de Ministros de España a una entidad extranjera, al Gran Oriente de la Masonería francesa, es algo de una importancia histórica impar infinitamente más importante que averiguar si era el Rey don Sebastián el pastelero de Madrigal, o si Tutankamón murió de raquitismo o de apendicitis.

Esa obediencia demostrada de un presidente del Consejo español a la Masonería internacional es historia viva y trascendental no historia de lujo para entretener aristocráticos ocios y alimentar vanidades. Es la clave de nuestros desastres y nuestra decadencia; porque, como el masón Moret, tantos y tantos jefes de Gobierno también obedecieron los dictados de los Grandes Orientes extranjeros, y el anticristianismo y antiespañolismo que inspiró siempre las órdenes de tales Orientes fue una realidad en todos esos llamados “errores”; en todas esas traiciones de nuestros Gobiernos masónicos, que han costado a España su grandeza, torrentes de sangre y casi su misma vida.

En el caso concreto que nos ocupa, el nombramiento de Weyler como único capitán general era darle, para un momento dado, la suprema autoridad militar, con la cual, secundado por un masónico Gobierno traidor, como era el de Moret, hubiera logrado hacer triunfar muchos años antes un complot como aquel de la Noche de San Juan, en que participó rodeado de masones.

La deducción es correcta: logra la Masonería la caída de Maura, del vencedor de la Revolución, y con la elevación de Moret a la Jefatura del Gobierno y la de Weyler a único capitán general, con Luque en Guerra, la Monarquía española hubiera durado menos que la portuguesa... ¿para qué, si no se había de molestar el Gran Oriente francés?

Y pensar que el Rey, personalmente él, debía informarse de la trama y comprobarla mano a mano con el marrullero setentón de Moret, cuando sólo contaba veintidós años, ciertamente, reconózcase» don Alfonso resultaba un verdadero prodigio de Rey.

CANALEJAS AL PODER

El republicano Ciges Aparicio refiere que cuando don Alfonso asístió a los funerales de Eduardo Vil de Inglaterra escuchó la opinión de los soberanos que concurrieron a la Ceremonia sobre lo acaecido en España con motivo de la Semana Trágica, y atribuye al Rey estas palabras, como pronunciadas a su regreso, en París:

—¡Maura no! Jamás volveré a llamarle. Siete soberanos, entre ellos el Emperador de Alemania, han estado de acuerdo en que el fusilamiento de Ferrer ha sido un acto impolítico, peor que un crimen: porque ha comprometido mi reputación y el prestigio de España.

La fuente resulta demasiado dudosa; pero es la verdad que, ciertamente, si Maura volvió a ser llamado a presidir Gobiernos fue—como don Alfonso dijo, ya en el exilio, al duque de Maura—“con distinta significación personal”, sujetado gubernamentalmente por hombres y partidos adversos. Simplemente, apeló a Maura como prestigio personal indiscutido hasta por sus enemigos en los distintos momentos en que los errores y traiciones cometidos por quienes lo habían vetado y traicionado impusieron la presencia de Maura para evitas peligrosas reacciones nacionales; al suscitar la vuelta de Maura, en los patriotas y especialmente en el Ejército, esperanzas de remedió; es decir, servía su figura para adormecer ímpetus antirrevolucionarios. Pasado ese “peligro”, Maura volvió siempre al ostracismo. Como garantía de su docilidad, nunca entró La Cierva en las formaciones gubernamentales de coalición que Maura presidiera.

Si los hechos riman con el contenido de las palabras atribuidas al Rey, poco importa que no las pronunciara él.

Lo indudable debe ser que aquellos monarcas europeos así opinaron, según dice Ciges Aparicio, incluido el Emperador Guillermo. Con tales opiniones sobre la Revolución y sus hombres, no extrañará que casi todos perdieran el trono pocos años después. Europa fue casi enteramente republicana el año 1918.

Si nos inclinamos a creer en ese nefasto viraje mental del Rey, no dejamos de apreciar un poderoso atenuante a su favor. Don Alfonso contaba en aquella fecha sólo veintitrés años, y en su mentalidad juvenil habían de pesar las prestigiosas opiniones de aquellos siete monarcas, algunos soberanos de poderosos Imperios. Aparte de la del Emperador alemán, debió expresarle opinión igual el nuevo Rey de Inglaterra; opinión dada en lugar y momento singular, en los funerales de Eduardo VII, hermano en Masonería de Ferrer, un Rey masón muerto en su cama de muerte natural, un hecho muy elocuente para un joven Rey como Alfonso XIII, cuya vida la conservaba de milagro después de ser víctima de horrorosos atentados. Naturalmente, fácil, aunque falso, era el argumento a forjar: si los Reyes de Inglaterra morían de viejos en sus reales camas, era por no reinar y por no ser obstáculos para la Revolución, que podía triunfar plenamente en virtud del sufragio universal.

Falso el argumento, desde luego; pero con aparentes evidencias capaces de convencer a un joven monarca con su vida amenazada permanentemente por la dinamita y las balas. Porque nadie sería capaz de decirle que en tanto perdurase la secular alianza entre la Masonería e Inglaterra, su cuna, en tanto la Masonería sirviese a Inglaterra y se sirviese de ella contra los Estados adversarios de ambas, bien por razones de potencia o estratégicas, bien por razones religiosas o por ambas a la vez, caso de España, carecería de sentido que la Masonería debilitase a su aliada con revoluciones, que destruyese con regicidios la Monarquía inglesa, rompiendo la unidad imperial y nacional, fajada por la Corona británica. Bien podía el Estado británico en esa situación dada carecer de defensas fisiológicas, vivir en plena democracia, en tanto que el judaismo y su ejército cipayo, la Masonería, no; decidiesen inocular en su organismo político-social el virus revolucionario y anárquico... y esto no sucedería en tanto perdurase la secular alianza masónico-británica. Y perduraría, por lo menos en tanto existiesen en Europa monarquías católicas... porque, aparte de las razones de potencia y religiosas apuntadas, el ejemplo de la Monarquía británica, sin partido republicano en la nación y con unos Monarcas inmunizados contra el regicidio, era un ejemplo a imitar para los demás reyes europeos; ejemplo por el cual serían impulsados a dejar sin defensas fisiológicas los organismos político-sociales de sus respectivos Estados, creyendo así salvarse del peligro republicano y regicida, cuando en realidad quedaban indefensos y el ataque revolucionario les resultaba fatalmente mortal.

Y quede ahí esa síntesis radical, tantas veces evidenciada por la Historia.

LA EXTRAÑA PERSONALIDAD DE DON JOSE CANALEJAS

Vamos a honrar estas páginas con las palabras del gran don Juan Vázquez de Mella, según fueron publicadas por L’Echo de París en septiembre de 1910, en un articulo firmado por el tribuno tradicionalista encabezado con estas titulares:

“EN ESPAÑA—LA PERSONALIDAD DEL SEÑOR CANALEJAS. REVELACIÓN INÉDITA.

Los parlamentarios españoles son muy diferentes a los de otros países. Se parecen entre sí, pero cada uno forma una variedad distinta. La única unidad que entre ellos existe sería comparable a la de los cilindros de un mismo fonógrafo o a la de las películas de un mismo cinematógrafo.

”Uno de los ejemplares más curiosos de este género es, sin duda, don José Canalejas. Educado piadosamente por una madre admirable, sinceramente católica, fue de esta mujer superior de quien recibió las primeras impresiones, modificadas luego por la dirección de su tío don Francisco Canalejas, profesor en la Universidad de Madrid. Desengañado prontamente de la carrera universitaria, en la que no obtuvo los puestos que pretendía, Canalejas circunscribióse al foro y a la política.

Debutó en las filas republicanas, pero permaneció en ellas poco tiempo.

“Cristino Martos llevóle al palacio real, que no frecuentó mucho, sin embargo. Su ideal, durante los primeros años de su vida pública, fue la dictadura militar, y en favor de ella libró en la prensa ruidosas batallas. Al culto del sable se asocia lógicamente el del hisopo, y Canalejas convirtióse en el verbo de Polavieja, el general ultramontano que fue, durante cierto tiempo, la esperanza y el ídolo del clericalismo no carlista.

“El actual Presidente del Consejo corrigió entonces personalmente un célebre programa antiliberla y consagró a su defensa varios artículos en El Heraldo de Madrid. Desengañado bien pronto de esta táctica, Canalejas saltó de un Impulso al campo contrario, rompiendo con la Iglesia y vertiendo al castellano los discursos de Waldeck-Rousseau en Toulouse.

“Sin embargo, hubo en la vida de este hombre de Estado un paréntesis misterioso, ignorado de todos hasta el presente, del que voy a levantar, en parte, el velo protector, porque me considero hoy libre de todas las consideraciones que hasta ahora me habían impedido hablar. El suceso se remonta a 1896. Las guerras coloniales se presentaban cada día peor; la actitud de los Estados Unidos autorizaba los temores más exagerados, y la salud del Rey Alfonso inspiraba vivas y continuas inquietudes.

“Cánovas del Castillo, que había consagrado sus ocios al estudio de la decadencia española, con preferencia al de nuestras grandezas, se inclinaba al pesimismo, y arrastrado por sus negras ideas, pintó a la Regente doña María Cristina un cuadro de tal modo sobrecogedor de horrores, que el efecto fue diametralmente opuesto al que deseaba dicho hombre de Estado. La Regente debió creerlo todo perdido; contempló, dentro de su espíritu, el espectáculo de España agonizante, y en vísperas de ver cómo todo se hundía, lanzóse hacia donde la llamaban su sangre y su fe. Y pensó en salvar, a lo menos, el Trono, por medio de una fusión dinástica. El alma de esta empresa fue el cardenal Cascajares, gran figura de la Iglesia, que lucía sobre su púrpura la gran cruz de Calatrava, condecoración circunscrita exclusivamente a los sucesores de las más nobles casas del Reino. Partió para Roma, celebró varias entrevistas secretas con León XIII, y de regreso en Madrid alojóse, vistiendo el hábito de simple presbítero, en un humilde convento que, durante varios días, fue el punto de cita de eminentes parlamentarios y de ilustres generales.

“Cánovas del Castillo, presidente del Consejo, y Romero Robledo, su brazo derecho, ignoraron siempre estas reuniones, donde se discutían los medios de llegar a la solución siguiente: matrimonio de don Jaime con doña Mercedes (la hija mayor de don Alfonso XII, casada más tarde con el príncipe Carlos de Caserta) y coronación de ambos, desempeñando la Regencia don Carlos VII. Con objeto de llegar a la realización de este proyecto se .preparaba un golpe de Estado, combinado con un alzamiento, en las provincias carlistas, y apoyado por una parte del Ejército.

“Logrado el triunfo, sería nombrado un Gobierno provisional, compuesto de los jefes victoriosos, y de un alto personaje carlista, y este Gobierno procedería a la proclamación de don Jaime y de doña Mercedes. Ahora bien. ¿Quién era el agente más activo de las reuniones del pobre convento y la base principal de ellas? Don José Canalejas, presidente actual del Consejo de Ministros.

“Salvo el cardenal Cascajares, el señor Silvela y un hombre de Estado liberal, todos los otros asistentes a estos conciliábulos viven todavía, y también vivimos el marqués de Cerralbo, jefes entonces del partido carlista, y yo, que aun sin formar parte de los Comités secretos, estábamos día por día al corriente de todas estas negociaciones.

“Un religioso, familiar del cardenal Cascajares, me puso al tanto de la conspiración, por orden de Su Eminencia, y otra persona muy allegada a él iba todos los días a mi casa a darme cuenta del estado del asunto. Esta última persona vive todavía y se encuentra dispuesta a confirmar cuanto digo. Al año siguiente (1897) fui encargado por don Carlos de una misión especial, y tuve que hacer un viaje a Roma, y en el Vaticano aproveché una circunstancia para hablar del asunto a un alto, altísimo dignatario de la Iglesia, que no pudo disimular su extrañeza cuando supo que yo estaba al corriente de un secreto que creía sólo conocía» además de él, unos pocos iniciados.

“Sea como sea, la conjuración fracasó, porque don Carlos, siempre hostil a todo arreglo de esta naturaleza, negóse a recibir al enviado que debía hacerle proposiciones, y porque dos de los principales conjurados se arrepintieron. ¡Pero ninguno de éstos era don José Canalejas, que perseveró hasta lo último!

“Poco tiempo después convidóme el cardenal Cascajares a comer con él en El Escorial. Y durante toda la comida hablóme de la conspiración en presencia de varios convidados, que podrían testimoniarlo, y Su Eminencia no economizó los elogios que merecióle la conducta del señor Canalejas, cuya corrección, discreción y abnegación encomiaba. No tengo que decir que, al decidirme a estas revelaciones, no abrigo el menor deseo secreto de mortificar al señor Canalejas, ni pretendo avivar los temores de los republicanos, que dudan de su sinceridad. ¡Lejos de mi tan pequeño maquiavelismo! Si yo levantó una punta del velo que ocultaba este misterio, lo llago simplemente para demostrar que es preciso aceptar a los parlamentarios españoles tales como son y guardarse de tomar en serio las consecuencias lógicas de una política o de una continuidad en las ideas. Todos, o casi todos, son versátiles; pero todos también son sinceros en cada una de sus metamorfosis.

“Volviendo, pues, al señor Canalejas, lo creo tan sincero hoy, cuando se yergue contra el cardenal Merry del Val, como lo era ayer, cuando servía los planes del cardenal Cascajares. Además, es preciso tener en cuenta en este caso particularísimo una circunstancia completamente personal. El actual Presidente del Consejo es un hombre muy amable, muy cortés, dotado de inteligencia y comprensión muy vivas. Ha leído mucho, tal vez demasiado, porque ha leído muy deprisa libros que fueron escritos muy lentamente. Pródigo de afirmaciones, es avaro de razonamientos y merece, hasta cierto punto, el juicio que expuso sobre él Cánovas del Castillo, que decía había en su estilo oratorio mucha hojarasca y pocas ideas. Las personalidades complejas e impresionables son más accesibles que las otras a la sugestión de quienes las rodean. De ello el señor Canalejas es un ejemplo concluyente. Durante mucho tiempo tuvo, a su lado a un periodista eminente, Augusto de Figueroa, hijo de un heroico jefe carlista, y en este periodo de su vida inclinóse claramente a la derecha. ¡Cuántas veces me habló mi querido amigo Figueroa de los proyectos conservadores de Canalejas y de todas las esperanzas que hubiésemos podido fundar sobre él si la conspiración hubiese tenido éxito! Muerto Figueroa, fue reemplazado en la intimidad de Canalejas por otro periodista, Luis Morote, que es su antítesis. Y Morote es quien desarrolla, para los diarios masones de Viena, el programa que el ministro debe aplicar. La influencia de Morote, la vanidad de seguir lo que él cree la política del momento, los aplausos de los librepensadores extranjeros, los deseos de merecer los de ciertos compañeros, he aquí las causas determinantes del anticlericalismo de Canalejas, que le conduce al abismo impulsado por la fuerza de la sugestión más que por su voluntad propia.

“Hay que contar con el orgullo de ser el primero, no importa dónde, situación que no puede conseguir sino poniéndose al servicio de la izquierda, porque en la derecha todas las plazas están ya ocupadas. Sea como sea, ya veremos en un porvenir muy próximo luchando a este hombre de Estado con las peores dificultades.”

                                                   Juan Vázquez de Mella, Diputado a Cortes

El artículo de Mella provocó gran escándalo. Hubo desmentido por parte de Canalejas y rectificaciones de otras personas aludidas, y hasta llegó el asunto a tomar estado parlamentario.

En cuanto al fondo del asunto, en contra de lo sugerido por la redacción del artículo y aclarado después por el propio Vázquez de Mella, la Reina Cristina, de acuerdo siempre en unir las dos ramas dinásticas, jamás pensó en nada capaz de menoscabar los derechos de su hijo Alfonso; la posibilidad de que reinase don Jaime, una vez casado con la infanta, era una deducción de los negociadores para el caso de fallecer el heredero, cuya salud hacia temer por su vida.

En cuanto al retrato personal de Canalejas, está trazado de mano maestra, y coincide muy exactamente con los perfiles de su figura trazados por Maura en su correspondencia. Por nuestra parte, sólo destacaremos algo esencial: que Canalejas fué educado por una madre admirable, sinceramente   superior de quien recibió las primeras impresiones; ¡qué contraste con un tío suyo, Francisco Canalejas, profesor de la Universidad de Madrid, masón institucionista, etc.! De ahí las contradicciones registradas por Mella en su ideología, pugnando entre su corazón y cerebro, sentimientos e ideas, su santa madre y su tío herético, al fin, como en San Agustín, vencería la madre, y la Providencia le concedería el arrepentimiento y absolución antes de caer muerto, fulminado por las balas de Pardínas.

LA IMPLACABLE HOSTILIDAD DE LAS IZQUIERDAS

Resultó verdaderamente asombroso. Canalejas era y pasaba por ser, dentro de la izquierda dinástica, el más extremista de todos los conspicuos liberales, demostrándolo con su anticlericalismo radical. Pues bien, si sólo a ideología hubieran obedecido las izquierdas, debían recibir alborozadas la exaltación de Canalejas al Poder; como Jefe del Gobierno, les garantizaba la legislación más avanzada, la realización más radical de su programa, que consistía, sintéticamente, en transformar la Monarquía en una República laica según el modelo masónico europeo. Políticamente, Canalejas era para todos más radical que Moret, y su elevación debía significar un extremismo gubernamental mayor.

Pues bien, la elevación de Canalejas provocó la ira en la izquierda monárquica y en los republicanos y socialistas... ¿Cómo podía ser eso?

El Imparcial, El Liberal y El Heraldo—según escribe Soldevilla—, y en general todos los periódicos y elementos de la izquierda, censuraron y recibieron mal al nuevo Gobierno”.

Se proyectó una manifestación izquierdista contra el Gobierno, y en el manifiesto convocándola se leía:

“Maura no cayó. Maura reina, sigue en pie, gobernando, disponiendo a su antojo de todo. Los que vinieron a sustituirle son instrumentos suyos, monigotes de carne y hueso. A su antojo van y vienen, preparándole el camino, que emprenderá pronto, para tornar a llenarlo de sangre, de luto y de infamia. Obra de Maura y de quienes con Maura y para Maura viven ha sido esta crisis, que si el pueblo español cumple con su deber y sabe ejercitar sus derechos, debe ser la crisis del régimen. Crisis tortuosa, anticonstitucional, camarillera”.

Y el “monárquico” Imparcial decía el mismo día:

“El objeto de la manifestación es:

Primero. Para protestar contra las tenebrosas crisis que tan irregular y tortuosamente se plantean, tramitan y resuelven.

Segundo. Para pedir la apertura de todas las escuelas clausuradas.

Tercero. Para solicitar la suspensión de todo procedimiento entablado por supuestos o reales delitos de opinión, y la libertad de cuantos sufren condena o prisión por los expresados delitos.

Cuarto. Para afirmar la urgencia de que se llegue cuanto antes a declarar la neutralidad de la enseñanza oficial”.

No hemos exagerado. El masón Soldevilla, que no debía estarcen el secreto, comenta todo esto:

“Para no volver sobre este asunto le terminaremos diciendo: Que los promovedores y auxiliadores de la manifestación se habían equivocado; que el espíritu público no marchaba en ese sentido, porque a nadie se le podía convencer de que el señor Canalejas fuera menos progresivo y menos radical que el señor Moret; que varias cosas de las que en la manifestación hablan de pedirse (el indulto general, sobre todo), las tenía el Gobierno en vías de realización”.

Y así era. El día 23 firmaba el Rey el decreto de indulto, que comprendía los delitos de rebelión y sedición; y tan radical era, que prescribía que desistiera el fiscal en las causas no falladas aún; incluía la monstruosidad jurídica de indultar penas no impuestas.

A todo esto, el Gobierno, con su jefe a la cabeza, insistían en su radicalismo anticlerical; quería, sin lograrlo, aplacar a las fieras echándoles “carne de cura”, según se dijo entonces con esa gráfica frase.

Pero no se saciaban las fieras. Lerroux dirá en un banquete, el día 20 de febrero: 

“Este banquete es la preparación de una gran contienda. Se aproxima un movimiento militar que hará recordar los sucesos de la revolución de julio. Se hacen preparativos belicosos en conventos e iglesias; pero no se olvide que el pueblo, sin armas, tomó la Bastilla (Ovación.) La política española está dirigida desde Roma. No fue Romanones, sino el nuncio, quien derribó a Moret. Maura sigue gobernando, y tras la cortina frustrará las iniciativas de Canalejas”.

Aun cuando sin lograrlo, en Valencia intentaron los republicanos obstaculizar los actos religiosos del Jueves Santo. No circularían más de diez carruajes en la ciudad, y en ellos los jefecillos ácratas, con Azzati, el italiano, a la cabeza.

Sin embargo, el Viernes Santo era bueno para conceder indultos. Su Majestad indultó a 23 reos de nena de muerte; “todos autores de crímenes horrorosos, dirá una pluma liberal, que añade:

“El señor Canalejas se proponía abolir en la práctica la aplicación de la pena de muerte; pero los criminales indultados eran tantos, y sus crímenes tan horrendos, que la opinión se sintió alarmada y el Gobierno fue objeto de censuras.

¿Y lo social? Las huelgas menudean; en La Coruña es asesinado un obrero por negarse a dejar el trabajo. Recibe un balazo por la espalda.

Romanones da una Real Orden el día 18 de abril concediendo más atribuciones a la talmúdica Junta de Ampliación de Estudios.

El día 20 de abril, después de un homenaje al catedrático Altamira en un teatro, los concurrentes se dirigieron sobre los talleres y redacciones de los periódicos derechistas El Carbayón y Las Libertades, saqueándolos, a pesar de la defensa hecha de los talleres por los obreros que trabajaban en ellos.

El gobernador acudió en persona; hizo retirar la Guardia Civil, que había llegado después del desastre rogando la primera autoridad que se disolvieran los asaltantes, cosa a la cual accedieron, sin que hubiera un solo detenido. 

En Cádiz es asaltada la redacción de El Correo de Cádiz. Su colega El Demócrata (?) atribuyó el desastre a la “intransigencia clerical” (!!), atacando al señor obispo. No hay asaltantes detenidos.

El Rey visita Valencia. Su popularidad continúa intacta. Las ovaciones lo acompañaron por todas partes, a pesar de ser la ciudad un reducto republicano. 

A su regreso, el 30 de abril, el Rey recibe la visita de Altamira, el republicano, provocador de los asaltos a los dos periódicos derechistas de Oviedo, al que Romanones le ha concedido (¿en premio?) la gran cruz de Alfonso XII.

Altamira hizo elogios del Rey a la salida de palacio. 

También se dignó visitar al Monarca el anarco-masón, íntimo de Ferrer, Odón de Buen, como presidente de la comisión española en el Congreso Oceanógrafico de Mónaco, que entregó al Rey la medalla del mismo.

Y una victoria “monárquica”: Morote, un masón “tragacuras”, se hace monárquico, del partido gubernamental.

El 1º de mayo se celebra la manifestación socialista con entera libertad. Al contrario que en Francia, donde Briand, el ultra-izquierdista y ferrerista despliega el Ejército y logra impedirla.

Pero esto no aplaca a las izquierdas. En un mitin electoral dirá Soriano:

 Si trataran de robarme las actas, tened entendido que será un día de revolución sangrienta. (Ovación.) La Monarquía ha querido enviar aquí representantes pagados —dijo, ante las protestas de algunos concurrentes—; pero no logrará su propósito. La hora final de la Monarquía ha llegado ya”.

El señor Esquerdo dijo:

“Las próximas elecciones serán las últimas que realice la Monarquía. A los últimos senadores vitalicios les han dado el timo de los perdigones. Al disolverse las Cortes de Canalejas se abrirán las exclusas para la revolución. Proclamada la República, se proclamará seguidamente en Portugal, uniéndose con independencia las dos naciones que separaron los Reyes. Y reconquistaremos, con la ciencia y el trabajo, aquel Imperio de América que también perdieron los reyes. (Ovación.) La candidatura republicana significa la lucha por el decoro de España, por la seguridad de los ciudadanos, para que no se vuelva a fusilar a nadie, como a Ferrer, por sus ideas. (Aplausos) Nuestros adversarios no van a luchar sólo por los procedimientos legales. Ya están echando mano del oro, para explotar el hambre de los pobres, y que tengan que dar a cambio de unas monedas su conciencia. Ante sus recursos rastreros, nosotros debemos emplear contra ellos la santa violencia. Vencidos o vencedores, preparemos los ánimos para la caída inmediata de la Monarquía. Vencedores, fuera y dentro del Parlamento, preparemos la revolución. Se formó la conjunción como garantía de que Maura no había de volver al Poder, y para esto es preciso que caiga la Monarquía. (Ovación)”.

En este mes de mayo es cuando asiste el Rey a los funerales de Eduardo VII, en los cuales, como se ha dicho, escuchó los consejos “ferreristas” de siete monarcas europeos. Ya hemos comentado debidamente el supuesto consejo de las testas coronadas europeas.

ELECCIONES.

A las acusaciones hechas contra don Alfonso de haber sido un enamorado del poder personal, hemos respondido que, lejos de haber usado de la ficción constitucional para ejercer un Poder personal, usó de su Poder personal para el ejercicio de la ficción constitucional

El nombramiento de Canalejas fue una prueba estupenda, como vamos a ver.

Su propio hijo nos dirá: 

“Llegó al Poder solo, ni un ministro era suyo. Alguien en palacio dijo a Romanones; “¡Por Dios, conde, en usted confiamos!” Dentro de los Consejos no tenía la menor garantía de secreto. ¿Diputados de él? Tres o cuatro. ¿Alianzas? Las que creyó iban a ayudarle, le traicionaron casi siempre, y a pesar de todo, este hombre se mantuvo tres años en el Poder tocando las cuestiones más delicadas de España”.

Entonces... ¿de qué poder disponía Canalejas?

De uno solo: del poder del Rey, del poder de disolver las Cortes y de fabricarse otras nuevas; nada más, pero nada menos. Inmenso, absoluto poder; porque suponía crear una ficción constitucional a gusto y placer del Jefe del Gobierno, que había sido agraciado con el mágico decreto de disolución de Cortes, y dígase si una sola vez se forjó tal ficción constitucional para que el Rey ejerciera su poder personal y si no es lo cierto que usó de ese su absoluto poder para mantener la ficción constitucional, en virtud de la cual hombres como Canalejas, carentes de toda fuerza política, como declara su propio hijo, pudieron gobernar, no en beneficio de la voluntad de la Corona, y menos aún según la de España, sino a favor de unas ideas importadas, repudiadas en la Guerra de la Independencia, en la de los Agraviados y en las tres Carlistas por alzamientos auténticamente populares hechos contra el Estado masónico revolucionario, fuera el de José Bonaparte o Fernando VII, fuera el de Isabel II o Amadeo, fuera el de la República o Alfonso XII.

Esta es la verdad histórica, quisiera o no, lo supiera o no, don Alfonso XIII de Borbón.

El absoluto poder del Rey estuvo siempre al servicio de la ficción constitucional de los políticos. Véase cómo cambia la opinión de España, según sea uno u otro quien haga las Cortes:

Cortes de 1907                                                                             Cortes de 1910

Adictos al Gobierno .................. 250 conservadores            229 liberales

Oposición dinástica .................... 79 liberales                        106 conservadores

Carlistas ..................................... 14                                               9

Integristas ................................... 3                                                7

Catalanistas ................................ 19                                               7

Republicanos.............................. 32                                              40                    

Independientes..............................7                                              50

Socialistas .................................... 0                                                1

                              TOTALES       404                                              404

Véase cómo los conservadores pasan de 250 a 106, y los liberales de 79 a 229.

Las variaciones de los demás partidos guardan consonancia con el signo del que hace las Cortes. Con el conservador serán unos cuanto más los diputados derechistas; con el liberal aumentarán unos pocos los izquierdistas.

A estos favores de Canalejas a las izquierdas respondían éstas diciendo por boca de Pablo Iglesias:

“El programa de todos los diputados de la Conjunción Republicano-Socialista, dentro y fuera del Parlamento, no debe ser otro que el imposibilitar, a todo trance, la vida de la Monarquía, para que ésta desaparezca en breve plazo. En el Parlamento podemos hacer mucho; pero en la calle, en el comicio popular, en las reuniones privadas, se halla el verdadero foco revolucionario que nos ha de poner en pie. Vayamos a la acción constante y bien planeada, porque elementos e inteligencias tenemos, y corazón no nos falta. Vayamos, pues, con todo tino y coraje a dar la puñalada de muerte al régimen monárquico”.

Sin duda obedeciendo a estas consignas, en el tumultuoso recibimiento hecho a Rodrigo Soríano en Valencia, un criminal hirió en el cuello y en el vientre, matándolo en el acto, a un teniente de Seguridad. El criminal desapareció; ignoramos si alguien lo buscó.

Al día siguiente, con ocasión de hallarse don Alfonso en Londres, el Daily Mail, en largo articulo, pretendiendo elogiarlo, le llamaba discípulo de Eduardo VII, como diplomático y gobernante...”

En efecto, por imitarle caía un guardador del orden apuñalado, y el día que aparecía el artículo, el 18, estallaba una bomba debajo de un banco en el paseo de Gracia; por fortuna no había ningún niño sentado en él.

Y dígase si se podía ser un gobernante como Eduardo VII donde un diputado burgués, Melquíades Álvarez, cobrando minutas de millones de pesetas, decía el mismo día:

“Ahora el supremo interés en todos los republicanos debe consistir en mantener la alianza con los socialistas, la cual nos proporciona un elemento revolucionario de segura eficacia: la huelga general, que se declarará en toda España, secundada por las agrupaciones del extranjero, al solo anuncio de la vuelta al Poder del señor Maura.

Para que cuarenta y ocho horas después, el 20, fuera secundada su voz por el estallido de otra bomba en Barcelona.

OTRO REGICIDIO FRUSTRADO

El 14 de enero había llegado a Madrid un anarquista que estaba fichado por la Policía, llamado José Corengia, que procedía de Barcelona. Era de origen italiano—como Angiolillo—, pero se había nacionalizado en España hacía algunos años. De enero al 21 de mayo estuvo alojado en la calle de Atocha número 80; ese día pasó a vivir en Horno de la Mata, número 3, pasando al día siguiente a Jacometrezo, número 25. Nadie le molestó ni se ocupó de él, aun cuando se sabía que había sido expulsado recientemente de Buenos Aires por anarquista.

Se comprobó por declaraciones de otros huéspedes de las dos últimas pensiones donde se alojó, que varios días había salido con un maletín, permaneciendo bastantes horas fuera de las mismas. En el maletín, según se vio el día 23 de mayo, llevaba una bomba, cuya construcción era idéntica a la arrojada por Morral contra el Rey. Pero pudo andar por las calles de Madrid con su máquina infernal sin tropiezo todos aquellos días. 

Como se ha dicho, el Rey se hallaba en Londres recibiendo consejos de clemencia para los dinamiteros, y en Madrid lo estaba esperando Corengia para lanzarle su bomba cuando llegara.

El día 23 se levantó el anarquista más temprano que de costumbre. El día 21 se supo que la Reina había tenido un mal parto. Sin duda, supuso el regicida que don Alfonso apresuraría su regreso, y que llegaría ese día; y marchó a la calle con su terrorífico maletín.

A pie pasó por Santo Domingo y paseo de San Vicente, rondando la Estación del Norte un par de horas. Luego entró en una barbería próxima a la misma y se afeitó, leyendo un periódico, según dijo, “para enterarse de lo que sucedía en España”. Había dejado su maletín sobre una silla, encargando a los dependientes que no tropezaran con él, “porque tenía objetos muy delicados”. Pagó una peseta, no admitiendo la vuelta; espléndida propina en aquellas fechas. 

Continuó rondando la Estación hasta las tres y media de la tarde, volviendo por la calle de Bailén, entrando en la plaza de la Armería, sentándose en un banco junto a dos individuos del Cuerpo de Inválidos; volvió a marchar por la calle de Bailén, y ya no se supo de él hasta las nueve y media de la noche. La Policía pudo reconstruir todas estas ideas y venidas porque el Corengia era un tanto jorobado y su traza la recordaron muchos por esta circunstancia.

Serían las nueve y media de la noche cuando frente a la casa número 88 de la calle Mayor, desde cuyo último piso lanzó Morral la bomba contra los Reyes, se produjo una tremenda explosión.

El guardia de Seguridad señor Blanco percibió un tipo junto a la verja del monumento, a la Virgen, que recordaba entonces a las víctimas de Morral—demolido por los rojos—que, renqueando, trataba de alejarse. El guardia corrió tras él, y cuando le daba ya casi alcance, el jorobado sacó un revólver, se lo puso en la sien y disparó, cayendo muerto en el acto.

No se reconstruyó cómo pudo acaecer la explosión. Se ignora si la tensión nerviosa que debió sufrir el sujeto durante todo aquel día, llegando a ser insoportable al recordar a Morral en el mismo lugar del crimen, le hizo tirar el maletín, ocurriendo así la explosión; acaso, cualquier choque fortuito le hiciera creer que se habían roto los tubos explosivos y arrojó el maletín para salvarse, pues la explosión no lo alcanzó. Estas son las hipótesis naturales... pero cabe la sobrenatural: que la Virgen salvadora de la vida de nuestros Reyes, ya en estatua conmemorativa en el lugar del prodigio, pusiese su santa mano para evitar más desgracias.

En el registro practicado por el Juzgado de Guardia en la pensión de la calle de Jacometrezo fue hallado un cuchillo en cuya hoja se leía “¡Viva la anarquía! ¡Mueran los tiranos!, y tres bombas como la que acababa de estallar en la calle Mayor, dos formadas por sendas cajas de hierro—como las manuales para guardar dinero—, reforzadas por muchas vueltas de alambre, y un tubo de 15 centímetros de largo por tres de diámetro, cerrado a presión y también cubierto por alambre. Llevadas a Carabanchel, las trefe bombas estallaron y eran de gran potencia. .

Ante el Juzgado de Instrucción se presentó a declarar el mismo oficial que vio a Morral en el Retiro acompañado de un desconocido, y que luego halló las inscripciones grabadas en un árbol. Había visto el cadáver de Corengia en el Depósito Judicial y reconoció ser el del acompañante de Morral. 

Era ministro de la Gobernación Fernando Merino Villarino, conde consorte de Sagasta, por casamiento con doña Esperanza Mateo, hija de don Práxedes Mateo Sagasta.

Con un cinismo, heredado con el título del profanador de los restos del Emperador, declaró:

“Quiero, señores, que hagan constar, para poner las cosas en su punto, que está averiguada con toda clase de detalles la vida del infeliz que, después de hacer estallar la bomba en la calle Mayor, se suicidó, y desde luego podemos asegurar que no se trata de ningún anarquista, pues está completamente aclarado el extremo de que no tenía connivencia ni relación con ninguno de éstos, ya españoles o extranjeros. Se trata simplemente de un pobre monomaniaco, cuya obsesión consistía en curarse la joroba, para lo cual ha viajado, ha consultado con muchos médicos y se ha proporcionado dinero a cualquier costa. Odiaba a la humanidad por verse deforme, y sin duda porque todo el resto de los mortales no tiene su misma deformidad. En sus cartas, que, como es natural, permanecen en el secreto del sumario, se ve que no eran sus ideas anarquistas, ni mucho menos, y que procedía a impulsos de un deseo vehemente de curarse. En algunas de aquellas cartas se leen párrafos que demuestran haber sido escritos en un momento de cólera, puesto que se llega a asegurar que si no pudiera curarse cogería las cuatro bombas que tenía, las ataría a su cintura, unidas por una mecha, y desde lo alto de un teatro lleno de público se arrojaría, para no perecer él solo, sino en unión de todos los concurrentes. Esto sintetiza y retrata a este pobre desgraciado”.

El “¡Viva la anarquía!”, el Mueran los tiranos!”, el señalársele como compañero de Morral, el haber querido repetir la hecatombe de El Liceo, la tenencia de cuatro bombas, el disponer de dinero “a cualquiera costa”... esto, según el conde de Sagasta, no es de anarquista..., es tan sólo de un “infeliz”. Si el Rey llega por la Estación del Norte aquel día, según creyó el regicida frustrado..., si la Virgen no vuelve a salvarle la vida, ya lo hemos visto, el conde de Sagasta no se la hubiera salvado con toda su Policía...

Pero había que hacerle creer al Rey que si seguían echando “carne de cura” a las fieras anarquistas tenía asegurada la vida; de ahí la “piadosa” mentira del heredero de Sagasta, el necrófobo.

LA CUESTION RELIGIOSA

Al estudiar el periodo de Gobierno de Canalejas no podemos dedicar a su política antirreligiosa el espacio proporcionado a cuanto se hizo y se dijo durante su mandato. Fue la cuestión permanente, y en la única que tuvo el apoyo y el acicate constante de las izquierdas todas, lo que provocó una reacción general en España encabezada por el Episcopado; pero sólo secundada políticamente por los partidos tradicionalista e integrista y por algunas personalidades aisladas del conservador; porque, como partido, fue un cómplice servil de Canalejas en su obra antirreligiosa, un saboteador de la reacción católica nacional; todo para lograr que las izquierdas volvieran a tolerarlo y le permitieran gobernar a Maura. Tal fue la realidad clara y descarnada, sin matices, gestos ni frases más o menos hipócritas, que es como únicamente podemos reflejarla en estas páginas.

Que nosotros no exageramos al afirmar que la cuestión antirreligiosa fue la constante del Gobierno de Canalejas, como lo había sido toda la Restauración, fue una evidencia para todos los contemporáneos del periodo. Pero queremos demostrarlo con palabras de parte, con las del conde de Romanones, uno de los máximos protagonistas de aquella larga campaña anticatólica, pues el famoso conde hizo su prodigiosa carrera política al calor de tal campaña.

El día 14 de septiembre de 1912 diría el conde de Romanones en un discurso pronunciado en Santander esto:

“Hemos pasado muchos años (me refiero especialmente a los últimos años de la Regencia y a los primeros del reinado de don Alfonso XIII) ocupados y preocupados tan sólo en dirigir toda la atención de la política sobre la cuestión que, más o menos acertadamente, se ha llamado problema religioso; en todo éste periodo parecía no existir otro problema para España; momentos hubo en que la exacerbación de las pasiones y de los ánimos llegó al paroxismo; al ver nuestro calor en la disputa, parecía que la felicidad total de la nación española dependía de la solución que se diera a esta cuestión o serie de cuestiones; y es un fenómeno notable que conviene registrar el hecho extraordinario de haberse pasado de este estado de suprema excitación a la calma más completa, a la indiferencia casi total de los espíritus sobre este asunto. ¿A qué causas obedece transformación tan grande? ¿Es que el problema quedó resuelto? ¿Es que ha sido siquiera encauzado? ¿Es que se han aplicado medidas de tal virtualidad que hayan podido hacer desaparecer todos aquellos puntos de divergencia y contradicción que antes dividían los espíritus? Nada de esto ha sucedido. Es ya general el arrepentimiento de haber gastado tantas energías, tantas preocupaciones, tantas atenciones en el Problema religioso, arrepintiéndonos de no haberlas dedicado a aquellos otros problemas que nos llaman con mayor imperio y que son más necesarios para el desarrollo y la prosperidad de la vida de los pueblos. Yo, cada vez más firme en mis convicciones liberales, no aspiro en este aspecto tan importante de la vida a otra cosa—que no se consigue principalmente con leyes, que es obra, más que constituyente, de reforma de las costumbres, de transformación de los espíritus—que a que se destierre para siempre de España el espíritu sectario, propulsor de todos los grandes fanatismos, y que sea reemplazado por aquel otro que mueve hoy al mundo entero de amplísima, de respetuosa, de sagrada tolerancia para todas las opiniones y para todas las creencias; que esto, antes de perjudicar, dará mayor y más efectivo valor y más grande consideración a aquellas que son las más preponderantes, las únicas preponderantes entre' nosotros, y que a pesar del tiempo transcurrido y de la evolución y el progreso de las ideas, cada día amamos con mayor entusiasmo.

Esto no significa, no quiero que nadie lo suponga, que se trata de huir de las dificultades que pudieran estar pendientes, de las dificultades que ofrece solucionar los conflictos, de la necesidad de liquidar para siempre, o al menos para muchos años, el problema religioso en España. Yo entiendo que ésta es una obligación, y una obligación perentoria del partido liberal, obligación que le servirá para redimirse del pecado de haber exacerbado el sentimiento religioso en ocasiones pasadas más de lo debido. El partido liberal no puede dejar el Poder sin haber llegado no ya sólo a determinar concretamente su política en este punto, sino también sin haber llegado a aquellas soluciones con Roma que aseguren de una manera indiscutible la necesidad absoluta de reconocer la supremacía y la independencia del Poder civil”.

¿Satisfechos los lectores?... ¿Fue o no fue cuestión permanente durante la Restauración la antirreligiosa?

Sin duda, queriendo aplacar con más “carne de cura” a las fieras anarquistas, el conde de Sagasta dará una Real Orden el día 31—ocho días después de la bomba del “pobre infeliz” Corengia—para que sean disueltas las órdenes religiosas que no hayan llenado o no llenen los requisitos de una ley de 1887.

Sin duda, todo esto era muy necesario, porque dos días antes de aparecer la R. O. contra las órdenes religiosas, la policía de Barcelona le encontró a Francisco Jordán Gallego 25 cartuchos de dinamita. Dijo ser anarquista... pero, para Sagasta, sería otro “pobre desgraciado”, hambriento de carne de sacerdote...

Era un error. El más moderado de la Conjunción Republicano-Socialista, Melquíades Álvarez, se expresaría así el 5 de junio en un mitin celebrado en Madrid:

“Nos acompañan a los republicanos los socialistas, a quienes muchas veces combatí, admirando su disciplina y su desinterés. ¡Ojalá se instaurase la República social, basada en la soberanía del trabajo!... Y sobre esto y simultáneamente, secularizar la vida del Estado, la libertad de cultos y el matrimonio civil. (Grandes aplausos.) Hay que ir a la disolución de las Ordenes monásticas y la implantación de la escuela laica. (Más aplausos.) Porque no es bien que esas Ordenes se apoderen de las conciencias. La Monarquía, para galvanizarse, necesita de todas las aspiraciones e ideas, por disolventes que parezcan. Es lo menos que podía exigirse. La Monarquía echa a Moret; Maura es quien manda, y Canalejas quien gobierna. Si viéramos que establecía por decreto la enseñanza neutral en las escuelas, y la libertad de cultos y el matrimonio civil, momentáneamente olvidaríamos agravios para ir a él. Pero no nos engañará. Nosotros, aliados con los socialistas, lucharemos por los intereses de la libertad y de la Patria, y habremos de decir que no hay redención para España en la Monarquía. Y los liberales habrán de pasar el Rubicón y venir a nuestro campo y exclamar con el general romano: “Alea jacta est: la suerte está echada.” (Ovación grandísima.)

Leyendo al cabo de los años lo dicho en 1910 por Melquíades Álvarez y teniendo presente que murió pasados veintiséis años, en 1936, a manos de los sicarios de esa “República Socialista” preconizada por él... hemos de creer en la Justicia inmanentemente... porque, no razón, pero explicación humana tiene un odio tal contra un Régimen cruel en un proletario, al cual han descristianizado; pero que un burgués, un privilegiado del mismo Régimen, como lo era Melquíades Alvarez, embriague así con su brillante oratoria demagógica a las masas ignaras, es firmar su propia sentencia de muerte a equis años fecha.

Como al dictado de las palabras demagógicas del canario asturiano, el conde de Sagasta da otra Real Orden sobre libertad de cultos, concediendo derecho a los no católicos a manifestaciones exteriores. Claro es, para ello hay que estirar tanto la interpretación del Artículo 11 de la Constitución, que se rompe; pero así lo quieren las izquierdas; y así se hace.

No es deducción propia, Canalejas lo confiesa en el discurso a sus mayorías parlamentarias el día 13 de junio, tres días después:

“... hemos de interpretar la Constitución del 76 con el espíritu de la Constitución del 69. (Grandes y prolongados aplausos.) Pues esa es nuestra bandera, ese es nuestro compromiso de honor, esa es nuestra obligación. (Prolongados aplausos.)”

La Santa Sede protesta por la R. O. sobre las confesiones heterodoxas. Ello produce gozo y algazara en las huestes gubernamentales.

Los pastores protestantes expresan su gratitud al Gobierno. Y esto es lo importante.

¿Y los conservadores?

Veamos con qué claridad se pronunciará Maura, su jefe, ante las leyes anticristianas:

“Delante de este problema, de esta disconformidad de las leyes con las realidades de la vida nacional en la política, la disyuntiva es clara e ineludible: o el partido conservador tenía que tomar el temperamento de reaccionar en las leyes para traerlas a la acomodación de la realidad, o tenia que ponerse a impulsar la realidad para elevarla a los ideales que hablan trazado las leyes. (Muy bien.) Lo primero significa traer cada partido al Poder toda una dote, con sus arras, de aportación de leyes, y hasta de Constituciones, y así se vivió hasta 1868; pero Cánovas, cuyo nombre no puede dejar de sonar en reunión semejante; Cánovas, fundador de este partido dentro del régimen actual, hizo la opción e hizo la opción contraria, y las leyes que habla combatido considerándolas inadecuadas, injustas, equivocadas, una vez establecidas, tenían la promesa de que cooperaría lealmente a su implantación y de que haría sinceramente cuanto pudiera para que encarnaran en la realidad y fructificasen para el bien público. Esa ha sido la conducta de Silvela, y esa ha sido nuestra conducta; nosotros no podemos tener otra, porque dejaríamos de ser el partido liberal conservador de la Monarquía constitucional. (Muy bien.)”

Tratemos de ver claro en tal galimatías. Deben fijarse los lectores en lo subrayado. La retorcida sintaxis de Maura no impide hallar en sus palabras esta enormidad moral: que las “leyes inadecuadas, injustas, equivocadas, una vez aprobadas”—por el izquierdismo liberal, claro está—serian implantadas (por el Partido Conservador) “que haría cuanto pudiera para que encarnaran en la realidad y fructificasen... en el bien público” (¡ ¡).

¿Si eran inadecuadas, injustas y equivocadas, cómo iban a fructificar en el “bien público”? A esta enormidad lógica y moral, según la acotación del texto, respondió la borregada de la minoría conservadora con un “Muy bien”.

El impudor del mestizaje conservador es tremendo; por boca de su más insigne autoridad se dirá que su papel es respetar y hacer cumplir cuanto el Partido Liberal legisle en obediencia a la demagogia masónica, republicana, socialista y anarquista; sin modificarlo siquiera, con toda sinceridad, por injusto, por anticristiano, por antiespañol, que sea lo legislado... Tal era el Pacto, respetado. ¿Marchaba o no el carro de la Restauración por el camino de la Revolución, fuera liberal o conservador el carretero de tanda?

Si con un inaudito esfuerzo mental podemos apartar de la mente los altos y sagrados intereses de Patria y Religión, traicionadas por el Pacto liberal-conservador, y descendemos a los humanamente beneficiados, a los republicanos, ¿qué hallamos?

Nos lo dirá su “santón”, Pérez Galdós, el presidente de la famosa Conjunción republicano-socialista.

En la revista Por esos Mundos hace unas declaraciones el día 21 de junio, y “vomitará” su asco así:

“Esto es insoportable. Esto es nauseabundo. En este partido se tropieza por excepción con hombres sinceramente republicanos, con hombres que desean el advenimiento de la República. Este partido está pudriéndose por la inmensa gusanera de caciques y caciquillos. Tiene más que los monárquicos. En cada capital hay cincuenta que quieren imponer los caprichos de su vanidad y de su ambición a todos sus correligionarios ...Y si nada más hubiera esos cincuenta, menos mal. Luego vienen los caciques de distrito y los de barrio... ¡Oh! ¡Esos vegestorios endiosados de Comité local y de barriada! ¡Papas rojos que se creen infalibles e indiscutibles!... Para hacer la revolución, lo primero, lo indispensable, sería degollarlos a todos. Si estos trajeran la República, estaríamos peor que ahora. Sería cosa de emigrar. Suerte, que no hay miedo a que la traigan. ¡Hay cada revolucionario que tiene un miedo feroz a la revolución! Hubiera usted visto a algunos de ellos cuando la semana roja de Barcelona, cuando aquí se dijo que iba a estallar la huelga general, irse huyendo de Madrid como ratas... No sé qué diablos ocurría entonces, que a todos les salían negocios en provincias, o tenían por esas tierras de Dios parientes enfermos de gravedad, que los llamaban... ¡Y para ver este espectáculo me vine yo de Santander e interrumpí mi veraneo!...

“En este partido son muy pocos los directores que trabajan desinteresadamente por el ideal; la desorganización es indescriptible, no se puede imaginar; no hay espíritu de disciplina, ni siquiera instinto de conservación... Si no fuera porque veo esos caciquillos ir a su avío, sin saber disimularlo, creería que estaban locos. No se puede hacerlo peor para facilitar la victoria al adversario e imposibilitar la propia. Estoy harto de luchar sin esperanza de salvación entre tanta miseria. Si están disgregando la masa republicana, infiltrando el escepticismo entre los soldados de fila... ¡Oh! Usted no puede darse idea de lo que aquí se persiguen unos odios a otros y unas vanidades a otras... ¡Con qué ensañamiento, con qué perfidia, empleando todos los medios hasta la difamación u la calumnia!...”

LA CUESTION RELIGIOSA ENTRE BASTIDORES

El día 24 de junio se celebra Consejo en Palacio. Canalejas, eufórico, recibe a los periodistas en su domicilio y hace unas declaraciones muy amplias, contándoles lo tratado en Palacio. Como siempre, lo único tratado ha sido la cuestión antirreligiosa.

“He tenido hoy que pedir la venia de S. M. para prescindir de la costumbre y hablar con alguna amplitud del problema del día. Tuve el honor de recordar al Rey de una manera concreta la entrevista que celebré con él cuando, sin merecerlo ni pretenderlo, me hizo el honor de encargarme del Gobierno. Con este recuerdo de antecedentes, reiteré al Rey mi firme e inquebrantable propósito de no rectificar hi apartarme un ápice de la línea de conducta que formé desde que subí al Poder. Así las cosas, empezamos las negociaciones con Roma. Cual era nuestro programa, cuáles nuestras aspiraciones y cuáles los medios que hablamos de poner en práctica para llegar a la realización de nuestra política, eran notorios para el Rey, para el Nuncio, para el secretario de Estado de Su Santidad y para todo el mundo. Aunque ciertas materias son de la competencia del Poder público, yo me allané a negociar con Roma. Porque sustancial, teórica y doctrinalmente, los asuntos que negociamos son de incumbencia de los Gobiernos. Pero como existía un modus vivendi, he negociado y sigo negociando. Todo lo que se ha resuelto era conocido de quien debía serlo. Yo no podía, ni debía, ni puedo, ni lo haré nunca, consultar con la Iglesia determinados asuntos, pues esto constituiría una derogación de la competencia del Poder civil. De suerte, que esas Reales órdenes, que esos preceptos que hemos llevado a la Gaceta y esas afirmaciones que contiene el discurso del Trono, no son un programa, son un compromiso de honor del Gobierno en las Cortes o a la falta de confianza de la Corona. Nosotros nos encontramos ahora con una dificultad, porque en las Cortes nos han de preguntar qué hay de las negociaciones. Y sin ser indiscreción, no puedo ya, no tengo para qué, ocultar que nosotros hicimos dos Notas sucesivas y hemos preparado una tercera que no hemos enviado a Roma todavía, porque nos falta una respuesta.

“A nuestra primera nota, contestó el Vaticano con una inadmisible. A nuestra segunda nota, no contesta el Vaticano inmediatamente, sino que interpone una protesta. No conocemos todavía el texto de ésta; pero sabiendo el contenido de la de los Obispos y los telegramas enviados desde Roma, creemos que será análogo al de estos documentos. Cuando llegue la protesta, la contestaremos, e insistiremos, además, en que necesitamos contestación a nuestra última nota, pues está sin ella hace bastante tiempo. Hemos recibido el documento de la Acción Católica y el de los Prelados, más una serie de telegramas que van en aumento. En esos telegramas hay protestas nobles y sinceras, que yo debo respetar, porque los ciudadanos católicos tienen también el derecho de petición, y nosotros, que consentimos toda clase de vivezas en la exposición de juicios, no vamos a negarles ese derecho.

“Ahora bien; si de ese tono, como ya hoy lo inicia algún señor dignidad de una catedral, se fuere al tono de las insinuaciones de violencia, o a las frases de amenaza, ya he dicho en Consejo de Ministros que, contra quien eso haga, recabaré el amparo que me dan las leyes. Porque las leyes tutelan y protegen a las autoridades y a los funcionarios, y no consienten amenazas de violencia contra el Gobierno. Hasta ahora, como he dicho antes, no hay más que un caso.

“Lo que no puedo oír sin indignación, sin protesta, es que nos supongan enemigos de la religión católica, pues cuando un Gobierno reconoce que pueden existir confesiones religiosas diversas, no infiere un ultraje a una religión, sino que respeta a todas. Lo contrario, el ultraje, es pretender que sólo exista una confesión religiosa. ¡Eso no puede ser y no será!

“Y en cuanto a la Real orden última y a las consecuencias que se derivan de ella, tengo la firme persuasión de que no hay en España gobernante capaz de derogarla, ni tendrá nadie fuerza bastante Dara conseguir su derogación. Porque esa Real orden, dé forma modesta, es la afirmación de los sentimientos del espíritu moderno de España en el concierto de las naciones civilizadas y libres.

“Es gratuita la afirmación de que esas Reales órdenes atacan al Concordato. Tampoco pretendemos esto.

“También dije al Rey que había recibido no sólo del señor Moret y de otras personalidades políticas españolas muestras de satisfacción por la conducta del Gobierno, sino de otras extranjeras, a quienes apenas conozco, pero que me infunden gran respeto y que me estimulan para que dirija mis pasos por el camino empreñado.

“Y esto dije al Rey, hablándole de la cuestión religiosa.”

Pero había algo más. Algo más habla dicho o sugerido al Rey su Presidente del Consejo.

No mucho después, en agosto, el marqués de Valdeiglesias, director de La Época, tenía una conversación con Canalejas, de la cual daba cuenta a su jefe, Maura, por carta de la cual tomamos estas líneas:

"Necesito buscar una persona de mi confianza—le dijo Canalejas—para entenderme secretamente con el Vaticano. Yo tengo pruebas de la mala fe y de la ignorancia con que el Papa ha procedido respecto a España. En cuanto encuentre esa persona—la encontró demasiado tarde; tal persona fue Cambó—expondré al Vaticano lo que me propongo hacer y hasta dónde puedo y quiero ir.”

Siguió reiterando lo anterior y añadió:

“¿Obtengo la confianza del Rey para proseguir adelante? (Su fuente única de Poder.) Daré desde el Gobierno la batalla al Vaticano y a las derechas, principalmente a la carlista, pues de la conservadora no tengo queja. (Naturalmente.)

Y si no obtenía la confianza del Rey, afirmó:

“Me retiraré a mi casa, robustecido con la confianza de las izquierdas, cuyo jefe me considero ya (¡qué iluso el pobre hombre!) y alentado con la opinión de Europa” (con la ferrerada).

Y continuó:

“Ya le dije a usted que si prescindía de mí sistemáticamente para formar Gobierno, tendría que irme de la Monarquía.” (Lo de todos: gobierno o me hago republicano... ¡monárquico chantajista!)

Y terminó así Canalejas:

“La batalla desde la oposición será muy ruda. Buscaría para que me ayudasen a los radicales franceses, a judíos, a protestantes (¡muy patriótico!) a cuantos se hallasen dispuestos a llevar a cabo campaña anticlerical. Provocaría una gran campaña de agitación en España y Europa... José Canalejas se basta para dar la batalla y destruir al clericalismo y al vaticanismo en España, desde el Gobierno o desde la oposición, como quiera el Rey.” (!!)

“A usted le diré en reserva—aludía a su viaje a Bruselas—que voy casi exclusivamente a conferenciar con Briand y con otras personas en París y en Bruselas. Yo tengo puntos de apoyo en varias partes”.

¡Cómo engañaban al iluso don José! Si su sentencia de muerte no estaba ya dictada por esos mismos en quienes creía poder apoyarse para su campaña antirreligiosa, poco tiempo faltaba ya, según mostraremos.

Ahora bien, la prueba del mandato masónico extranjero sobre los gobernantes masones españoles ahí está. El mandato a Canalejas tan sólo sería obedecido por éste en lo antirreligioso; pues, al negarse a obedecer y no traicionar a España en sus intereses materiales ni al Rey en sus intereses reales, se ganó su sentencia de muerte. Su traición debió ser total para conservar vida y Poder.

Sólo una consideración a la vista de tales interioridades de la llamada “cuestión religiosa”, verdadera injerencia del Judaismo y la Masonería internacional en las conciencias y en la gobernación de! Estado, como sin pudor, confiesa y alardea un jefe del Gobierno, Canalejas; que, aun siendo masón, fue el más independiente y nacional de los políticos liberales qué ocuparon el Poder, Dara que su testimonio tenga mayor fuerza, y, a la vez, podamos deducir que si con él podían tanto Judaismo y Masonería en cuestiones religiosas españolas ¿qué no lograrían con los demás hombres del Partido Liberal?

No bastaban los Ferrer y los Giner de los Ríos para corromper las creencias religiosas, era necesario también que el Gobierno del Estado católico español arrancase desde la escuela primarla toda idea de religión católica en los niños y niñas de España. Odio judío-masónico a Cristo en su esencia radical, cierto; pero, a la vez, ambiciones de lograr la destrucción material de España, porque sabían muy bien, masones y judíos, por experiencia secular, que sólo arrancando la fe católica de las conciencias españolas podría triunfar un día la Revolución asesina de la Patria.

Esto, con todo su patriotismo político, pero ignorando en absoluto la metapolitica de España, no lo veía Canalejas, ni presenciando, como pocos lo presenciaron, que aquellas fuerzas y naciones interesadas en destruir la Religión Católica en España eran las mismas que se oponían a sus más justas y legítimas reivindicaciones en el área internacional.

Así, aquella intensa y permanente campaña sostenida por el auténtico catolicismo español, con su episcopado en cabeza, era, lo viera Canalejas o no, una campaña a la vez religiosa y patriótica. Y así había de ser, porque, sin excepción, en todas las grandes ocasiones de la Historia, el peligro para la Iglesia fue peligro para España y el peligro para España fue peligro para la Iglesia.

Así, veremos en la gran manifestación celebrada en Madrid el día 3 de julio figura a la cabeza de las masas a un conjunto de masones y judíos, conocidos o secretos, los cuales, como evidenciaremos, habían tenido y seguían teniendo arte permanente en la traición revolucionaria contra la Religión, España y el Rey.

La manifestación liberal-republicana-socialista-anarquista significaba un decidido apoyo al Gobierno canalejista en cuanto hiciera e intentara contra la Religión Católica. Los principales nombres de aquella presidencia deben ser perpetuados:

“A la cabeza de la manifestación, cogidos del brazo y ocupando todo el ancho del paseo de coches de Recoletos, marchaban los señores Moret, Galdós, Azcárate, Aguilera, Esquerdo, Labra, Lerroux, Salvador (don Amós), Gimeno (don Amalio), Álvarez (don Melquíades), Moya, Salillas, Iglesias (don Emiliano), Morote, Rozalem, Dorado, Salvador (don Miguel), Rodríguez Vilariño, Talavera, Aguilera y Arjona, Alba, Gasset, Mora (don Francisco), Alvarez Villamil, Sellés, Suáréz Inclán, Sacristán, Carande, Cabañas, Villanueva, Quiroga Espí y otros muchos políticos conocidos.”

Es la Conjunción masónica-liberal-republicano-socialista-anarquista que veremos al año siguiente hacer el juego con la Revolución al imperialismo francés.

Para el anticristianismo no tienen inconveniente los Moret y los Salvadores, liberales y monárquicos, en figurar públicamente unidos a republicanos y socialistas, pero serán más cautos y disimularán la misma unión en la traición en favor de naciones extranjeras.

 

CAPÍTULO 7.

EL ASESINATO DE CANALEJAS

 

 

HISTORIA

DE LA INSURRECCION Y GUERRA DE LA ISLA DE CUBA

DIEZ Y SEIS AÑOS DE REGENCIA

(MARÍA CRISTINA DE HAPSBURGO-LORENA) (1885-1902)

GUERRA DE LA INDEPENDENCIA.

 

HISTORIA DEL LEVANTAMIENTO, GUERRA Y REVOLUCIÓN DE ESPAÑA,

 

 

VIDA DE CARLOS III 

1716-1788

 

CARLOS II Y SU CORTE Volumen I (1661 – 1669)

CARLOS II Y SU CORTE Volumen2 (1669 – 1679)

 

 

Historia del Reinado de Sancho IV de Castilla

 

ESPAÑA, SIGLO V

La Monarquía goda Balta y la Diócesis de las Españas

REYES CRISTIANOS

DESDE ALONSO VI HASTA ALFONSO XI EN CASTILLA, ARAGÓN, NAVARRA Y PORTUGAL


HISTORIA GENERAL DE ESPAÑA

POR

MODESTO DE LA FUENTE

------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------

R. DOZY

HISTORIA DE LOS MUSULMANES ESPAÑOLES. HASTA LA CONQUISTA DE ANDALUCÍA POR LOS ALMORAVIDES .

(711-1110.)

 

HISTORIA DE MURCIA MUSULMANA

por

Mariano Gaspar Ramiro

 

A.F. DEL RIO

1716 - 1788

HISTORIA DEL REINADO DE CARLOS III

 

LA FUENTE

 

ADOLFO BLANCH

 

1_CATALUÑA: HISTORIA DE GUERRA DE INDEPENDENCIA EN EL ANTIGUO PRINCIPADO

2_CATALUÑA: HISTORIA DE GUERRA DE INDEPENDENCIA EN EL ANTIGUO PRINCIPADO

 

VICENTE BLASCO IBAÑEZ

 

 

1808-1874

1_HISTORIA DE LA REVOLUCIÓN ESPAÑOLA DESDE LA GUERRA DE INDEPENDENCIA A LA RESTAURACIÓN EN SAGUNTO

2_HISTORIA DE LA REVOLUCIÓN ESPAÑOLA DESDE LA GUERRA DE INDEPENDENCIA A LA RESTAURACIÓN EN SAGUNTO

3_HISTORIA DE LA REVOLUCIÓN ESPAÑOLA DESDE LA GUERRA DE INDEPENDENCIA A LA RESTAURACIÓN EN SAGUNTO

 

1833-1843.

HISTORIA DE LA GUERRA CIVIL Y DE LOS PARTIDOS LIBERAL Y CARLISTA, con la historia de LA REGENCIA DE ESPARTERO

 

ANTONIO PIRALA

 

1843-1885

HISTORIA CONTEMPORÁNEA- ANALES DE LA GUERRA CIVIL

 

PROTO-HISTORIA IBERICA: DEL PALEOLÍTICO GIGANTE AL PARAISO NEOLITICO

ESPAÑA MITOLÓGICA. CURIOSIDADES MITOLÓGICAS

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

HISTORIA DE LA CIUDAD DE SEVILLA: T1 : DOMINACIÓN ROMANA Y VISIGODA

HISTORIA DE LA CIUDAD DE SEVILLA : T2 : DOMINACIÓN MUSULMANA

HISTORIA DE LA CIUDAD DE SEVILLA : T3 : EDAD MEDIEVAL. REYES CATÓLICOS

HISTORIA DE LA CIUDAD DE SEVILLA : T4 : EDAD MODERNA. LOS AUSTRIAS Y LA EPOCA NAPOLEÓNICA

HISTORIA DE LA CIUDAD DE SEVILLA : T5 : EDAD CONTEMPORÁNEA: 1853-1874

HISTORIA DE LA CIUDAD DE SEVILLA : T6 : EDAD CONTEMPORÁNEA: 1875-1885

 

HISTORIA DE LA CIUDAD DE SALAMANCA

HISTORIA DE LA CIUDAD DE TOLEDO

HISTORIA DE LA CIUDAD DE ALICANTE

 

GUERRRA CIVIL . DOS TOMOS

La dominación roja en España

I: Asesinato de Calvo Sotelo.

II: José Antonio

III: Terror anárquico.

IV: Las Checas.

IV Comité Provincial de Investigación Publica.

V: Persecución religios

VI: Asesinatos en la cárcel Modelo de Madrid 618 el 23 de agosto de 1936. 349

VII: Cárceles y asesinatos colectivos de presos.

VIII: Terror policiaco

IX: Manifestaciones de la influencia soviética.

X: Ejercito rojo.

XI: Características de las Brigadas Internacionales.

XII: Justicia roja.

XIII: El gobierno marxista y el patrimonio nacional.

XIV: OTROS ASPECTOS DE LA VIDA ROJA.