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HISTORIA UNIVERSAL DE ESPAÑA

 

MAURICIO CARLAVILLA

EL REY , RADIOGRAFIA DEL REINADO DE ALFONSO XIII

 

CAPÍTULO 7.

EL ASESINATO DE CANALEJAS

 

 

EXALTACION DE FERRER EN EL CONGRESO

Al discutirse la respuesta al Mensaje de la Corona, los ferreristas intercalan un debate sobre la Semana Trágica.

Lo abre Emiliano Iglesias, tratando de lavarse la "mancha” de haber acusado a Ferrer ante el juez de haber sido el jefe de la Revolución barcelonesa, para defenderse él. No lo consiguió.

Pablo Iglesias, tras la inmunidad parlamentaria, trata de reivindicar para si mismo algo de la “gloria” revolucionaria de Ferrer a pesar de la prudencia personal mostrada cuando había peligro; diciendo estas enormidades, sin repulsa siquiera de la mayoría monárquico-liberal :

“El partido socialista no es un partido utópico, y aspira a la supresión del Ejército y de la Magistratura. Nosotros preparamos la huelga general, a despecho de todas las amenazas y yo digo que si las circunstancias se reprodujeran, a pesar de los castigos, cárceles, destierros y fusilamientos, la clase obrera procedería de análoga manera a como lo ha hecho. (Grandes aplausos en los republicanos.) El movimiento de Barcelona fue generoso. Las turbas respetaron las vidas, y si hubo algún caso aislado, éste nada significa con respecto a la conducta general. Es una iniquidad fusilar, en el siglo XX, a un hombre como Ferrer, por profesar una idea. (Muy bien, en los republicanos.) Nosotros execramos la conducta del Gobierno del señor Maura y nos asociamos a lo hecho por los socialistas extranjeros, ya que no tuvimos bríos a su tiempo para oponernos de modo enérgico y terminante. Nuestra labor de ahora es impedir la vuelta del señor Maura al Poder y como el régimen protege al señor Maura. (Rumores), como el régimen protege al señor Maura, procuraremos derribar el régimen. Para impedir que el señor Maura vuelva al Poder ya dije yo en otra parte que mis amigos estaban dispuestos hasta a llegar al aten­tado personal.”

Respondió Dato, en defensa del Partido Conservador, de Maura y La Cierva. Estuvo flojo y desafortunado.

El día 8 habló La Cierva.

No es necesario ni siquiera extractar las contundentes palabras de La Cierva, porque la calidad y los hechos de la Revolución barcelonesa ya se han expuesto, y lo dicho y probado por nosotros coincides con lo hablado y documentado por aquel gran ministro de la Monarquía.

Sólo traeremos aquí su gallardo párrafo final, por ser ejemplar para todo estadista:

“Y se nos dice que estamos condenados, y se nos señala por los anarquistas, y se nos ridiculiza. Vengan las amenazas en buena hora, que tranquilos las esperamos, con la tranquilidad de las conciencias honradas. Y si llegara el momento del sacrificio, serenos lo afrontaremos, porque permitiría dejar a nuestros hijos, si esa condena se cumpliera, la mayor gloria, la de un hombre inmaculado.”

Y nos refiere el masón Soldevilla lo acaecido en aquel momento, y dada su personalidad, nadie podrá dudarlo:

“En este momento, el señor Maura, poniéndose en pie, aplaudió con entusiasmo al señor La Cierva. Toda la minoría conservadora aplaudía también ruidosa y largamente. El señor Presidente del Consejo de Ministros, desde la cabecera del banco azul, aplaudió también. La mayoría rompió en aplausos igualmente. Y durante unos seis u ocho minutos retumbó la Cámara con el aplauso entusiasta de conservadores y ministeriales. El señor Moret y algunos Diputados amigos suyos no intervinieron en este homenaje al señor La Cierva, que era verdaderamente extraordinario. La gallardía personal y el patriotismo arrastró por un momento a los propios adversarios políticos de La Cierva. Significativo fue sobremanera el aplauso de Canalejas, que había presenciado el debate como neutral y ajeno a él.”

Sin duda, una voz de presagio le habló allá en el fondo de su conciencia, y al aplaudir a La Cierva condenó por anticipado su propio asesinato.

OTRO ATENTADO CONTRA DON ANTONIO MAURA

En pleno Congreso se habla hecho la infame apología del atentado personal y La Cierva respondió con la gallardía de las palabras copiadas. Maura se levantó de su escaño y abrazó al orador.

La escena ocurre el día 8 de julio; a los catorce días justos, el 22, al descender del vagón en el que Maura llega a Barcelona, con los primeros saludos de los amigos que en la estación de Francia lo esperan, recibe dos balazos disparados a quemarropa por un anarquista que también lo espera.

La Providencia vuelve a salvarle; las balas le han producido únicamente dos heridas leves, una en el brazo izquierdo y otra en la pierna derecha.

El magnicida “tranquilo y sonriente”, según la crónica del día, es conducido a la Jefatura de Policía.

Se llamaba Manuel Posas Roca, tenia sólo dieciocho años.

De cómplices e inductores ni la Policía ni el sumario nos dirán en absoluto nada.

Canalejas hablará en el Congreso al día siguiente del frustrado magnicidio.

Su oración oratoria tiene gran emoción y es muy sincera. Otra vez parece hablarle la misteriosa voz desde lo más profundo de su conciencia. Sus palabras carecen dictadas por el presentimiento de su propio fin, porque acaba diciendo:

“Señores: un saludo a la familia de ese hombre público, que llegará un día, si tales fieras se desatan de sus cubiles, en que nuestras esposas y nuestros hijos considerarán tal vez una desgracia aquello que debiera ser nuestra gloria más grande: el estar al frente de los destinos de España.”

Como muestra de vileza e hipocresía, he aquí cómo comentarán el atentado contra Maura dos periódicos republicanos: El País y El Radical:

El País dice: “Condenamos el crimen político, cométase contra quien se cometa: lo mismo contra don Francisco Ferrer Guardia, que contra don Antonio Maura y Montaner.”

El Radical escribe que “el crimen no lo puede admitir, no lo admite ninguna conciencia honrada, ni como arma, ni como camino, ni como solución”; y luego, desarrollando su pensamiento, dice:

“Maura, más que manchado por su propia sangre, lo está con la de los hombres, las mujeres y los niños que cayeron bajo el plomo de la fuerza pública, lanzada brutalmente contra ellos por la soberbia y el matonismo de una política sin entrañas. Si a Maura y a La Cierva se les hubiesen exigido seriamente las responsabilidades de sus infamias y hubieran sido llevados a la barra antes de cerrarse las Cortes, a buen seguro que nadie osara tocarles a un pelo de la ropa.”

La Cierva dirá en un discurso pronunciado en Deva:

“Llegó a decirse que era necesario un atentado a la vida de Maura. Cuando leí en el Congreso un número de El Progreso en que se decía que estábamos condenados, también callaron esos hombres, y no sé si despectivamente me oiría alguno. Habéis visto que el autor del atentado era asiduo lector de El Progreso y socio de la Casa del Pueblo. Yo recordé a Lerroux que a Artal se le cogió un artículo que decía que Maura era carne de Angiolillo. Lerroux sabía esto, y al escribirse en El Progreso lo que yo leía, ya sabemos lo que Lerroux se proponía.”

Al día siguiente del atentado, entraban por la frontera catalana dos mil huidos a Francia cuando la Semana Trágica: dos mil asesinos sacrílegos e incendiarios..., perdonados por el Gobierno liberal y democrático...

Pasan unos meses, Manuel Posas comparecerá para responder de su tentativa de magnicidio ante un Tribunal. Pagará con tres años de prisión, igual que si hubiera herido a cualquier borracho procaz. Sin duda, la vida de un estadista como Maura le importaba igual a la nación y a la sociedad que la de cualquier beodo... ¡Era la Justicia democrática!... ¡Un hombre, un voto!

No pasarían muchos meses; el 3 de diciembre, en Madrid, Francisco Millán Carro intentó disparar contra La Cierva. Se lo impidió un agente encargado de proteger al ex ministro de Gobernación.

¡Con qué placer quitarla de la mano la pistola al criminal aquel agente de policía!

No en vano, a La Cierva debían todos los funcionarios del Cuerpo su dignificación moral y material y la organización; habiendo dejado de ser funcionarios “de favor” del político de tanda. Porque se ha de conocer que a don Juan de La Cierva y Peñafiel debe España la Policía que tiene, de cuyos funcionarlos, excluido el autor, puede y debe enorgullecerse. Por ese solo hecho ya tenía méritos La Cierva para ser sentenciado a muerte.

LA NUEVA REPUBLICA PORTUGUESA Y LOS REVOLUCIONARIOS ESPAÑOLES

La instauración de la República portuguesa despertó gran entusiasmo entre los revolucionarlos españoles. Creyeron, y así lo expresaron, que el masónico gobierno de la nación vecina prestaría un valioso concurso moral y material para hacer triunfar la República en España. Tanta fue la algazara republicana que el Gobierno republicano portugués debió dar una nota oficial afirmando que se abstendría de toda injerencia en los asuntos internos españoles. Tenía su tejado de vidrio, y si la República portuguesa ayudaba a los republicanos españoles debía temer que la Monarquía española ayudase a los monárquicos portugueses... y, sin duda, temería salir perdiendo.

La nota oficial no detuvo a nuestros republicanos, y el día 16 de octubre celebraron una manifestación de simpatía a la República vecina en pleno Madrid. La encabezaron los jefes de la Conjunción republicano-socialista, entre los que figuraron los siguientes diputados de la misma: Azcárate, Pablo Iglesias, Barral, Galdós, Esquerdo, Alvarez (Melquíades), Salillas, Albornoz, Zulueta, Lari, Salvatella, Giner de los Ríos, Echevarrieta. Este último, pasados los años, confabulado con Azaña, compraría un barco, el Turquesa, que llenaría de armas para una Revolución en Portugal, que, fracasada sin llegar a emplearlas, sirvieron en 1934 para el crimen de la Revolución asturiana.

La gente no cambia.

CAMBÓ Y LA CUESTION ANTIRRELIGIOSA

En la lucha constante contra la Iglesia en el período es digna de mención la ayuda prestada a Canalejas por Cambó, al que tantos llamados católicos seguían en Cataluña.

Del acuerdo de Canalejas y Cambó en la política contra la Religión dan prueba estas declaraciones:

“La cuestión capital en España es la religiosa, y la solución para evitar disturbios sería dejar a la Iglesia libre, separada del Estado. Con los republicanos, lo único positivo es el anticlericalismo, con los carlistas, el clericalismo… El señor Canalejas está realizando una excelente labor, pero su programa debe realizarse integralmente. Si sólo lo realiza a medias, habrá hecho más mal que bien. Debe ir hasta el fin, hasta que de la solución; no creo que en su camino halle obstáculos insuperables.”

Cambó se atrevía a propugnar lo que no llegó a insinuar siquiera Canalejas: la separación de la Iglesia y el Estado.

Y, además, tenía el valor de hacer una advertencia al Rey, pues concluía:

“En Portugal, la Iglesia estaba sostenida por el Rey y el Gobierno. El Rey cayó y con él la Iglesia. La Iglesia no puede adquirir solidez mientras dependa del Rey o del Estado.”

Cambó hace méritos con tales declaraciones para ser el hombre de confianza que Canalejas busca con linterna para enviarlo al Vaticano, y tiene rotundo éxito. Nos lo referirá el escritor, aún viviente, don José Plá, en su biografía, panegírica, en catalán, titulada Francés Cambó, donde nos entera de la siguiente manera:

“Para demostrar hasta dónde llega la compenetración que llegó a existir entre Canalejas y Cambó, haremos uña ligerísima referencia a la misión extraoficial que Canalejas encomienda a Cambó relacionada con su política clerical. La política religiosa de Canalejas está aún por sojuzgar... (por juzgar lo severamente que mereció, señor Plá; pero usted, asesorado por Cambó, sin duda, nos da nuevos elementos de juicio; agradecidos).

“Canalejas—continúa Plá—por el hecho de ser un hombre profundamente inteligente... creyó de buena fe que la reforma intelectual y moral de la Iglesia provocada por una separación, pactada en Roma, de la Iglesia y el Estado era un capítulo urgente de la reforma intelectual y moral (¿moral o inmoral, señor Plá?) del país... Cuando Canalejas ruega a Cambó que marche a Roma para el intento de ver las posibilidades de ir a una separación pactada entre el Estado y la Iglesia, lo hizo pensando en los intereses superiores que Canalejas pensaba defender (¿los intereses heterodoxos y los inmorales?... ¿no, señor Plá?).

Y agrega el escritor panigerista:

“El cardenal secretario de Estado de la época, Merry del Val, factótum notorio de la fracción zelandi del cardenalato, opone una negativa rotunda y clara. La cuestión, una vez asesinado Canalejas, cayó en el olvido. Pero falta saber—y eso lo dirá la historia de nuestra época—hasta qué punto se equivocaba Merry del Val.”

Sí, señor Plá, la Historia lo ha dicho, y de manera demasiado clara.

Terminemos el asunto aportando este detalle singular, según lo refiere el masón Soldevilla:

“Hasta los más significados catalanistas, como los señores Prat de la Riba y Puig y Cadafalch, que en otras ocasiones se habían excusado de acompañar ni visitar a los representantes del Poder central, visitaron y acompañaron en esta ocasión al señor Conde de Sagasta.”

Sin duda, la cuestión antirreligiosa les hacía superar a los “regionalistas” su odio al Poder central. Y, acaso, también la presencia del conde de Sagasta, en cuyo título verían al heredero del que profanó los restos mortales del Emperador, el primero que realmente reunió en su cabeza las coronas de Castilla y Aragón y, por tanto, integró totalmente a España.

No alcanzamos mejor explicación de aquel inédito gesto de los “regionalistas”, de Cambó.

LO DEL “MAINE”

No queremos dejar sin constancia en estas páginas lo conocido por el mundo en el mes de enero de 1911.

Con estupor mundial se supo que el Maine, aquel crucero americano volado en 1898 dentro de la bahía de La Habana, se hundió por una explosión ocurrida en su interior.

Puesto a flote al cabo de los años por los americanos, las planchas del blindaje aparecieron rotas y dobladas hacia fuera, lo cual demostraba con evidencia total que la explosión fue interior, y por lo tanto, que no pudo ser causada por mano española.

Copiamos los testimonios según aparecieron en el diario inglés Daily New, de Londres:

“Si el pueblo norteamericano no hubiese creído que la voladura del Maine en el puerto de La Habana fuese obra de los españoles, no habría habido guerra hispanoamericana. Probablemente, nadie fuera de América lo creyó, pero sí sinceramente la credulidad americana. Ahora, trece años después del trágico suceso, anuncia el Gobierno americano que nada tuvieron, sin embargo, que ver con la pérdida del Maine los españoles”.

Otro telegrama de Washington, que publicó el Morning Post, dijo: “De acuerdo con las informaciones que pueden considerarse autorizadas, se ha evidenciado, durante las obras de levantamiento del Maine en el puerto de La Habana, que se debió la voladura del acorazado a una “explosión interna”, de lo cual deducen los funcionarios del departamento de Guerra, que, al ser extraído por completo el casco de dicho buque, quedará demostrado que nada tuvieron que ver los españoles con aquella catástrofe.”

Más preciso es este otro despacho, publicado también por los periódicos de Londres:

“Los que dirigen los trabajos en la bahía de La Habana para poner a flote los restos del Maine han dado el informe a su Gobierno. En el dictamen se dice que se ha comprobado que la explosión fue interna. El ministro de la Guerra ha declarado que los supuestos agentes españoles no intervinieron en la catástrofe. Se supone que “la explosión estalló en el depósito de municiones” Se han extraído ya del buque hundido gran cantidad de restos humanos y algunas toneladas de carbón.”

Por nuestra parte, únicamente un sólo comentario.

La explosión del Maine, no fue casual. Sería demasiada casualidad que ocurriera en el instante preciso en el cual podía provocar la guerra en los Estados Unidos; la guerra deseada por la Masonería y el imperialismo servido por ella. Debió ser la explosión provocada por mano criminal americana, oficialmente americana, porque tal crimen, desposeía de su nacional legal al criminal, cuya nacionalidad real sería muy distinta.

Aquel crimen del Maine fue un ensayo a escala reducida del cometido por Roosevelt y sus cómplices en Pearl Harbour, ambos perpetrados con el mismo fin: hacerles entrar a los Estados Unidos en guerra.

Si aportamos aquí esas consideraciones no es para reivindicar la moral de guerra española, que España no necesita defensa de su probada humanidad e hidalguía. Damos constancia del crimen inaudito cometido en el Maine por las fuerzas secretas superestatales, porque a través de la presente obra hemos visto a los hombres de tales fuerzas cometer crímenes y traiciones increíbles, ya lo sabemos, para muchos de nuestros lectores. Y ante lo acontecido con el Maine, donde no se duda en sacrificar vidas de americanos, de ciudadanos de una nación, no odiada sino aliada... ¿qué escrúpulo habrán de tener los hombres de las fuerzas secretas anticristianas en sacrificar a ciudadanos de una nación, España, secularmente odiada por ellas?.

Medítenlo nuestros lectores cada vez que en estas páginas brote algún hecho increíble.

OTRA VEZ FERRER EN EL CONGRESO

Otra vez es llevado el fusilamiento de Ferrer a debate parlamentario. Con oportunidad o inoportunidad reglamentaria los masones reiteran sus tópicos y falsas acusaciones una y otra vez.

Se dirían que sienten por el “mártir” masónico, ya canonizado y elevado a los altares de sus “templos”, una devoción y un amor infinitamente mayor que el inspirado a los cristianos por los auténticos mártires de su Religión. Y, desde luego, un amor mayor, mucho mayor, por el asesino que el sentido por los demás españoles hacia las víctimas inmoladas por él en la calle Mayor y en la Semana Trágica, porque ni una sola vez son llevadas a debate tales víctimas; y debieron ser llevadas, por lo menos, tantas veces como su asesino, para ahogar con la sangre de las víctimas a los apologistas del que las asesinó y ultrajó.

Es paradoja demasiado reiterada siempre, a través de todas las épocas: un criminal masón revolucionario es juzgado en cualquier país con todas las garantías de justicia vigentes en cualquier sociedad civilizada, y la ola mundial de indignación levantada por sus cómplices y correligionarios es tremenda, durando años y años. En cambio, la Sociedad amenazada, la Sociedad a la cual pertenecen las víctimas inmoladas por asesinato y martirizadas, sin motivo, sin justicia, sin garantías, cuyo número es siempre infinitamente mayor que el de los asesinos sentenciados por los tribunales, permanece inerte, cual si no le afectase la sangre inicua y bárbaramente derramada ñor las balas y la dinamita revolucionaria. Como si a esa Sociedad nada le afectase ni siquiera le importase. ¿Qué deducir para tal Sociedad sin amor, sin conciencia, sin sensibilidad? Sencillamente, que se halla sentenciada de manera fatal a perecer, y no por la fuerza de sus enemigos, sino por su falta de amor; por su egoísmo, y sobre todo por su idiotez.

CANALEJAS HACE MERITOS PARA SER ASESINADO

En este capítulo, sólo expondremos cómo Canalejas llegó a ganarse la pena de muerte. Nada secreto traeremos a estas páginas; todo es público y con amplia constancia en la Prensa de los años 1911 y 1912. Nuestro recurso para demostrar que Canalejas, y también el Rey realizaron hechos que les acarrearon la sentencia de muerte, resulta de la máxima sencillez. Se reduce a relaciones por sus fechas respectivas los sucesos de tres episodios desarrollados en el periodo de tiempo comprendido entre los primeros meses de 1911 y los últimos de 1912. Y con sólo esa evidencia las sentencias de muerte pronunciadas contra el Rey y contra Canalejas aparecen perfectamente motiladas dentro de la jurisprudencia masónica y dentro de la moral y conveniencia política de Francia, servidora y servida de la Masonería internacional.

Lo Inédito sobre el asesinato de Canalejas, consumado, y el proyectado del Rey formará el capitulo siguiente, último de la primera parte de la “radiografía” del Reinado.

PRIMER “DELITO” DE CANALEJAS

Al finalizar el debate sobre Ferrer, el día 7 de abril, Pablo Iglesias pronuncia un discurso amenazador, haciendo apelación al concurso de fuerzas políticas extranjeras.

Y Canalejas, inopinadamente, pidió la palabra y se levantó para contestar.

Sólo nos interesa destacar estas palabras del jefe del Gobierno:

“Me recordaba el señor Iglesias actos públicos, y yo debo decirle que no encontrará jamás en mis actos requerimientos al extranjero. (Grandes aplausos.) Porque cuando se ama a la Patria no son legítimas esas peticiones de apoyo, (Más aplausos.) Nos amenaza S. S. con el Socialismo internacional y ¡en qué momentos para España! Cuando se presentan complicaciones, que exigen de todos nosotros que acallemos nuestras pasiones.”

Claramente alude Canalejas a complicaciones internacionales. Y sus palabras, que merecen el aplauso de todo patriota, naturalmente, constituían un delito para los enemigos de España, tuvieran o no ellos nuestra nacionalidad “oficial”.

Refrenda lo dicho, el nada sospechoso periódico El imparcial del día siguiente, día 8 de abril:

“Pudiera ser grave motivo de preocupación el temor de que la acción absorbente de Francia nos anulase por completo”, y hablaba de que Francia, “que había prescindido ya para otros extremos del Acta de Algeciras y de nuestra mancomunada intervención en el orden y policía de Marruecos, iba a proceder ahora, por propia cuenta, olvidando el pacto internacional de que somos coejecutores”.

Los rumores alarmantes en circulación obligan al Presidente a hacer unas declaraciones el mismo día, de las que sólo tomamos estas palabras:

“El Gobierno francés ha creído que es llegada la ocasión de advertir a las naciones que suscribieron el Acta de Algeciras la posibilidad de graves sucesos, que le obligarán a intervenir para proteger a sus súbditos. Por compromisos del Acta de Algeciras y por necesidad de que se respeten nuestras plazas africanas tenemos que disponer nuestro ánimo a emplear todos los medios necesarios para llenar este fin, sin provocar claro está, conflictos internacionales. España no puede mostrarse indiferente. Hay zonas en que especiales intereses nos obligan a determinada acción.”

El no renunciar a nuestros derechos en Marruecos, el no permitir que Francia emparede a España por el norte y el sur, es un delito masónico gravísimo.

El 18 es Canalejas más claro, hasta llegar a la tajante acusación:

“He visto con gran sentimiento—dijo el señor Canalejas—que algún periódico lanza el infundio antipatriótico y absurdo de que España estaba dispuesta a enviar a Marruecos un ejército que, unido al de Francia, marchase a Fez, y que dichos propósitos no se han realizado por la intervención de Alemania. Nada más inexacto. Efectivamente, no sólo Francia no nos había invitado a cooperar con ella en la pacificación del Imperio marroquí, sino que ocurría todo lo contrario, a saber: que el conflicto se preparaba y vino después, porque dicha nación se oponía en absoluto a que España tomase iniciativa alguna, ni posesión de ninguna especie en el Magreb, en tanto, que ella preparaba lo necesario hipócritamente para apoderarse de casi todo el Imperio, para lo cual explotaba con habilidad las noticias que sus mismos corresponsales fabricaban, exagerando los rumores de insurrección en Marruecos, dándoles carácter y denominación de anarquía, para mejor lograr sus propósitos de intervenir en ayuda del Sultán. En esta trampa cae inocentemente—por sus obligaciones de información—, la Prensa española, y llenos estaban los periódicos de estos días, de noticias referentes al estado anárquico de Fez, donde las cabilas estaban insurreccionadas contra el Sultán, y trataron varias veces de asaltar la población. Todo eran intrigas del Gobierno francés, que tenía ya cuatro columnas dispuestas para ir a Fez y apoderarse del Imperio a título de protectorado y con el pretexto de defender los intereses europeos.”

Las declaraciones resultan tremendamente delictivas para la Anti-españa; pero son motivadas.

Al día siguiente, se hace pública la noticia de que el capitán francés Moreau, apoyado por un destacamento de caballería está en Alcazarquivir, preparando la instalación de una guarnición francesa.

Pero al hecho y a las patrióticas declaraciones de Canalejas responde la minoría parlamentaria republicano-socialista, al día siguiente, el 23, con un manifiesto que termina diciendo:

“Somos resueltamente contrarios a la intervención militar en Marruecos, y al asegurarlo así, nos consideramos órganos, no sólo de los partidos republicanos y socialistas, sino de la inmensa mayoría de la sociedad española.”

En cambio, don Jaime de Borbón, en representación de las fuerzas tradicionalistas, tan ofendidas en sus más caros sentimientos por Canalejas, dirá entre muchas más cosas igualmente patrióticas, esta:

“... no hay nación que pueda disputar a la nuestra sus derechos en Marruecos, por su posición topográfica, por su historia, por su tradición, hasta por ciertas afinidades de raza. Pero hoy es, además problema de independencia”

El día 4 de mayo, Francia da un paso más. El coronel Bremond, al frente de una columna indígena, mandada por él y encuadrada con oficiales franceses, entra en Fez, capital del Imperio, abriéndose paso a través de combates con las cabilas.

A los tres días escasos, el 7, con el tiempo preciso para organizaría, la Conjunción Republicano-Socialista celebra una manifestación contra la guerra, contra la guerra de Marruecos, claro está.

Vayan tomando nota en su memoria los lectores de la concordancia de fechas entre las acciones militares y diplomáticas de Francia y las de nuestras Izquierdas, apoyando estas a Francia al tratar de inmovilizar a Canalejas.

Pero este no retrocede. Anunciada ya la manifestación, ordena que el día de su celebración sea ocupada la posición de Yebel Musa.

Inmediatamente, rimando con la manifestación, Le Temps protesta el día 8 de la ocupación de la posición en un artículo violento contra España. Le Temps, recordémoslo, era entonces el órgano del Ministerio de Asuntos Extranjeros de Francia.

Mas Canalejas no se amilana. Los moros cometen una agresión contra unos pescadores españoles en la costa, cerca de Tetuán. El Bajá no los castiga, y el presidente hace ocupar Monte Negrón, el día 23.

El 24 entran tropas metropolitanas francesas en Fez, al mando del general Molner; son 8.000 hombres ... las cabilas que sitiaban Fez se retiran sin disparar un tiro.

El Berliner Tagéblatt calificaba el suceso de “milagro” de la diplomacia francesa.

El Post exclamaba: ¡Ya no hay Acta de Algeciras!

Eran destellos de lo que se gestaba en Berlín.

Día 28. Entrevista del Sultán con el general Moiner; el soberano marroquí queda virtualmente como prisionero. Los franceses destituyen al Gran Visir y a varios Bajás por ser desafectos a ellos.

Día 3 de mayo, Canalejas replica enviando dos transportes con tropas a Larache.

VILLANUEVA AL AUXILIO DE FRANCIA

En junio de 1904, Miguel Villanueva había dicho en pleno Congreso, no sabemos si sabiendo o intuyendo que un día sería presidente del Consejo de Administración de las Minas del Rif:

“El Gobierno español, debe reclamar que se le de toda la influencia que pueda ejercer, sin límites de ninguna especie, en toda aquella zona del Imperio de Marruecos, hasta donde pueda y deba extenderla; no en la costa y el litoral, ni siquiera hasta una de las márgenes del Muluya: ha de ser la influencia extendida hasta la actual frontera marroquí. Sin eso, ¡qué desengaños nos esperan!”

Pero han transcurrido siete años. Villanueva ya no es presidente de minas del Rif, y en apoyo de la nación que intenta eliminarnos de Marruecos dirá sin un ápice de vergüenza:

“Yo comprendo que con mis palabras heriré los sentimientos patrióticos de algunos españoles pero ya os he hecho ver que, en virtud del acuerdo secreto con Francia, no podemos ocupar ninguna plaza, puesto que esta misión corresponde a Francia, porque así lo tiene reconocido por Inglaterra y España en el convenio de 1904 y con el consentimiento de Alemania.”

No copiaremos más del discurso, que parece dictado por el ministro de Asuntos Extranjeros de Francia.

Canalejas replica:

“Si fuéramos a gobernar con la política proclamada por el señor Villanueva, estaríamos a merced de lo que Francia quisiera otorgarnos. Pero yo no puedo seguir al señor Villanueva. Porque no se puede dudar que España tiene reconocidos tres veces derechos y acciones que nadie puede negarle. Nosotros no podemos vivir de la benevolencia, porque tenemos algo más que raíz, fundamento, fuente de derecho.”

Y al día siguiente, 9 de junio, ordena el desembarco de nuestras fuerzas en Larache y sale un tabor de Regulares para Alcazarquivir. Seguía Canalejas haciendo méritos para sufrir pena de muerte. Y el Rey, que lo apoyaba, también.

Una nota del Gobierno francés daba esta noticia a la Prensa:

“En el Ministerio de Negocios extranjeros no se había recibido esta mañana confirmación oficial de la entrada del general Moinier en Mequinez; pero se considera la noticia completamente verosímil. En cambio, se ha recibido durante la noche noticia oficial del desembarco de los españoles en Larache. Se estima este acto como injustificado, porque la paz es completa en aquella región, mientras que sucede todo lo contrario en la región de Melilla, donde, sin embargo, España no se cree en el caso de obrar. Considérase el incidente de Larache absolutamente contrario al acta de Algeciras.”

Al momento, Soriano, Rodes, Ázcárate, Pablo Iglesias y Villanueva pronuncian violentos discursos contra la intervención en Marruecos. Pablo Iglesias, torpe y demagogo, amenazará con la guerra entre Francia y España:

“Y si chocamos—añadió—con los países fuertes, o tendremos que ceder en condiciones no gallardas o tendremos que ir a una lucha desesperada, que no estamos en condiciones de mantener con ventaja. El país está en contra de todo eso, y nosotros a su lado procuraremos evitar que se vaya a la guerra.”

Y Villanueva insistirá:

“Refiriéndome a la intervención actual, repito que la encuentro injustificada. Tetuán está más tranquilo que Madrid. (Rumores.) Examinando los fundamentos de la intervención francesa, aseguro que procede en consecuencia de un convenio particular con el Sultán y de lo consignado en el tratado franco inglés de 1904, al que se adhirió España. Para Francia ahora, además de lo escrito, hay lo gastado y lo comprometido. Mirando al interés de mi patria, no me considero inclinado a nada que comprometa las relaciones entre España y Francia Si de resultas de lo que está ocurriendo, se celebran nuevas conferencias o nuevos tratados, acaso se comprometieran cosas que hasta ahora no se han comprometido. (Rumores.).”

La amenaza al Rey es patente. Los rumores la subrayan.

Canalejas responde con gran comedimiento, pero no abdica de una sola reivindicación.

25 de junio. Otro mitin contra la guerra;

Galdós: Importa mucho impedir las románticas aventuras, cuya finalidad nadie ha podido determinar. (Se trataba de una “aventura” en la cual estaba implicada nada más que la Independencia dé la Patria... ¡pero qué sabían de Independencia los afrancesados como Galdós y compañía!)

Melquíades Alvares: Ataca primeramente la celebración del Congreso Eucarístico y sobre Marruecos dice: “Hemos ido a Marruecos por espíritu de conquista, por las exaltaciones de unos cuantos que se llaman militaristas.”

Pablo Iglesias: “A los locos que quieren llevarnos a la guerra debe ponérseles la camisa de fuerza de la acción revolucionaria.”

Azcarate: “Venimos a protestar contra la posibilidad de una guerra”

¿Qué más podía desear Francia? Lo peor no eran las palabras; lo peor era el movimiento revolucionario que se fraguaba en complicidad y al servicio de Francia. Y en tan peligrosa situación, Canalejas tiene la nefasta idea de nombrar a Antonio Barroso ministro de la Gobernación.

El primero de julio, Alemania comunica que ha dado órdenes al cañonero Panther de entrar en Agadir. Es el famoso incidente que pone en peligro la paz europea. A Francia le sale quien le disputa su arbitrario monopolio de conquistas.

¿Cómo reacciona Francia? Con una reacción muy suave respecto a Alemania; pero muy violenta para con España; sin duda, en Alemania no contaba con traidores capaces de revoluciones a su servicio.

Le Journal dirá ese día:

“Francia prepara una acción en Madrid capaz de hacer comprender a España que su reserva de paciencia está casi agotada y que ya es hora de que los españoles vuelvan a la estricta observancia de los tratados.” Y L’Eclair decía: 

“En los Círculos diplomáticos todo el mundo se pregunta qué medidas adoptará Francia para prevenir las intrusiones de los españoles en Marruecos. La llamada temporal de Geofray tendría un alcance sentimental y de dudosa eficacia. ¿Se hará una demostración naval ante Larache? ¿Se emplearán represalias aduaneras?”

Día 11 de julio: A pretexto de una huelga de carpinteros, estalla la huelga general en Zaragoza. Empiezan los tanteos revolucionarios a medida que se agudiza la tensión entre España y Francia.

13 de julio: El ministro de Estado ha de dar cuenta de varias provocaciones francesas en Alcazarquivir.

15 de julio: Mitin tumultuoso en Barcelona contra la guerra, organizado por los catalanistas, en el cual hablaron Azcárate, Soriano y Pablo Iglesias.

18 de julio: El agente consular francés, M. Boisset realiza otra provocación en Alcázar. La Prensa francesa lo abulta.

21de julio: No se ha solucionado el incidente Boisset cuando promueve otro el teniente Thiziet, instructor de la mehala acampada junto a Lucus.

22 de julio: El mismo teniente provoca otro incidente, entrando en Alcázar y prendiendo a unos desertores marroquíes.

En este clima internacional, y precisamente en Tánger, se produce la sublevación en La Numancia.

LA SUBLEVACION EN LA NUMANCIA Y EL MOVIMIENTO GENERAL REVOLUCIONARIO ARTICULADOS CON LOS ATAQUES RIFEÑOS.

La ferrerada, fracasada la Revolución de la Semana Trágica, después de su triunfo político en Madrid, quiso conseguir también el revolucionario.

Aparte del frustrado proyecto de pronunciamiento, más o menos truculento, fraguado a base de nombrar a Weyler capitán general único, según ocurre cuando en una conspiración entran fuerzas distintas, cada una de ellas trató por su cuenta de impulsar la Revolución hasta sus objetivos propios. Por ello, todas las revoluciones de “conjunción” se supo cómo empezaban, pero nadie adivinó hasta dónde iban a llegar.

La regla no tuvo excepción en tiempos de Canalejas. Si Weyler y Moret tuvieron la intención del gesto militar, los revolucionarios de oficio, como Lerroux y los demás, tenían demasiada experiencia sobre la “prudencia” de sus amigos con entorchados en la bocamanga; la frase gráfica del revolucionario portugués nos lo demuestra, pues un destino, un puesto ansiado, conseguido era suficiente, no para desistir, sino para un aplazamiento. Por ello, a la vez que “cultivaban los extremistas a determinados generales, no dejaron nunca de “trabajar” a las clases del Ejército y de la Marina para sublevar directamente a la tropa.

A tal táctica se debió la tentativa de sublevar la tripulación de la fragata Numancia, en aguas de Tánger.

Dentro de la dotación existía lo que ahora llamaríamos una “célula” revolucionaria. Según las investigaciones ulteriores, la componían, por lo menos, siete miembros; tendría más, pero no se averiguó. Su jefe era un fogonero llamado Antonio Sánchez Moya.

Desde hacía tiempo, cuando el barco entraba en puertos importantes, los de la “célula” tomaban contacto con los dirigentes republicanos de la conspiración. Quienes eran estos no se averiguó, siendo tan fácil conseguirlo, una vez abortada la sublevación. Sin duda, el Gobierno quiso reducir el flecho a su mínima expresión, evitando toda complicación, porque sabía bien hasta qué alturas masónicas podía llegar una verdadera investigación. Y eran tiempos de “apaciguamiento”.

La Numancia había visitado el puerto dé Lisboa poco antes de recalar en Tánger. En la capital portuguesa, el Sánchez Moya y algunos de los comprometidos tomaron contacto con los revolucionarios portugueses, aún muy eufóricos por su reciente y fácil triunfo. Sin duda, les harían creer que unos cuantos cañonazos disparados por cualquier barco, según pasó en Lisboa, le harían echar a correr al Rey.

Así, cierta noche, estando el barco fondeado en la rada de Tánger, Sánchez Moya, seguido de unos veinte marineros, intentó apoderarse de la Numancia; pero fueron reducidos en minutos por el oficial de guardia sin efusión de sangre.

El Gobierno intentó quitar importancia a lo sucedido, dejando a la Prensa en la ignorancia. Según se aseguró, Canalejas trató de que no interviniera la Justicia Naval, reduciendo la sublevación a cosa disciplinaria. De ahí las mentiras oficiales y el viaje del ministro de Marina a San Femando, donde había entrado el barco, en el cual arengó a la tripulación.

Según manifestó después el ministro de Marina, “había sacado el convencimiento absoluto de que lo ocurrido en aguas de Tánger no había tenido conexión próxima ni remota con la política”.

Por tal declaración se ve a dónde se pretendía llegar con la impunidad.

Pero los mandos y la oficialidad de la Escuadra no se allanaron a las presiones gubernamentales, y hubo sumaria.

De lo probado en ella dio cuenta Canalejas a la Prensa, después de fusilado el fogonero Sánchez Moya; porque ahora no convenía quitar importancia a la sublevación, después de sancionarla con la máxima pena.

He aquí algo de lo dicho por el Presidente:

“A bordo de ese buque había lo menos siete tripulantes de ideas exaltadas, de un republicanismo exaltadísimo, que celebraban secretas reuniones y asistían a los Centros republicanos de los puertos en que desembarcaban, incluso los que existían y existen en Lisboa. Para todo esto los aludidos se vestían de paisano. Esos individuos no se proponían matar a nadie, pues declaran que ellos no son asesinos; pero que si pensaban apoderarse de la oficialidad, amarrarla, encerrarla, hacerse dueños del buque y zarpar inmediatamente con rumbo a Málaga. Todo esto que expongo —agregó el Presidente— debe ir acompañado de algunos interrogantes, pues no se ha averiguado aún si contaban con la complicidad de otras personas, y menos las personas que eran. Una vez en el puerto de Málaga, los sublevados dirían a la ciudad que debía entregarse a la escuadra, de la cual el Numancia era unas avanzada, que se había declarado por la República.

Y aquí viene el interrogante.

¿Se concertó este plan con alguna persona determinada?

La Escuadra, después de lo expuesto, se apoderaría de la ciudad y el movimiento avanzaría auxiliado por otras circunstancias, y quedaría proclamada la República en España.

Todo esto, de gran importancia, será objeto de averiguaciones en la pieza separada que, como consecuencia del juicio sumarísimo, se ha empezado a incoar.

Los sentenciados por el movimiento han sido sólo siete: uno, fusilado, y seis a cadena perpetua.

Estos han quedado convictos y confesos; los demás interrogados por el Tribunal han negado los hechos que se les imputaban y han sido absueltos, porque no se encontró ninguna prueba contra ellos. Sólo existía el indicio de que tomaron las armas.

El fogonero Sánchez Moya y los otros seis, a las dos y media de la madrugada, comenzaron a recorrer el barco diciendo:

—¡Arriba, muchachos; zafarrancho de combate, coged las armas!

Unos cuarenta se levantaron, azorados, y con las armas en la mano subieron a cubierta. 

Un condestable les salió al encuentro, interrogándoles a qué obedecía tal actitud, que por nadie había sido mandada adoptar.

Los marineros le contestaron:

—Nada; con vosotros no va nada. Es con los oficiales.

El Condestable, sospechando lo que ocurría, sacó el machete y avanzó hacia ellos.

Poco después llegaron un soldado de Infantería de Marina y el oficial de guardia, y entre los tres hicieron fracasar el movimiento en menos de siete minutos.

Los únicos que hicieron alguna resistencia fueron los siete condenados por el Consejo de guerra. Los demás se entregaron en el acto, y dijeron que los habían engañado.

El fogonero Sánchez Moya fue el que se hizo más fuerte, resistiéndose algunos segundos. Como contra los absueltos no había ninguna prueba, sólo indicios de haber seguido el movimiento engañados, el Consejo de guerra no quiso condenarlos.

”A bordo del Numancia, en los equipajes de los siete condenados, se han encontrado varias cartas y papeles en los que se comprueban sus relaciones con determinados elementos republicanos.

También han sido halladas en otro buque cartas firmadas por los citados individuos. Mejor dicho, se han apresurado a entregarlas las perdonas a quienes iban dirigidas. ¿Hay otras derivaciones? Lo indiscutible, lo que no se puede negar, es el hecho de que los insubordinados quisieron sujetar a los oficiales, apoderarse del buque y marchar a Málaga. El general Pidal ha visitado todos los ranchos, ha conversado con toda la oficialidad, con los marinos y nada: hasta él no ha llegado ninguna queja, ninguna reclamación encontrando a todos en perfecto estado de disciplina.

Se cuenta que cuando el exaltado Sánchez Moya, fracasada su in­tentona, fue amarrado a la barra, exclamó:

—¡Qué lástima! ¡Yo hubiera sido el Machado dos Santos de España!

Esto dijo Canalejas. De las diligencias separadas para averiguar quién secundaría en Málaga a los sublevados si triunfaban y qué complicidades e inductores tenían, nada, en absoluto, nada. El poder gubernamental debió ser bastante para encubrir cuanto hubiera tras la tentativa de aquellos desgraciados marineros.

Claro es, a pesar de la rapidez con que se cumplió la sentencia, los auténticos culpables, los diputados republicano?, en la impunidad de su investidura, se agitaron y pidieron el indulto del sentenciado, secundados por su prensa.

Pero, fracasado el complot, el mártir era explotable.

En Barcelona hubo motín, al grito de ¡Abajo Canalejas!... ¡Viva la Revolución!

Como indicio de lo tramado a base de lo sucedido en la Numancia, se multiplican las huelgas, preparadas, sin duda, de antemano, a pretexto de reivindicaciones societarias. Hay una de albañiles en Madrid; estalla otra en Vigo, a poco, estallarán conflictos obreros en Bilbao, Málaga, Asturias, Valencia, etc. Sobre todo en las costas, nótese.

En Barcelona, los lerrouxistas se manifiestan tumultuariamente contra la pena de muerte. 

En Vizcaya y Asturias se llega a la huelga general.

A todo esto, se han producido nuevas agresiones en Melilla, coincidentes con lo de la Numancia y con las huelgas generales. Hay duros combates, pues se ha formado una harka muy numerosa y bien armada.

Por si los lectores quieren hallarles relación a todos estos acontecimientos, les diremos que la actitud de Francia es muy dura en relación a nuestros derechos en Marruecos y en Ifni. En el capitulo siguiente profundizaremos en las maniobras francesas, y veremos hasta dónde llegaron en París. Lo advertimos para que cuando lleguen a ello los lectores recuerden lo que simultáneamente acaecía en España y en Marruecos y todo lo relacionen convenientemente.

Se lo advertimos a los lectores, porque nadie ha establecido reacción entre la sublevación de la Numancia, los violentos movimientos huelguísticos habidos, el recrudecimiento de la guerra en Marruecos y las intrigas y maquinaciones francesas para oponerse a nuestras reivindicaciones marruecas... pues para cuantos han escrito hasta hoy, como en las películas, todo fue mera coincidencia...

La huelga general de Vizcaya toma caracteres de violencia y hay muertos de la fuerza pública y de los mineros. Se suspenden las garantías en la provincia.

El mismo día—mera coincidencia—la harka ataca en Melilla muy duramente, dejando en las alambradas del campamento de Iz-hafen setenta y seis muertos. Las bajas españolas que se dan son un coronel muerto y trece de tropa, más cuarenta y tres heridos entre oficiales y soldados. Son muchas más que las declaradas.

En el mismo día—también mera coincidencia—la huelga de Asturias toma mayores vuelos, y los mineros parados son ya 20.000 y este día vuelan con dinamita un puente ferroviario.

En Málaga continuaba la huelga incrementándose. El 14 hay sabotajes ferroviarios en Bilbao.

En el día 14 se sabe, por informes del comandante general de Melilla, que la imprevista aparición de la numerosa y bien provista harka rifeña se debe a la llegada de santones procedentes del Sur, de la zona de influencia francesa... Sin comentarios.

Se reciben noticias de las principales poblaciones: Sevilla, Zaragoza, Barcelona, Valencia, según las cuales se intenta extenderlas huelgas generales de Vizcaya, Málaga y Asturias... mera coincidencia.

En Zaragoza estalla inopinadamente la huelga general.

En Barcelona se intenta la huelga general revolucionaria. Hay muchas detenciones. Se recogen manifiestos muy violentos. Pero, existiendo planes y decisión, se advierte la falta de un jefe acatado por todos: falta Ferrer. De momento, se consigue frustrar la mayor parte del plan. No podemos detallar más. Tan sólo agregar que, según las declaraciones oficiales, hay extranjeros formando parte de los comités dirigentes revolucionarios.

Coincidiendo con lo de Barcelona, en la Casa del Pueblo de Madrid, acuerda la Unión General de Trabajadores el paro en toda España, que es secundado en casi todas las poblaciones.

En Valencia el paro es total y el carácter del movimiento es netamente revolucionario. No hay trenes ni tranvías, no hay periódicos y es atacada la fuerza pública. Es declarado el Estado de Guerra.

En Cullera, por ausencia de la Guardia Civil, concentrada en Valencia, ocurrió un Suceso gravísimo, que por sus consecuencias relataremos con detalles, no de nuestra redacción, sino de un masón, el ya citado Soldevilla:

“Antes de entrar en el pueblo le rodearon las turbas, reclamando libertad para los presos; el valiente juez y sus acompañantes continuaban la marcha acosados por el enjambre, que se acercaba mientras el juez no se volvía haciéndoles frente con el revólver en la mano.

Maténlo, arrástrenlo, chillaban las mujeres, y el acoso era cada vez más amenazador. Pero el juez se volvía, y a su alrededor se formaba un círculo vacío: los cobardes asesinos sentían decaer su valor cuando el juez les miraba frente a frente.

El juez no hizo ni un sólo disparo de revólver. De haberlo hecho, habría causado algún herido y, quizá, dispersado aquella turba, que, ya convencida de que el revólver no hablaba era a ciada paso más atrevida. El escribiente recibió una puñalada en la clavícula, dada por la espalda, y el juez le fue sosteniendo hasta llegar á la casa de juez municipal, única puerta que se abrió al herido. Allí quedó el escribiente, y los demás continuaron hasta el Ayuntamiento cuando ya era imposible la esperanza, cuando la sangre del herido había despertado los instintos de fiera de unos cuantos asesinos vulgares

Todavía el juez intentó aplacar aquella jauría y asomóse al balcón de la sala capitular para dirigirles la palabra: una lluvia de piedras y los gritos de Maténlo, arrástrenlo, le impulsaron a entrar en el salón mientras los cristales caían en añicos. Al mismo tiempo, la puerta iba cediendo a los golpes de hacha, y la canalla rugía impaciente a cada golpe, jadeaba al compás de los hachazos, como si con su aliento feroz quisiera hendir también la madera que la separaba de su víctima.

Durante este angustioso asedio, una escena tremenda tenia lugar en las orillas del río.

El alguacil, un pobre viejo que sintió más segura la muerte encerrándose en el Ayuntamiento que huyendo de aquel pueblo fatídico, emprendió carrera por una calle que conduce al río. Un grupo le persigue, un disparo le hiere pero al anciano le da alas el terror, y con su herida gravísima, llega a una acequia tan ancha que un joven no podría franquear; el pobre viejo salta la acequia, se arroja al río, nada con toda la fuerza que da una esperanza, pero la corriente es rapidísima e invierte bastante tiempo en atravesar el profundo Júcar.

Los perseguidores calculan el tiempo y la distancia; rodean, cruzan el puente, llegan a la margen del río, cuando el anciano moribundo casi, se arrastra por la orilla. Le cercan, le insultan. Arrodillándose el viejo y cruza sus manos temblorosas.

—¡Perdonadme la vida—les dice llorando—; por mis hijos os lo pido!

Y caen sobre su cabeza los palos, las piedras y el puñal o la navaja del Cuqueta se hunde en el pecho del desventurado alguacil y luego de muerto y mutilado, lo arrojaron al rio. Pero uno de los asesinos ha visto sobre el ensangrentado chaleco de la víctima brillar la cadena del reloj. Sacan el cadáver del agua, le despojan del reloj y de la cadena y lo vuelven a lanzar al río; y vociferando como energúmenos marchan aquellos héroes, con el Cuqueta al frente, a reforzar el sitio y el asalto del Ayuntamiento. Son las dos de la tarde.

A esa misma hora próximamente, el prisionero juez se decidió a intentar el último esfuerzo de valor, y revólver en mano, baja la escalera del Ayuntamiento a tiempo que la avalancha humana se precipita en el portalón.

Sonó un tiro. El juez recibió un balazo en una pierna y al dolor se le cayó el arma de la mano. Escondíanse los alguaciles detrás de los pilares de la escalera. Uno de ellos se descolgó por un balcón.

El Juez subió los peldaños arrastrándose; con un pedazo del calzoncillo hizo una venda y se ató la pierna herida.

—Vamos a morir —dijo al actuario—, hemos vivido ya bastante; pero éste (y señalaba al hijo de su subordinado), es aún muy joven y debe salvarse.

Obligaron al muchacho a esconderse bajo un diván, y el juez abrió la puerta del salón. En el mismo dintel cayeron sobre el resignado funcionario todos aquellos criminales: quien con una navaja, quien con una maza de picar la grava de las carreteras; el uno le asesta un hachazo, el otro le acomete con una aguja de esterero.

Es imposible narrar aquella escena, que raya y sobrepasa cuanto hay de salvaje y de inhumano en los anales del delito. El cuerpo del pobre juez es arrastrado escalera abajo: la mutilación es tal, que no se le pudo hacer la autopsia.

En tanto que los feroces se sacian con el cuerpo del juez, el actuario presentóse al grupo de sediciosos que quedó arriba.

—A vosotros me entrego; no me hagáis ningún mal; soy un pobre que no hizo nunca más que cumplir con su deber; perdonadme la vida.

Así dice el desgraciado secretario y parece haber enternecido a sus aprehensores; pero la mano del Cuqueta, armada con una piedra, se alza por encima del corro y cae sobre la cara del infeliz, saltándole un ojo: otra ve la sangre embriaga a aquellos criminales, y el actuario se desploma acribillado de heridas, machacado verdaderamente. Repugna relatar los detalles del macabro suceso; los muertos del barranco del Lobo no presentaban tan terrible aspecto como el de los cadáveres, abandonados por la turba cuando ya no ¿labia en los cuerpos ni un centímetro sin herida o magullamiento.

Estos eran los reos que habían de ser juzgados por un Tribunal militar, pues aunque se pidió la inhibitoria a favor del civil, fue denegada, por entender que cuando los sucesos ocurrieron ya estaba proclamando el estado de guerra en toda la provincia de Valencia.

La expectación era enorme; pero como la índole de este libro y el espacio de que disponemos no nos permite seguir paso a paso este interesante proceso, nos limitamos a decir que el fiscal pidió pena de muerte para los procesados siguientes: Federico Alsina Franco, Francisco Jimeno Radúan, José Ochera Casat, Valeriano Martínez Ibiza, José Jiménez Malonda, Juan Jover Corral y Cecilio San Félix Expósito; a más de otras penas de cadena perpetua y temporal a otros procesados, hasta el número de veintiuno, pues para uno pidió la absolución por falta de prueba.

El Gobierno se vio precisado, muy a pesar suyo, a suspender las garantías en toda España.

El día 21 de septiembre ya se podía considerar fracasado el movimiento revolucionario.

Pero, no bien acaba, como cuando la Semana Trágica con Ferrer, los jefes impunes del movimiento, emprenden una campaña desaforada.

Abre la marcha una comunicación telegráfica del Comité ejecutivo de la Conjunción republicano-socialista, dirigida a Canalejas. A pesar de ser telegráfica, es muy extensa y no la copiamos integra.

En ella empiezan por negar que el movimiento fracasado fuera político; es decir, se sacuden la responsabilidad personal.

Pero... “El Comité condena con la mayor energía los procedimientos empleados por el Poder público para resolver con inhumana represión estos conflictos y hace constar que tan torpe conducta ha sido causa de las manifestaciones de solidaridad con que ha respondido todo el proletariado español, revelando un estado de conciencia y de juerga que ningún gobernante contemporáneo puede desconocer-im­punemente, refiriéndose q cuestiones de mayor gravedad.

La amenaza es clara.

Y prosiguen:

“Este Comité protesta de que, a pesar de las negativas del Gobierno; se preparan nuevas y temerarias operaciones en Marruecos, acompañadas, según parece, de misteriosas negociaciones diplomáticas...”

Invitamos a los lectores a recordar literalmente el último párrafo cuando lean las maquinaciones del Gobierno francés en el capítulo siguiente. Si no hallan una complicidad manifiesta con un Gobierno extranjero para traicionar a España en sus derechos a costa de provocar el derramamiento de sangre española, la del Rey, la de Canalejas, la de autoridades y la de obreros, el autor creerá que ha perdido, la razón. 

Para más evidencia, la comunicación de los traidores añadirá:

“...Y no se limita el Comité a protestar, sino que rotundamente proclama que el pueblo español tiene indiscutible derecho a conocer los propósitos y actos del Poder que afectan de un modo definitivo a la vida presente y al porvenir de la Nación.”

El Gobierno francés, por estas fechas, como veremos después en documentos indudables, estaba convencido de que el Rey con Canalejas buscaban aliarse con Alemania para reivindicar nuestros derechos en Marruecos, y, claro es, aliarse también para atacar a Francia por los Pirineos en la guerra que ya se preparaba. Y, ya lo veremos, Francia no retrocedía ante el regicidio ni el magnicidio, y ya se ve que contaba dentro de España con traidores dispuestos a secundarla.

Y ya sólo esto, que refuerza las claras alusiones del Comité de traidores:

“Esta —la Nación— no puede seguir por más tiempo en tenebrosa ignorancia de la dirección que imprimen a sus destinos y del empleo que dan a su sangre y a sus intereses los actuales gestores de la política, recordando las explícitas promesas y el compromiso de honor contraído por el Gobierno de no acometer sigilosamente tales empresas.”

El Ministerio de Negocios Francés tenía un fiel portavoz en el Comité, que repetía con fidelidad sus secretas consignas diplomáticas. Ya lo comprobará el lector.

Firmaban la comunicación unos hombres cuyos nombres deben pasar a la Historia con todo su deshonor: B. Pérez Galdós, Pablo Iglesias, Manuel Carande, Melquíades Alvarez, Rosendo Castells, Rodrigo Soriano, Francisco Pi y Arsuaga, Joaquín Salvatella, Pablo Nougués.

El mismo día, el 22 de septiembre, en el que dirigen la comunicación, ataca la harka y hay un durísimo combate en el río Kert, y numerosas bajas. Continúan las meras coincidencias.

Canalejas respondió negando que el movimiento fuera meramente societario, afirmando que obedeció “a una conjura revolucionaria, en la que unos actuaban contra la sociedad y el Estado y otros contra las Instituciones constitucionales, respondiendo todos a retos anticipados ya en las Cámaras, en la Prensa y en la tribuna popular.”

Pero esto no admitía duda; lo interesante es como Canalejas recoge lo esencial de la nota de los traidores:

“Deseoso el Gobierno de publicarlo todo y someterse al fallo inapelable del país, no puede, sin embargo, notificar ahora al Parlamento lo que los Gobiernos de las demás naciones interesadas consideren que debe sigilarse aún, en bien de la paz y para el mejor éxito de la diplomacia.”

Canalejas no podía decir más en aquellas fechas; pero que él encendía, como nosotros, que la coacción de los traidores se dirigía contra su política internacional es cosa que salta plenamente a la vista.

Sentimos no poder ser más amplios.

La guerra de Marruecos, engarzada con la Revolución interior, por obra y gracia de la Masonería, aliada del Gobierno francés, toma en esto época grandes proporciones.

El ministro de la Guerra, que volvió a ser Luque —garantía dada por Canalejas a las izquierdas de que no habrá “iniciativas militares” contra ellas— ha de ir personalmente a Melilla.

En las crónicas de la época están los duros combates librados para pasar el río Kert —que por su caudal puede ser atravesado a pie— las grandes bajas tenidas por nuestro Ejército, hasta un general muerto, y la inutilidad práctica de aquella campaña, frenada desde Madrid cuando nuestras fuerzas podían explotar el castigo inferido al enemigo. Lo que ocurriría siempre.

No diremos más. Tan sólo copiaremos un suelto de La Correspondencia Militar del 16 de octubre de 1911, en el cual se trasluce algo de cuanto había tras los bastidores internacionales.

Primero, las líneas con que encabeza el artículo el masón Soldevilla; como se ve, ni él se atreve a negar la verdad de la denuncia:

“¿Ayudan los franceses?—Hacíanse muchos comentarios acerca de las muestras de la inteligente y buena dirección que demostraban los moros en sus ataques, y se susurraba si alguna nación amiga les ayudaba, a fin de dificultar la acción de España, precisamente en víspe­ras de comenzar las negociaciones franco-españolas acerca de Marrue­cos y respecto a las cuales tan mala voluntad nos mostraba casi toda la Prensa francesa.”

Y ahora he aquí el artículo de la Correspondencia Militar:

“Los militares, en estos días, aquí dentro de los ámbitos de la Península, y muy especialmente en Madrid, han de poner especial cuidado en el juicio que emiten en círculos, centros, tertulias y cafés. Es preciso no olvidar un sólo instante que, en esas tierras que son mudo testigo del heroísmo de nuestros compañeros y de nuestros soldados, se están encontrando estos días fusiles franceses, monedas francesas, y, seguramente se encontrarían también, si factible fuese, técnicos muy competentes dirigiendo a los moros; técnicos que no habrán nacido en el suelo del Magreb. Estamos, por tanto, frente a una nueva serie de poderosos obstáculos, que nuestros queridos amigos y vecinos colocan en el camino del cumplimiento de nuestros ineludibles deberes en el norte de África, en vísperas de una negociación que no sabemos que rumbo tomará”

La Mañana del 17 de octubre de 1911 publicaba el siguiente artículo :

NUESTRA ENEMIGA

“Debemos prevenirnos contra Francia, nuestra hermana hipócrita. Las negociaciones entre Francia y España estarán a punto o deben estar a punto de iniciarse y conviene que afilemos las uñas para no dejarnos arrebatar la presa. No sabemos, en concreto, lo que pretenderá Francia, pero por si acaso vaya poniéndose en guardia nuestro Gobierno y agrúpese detrás de él España entera, porque hombres entre otros de tanta actividad en la Prensa de París como M. A. de Man y M. Jules Delfosse, vienen tratando hace meses de la conquista de Marruecos, o, al menos, de su sumisión a la exclusiva influencia de Francia y una gran parte del país lo considera ya como cosa propia y en estos días se oye en la capital francesa con alguna frecuencia y con la natural inquietud que los españoles seremos echados. Ya hemos visto cual ha sido la política de Francia en Marruecos durante sus últimos años, como justifica su expedición armada al Imperio, porque según ella, el Estado anárquico podía repercutir en su colonia Argelina, como resultante de la solidaridad que existe entre aquellas tribus; ahora durante las negociaciones tratará de cubrir su apetito con la socorrida pantalla de “la Soberanía del Sultán y la independencia del Magreb”. Confiemos en que nuestro Gobierno opondrá a estas ambiciones el dique de nuestros ideales históricos y nuestros derechos adquiridos a costa de la sangre española que allí vertimos y vertemos. Ahora recoge aquella prensa nuestros hechos de armas en Melilla. Y causa verdadera indignación el relato que hace de ellos. Sobre , la mesa tenemos un número de Le Gaulois, en el que no se habla sino de muertos y heridos de los españoles. Para nuestro Ejército, todas son derrotas. Cuanto se persigue, se diga y aun se haga contra Francia será poco para cobrarnos sus faltas... Casi estamos por escribir que para vengar sus delitos. En estas tristezas de ahora, ¿no tienen arte ni parte los franceses? Un colega dice con claro sentido de los hechos:

Varios oficiales y algunos soldados tienen tremendas heridas, con destrozo de los huesos. En todos los casos de fractura se advierte la misma característica: el paso de la bala explosiva, que al clavarse en la carne revienta por percusión, se abre en fragmentos como la armadura de un paraguas. En el combate del día 7, esas balas han sido profusamente disparadas por los moros; está comprobado. ¿De dónde proceden las municiones que tan caras pagan los rifeños en su zoco permanente de más allá del Kert?

Los franceses, encareciéndonos su amistad por la vía diplomática, endulzándonos con las mieles de su peculiar finura, rindiéndonos la admiración de aquellos de sus oficiales que pasan el Muluya para declarar que ninguna hidalguía como la nuestra ni marcialidad comparable a la española; los franceses, que pretenden meterse en el riñón de África y ejercer su protectorado en nombre de la civiliza­ción y del progreso; esos refinados vecinos ultrapirenaicos están negociando con el contrabando de guerra que sus mercaderes pasan de los almacenes argelinos al campo rebelde del Rif e infringiendo el más sacrílego de los ultrajes a esa civilización sacrosanta que le sirve dé pantalla a sus crímenes. Llenan las cananas de los tiradores rifeños con las balas explosivas que toda nación repudia en sus guerras, que el más rudimentario humanitarismo proscribe, que sólo se usan hoy para cazar tigres en las selvas de la India y leones en los oasis africanos. Ante tales ejemplos no habrá quien no se indigne como nosotros. Contra los rifeños no, porque ellos primeramente son seres que no salieron de la barbarie y les es dado emplear todo cuanto la perfidia de un judío les pone al alcance. ¡Y aún la chusma parisina aullaba en las calles contra los semitas, cuando toda Francia es hebrea en la banca, en la industria y en la moral! Hoy los hebreos franceses dan a los rifeños balas explosivas; mañana quizá hagan llegar a los zocos bombas de inversión. Ya nadie que vea y prevea esto le puede parecer duro el lenguaje que contra Francia se emplee. Ahora como siempre, y más que nunca, Francia no es nuestra hermana; Francia es nuestra enemiga”.

Este articulo fue denunciado y recogido el periódico, a instancias del embajador de Francia.

Esto se publicaba el 16 de octubre, como se ha dicho. Al día siguiente se hacía pública la suspensión de las operaciones. El ministro de la Guerra salía de Melilla.

Los motivos eran graves. Moya, el animador y alma de la Conjunción—¿conjunción o conjuración?—republicano-socialista le hacia decir él mismo día a El Liberal cosa tan patriótica como ésta:

”Se ha equivocado esta vez el señor Canalejas, tan hábil siempre en la elección y aplicación de adjetivos. Lo grotesco sería el concepto gubernamental de que se pudiera decretar una campaña, remover toda la nación, gastar enormes sumas, causar sentidísimas muertes, llenar de enfermos y heridos los hospitales y, al cabo de dos semanas, suspender la acción, al amparo del vulgarísimo adagio “a casa, que llueve” y quedarse los autores de lo uno y de lo otro tan desahogados y tan frescos como si nada hubiese ocurrido”.

Canalejas, en la nota oficiosa del Consejo celebrado en Palacio el mismo día, dirá “que, sin una deserción del deber, no se puede hoy hablar de crisis, ni parcial ni total”.

La reclamación de Canalejas al Gobierno francas por al ayuda prestada a los rífenos debió ser tan enérgica y documentada, que el día 21 se presentó en Ujda—ciudad argelina próxima a nuestra zona— el general Toutée, alto comisario de Argelia, y ordenó la detención de M. Destailleur, de M. Pandori, capitán de Aduanas, y de M. Lorgeu, vicecónsul de Francia. Fueron los testaferros acusados del contrabando de armas. Pasados irnos meses, fueron absueltos. Se probó que no hubo tal contrabando de armas. ¡Que lo dijeran nuestros numerosos muertos!

Pero no se había limitado el Gobierno francés a dar dinero, armas y dirección a las harkas del Rif; también había puesto el veto, con serias amenazas, a todo intento de avanzar más allá del Kert..., amenazas no sólo de guerra, sino de revolución en el interior de España, y la sublevación de la Numancia fue un claro aviso.

Canalejas no se atrevió a enfrentarse con la doble amenaza interior y exterior, pero no dimitió, según exigían los políticos traidores al servicio de Francia, y se limitó a suspender las operaciones, aun conociendo que la harka, ya muy castigada, tendría tiempo para reponer sus pérdidas y para reforzarse.

El día 23 de julio llegó el ministro de la Guerra a Madrid. La mayoría del país lo acusó de haber fracasado, pues sólo podía suponer que la suspensión de las operaciones y el quedar nuestras tropas en las mismas posiciones de partida obedecía únicamente a una derrota.

No soportó Luque la suposición, y el mismo día de su llegada lanzó unas declaraciones, cuya interpretación era demasiado clara.

Lo principal de sus palabras fue esto:

“El aplazamiento.—El paso del Kert, aparte las razones que lo hacían necesario, era sólo una acción preliminar. El plan de que formaba parte era mucho más extenso, y lo habíamos convenido entre el general Aldave y yo, con asistencia e intervención del general Larrea. Todo estaba en el combinado, todos los preparativos estaban hechos. Pero desde el primer momento convinimos en que para su realización hacían falta condiciones que no dependían de nosotros, pero en las cuales el tiempo y el estado del mar jugaban importantísimo papel. ¿Quiere esto decir que el estado del mar y el tiempo eran las únicas condiciones requeridas para el éxito? No. Había también otra; pero nada me pregunte usted sobre esto, porque no podría contestarle, muy a pesar mío. La indiscreción, que es una virtud en el periodista, es un defecto de incalculables consecuencias en todo hom­bre de Gobierno. Bástele a usted saber—y quizá algún día pueda ser más explícito—que esas condiciones faltaron, y que por su falta no era posible realizar la operación en la forma que se había previsto y proyectado”.

La prensa en general, después de publicar las declaraciones del ministro, dijo que la “condición por la cual no se realizó la operación fue haberla impedido “cierta” nación”.

Coincidiendo con tan peligrosa situación, la extrema izquierda, no pudiendo negar los asesinatos alevosos cometidos por los procesados de Cutiera, como hiciera con Ferrer, al día siguiente de regresar el ministro de la Guerra emprende una campaña por los “martirios de que han sido víctimas los asesinos procesados".

La campaña de prensa se desata. Una comisión de diputados provinciales y concejales republicanos de Valencia, reforzada por Lerroux, Barral y Azzati visita a Canalejas, denunciando torturas y martirios de los detenidos en la cárcel de Cultera..., que el caso era “un segundo Montjuich”.

No podemos detallar la campaña. Desde el 25 continuó durante muchos días, teniendo pendiente al Gobierno y a la opinión. No bastó que el día 28 se hiciera un reconocimiento médico por una Junta de cuatro catedráticos y académicos de Medicina y de tres médicos militares, presidida por el rector de la Universidad de Valencia, y que ésta dictaminara:

“... y como consecuencia de todo lo expuesto, unánimemente manifiestan que en los reconocimientos detallados no han encontrado vestigios ni señales que indiquen haber sufrido los procesados tortura ni tormento alguno; que es cuanto pueden decir en cumplimiento de la orden recibida y en descargo del juramento prestado, firmando la presente diligencia, con el señor juez y yo, el secretario, de que certifico.—José María Machi, Francisco Orts, Antonio Casanova, José Donday, Adolfo Aloy, Francisco Sanjiménez, Luis Sieyro, Antonio Palomer y Agustín Beltrán.—Rubricado”.

Ya lo decimos, no bastó. Los periódicos extremistas continuaron la campaña, que naturalmente repercutió en el extranjero.

L’Humanité decía, entre otras enormidades, éstas:

“Dijimos ayer que el renegado Canalejas tenía la intención de hacer fusilar a cinco ciudadanos de Cullera. Habíamos cometido un error. El número exacto es de doce. Por otra parte—según carta de un diputado republicano español que tenemos a la vista—, en las prisiones de Cullera y dé Sueca, pue­blos del antiguo reino valenciano, han sido torturados varios ciudadanos de una manera infame, para hacerles confesar delitos que no habían cometido”.

Anotemos que el órgano masónico del socialismo francés llamaba “renegado” a Canalejas, y la palabra es muy grave cuando es dirigida a un masón; porque tal “excomunión” va siempre acompañada de la entrega del renegado al brazo secular de la Masonería, el anarquismo, para su ejecución.

The Daily News publicó una carta de Rodrigo Soriano pidiendo amparo a la prensa inglesa “en nombre de la humanidad”.

No podemos continuar con esta segunda edición de la ferrerada, el espacio falta. Nos limitamos a señalar que el día 1 se publicaba íntegro el informe médico, que termina con el párrafo copiado, que desmiente totalmente cualquier tormento; en el mismo se detallan uno por uno los reconocimientos con gran escrupulosidad, mencionando toda señal apreciada en la piel, producto de enfermedades o lesiones sufridas durante toda la vida de cada procesado; claro es, apreciando su antigüedad, confirmada por la declaración de cada reconocido, antigüedad mucho mayor, de años, que la de su detención. De los 22 reconocidos, 10 presentaban esas antiguas señales, de ellos siete de forúnculos antiguos, y uno en actividad.

Pues bien, la escrupulosidad del reconocimiento y la fidelidad del acta, que por unanimidad termina diciendo “que no se han encontrado vestigios ni señales que indiquen haber sufrido los procesados tortura ni tormento alguno”, sirve para que publique El Liberal esta insidia:

“Del documento anterior no se saca aquella convicción absoluta que nos había prometido el Gobierno. Queda—nos dijo cuando por telégrafo se le enviaron las conclusiones del dictamen—demostrada plena y absolutamente la falsedad de la denuncia.... No hemos visto nosotros, ni creemos que pueda ver nadie, esa demostración absoluta y plena. Lo único que se ve es una extraordinaria colección de forúnculos. Y conste que de esta rara particularidad tampoco estimamos que se deduzca nada concreto”.

Era decir insidiosamente que siete doctores en Medicina, cuatro catedráticos y académicos, todos de Valencia, y tres médicos militares, mentían.

Sin comentarios. Tan sólo añadir que el calumnioso Liberal era de Miguel Moya, ese de lápida, calle y estatua en Madrid.

La campaña contra Canalejas llegaba abatir todas las marcas. España Nueva publicaba esta “cartelera teatral” con este alarde tipográfico:

TEATRO NACIONAL

Funciones diarias antipopulares

TRAIDOR, CINICO Y VERDUGO.

Tragedia para reír, original de los señores Narváez y González Bravo, refundida por don José Canalejas

Está obteniendo un éxito estupendo.

LOS TORTURADOS

Siguen las representaciones de este drama, que ha sido ya ejecutado en Montjuich, Alcalá del Valle, Gijón, etc. Su “reprise” en Cullera constituye la nota de actualidad.

 

Y añadía el mismo periódico en un entrefilet: “Se puede ser mal gobernante. Lo que no se puede ser es étnico, traidor y verdugo”.

 Esto se publicaba el día 4 de julio; el 5 era inaugurada la estatua de Francisco Ferrer en Bruselas.

El día 7, España Nueva publicaba esta “esquela mortuoria”:

 

El señor

D. JOSE CANALEJAS Y MENDEZ

Ha muerto políticamente

Después de ser un traidor a su Patria y a sus ideales.

Se ruega el disimulo en las demostraciones de alegría.

Canalejas reposará en el Panteón de Traidores Ilustres, donde le esperan ya Catilina, Don Oppas, Torquemada, Narváez, Fernando VII, Chamorro y demás malditos de la Historia.

 

Después, este entrefilet: .

“Mientras ocupe la Jefatura del Gobierno el señor Canalejas se puede atormentar impunemente a los presos: ¡Ánimo, inquisidores. La impunidad os ampara!” 

Y terminaba con estos otros: -

Loco, farsante, traidor.

\Trágala\

¡Trágala!

\Trágala\

¡Al loco! ¡Al loco! ¡Al loco! .

 

Lector: ¿estaba o no públicamente pronunciada la sentencia de muerte de don José Canalejas?

El Liberal vuelve a calumniar. Publica un escrito protestando de malos tratos carcelarios y de la Policía. Llamados los firmantes por un Juez de Madrid, manifiestan que han firmado el documento porque así se lo dijeron, y que personalmente nada saben de lo denunciado. Azzati es detenido dentro de una casa que asalta, capitaneando un grupo. Detenido in fraganti, debe ser libertado.

Melquíades ha dicho tales enormidades, que lo procesa un juez, a la espera del suplicatorio.

Canalejas se ve obligado a declarar en un discurso pronunciado el día 23 de noviembre:

“Cuándo yo decía a Europa que aquí los republicanos, antes que republicanos son españoles, me responden con una infame revolución, con una huelga general, con un verdadero fratricidio.... que me combatan cuanto quieran, que me infamen; no me importa; pero que no me ayuden en momentos como estos, cuando en el pleito internacional que se ventila necesita el Gobierno, sea cualquiera, el apoyo de todos los españoles, contrista el ánimo y llena de amargura. Vine al Gobierno penetrado de que había que demostrar a las clases conservadoras, y entre ellas en primer lugar al Rey, que las ideas democráticas eran compatibles con la Monarquía. Yo no he encontrado en el Rey, ni en ninguna de las personas de la familia real, oposición a mis ideales ni a la realización de mi programa, que era de todo el mundo conocido. Pero yo no anuncié que al encargarme del Gobierno iba a la quema de los conventos, a la matanza de frailes, ni mucho menos a entregar la Monarquía. Para esos momentos que se aproximan quisiera yo un instante de tregua en la lucha; pero estoy seguro que no la conseguiría. Si yo pudiera abrir las Cortes ahora, que no puedo, y no es por cobardía, pediría esa tregua al patriotismo. No cabe esa tregua, está bien. Allá cada cual con su conciencia”.

“Ya veremos si hay hombres capaces de una vil conjura en estos momentos”.

¡Ya lo creo que los había!

Para no perder la vida Canalejas, ya empezaba él a verlo, no sólo debía legislar contra la religión; debía “quemar conventos” y “matar frailes”; pero, a la vez, debía traicionar a España en beneficio de naciones extranjeras; y, por último, debía traicionar al Rey “entregando la Monarquía”... Sólo así moriría de viejo en su cama, como murieron cuantos gobernantes la entregaron “en bandeja de plata”. Debía haber sido fiel al juramento hecho a la Masonería, y no sólo traicionar a Dios yendo contra la religión, sino traicionar también a Patria y Rey.

CONJURA INTERNACIONAL

Canalejas debe hacer frente a ella con estas declaraciones: “Primera. Que España, como corresponde a la hidalguía de nuestro país y a la lealtad de sus sentimientos, ha practicado en estos últimos tiempos sus negociaciones sin exceder nunca él limite de su derecho y sin dejar de poner siempre sus determinaciones en conocimiento, no sólo de las potencias especialmente interesadas en aqué­llas, sino en el de todas las signatarias del Acta de Algeciras.

Es por tanto muy lamentable, y mucho más refiriéndose a infor­mes que se supone nacidos en España, el dar como cierto que esta última haya flirteado ni realizado pacto alguno con ninguna nación en ningún momento.

Segunda. Que España no ha apoderado ni autorizado a nadie para negociar ni pactar en asuntos que sólo con ella y con sus intereses puedan relacionarse”.

Alude Canalejas a la creencia del Gobierno francés de que está tratando de concertar una alianza con Alemania, según lo acusan en París los masones españoles. En el capítulo siguiente veremos lo que piensan, dicen y hacen los gobernantes franceses.

¿Quién son estos traidores delatores?

Cuando Canalejas habla, Pablo Iglesias está en París, con Fabra Rivas, azuzando a los socialistas franceses contra España y Placiendo el juego a los colonistas franceses. Lo denuncia el A B C por estas fechas.

Poco después, el día 6 de diciembre, vuelve el embajador de Francia a Madrid, después de larga ausencia, y se celebra la primera conferen­cia de las negociaciones hispanofrancesas sobre Marruecos. Asiste a ella el embajador de Inglaterra.

Es un triunfo de Canalejas el conseguir que Francia negocie; porque, en más o en menos, supone renunciar a su pretendido monopolio en Marruecos.

SENTENCIA DE MUERTE E INDULTO DE LOS ASESINOS DE CULLERA

El día 7 de diciembre empieza el Consejo de Guerra contra los asesinos de Cullera. El día 15 hay sentencia: seis penas de muerte y dos cadenas perpetuas. Una pena de muerte más dictó en la apelación el Supremo de Guerra y Marina. El Liberal se apresura a pedir el indulto. El día antes, el 14, Se hacía pública la sentencia condenando por calumnia a El Liberal al pago de 150.000 pesetas.

La calumnia estaba contenida en un telegrama publicado por El Liberal. El telegrama daba cuenta de la fuga de una distinguida señorita con un fraile, que se suicidó cuando les daban alcance. Daba nombres y apellidos de la señorita y del fraile. Pero todo era en absoluto falso. El periódico de Miguel Moya, a quien quería matar el padre de la señorita ofendida, evitándolo La Cierva, era el más indicado para tomar la iniciativa en la petición de indulto de los asesinos de Cullera. Al fin, aquellos cafres anarquistas tan sólo habían matado cuer­pos, y sólo en una ocasión. El masón Miguel Moya toda su vida se dedicó a matar almas, como aconsejara Lenin, con la calumnia. Y esto era mucho más grave que quitar una vida temporal; aunque menos penado por la justicia humana... ¡y hasta premiado con lápidas, calles y estatuas en las calles de Madrid, donde tantas almas asesinara con aquellas 90.000 suscripciones de su inmundo Liberal y los que vendía en la calle; muchos, muchísimos, ciertamente, por su celestinesca última plana.

Abreviaremos. Después de verse la apelación ante el Supremo de Guerra y Marina, que confirmó la sentencia, Canalejas presentó al Rey el indulto de seis de los siete condenados a pena capital. Quedó sin indultar el célebre Chato de Cuqueta.

El Rey estimó que debían ser indultados los siete, porque los siete habían cometido el mismo delito. Canalejas dimitió.

Lo sucedido en el trámite del indulto no está claro, y se han dado diferentes versiones; pero sin tener en cuenta para ellas, a nuestro juicio, lo más importante: la grave situación en Melilla, donde sé producen inopinados y durísimos ataques, con esa precisión cronométrica concordante con las horas críticas revolucionarias peninsulares. Y el fusilamiento de los reos de Cullera, según las amenazas, era un magnífico pretexto para que los traidores provocaran una campaña internacional, una nueva ferrerada y un movimiento revolucionario en auxilio de los rifeños.

A la vista de la situación, creemos que Canalejas no se atrevió a facilitar, con las ejecuciones, el pretexto a los dirigentes revolucionarios, y que si dejó de proponer el del Chato de Cuqueta fue para rea­lizar un gesto caballeroso en favor del Rey, a fin de que el Monarca tuviera ocasión de beneficiarse personalmente con un acto de clemencia suyo en absoluto.

NEGOCIACIONES Y ATAQUE EN MELILLA

Como se ha dicho, el 6 de diciembre se celebró la primera conferencia de las negociaciones hispanofrancesas.

Según el oficioso Diario Universal del día 15, las pretensiones francesas eran éstas:

“La renuncia de los derechos que le confirió el Convenio de 1904 en la zona Sur, es decir: Ifni, que debió entregarse en soberanía a nuestro país, en virtud del tratado hispano-marroquí de 1860.

El resto del territorio hasta el paralelo 27° 40”, que formaba parte de los dominios marroquíes (unos 45.000 kilómetros cuadrados); y la zona Sur del paralelo 27° 40”, que según el convenio de 1904 está fuera de dichos dominios marroquíes (unos 150.000 kilómetros cuadrados).

Estas pretensiones, de aceptarse, entrañarían para España un sacrificio que superaría en número de kilómetros cuadrados al que Francia había hecho en favor de Alemania.

Canalejas rechazó tales demandas.

No pasan veinte días de la primera conferencia cuando los moros, el 23, toman la ofensiva y pasan el rio Kert; los mandan los mismos jefes de Kabila que habían pactado la paz menos de dos meses antes. La harka está nutrida por moros del sur, procedentes de la parte de influencia francesa. Nuestras tropas, en duro combate, padecen bajas. La noche del 23 fue muy comprometida para varias posiciones nuestras. Siguen los combates creciendo en dureza. El 28 es herido el general Ros. El 29 han de ser enviadas tropas desde la Península. Las bajas dadas oficialmente, sólo del día 27, fueron: 12 muertos y 21 heridos entre jefes y oficiales; 83 muertos y 257 heridos de tropa. '

Los de siempre, encabezados por Galdós, lanzan el correspondiente manifiesto. Sus tres primeros puntos fueron éstos:

“Primero. Término honroso de la guerra y reingreso de las tropas en las zonas defensivas de nuestras plazas.

Segundo. Condenación de la política de expansión territorial en Marruecos.

Tercero. Disminución de los gastos en los presupuestos de Guerra y Marina y efectividad del servicio militar obligatorio”.

Los periódicos donde aún late el patriotismo acusan a Francia de ser la culpable de los ataques en el Rif.

El Gobierno, por medio de su prensa y de declaraciones, trata de acallar las acusaciones. El Gobierno y la prensa de Francia hacen protestas de inocencia y se indignan por tales “calumnias”.

Canalejas debe ocultar a la opinión los combates y bajas para evitar complicaciones con Francia, que las habría provocado; sobre todo, aprovechando las huelgas y desórdenes acordados por sus cómplices para el caso de no ser indultado el Chato de Cuqueta. Lerroux había tomado la iniciativa en Barcelona, y la huelga general estaba ya decidida. .

* * *

Hemos entrado en el nuevo año, en 1912, último de vida de Canalejas.

En cuanto se abren las Cortes, las izquierdas plantean un debate político. Los temas pueden suponerse: la represión del movimiento revolucionario y la guerra en el Rif.

Empiezan el ataque Zulueta y Albornoz. Les sigue Pablo Iglesias, que con don profético augura a Canalejas:

“Su señoría no volverá a gobernar.”

Seguidamente anuncia que emplearán la violencia revolucionaria. Responde inmediatamente Canalejas. No se atreve a lanzarse a fondo en lo más grave: en la colaboración de los jefes revolucionarios con Francia; pero hace clarísimas alusiones. A Pablo Iglesias le dice: “distraído en excursiones peninsulares y en el extranjero...” Los correligionarios de su señoría en Italia votan muchos millones para artillería... El recibir beneficios de extranjeros en estos tiempos tiene que ser con mucha cautela...”

El día 25 se reanuda el debate político.

Melquíades Álvarez lanza un ataque contra Canalejas como pocas veces fuera oído contra un Jefe de Gobierno:

El señor Álvarez: “El señor Canalejas decía: El Gobierno tenía noticias exactas, tres veces al día, de lo que hacían los conspiradores. O las autoridades realizaron lo que nunca, o. esos infelices conspiradores eran unos confidentes. Sólo así se explica el celo de las autoridades. ¿No es verdad que esto es sorprendente? Si no queréis convenceros, entonces la censura para el señor Canalejas. ¿Sabía el Gobierno cuanto se urdía? Pues una apelación ante la sinceridad. Una huelga así no.es una huelga; eso es una rebelión, cuando menos una sedición. Siendo rebelión o sedición, el que propone, el que conspira es un delincuente. ¿Cómo las autoridades no ordenaron al detención de esos delincuentes?”

“El señor Maura, ante los sucesos de Barcelona, sucesos más importantes que los de ahora, levantó el estado de guerra en: cuanto se restableció el orden: el 1 de agosto. Vosotros hicisteis lo contrario. Será inverosímil, pero más lo es el telegrama que dirigió su señoría al capitán general de Valencia tratándole como si fuese a un Rey, a quien decía de nosotros, faltando a la verdad, que éramos enemigos del Ejército, escarnecedores de la Patria, injuriadores del Rey, perturbadores de la paz pública. Un presidente que procede así no puede merecer nuestra consideración”. (Rumores.)

El señor Álvarez hizo una detenida y dura critica de las últimas operaciones del Rif, censurando mucho al Presidente del Consejo y al ministro de la Guerra, y dijo:

“Vosotros, a costa del Ejército, buscabais un éxito político para consolidaros en el Poder, que perderéis por vuestra incapacidad.”

Canalejas respondió:

“Me acusa de insinceridad. Todo Gobierno en España, en nuestras condiciones económicas y militares, tendría delante el problema del Rif. ¿Queréis que descarté el Muluya, el avance de una nación amiga, el llamamiento a nuestra responsabilidad para no dar pretexto a que otros nos sustituyesen? Nosotros no podíamos determinar nuestra actitud pacífica o bélica. La guerra, la lucha, no se busca muchas veces, y se encuentra. Al oír al señor Álvarez me he consolado; porque sus pesimismos de ayer no se han confirmado. Previó acontecimientos por la ocupación de Larache y Alcazarquivir. Nada ha ocurrido. Si, complot fue el de Barcelona. Se me dice por qué no prohibí el Congreso Obrero. Pero ¡si apenas nos asomamos a un mitin y ya se nos combate! Si de algo hemos pecado, es de tolerancia. No se produjeron en otras partes los tristes sucesos de Cullera, porque conocíamos al detalle el complot. Sabíamos quiénes eran los maquinadores, y los detuvimos. ¡Si el señor Álvarez, en su pasión, ha olvidado tanto la realidad que no ha hablado de tremendos sabotajes en Asturias! Pero hay solidaridades políticas...”

El señor Azcárate: “Que ni en Bélgica ni en otras partes chocan.”

El señor Presidente del Consejo de Ministros: “Pero no para preparar la huelga general revolucionaria.”

En el debate político interviene Señantes, que en dos palabras plantea la cuestión revolucionaria en sus verdaderos términos, en términos de traición:

“La coincidencia del movimiento revolucionario del verano último con el envío de tropas, explícanos su tendencia y significación.”

Y la entraña, pútrida de la política la pone al descubierto Vázquez de Mella: 

“El poder moderador está en mi antiguo amigo, el señor Lerroux. Yo le reconozco a su señoría excelsas cualidades, aunque no sea más que como organizador de desórdenes. Cuando sé le llamaba el emperador del Paralelo, yo decía: tienen razón; es paralelo de la Monarquía. (Risas.) La gobernación se ejerce lo mismo desdé el Gabinete que desde fuera de él. El señor Lerroux gobierna desde fuera. ¿No os acordáis de los telegramas del señor Lerroux, antes y después del indulto?” (Léelos). “Pero es más: El Progreso tituló después de la gracia un artículo: “Triunfo del partido radical.” (También lo lee.) “En él se hablaba del pavor causado en altas esferas. Y se agrega: “Salvando a Juan Jover hemos ahorcado a Canalejas y Maura.” (Risas.)

El descubrimiento del complot de Barcelona se debió no al señor Pórtela, sino al señor Lerroux, que no quería entonces la huelga. La quiso en el caso de no haber Indulto, y sólo se suspendió ante la gracia. El señor Lerroux suspendió la huelga preparada porque hubo indulto.

Lo que impera aquí en todos los partidos, quizá también en el nuestro, es el miedo. Los conservadores no son débiles ni pusilánimes, pero participan de un miedo. El señor Maura, en el Poder, cuando ve enfrente al partido liberal, yo creo que le tiemblan las carnes. Cuando el señor Maura dé un paso hacia las verdaderas derechas, sabe que los liberales darán tres hacia las izquierdas. A esa clase de miedo me refiero.

Las izquierdas mismas se han tenido que apoyar en las masas colectivistas. Don Pablo Iglesias ha tenido que apoyarse en los mismos procedimientos ácratas. Los anarquistas teóricos se apoyan en los prácticos, en los de las bombas. También el señor Canalejas tiene miedo. La melancolía se difunde por sus palabras. Su señoría cuenta sólo con el poder moderador del señor Lerroux, no con la Conjunción; su señoría es un fracasado. Su señoría no ha fracasado sólo por practicar lo contrario de lo que pre­dicó; ha fracasado asimismo porque su programa, el detenimiento de la revolución, no se ha cumplido, la atmósfera no está lúcida. Su se­ñoría ha Sido el postulante de las benevolencias revolucionarias. La valla de las Tullerias la mantenían el respetó y e! amor. Un poco después desapareció, y es que la fuerza material no basta sí sé carece de la fuerza moral. El miedo no da fuerza moral. Hasta el propio señor Lerroux tiene miedo a su historia y a su pistola: la huelga. Yo creo que si vieran al señor La Cierva en Gobernación, temblarían”. (Risas.)

Lerroux, tan aludido, interviene. Y queriendo quitarle la razón a Vázquez de Mella, se la da de la manera más rotunda.

En un párrafo contra Maura y La Cierva, dice:

“¿Sabéis quién ha indultado a los siete reos de Cutiera? Los señores Maura y La Cierva ¿Quién ha redimido a esos siete hombres? Baró, Málet, Hoyos y Ferrer (los fusilados por la Semana Trágica). Aquello hizo que en adelante, por delitos políticos, no se pueda matar a un hombre. Esto es ya una conquista”.

En efecto, la impunidad para el crimen político había sido conquistada por los revolucionarios. Ya no podría ser ejecutado ninguno; la pena de muerte quedaba suprimida para los revolucionarios asesinos... Los únicos que no habían suprimido la pena de muerte eran los revolucionarios... Y a pena de muerte se hallaba ya sentenciado Canalejas, el mismo que la suprimió para sus asesinos.

Unas cifras elocuentes. El 28 de febrero publica el “Diario de Se­siones la relación” de suplicatorios pedidos por las autoridades judiciales para procesar a diputados. Son 423 nada menos.

Van en vanguardia los republicanos: Emiliano Iglesias, con 82; Soriano, con 67; Azzati, con 57; Lerroux, con 52.

La mayor parte de los suplicatorios eran por injurias al Rey, la Reina o por ataques a la Monarquía, y eran 113; por excitaciones a la rebelión o sedición, 36; por ataques al Ejército, 33; por ataques a la religión e Iglesia, 31; y a las autoridades, 27.

Tal uso se hacia de la inmunidad, mejor dicho, impunidad parla­mentaria.

SIGUEN COINCIDIENDO LAS NEGOCIACIONES HISPANOFRANCESAS CON LOS ATAQUES RIFEÑOS Y LOS DE LAS IZQUIERDAS

Francia continúa en sus demandas. Pero cada vez que España vuelve a negarse a ceder y busca el apoyo internacional, sobrevienen los ataques en el Rif. Esta correspondencia diplomática y guerrera fue una constante en tanto gobernó Canalejas. Y, ya lo hemos visto, Sin fallar una vez, cada serie de combates también es acompañada de otra serie de ataques de las izquierdas para pedir una y otra vez el abandono de Marruecos.

Así sucederá cuando los cruentos combates de la tercera decena de marzo de 1912.

El día 29, cronométricamente, a poco de conocerse el gran nú­mero de bajas habidas en el Kert, la Conjunción celebra otro mitin en Madrid.

Habla Azcárate contra la guerra, y otros también. Pero la “nota” la dará Melquíades Álvarez. Una pequeña muestra:

“El señor Canalejas ha llenado las cárceles de obreros y ha impedido la protesta contra la infame campaña de Melilla, pleito en que no se ventilan el decoro del Ejército ni el de la Patria. Cuando los militares conozcan mis declaraciones—dijo el señor Álvarez—, estarán conformes en que no se debe seguir una guerra que ocasiona únicamente tremendas catástrofes y tristes humillaciones. La catástrofe del Barranco del Lobo se ha repetido ahora”.

Aquel mismo día, Francia firmaba por sí y ante sí el Tratado Franco-marroquí en Fez. Presentaba a España el hecho consumado. El Tratado, llamado de Fez, es el que ha regido hasta el presente año en el Protectorado. Lo firmó el Sultán con la ciudad ocupada por los franceses; por tanto, en “completa libertad” contractual.

La prensa europea subrayó el gran triunfo de la diplomacia armada francesa.

Unos días después, el 7, ya firmado el Tratado de Fez, le darían las izquierdas un gran banquete a Melquíades Álvarez, donde con Azcárate consagran la creación del Partido Reformista, presidido por aquél.

Hará Melquíades un gran discurso-programa, en el que dirá cosas como éstas:

“No creáis que al organizar el partido reformista, que hace alarde de sentido gubernamental, vamos a resucitar la vieja táctica de benevolencia con los monárquicos y alianza con las izquierdas. (Aplauso.) . Esa política ha fracasado para siempre. En otro país, con otra dinastía, sería posible. Aquí, en España, donde cada paso es un desengaño y los políticos están en el Poder utilizando la apostasía y la traición, si no es candor, sería vileza colaborar con la Monarquía. Aludo a la demencia imperialista del régimen, pensando en empresas para las que no tenemos medios ni preparación: aludo a la guerra del Rif, reanudada después de la paz de At-Laten por los caprichos de una voluntad, coronada, a la que presta obediencia un Gobierno cortesano y servil.

¡Guerra mil veces maldita, porque es el sepulcro de la juventud y va labrando el desprestigio del Ejército, a quien amamos!

¡Esa guerra va labrando la ruina de nuestro Tesoro!

Hay que inspirar confianza a las clases conservadoras con objeto de asociarlas a las populares para concluir con esta Monarquía.

¿Qué vamos a hacer? Hay que disipar preocupaciones de que la debilidad de los Gobiernos republicanos pueda fomentar indisciplinas peligrosas. El derecho es orden, y no puede ser sacrificado a los antojos liberticidas de la masa

La República necesita un Poder fuerte para reprimir rebeldías e imponer la libertad.

Utilizar el Gobierno para una orgía sacrílega contra las creencias de los católicos es una injusticia y un crimen. Eso sería peligroso y sectario.

Por eso hacemos un programa que se pueda cumplir. Y si no lo cumpliéramos, dejaríamos de ser honrados.

Matrimonio civil, secularización de cementerios, escuela neutra y libertad de cultos, y con la supresión del presupuesto de culto y clero, llegar a la separación. (Aplausos.)

Que la Iglesia ejerza, si puede, la hegemonía espiritual sobre las almas, pero no a costa del Estado.

No somos colectivistas, aunque sí socialistas”.

Debía tomar Melquíades por imbéciles a los burgueses que intentaba él atraerse. ¿Desde cuándo el socialismo no es colectivismo')

“¡Nada de sublevaciones aisladas, que relajan la disciplina y pue­den provocar la dictadura!

¡Nada de motines callejeros, que no resuelven nuestras aspiraciones!

La revolución que tenemos la obligación de hacer no puede ser obra aislada de agitadores: debe ser obra colectiva, que funda al pueblo y al Ejército, para que éste haga efectiva la voluntad del pueblo.

Cuando la Patria, por su órgano legítimo, que es el pueblo, reclame la ayuda del Ejército, éste debe seguirle, o será un Ejército desleal.

Si todos corresponden como deben, cuando lleguen circunstancias propicias la España republicana se pondrá en pie para decirle a la Monarquía: Ha llegado tu fin, porque no has sabido ser digna”.

¿Cómo no había Francia de atreverse a todo?... Se le ofrecía una revolución con sedición militar abandonista de Marruecos. ¿Qué más podía desear?

Tan sólo restaba Canalejas como el único obstáculo; pero le restaban ya pocos meses de vida.

Debió adivinarlo así Gasset cuando se decidió a dejar el Gobierno. Y debió ver que sólo haría carrera política sumándose a los abandonistas, que recibieron el refuerzo de quien acababa de ser ministro.

Gasset, después de pensarlo casi un mes, lanzó una serie de seis artículos contra el ministerio, con ataques y denuncias de todo género; y en la cuestión de Marruecos, que era la importante, se atrevía él a decir que siempre había protestado contra la política de guerra seguida en Marruecos, y añadía:

“Fuera del Gobierno, como dentro de él, sigo pensando que vamos camino del desastre.”

Y para confirmarlo, los moros inician una serie de ataques, que culminan los días 13 y 15 de mayo, causándonos muchas bajas. En el del 15, es muerto el jefe moro El Mizzián.

Unos cuantos días después estalla la huelga ferroviaria en la red andaluza. Su importancia no es necesario señalarla si la relacionamos con la posibilidad de movimientos de tropas, si la situación empeora, como venía sucediendo durante aquel verano. La huelga empieza en la tercera decena de mayo. Pero algo debe fallar; el 30 se soluciona. Acaso tan sólo fuera un ensayo para la general, que ya se estaba pre­parando.

UN GESTO DEL GRANDE DE ESPAÑA SEÑOR FIGUEROA TORRES

El conde de Romanones fue durante todo el período de Gobierno de Canalejas presidente del Congreso, cargo que solía considerarse como el de “delfín” para las Jefaturas del partido y del Gobierno, caso de morir o de ser depuesto quien las ejerciera.

Presidía Romanones la sesión del 7 de junio de 1912, y en ella se debatía la concesión de un suplicatorio para procesar a Rodrigo Soriano por haber publicado su periódico, España Nueva, un articulo traducido de L’Humanité, en el cual se acusaba al Emperador de Alemania y a don Alfonso XIII de haber convenido entre ambos bombardear Lisboa.

Hubo votación y resultó un empate: 90 contra 90. El empate se debía a que muchos monárquicos liberales de la mayoría votaban a favor de Soriano, el calumniador del Monarca, al cual, además de aquella falsa pero grave acusación, le llamaba el articulo reyezuelo.

El empate debía deshacerlo la Presidencia con su voto de calidad; y requerido Romanones por Sánchez Guerra, votó diciendo:

“La Presidencia vota con el acusado.”

La ovación republicana tributada al conde fue tremenda. Sólo recordarle a los lectores aquel gran servicio hecho al conde de Romanones por Rodrigo Soriano, al publicar treinta y seis horas antes de empezar la Semana Trágica aquellas declaraciones en las cuales afirmaba no tener ya nada que ver con las Minas del Rif...

El desviar las masas de un posible raid sobre el palacio condal de la Castellana, dejándolas en la creencia de que los frailes eran los únicos mineros y que las teas incendiarias pusieron fuego sólo en iglesias y conventos... era un magnífico servicio prestado al magnífico conde... ¿Cómo no iba éste a corresponder, salvando a su benefactor republicano, al soez Soriano, dándole su voto absolutorio?

- ¡Gesto de noble aquel de Romanones!

FRANCIA DESTRONA A MULEY HAFID

Muley Hafid había destronado a su hermano “por afrancesado”; pero él debió someterse a cuanto quiso Francia. No fue suficiente, y el día 12 de agosto de 1912 se hizo público su destronamiento y destierro a Francia.

Nombraron a Muley Yusuf; pero surgió un pretendiente, Muley Hiba, llamado el Sultán del Sus, que derrotó a varias columnas francesas, debiendo acudir en refuerzo tropas metropolitanas.

Sin duda, debiendo Francia sofocar un levantamiento grave dentro de su propia zona, disminuyó el auxilio a las harkas de Melilla. De ahí, sin duda, que sin dejar de ser amenazadora la situación, resultase relativamente tranquilo aquel verano de 1912 para nuestras tropas.

Sin duda, como todos los veranos, algo esperaban en Marruecos nuestros revolucionarios. Y según la táctica de que se han dado tantos ejemplos, las huelgas menudearon; pero sin llegar a tomar carácter revolucionario. Se veía claramente, y así lo hizo conocer en unas declaraciones Canalejas, que sus móviles eran políticos. Pero les faltó el complemento de los combates marroquíes; sin embargo, existía un plan muy amplio, según vamos a ver.

LA HUELGA FERROVIARIA

El 10 de septiembre se inicia la agitación para declarar la huelga ferroviaria en la red catalana.

El 17 es presentado el oficio para la huelga en Barcelona. La Compañía acepta la mayoría de las peticiones; pero no hay solución.

Muy oportunamente llega el jefe del socialismo belga y furibundo ferrerista, Vanderbelde, a Madrid, el 23, con el pretexto de dar una conferencia.

El 25 empieza la huelga ferroviaria en la red de M. Z. A.

El 27, por solidaridad, es acordada la huelga general ferroviaria en toda España. Es ratificado el acuerdo por votación al día siguiente; la votación se amplía el 30, con el mismo resultado. Y se notifica oficialmente la huelga general ferroviaria al Gobierno para el día 9 de septiembre.

Es la primera vez que una huelga de tal importancia como es la de ferrocarriles tiene tan larga gestación. Algo, y grave, esperan los dirigentes revolucionarios que llegue a producirse; no hay otra explicación. ¿En Marruecos, según costumbre? No; creemos que dentro de la nación.

El día 2 de octubre es publicado el decreto autorizando al ministro de la Guerra para llamar a los reservistas pertenecientes al Batallón de Ferrocarriles. La medida podía alcanzar a 12.500 ferroviarios, que así quedaban convertidos en soldados.

La huelga fracasa al día siguiente: definitivamente, Canalejas se había ganado la pena de muerte.

OTROS “MERITOS” DE CANALEJAS PARA SU “EJECUCION” MASONICA

Permanentemente fue atacado Canalejas por la izquierda extremista, que lo acusaba de ser una mera secuela del Partido Conservador. Tal acusación enfureció siempre al Presidente, al herir su amor propio.

Ciertamente no fue así. Maura depuso su “implacable hostilidad’” respecto a Canalejas por no creerlo, como creyó a Moret, un hombre dispuesto a ser desde el Poder cómplice de un golpe de Estado republicano-anárquico. Pero no por «eso dejó de temer que Canalejas llegase, sin saberlo ni quererlo, a ser un cómplice inconsciente del golpe de Estado, por la libertad e impunidad que por su ideología personal y sus anteriores contactos con los revolucionarios brindó durante su mandato.

Canalejas se defendió muchas veces, pero muy claramente en un memorándum dirigido a Maura en 9 de septiembre de 1911.

“Todo cuanto constituye órgano de expresión del partido conservador y demás elementos de la derecha, llega en su hostilidad a términos; que si no me abaten, me preocupan. Desde los que insinúan sospecha acerca de mi lealtad, hasta los que no degradándose en degradarme así, juzgan que mis antecedentes, mis conexiones, mis conceptos de la política española, me constituyen en un peligro para la Monarquía y aún para la paz social; todos los de la derecha coinciden en aquellos sobresaltos patrióticos, en aquellas inquietudes monárquicas que usted,, con plausible sinceridad, me expuso claramente en más de una ocasión”.

Y lamentándose, da prueba de lo contrario, alegando:

“Y como es inútil hacer lo que hago, ni decir lo que digo, ni la actitud sañuda de los republicanos contra mi se reputa, por lo visto, sincera, sino obra del artificio, escribiéndole ahora todo vendría a pa­rar en lo que correspondiendo a su franqueza con la mía sinceramente? lo expuse en nuestra última entrevista”.

Seguirá después haciendo lo posible para convencer a Maura de que no será un cómplice de los revolucionarios, y le diría Dato, en septiembre de 1911, lo que éste comunicará a Maura con estas palabras:

“Empezó diciéndome que su política había fracasado, que los republicanos revolucionarios eran los únicos responsables de que no pue­da continuar la obra radical que estaba haciendo, apoyado leal y sinceramente por el Rey; que él lo declararía así en las Cortes, y que Si de algo había pecado, era de exceso de contemplaciones con las izquierdas.

”Me encargó que dijera a usted todo esto, y tuvo después expansio­nes sobre la conducta de algunos republicanos y de muchos liberales, que no me atrevo a confiar al correo. Tales cosas me dijo.

”Mil recuerdos, y ordene usted a su adictísimo amigo, que le quiere y admira, Eduardo Dato”.

Y entremos ya en este otro motivo de Canalejas para ser asesinado.

Amplia constancia queda hecha en las páginas precedentes del veto puesto por las izquierdas a Maura y La Cierva. El Maura no siguió en vigor durante toda la etapa de Canalejas.

Pues bien; el Presidente asesinado se hallaba dispuesto a ceder el Poder a Maura en la próxima fecha en que pensaba dejarlo, y a prestarle apoyo, volviendo a convertir al Partido Liberal en el turbante,

Veámoslo, según lo confirma, el duque de Maura, refiriéndose a la entrevista de Canalejas con el Rey, poco después de abandonar Maura «el Palacio de Oriente

"Don Alfonso (hasta cierto punto también) había avalado ante Maura la futura conducta del Jefe de su Gobierno. Parecía verdad que Canalejas estaba desengañado, por una parte, de sus coqueteos con la izquierda, y fatigado del Poder por otra. Parecía, asimismo, abrigar la resolución de dimitir, apenas ultimase los tratos con Francia y le­galizase la situación presupuestaria. Estaba firmemente decidido (esto ya no era hipotético, sino seguro) a no dejar paso a ningún otro Gabinete liberal. Se guardarla, pues, de hostigar en lo sucesivo a las derechas.

”Su trato ulterior con los adversarios o enemigos del régimen no “sería ya de bloque, sino de atracción hacia la Monarquía, por lo menos en relación con algunas personalidades que, como Azcárate, Melquíades Álvarez, Altamira, etc., eran susceptibles y merecedores de ello. Se proponía, por último, intervenir, para suavizar las relaciones entre los republicanos de orden y los conservadores”.

Era volver a convertir el Partido Liberal en la “oposición de S. M.”

Y agrega el duque de Maura, sin duda el mejor informado:

“También Maura hubo de salir satisfecho de la audiencia con Su Majestad. Pero la crisis total, temida o esperada en los corrillos del Congreso para aquella misma tarde, quedó virtualmente aplazada hasta fin de año”.

Tal programa fue frustrado por el asesinato de Canalejas.

Por cierto, cosa bien extraña, Moret comentó las entrevistas de Maura y Canalejas con el Rey diciendo estas palabras tan macabras:

Se respira ambiente de funeral.

Pardinas acababa de entrar en España.

Pasemos a otro mérito.

En junio de 1911 se celebró en Madrid el Congreso Eucarístico.

El Rey, con la Corte, se asoció a él. En la sesión inaugural, día 25, el infante don Carlos leyó el discurso de apertura en nombre de S. M.

El Gobierno se mantuvo a distancia, limitándose a mantener el orden público.

Y el 28 se celebró la clausura, con la no esperada asistencia del Rey.

Cuando el Soberano se levantó para pronunciar su discurso fue acogido por una verdadera tempestad de aplausos y vivas. Debió dejar pasar largo rato para que acabara, y en tanto recibía tan fervoroso homenaje, no dejo de sonreír.

Este párrafo suyo merece ser destacado:

“Venimos a deciros personalmente la complacencia suma con que hemos seguido la asamblea, y cómo nuestros corazones creyentes han gozado viendo a esta multitud de pueblos aquí congregados, distintos por su historia, por su lengua, por sus costumbres, fundidos en una sola grey en el crisol ardiente del amor al Santísimo Sacramento de la Eu­caristía. ¡Poder sublime de la fe y del amor!

Decid a Su Santidad que, tanto la Reina como yo, le deseamos luengos años de vida para que siga siendo el apóstol infatigable del amor de Cristo en el Sacramento, y que al dirigirme el testimonio de nuestro filial y respetuoso afecto, imploramos su apostólica bendición para nosotros, para nuestra familia, para España entera y para todos los pueblos aquí representados.”

La ovación fue delirante, anudándose con la de la calle, pues la multitud llenaba todas las próximas a San Francisco el Grande.

Al acto asistieron, además del Rey, doña Victoria, doña María Cristina, las infantas María Teresa, Isabel y Luisa y él infante don Carlos.

La Prensa radical atacó a Canalejas por haber permitido al Rey asistir al Congreso sin dimitir en el acto, alegando que lo hizo don Alfonso sin comunicarlo al Gobierno. Canalejas dijo que el Rey se lo había comunicado previamente, con lo cual se responsabilizó políticamente.

Por la tarde se organizó una grandiosa procesión, como jamás fue­ra vista en Madrid.

La bendición fue dada por el cardenal legado en la plaza de Castelar y a las ocho llegaba el Santísimo a la plaza de la Armería.

El Rey, la Familia real en pleno, y Gobierno, con el Cuerpo Diplomático, aparecieron en el balcón central. La Reina Victoria se mostró con Corona y manto real.

Entró la custodia en el Real Alcázar, y desde la puerta de la plaza, se pusieron los Reyes a la cabeza del cortejo, seguidos de la Real familia, Gobierno y Corte, hasta ¡legar al salón del Trono, donde fué adorado el Santísimo Sacramento por todos.

Después fue mostrado al pueblo que recibió la bendición sacra­mental.

La Reserva se hizo en la misma Capilla Real.

Las izquierdas masónicas, impotentes para más, blasfemaron úni­camente.

Sólo esta muestra:

“Al cabo de larguísimos años, y bajo un Gobierno democrático, la España oficial, dando alto ejemplo al universo mundo, se pone al nivel del Paraguay y del Ecuador, consagrados al Corazón de Jesús por él vesánico doctor Francia y por el desastrado García Moreno.”

Así habló El Liberal de Miguel Moya, el de lápida, calle y estatua en Madrid...

Y sólo advertir que al mencionar en el párrafo al presidente García Moreno, el masón Moya sabía bien lo que a Canalejas decía: García Moreno había sido asesinado por el masón Rayo, ejecutor de la sentencia de muerte pronunciada por las Logias

El día que escribimos esto coincide con el panegírico hecho por el A B C. a Miguel Moya, con ocasión del centenario de su nacimiento, y su invitación al homenaje a su memoria y estatua al día siguiente.

Sinceramente, señor marqués de Luca de Tena, es para indignarse. Se diría que su periódico siente hoy nostalgia de pistolas asesinas y de teas incendiarias.

ASESINATO DE CANALEJAS

De Marruecos tan sólo nos ha llegado un apagado eco de su épica canción de gesta, y sólo a través de la prosa oficial y periodística. Contadas, muy contadas veces, rimaron las palabras con la sinfonía he­roica de las hazañas marroquíes.

Aún espera la guerra de Marruecos al poeta.

Menos aún nos llegó algo de la traición internacional, aunque clara y feroz se dibujara en las tenebrosas calamidades de tantos desastres.

El texto que a continuación va es un tenebroso documento diplomático de nuestra acción marroquí. En ese documento está ya el “chantaje”, el regicidio, el magnicidio y la traición que habrían de esmaltar toda la secuencia de los años sucesivos.

MAGNICIDIO CONSUMADO

La Historia, esta historia “textual”, oficial, es algo tan liviano y falso como esos álbumes de viejas y borrosas fotografías. Cual caduco daguerrotipo, el historiador-fotógrafo ha fijado en sus páginas solemnes a unos hombres afectados, rígidos, falsos y unos hechos todo exterioridad, teatro, farsa

“La Historia—según testimonio de Ortega—cayó en manos de progresistas liberales, de los darvinistas y de los marxistas.” Es decir, ha sido escrita por los cómplices y autores de esa traición permanente, que es la Historia de la Patria durante los últimos siglos.

Sí, según Carlyle, la Historia es la biografía de los grandes hombres. La de toda nación estará cercenada si el magnicidio siega la vida de sus hombres de más rango.

A nuestra vista se batió el récord del magnicidio de la Historia Universal; Prim, Cánovas, Canalejas, Dato, Primo de Rivera, Calvo Sotelo, José Antonio Primo de Rivera.

Sólo nombres de primera magnitud; sólo magnicidios probados. Únanse a la copiosa relación los asesinatos posibles y probables, los de aquellos hombres insignes muertos oportunamente, por accidente o enfermedad, según dictamen médico-legal. Algo asombroso; la muerte fortuita o prematura, fue siempre oportuna y favorable para la traición revolucionaria; parece como si la Parca sólo eligiera sus víctimas para matarlas prematura y violentamente entre los hombres leales a España. Los traidores, con suerte demasiado singular, mueren siempre de viejos y en la cama.

El magnicidio ha sido en España un monopolio de las fuerzas internacionalistas, ejecutado en beneficio de la Revolución o en favor de nación extraña; pero, casi siempre, a favor de ambas.

Y, siendo así, nada de extraño es el silencio, la tergiversación, el escamoteo del dato esencial; la ocultación de hombres y organizaciones, al borrar todo rastro en el magnicidio capaz de mostrar su auténtica realidad y trascendencia, habida cuenta de ser progresistas, liberales, darwinistas y marxistas los historiadores. Pero José Ortega exagera, no son solamente progresistas, darwinistas y marxistas —cómplices todos de los magnicidas—los historiadores; hay también metidos en el oficio de historiar quienes no tienen tales filiaciones; pero, cosa maravillosa, en este aspecto del asesinato político—como en tantos—, se limitan a plagiar a los cómplices de los regicidas y magnicidas. ¿Cobardía?, ¿estupidez? Acaso, ambas cosas a la vez, pero, sobre todo, pánico a perder su preciado título de “intelectual”; ese título, más preciado que uno de nobleza, pues no plagiando lo perdían, ya que el título de “intelectual” sólo ha sido dispensado, precisamente, por esa gavilla de intelectuales progresistas, darwinistas y marxistas. No es la primera vez que damos a la publicidad tal tesis apoyada en lo que Disraeli escribió hace años:

Si la Historia de Inglaterra es alguna vez escrita por alguien que posea los conocimientos y el valor suficiente—y ambas cualidades son igualmente necesarias para tal empresa—, el mundo recibirá una sorpresa mayor que la que le proporcionó la lectura de los anales de Niebuhr. Hablando en términos generales, todos los grandes acontecimientos han sido falseados, ocultándose la mayor parte de las verda­deras causas, desapareciendo los principales actores, y los que se presentan son tan incomprendidos y erróneamente presentados, que él resultado es un perfecto engaño."

Si de la Historia de Inglaterra, que ha tenido a su servicio durante siglos a las fuerzas públicas y secretas de la Revolución, pudo decir su Premier Disraeli, un señalado jefe de esas secretas fuerzas, lo que Se acaba de transcribir... ¿qué no podríamos decir de la Historia de España?... de un Estado como el nuestro, que siempre tuvo a las fuerzas secretas y públicas de la heterodoxia revolucionaria en ataque perma­nente y secular, y cuyos jefes llegaron a detentar todos los poderes estatales? Sin duda, las palabras de Disraeli, aún gravadas, convienen mejor a España.

Veamos aquí si para escribir esta página de la Historia verdadera poseemos los dones necesarios, como Disraeli prescribiera: conocimientos y valor suficientes.

Se trata de un regicidio frustrado y de un magnicidio consumado.

El regicidio se proyectó contra el Rey de España, don Alfonso XIII y el magnicidio se cometió en la persona del Presidente del Consejo, don José Canalejas. Ambos hechos son ciertos; ignorando el primero, pero con constancia en la historia “oficial”, el segundo; pero sólo con la constancia de lo adjetivo, de lo público y accidental.

Su importancia histórica radica en lo ignorado de ambos hechos, en cuanto es aún secreto para los españoles, pues ahí, en lo secreto, adquieren los dos episodios y calidad ejemplar; mejor, arquetípica, porque su técnica, motivación y vinculación, revelan una vez más la esencial calidad de la mayoría de los magnicidios españoles que son arma de muerte y de “chantaje” usada por él imperialismo, ya sea éste de naciones adversas, de fuerzas secretas o de ambas obrando en alianza.

No son los regicidios y magnicidios como la Historia—la de progresistas, darwinistas y marxistas—nos los muestra; no son ese suceso tan imprevisto e imprevisible como el rayo, donde surge un ignorado, rompiendo su anonimato, y armado de bomba o pistola, mata inopinadamente a un rey o presidente..., cual si el regicida o magnicida lo hubiese decidido de repente o lo hubiese soñado en noche de pesadilla trágica. Porque ahí están los textos. ¿No describen así los regicidios y magnicidios esos historiadores consagrados por Universidades y Academias?

No elaboraré la página' histórica presente recurriendo a fuentes inéditas, y menos a investigaciones anónimas o secretas que, aun siendo verdaderas, podrían rechazarse como prueba plena. Van a testimoniar aquí un Presidente de la República, Raimond Poincaré; un jefe de Gobierno, José Caillaux; un presidente del Conseja de Ministros de España, Alvaro Figueroa Torres; un ministro español, José Francos Rodríguez, íntimo del asesinado, José Canalejas, y Su Majestad don Alfonso XIII, Rey de España.

Y, sin comentarios, leamos!

RAYMOND POINCARÉ

“Para una gran parte de la opinión francesa, no le resultaba suficiente que el Gobierno hubiese desaprobado en 1911 la iniciativa española. Después de los sacrificios que el tratado del 4 de noviembre (tratado francoalemán) nos había impuesto en el Congo, muchas personas pensaban que nosotros teníamos derecho á la revisión de los acuerdos de 1904 y a amplias compensaciones, a costa de la zona española. Tal era la tesis que sostenían, por ejemplo, M. René Millet, en La France, y M. Tardieu, en Le Temps. El uno y el otro reclamaban hasta la restitución a Francia de Larache y de Alcázar. En sentido inverso, M. Jaurés, pretendiendo que desde 1906 nuestra política marroquí había sido fértil en torpezas e irreflexiones, ensayó el poner a M. Joseph Caillaux en guardia contra la tentación de compensarse a expensas de España el compromiso del 4 de noviembre. “Lo peor—es­cribía después él—sería reabrir la era de los conflictos y abusar del acuerdo concluido con Alemania para brutalizar a España y para enemistarnos definitivamente con ella. M. Paix Séailles ha hecho notar una frase que el ex presidente del Consejo (Caillaux) parece haber proferido respondiendo a M. Jaurés y que éste le había comunicado: “¡A España, nosotros no le debemos aquello!” El gesto, según el orador socialista, que acompañó a la frase, le dio una significación de desprecio. Hasta palabras más graves fueron atribuidas a M. Caillaux:

“El rey de España había dicho a nuestro encargado de Negocios, M. William Martín, que un emisario del jefe del Gobierno francés había venido hasta la Corte para dirigirle veladas amenazas. Yo no tengo miedo—había dicho el rey—, pero tengo empeño en que quede huella. He consignado esta amenaza en una nota que he encerrado en mi caja tuerte particular. Allí se la encontrarían si me ocurriese alguna desgracia.”

“Yo había conocido esta confidencia del Rey por M. William Martín. Este llegó a ser luego jefe adjunto de mi Gabinete, Naturalmente, yo había creído mi deber el prevenir a M. Caillaux de la extraña visita que se había osado arriesgar en Madrid bajo su amparo. El me declaró que ni la había inspirado ni autorizado, y yo rogué a M. William Martín que comunicase al Rey su desmentido. En una carta del 3 de diciembre de 1916, publicada después, M. Caillaux ha renovado sus protestas: “Usted me conoce demasiado—decía él a un corresponsal—, usted me sabe demasiado celoso de mi tradición y de mis orígenes de la vieja burguesía con aportaciones de nobleza, para estar persuadido de que esos son procedimientos a los cuales yo no desciendo jamás. Y, en efecto, no había necesidad de ser gentilhombre para condenar la tentativa conminatoria de la que había hablado el rey a M. William Martín”.

JOSEPH CAILLAUX

Después de la ocupación de Alcázar, precediendo... (¿anunciando acaso?) el golpe de Agadir, la opinión francesa sentía desconfianza respecto a España. Se preguntaba si entre nuestros vecinos del otro lado de los Pirineos y nuestros vecinos del otro lado del Rhin no habría alguna relación.

La verdad, que yo he tenido los medios de aclarar, es que el Gobierno de Su Majestad Católica buscaba el apoyo de Alemania—¿con qué fines? Nosotros lo veremos—, y que con tales fines multiplicaba sus gestiones.

Yo encontré una prueba perentoria en una carta de fecha 24 de julio de 1911, dirigida por M. de Kiderlen a Madame de J... El secretario de Estado (alemán) escribía: “Apenas llegado al Ministerio, he estado retenido largo tiempo por un emisario de Madrid que tenia qué hacernos toda suerte de proposiciones a nosotros. Yo he respondido evasivamente”.

Yo no tenía necesidad de esta pieza decisiva para saberlo, porqué a través de los telegramas diplomáticos que se cambiaron entré Madrid de una parte, París y Berlín de otra, y que descifraron los criptógrafos bajo mis órdenes, se percibía a los representantes de España asediando a la Willemstrasse. Alfonso intenta, en vano, seducir a Gretchen.

El llegaba, no obstante, lo más lejos posible en su deseo de complacer. Un episodio me lo prueba.

Bruscamente, en la segunda quincena de septiembre, España nos informa sobre su intención de ocupar Ifni, pequeño punto de la costa marroquí, al sur de Agadir. Ifni formaba parte de la zona española, de la zona sur, según nuestros acuerdos lo habían delimitado. Nosotros no podíamos objetar nada en derecho, pero teníamos grandes razones pa­ra resaltar y hacer resaltar que, en efecto, el momento había sido muy singularmente escogido. El público hubiera pensado, seguramente —equivocadamente como se demostrará—que esta nueva iniciativa de España se realizaba en concierto con Alemania. La animadversión, que aumentaba ya contra nuestro vecino del Sur, se acrecentó. Se habría discutido al mismo tiempo mi política de conciliación, y los nacionalistas no habrían dejado de decir y describir que ella tenía como primer resultado el enardecer a todos los rivales de Francia. Y yo tendría mucho más trabajo que realizar para que se aceptase el arreglo que teníamos en preparación con el Reich.

Yo intenté desviar a España de la empresa que ella proyectaba. Hice resaltar los inconvenientes—algunos—a M. Pérez Caballero, embajador del Rey católico en París. Nuestro embajador en Madrid, M. Geoffray, al que hice venir e instruí, secundó mi acción como excelente diplomático que él era. Nosotros no tuvimos éxito ni el uno ni el otro.

Entonces me vino la idea de poner en movimiento a M. de Kiderlen. Yo lo había doblegado con la crisis financiera que habla finalizado precisamente entonces en Alemania, y él estaba deseoso de ponerse de acuerdo con nosotros. Yo escribí a M. Cambon. Le rogué que hiciera valer ante el secretario de Estado los argumentos que acabo de exponer. El ministro entra inmediatamente en nuestro punto de vista. Un telegrama del embajador de España en Berlín, me entera de que Alemania “aconsejaba” diferir la ocupación de Ifni. El Gobierno ibérico se inclina en el acto. Yo fui informado por un segundo telegrama, dirigido éste de Madrid a Berlín. Al día siguiente o al otro el señor Pérez Caballero se presentaba en mi gabinete: “España, deseosa de satisfacer a Francia, me dice él, accedía a vuestras justas observaciones.” Yo le di las gracias... naturalmente.

¿De dónde procedía esta docilidad respectó al Reich?, me pregunté yo. No obstante, no había ninguna entente secreta entre nuestros vecinos y nuestros rivales. La prueba es que M. de Kiderlen me había ayudado. ¿Qué espera entonces España? Ella espera, sin duda, que Berlín levante la hipoteca alemana que pesa sobre su zona, como sobre la nuestra, sin que exija de ella ninguna indemnización. Ella se deja embaucar. Nuestras precauciones son tomadas. Desde ahora ya hemos convenido con Alemania que nosotros solos trataremos sobre todo Marruecos. Nosotros nos volveremos seguidamente hacia nuestros vecinos del Sur; pero, después de todo, ésta es la pequeña cuestión. ¿Es im­probable que las coqueterías españolas no tuvieran otro objeto? ¿Cuál podía ser?”

Sintetizaremos cuanto sea posible la sustanciosa prosa de Caillaux.

Su interrogación sobre lo que podía ocultarse en relación a España y Alemania dice haberlo llegado a saber a través de un curioso asunto en el cual entran en juego Portugal y su Rey, destronado ya.

“La Banca Marchal-Bauer (debe ser la sucursal en París de los banqueros judíos Bauer, de Madrid) me hizo saber que el ex rey de Portugal, don Manuel, se había dirigido a ella para colocar, por medio de la misma, un empréstito de diez millones de francos en el mercado de París.”

Al saber que se trataba de financiar una tentativa de Restauración, los directores de la Banca requerían instrucciones del presidente Caillaux, dice éste y agrega:

“Yo les prescribí negarse, pero les rogué mantuviesen contacto y que me tuvieran al corriente.”

Estos banqueros judíos, como vemos, traicionan a los que han depositado en ellos su confianza, con el agravante de mostrarse hipócritamente interesados, alargando la negociación para continuar informando a Caillaux. Y así deben hacerlo, porque éste agrega:

"Algunos días más tarde, yo me enteré por la misma vía—por los Bauer ¿no?—que las proposiciones rechazadas en París, habían sido llevadas a Viena, y que se trataba, no de. diez millones, sino de veinte; y, cosa extraordinaria, que el Rey de España ofrecía su garantía, consintiendo en poner su firma al lado de “su buen hermano” destronado. . Y continúa Caillaux:

“Al principio de septiembre, un esgrimista célebre, muy conocido.

En la sociedad parisiense, se presenta en mi gabinete, M. Breitmayer (¿judío?) y revela a mis colaboradores que está en preparación una expedición a Portugal. Habían sido movilizados barcos en Hamburgo, con falsos papeles de a bordo... en ellos debían embarcar monárquicos de todos los países del mundo.

Seducido por la aventura, M. Breitmayer había aceptado enrolarse...”

Para espiar y denunciar, como ha podido verse. ¿No será también judío, como nuestros Bauer, este Breitmayer?...

Y Caillaux continúa:

“No queriendo que mi silenció pudiese asegurar el éxito de una agresión contra una república amiga (masónica querrá decir Caillaux) y decidí llamar al representante de Portugal. Yo le hice conocer lo que había llegado a mis oídos. Le rogué avisase a su gobierno, al cual le bastaría con protestar en Berlín y con susurrar en Madrid para hacer fracasar todo.”

Caillaux dedica varias páginas a forjar hipótesis sobre tenebrosos planes hispanoalemanes sobre Portugal, cargando la culpa principalmente sobre nuestro Rey... Naturalmente, todo rematando en algo muy peligroso (?) para Francia.

Teme Caillaux por las colonias portuguesas, que merced a la sublevación monárquica supone pueden pasar algunas a manos de Alemania. ¡Extraño amor el de Caillaux por las colonias lusitanas!... El está dispuesto a pagarle a Alemania “manos libres” en Marruecos con colonias francesas, y pronto entrega las de Togo y Camerún... ¿no se le ocurre pagarle al Kaiser la “carta blanca” de Francia en Marruecos con algunas colonias portuguesas?... ¡Qué caballerosidad la de Caillaux más extraña!... La vida de la masónica república portuguesa vale más para él que las colonias de su Patria.

Desde luego, para Caillaux, la ayuda que le brinda nuestro Rey al destronado de Portugal sólo puede tener un fin perverso: “la soberanía feudal en su beneficio sobre Portugal”.

No concibe el masón Caillaux, él que por el ideal masónico sacrifica colonias de su patria, que don Alfonso XIII, por ideal monárquico, sea capaz de arriesgar su dinero en favor de un monarca vecino y amigo, y que, a la vez, quiera evitar así que se corra el incendio republicano —como se intentó—de Portugal a España.

Sin duda, una intervención directa o indirecta de España en Portugal sólo puede ser desinteresada y por altos ideales cristianos, monárquicos y antirrevolucionarios si es como aquella masónica acaudillada por el marqués del Duero... del Douro, debiera titularse para ser exacto el marquesado.

Además, Caillaux, con toda vileza, no duda en calumniar con sus insidias al caballeroso y patriota Rey don Manuel, mostrándolo capaz de vender colonias y su propia soberanía al precio de ser un rey feudatario del de España en Lisboa.

Caillaux, que tan difícilmente se librará de ir al paredón por traición a su Patria, es capaz de suponer que todos, hasta un rey, son de su misma condición.

Y Caillaux termina el “affaire” portugués diciendo así:

“Si Francia no debía desempeñar el papel de paladín, no debía desinteresarse de la suerte de una república amiga.

”Mí vigilancia, que me ponía necesariamente en contacto con Portugal, no escapa, probablemente, a España. De ahí, sin duda, las malas disposiciones respecto a mí del Rey, que las demuestra lanzando contra mí las acusaciones más locas”. .

El Presidente, después de copiar una carta del Encargado de Negocios de Portugal, A. Santos-Bandeival, para probar sus informaciones, cuenta todo lo que sigue:

“El Rey de España me acusó, sencillamente, de haber querido hacerle asesinar. Yo no relataría esta extravagancia si, catorce años después de los acontecimientos de Agadir, en 1925, Alfonso XIII no. hubiese aún afirmado a mi amigo Malvy, en misión en Madrid,. mis intenciones regicidas. ¡Se basaba en conjeturas, no en pruebas! Cierto día, el Soberano se enteró de que durante las revueltas fomentadas a finales de 1913 en Barcelona por los anarquistas, se encontraron sobre algunos detenidos tarjetas de Agentes de la Seguridad Francesa. Respuesta: ¿por qué el Gobierno de la República no fue oficial e inmediatamente enterado? ¿Por qué las célebres tarjetas nunca fueron exhibidas? ¿Por qué?... Se adivina...”

(Tergiversación: La amenaza se le hace al Rey siendo presidente del Consejo Caillaux, según se ve por lo que dice Poincaré. Caillaux dimitió el día 12 de enero de 1912. ¿Por qué mezclar la amenaza de regicidio con unos policías franceses metidos a revolucionarios españoles, hecho sucedido unos dos años después?... ¡Tergiversación!) ’

”En cambio, yo no tuve ninguna dificultad en reconocer que la irritación contra España, que el público consideraba como el ersatz de Alemania, repercutía en los círculos políticos, en los despachos de mis colaboradores, en mi círculo; Palabras imprudentes, pueriles, se escuchaban por todos lados. Comúnmente se decía que Francia, al disminuir la vigilancia que su Policía ejercía sobre los anarquistas españoles refugiados en los departamentos cercanos a los Pirineos, estaba a punto de desencadenar la revolución en España. M. Andró Tardieu. que desde que me había puesto de acuerdo con él no cesaba de facilitarme un excelente concurso, hizo observar un día, conversando conmigo, que había un medio cómodo de llevar a nuestros vecinos hacia la razón. Como yo sonreía, este hombre de gran inteligencia continuó: “Yo espero esto de la política romántica”, me dijo. “Usted ha encontrado la palabra”, le repliqué.

Que estas mentiras habían llegado hasta el otro lado de nuestras fronteras, no lo puse en duda. La lectura de comunicados españoles me dio a conocer además que el corresponsal del Fígaro en Londres un tal Coudurier de Chassaigne, íntimo de Cruppi y Klotz, recibido por mí unos instantes a petición de mis dos colegas, se había apresurado a informar al embajador de España en Inglaterra sobre pretendidos propósitos de mis ministros, incluso míos, y cuyo “leit motiv” era siempre el mismo: Francia está en vías de desencadenar revueltas anarquistas en España. Su Gobierno no dudará en hacerlo si se le rehúsan del otro lado de los Pirineos las concesiones que reclama. Tal vez aquí o allá se charló irreflexivamente, a la ligera, delante de este gracioso señor, que era corresponsal del Fígaro. Pero, en todo caso, éstas no fueron más que palabras que se las llevó el viento. Nunca, jamás, se hizo alusión a la persona del Soberano.

”Lo que me consolaría, si tuviese necesidad de ello, de la odiosa —de la ridícula—imputación proferida contra mí por Alfonso XIII, era que—según el Monarca—yo no había sido el único en concebir tan negros designios. M. Philippe Berthelot, embajador, hoy secretario general del ministerio de Asuntos Extranjeros, había pensado igualmente, mucho más tarde, en hacer desaparecer al Rey Católico. ¿Será necesario decir que también Berthelot había realizado manejos subterráneos contra el buen apóstol que reinaba en España?

Pagando para liberar todo Marruecos de la hipoteca germana, desempeñándose así España, lo mismo que Francia, de la servidumbre que pesaba sobre el Imperio jerifiano, en ello nos fundábamos nosotros para invitar a nuestros vecinos a contribuir al pago con nosotros. Era de justicia que, mediante una rectificación de su zona marroquí, ellos nos indemnizasen, en parte, del sacrificio que estábamos en la obligación de consentir en el Congo.

Sensibles a la corriente popular, mis colegas del Gabinete habrían deseado que nos mostráramos muy exigentes con respecto a España. Yo tuve dificultad en contenerlos y en hacerles comprender que nosotros no reclamábamos a nuestros vecinos más que el abandono de un triángulo de territorio, teniendo como vértices Tánger, Larache y Alcázar.

”Yo iba aún demasiado lejos. Los justos agravios que yo tenía contra el Gobierno español me llevaban más allá de la medida”.

Ahora un ligero análisis.

Aun siendo poco experto, quien haya leído los dos testimonios precedentes habrá reconocido como verdadera en absoluto la amenaza hecha contra la vida del Rey. Que se hizo, nadie lo niega; que procediera del presidente Caillaux, lo niega él, y Poincaré sólo parece expresar una duda cortés en relación a su culpabilidad.

Ahora bien, sentada la existencia de la amenaza, confesada por el amenazado y no negada, aunque “aguada” por el amenazante, hay en el testimonio de Caillaux mucho más de lo que a primera vista se ve. Hay la clarísima indicación de la persona en la cual nace la idea: Tardieu. Quien conozca la fina inteligencia del que sería un día ministro y presidente del Consejo de Ministros de Francia dará la importancia que merece a la “literaria” expresión del entonces redactor de política internacional de Le Temps. Sépase: Le Temps era entonces el órgano oficioso del Quai d’Orsay, un diario reconocido como el más agudo y reticente del mundo. Ser el redactor de política internacional en Le Temps era tener título mundial de recordman en agudeza y reticencia. .. Eso de emplear la “política romántica” para obligarle a ceder a España es hallar le mot, como dice Caillaux, y es le mot que diría precisamente André Tardieu, pleno de finura y reticencia...

Bien. ¿Sabe nuestro lector qué era Tardieu en esa misma fecha?... No consulte el “Espasa”, porque sería inducido a creer que la frase tan sólo es una “ingeniosidad” cruzada entre el presidente del Consejo y un diputado francés, ex diplomático versadísimo en política marroquí, redactor de Le Temps, etc. Sobre todo eso, André Tardieu es en aquella fecha, y continuará siéndolo después de dimitir Caillaux, INSPECTOR GENERAL DE LOS SERVICIOS ADMINISTRATIVOS DEL MINISTERIO DEL INTERIOR, cuyo cargo se lo dio, siendo aún muy joven, el presidente Waldeck-Rousseau, allá por 1899. El cargo, en lenguaje corriente, es el de administrador directo de los “fondos secretos” del Ministerio del Interior. Ese cargo de suprema confianza siempre permite conocer y hasta “controlar” a ciertos “románticos” de la pistola y la bomba o “controlar” a los “controladores”... y, sobre todo, puede lograrlo quien administra esos “fondos secretos” durante un periodo tan largo, más de doce años, en el cual es cuando alcanza la Masonería un poder tan absoluto como no lo había tenido en Francia desde la Gran Revolución. “La Masonería—definida por el mismo Tardieu—“empresa de dirección del Estado y de explotación del Estado en provecho de los iniciados”.

Para quien algo sepa de estas cosas, Tardieu era “técnicamente”, “personalmente”, el financiador de la guerra secreta internacional sostenida por Francia a través de la Masonería, y por la Masonería a través de Francia, contra naciones y personalidades adversas.

Mas—dirá nuestro lector—el regicidio no se consumó gracias a la. precaución tomada por el Rey.

En efecto; no se consumó, al menos por entonces; pero por algo- he unido la tentativa del regicidio con el magnicidio de Canalejas.

Escuchemos al conde de Romanones:

“Años después escuché de labios de persona a quien se concede en Francia máxima autoridad en los problemas de Marruecos que, de haberse Canalejas retrasado sólo unas horas, sus propósitos—ocupación, de Larache—se hubieran visto frustrados, pues las tropas francesas se- le habrían adelantado”. 

“Lejos de atender a nuestras indicaciones, el Gobierno francés las; desestimó y hasta permitió que una “mehalla” mandada por el capitán francés Moreau entrase en nuestra zona de influencia. La colonia española de Larache y Alcázar se conmovió, los indígenas se agitaron .y el Gobierno se decidió a ocupar Larache y Alcázar. El 3 de junio de 1911 las tropas españolas desembarcaron en Larache y se dirigieron a Alcázar y Arcila, que quedaron en nuestro poder. Al propio tiempo, sé ocuparon varios puntos en el litoral de Ceuta a Montenegrón. Corresponde la ocupación de Alcázar y Laroche a la iniciativ- del señor Canalejas, presidente del Consejo de Ministros a la sazón, que tuvo que vencer para ello grandes dificultades, arrostrando la inmensa responsabilidad que sobre él hubiera pesado de haber fraca­sado su intento. No le arredró el peso de esta responsabilidad, y se hizo acreedor a la gratitud de su Patria llevando a cabo la ocupación”.

Ahora, unas fechas. Unas fechas también elocuentes:

Caillaux dimite el 12 de enero de 1912, diez meses antes del: Asesinato de Canalejas: 12 de noviembre de 1912.

Firma del Tratado hispanofrancés: 27 de noviembre de 1912: ¡Exactamente, QUINCE DIAS DESPUES DE SER ASESINADO CANALEJAS!

Cabe preguntar: ¿Habría Canalejas consentido las amputaciones de los territorios que nos imponía el tratado hispanofrancés, aceptadas por sus ministros cuando él ya está muerto... y caliente aún su cadáver? ...

Esos ministros callan, y la Historia sigue muda.

MOVIL Y FIN INMEDIATO Y MEDIATO DEL ASESINATO DE CANALEJAS

Ahí, en la cesión de territorios, está la causa inmediata del asesinato de Canalejas, con un fulgor y unas pruebas como muy pocas veces; puede aportar la Historia.

He dicho “causa inmediata”. Hay también otra mediata, la cual no estaba muy lejana; escasamente a dos años fecha. Me refiero a la guerra de 1914.

Como hemos visto, el anticlericalismo de Canalejas no nubla su patriotismo—claro es, su “patriotismo físico”; sí el “patriotismo metafísico”—. El recuerdo de sus maestros Waldeck-Rousseau y Combes no le impide buscar el apoyo de Alemania en favor de las reivindicaciones marruecas de España. Ya se ha visto con qué viveza lo acusa Caillaux... Así se muestra Caillaux, el único político francés que ha pretendido evitar el choque francoalemán, por lo cual cae, víctima de la maniobra del embajador inglés, Mr. Bertie, secundado por Ciernenceau, Poincaré y todo el partido de la guerra francés; primera razón de haber ido luego a la cárcel y estar a punto de ser fusilado. Si Caillaux —repito—reacciona tan violentamente contra España, contra el Rey y, naturalmente, contra el responsable, Canalejas... ¿cómo no reaccionarían los Poincaré, Clemenceau, los Tardieu, etc.?

La cosa se aclara mucho más. Y, sobre todo, se aclara cuando vemos el efecto natural del atentado: la sucesión de Canalejas en la jefatura del Gobierno y en la del partido liberal. Son dos los sucesores: García Prieto y Romanones. El primero, hijo político, hechura y heredero de Montero Ríos; el cual, como jefe del Gobierno, torpedeó previamente los deseos de Alemania de favorecernos en Algeciras. Romanones... el intervencionista, el de “Neutralidades que matan”, el que estuvo a punto de lanzarnos a la hoguera de la guerra europea...; y de Canalejas se temía que pudiera concertar nuestra alianza con Alemania.

El asesinato de Canalejas es perpetrado en función marroquí, tal es el efecto inmediato buscado y conseguido; pero, a la vez, con el magnicidio se busca privar de una posible aliada a Alemania y que España se convierta en aliada de Inglaterra y Francia... Los mismos fines persigue el atentado proyectado contra el Rey.

Ya estudiaremos la cuestión al tratar de la actitud de España y de don Alfonso durante la primera guerra mundial.

Ahora, sólo unos datos consonantes.

¿ALTISIMAS COMPLICIDADES O ALTISIMOS ERRORES?

Manuel Pardinas Serrato no era un desconocido para la Policía. Su “ficha” obraba de antiguo en el archivo de la Dirección General de Seguridad: “Veintiséis años; 1,600 m.; punto de cicatriz a 2,5 cm. del Angulo izquierdo de la nariz; cicatriz, segunda falange índice izquierdo; nariz desviada hacia la derecha.... Sabia fotografías.

Sinceramente, sólo faltó a Pardinas ponerse un tarjetón en el cuello y pasearse, como se paseó él, por todo Madrid.

Sabía la Policía que Pardinas había llegado a Francia, vía Londres, procedente de Tampa (Florida, Estados Unidos). En fin, un policía, Tomás Armiñán, lo vigiló en Francia, conociendo el acuerdo tomado por el “grupo” de que Pardinas matase al Rey o a Canalejas; el policía era enterado de todo por otro anarquista español del “grupo” e íntimo de Pardinas, llamado Manuel Hernández.

El policía, Tomás Armiñán, recibió la orden de regresar a Madrid por “falta de fondos” en la Dirección de Seguridad, dejando, por la indigencia del centro policíaco, de vigilar a Pardinas en Francia. Era ministro de la Gobernación a la sazón don Antonio Barroso y Castillo.

Está probado. Toda la prensa de la época lo refirió, y de ella lo toma y extracta el masón Soldevilla de esta manera:

“Efectivamente, Pardinas era muy conocido de la Policía, que lo tenía identificado como anarquista muy peligroso.

Con su nombre y apellido, Manuel Pardinas, estaba registrado el asesino del señor Canalejas en los registros de la Policía.

Los agentes de la ronda del Presidente, los de la ronda de los Reyes y los comisarios y altos funcionarios tenían la ficha de Pardinas, con su retrato de frente y de perfil.

Fue expulsado de la República Argentina por aquel Gobierno, el cual comunicó a su vez al nuestro que el sospechoso sujeto se había embarcado con rumbo a España.

El Gobierno español supo con todo detalle en qué barco venía a España el anarquista y el punto donde iba a desembarcar.

Durante el verano fue muy vigilado por la Policía en varios puntos de la frontera francesa. Estuvo, entre otros sitios, en Marsella, Burdeos y Biarritz. Últimamente se trasladó a Barcelona, donde se le siguieron también los pasos.

Llegado a Madrid el domingo 10, a las seis de la mañana, se hospedó en la calle de Carlos Rublo, número 3, en el domicilio habitado por el matrimonio Emilio Corona, de veintinueve años, pintor, natural de Zaragoza, y Emilia Ferrer, los cuales recibieron una carta y una tarjeta de Burdeos, escrita por Pardinas, que siguió en casa de ambos hasta el día del atentado.

En los días que estuvo Pardinas en Madrid, sólo salió de casa du­rante el día, y a las cinco de la tarde se metía en su domicilio y ya no salía de él hasta el día siguiente.

El domingo por la tarde le invitó Emilio a dar un paseo, pero como se hiciera un poco tarde se negó a salir.

El lunes se pasó el día, desde por la mañana hasta poco después de las cinco, paseando por Madrid, excepto el tiempo que invirtió en comer.

En esta fecha se vistió y salió de casa a las nueve de la mañana.

Extrañó mucho a Corona y a su mujer que no fuera a mediodía a casa; pero no pudieron suponer nada de lo ocurrido hasta que, enterados por los periódicos, vieron que su huésped era el asesino de Canalejas, y decidieron presentarse espontáneamente a declarar ante el juez.

Respecto a la personalidad del terrible anarquista, nadie tan informado de sus antecedentes e historia como el agente de Policía español señor Armiñán, que hasta hacía poco estuvo encargado de su vigilancia en Burdeos, donde vivían juntos con otro anarquista íntima amigo de Pardinas y desde donde, sin que se sepa por qué, le ordenaron, que cesara en sus servicios y se volviera a España.

"El citado agente se presentó a declarar ante el juez que instruía el proceso. Armiñán, que es licenciado en Farmacia y se fingía también anarquista, llegó a ser confidente de Manuel Pardinas; tal fue la habilidad que aquél empleó para captarse la confianza del sujeto puesto bajo su vigilancia.

Según Armiñán, Pardinas estaba trastornado por la lectura de obras de tendencias anarquistas.

Era un cerebro perturbado y un filósofo a su manera, que no transigía con muchas de las costumbres actuales ni con la constitución actual de la sociedad. Se exaltaba con facilidad; pero su carácter serio, reservado y taciturno le llevaba a rehusar el trato con la gente.

En Burdeos, todas sus expansiones consistían en unos amores que mantenía con una mujer casada, llamada Pilan

Mantenía correspondencia con otros individuos afiliados al partido anarquista y con los Comités de esta clase de Europa y América,

La Policía francesa le conocía también y le tenía fichado hacía tiempo, considerándole como un anarquista peligrosísimo a quien había que vigilar sin descanso.

“Como se ve, es evidente que hubo un descuido lamentable en la vigilancia de Pardinas en los dos últimos días, desde su llegada a Madrid”.

Ahí está, sin faltar punto ni coma, el relato hecho por un masón.

Siéndolo, ya es mucho que califique de descuido la libertad en que la Policía dejó a Pardinas y el desamparo en que dejó a Canalejas,

A Canalejas le dan cuenta del peligro que corre. Por lo menos, un periodista le dice que Pardinas está en Madrid, que se ha enterado por un anarquista antiguo amigo suyo. Canalejas responde que se lo dirá al ministro; pero no le ponen escolta. Ni nadie busca a Pardinas.

¡Ah!...El periódico La Tribuna publica un artículo sensacionalista titulado “¿Qué sucede?”, donde se denunciaba que se jugaba en las Bolsas de Europa a la baja con los fondos españoles.

Con todo esto, puede Pardinas asistir a la tribuna pública del Congreso para ver bien a Canalejas—no lo veía desde hacía años, cuando siendo un mozalbete fue clac del diputado, y entonces furioso demagogo, en Gijón.

Y puede acercarse en pleno día, y en plena Puerta del Sol, y alojarle dos balas en la cabeza al presidente del Consejo,

Son los hechos.

Terminado... ¿Terminado lo crees tú, lector?... No.

Con la técnica estricta de investigación histórica y policial se puede escribir otra página muy sensacional; pero tal página jamás se escribirá; y si se escribe, jamás se publicará. Nosotros tan sólo la podemos empezar.

Hemos cerrado esa “radiografía” de la intrahistoria con unos cuantos nombres de españoles, de la más varia jerarquía política estatal. La adornamos sólo con datos del “Espasa”—repito, nada secreto—, sin prejuicio personal ni político, sólo al dictado del interés de la Patria, de la Historia y hasta de la pura ciencia. Todos estos hombres citados —y muchos más—deben pasar un día por el rigor de un análisis radiográfico del investigador policial e histórico, ya que en el día del crimen, y durante muchos años después, el rango y autoridad en el Estado de tales hombres les da tal inmunidad—o impunidad—que nadie podrá expresar ni sospecha contra ellos, y menos aún podrá ningún policía intentar la más leve investigación criminal... ¿Cómo podrían ser investigados ellos, siendo los afectados jefes supremos de la propia Policía?

Hemos empezado por ver a presidentes y ministros franceses hablar de soluciones “románticas” en relación a un Rey y a un presidente del. Consejo de España. Es un ejemplo de que no hay imposible metafísico ni físico entre jerarquía y criminalidad; sobre todo, si anda en el crimen la Masonería...

Difícil la investigación, sí, repito; pero digna como nada de emplear una vida, y cien que se vivieran.

Escrúpulo, estudio, veracidad y honestidad. Silencio si sólo indicio y sospecha surgen de la investigación... y seguir apurando hasta el último residuo el dato, el detalle... “que no hay secreto que el tiempo no revele”, según dijo Racine.

Todo antes que ver cercenada la Historia de la Patria por el magnicidio del hombre político patriota y resignarse a creer que todo ha sido por el capricho de cualquier lombrosiano pederasta, como era Pardinas. Eso es tan idiota como en el crimen vulgar creer que quien mató fue la bala y no quien apretó el gatillo.

INCISO NECESARIO

Advertido lo precedente, comprenderá nuestro lector la suspensión, de más inducciones por parte del autor. No es un autor contemporáneo el adecuado, por falta de situación y edad, para discurrir por cuenta propia sobre los regicidios y magnicidios cometidos durante los primeros veinte años del reinado; sobre todo en cuanto puede afectar a la responsabilidad personal de los más elevados personajes, cuyo deber fue velar por la vida de Su Majestad, a quien habían jurado lealtad, y de Canalejas, a quien se la debían. Es un terreno demasiado resbaladizo para no ir a dar de bruces con la calumnia o injuria penada por la ley, que protege su memoria, y no es cosa de frustrar el bien posible de la obra por intentar temerariamente obtener el máximo.

Sean los lectores por si mismos quienes induzcan y lleguen al extremo del razonamiento y consecuencias. El pensamiento no expresado verbalmente o por medio de la imprenta, no delinque; no delinque jurídicamente, como es natural; pero tengan en cuenta la sanción de su conciencia para el juicio temerario, y la de Dios para ese pecado.

Si el autor tuviese conocimiento propio de los hechos, ya sería otra cosa. Llegaría con denuedo y sin detenerlo el riesgo hasta donde fuera; estima que ha dado suficientes pruebas de ello a través de su carrera profesional y literaria. Y las dará de nuevo cuando estas páginas lle­guen a la época del reinado, en la cual actuó directa y personalmente.

Al escribir sobre lo acaecido en los dos primeros decenios del Reinado—como se habrá visto—, nos limitamos a exponer la versión de los regicidios y magnicidios como resulta de textos indudables: oficiales unos; personales, de los incursos en posible responsabilidad, otros; tan sólo disponiéndolos con el orden adecuado y con la máxima claridad, para facilitar su más perfecta comprensión, suscitando así un lógico razonar en los lectores, los cuales podrán llegar por sí mismos a las más extremas conclusiones si poseen las necesarias dotes dialécticas.

RESPONSABLES CONSCIENTES O INCONSCIENTES

En el magnicidio de Canalejas hemos ya facilitado a los lectores testimonios de gran altura y de autenticidad suma para que puedan llegar al arranque de la trayectoria de las balas que lo matan.

Mas no es todo. Esa trayectoria balística pudo acabar en la masa encefálica de don José Canalejas porque nadie ni nada se interpuso para cortar su mortífera línea. 

Los obligados a interponer el obstáculo, por su orden jerárquico, eran el ministro de Gobernación, el director de Seguridad y los policías a sus órdenes, cuya misión específica fuera evitar los atentados anarquistas; en la ocasión, Antonio Barroso, ministro; Manuel Fernández Llano, Director; e ignoramos quiénes integrarían entonces las Brigadas de Anarquismo en toda España. En Barcelona era jefe de la Brigada el señor Tresols, un policía ingresado por favor político, como todos hasta 1909, en que atajó ese mal La Cierva; y en Madrid otro de la misma extracción, tuerto, por cierto. Ambos con intuición, con oficio; pero sin altura cultural, sin medios ni organización para enfrentarse con aquel peligro internacional del anarquismo, de ramificaciones políticas y financieras tan oscuras y vertiginosas. Hagamos justicia a tales hombres, incultos, acometiendo casi a ciegas a un enemigo astuto, traicionero y con grandes complicidades; pero policías con valor y abnegación de prodigio: Tresols perdió a su esposa y una hija en un atentado anarquista de represalia... que no conmovió a nadie en España, ni nadie recordó ni recuerda.

¿Fue criminal esa responsabilidad, inherente al cargo, la de los mencionados?

Lo vamos a examinar validos de ajena pluma, la del escritor Juan José López Serrano, responsable de un libro publicado en 1913. Un libro en el cual ese escritor, despistando en cuanto al origen de sus informaciones, hace importantes revelaciones y gravísimos cargos, no desmentidos ni penados a instancia de los responsabilizados. .

Tomemos únicamente lo esencial:

CONGRESO ANARQUISTA EN NUEVA YORK

“Esta afluencia de refugiados ácratas en América, y la formación en el Nuevo Continente de grupos y centros, dio lugar a que el Congreso Anarquista del año 1911, en vez de celebrarse en una ciudad europea, se reuniese en Nueva York.

Entre las resoluciones adoptadas figuraban la de efectuar actos de protesta contra la tiranía y el poder en las personas de Su Majestad el Rey don Alfonso XIII, el presidente de la República Francesa, los señores Maura, La Cierva y Canalejas. Por desgracia, este último, al ser vilmente asesinado el 12 de noviembre de 1912, fue prueba indudable de que los acuerdos adoptados en el Congreso de Nueva York habían comenzado a cumplirse.

Pero lo más notable del caso es que, de la reunión de este Congreso Anarquista y de que en él se iban a tomar estos acuerdos, tuvo noticia con anterioridad un periodista español, el señor Valdés, que en vano rogó y suplicó a diversas personas que se vigilase a los asistentes a dicha reunión ácrata. No le hicieron caso, creyéndole, sin duda, un loco. El asesinato de don José Canalejas se hubiese quizá evitado de haberse tenido en cuenta las observaciones del periodista”. 

Recordemos que Pardinas procedía de Tampa (Florida).

“No le hicieron caso.” Tal es el cargo. Como nadie fue a Nueva York, el cargo es cierto.

AVISOS A ELEVADAS PERSONALIDADES

El escritor, además de nombrar al periodista señor Valdés, cita varias personalidades muy conocidas:

“En junio de 1910, cinco meses antes del Congreso, el periodista puso el hecho en conocimiento del señor Saint-Aubin. Habló, refiriendo lo que se preparaba, al jefe superior de Palacio, señor marqués de la Torrecilla; al marqués de Quirós, al obispo Fray Ceferino Nozaledá, al marqués de Villalobar. A pesar de ello, la Policía española, en la que, salvo raras excepciones, no existen “detectives especialistas” por falta de retribuir bien estos servicios, no vigiló la reunión anarquista, y encomendó esta misión a los americanos. ¡Ya hemos visto el resultado! Pero, en cambio, había jefe superior y otros jefes más o menos inferiores con buenos sueldos y bien instalada oficina”.

El escritor, o quien al escritor informa, es un policía; la exclamación lo delata, podemos asegurarlo.

. Como vemos, Valdés y Saint-Aubin acuden al marqués de la Torrecilla, jefe superior de Palacio, al marqués de Quirós, otro palatino, al obispo Nozaleda, al marqués de Villalobar, un diplomático de nota... ¿Responsables tales personalidades también? No, desde luego. Su calidad política, religiosa y diplomática, su acendrado afecto a don Alfonso y su caballerosidad garantiza que la noticia llegó al ministro, o no hay lógica en el mundo. Por tanto, fueran cuales fueran sus motivos, ¿quién no quiso información de Marsella y Nueva York?

El conde de Sagasta, ministro de Gobernación en 1910, lo es desde el 9 de febrero de 1910 hasta el 2 de enero de 1911. Es el heredero familiar y político de Sagasta, como sabemos. 

Y continúa:

“A fines del año 1912, de nuevo avisó otro periodista sobre hechos futuros a cierto marqués que ocupa un elevado cargo, y al entonces ministro de la Gobernación, señor Barroso... Todavía no se le ha contestado si se acepta o no su oferta, ni si se tienen presentes sus anuncios, Eso sí, la Policía española aumentó el número de sus jefes burócratas, mejoró sus oficinas y no creó ni una sola plaza de detective para esta especialidad, con la retribución que el riesgo del trabajo exige”.

Vuelve a delatarse el policía informador del escritor; hay otros detalles de ello que no copiamos. Pero lo importante es que Barroso tiene reiterados avisos para no poder justificar su “no hacer”.

Siga el escritor:

“Y así resulta que se ignoraba que Manuel Pardiñas, el asesino de Canalejas, estuvo en el Congreso de Nueva York. Que allí han estado Miranda, Trujillo, Salinas, Alonso, Nogueira y otros ácratas españoles. Que se han celebrado en Madrid reuniones de libertarios, a los que buscaban los agentes en virtud de las fichas y retratos, mientras que ellos se paseaban por la Puerta del Sol, como se paseó el asesinó de Canalejas, cuyas intenciones se conocían y se tenía aviso de su llegada”.

Sin comentario. No hace falta.

Ahora, una supuesta conversación del escritor con un supuesto anarquista... o policía, que acude a este recurso para tratar de salvar la vida del Rey o del presidente del Consejo.

He aquí lo esencial:

—Pronto. ¿De qué se trata?—le dije, impaciente.

—Calma, que todo lo sabrá usted, pues para eso he venido. Recordará que hace pocos meses tuvimos un principio de huelga general de ferroviarios.

—Sí, pero se llegó a una solución mediante la promesa de las compañías de hacer concesiones, promesa que aceptaron los huelguistas porque vieron su causa perdida ante la habilidad de don José de llamar a los reservistas.

—Precisamente esa es la causa que pone en peligro su vida. Esta huelga ferroviaria, aunque los empleados de las compañías iban en su mayoría al paro, creyendo en una lucha de clases, no era así, sino que obraban impulsados en virtud de un plan que se convino este verano en París entre algunos elementos republicanos, socialistas y ácratas de La Internacional.

No comprendo.

—Sencillísimo. Con la huelga de los ferroviarios tenía que venir el paro de otros oficios, lo cual suponía hambre en el pueblo, revueltas, motines y movimientos sediciosos, cuyos efectos terroristas aumentaríamos nosotros, los ácratas. No circulando los trenes, no era posible el transporte de tropas que combatiesen el movimiento, y, por tanto, era probable el triunfo de la Revolución.

—¿Tenían confianza en la intentona?

—Completa. Además, se contaba con los carbonarios portugueses y con los banqueros colonistas de Francia, a los que convenía la revolución en España, para de ese modo ser solos en los negocios de Marruecos. Pero con lo que no habían contado los organizadores del movimiento es con el talento y habilidad de Canalejas, que al llamar a las reservas de ferroviarios, los del famoso brazal rojo, hizo fracasar la huelga y, por tanto, el pensamiento de La Internacional.

—Afortunadamente para España.

—Pero en vista de este fracaso de los banqueros que habían anticipado fondos para la intentona se dieron en, pensar la forma de resarcirse de tales pérdidas. Se pusieron al habla con elementos de la Conflagración universal, y les dijeron era hora de realizar alguno de los “hechos de propaganda” acordados en el Congreso anarquista de Nueva York, así como de demostrar que su sistema era mejor que el de los internacionalistas.

Ya comienzo a comprender.

Aceptaron como bueno el consejo, y, con objeto de tomar acuerdos, convocaron a los grupos de España, Italia, Portugal y Francia a una reunión en Marsella, que se celebró el pasado mes, y cuya cita y acuerdo fue realizar una protesta contra el brazalete. El designado para realizar la protesta (palabra que nosotros empleamos en lugar de la de atentado), es el grupo de Burdeos, al que pertenecen varios españoles, singularmente Manuel Pardinas y Juan Hernández Cortés. La protesta consistirá en un atentado contra el Rey o contra Canalejas. Tengo seguridad de que el acuerdo fue ese... Hoy, en el mitin “Pro Ferrer”, he visto a Pardinas. Parecía preocupado, y por si busca a Canalejas, he venido a avisarle a usted. Sé por un compañero que ha estado en París y lleva una orden para un banquero de Barcelona de jugar mañana a la baja de los valores españoles.

... No bien se hubo marchado, cogí el abrigo y el sombrero, salí a la calle y me dirigí precipitadamente a la calle de las Huertas, a casa del señor Canalejas.

Tuve que esperar largo rato a que el presidente volviese a su domicilio, y después a que despachase una porción de visitantes. Cuando conseguí hablarle a solas, le relaté cuanto acababa de saber. No pareció sorprenderle la noticia, y al comunicarle esta mi observación, me dijo:

—No, si ya hace tiempo que sé que ese Manuel Pardiñas es muy peligroso, y así lo hice constar, en unión de otros tres anarquistas, en una nota que yo mismo escribí cuando las fiestas del Centenario de las Cortes de Cádiz.

—¿Entonces le conoce usted?

—Yo no, pero hasta hace poco lo estuvo vigilando un agente de Policía llamado Tomás Armiñán, sobrino de Luis, quien, fingiéndose ácrata, intimó con él y sabía sus ideas de realizar un atentado.

—¿Y ahora quién lo vigila?

—Creo que la Policía francesa, pues se le acabaron los fondos a Armiñán, su jefe Fernández Llano no le mandó más, tuvo que regresar a Madrid y dejar a Pardiñas en Burdeos.

—Pues está en Madrid

—No lo sabía, e ignoro si lo sabe Fernández Llano. Luego se lo diré a Barroso”

El origen de la confidencia puede discutirse, y su camuflaje se halla justificado. Si es en realidad un anarquista, debe temer el cas­tigo de sus compañeros; y si es policía, también debe temer a sus altos jefes políticos, si se enteran que ha acudido a un conducto no reglamentario para tratar de poner en alarma a las víctimas designadas.

AVISO AL PROPIO CANALEJAS

Lo que no es discutible es el aviso, que nadie ha desmentido.

Como tampoco es discutible la jugada de Bolsa en el extranjero, según demuestra públicamente el artículo de La Tribuna, aparecido cuarenta y ocho horas antes del asesinato, pues el escritor dice así:

Por la noche, La Tribuna publicaba, bajo el epígrafe de “¿Qué sucede?”, con gruesas titulares, la noticia de que sabia se jugaba en el extranjero, descaradamente, a la baja de los valores españoles, y que en Barcelona circulaban rumores de que iban a suceder sangrientos sucesos”.

Y sentencia el escritor:

“Este es, después de Morral, el atentado más ilógico que se conoce, pues se sospechaba que se iba a realizar el crimen, se sabía el nombre del futuro criminal, se le conocía, se paseó por Madrid y realizó su delito, nada menos que en plena Puerta del Sol”.

También verdad. Lo confirma en una frase Romanones que hemos copiado ya.

Y lo confirma La Cierva:

“Al día siguiente, un anarquista vigilado en Burdeos, pero que de allí se escapó, asesinó a Canalejas”.

TIRANDO POR ELEVACION

Continúa López Serrano con su recurso de copiar unas supuestas cuartillas de un supuesto periodista anónimo. Recurso para despistar sobre su informador, que trata de huir de ser acusado de “revelación de secreto profesional”.

Y cuenta que conectó con el policía Tomás Armiñán—el retirado de Francia cuando él vigilaba a Pardiñas—al terminar el policía su de­claración ante el juez que instruía el sumario por el asesinato de Canalejas. 

De cuyo policía dice previamente:

“... Don Tomás Armiñán, quien con verdadero entusiasmo por su profesión, había estado prestando servicio en Bourdeaux, donde conoció a Manuel Pardiñas consiguió hacerse amigo de él y de su compañero de grupo Juan Hernández Cortés. Se captó la confianza de ellos, fingiéndose libertario, hasta el extremo que consiguió retratarse con ambos, obteniendo de este modo las únicas fotografías que de estos sujetos tenían las autoridades españolas, aunque por haber sido fichados en Buenos Aires, existían sus efigies en las prefecturas de otras naciones, lo cual demuestra el cambio de relaciones de nuestra Jefatura Superior de Policía con las demás”.

Y empieza su relato:

“Esperé en la calle a que saliese Armiñán de prestar declaración. Después de largo rato, le veo; pero mi sorpresa fue grande, pues no iba solo. Le acompañaba otro profesional que supo popularizar la firma de El Licenciado Corchuelo. Juntos subieron al coche de alquiler núm. 25 y dieron al cochero la orden de dirigirse a la Jefatura. En el momento de echar a andar, abrí rápidamente la portezuela, me lancé al interior del Carruaje con gran asombro de sus ocupantes, y me senté en la bigotera, diciendo: A mí no se me deja a pie.

Alegremente fuimos comentando lo sucedido hasta la Jefatura. Armiñán pasó a dar cuenta a sus superiores de lo declarado. Yo pretendí ver inútilmente al señor Fernández Llano, jefe entonces de la Policía. Corchuelo entró en el despacho del secretario para pedirle el retrato del criminal”

No comprendemos para qué quiere guardar el anónimo el supuesto periodista; si existiese, él se identifica ante el policía Armiñán y ante su compañero, El Licenciado Corchuelo. El informador de López Serrano es un policía; no cabe duda de ningún género.

Y continúa:

“Salió Armiñán de hablar con sus superiores, y rehuyó hacerlo conmigo, desapareciendo por un pasillo. Recuerdo que el edificio tiene dos puertas y me lanzo fuera, poniéndome a observar desde una esquina que da frente a la calle de la Princesa, donde se ven las dos salidas. Mi precaución no fue inútil, pues a los pocos segundos apareció Armiñán con otro agente y, después de mirarme recelosos, tomaron la dirección de la calle del Duque de Liria”.

Habla de sus peripecias para seguir a los policías, y dice a continuación:

“Van al Ministerio de la Gobernación. Después de una hora, sale sólo Tomás Armiñán, que se dirige a su domicilio, calle de San Vicente, número 60, triplicado. Cuando consigo averiguar que es el sitio donde se hospeda e iba a marcharme, pensando que nuestro policía ya no volvería a salir, veo que pregunta por él a la portera un chico repartidor de Teléfonos interurbanos, que lleva un parte.

¿Un telefonema para Armiñán? Esto avivó mi curiosidad, y por un secreto instinto esperé, con intención de preguntar al chico la procedencia. Cuando iba a realizar mi propósito, tuve que resguardarme en el quicio de un portal para no ser visto, pues Armiñán había vuelto a salir. Le sigo con grandes precauciones, y observo regresa otra vez a la Jefatura Superior de Policía.

Clareaba el día. Un día nublado y frío, propio del mes de noviembre. Pasó un vendedor ambulante de café, y para distraer el frío y el sueño, me tomé hasta un diez de recuelo. Poco después volvió a salir a la calle mi buen policía, que, confiadamente, pues no sospechaba le seguía, se dirigió a la estación del Norte.

¿Que hicimos un viaje? ¿Que a dónde fuimos? Has de saber que llegamos a San Sebastián, y que no te cuento, lector, mil peripecias e incidentes del camino, para no cansar tu atención.

Al apearnos en la bella capital guipuzcoana y salir del andén, siguiendo siempre a Armiñán (como el centinela de Los Magyares), veo que junto al puente de María Cristina se le acerca un joven de estatura regular, de ojos saltones, de bigote, y con un largo tupé caldo sobre el lado derecho. En seguida reconozco en él a Juan Hernández Cortés, el compañero del grupo anarquista de Manuel Pardiñas.

Mi asombro fue grande. ¿Un policía hablando, como amigo, con el que se dice es cómplice del matador de Canalejas? ¿Cómo, residiendo en Burdeos, se encuentra en San Sebastián, y cómo ha venido a esta población el policía? No podía explicármelo, por más que hice mil cábalas y conjeturas.

Largo rato estuvieron hablando en el mismo puente de María Cristina. Con grandes precauciones para no ser visto, conseguí aproxi­marme a ellos, aprovechando las columnatas que como adornos tiene el mismo puente.

Conseguí oír algunas palabras, y esto me reveló el misterio”.

Aquí lo más inverosímil. No es posible escuchar el diálogo entre dos personas normales que tengan un mediano interés en no ser oídas, y menos la conversación entre un policía y un anarquista, duchos ambos en medidas de sigilo; no puede oírles nadie, si no se es un tercer interlocutor.

He aquí la conversación que dice haber escuchado:

—Cuando te escribí desde Burdeos—decía Hernández Cortés— sabía el viaje le Pardiñas a Madrid, y sospechando algo...

—No pude contestarte.

—En vista de tu silencio, tomé el tren, llegué a ésta y aquí supe lo que había hecho, y por eso te telefoneé pidiéndote ayuda, pues cómo se sabrá mi amistad con Manuel...

—Y aquí me tienes. Pero en esta población, y en invierno, nos haremos sospechosos en seguida. Lo mejor será irnos a Madrid, que co­nozco bien, y allí podemos estar tranquilos.

—Como quieras.

—Nada, decididamente, nos vamos en el primer tren. Y por cierto, ¿llevas armas?

—Sí, llevo una browing.

—¿Tienes licencia de uso?

No.

—Pues yo sí. Dámela, que si te cachean inspirarás sospechas, mientras que yo no, por tener autorización.

—Toma—y vi que le daba algo.

Respiré. Con este modo hábil quedaba desarmado el amigo de Pardinas. Ya nada tenía que averiguar, puesto que sabía el motivo del viaje y que salíamos para Madrid en el primer tren que hubiese...

Llegamos por la mañana a la estación del Norte. Por el camino de la cuesta de San Vicente, Armiñán dijo a Hernández Cortés :

—Se me olvidó decirte que cuando vine a ésta, por medio de la recomendación de unos parientes, me dieron un destino en la Policía, que ahora nos va a servir para escaparme yo y salvarte a ti.

—No sé cómo—dijo Cortés algo preocupado.

—Muy sencillo: haciéndote pasar por confidente. Para ello, vamos a la Jefatura de Policía y te presento a mi jefe.

—¿Y quién me dice a mí que, una vez allí, no me detienen?—agregó, desconfiando claramente de su amigo.

—¿Dudas de mí?

—Chico, te diré claramente que sí. El aconsejarme venir a Madrid. Ser tú policía. Querer ir a la Jefatura. ¿No parece una encerrona?

—No me insultarías si te fijases que a mi, que conocía a Pardiñas y no supe detenerlo, no me conviene te detengan a ti, que podrías decir que yo le conocía.

—Tienes razón. Iré donde quieras. Pero...”

Ni sabiendo “escuchar” como los sordomudos por el movimiento de los labios, podía el “periodista” oír tanto en tales circunstancias. Tan sólo el policía Armiñán podía dar una referencia tan exacta de lo hablado por él y el anarquista... ¿será el mismo Armiñán el informador de López-Serrano?...

Continuemos su relato :

Serían las once y media de la mañana cuando entraron en la Jefatura. Como no estuviesen los jefes, volvieron a salir sobre las doce, dirigiéndose ambos al domicilio del policía, en la calle de San Vicente.

Sobre las cinco de la tarde, de nuevo fueron por la calle del Conde-Duque a la Jefatura de Policía, de donde regresaron otra vez a la casa de la calle de San Vicente sobre las seis.

Completo asombro producía al periodista estas andanzas de una autoridad con un anarquista amigo de Pardiñas, desde la Jefatura de Policía a una casa particular y viceversa.

En vista de ello me fui a visitar al juez especial del procesa del atentado, señor Moreno, a quien hice pasar mi tarjeta con el aviso de que quería hablarle de algo importante. 

Con gran finura me recibió en el acto, rodeado del fiscal de la Audiencia, señor Toledo; del teniente fiscal, señor Mena, y del actuario, señor Suárez.

—Vengo—les dije—a felicitar al Juzgado por la detención del Hernández Cortés, supuesto complicado, según leí en los periódicos, en este proceso.

—¿Cómo la detención?—me dijo el juez—. Yo no sé nada.

—Pues lo tiene la Policía en su poder desde hace bastantes horas.

Asombro general. Conté detalladamente cuanto había visto y observado, citando nombres y apellidos de diversas personas que podrían comprobar mi dicho. Después de conferenciar los señores Moreno, Toledo y Mena, me preguntó el primero:

—¿Tendría usted inconveniente en firmar una comparecencia en que se hiciese constar lo que nos ha comunicado?

—Sin ninguna dificultad.

El actuario extendió la comparecencia, que firmó el periodista. Momentos después el Juzgado ponía un oficio al coronel del 14 tercio de la Guardia Civil, pidiéndole le enviase un capitán para encargarle de una delicada misión.

Hasta que fue designado el capitán señor Serrano para que, en unión del teniente señor Blasco del Toro, se pusiesen a las órdenes del Juzgado especial, habían transcurrido, veinticuatro horas, que el pe­riodista empleó en descansar (que bien lo necesitaba). Tiempo más que sobrado para que un delincuente pueda fugarse sin dejar el menor rastro de su persona”

¿Tira por elevación o no?

Y pronto terminará:

“Los señores Serrano y Blasco del Toro comenzaron sus gestiones con objeto de comprobar el dicho del periodista, respecto a la estancia en Madrid del Hernández Cortés en el domicilio de un agente de Policía.

”Con tal motivo, dichos oficiales de la Guardia Civil formaron el debido atestado. En él declararon diversas personas, que comprobaron lo expuesto, y entre otras, el cronista de sucesos de un gran rotativo, don Martín Díaz, que vio al policía Armiñán con el Hernández Cortés por la Cuesta de San Vicente; un señor, empleado en el Tribunal de Cuentas, que vive en la calle del General Arrando, que vio al Hernández Cortés, y la dueña del hospedaje del policía Armiñán, a cuya casa fue por dos veces el anarquista.

“En vista de ello fue de nuevo citado a declarar por el Juzgado don Tomás Armiñán, quien, interrogado sobre estas cosas, parece manifestó que, en efecto, había traído un detenido desde San Sebastián a la Jefatura de Madrid; pero aunque ignoraba quién fuese, sospechaba era un policía extranjero. Ignoro si fueron éstas las manifestaciones del señor Armiñán; pero si es así, no puedo explicármelas, desde el momento que me parece absurdo que se haga una detención de persona que se desconoce.

"¿Pero qué fue del Juan Hernández Cortés? No volvió a saberse nada. Quizá fue un sueño su detención y conducción a Madrid. Tal vez , era un pobre individuo que nada sabía del atentado, o que sabía demasiado. Pero, de todos modos, en veinticuatro horas hay tiempo bastante para huir cualquiera y no dejar el menor rastro de su persona”

La acusación es clara. Un policía, cumpliendo las órdenes de la Superioridad, y en esa “Superioridad” se sugiere que también se incluye al propio ministro de la Gobernación, pues a su Ministerio acude Armiñán antes de partir para San Sebastián, trae a Madrid a Juan Hernández Cortés, el anarquista perteneciente al Grupo que ha organizado el asesinato; lo trae y es negado a la Autoridad Judicial, aun cuando ésta prueba su presencia en Madrid por el testimonio de varios testigos de vista.

¿Qué pensar de todo esto, que no ha sido perseguido por calumnia cuando ha sido escrito

El autor puede formular dos hipótesis policiales muy racionales:.

Una, que Juan Hernández Cortés era un confidente de la Policía, y fue traído a Madrid para dar alguna confidencia importante y, probablemente, para cobrar. Así tendría explicación que fuese negada su presencia y no lo entregasen al Juez. Tal es la hipótesis honesta.

Pero ella tiene un inconveniente: que hecha pública su presencia en Madrid y en la Jefatura de Policía, así como que el Juez lo ha reclamado infructuosamente, es tanto como delatarlo a los anarquistas como un confidente; es tanto como sentenciarlo a muerte... Pero a Juan Hernández Cortés ningún anarquista lo asesinó; siguió con ellos considerado como uno de los puros.

¿La otra hipótesis?... esa no la formulamos. Queda el forjarla a cargo de los lectores.

Termina López-Serrano con un hecho extraño, relacionado con el asesinato de Canalejas.

He aquí el extracto:

“Muerto el criminal, Manuel Pardiñas, y no comprobada por la Policía, de modo indudable, la existencia de cómplices, tuvo que resolverse a dar por terminado y archivar el sumario.

”Los que fueron amigos políticos del señor Canalejas, los que le debían sus actas y cargos, limitáronse a llevarle una corona a su sepulcro del Panteón de Hombres Ilustres, y como la vida es corta, procuraron aproximarse al gobernante de turno, para conservar y aumentar sus prebendas burocráticas.

"Nadie, absolutamente nadie, pensó en vengar la muerte del señor Canalejas y descubrir a los cómplices del asesinato, si los hubiere”

A quienes apunta el periodista resulta muy evidente.

Que continúe:

“Entre los que pensaron el odioso crimen, y aparte del grupo ácrata de Bourdeaux, a que Pardiñas pertenecía, y al que correspondió ejecutarlo, se buscó un simpático, de ideas exaltadas, al que lanzar al hecho.

”No fue labor difícil encontrarlo. En una provincia cercana a Madrid, en la de Guadalajara, en un pueblo llamado Peñalver, en el término de Pastrana, distrito por el que es diputado mi buen amigo el secretario del conde de Romanones, señor Brocas, vivía un maestro de escuela, anarquista convencido, que no ocultaba sus ideas, llamado Garijo

¿A qué ese detalle del distrito electoral de Brocas, el secretario íntimo de Romanones, el heredero del asesinado Presidente? O el escritor no dice nada con eso o quiere decir demasiado... algo verosímil si lo relacionamos con sus acusaciones, líneas antes, contra “los que fueron amigos políticos del señor Canalejas... pues “nadie, absoluta­mente nadie, pensó en... descubrir a los cómplices del asesinato”.

En fin, subrayadas esas posibles intenciones—y sin formular propio juicio—terminamos de copiar el relato:

'“Terminada la huelga ferroviaria y acordado asesinar a Canalejas como protesta contra el brazalete, Garijo, el libertario maestro alcarreño, comenzó a recibir cierta correspondencia, que destruía después de leerla, y a la que se acompañaba gran número de billetes de Banco. Parece ser que ante varios de sus convecinos de Peñalver, que ob­servaron le enviaban por correo aquellas sumas, exclamó más de una vez:

—¡Este dinero me quema las manos!

En el mes de octubre del año 1912, el maestro de ideas anarquistas recibió nuevas cartas, que rompía con gran rabia y dando muestras de enorme excitación nerviosa.

Una cierta mañana llegó a Peñalver, en una bicicleta, un joven que preguntó por Garijo. Llevado a su casa, no pudo hablar con la persona a quien buscaba por la sencilla razón de que la halló muerta. El maestro Garijo se había suicidado horas antes.

Esto no obstante, el visitante penetró en su vivienda, registró cuarto, revolvió sus papeles y prendió fuego a un legajo de billetes de Banco, que después se supo valdrían unas 8.000 pesetas. Comprobación que pudo hacerse porque, como él fajo estaba muy apretado, el fuego no los destruyó del todo.

Después de estas manipulaciones, el joven visitante montó de nue­vo en su bicicleta y se alejó por la carretera en la dirección que a Madrid conduce.

Días después asesinaban a don José Canalejas, y al ver los retratos que del criminal publicaban los periódicos, todos los vecinos de Peñalver reconocieron en Manuel Pardiñas al joven de la bicicleta que visitara la casa del suicidado maestro Garijo, que destruyó sus papeles y quemó sus cartas.

El simpático semanario de Guadalajara La Crónica, habló algo dé estos hechos. Los grandes rotativos no supieron recoger esta información; la Policía no siguió tan importante pista, ni el sumario especial aclaró los hechos.

“Todo quedó, al parecer, olvidado y desconocido. Un crimen más impune, para cuya realización quizá se destinaron aquellos billetes de Banco medio destruidos por el fuego en un pueblecillo de la provincia de Guadalajara, billetes que para un buen detective serían segura guía de ciertas investigaciones.

“¡Como que todo es cuestión de dinero!”

¿Qué quiere sugerir este periodista?

Claramente, que Romanones había pagado a un anarquista, relacionado con Pardiñas, para que asesinase a Canalejas.

Así se lo ha sugerido al autor lo leído y ha de suponer que Igual ha sucedido a los lectores.

¿Naturalmente, la acusación está forjada por cierta habilidad para eludir el proceso por calumnia, que no fue intentado contra el habilidoso acusador.

No queremos incurrir en complicidad, sugiriendo la misma idea en nuestros lectores; porque honradamente no creemos que don Alvaro Figueroa Torres pagase a nadie para matar a Canalejas.

Explicación—y no razón, según estimamos—tiene que el escritor López Serrano llegue al extremo de sugerir algo tan grave. .

A nuestro parecer la explicación radica en los hechos siguientes:

Primero. Que Romanones resulta el beneficiado políticamente con el asesinato del Presidente del Consejo y Jefe del Partido a quien sucede.

Segundo. Que el ministro de la Gobernación, Antonio Barroso, cuya negligencia parece llegar al grado del culpable, es conservado como ministro en el Gobierno formado por el conde de Romanones. No es obstáculo el que en el salón de Gobernación—hoy llamado “de Canalejas”—ocurriese la siguiente escena ante el cadáver de Canalejas, según lo contó El Imparcial del día siguiente:

“Hallándose ante el cadáver del Presidente un elevadísimo personaje (subraya el periódico, indicando que quien habló fue el Rey), alguien le facilita antecedentes del asesino.

Intervino en la conversación el jefe superior de Policía, y dijo:

“El criminal está fichado en la Jefatura”. 

“Pues sí que lo han vigilado ustedes bien—contestó secamente el elevado personaje, mereciendo su réplica la aprobación de todos los oyentes.”

Y, naturalmente, para conservar a Barroso en el Ministerio debió vencer Romanones la resistencia regia. En otro país, el culpable de una negligencia tan tremenda hubiera terminado su carrera política con ella. 

A estas dos explicaciones principales podemos unir los extraños e inexplicables episodios que anteceden y suceden al asesinato de Canalejas, en los cuales se advierte algo misterioso y poderoso, que parece dictarlo todo para que el asesinato sea perpetrado.

Nos explicamos, ciertamente, que el escritor llegue a la conclusión interior de que el Presidente fue asesinado por quienes pretendían heredar el Poder, y sugiera, según puede, que el asesinato fue pagado por su heredero..

No; sinceramente, no. Tal es nuestra opinión.

Para negar esa grave acusación sugerida contra el señor Figueroa Torres nos basamos en los motivos del asesinato y en la técnica de los magnicidios.

Hemos señalado con anterioridad los motivos mediatos e inmediatos del atentado.

Los más inmediatos son dos: uno, el grande obstáculo que Canalejas era para la Revolución, a cuyos elevados dirigentes les constaba que Jamás triunfaría en España si la fortaleza del Estado no era entregada en bandeja de plata desde dentro; es decir, por quien en ella mandaba. Y esto no lo haría jamás Canalejas, como, lo hiciera luego el señor Figueroa Torres.

El segundo motivo inmediato eran las negociaciones con Francia sobre Marruecos, cuya duración demuestra que Canalejas mantenía nuestras reivindicaciones, que no cedería, como sólo en contados días cedió el señor Figueroa Torres.

Motivos mediatos, pero no lejanos, del asesinato: Canalejas muere a finales de 1912; faltan diecinueve meses para que la Guerra Europea estalle. Ya está decidida la guerra y formado el sistema de alianzas. Canalejas no llevará la nación a luchar por Francia e Inglaterra; es más, como hemos visto, en París temen que él, con el Rey, sean capaces de aliarse con Alemania. El señor Figueroa Torres sí es capaz de llevarnos a luchar por Francia e Inglaterra, como lo demostró.

Pues bien, ciertamente, tales razones de tipo interior e internacional determinaban que Canalejas fuera asesinado para dar paso hacia el poder al señor Figueroa Torres.

Pero de ahí a inducir que fuera él, personalmente él, quien discurriera y pagase a los asesinos hay una gran distancia, y decirlo y hasta sugerirlo es cosa temeraria.

Nos fundamos para negar la participación y complicidad del señor Figueroa Torres en el conocimiento de la técnica con la cual son realizados los magníficos y regicidios. .

En las altas instancias masónicas, en las que se deciden, es donde únicamente se conocen sus motivos auténticos y sus necesarios efectos.

No los conocen ni los mismos ejecutores, a quienes se les dan, como motivos, pretextos; unos pretextos cuya naturaleza específica conviene a las ideas anárquicas del criminal, que lo lleva a la exaltación homicida.

Y, si ni el mismo autor conoce los motivos ni los efectos auténticos..., ¿por qué ha de conocerlos quien de los efectos se ha de beneficiar?

Al exponer los motivos interiores e internacionales del magnicidio, explícitamente, se ha expuesto también la situación dada del momento.

El señor Figueroa Torres está en situación, por su personalidad: su fuerza y puesto es Presidente del Congreso—de suceder a Canalejas en la Jefatura de Gobierno y Partido. Con esto basta, y no hay necesidad en absoluto de su colaboración para el asesinato, ni siquiera de que sepa que se le va a despejar el camino de su ascenso eliminando a Canalejas.

Naturalmente, las altas esferas internacionales donde el asesinato se gesta saben muy bien que el señor Figueroa Torres firmará el Tratado hispano-francés si es Presidente, y que, cuando la guerra llegue, si puede, llevará a morir por Francia e Inglaterra, por la Masonería, a los españoles...

Pero repetimos, eso no implica, ni obliga—y hasta puede perjudicar—que el señor Figueroa Torres fuera ni debiera ser enterado de que Canalejas iba a ser asesinado. Podría él horrorizarse ante el crimen monstruoso e impedirlo... Tales paradojas se dan en los seres humanos: cualquiera rechaza una corona o el Poder si ha de conquistarlo a costa de la vida de un ser humano; y el mismo hombre es capaz de hacer que mueran miles y miles en guerra o revolución por conquistar una corona o la jefatura de un gobierno.

Son magníficos psicólogos los altos mandos de la Masonería internacional. No; no enteraron ni pudieron enterar al señor Figueroa Torres. Jamás quebrantan las reglas de su depurada técnica criminal. Simplemente, elegantemente, le abrieron el paso hacia el Poder... como si el accidente ocurrido a Canalejas fuese mera cuestión de suerte. Y así debió creerlo el señor Figueroa Torres, tan acostumbrado a que la suerte le sonriera...

Claro es, lector, que nuestro alegato para rechazar la culpabilidad, complicidad y hasta el conocimiento de Romanones respecto al asesinato de Canalejas, no implica esa imposibilidad vulgar imaginada por la mente popular, en la cual acaso crean también muchos lectores nuestros, y que consiste en ser incapaces de imaginar a un conde, a un aristócrata, a un millonario, en tratos mano a mano con un anarquista con fines criminales.

No, lector; no sólo un conde, sino hasta un duque puede tratar asuntos criminales con un anarquista.

Pasamos a probarlo con un testimonio personal:

Una noche en los primeros días de febrero de 1931 vi conferenciar en la Ciudad Lineal al secretario nacional de la F. A. I., Miguel Basuli Altamir, dentro de un automóvil marca Ford, tracción delantera, matrícula M.-36.305, con un duque: con el duque de las Torres, Gonzalo Figueroa Torres, hermano de Alvaro Figueroa Torres, conde de Romanones.

 

 

HISTORIA DE ESPAÑA EN EL SIGLO XX

I. Del 98 a la proclamación de la República

II. La crisis de los años treinta: República y Guerra Civil

III. La Dictadura de Franco

IV. La transición democrática y el gobierno socialista

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CARLOS II Y SU CORTE Volumen I (1661 – 1669)

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HISTORIA DE LOS MUSULMANES ESPAÑOLES. HASTA LA CONQUISTA DE ANDALUCÍA POR LOS ALMORAVIDES .

(711-1110.)

 

HISTORIA DE MURCIA MUSULMANA

por

Mariano Gaspar Ramiro

 

A.F. DEL RIO

1716 - 1788

HISTORIA DEL REINADO DE CARLOS III

 

LA FUENTE

 

ADOLFO BLANCH

 

1_CATALUÑA: HISTORIA DE GUERRA DE INDEPENDENCIA EN EL ANTIGUO PRINCIPADO

2_CATALUÑA: HISTORIA DE GUERRA DE INDEPENDENCIA EN EL ANTIGUO PRINCIPADO

 

VICENTE BLASCO IBAÑEZ

 

 

1808-1874

1_HISTORIA DE LA REVOLUCIÓN ESPAÑOLA DESDE LA GUERRA DE INDEPENDENCIA A LA RESTAURACIÓN EN SAGUNTO

2_HISTORIA DE LA REVOLUCIÓN ESPAÑOLA DESDE LA GUERRA DE INDEPENDENCIA A LA RESTAURACIÓN EN SAGUNTO

3_HISTORIA DE LA REVOLUCIÓN ESPAÑOLA DESDE LA GUERRA DE INDEPENDENCIA A LA RESTAURACIÓN EN SAGUNTO

 

1833-1843.

HISTORIA DE LA GUERRA CIVIL Y DE LOS PARTIDOS LIBERAL Y CARLISTA, con la historia de LA REGENCIA DE ESPARTERO

 

ANTONIO PIRALA

 

1843-1885

HISTORIA CONTEMPORÁNEA- ANALES DE LA GUERRA CIVIL

 

 

 

HISTORIA DE LA CIUDAD DE SEVILLA: T1 : DOMINACIÓN ROMANA Y VISIGODA

HISTORIA DE LA CIUDAD DE SEVILLA : T2 : DOMINACIÓN MUSULMANA

HISTORIA DE LA CIUDAD DE SEVILLA : T3 : EDAD MEDIEVAL. REYES CATÓLICOS

HISTORIA DE LA CIUDAD DE SEVILLA : T4 : EDAD MODERNA. LOS AUSTRIAS Y LA EPOCA NAPOLEÓNICA

HISTORIA DE LA CIUDAD DE SEVILLA : T5 : EDAD CONTEMPORÁNEA: 1853-1874

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HISTORIA DE LA CIUDAD DE SALAMANCA

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GUERRRA CIVIL . DOS TOMOS

La dominación roja en España

I: Asesinato de Calvo Sotelo.

II: José Antonio

III: Terror anárquico.

IV: Las Checas.

IV Comité Provincial de Investigación Publica.

V: Persecución religios

VI: Asesinatos en la cárcel Modelo de Madrid 618 el 23 de agosto de 1936. 349

VII: Cárceles y asesinatos colectivos de presos.

VIII: Terror policiaco

IX: Manifestaciones de la influencia soviética.

X: Ejercito rojo.

XI: Características de las Brigadas Internacionales.

XII: Justicia roja.

XIII: El gobierno marxista y el patrimonio nacional.

XIV: OTROS ASPECTOS DE LA VIDA ROJA.