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SALA DE LECTURA B.T.M.

SUMER Y AKAD

A. Caballos-J.M. Serrano

I.

Los condicionantes geográficos

 

1. El Próximo Oriente

El desarrollo de las culturas sumeria y acadia y de todas las que se sucedieron en Mesopotamia es incomprensible sin un profundo conocimiento de los condicionantes del medio físico en el que estos pueblos se asentaron. Resulta ineludible, y en este caso más que en ningún otro, partir del análisis de la naturaleza del terreno para conocer en qué medida la presión del medio intervino en la estructura, actividad, composición y comportamiento de los primitivos asentamientos humanos y en su evolución hacia formas de organización consideradas como superiores.

El Próximo Oriente, como unidad histórica, es el marco donde surgieron y se desarrollaron las primeras altas culturas de la humanidad. Se halla limitado por Nubia, Arabia y el Golfo Pérsico al sur, el Mar Negro y el Cáucaso al norte, al este, la meseta irania y, por último, el Mar Mediterráneo y el desierto líbico, que forman su frontera occidental. Sin embargo, estos amplios territorios no constituyen una unidad geográfica e incluso se distribuyen en dos continentes diferentes. Son cinco las regiones que, a modo de unidades ambientales y con una fuerte personalidad, podemos diferenciar claramente: Irán al este, Mesopotamia al sureste, Siria y Canaán en las costas orientales del Mediterráneo, Asia Menor al noroeste formando la Península Anatólica y, por último, Egipto

 

2. Mesopotamia

A pesar de su difícil individualización geográfica, Mesopotamia es una de las regiones que más destaca de entre las citadas. Tradicionalmente se define con este nombre a la región que comprende la mayor parte de las cuencas fluviales de los ríos Tigris y Eufrates, y que constituye el núcleo central de la extensísima zona que, por su forma, ha recibido el nombre de «Creciente Fértil».

Si Egipto, citando como ejemplo otra de las regiones próximo-orientales más típicas, tiene unas fronteras naturales bien marcadas, que lo definen geográficamente y lo impulsan a la unidad, Mesopotamia a este respecto es notoriamente diferente. Se trata de una región sin límites naturales bien definidos, ya que únicamente el desierto arábigo al sur constituye una frontera clara. Al este y norte se encuentran el Elam, los montes Zagros y Armenia, no tan hostiles e infranqueables como los desiertos que rodean Egipto; la frontera por el oeste la forma una región de estepas más que de verdaderos desiertos, por donde nunca se perdieron los contactos con Siria y, a través de ella, con Palestina y la cuenca del Mediterráneo.

La primera resultante de estas fronteras tan poco definidas es la falta de inclinación a la unidad y la existencia de aspectos regionales muy acusados, presentando Mesopotamia una gran permeabilidad y una escasa resistencia a la penetración de culturas alóctonas.

Frente a esta falta de homogeneidad geográfica, la historia, que hunde sus raíces en el glorioso pasado sumerio, es la que nos permite entender a Mesopotamia como una unidad, definida a lo largo de los tiempos como foco de irradiación cultural y polo de atracción de todo el Próximo Oriente asiático.

 

3. Orígenes e interpretación del nombre «Mesopotamia»

Aunque genéricamente se use el nombre Mesopotamia, considerando su sentido etimológico, para definir el área, entre los ríos Tigris y Eufrates, y sea éste el sentido que, para evitar confusiones, aquí utilicemos, sin embargo resulta muy ilustrador hacer un análisis de la significación originaria y extensión del término.

La primera referencia conocida del nombre concreto de Mesopotamia se encuentra en la «Anábasis de Alejandro» de Arriano, que vivió en el siglo II d.C., aunque este autor expresamente indica que se basó en obras muy anteriores, de la época del mismo Alejandro Magno. En el texto se dice que este nombre geográfico fue dado por los propios habitantes para designar la parte de Siria situada entre los ríos Tigris y Eufrates.

Esta interpretación del nombre, vigente ya al menos desde la época helenística no es, sin embargo, la originaria. El profesor J.J. Finkelstein, de la Universidad de California en Berkeley, concluye que los nombres para «Mesopotamia» en las lenguas antiguas, tales como el arameo Naharayim y sus variantes, y los más antiguos Biritim y similares, se asocian con un río —el Eufrates— y no con los dos. Los nombres antiguos considerados equivalentes al de Mesopotamia, en su sentido original y estricto, se refieren precisamente al territorio rodeado por tres lados por la gran curva del Eufrates al norte del paralelo 35°, sin hacer mención a ningún otro río. En los términos (mát) biritim y birit narim tenemos el equivalente acadio para «península», o más concretamente para designar una «península fluvial».

Como prueba de lo anterior las ciudades de las que explícitamente se decía que estaban incluidas en esta región eran las más occidentales, y sólo con el paso del tiempo el término Mesopotamia se fue extendiendo progresivamente hacia el Oriente, englobando finalmente el área del Tigris en la concepción popular, tal como lo observamos en fuentes sirias. Así también fue usado para describir solamente la parte norte de las tierras bajas entre los dos ríos, mientras que la parte sur se llamó Babilonia. Plinio fue el primer autor conocido que extendió sus límites hasta el Golfo Pérsico, haciéndolo el equivalente aproximado del actual Irak y, por tanto, confiriéndole el sentido al que se refieren los modernos historiadores.

La disparidad entre el norte y el sur del área que conocemos como Mesopotamia, y que ha quedado patente a través del análisis del nombre, ya era claramente sentida por sus antiguos habitantes, y se justificaba por las diferentes características del medio físico, que condicionaban en estos momentos de una manera determinante las pautas de conducta de sus habitantes. Si hemos de establecer una frontera entre ambas regiones la deberíamos situar aproximadamente en una línea que iría de Samarra junto al Tigris a la localidad de Tutul en el Eúfrates, pues en esa zona concluye la llanura fluvial. Esta llanura de inundación que se extiende al sur está compuesta por una combinación de zonas llanas y áreas ribereñas afectadas por las inundaciones periódicas, junto con los terraplenes naturales del río, muy bien definidos. Hacia el norte la meseta caliza que constituye el desierto de Al-Yazira («la isla», naturalmente fluvial, como vimos más arriba) separa las cuencas de ambos ríos. Mientras que en esa zona el Tigris, por sus muchos afluentes orientales, da lugar a una fértil llanura elevada denominada en época sumero-acadia Subaru, la posterior Asiria, el Eufrates se encallejona en un estrecho valle formando el país de Amurru.

 

4. Los ríos Tigris y Eufrates

 

La presencia de los dos ríos Tigris y Eufrates, que nacen en la meseta de Armenia, realizan un recorrido paralelo en dirección NO-SE y desembocan en el Golfo Pérsico, es uno de los pocos rasgos geográficos que caracterizan a la totalidad de Mesopotamia.

El río Tigris, el más oriental, es el de mayor caudal de los dos, situándose en unos valores medios de 1.240 m3/Sg., como resultado de poseer una extensísima cuenca y de recibir numerosos afluentes a lo largo de todo su recorrido. Por su parte el Eúfrates tiene una cuenca fluvial más reducida, recibiendo sus aguas de las altiplanicies del Asia Menor. Su caudal medio es también mucho menor —unos 710 m3/Sg.—, tanto por la elevada evaporación, como por la falta de afluentes en su curso medio y bajo, no recibiendo más aportes a partir de Siria que los procedentes del río Khabur.

El caudal de los dos ríos presenta un carácter irregular e impredecible, inseguridad que tuvo que reflejarse sin lugar a dudas en los modos de comportamiento de sus habitantes, contrastando con los del país del Nilo, acostumbrados al régimen inalterable de su río. Durante los meses de Mayo y Junio coinciden la máxima pluviosidad primaveral de las tierras de Anatolia con las aguas procedentes de la fundición de las nieves de Armenia, y es en esa época cuando pueden tener lugar importantes inundaciones en el valle.

Este peligro se une a otro, menos aparatoso pero no menos grave, puesto que fue precisamente el que llevó a la desertización de amplias zonas de Mesopotamia dando lugar al paisaje actual. Nos estamos refiriendo a las sales del subsuelo y llevadas en suspensión por los ríos, que afloran y se depositan con la evaporación, transformando los campos, otrora fértiles, en agrícolamente improductivos.

Uno de los mayores problemas que plantea el análisis de la paleogeografía de Mesopotamia es el estudio de la desembocadura de los dos ríos, Tigris y Eufrates.

Según los propios textos sumerios se consideraba a la ciudad de Eridú la más antigua del mundo, afirmándose explícitamente que se encontraba a la orilla del mar; por otra parte, a Ur, ciudad situada muy próxima y al norte de la anterior, arribaban barcos dedicados al comercio marítimo. Como ambas ciudades, bien identificadas, se encuentran a unos 150 Kms. de la línea de costa actual, la deducción lógica y generalmente admitida fue suponer que el estuario de los dos ríos se adentraba mucho más al interior del continente en época sumeria, estando una gran parte de la actual llanura aluvial bajo el mar, y desaguando los dos ríos por bocas diferentes.

Sin embargo, y en contra de este lugar común, los geólogos Falcon y Lees demostraron indubitablemente que la línea de costa en la época sumeria había sido aproximadamente similar a la actual. Comprobaron que el proceso de deposición aluvional en la costa era contrarrestado por una correspondiente y opuesta subsidencia continental de la corteza del área del estuario de los dos ríos, lo que ha mantenido una situación de práctico equilibrio.

Seton Lloyd aporta un dato que obvia la aparente contradicción entre esta teoría y las afirmaciones de los textos antiguos: entre los restos de las ofrendas que se hicieron en la ciudad de Eridú al dios Enki se han detectado espinas de una especie de percas que sólo pueden vivir en las aguas salobres de los estuarios marinos. Se puede deducir de ello que en época sumeria Eridú había estado conectada con el estuario a través de una serie de canales que unirían el paisaje lacustre de las desembocaduras fluviales y que, de la misma manera también la ciudad de Ur habría estado en contacto con un antiguo curso del mismo Eufrates.

 

5. Características climáticas

Actualmente la climatología del área que analizamos se caracteriza por la existencia de dos estaciones bien marcadas, con breves etapas de transición entre una y otra: Por una parte el invierno, entre los meses de diciembre a marzo, que se caracteriza tanto por ser relativamente muy frío si lo comparamos con el caluroso verano, lo que es resultado del desplazamiento hacia el sur del anticiclón continental siberiano, como por una media de pluviosidad en torno a los 120 1/m2, humedad que se observa sobre todo en las áreas del norte por la llegada de masas de aire húmedo procedentes del Mediterráneo. El verano dura de mayo a octubre y se caracteriza por ser una estación seca y muy calurosa, con periódicas oleadas de fortísimo calor favorecidas por los vientos desecantes, que son resultado de la intensa insolación.

Tomando en consideración todo el área del Creciente Fértil durante períodos amplios de tiempo, y exceptuando las transformaciones resultado de la acción antrópica, esta situación climática que hemos descrito se habría mantenido a grandes rasgos prácticamente casi invariable. Exceptuando las normales fluctuaciones entre unos años y otros, y teniendo en cuenta sólo la situación climática media para mayores períodos de tiempo, las temperaturas habrían sido similares a las actuales al menos desde hace unos 10.000 años, y la humedad, salvo breves coyunturas, habría sido desde hace unos quince o veinte milenios como la del presente. Sólo algunas modificaciones, como la desertización de la Baja Mesopotamia producto de la salinización de los suelos, han variado parcialmente este panorama.

La vegetación natural correspondiente a los factores bióticos, edafológicos, climáticos y geomorfológicos de este área pertenece a la biócora de pradera. Por su trascendencia para el desarrollo histórico nos interesa destacar que las especies arbóreas endémicas serían los tamariscos, álamos, adelfas y acacias, mientras que hoy predominan los palmerales. Faltarían los árboles maderables, y esta carencia de materiales de construcción (por su estructura geomorfológica también escasea la piedra) sería uno de los incentivos que obligaron a los habitantes de la Baja Mesopotamia a organizar expediciones comerciales, e incluso a intentar extender su dominio político al norte y noroeste, para controlar las áreas de producción de estas materias primas. Las zonas inundadas estacionalmente se secan en verano y en ellas se desarrollan ampliamente los estratos herbáceo y arbustivo. Finalmente, en las mesetas desérticas y en las terrazas fluviales sólo es posible, en estado natural, una vegetación desértica o semi-desértica.

 

6. Las grandes unidades fisiográficas de la Baja Mesopotamia

Si bien las tierras de la Baja Mesopotamia poseen una serie de características físicas uniformes que le confieren una cierta unidad ambiental y una peculiar identidad entre las regiones que componen el Creciente Fértil, que la evolución histórica se encargó de afianzar, un estudio más detallado nos permite distinguir una serie de unidades fisiográficas. El análisis de estas unidades nos hará conocer de una manera más directa e inmediata las motivaciones y las sucesivas etapas de poblamiento del área y, consecuentemente, comprender el proceso que llevó al surgimiento de formas superiores de civilización, por la transformación y aprovechamiento de las condiciones del medio.

Buringh, al que seguimos, analizó magistralmente el problema, dividiendo el territorio de la Baja Mesopotamia en cinco regiones

6.1. El estuario

El perfil longitudinal de la cuenca en este sector es casi horizontal, por haber llegado los ríos prácticamente a su nivel de base. Debido a ello las variaciones de caudal por los aportes fluviales quedan eliminados o al menos enmascarados por las mareas del Golfo Pérsico, que provocan una subida y bajada máximas de las aguas en torno al metro y medio un par de veces diarias. La morfología del área nos muestra una alternancia de zonas ribereñas bajas, terraplenes fluviales y pequeños cauces irrigados por el ritmo diario de crecida de las aguas.

6.2. La zona de marismas

El área donde se aproximan y confluyen los ríos Tigris y Eufrates presenta un nivel de las aguas freáticas muy elevado y en ella predominan los pantanos. Ya hemos hablado con anterioridad del doble proceso por el que la continua colmatación de los pantanos se ve contrarrestada por fenómenos opuestos de subsidencia.

6.3. El delta

Nos referimos con este término al amplio lecho de inundación que forman los dos ríos aproximadamente entre el paralelo de Uqair y la ciudad de Ur, y cuya superficie se halla recorrida por infinidad de canales naturales comunicados entre sí y cuyos cursos no son fijos. Las riadas anuales, impredecibles en el tiempo y en el caudal, habrían originado periódicas catástrofes, de no ser por el hecho de que sus consecuencias se vieron disminuidas por la amplitud de la cuenca y el escaso desnivel de la superficie, que contribuyen a disminuir la velocidad de las aguas.

6.4 La llanura fluvial

En esta región las aguas aportadas por el Eufrates, el Tigris y el Diyala, junto con un elevado gradiente del perfil contribuyen a formar riberas altas que, una vez desbordadas por las crecidas, dan lugar a inundaciones catastróficas. Frente a esta situación invernal gran parte de los restantes cursos fluviales son estacionales, secándose en verano.

6.5. Las mesetas desérticas y las terrazas fluviales

Estas áreas se caracterizan por la dificultad del aprovechamiento del agua para el riego, por estar la superficie de los terrenos muy elevada sobre el nivel de la cuenca, así como por discurrir el nivel freático a relativa profundidad.

7. Evolución del proceso de los asentamientos

Buringh cree que los asentamientos se fueron desarrollando en la Baja Mesopotamia, regiones de Sumer y Akkad, de sur a norte, como consecuencia de las progresivamente mayores posibilidades de adaptación y aprovechamiento del medio que suponen los avances tecnológicos. A este proceso de traslado de la población de sur a norte también contribuyó una progresiva salinización de los suelos en época ya plenamente histórica, que comenzó en las zonas de más temprana irrigación y fue progresando hacia el norte.

Posiblemente los más antiguos asentamientos en la Baja Mesopotamia se establecieron en el área del estuario, ya que las condiciones naturales permitirían allí un relativamente fácil aprovechamiento agrícola a las unidades de producción familiares. Esta teoría, no obstante, carece de la debida comprobación arqueológica por la rápida sedimentación y los fenómenos de subsidencia, que permiten suponer que cualquier hipotético resto se hallaría a gran profundidad. Estos fenómenos se observan también y en mayor medida en la zona de marismas, donde a la arqueología le resulta impracticable establecer cualquier hipótesis en relación a los asentamientos.

En una segunda etapa se ocuparía el delta. Aquí la existencia de pequeños e innumerables cauces facilitó la irrigación de los campos. Para su aprovechamiento agrícola debió haberse alcanzado previamente un nivel suficiente de organización social, así como conocimientos técnicos superiores a los requeridos para la explotación del estuario. Se debía abrir brechas en los terraplenes ribereños que se habían ido formando naturalmente para que, a través de ellas y con una mínima labor de canalización, las aguas pudieran inundar los campos. El asentamiento más antiguo conocido, ya que habría sido fundado con anterioridad al período de El-Obeid (c. 4300-3500 a.C.), es el de Eridú, que está situado precisamente en el extremo sur del delta, lo que parece confirmar la teoría de que el proceso del poblamiento se realizó de sur a norte. Por sus facilidades para el cultivo esta zona del delta fue el centro de la actividad agrícola, y por tanto de la vida urbana, hasta el segundo milenio a.C.

La llanura fluvial permite el desarrollo de amplios pastizales, pero las avenidas tumultuosas e imprevisibles exigen un mayor esfuerzo y dominio técnico para lograr un pleno aprovechamiento agrícola. Por tanto esta área sólo pudo ser explotada y colonizada en una tercera etapa, cuando hacia el 2600 a.C. las tribus semíticas semisedentarias de estirpe acadia se asentaron aquí. Pero sólo se lograría su pleno rendimiento cuando el grueso de la población se fue trasladando paulatinamente a esta zona hacia el siglo XIX a.C.

La explotación de las mesetas desérticas y de las terrazas fluviales exige el conocimiento de técnicas depuradas de elevación del agua, para salvar el escalón de casi diez metros con respecto al nivel de los ríos. Esta tecnología no se logró hasta plena época asiría, y así la completa ocupación y aprovechamiento del área de las terrazas no tuvo lugar hasta aproximadamente el 1100 a.C.

 

«Estandarte de Ur». La guerra y la paz (hacia 2685 a.C.)

Museo Universidad de Pennsylvania

II.

La época predinástica

 

1. Los inicios de la civilización en el Próximo Oriente

Dos grandes ideas extraeremos como resumen del análisis de las condiciones medioambientales de Mesopotamia que resultan muy ilustradoras a la hora de entender el proceso del poblamiento de este área. En primer lugar, el panorama de Babilonia no era tan idílico como tradicionalmente se nos ha querido hacer ver, ya que las condiciones naturales eran muy duras y, para su aprovechamiento, exigieron un gran esfuerzo de organización y adaptación. En segundo lugar, y sin que ello suponga una contradicción con lo anterior, una vez lograda la adaptación al medio, y su transformación por el trabajo y los avances técnicos, este territorio permitía unos elevados rendimientos y la constitución de excedentes, que están en la base del crecimiento poblacional y de la constitución de civilizaciones socialmente diferenciadas y tecnológicamente desarrolladas, definitivamente superiores.

Las transformaciones que tuvieron lugar en Mesopotamia son de tal alcance, suponen unos cambios tan radicales con respecto a la situación anterior y tuvieron unas consecuencias tan trascendentales en la posterior trayectoria histórica que seguiría la humanidad que, para su descripción, justifican la adopción del término «revolución» usado por V. Gordon Childe. Sin embargo, y a pesar de teorías excesivamente simplistas, esto no debe llevamos a suponer que los cambios fueron instantáneos; antes al contrario, fue necesario un largo proceso evolutivo para que, paulatinamente, surgieran esta serie de innovaciones y avances. Además, este largo proceso no se produjo de forma continua, ni afectó de igual manera a todas las regiones próximo-orientales.

Podemos retrotraer el inicio de estos cambios a fines del Paleolítico. La última glaciación cuaternaria concluyó hacia el 8000 a.C. aproximadamente; como consecuencia de ello la fauna fría, base de la economía y la cultura magdaleniense, se desplazaron hacia el norte. A partir de entonces divergen de manera clara las trayectorias históricas de las diferentes regiones que constituyen Eurasia, y que hasta entonces habían sido prácticamente uniformes. En Europa el Mesolítico supone una civilización económicamente en regresión, lo que tiene su reflejo en una clara disminución de la población y en un empobrecimiento de la cultura material.

En el Próximo Oriente, por el contrario, comienza en unas fechas en torno al 7000 a.C. ese largo y gradual proceso de sustitución de la economía de recolección por la economía productora, definido por Gordon Childe como la «revolución neolítica». A partir de ahora el hombre no se verá totalmente condicionado por los avatares de la naturaleza y las posibilidades de subsistencia del medio, sino que podrá influir de manera más decisiva en su propio destino. De recolector y cazador, actividades que no se abandonaron por completo en la nueva etapa, el hombre se transformó en agricultor y ganadero. Pero el proceso no concluyó ahí; el paulatino afianzamiento de la economía de producción, frente a la de mero consumo, trajo como consecuencia una serie de nuevos avances y descubrimientos en cadena.

El proceso de neolitización no tuvo su origen, sin embargo, en la Baja Mesopotamia, ya que este área no reunía unas condiciones naturales lo suficientemente idóneas como para permitir una agricultura rudimentaria, propia de un neolítico incipiente. Los primeros yacimientos detectados de esta etapa se sitúan en las zonas de alturas medias de las fronteras del Próximo Oriente, donde se localizan los yacimientos de Jericó en Palestina, Ugarit en la costa siria, Catal Hüyük y, posteriormente, Hacilar en Anatolia y Jarmo en el Kurdistán. Las innovaciones se fueron propagando desde estas zonas, donde existen las condiciones más idóneas para el desarrollo natural de los cereales, a las áreas bajas por donde discurren los ríos Tigris y Eufrates, y de allí al resto del mundo conocido. En el 6000 a.C. o poco después ya encontramos los primeros asentamientos neolíticos establecidos de manera permanente en el valle. Hassuna, en Asiría, es el yacimiento prototípico más antiguo conocido en esta zona.

 

El «templo blanco» sobre un Zigurat: Uruk

(Hacia 3500-3000 a.C.)

 

2. La evolución histórica de la Baja Mesopotamia durante la época predinástica

Una realidad previa de la que debemos partir, y que no debe apartarse de nuestra vista, consiste en el hecho de que entre los muchos inconvenientes con que debe enfrentarse el historiador a la hora de intentar reconstruir el pasado más remoto de la antigua Mesopotamia, el primero y básico de entre ellos se refiere a la parquedad de fuentes y a que éstas, para estos primeros momentos, son de carácter estrictamente arqueológico. Ello condicionará substancialmente los resultados que podríamos conseguir y también imposibilitará en gran medida el hallar la respuesta a muchas, tal vez las más significativas, de entre las cuestiones que se plantean. Pese a ello estamos ahora en condiciones de diseñar, aunque sólo sea a grandes rasgos, el proceso histórico seguido por las poblaciones asentadas en la Baja Mesopotamia.

Esta región fue poblada en una etapa relativamente tardía en relación con el resto del Creciente Fértil, no habiéndose detectado ningún yacimiento paleolítico. El nivel freático plantea serios problemas a la investigación arqueológica, siendo el asentamiento más antiguo conocido en este área el del Tell de Abu Shah rein, donde se han excavado templos y otros edificios públicos. Este sería el emplazamiento de la ciudad de Eridú, que los sumerios muy significativamente estimaban como la primera del mundo. Tras las campañas desarrolladas por F. Safar y S. Lloyd se pudo deducir una datación para este yacimiento que puede remontarse hasta el sexto milenio, así como su adscripción al círculo de Tell Halaf, cultura que alcanzaría su apogeo hacia el 4500 a.C.

Desde entonces y hasta la época protodinástica, en que las fuentes literarias nos permiten salir del anonimato de la Prehistoria, conocer con mayor detalle la evolución de los acontecimientos históricos, y con ello la sucesión de dinastías reales, se desarrolla la denominada época predinástica. Esta etapa concluiría hacia el 2900 a.C. y ha sido dividida por los arqueólogos en tres períodos, que reciben su nombre de los yacimientos donde primero o de una forma más nítida fueron individualizados:

— Período de El-Obeid: 4400-3700 a.C.

— Período de Uruk: 3700-3000 a.C.

— Período de DjemdetNasr: 3100­2900 a.C.

 

2.1. Cultura de El-Obeid

Esta etapa recibió el nombre de un pequeño yacimiento situado a 7 kms. al occidente de la ciudad de Ur, excavado por H.R. Hall y luego por L. Woolley; pero se documenta culturalmente también en otros muchos enclaves de la Baja Mesopotamia, ya que prácticamente todas las grandes ciudades remontan sus orígenes a estos momentos. Cronológicamente abarcaría aproximadamente del 4400 al 3700 a.C., siendo una de sus características más llamativas el que ahora, a diferencia de etapas anteriores, es el sur mesopotámico el que toma culturalmente la iniciativa.

Esta primacía del sur se corresponde con un aumento de la producción, debido a que ya se habían iniciado las labores de drenaje de los terrenospantanosos, con lo que creció enormemente la superficie de las áreas cultivables.

Las explotaciones agrícolas se basaban en el trabajo de núcleos familiares organizados en pequeños poblados autosuficientes, repartidos por el territorio y cuyas funciones y formas de organización eran similares en todos ellos. Los escasos excedentes de la producción de estos pequeños núcleos familiares se intercambiaban normalmente en el interior de los propios poblados, sin sobrepasar sus límites.

Arqueológicamente, como la anterior etapa de Eridú, se caracteriza es­ta época por su cerámica, ahora de color marrón o más raramente rojizo. Las decoraciones son fundamentalmente de carácter geométrico, aunque también existen representaciones naturalistas, de formas más complejas que las de la anterior fase de Eridú. El escaso control técnico sobre los hornos cerámicos hace que los recipientes se sobrecalienten, con lo que la arcilla llega al punto de vitrificación, adquiriendo una tonalidad verde oscura e incluso, por el excesivo calor, llegando a veces a deformarse el recipiente.

No podemos pasar por alto entre las innovaciones técnicas el inicio de una incipiente metalurgia, basada en el trabajo del cobre con el cual se realizaban los más diversos objetos, de carácter fundamentalmente suntuario, por el procedimiento del martillado.

La arqueología nos documenta la existencia de creencias religiosas profundamente arraigadas, tanto por la abundancia de figurillas de terracota representando a la «diosa madre», como por la existencia de templos, los edificios arquitectónicos más significativos y mejor diferenciados dentro de los poblados que, como precursores de los posteriores zigurats o templos escalonados, se construyeron sobre una terraza artificial. Si bien en un principio eran muy sencillos, formados por una habitación no superior a los 3 m. de lado, la planta se iría complicando paulatinamente y aumentando el número de estancias. Como material constructivo se utilizó el ladrillo ya desde una etapa muy temprana.

 

La Lista Real Sumeria

«Enmebaragesi, el que trajo como botín las armas de la tierra de Elam, fue rey y reinó 900 años; Aka, el hijo de Enmebaragesi, reinó 625 años. 23 reyes reinaron sus 24.510 años, tres meses y tres días y medio. Kish fue herida por las armas; la realeza fue elevada a Eanna.

Mes-kiag-gasher, hijo de Utu, fue sumo sacerdote y rey, y reinó 324 años. Mes-kiag-gasher fue al mar, y salió (de él) hacia las montañas. En-mer-kar, el hijo de Mes-kiag-gasher, rey de Uruk, el que construyó Uruk, fue rey y reinó 420 años; el divino Lugal-banda, un pastor, reinó 1.200 años; el divino Dumuzi, un... —su ciudad (era) Ku'a(ra)—, reinó 100 años; el divino Gilgamesh —su padre era un genio lillú—, un alto sacerdote de Kullab, reinó 126 años...»

 

2.2. La época de Uruk

La siguiente fase en la evolución histórica de la Baja Mesopotamia recibe el nombre de la ciudad sumeria de Uruk, la moderna Warka. Allí los arqueólogos alemanes N. Nóldeke, J. Jordan y, posteriormente, H.J. Leuzen identificaron dieciocho niveles arcaicos, habiendo proporcionado los cinco más antiguos (XVIII al XIII) cerámicas correspondientes a las culturas de Eridú y El-Obeid.

Tras una etapa de transición, muy breve y correspondiendo a los niveles XIV al XII comienza la que, desde el punto de vista cultural, se ha definido más específicamente como etapa de Uruk. Arqueológicamente se la identifica por la aparición de una cerámica totalmente diferente a la de etapas anteriores. Ahora los recipientes se elaboran con ayuda del torno rápido y normalmente carecen de decoración, aunque también se constatan cerámicas pintadas de color rojo, gris o negro con la superficie bruñida. Otro rasgo arqueológico típico es la desaparición de las figurillas de terracota y otros pequeños objetos, tan abundantes en épocas anteriores.

Podemos considerar que en estos momentos la cultura sumeria se halla plenamente formada y ha adquirido sus rasgos definitivos, culminando con dos innovaciones trascendentales en la historia de la humanidad: el surgimiento de la ciudad y la aparición de la escritura, temas de gran importancia y a los que, de manera pormenorizada, dedicaremos los próximos capítulos.

Tradicionalmente se había supues­to (K. Wittfogel) la existencia de unas relaciones causa-efecto en la necesidad de las canalizaciones y el surgimiento de las ciudades. Sin embargo hoy estamos en condiciones de afirmar que estas labores de drenaje fueron haciéndose más complejas y abarcando zonas más amplias, hasta concluir con la construcción de grandes canales, a la par y no antes de que aumentasen las dimensiones de los poblados y cambiase su funcionalidad. En cualquier caso, y aunque con un alcance todavía local, cobraron ahora un mayor impulso las labores de drenaje de las áreas pantanosas, con las consecuencias concatenadas que se venían observando ya en etapas anteriores: aumento de la producción y del número de habitantes, que se fueron concentrando en los poblados, con lo que éstos aumentaron de tamaño.

Precisamente la mayor de estas concentraciones era la ciudad de Uruk, muy superior en extensión a lo normal en los antiguos poblados, ya que se ha calculado que ocuparía una superficie de unas 80 Ha., de las cuales un gran porcentaje, aproximadamente un tercio del total, estaría constituida por edificios públicos, fundamentalmente templos. La misión alemana pudo identificar gran parte de estos edificios, entre los que destacan el Templo Blanco, por estar sus muros pintados externamente de este color, el templo del Eanna y el zigurat de la diosa Inanna, que la tradición atribuye al héroe mítico Gilgamesh.

El nivel V del gran templo del Eanna se ha considerado como la etapa en la que se inició la construcción de los primeros grandes edificios públicos, así como es precisamente en el nivel IV, con una cronología de hacia el 3300 a.C., donde se han encontrado los más antiguos testimonios escritos de la humanidad.

 

Vaso esculpido de Uruk (3500-3000 a.C.)

Museo de Iraq, Bagdad

 

 

2.3. La etapa de Djemdet-Nasr Esta etapa es una continuación estricta de los últimos momentos de la cultura de Uruk, de la que puede considerarse una fase más, correspondiente al nivel III del Eanna de Uruk. Se la define también como etapa protoliteraria por corresponder a ella los primeros estadios del sistema de escritura sumerio, de carácter aún pictográfico.

A esta misma fase de Djemdet Nasr o protoliteraria corresponden los sellos más antiguos encontrados, primero de forma plana y luego cilindros, que servían para que, impresos sobre los recipientes una vez cerrados, garantizasen la inalterabilidad de su contenido, siendo por tanto su finalidad la de facilitar el funciona­miento del sistema productivo agilizando los intercambios comerciales.

 

Cabeza femenina de Uruk

(3500-3000 a.C.) Museo de Iraq, Bagdad

 

3. La revolución urbana

Plano de Nippur (1500 a.C.)

 

El término acuñado por V. Gordon Childe para designar el segundo gran salto cualitativo en la historia cultural del Próximo Oriente nos sirve para titular este parágrafo en el que trataremos del surgimiento de las ciudades en la Baja Mesopotamia.

Durante las crecidas de los ríos las aguas se desbordaban y depositaban los sedimentos sobre ambas orillas, formándose unas elevaciones o diques paralelos al cauce con una altura de uno a dos metros sobre el nivel de la llanura y con una anchura de uno a dos Km. Los más antiguos asentamientos humanos se solían situar precisamente en estos diques naturales formados por el proceso de sedimentación fluvial típico de estas zonas.

Gracias a su situación, próxima a los cursos de agua y protegida de las inundaciones, la mayoría de los asentamientos situados sobre los diques fueron adquiriendo una progresiva mayor importancia, según un proceso paulatino que enunciamos con anterioridad, convirtiéndose en las localidades principales de los diferentes asentamientos que definíamos como poblados.

Esta dualidad dentro de un mismo territorio entre la ciudad y los poblados no se refiere solamente a las diferentes dimensiones de estos núcleos, sino que supone también una diferenciación cualitativa entre ambos, basada en su respectiva funcionalidad y en una subordinación de los poblados a las ciudades. En esta dualidad ciudad-poblado se fundamenta la trascendental revolución urbana, que supone en esencia y esquemáticamente las siguientes transformaciones:

— Diversificación y especialización de la producción, centrándose las actividades de transformación en la ciudad, donde a la par aparecen nuevas técnicas, entre las que debemos citar la de la metalurgia, como una de las de mayores consecuencias para el futuro.

— Como resultado de los avances tecnológicos aumentaron los rendimientos de los cultivos hasta constituir excedentes.

— El superavit de productos agrícolas permitió que existiesen personas liberadas de las labores agrícolas y dedicadas a las ya citadas actividades artesanales de transformación, lo que supuso una paulatina y progresiva división social del trabajo.

— Paralelamente los trabajos del sector primario vieron como su actividad era valorada socio-económicamente por debajo de la de las personas dedicadas a las actividades de transformación. Esta incipiente jerarquización económica se agudizó cuando, por el desarrollo de los asentamientos, se fueron haciendo más complejas las actividades dirigidas a la organización y administración de la colectividad. El personal dedicado a las actividades burocráticas («funcionarios»), de defensa (policías y militares) y de control ideológico de la población (sacerdotes) ocuparían a partir de entonces los escalones más elevados de la sociedad.

— El resultado fue la configuración de una organización política bien definida de la comunidad, con una jerarquización en el acceso al poder y toma de decisiones.

— Este poder político, por supuesto concentrado en las ciudades, radicaba en el templo, cuya actividad no era únicamente cultural, puesto que en ellos se centraban también el mayor porcentaje de las actividades económicas de transformación, almacenamiento y comercialización, así como la administración de la comunidad, surgiendo de allí las decisiones que afectaban a la totalidad del cuerpo social.

— El proceso de concentración del poder político no concluyó en el seno de la misma ciudad, puesto que desembocó en la formación de organizaciones políticas superiores a la ciudad, que llevarían a la constitución de las primeras organizaciones de tipo estatal.

Este proceso, que de una manera esquemática hemos intentado describir, y que fue el resultado de una larguísima evolución, llevó aparejada la asunción por parte de la ciudad de un número cada vez más elevado y diversificado de funciones, que no se detenían en las meramente económicas.

En primer lugar uno de los elementos materiales que caracterizan a la ciudad es su cinturón amurallado, que en el caso de Uruk llegaba a los 9,5 Km. de longitud con más de 900 torres de defensa semicirculares, que servían de refugio y protección a la comunidad. Las murallas aseguran la eternidad de la ciudad a la par que simbolizan la frontera entre el orden y la organización internos y el caos exterior. La ciudad es un remanso de paz y seguridad, donde todo está organizado, frente a los peligros de los territorios sin cultivar de las estepas y montañas, donde reina la inseguridad y de donde proceden las amenazas de destrucción.

La ciudad es un don divino y fue considerada siempre como obra de los dioses, incluso aunque éstos interviniesen por intermedio de los reyes, sus representantes en la tierra. Los sumerios asignaban a la divinidad un papel clave en las actividades productivas, como protectora de la comunidad y la única capaz de hacer funcionar ordenadamente a la colectividad. La benevolencia de los dioses se consideraba estrictamente necesaria, de forma consciente o no, para que los campos fructificaran, con lo que era tan importante para la productividad de la tierra el realizar plegarias a la divinidad como sembrar, el edificar un templo como construir un canal de drenaje.

El templo es, por consiguiente, el segundo elemento arquitectónico que simboliza y caracteriza a la ciudad y, en muchos casos, fue el núcleo aglutinante a partir del cual éstas se fueron desarrollando. Es la residencia de la divinidad y a la par sede de la realeza. Ello resulta de la concepción por la cual las ciudades sumerias pertenecen a la vez al mundo de los dioses y al de los humanos, sin que aparezca ninguna incompatibilidad o discontinuidad entre ambos planos, prueba, como dice F. Brüschweiler, que para los sumerios prevalecía la imagen de un universo que englobaba todos los aspectos de lo perceptible en una realidad única y sin ruptura.

Pero junto a la divinidad se encuentra el rey, representante en la tierra de la potestad divina y sin cuya existencia no tiene sentido la ciudad. Las misiones del rey, como rector y guía de la comunidad, son las de controlar la producción y administrar los recursos económicos, encargándose para ello de las grandes obras públicas y de los intercambios, edificar y engrandecer los edificios religiosos, que, como sedes de la divinidad, son el corazón de la ciudad y la razón de ser de su existencia, cuidar de la administración de la justicia y del mantenimiento del orden establecido en el interior, así como de la seguridad frente a las amenazas externas.

 

Tablilla de contabilidad de la época arcaica

(3000-2500

 

4. Las actividades de intercambio y la difusión de la civilización sumeria

A la par del surgimiento de las ciudades las actividades de intercambio se vieron profundamente modificadas, no solamente en lo que se refiere al tipo y volumen de los productos, sino también a la forma en que se establecen estos intercambios y a la extensión de los circuitos comerciales. Tras la definitiva configuración de la civilización sumeria como una civilización de base urbana se estableció un primer nivel de intercambios que suponía el comercio de los productos agrícolas de los poblados y de las materias elaboradas o manufacturas que la ciudad, único lugar que contaba con la tecnología y la capacidad de organización requeridas, producía.

Un segundo nivel supuso el establecimiento de un comercio de mayor radio de acción en busca fundamentalmente de los minerales y materiales de construcción y ornamentales de que Sumer carecía, lo que obligaba a la organización de grandes expediciones.

La inclusión del sur mesopotámico en una vasta red comercial ejerció una influencia decisiva sobre toda su economía, y que si bien supuso unos niveles de prosperidad hasta entonces no alcanzados, a la par introdujo un factor de inestabilidad en el momento en que ese intercambio de mercancías, base de la potencia de las ciudades sumerias, dejase de funcionar normalmente.

Este correcto funcionamiento se debía basar en gran medida en el control sobre todas las regiones incluidas en los circuitos comerciales sumerios, para lo cual las ciudades no contaban con recursos suficientes. Por ello el nivel de progreso y relativo bienestar alcanzado por la civilización sumeria se hizo vulnerable, no sólo a las crisis internas, sino también a toda distorsión en los centros de aprovisionamiento del extranjero, así como en las rutas comerciales. Esta subordinación económica con respecto a los asuntos exteriores se hizo aún mayor cuando las ciudades se engrandecieron hasta tal punto que los recursos de las regiones vecinas no podían asegurar su aprovisionamiento, y éste dependía entonces del establecimiento de una inestable y extensísima red comercial sobre ámbitos no controlados políticamente.

Un resultado secundario de estas actividades de intercambio, que fue de trascendental importancia para la historia futura del Próximo Oriente, es la difusión, ya desde la época de Uruk, de la cultura sumeria por todos los ámbitos vecinos a Mesopotamia, desde el interior de Anatolia y la costa sirio-palestina hasta el Irán, sin que ni siquiera Egipto escapase a este impacto cultural. Entre otros muchos ejemplos que podríamos citar, la ciudad de Ebla, de tanta actualidad por sus sorprendentes archivos y su peculiar cultura, es uno de los resultados más espléndidos de la fructificación de la civilización sumeria en ámbitos muy alejados de los que le vio nacer.

5. El origen de la escritura

La lengua sumeria es una lengua aglutinante que, al no ser flexional, se diferencia de las lenguas de raíz indoeuropea o semítica, y a la que no se le ha encontrado ningún parentesco conocido, problema que se complica al existir varios dialectos no bien identificados. Siguiendo la descripción de Kramer, esta lengua consta de seis vocales, tres abiertas (a, e, o) y las tres cerradas correspondientes (á, é, u), que se iban modificando según la norma de la armonía vocálica y que a menudo podían elidirse. Las conso­nantes por su parte eran quince (b, d, g, p, t, k, z, s, sh, ch, r, 1, m, n, ñ). La frase se compone normalmente de las siguientes partes:

1. Una serie de sustantivos complejos que pueden estar formados o bien sólo por un nombre, o bien por un nombre con todos sus modificantes como genitivos, adjetivos, cláusulas de relativo y pronombres posesivos. Estos sustantivos pueden constituir, en relación con el predicado, un sujeto, objeto directo, objeto dimensional u objeto indirecto.

2. Las partículas gramaticales que expresan las relaciones entre sustantivo y predicado, colocadas siempre al final.

3. El predicado que consiste en la raíz verbal precedida de una partícula temática y una serie de infijos que indican las relaciones entre la raíz y los sustantivos.

Frente a la lengua, que acabamos de describir sumariamente, la escritura, inventada, desarrollada y generalizada por los sumerios no es un hecho natural, sino la consecuencia de la adquisición de un grado elevado de desarrollo cultural.

El desarrollo de la escritura cuneiforme sumeria, con su triple peculiaridad de ser semiideográfica, semifonética y polifónica, y su aceptación general como medio de comunicación por todos los pueblos civilizados del Creciente Fértil no fue debido únicamente a una intuición genial, sino a un proceso de gestación largo y complicado. Complicación que los sumerios simbolizaron en la atribución de esta invención a los dioses.

En Sumer, en la segunda mitad del IV milenio, la administración había llegado a un nivel de complejidad tal que sobrepasaba las posibilidades de un control memorístico. Los poderes del estado debían conocer en todo momento el registro de entradas y salidas de bienes, su descripción, destino, y vías y formas de intercambio. Para solucionar estas cuestiones surgieron los precedentes de lo que podemos considerar el primer sistema genuino de escritura. La escritura sumeria comenzó siendo un sistema pictográfico. Esta fue la primera tentativa con la que, de una manera sistemática, se intentó fijar el lenguaje. Cada signo o pictografía consistía en el dibujo de un objeto fácilmente identificable, que representaba una palabra cuyo significado era el del objeto dibujado o algo muy directamente relacionado con él. Este sistema no resulta descifrable para nosotros en la totalidad de los casos, ya que los signos no poseen un significado unívoco y sólo tenían el valor de auxiliar de la capacidad finita de la memoria para personas que de antemano estaban al corriente de lo que los signos representaban.

Un sistema de este tipo adolecía de una serie de defectos para un uso general y universalmente aceptado: los signos muchas veces eran muy complicados, podían ser interpretados en ocasiones de múltiples maneras, eran incapaces de representar cuestiones abstractas y su gran número dificultaba el aprendizaje de tal sistema de representación escrita. En la solución de estos problemas por una parte los escribas fueron simplificando los signos y haciéndolos más convencionales, con lo que acabaron por modificar su antigua apariencia sin perder su aceptación general. A ello contribuyó el hecho de que el material más generalmente utilizado como soporte de la escritura fuera la tablilla de arcilla, que se prestaba mal a la reproducción rápida de dibujos de contornos sinuosos. Así surgieron los signos que, desde comienzos del siglo XVIII, y por su apariencia se denominaron cuneiformes. Por otra parte se suprimieron los dos tercios de un total de unos 20.000 signos, que se ha supuesto que existiría originalmente. Esta drástica reducción se llevó a cabo por varios procedimientos, como el de utilizar un solo signo para nociones próximas e incluso para todos los homónimos o, en un proceso de importantísimas consecuencias, sustituir el valor ideográfico de los signos por su valor fonético, lo que se vio favorecido por la estructura aglutinante de la lengua sumeria. A partir del momento en que el signo escrito se refiera no ya a un objeto, sino a un sonido, será posible fijar por escrito la lengua siguiendo su propio sistema lingüístico. Lo que necesitó de un largo proceso, que podemos considerar como plenamente concluido a mediados del tercer milenio.

Las consecuencias de la aparición de la escritura pueden calificarse como de revolucionarias en cuanto que impulsó hacia adelante la administración y facilitó sobremanera la organización de la sociedad y de la producción. Pasar de la tradición oral a la tradición escrita no suponía solamente cambiar el modo de comunicación entre los hombres, sino también transformar fundamentalmente la propia cualidad de sus mensajes, la manera de verlos y recibirlos y, en resumidas cuentas, la propia manera de pensar. Todo mensaje escrito quedaba fijado y, por ese mismo hecho, se hacía independiente del que lo emitió y estaba a la disposición de cualquiera que pudiera leerlo. Y no únicamente esto, ya que la invención de la escritura contribuyó a la par a un excepcional desarrollo del pensamiento especulativo.

 

Tablillas de arcilla, de Nippur, que recogen recetas médicas

 

III.

El protodinástico en Mesopotamia

 

1. Introducción

A partir del surgimiento de la escritura podemos considerar iniciada una nueva etapa en la evolución histórica de la civilización mesopotámica. Las fuentes arqueológicas siguen siendo imprescindibles, pero junto a ellas la documentación escrita nos permite describir a grandes rasgos la sucesión de los acontecimientos históricos y conocer más directamente sus protagonistas y su organización socio-económica y política.

Esta nueva etapa, que concluirá con la fundación del reino de Akkad por parte de Sargón, fue denominada «época protodinástica» por la infomación que poseemos acerca de las primeras dinastías reales que se fueron sucediendo en el gobierno de las ciudades mesopotámicas.

Uno de los aspectos que caracterizan históricamente esta etapa consiste en que la paulatina inmigración desde el noroeste de gentes de origen semita, los acadios, cuyo asentamiento en el sur mesopotámico dio lugar a la consolidación en esta época de una civilización mixta, donde la coexistencia de sumerios y semitas, aunque con un neto predominio de los rasgos culturales sumerios, es el aspecto más destacable.

En lo político se afirma la monarquía como el sistema típico de gobierno, siendo el rey el representante y agente del dios en la tierra, aún sin alcanzar los rasgos de divinización propios de la época acadia. Paralelamente se observa el paulatino aumento del papel desempeñado por el palacio, como institución diferenciada del templo. Al respecto los edificios más antiguos que pueden identificarse como tales corresponden a las etapas del Protodinástico II/III en Eridú y al Protodinástico II en Kish.

La homogeneidad cultural, la progresiva consolidación del sistema de ciudad-estado, las tendencias expansionistas propias de este tipo de organización y la existencia de un territorio muy restringido y con limitados recursos trajeron como inevitable consecuencia el enfrentamiento entre las ciudades sumerias y un estado de guerra endémico. Por el momento ninguna ciudad podía aspirar a convertirse en la capital de toda Babilonia, aunque tres de entre ellas se hubieran revestido de un cierto prestigio sobre las demás: Uruk, cuya fama se remontaba a una época muy antigua, Kish, cuyo título real era muy prestigioso y, por último, Nippur que como sede del culto a Enlil era el principal centro religioso de Mesopotamia.

El enfrentamiento entre las diferentes ciudades sumerias y la hegemonía que algunas de entre ellas fueron consiguiendo temporalmente pusieron los fundamentos para la creación de unidades políticas superiores. Este proceso concluiría en época acadia y había sido ya preparado de antemano por la identidad cultural de la Baja Mesopotamia que, en el ámbito religioso, había dado lugar a la constitución de un sistema teológico suprarregional al menos desde comienzos del Protodinástico III.

2. Fuentes y periodificación

A partir de la documentación arqueológica, aún insustituible para el conocimiento histórico, se ha dividido la época protodinástica según un esquema tripartito originariamente elaborado a partir de los resultados de las excavaciones de P. Delougaz y S. Lloyd en la región del Diyala, al este de Bagdad. Este sistema se mantiene vigente por la comprobación de la validez de este mismo esquema cronológico para otros yacimientos mesopotámicos.

— Protodinástico I (2900-2750 a.C.): El final de esta etapa queda fijado por la aparición de las tablillas arcaicas de Ur.

— Protodinástico II (2750-2600 a.C.): Amurallamiento de las ciudades mesopotámicas. Epoca de Mebaragessi de Kish.

— Protodinástico III a (2600-2500 a.C.): Epoca de Mesilim de Kish.

— Protodinástico III b (2500-2330 a.C.): Epoca de las tumbas reales de Ur y de la dinastía de Ur-Nanshe de Lagash.

La fuente literaria más valiosa para reconstruir la historia de la época protodinástica es la denominada «lista real sumeria», magistralmente editada por Thorkild Jacobsen y de la cual se han conservado diferentes versiones con variantes, compuestas con mucha posterioridad a los hechos que narran. Los sumerios nombraban los años por los acontecimientos de importancia que en ellos tuvieron lugar, y a partir de estos criterios confeccionaron listas de nombres de años, que muy posiblemente habrían sido las fuentes utilizadas para la elaboración de esta «lista real sumeria».

El pensamiento sumerio no había alcanzado el grado de generalización, definición y abstracción intelectual que caracteriza a la historia tal como la entendemos hoy en día. Así se explican, por ejemplo, las largas duraciones atribuidas a los reinados de los primeros monarcas o la consideración como sucesivas de dinastías que se ha comprobado que fueron coetáneas. Estas distorsiones, propias de la peculiar mentalidad sumeria, habían llevado a considerar la lista real como totalmente imaginaria; sin embargo otros testimonios literarios se han encargado paulatinamente de confirmar la existencia de muchos de los personajes y acontecimientos mencionados en ella. Y así, a partir del hallazgo por Sir Leonard Woolley en 1919 de una tablilla de fundación en El-Obeid con la mención de los reyes Mesanepadda y Aanepadda de la I dinastía de Ur se han disipado las dudas acerca de la validez histórica de muchos de los datos contenidos en este excepcional documento.

 

3. Los períodos Protodinásticos I y II

La primera parte de la Lista Real se dedica a mencionar los reyes sumerios hasta el diluvio, informando escuetamente de los años de reinado y las cinco ciudades que sucesivamente fueron detentando la hegemonía: Eridú, Bad-tibira, Larak, Sippar y Shuruppak. Ante la falta de constatación arqueológica y la inverosímil duración de los reinados podemos considerar por ahora a esta etapa, a la que denominamos Protodinástico I, y a los ocho monarcas nombrados como plenamente legendarios y, por tanto, sin significado histórico.

Macho cabrío y árbol de Ur

(Hacia 2600 a.C.)

 

Museo Universidad de Pennsylvania

Incrustaciones en la caja de resonancia de un arpa, procedente de Ur (Hacia 2600 a.C.)

Tras el diluvio se iniciaría una etapa a la que hemos dado en describir como Protodinástico II. En ella la monarquía fue de nuevo impuesta por los dioses, fundándose la I dinastía de Kish. El primer soberano del que la lista real menciona acontecimientos concretos es del rey Etana, el decimotercero de la dinastía:

«Etana, un pastor, el que al cielo subió,

el que consolidó todas las tierras, fue rey y reinó 1560 (¿1500?) años»

Existe también una leyenda acadia muy popular que lo muestra como un rey piadoso y cuyo gobierno dejó una huella imborrable en el recuerdo del pueblo sumerio. Se sucedieron una serie de reyes, ocho concretamente, de los que algunos tenían nombre semita. Tras ellos:

«Enmebaragesi, el que tomó como botín las armas del país de Elam, fue rey y reinó 900 años»

Este rey está plenamente certificado como un personaje histórico a partir de otros testimonios literarios. Le sucedió su hijo Agga y, tras éste, el poder pasó a la ciudad de Uruk, de la que la lista real menciona varios monarcas. De ellos Enmerkar, constructor de la ciudad de Uruk, se halla también documentado históricamente y es el sujeto de una epopeya sumeria muy antigua. A continuación Lugalbanda, que llegó a ser divinizado mucho después, como recuerdo del importante papel jugado en la historia de Uruk. Con su sucesor Gilgamesh, que desempeñó el rol de héroe civilizador por antonomasia en la literatura de prácticamente todas las civilizaciones próximo-orientales, podemos considerar iniciado el Protodinástico III.

4. El Protodinástico III

A partir de ahora contamos definitivamente con una documentación relativamente abundante como para reconstruir de forma suficiente la civilización sumeria y la sucesión de los acontecimientos históricos.

Desde el punto de vista arqueológico uno de los yacimientos de mayor interés para conocer esta época es el de la ciudad de Ur, la actual Muqayyar, situada a orillas de un antiguo cauce del Eufrates. Al sureste del zigurat del dios lunar Nanna y bajo los cimientos de la muralla construida para nosotros incomprensible de unas creencias religiosas muy profundamente sentidas.

Son famosas las tumbas de la reina Puabi (cuyo nombre fue leído con anterioridad como Shubad), de Akalamdug, Meskalamdug y la mayor de ellas, que Woolley describió con el n.° 1.237, dedicada a un personaje cuyo nombre desconocemos y cuyo recinto incluía los cadáveres de 74 personas. Se accedía por una rampa, en el fondo de la cual se encontraron los restos de los servidores junto a la cámara de enterramiento principal, entre los cuales se incluyen incluso carros por Nabucodonosor encontró L. Woolley los restos de una gran necrópolis con unas 1.850 tumbas pertenecientes a la época de la I dinastía de Ur, que cronológicamente se debe incluir en el Protodinástico III b (2500-2330 a.C.).

Zigurat de Ur (Hacia 2100 a.C.)

Destaca un grupo de dieciséis tumbas formadas por una o varias cámaras y con un extraordinario y riquísimo ajuar, que demuestran la existencia de un complicado ritual funerario, que simboliza el mito de Dumuzi de la muerte y la posterior resurrección. Las muertes rituales y la inexistencia de señales de violencia en los cadáveres nos testimonia la fuerza con los esqueletos de los animales de tiro aún uncidos formando parte del cortejo funerario, que estaba dispuesto ordenadamente y formado por personajes de diferente rango y posición social revestidos de sus mejores galas.

Por su parte las fuentes literarias del Protodinástico III, aunque se detengan casi exclusivamente en la mención de los acontecimientos militares, nos informan de la existencia de una federación de ciudades-estado, de las cuales en un momento dado sólo una ostentaba la hegemonía sobre todas las demás.

Si anteriormente las fuentes mencionaban exclusivamente campañas militares realizadas en el extranjero, ahora, por primera vez, se relatan luchas por la hegemonía entre los propios reyes babilónicos. Como resultado material de este estado de hostilidad latente surgen ahora los primeros recintos amurallados desarrollados. La más antigua de estas murallas es la de Uruk, obra precisamente de Gilgamesh, personaje considerado como legendario pero del que un número suficiente de testimonios confirman irrefutablemente su existencia histórica. De estos documentos tal vez el más interesante sea el encontrado en diferentes versiones tanto en Ur como en Nippur y que menciona los nombres de los reyes que reconstruyeron el santuario de Tummal dedicado a la diosa Ninlil en la ciudad de Nippur.

Las guerras de Gilgamesh de Uruk contra los reyes de Kish, Mebaragessi y su hijo Agga, son los testimonios más antiguos que documentan los conflictos militares por el control de la Baja Mesopotamia. Estas luchas y las que le sucedieron ocasionaron un grave debilitamiento de la fuerza militar y el potencial económico de las ciudades sumerias, lo que fue aprovechado por los elamitas para hacerse con el poder.

Se inicia así una etapa en la que la hegemonía fue recayendo sucesivamente en ciudades sumerias y extranjeras. Primero le tocó el turno a la ciudad elamita de Awan; de allí el poder pasó a ser detentado por los reyes de la II dinastía de Kish. Se siguió de nuevo otra dinastía elamita centrada en la ciudad de Hamazi y, tras ella, la II dinastía de Uruk..

De Uruk el control pasó a Ur, a partir de lo cual nos sigue informando la lista real sumeria cómo el poder, por la fuerza de las armas, pasó a Adab en la época del rey Lugal-Annemundu, quien llegó a controlar un extenso territorio desde Irán a Siria.

En el conocimiento histórico de la etapa que abarca desde este reinado hasta la llegada al poder de Sargón de Akkad la ciudad de Lagash se ve particularmente favorecida debido al azar de que un alto porcentaje de documentos referentes a ella han llegado hasta nosotros.

Por inscripciones dedicatorias de Lagash sabemos que hacia mediados del tercer milenio un rey que llevaba el nombre, probablemente semita, de Messilim controlaba toda Mesopotamia. Aunque no aparece mencionado en la lista real sumeria, son numerosas las fuentes por las que sabemos que este monarca, tal vez originario de alguna ciudad del norte del país, ostentó el prestigioso título de «rey de Kish». Es conocida su actuación en el conflicto que, por una cuestión de delimitación de territorios, enfrentaba a las ciudades de Lagash y Umma, sometidas ambas al poder de Messilim, siendo la decisión del rey parcial en favor de la primera.

No mucho después de esta época un personaje llamado Ur-Nanshe llegó al poder en Lagash, fundando una nueva dinastía y poniendo los cimientos sobre los que se basó el poderío de Lagash durante los próximos decenios. Si atendemos a su nombre nos encontraríamos aquí de nuevo con un semita procedente posiblemente de la localidad occidental de Tidnum.

Su hijo Akurgal, de breve reinado, vio renacer los problemas con la ciudad de Umma. Sin embargo Eannatum, su nieto, llevó a Lagash a uno de sus momentos de mayor esplendor y poderío. La primera etapa de su gobierno la dedicó a reconstruir y reforzar el país, debilitado por las derrotas de Akurgal frente a Umma. Tras ello inició una etapa de sistemáticas campañas militares: contra las ciudades sumerias de Uruk y Ur al occidente, contra el Elam y contra la propia Umma, su rival por el norte. Las victorias de Eannatum, una de cuyas representaciones es la magistral Estela de los Buitres, y el reconocimiento desu poder por el resto de las potencias sumerias le permitió utilizar el título de «rey de Kish».

En la etapa de tranquilidad que siguió, sustentada por la fuerza de las armas, pudo iniciar Eannatum obras de drenaje de gran envergadura. Sin embargo la paz fue efímera, estallando de nuevo la guerra en todos los frentes. Los elamitas fueron los primeros en tomar la iniciativa atacando el territorio de Lagash; y, aunque fueron rechazados por Eannatum, esta vez no tuvieron que sufrir la invasión de su propio territorio. Las tropas de Lagash se vieron obligadas a luchar contra Kish, Akshak y de nuevo los elamitas, a los que se alió el reino occidental de Mari. Aunque logró una importante victoria sobre sus enemigos, pudiendo reincorporarse a sus tareas constructoras, Eannatum habría de morir pronto y posiblemente de forma violenta, si consideramos que no fue sucedido por su hijo, como hubiera sido natural, sino por su propio hermano, de nombre Enannatum.

El nuevo monarca tuvo que dedicarse inmediatamente a luchar contra una revuelta de sus eternos rivales los ummaitas. Puesto que Enannatum debía ser un anciano por estas fechas, es su hijo Entemena el que acaudilló los ejércitos de Lagash, que lograron una gran victoria, aunque efímera.

Entemena logró un statu quo en la antigua y espinosa cuestión de los límites comunes con Umma, por lo que podemos considerarlo el último gran caudillo de Lagash. Su hijo Enannatum II reinaría sólo brevemente. Ni Enetarzi, ni Lugalanda, ensis de Lagash, habrían pertenecido a la línea de sucesión legítima.

Urukagina, mediante un golpe de estado, detentó a continuación el poder en Lagash. Este personaje ha pasado a la historia no por sus acciones militares sino, fundamentalmente, por sus reformas sociales. Al llegar al poder la ciudad se hallaba muy debilitada por una larga etapa de continuas guerras, que, aunque victoriosas en su mayoría, habían resultado estériles, puesto que los territorios controlados por Lagash se habían visto reducidos a sus límites iniciales. La etapa de Enetarzi y Lugalanda fue una época de convulsiones sociales y abusos de poder que debilitaron aún más la capacidad de salida de la crisis. Urukagina se jacta de haber puesto fin a aquel estado caótico, de haber devuelto la libertad a la población y restablecido la justicia. Acabó con los abusos impositivos por parte del Estado y con los privilegios de la casta sacerdotal.

Su reinado, sin embargo, sólo duró ocho años. Lugalzagesi, monarca de Umma, logró apoderarse por las armas de Uruk, Ur, Kish y el resto de las ciudades de Sumer. La propia Lagash fue destruida. Por primera vez en la historia los dominios de una ciudad sumeria, en este caso Umma, incluyeron todo el Creciente Fértil hasta el Mediterráneo: «desde el Mar Inferior, a lo largo del Tigris y el Eufrates, hasta el Mar Superior».

 

Estela de los «buitres» erigida por el rey Eannatum de Lagash (Fragmento)

(Hacia el 2560 a.C.) Museo de Louvre

 

IV.

Akkad (2330-2150 a.C.)

1. Sargón

El éxito del intento sin precedentes de Lugalzagesi para mantener unificados los amplios territorios que llegó a controlar había de resultar efímero. La Lista Real Sumeria le asigna un reinado de 25 años, período tras el cual se vio superado por la aparición de uno de los protagonistas más extraordinarios de toda la historia de Mesopotamia, cuya actividad y personalidad supusieron destacadas innovaciones y dejaron un recuerdo perdurable en los pueblos que habitaron entre el Tigris y el Eufrates: Sargón de Akkad. Aparece frecuentemente como el personaje central en oráculos y augurios, inscripciones y textos literarios que, copiados una y otra vez, configuran una tradición mítico-legendaria que hay que estudiar con atención y cautela a la hora de valorarla y utilizarla para la reconstrucción histórica.

Su padre pudo ser un tal Laipum, semita sin duda a juzgar por el nombre. Más extendida estaba otra tradición según la cual no lo conoció. Su madre, quizás una sacerdotisa culpable de haberlo engendrado, lo abandonó en una cesta embetunada en el Eufrates, de lo que se salvó milagrosamente (ya empieza a manifestarse el favor divino), siendo recogido por Akki, un personaje humilde como evidencia su oficio de jardinero o aguador, con el que creció. Este armazón impreciso y misterioso en torno a su origen, no exento de contradicciones, puede reflejar una extracción no noble, incluso quizás exterior a las zonas de antigua tradición sedentaria de la Baja Mesopotamia. En efecto, los textos informan que «Sargón creció entre el ganado», que su lugar de origen fue Azupiranu (¿«ciudad del azafrán»?), probablemente un mercado caravanero más que una auténtica ciudad, y que su familia provenía de la montaña. Se puede proponer que su procedencia última estaría en grupos semitas en vías de sedentarización que se moverían en torno al valle medio del Eufrates y cuenca del Khabur.

En la vertiginosa carrera que realiza es auspiciado por los dioses Ishtar, su amante y protectora en guerra y en paz, y Marduk, lo que es sin duda un anacronismo de las fuentes pues sólo mucho más tarde se hará popular esta deidad babilonia. Lo que nos interesa en cualquier caso destacar es el significado de la intervención divina, pues en Mesopotamia en general la realeza se legitimaba por la elección de los dioses más que por el origen; incluso se convirtió en un recurso común para evidenciar el respaldo celestial el contraponer una extracción humilde a los éxitos alcanzados. Este será el caso de Sargón: personaje influyente (copero o mayordomo) en la corte de Ur-Zababa de Kish, uno de los grandes núcleos de semitización de la Baja Mesopotamia y cuyos príncipes ostentan antropónimos semitas desde muy antiguo, no tardará en independizarse. Inicia una costumbre de gran éxito en la posterior historia del Próximo Oriente con la fundación de su propia residencia o ciudad capital, cuyo emplazamiento exacto aún no ha sido localizado pero que con toda seguridad se hallaría en la región de Kish y Babilonia. La llama Akkad, y él mismo adopta el nombre real de Sharrukin, que quiere decir «rey justo», «rey legítimo» o «verdadero», del que deriva Sargón.

La expansión militar y territorial que supuso a la postre la creación del gran imperio de Akkad hay que entenderla en principio como una reacción ante la presión de Lugalzagesi, que se había anexionado Kish y aspiraba a someter toda la región al norte de Nippur. Un relato nos presenta a Sargón rehusando aceptar las intimidaciones de Lugalzagesi. Si nuestra reconstrucción de los acontecimientos es correcta, el acadio demostró ser un audaz e inteligente estratega: con un movimiento envolvente de sorprendente rapidez, aprovechando sin duda la red de canales para sus desplazamientos, se presenta de improviso en el sur, tomando la iniciativa; ataca la capital de su rival, Uruk, y finalmente lo derrota en combate, haciéndolo prisionero. La caída de Lugalzagesi no significó la sumisión de un país tradicionalmente compartimentado en una serie de entidades autónomas; por el contrallo Sargón debe continuar la lucha con Ur, Lagash, Umma, etc., ciudades que van cayendo una tras otra y cuyas murallas son sistemáticamente destruidas. Al alcanzar el Golfo Pérsico consigue el sometimiento de todo Sumer; según los textos Sargón «lavó sus armas en el mar», quizás como un sacrificio a los dioses, consciente de las hazañas realizadas, o como un acto expiatorio. Incluso reivindicará su autoridad sobre tierras allende el mar (Tilmun, actual isla de Bahrein).

La brillantez de la victoria le permite lanzarse a una actividad auténticamente imperialista fuera de los tradicionales límites de la Baja Mesopotamia. Sargón se nos presenta así realmente como un pionero que señala las directrices a seguir por los posteriores soberanos babilonios con ambiciones expansionistas. Remontando el Eufrates alcanza Mari, Iarmuti (que se ha querido identificar con un puerto de la costa fenicia) y Ebla, que se mantiene evidentemente como una entidad importante aunque su época más brillante coincidió con el período anterior, el Protodinástico (Petinatto). Llega hasta los «Bosques de Cedro», que más que con el Líbano hay que relacionar con los montes Amanus, al norte de Siria, y las «Montañas de la Plata», en la zona del Taurus. Hasta se habla de que atravesó el mar para someter otras tierras, Chipre o Creta, o tal vez aún más lejos, aunque quizás sea más real suponer que se trataría de una navegación hacia la costa meridional anatolia a través del Golfo de lssos. La memoria de estas campañas sin precedentes en tan lejanos horizontes otorga a Sargón un halo épico a través del cual es difícil extraer la realidad de los acontecimientos históricos; hay un relato conocido como «El Rey de la Batalla» en el que aparece el soberano acadio aventurándose en Asia Menor para socorrer a un grupo de mercaderes; al margen de la exactitud de los datos que ofrece es indudablemente un texto que bebe de la tradición de Sargón como arquetipo del conquistador y que apunta muy significativamente hacia la fundamentación económica como factor dominante del estado acadio. Sargón completa su expansión en el este al someter, o al menos humillar militarmente, al Elam y, remontando el Tigris, al incorporar el país de Subaru, que incluye el territorio que luego se llamará Asiría, con el que aparecen vinculados algunos de los sucesores de Sargón (Manishtushu y Naram-Sin) y en una de cuyas ciudades principales, Nínive, apareció un retrato del fundador de Akkad.

La amplitud del estado y la nueva concepción monárquica que se está gestando imponen una significativa evolución de la titulatura real de Sargón: al principio se hace llamar sencillamente «rey de Akkad», título al que añade el de «rey de Kish», con todo el antiguo prestigio y preeminencia que implicaba, y tras vencer a Lugalzagesi, «rey del País (de Sumer)». A partir de ese momento aparece un conjunto de expresiones que consagran la visión universal de su poder: Sargón será «El Rey del País, a quien Enlil no opuso rival, a quien Enlil dio el Mar Superior (Mediterráneo) y el Mar Inferior (Golfo Pérsico)», «el que ha recorrido las cuatro zonas» (en que se divide el universo según la concepción mítica sumeria), «el que gobierna las cuatro zonas» o incluso el «rey de las cuatro zonas».

Pese a ello, la extensión y heterogeneidad de los territorios conquistados hicieron muy difícil su control, sucediéndose las insurrecciones que delataban una inestabilidad endémica. Hacia el final de su vida, Sargón tuvo que reprimir una sublevación general que incluso llegó a amenazar su misma capital.

Estela del rey Naram Sin (Hacia 2300-2200 a.C.) Museo del Louvre

 

Tradiciones en torno a Sargón

A) El origen:

«Sargón el poderoso rey, el rey de Akkad, soy yo. Mi madre fue una «cambiada», a mi padre no lo conocí. Los hermanos de mi padre amaron las colinas. Mi ciudad es Azupiranu, que está situada en las riberas del Eufrates. Mi «cambiada» madre me concibió y me dio a luz secretamente. Me colocó en una cesta de juncos, y selló con pez mi tapadera. Me echó al río, que no se alzó (sobre) mí. El río me transportó y me llevó a Akki, el aguador. Akki, el aguador, me sacó cuando hundía su pozal. Akki, el aguador, me hizo hijo suyo y me crió. Akki, el aguador, me hizo su jardinero. Mientras yo era jardinero Ishtar me otorgó su amor...».

B) Sus hazañas:

«Sargón, el rey de Kish, ganó 34 batallas; destruyó las murallas hasta el borde del mar. Amarró al muelle de Akkad los navios de Meluhha, los navios de Makkan y los navios de Tilmun.

Sargón, el rey, se postró en adoración ante Dagan en Tuttul. Dagan le dio el país superior: Mari, larmuti y Ebla, hasta el Bosque de Cedros y las Montañas de Plata.

Sargón, el rey a quien Enlil no dio rival: 5.400 hombres comen cada día ante él.

El que destruya esta inscripción ¡qué An destruya su nombre! ¡qué Enlil acabe con su estirpe! ¡qué Inanna…».

2. La dinastía acadia

Los sucesores de Sargón tienen que asumir esta herencia precaria. Rimush debe enfrentarse a una nueva insurrección de las ciudades sumerias, lideradas quizás por Ur, así co­mo contra el Elam. Es el primer caudillo mesopotámico que según las fuentes aplicó una sistemática política de represión violenta: destrucción de murallas e incluso de alguna de las principales ciudades sublevadas, masacres de enemigos, y parece que también deportaciones masivas, si entendemos así textos que informan que «hizo salir 5.700 hombres de las ciudades de Sumer y los estableció después en un campamento».

Rimush muere en una intriga palaciega, a la que quizás no fuera ajeno su hermano y sucesor Manishtushu, que además, según la Lista Real Sumeria, era el mayor. En cualquier caso también lucha por conservar la integridad del imperio en el sur y en el este, conflicto en el cual hay que inscribir una campaña que realizó «más allá del Mar Inferior (Golfo Pérsico)», al país de Sherihum o Meluhha. Sobre su localización se ha discutido mucho; algunos autores la llevan hasta la costa oriental africana (Etiopía), pero parece más probable que se refiera a zonas ribereñas del Golfo Pérsico, quizás englobando incluso el valle del Indo, con cuya civilización están probados los contactos en época de Akkad.

Este soberano realiza notables esfuerzos por dotar al estado de una organización interna que le otorgará cohesión y que resultará más eficaz que la dureza con que se condujo su predecesor. Al menos es lo que se puede deducir de documentos tales como el obelisco que lleva su nombre y que contiene disposiciones sobre distribución y explotación de tierras. El buen gobierno de las provincias es también objeto de su atención: en Susa le dedican una estatua los gobernantes locales; en Subaru encontra­mos inscripciones suyas en Assur y Nínive, ciudad ésta última en la que se le atribuía en época asiría la fundación del célebre templo de Ishtar. Merece la pena mencionar que en época de Manishtushu se constatan a través de la arqueología y la antroponimia los primeros datos de la presencia en el norte de Mesopotamia del elemento hurrita, llamado a jugar tan gran papel en la historia del Próximo Oriente.

Con Naram-Sin, el sucesor de Manishtushu, encontramos otra personalidad fuerte que marca profundamente la historia del estado acadio y cuyo recuerdo puede compararse al de Sargón. Como sus predecesores, se vio obligado a mantener una activa política militar para conservar el imperio. Sin duda el episodio más conflictivo fue una insurrección general de ciudades de la Baja Mesopotamia encabezadas por Kish, desatendida por los soberanos acadios (el título de «rey de Kish» había dejado de utilizarse). La gravedad de la crítica situación es reconocida por el propio Naram-Sin, que comienza el texto en el que describe su triunfo final con la expresión: «Cuando las cuatro regiones unidas se rebelaron contra mí...». Se le atribuyen campañas, remontando los dos ríos, contra Mari, Ebla, el norte de Siria y localidades de Asia Menor oriental, todo lo cual es sospechosamente similar a las hazañas de Sargón, con el que se puede estar buscando la asimilación. Más interesante es la bien constatada victoria sobre el país de Makkan y su rey Manium, pues se ha pretendido una identificación con Egipto e incluso, ignorando el evidente anacronismo en que se incurre, con el primer faraón, Menes. En realidad es muy difícil aceptar algún tipo de contacto directo militar entre Akkad y Egipto, aunque existieran intercambios pacíficos; por otra parte últimamente se apuesta por la localización de Makkan en la costa sur del Golfo Pérsico y del Mar de Arabia, zonas ricas en canteras de piedra dura y en mineral de cobre que exportaban a Sumer.

La documentación de Naram-Sin pone el acento en el fortalecimiento de la concepción monárquica: el soberano se vanagloria de haber hecho lo que ninguno de sus predecesores, de haber conquistado más ciudades y alcanzado las fronteras más lejanas. Utiliza sistemáticamente el título de «Rey de las cuatro partes» e incluso se aprecian francamente los primeros rasgos de divinización real. Naram-Sin se hace llamar «dios de Akkad», lo que se plasma gráficamente en la célebre estela que lleva su nombre: el monarca aparece por encima de sus soldados, de mayor tamaño, dando una sensación de omnipotencia, tutelado por los símbolos divinos y luciendo él mismo la tiara con cuernos de los dioses.

Sin embargo, tras toda esta brillantez hay signos preocupantes. La misma estela que acabamos de mencionar conmemora la victoria contra unos pueblos bárbaros y faltos de unidad política de las montañas del norte de Mesopotamia (Zagros, zona del Zab) y que, alojados en un terreno difícil y proclives a hacer razzias en las tierras fértiles de los valles, eran de sumisión dudosa e insegura. De hecho será uno de estos pueblos, los guti, el causante último del colapso de Akkad. Frente al Elam Naram-Sin va a optar —significativamente— por los pactos, considerándolos preferibles al riesgo de intentar someterlo por las armas. Parece que la situación económica está también deteriorándose. Hay una obrita de considerable extensión, que se puede incluir en el género de los «lamentos» tan típicos de la literatura sumeria, que se conoce como la «Maldición de Akkad»; en ella se hace un canto doloroso a la decadencia de esta ciudad, atribuyéndola a una sacrílega acción de Naram-Sin, al que se le imputa la destrucción del santuario de Enlil en Nippur, provocando la venganza divina e incluso el abandono de la diosa-patrona de Akkad, Inanna-Ishtar. El desastre se presenta así inevitable, pero al margen de los elementos míticos, el detalle más llamativo históricamente hablando es la mención a dificultades por las que atraviesa el país: baja de la productividad agrícola, alza de los precios, con la consiguiente crisis de subsistencias, etc.

Este declive se hace manifiesto con Sharkalisharri, quien pese a su nombre (que significa «rey de todos los reyes») abandona la titulatura ampulosa de su predecesor; tan sólo en alguna inscripción aislada se le denomina aún «dios del país de Akkad», apareciendo normalmente con el sencillo título de «rey de Akkad». Su territorio se ha reducido de forma considerable: el Elam se ha independizado definitivamente (incluso alguno de sus príncipes usurpa el título imperial de «rey de las cuatro zonas»), al igual que parte de las ciudades de Sumer (se conmemoran campañas contra Uruk). Además, la presión de los pueblos marginales es insostenible. Sharkalisharri derrota a los guti y se enfrenta a los martu o amorreos que aparecen bien documentados por vez primera y que parece estaban produciendo la inseguridad y ruina de la campiña. La dinastía terminará en la anarquía; Sharkalisharri muere asesinado y se producirá un vacío de poder que aparece bien expresado en la Lista Real Sumeria cuando hace suceder cuatro reyes en tres años y exclama finalmente «¿quién era rey?, ¿quién no era rey?». El golpe de gracia lo darán los guti que destruyen Akkad y arrasaran la Baja Mesopotamia y el Elam.

3. Valoración del Imperio de Akkad

El período acadio supone una notable dinamización del proceso histórico así como unos aportes civilizadores en general tan importantes que no es extraño constatar que los habitantes de la Baja Mesopotamia eran conscientes de ello, guardando un rico recuerdo que se refleja en múltiples tradiciones. Sin embargo cometeríamos un error de apreciación histórica si insistimos en el contraste con la etapa precedente. A caballo entre el Protodinástico y el esplendor neosumerio de Ur III, el Imperio de Akkad participa de la civilización sumeria, a la que enriquece con contribuciones propias.

Étnica y lingüísticamente hablando los acadios son semitas. Las representaciones artísticas tipifican admirablemente su diferente fisonomía racial, más esbelta, luciendo larga barba y amplia cabellera, en contraste con los tipos sumerios. Es preciso, por otra parte, rechazar cualquier idea de oposición entre lo semita y lo sumerio en Akkad, por lo pronto porque el establecimiento del imperio no se produjo como consecuencia de una irrupción violenta y masiva de un nuevo pueblo (como ocurre en otros momentos de la historia babilonia: penetración de los guti, amorreos, kasitas, etc.). La coexistencia de sumerios y semitas en la Baja Mesopotamia está perfectamente constatada desde los tiempos más remotos. La interrelación nómada-sedentario es mucho más estrecha de lo que comúnmente se dice. La faja de tierra esteparia o de vegetación arbustiva que separaba los valles fluviales de las zonas desérticas eran los ámbitos por excelencia en los que se desarrollaba el nomadismo o seminomadismo de pueblos en general semitas que se infiltran pacíficamente en las ciudades de Sumer y se irán integrando. La procedencia de Sargón podría haber sido sencillamente ésta. Al norte de lo que es estrictamente el país de Sumer (zona de Mari, desembocadura del Diyala, etc.) el proceso de semitización es más fuerte, pero también las ciudades sumerias experimentan el enriquecimiento racial: así por ejemplo Kish, la ciudad primera de Sargón, Umma u otras localidades en las que las prácticas comerciales, los productos, la antroponimia denotan la presencia semita. Por poner un ejemplo el mismo padre de Lugalzagesi, a juzgar por su nombre, tendrá sangre semita.  

Una vez dicho esto, el ascenso de Akkad debe encuadrarse en las continuas luchas que las ciudades de Sumer están protagonizando en la fase final del Protodinástico en disputa por la hegemonía. La única novedad, en principio, es que la ciudad que ahora la consigue es eminentemente semita en cuanto a su origen e incluso ya francamente en la figura de sus gobernantes. Pero la cultura es la misma; no hay que insistir en distinciones. Como dice Frankfort: «Los intentos de relacionar ciertos elementos de la cultura mesopotamia con los elementos del habla sumeria o con los de la lengua semítica de la población no han tenido mucho éxito, porque ambos estaban comprendidos dentro de una resistente estructura cultural».

Los propios soberanos de Akkad tuvieron mucho cuidado empeñados en aparecer como continuadores, respetuosos con las tradiciones más puramente sumerjas, sobre todo en materia religiosa (que, no lo olvidemos, fundamentaba el poder terreno de los reyes); así, por ejemplo, una hija de Sargón será sacerdotisa de Nanna en Ur. La devoción preferente y las mayores atenciones regias se las llevará por supuesto el dios supremo del panteón sumerio, Enlil, así como su ciudad-santuario, Nippur: familiares de los soberanos ocupan puestos sacerdotales (como es el caso de una hija de Naram-Sin) e incluso el cargo de gobernador de esta ciudad será ocupado frecuentemente por el heredero al trono. Los soberanos tendrán la costumbre de dedicar estatuas o estelas que conmemoren sus hazañas en el templo, al que colmarán de donaciones y que agrandarán continuamente. Enlil será, en compensación, el garante de la legitimidad de la nueva monarquía en la más pura tradición sumeria, el rey acadio será aclamado como «vicario de Enlil», «aquél a quien Enlil dio la realeza», «aquél a quien Enlil otorgó su amistad».

Así, aunque por supuesto se es consciente de que coexisten dos tradiciones culturales diferentes, la sumeria y la acadia, con su propia lengua, concepciones religiosas, etc. (que harán entender la Baja Mesopotamia como una dualidad: Sumer, al sur, y Akkad, al norte), no se puede hablar de un antagonismo étnico o conflicto de razas. Los pocos indicios de ello son muy débiles y discutibles: así se alude a la dureza de Rimush contra las ciudades sumerias, pero al mismo tiempo este soberano dota espléndidamente a Nippur. Respecto a la ya mencionada historia de la «Maldición de Akkad», hay que explicarla más bien como un intento de Naram-Sin de reconstruir, engrandeciéndolo, el santuario de Enlil, lo cual fue mal entendido por la población sumeria. Si no, no se comprenderían las muestras de devoción de este soberano que mencionábamos un poco antes. En una matriz de ladrillos encontramos la leyenda «Naram-Sin, constructor del templo de Enlil»; además, Sharkalisharri, siguiendo con seguridad la obra paterna aparece como «el hijo bien amado de Enlil, el fuerte, el rey de Akkad y de los súbditos de Enlil, el constructor del Ekur, el templo de Enlil en Nippur».

 

Cabeza acadia de bronce, Ninive (Hacia 2300-2200 a.C.) Museo de Iraq, Bagdad

 

4. La organización del estado acadio

El estado de Akkad reposaba en una concepción fortalecida de la monar­quía. Continuando con el proceso de concentración del poder que se apreció claramente a medida que avanzaba el período Protodinástico, se afianza la autoridad y dignidad del soberano. Se ha tratado incluso de ver en el período acadio la primera aparición de lo que tradicionalmente se llama el sistema del despotismo oriental. En realidad un estado que pretendía englobar el complejo mundo de las ciudades-estados sumerias, tan habituadas a la autonomía, así como pueblos de varias etnias y en diferentes etapas del desarrollo cultural, además en un marco como el de Mesopotamia que carecía de la clara unidad geográfica que por ejemplo muestra el valle del Nilo, sólo podía salir adelante con una férrea dirección. Akkad supone el primer intento serio de superación de las formas político-económicas de la ciudad-templo sumeria hacia lo que podríamos llamar un «estado universal».

Muchos detalles apuntan hacia ese fortalecimiento monárquico, entre los cuales no es despreciable el principio dinástico que aparece bien afirmado por vez primera, pero quizás el más llamativo sea la supuesta divinización de los soberanos: algunos reyes acadios recibieron culto en épocas posteriores; el mismo título de «rey de las cuatro zonas» sólo lo habían recibido anteriormente algunas divinidades principales. La figura del rey acadio aparece caracterizada con rasgos sobrehumanos o heroicos, tan bien expresados en la leyenda de Sargón o en las tradiciones en torno a Naram-Sin, a quien, por ejemplo, se exalta en una inscripción por haber derribado personalmente un auroch. Se les vincula estrechamente con los dioses: Sargón disfruta de los favores (y amores) de Ishtar, Naram-Sin es llamado «esposo de Ishtar», etc. Este último soberano llegará a anteponer el determinativo divino a su nombre, se presentará en los relieves con la tiara de cuernos, e incluso, como vimos, aparecerá honrado en algunas dedicaciones como «dios de Akkad». Pero es poco probable que fueran considerados efectivamente como dioses, al menos en vida. Más bien habría que pensar en una expresión o recurso para justificar el necesario incremento del poder real y su intención organizadora de la vida de los hombres —sus súbditos— entrando así en lo que tradicionalmente se consideraban las funciones de la divinidad (J. Bottero).

Este nuevo proyecto estatal precisaba de eficaces apoyos, tanto en lo civil como en lo militar. Surge un nuevo ejército, más numeroso y diferenciado en cuanto a su armamento, con un núcleo permanente que con Sargón pudo ser ya de más de cinco mil hombres. Desaparece el viejo y pesado sistema de combate sumerio, el carro de guerra, de dudosa eficacia (en buena medida por el uso de onagros en lugar de caballos), la formación compacta de infantería (la «falange sumeria»). En su lugar entran en acción tropas de vestimenta más ligera, agrupadas en unidades móviles, organizadas por portaestandartes que dan una notable flexibilidad y capacidad de maniobra; se busca el cuerpo a cuerpo con escudos pequeños, hachas de combate y mazas, o bien el ataque a distancia por medio de arcos y jabalinas. La figura semi-desnuda de Naram-Sin en la estela, abrazado a un arco, un hacha de mano y una jabalina, es todo un símbolo.

Respecto a la administración civil del imperio, realmente son pocos los documentos que tenemos como para intentar una reconstrucción completa. Es evidente que fue preciso crear un amplio cuerpo de funcionarios dependientes directamente del soberano y pagados por él, bien en especie o incluso concediéndoles tierras en usufructo (como se aprecia en las inscripciones del obelisco de Manishtushu). Sabemos con certeza que algunos de los funcionarios de Ur III existían ya en época acadia. De todas formas en cuanto a la administración de los territorios conquistados, los reyes acadios prefirieron mantener las tradiciones gubernativas locales (por ejemplo, los ensi de las ciudades-estado sumerias) limitándose sencillamente a colocar acadios en los puestos de poder y a mantener destacamentos militares y fortalezas en los puntos estratégicos. Uno de estos puestos fuertes en los que parece que se fundamentaba el mantenimiento de la unidad de Akkad fue excavado por Mallowan en Tell-Brak, en la Alta Mesopotamia, situado en las rutas caravaneras que conectaban Sumer y Elam con Anatolia oriental; su aspecto sólido y bien defendido, su sistema de amplios patios rodeados de almacenes y depósitos revela bien a las claras la funcionalidad del mismo. Otro «palacio» de época acadia ha sido localizado en Tell-Ashmar (Esh- nunna), tal vez una residencia real, a juzgar por las salas de recepción, harén, etc., que se identifican fácilmente.

Quizás sea el punto de vista económico el más adecuado para comprender la justificación histórica del imperio de Akkad y calibrar sus objetivos. Abandonando, como dijimos, la concepción de la ciudad-templo (que de todas formas seguirá gozando de buena salud en el territorio sumerio estricto), los acadios se abrieron a más amplios horizontes. No pretendieron tanto anexar sistemáticamente tierras cuanto que asegurar la tranquilidad de las rutas caravaneras y las vías de comunicación de las que dependía el bienestar económico de la Baja Mesopotamia. El estado acadio, ambicioso, intentó asegurarse el abastecimiento de materias primas que faltaban en el valle de los dos ríos (madera, piedra, metal) ora controlando directamente las zonas de producción, ora manteniendo contactos fundamentalmente comerciales. En el primer caso estarían las campañas que llevan a Sargón y Naram-Sin hasta Siria y Asia Menor oriental («Las Montañas de la Plata» y los «Bosques de Cedro») y en el segundo, la apertura y regularización de las relaciones con regiones más distantes en las que era impensable un control político: Tilmun, Makkan, Meluhha, etc.

Aunque las formas de creación y distribución de riqueza de períodos anteriores siguen existiendo, han surgido novedades: junto al templo como tradicional propietario y negociante aparecen otros animadores de la vida económica, empezando por el mismo soberano que va acumulando riquezas y propiedades, fundamentalmente tierras, necesarias para mantener el ejército y a los funcionarios. Es evidente que los simples particulares participan de forma autónoma en el mundo de la producción y de los intercambios lo cual se ha relacionado, al igual que una posible expansión de la propiedad privada de la tierra, con la tradición semita acadia. En cualquier caso el período acadio es un momento de buena coyuntura económica, al menos en su primera mitad.

5. La aportación cultural de Akkad

Si innovador es el período acadio desde el punto de vista de la organización política y la concepción del estado, no lo es menos desde el artístico o de otras parcelas de la cultura. Las artes figurativas acadias aportan un naturalismo y expresividad que no pueden por menos ser comparados con el esquematismo y la relativa rigidez del período sumerio primitivo. Y son los relieves, las estelas triunfales, su manifestación más espectacular; en fragmentos atribuidos a Sargón y Rimush aún se conserva la clásica división en registros heredada del período Protodinástico y sin embargo el cambio es ya patente: aunque los temas sigan siendo en buena medida iguales (por ejemplo, el tópico de los enemigos cogidos en una red) los personajes están tratados con más agilidad, el modelado gana en riqueza, el diálogo de las figuras es más vivo. En la estela de Naram-Sin, sin duda una de las obras más importantes del arte mesopotamio, se supera ya la división en franjas y se nos ofrece una escena única y total que por otra parte está ricamente articulada en una gran variedad temática: el rey-héroe vencedor, el ejército acadio en marcha, el pánico y la calamidad del enemigo derrotado, el fondo paisajístico, que juega su propio papel, etc. Esta creatividad compositiva encuentra quizás su campo más idóneo en la glíptica: los personajes, animales, monstruos u hombres, forman un cuadro agrupado frecuentemente en torno a una inscripción central. Los temas míticos y religiosos, de gran fuerza narrativa, parecen sugerir que se ha producido un avance en la elaboración del panteón y la fijación de los ciclos mitológicos. También la estatuaria presenta esa frescura; los acadios incorporan un perfecto dominio del trabajo de las piedras duras, y sentarán los precedentes de la célebre estatuaria de Gudea (cuyo punto de partida formal son las estatuas de Manishtushu). El mejor exponente, esta vez en metal, es la espléndida cabeza de bronce encontrada en Nínive que representa supuestamente a Sargón. Se podría decir que esta evolución artística se reflejó en la plasmación de la escritura. Los textos cuneiformes de época acadia ofrecen una nueva claridad y armonía en la ordenación de los signos. Ya de entrada fue un gran logro la adaptación del sistema cuneiforme sumerio para plasmar el acadio (la primera lengua semita que se escribe, como se ha hecho notar). El acadio es la lengua por excelencia de la zona septentrional (Akkad, Kish), así como de las provincias marginales (Elam). En cambio en las ciudades sumerias la lengua nativa es la que predomina aunque en los documentos escritos oficiales el bilingüismo se impone: en Umma por ejemplo se ha podido constatar que el sumerio aparece en los documentos relativos a los asuntos que podríamos llamar internos de la comunidad (contratos, juicios, etc.), mientras que aquéllos que reflejaban las obligaciones y contrapartidas res­pecto al poder central de Akkad se redactan en la lengua semita.

La religión muestra, como era de esperar, la introducción, junto a las deidades tradicionales sumerias, de dioses semitas, cósmicos, brillantes, de una personalidad más desarrollada que se refleja en el enriquecimiento del universo mitológico. Aparecen Dagan, Zababa (uno de los dioses tutelares de Akkad), El (la típica divinidad semita), etc. Tampoco aquí tendremos conflicto sino que se irá avanzando progresivamente hacia un sincretismo: la Inanna sumeria se asocia con Ishtar, la protectora de Sargón, Nanna se asimila al dios lunar acadio Sin. Se aprecia no obstante la semitización de la religión: la belicosidad de Ishtar-Inanna se superpone al carácter de deidad de la fertilidad (diosa-madre) que había tenido en el panteón sumerio, se produce un ascenso del dios solar Utu-Shamash, en contraste con el discreto papel que había tenido en el período precedente, etc.

Estatua de Gudea de Lagash

(Hacia 2150 a.C.)

 

V.

El período intermedio de los guti y la III dinastía de UR (2100-2000 a.C.)

1. El período intermedio de los guti

La desaparición del estado acadio se deberá a los guti, un pueblo bárbaro, inferior culturalmente y que, establecidos en las tierras altas al norte de Mesopotamia, constituían una amenaza latente desde la época de Naram-Sin, momento a partir del cual se inicia un proceso de influencia cultural acadia (utilización de su lengua y sistema de escritura, antroponimia, etc.). La natural inestabilidad de Akkad, así como los tiempos difíciles que se abren a partir de Naram-Sin van a impulsarles a intentar el asalto a las ricas tierras de los valles siguiendo una mecánica que se repetirá una y otra vez en la historia de Mesopotamia. La maduración de este objetivo aparece manifiesta en algunos deta­lles: antes incluso de la derrota definitiva de Akkad, un rey guti ostenta el título imperial de «rey de las cuatro zonas», y por otra parte, entre los cuatro príncipes que se disputan el trono acadio a la muerte de Sharkalisharri, uno al menos tiene nombre claramente guti (Nanum).

Esta presión terminará por tener éxito: una irrupción violenta destruiría la ciudad de Akkad y afectaría al menos a toda la zona septentrional de la Baja Mesopotamia y a Elam. La franja meridional, el país de Sumer, parece que resultó menos afectada, aunque algunas localidades, como Ur, pudieron ser destruidas. Los conquistadores, que carecían de la sensibilidad y civilización de los acadios (aunque tomen algunos elementos de la civilización superior a la que han ido a parar) inauguran un dominio irregular que pasa por ser uno de los períodos más oscuros de la historia de Babilonia. Quizá sólo ocuparían algunas plazas fuertes de forma permanente, manteniendo la amenaza militar sobre el resto del país. En cualquier caso las fuentes sumerio-acadias apenas mencionan a los guti si no es para recalcar el carácter rudo y salvaje de este pueblo y la desastrosidad de su dominio, o bien justamente para celebrar su expulsión, que fue saludada como una liberación y el despertar de un triste intermedio.

2. La revitalización del sur mesopotamio: Lagash

El hecho de que Sumer saliera relativamente indemne de la invasión guti, así como la extinción del poder de Akkad tuvo por consecuencia la reactivación de los antiguos centros sumerios, que volvieron a poner en práctica el sistema económico, religioso y político de la ciudad-templo, más o menos autónoma. Quizás Uruk fue la ciudad en la que primero se pudo apreciar este aliento renovador, pero en cualquier caso será Lagash, con su II dinastía, la que por la cantidad y calidad de la documentación que ha aportado merece ser objeto preferencial de nuestra atención. Sus ensi ofrecen una renovada imagen más próxima a los príncipes del Protodinástico, administradores terrenales de los dominios del dios de la ciudad, que de la monarquía universal acadia de tendencia despótica. Así por ejemplo Gudea, el más célebre sin duda de los personajes de esta dinastía, aparece como designado para el puesto por el dios de Lagash de entre todos los habitantes de esta ciudad; un texto describe cómo fue presentado a los dioses de la siguiente forma: «el día en que Ningirsu echó una mirada benevolente sobre la ciudad y escogió en el país (de Sumer) para pastor piadoso a Gudea, donde, de en medio de la masa de los hombres, su mano le tomó». El mismo nombre de Gudea quiere decir «el llamado». Se aprecian, no obstante, algunos elementos de la tradición acadia: los súbditos de Gudea le llaman en alguna rara ocasión «dios de Lagash».

La política internacional de Lagash aparece mal documentada. Pa­rece que ponen en práctica un inteligente y ventajoso pacifismo. Tan sólo se celebra una victoria de Gudea sobre el Elam, que quizás más bien deba entenderse como una escaramuza defensiva ante un intento de agresión elamita. Es posible que con esto se relacione la dedicación por parte de este príncipe de una serie de mazas de combate votivas. En cualquier caso parece que Lagash ocupa una situación preeminente ejerciendo una hegemonía o tutelaje sobre buena parte del país de Sumer: la hija de uno de los primeros príncipes de la dinastía aparece como sacerdotisa de Nanna en Ur; el mismo Gudea conmemora viajes a las distintas ciudades sumerias, ampliando o restaurando santuarios y realizando generosas donaciones. Esta capacidad de movimientos puede resultar un tanto sorprendente dada la presencia de los guti como árbitros en la Baja Mesopotamia; hay que suponer que Lagash debió mantener relaciones con ellos, incluso aparece como sacerdotisa de Nanna en Ur; el mismo Gudea conmemora viajes a las distintas ciudades sumerias, ampliando o restaurando santuarios y realizando generosas donaciones. Esta capacidad de movimientos puede resultar un tanto sorprendente dada la presencia de los guti como árbitros en la Baja Mesopotamia; hay que suponer que Lagash debió mantener relaciones con ellos, incluso quizás una actitud de franco colaboracionismo que en contrapartida supondría la permisividad de los guti y una libertad de acción en buena parte de Sumer. Otra posibilidad que se baraja, aunque es muy difícil de asentar cronológicamente, es que Gudea y el esplendor de Lagash fueran posteriores a la derrota y expulsión de los guti, lo cual habría supuesto una real y completa autonomía.

Sea cual sea su posición política, Lagash es ante todo un centro que se ha relanzado económicamente de forma brillante. La actividad comercial y bancaria, artesanal y de construcción, agrícola, etc., producen una abundante documentación que suponen el más claro precedente de lo que será el estado de Ur III. La capital, situada en Girsu, un núcleo adyacente de Lagash, se engrandece con el aflujo de riqueza. Gudea reconstruye el templo de su dios protector Ningirsu; los materiales que se emplearon y sus procedencias son una buena muestra de la amplitud del comercio lagashita: maderas preciosas de roble, plátano, ciprés y cedro que llegan de Ebla y el Amanus (los célebres «Bosques de Cedros») bajando por el Eufrates, o a través de Tilmun. También hay piedra de calidad (incluido mármol y diorita) de las montañas del norte, del Alto Tigris y de Makkan; cobre, polvo de oro y plomo de Meluhha completan esta lista de materiales.

El desarrollo de la producción artística y cultural en general no es menor. Lagash enmarca un movimiento de reelaboración de los elementos tradicionales sumerios que alcanzará su culminación con Ur III, y que se conoce convencionalmente como el Renacimiento Sumerio. Se empiezan a encontrar textos largos en sumerio sobre temas religiosos o exaltando la figura del príncipe (por ejemplo, los que cubren muchas de las estatuas de Gudea). Las artes plásticas, empezando por la estatuaria, producen algunas de las obras más bellas del arte sumerio, como la célebre serie ya citada que representa al mismo Gudea.

«Enlil: Gutium, la serpiente, el escorpión de las montañas, que había violentado a los dioses, que había llevado al extranjero la realeza de Sumer, que había colmado Sumer de iniquidad, que había arrebatado su mujer a aquél que tenía una mujer, que había arrebatado su hijo a aquél que tenía un hijo, que había instalado la iniquidad y la violencia en el país; Enlil, el rey de todas las tierras, encargó a Utuhegal, el hombre fuerte, el rey de Uruk, el rey de las cuatro zonas, el rey que no falta a su palabra, la misión de aniquilar el nombre de Gutium.

Utuhegal se acercó a Inanna, su señora, y le hizo esta súplica: ¡Oh, mi señora, leona de los combates, tú que embistes a los países enemigos!, Enlil me ha encargado restaurar la realeza en Sumer. ¡Sé mi apoyo! ¡Qué las hordas de Gutium sean extirpadas! Tirigan, el rey de Gutium, ha hablado: nadie ha marchado contra él. Se ha establecido en las dos orillas del Tigris. Hacia abajo, ha saqueado los campos de Sumer; hacia arriba ha atacado las caravanas. Sobre las rutas del país ha dejado que la hierba crezca alta.

El rey que Enlil dotó de fuerza, que Inanna escogió en su corazón Utuhegal, el hombre fuerte de Uruk avanzó contra Tirigan. En el templo de Iskur ofreció un sacrificio. Arengó a los habitantes de su ciudad: «Enlil me ha entregado Gutium. Mi señora Inanna es mi apoyo. Dumuzi, que es Amaushumgal-ana, ha pronunciado mi destino. El me ha dado por protector a Gilgamesh, el hijo de Ninsuna». Llenó de alegría el corazón de los habitantes de Uruk, de los ciudadanos de Kullab. Su ciudad le siguió como un solo hombre. Hizo honor a sus obligaciones... Tirigan se tendió a los pies de Utuhegal, el rey. Este le puso el pie en la nuca... Restableció la realeza en Sumer».

3. La III dinastía de Ur (2100-2000 a.C. aproximadamente)

3.1. La expulsión de los guii

La liberación plena de la Baja Mesopotamia provino de la vieja y prestigiosa ciudad de Uruk que, al igual que Lagash, había gozado de una notable autonomía bajo los guti, y quizás aún en los últimos momentos de Akkad, con una dinastía propia. Conocemos bastante bien los episodios concretos de la expulsión del opresor gracias a una espléndida inscripción histórica que probablemente estaría destinada en su forma original a ornamentar la estatua triunfal del caudillo que realizó la hazaña, Utuhegal de Uruk. El texto no ahorra los calificativos duros a la hora de calibrar el dominio de los guti, que son «la serpiente, el escorpión de las montañas que había violentado a los dioses, que había elevado al extranjero la realeza de Sumer, que había llenado Sumer de iniquidad, que había arrebatado su mujer a aquél que tenía una mujer, que había arrebatado a su niño a aquél que tenía un niño, que había extendido la violencia y la iniquidad en el país...». Se hace alusión expresa a las dificultades económicas que estaban provocando, cortando las comunicaciones: «Abajo, ha saqueado los campos de Sumer; arriba, ha saqueado las caravanas. Sobre los caminos del país ha dejado que la hierba crezca alta». Pero esto va a terminar; la desgracia de los guti se expresa en un eclipse de luna que significa el abandono de uno de los dioses principales de los invasores, Sin (la luna). La victoria de Utuhegal se entenderá como un triunfo del pueblo y de la civilización sumeria; es significativo el apoyo que tiene de los grandes dioses del panteón tradicional sumerio: Enlil (que le ha encargado expresamente la misión de «restituir la realeza en Sumer»), Inanna (que le apoya en la lucha como «leona en los combates»), Dumuzi, o Gilgamesh, el héroe sumerio que también es patrono de Uruk. Es muy probable que un poema o himno que celebra la victoria de la diosa Inanna (cuyo santuario principal, no olvidemos, está en Uruk) sobre una divinidad de los Zagros (la tierra de los guti), que aparece significativamente con forma de dragón, sea una trasposición al plano mítico de la victoria de Utuhegal (Schmóckel). En cualquier caso éste cuenta con el apoyo del sacerdocio de Nippur, que le otorga legitimidad y le permite titularse, junto a «rey de Uruk», «rey de las cuatro regiones». La expulsión de los guti produjo una reacción y exaltación «nacional» que alimentará de vigor al último período de protagonismo histórico del pueblo sumerio.

3.2. Ur-Nammu: los orígenes de la III dinastía de Ur

El fundador de Ur III, Ur-Nammu, parece que en principio era el gobernador de Ur dependiente de Utuhegal. No sabemos cómo se produjo el cambio de poder, pero posiblemente el origen de las diferencias entre ambos estuviera en un arbitraje de Uruk en un conflicto de tierras limítrofes entre Ur y Lagash, que benefició a esta última. Una inscripción nos informa que «Utuhegal, el rey de las cuatro regiones, ha restituido la frontera de Lagash que el hombre de Ur (sin duda Ur-Nammu) había reclamado». Sea como fuere, Ur-Nammu se convierte en el nuevo hombre fuerte de Sumer. Probablemente él mismo sería originario de Uruk, incluso pariente de Utuhegal (hermano o hijo, según las diferentes propuestas). Ello explica que, en la propaganda real, la dinastía se considere emparentada con el gran héroe de Uruk, Gilgamesh, y que esa ciudad fuera tratada siempre con notable respeto, hasta el punto de que funcionó como una segunda capital: así el primogénito ocupaba con frecuencia el puesto de gobernador de Uruk, y algunas reinas tuvieron allí su residencia, quizás por deferencia a Inanna, que contó entre los sacerdotes destinados a su culto a algunos miembros de la familia real, incluido el mismo Ur-Nammu.

Tiene que realizar una intensa actividad militar para afianzarse, aunque la escasez general de datos histórico-políticos en la documentación de este período impide conocer los detalles. Algunas informaciones sugieren que el marco de sus hazañas se dilató desde el Golfo Pérsico (el Mar Inferior), al Mediterráneo (el Mar Superior), pero posiblemente se trate de una imagen que la literatura de propaganda real repite sistemáticamente desde Lugalzagesi y a la que no hay que dar demasiado crédito. Más real es, por el contrario, el enfrentamiento con Lagash, la única gran rival que le quedaba en Sumer, una vez sometida Uruk. También aparece luchando contra los guti, lo cual puede interpretarse de dos maneras: o bien es una tergiversación para arrebatar la gloria del triunfo a Utuhegal, o bien la victoria de éste no fue tan completa como se pretende en algunos documentos y la expulsión de los guti fue paulatina y dificultosa exigiendo el esfuerzo de varios caudillos sumerios. Incluso pudo ser que Ur-Nammu pereciera en esta lucha, a juzgar por una tradición posterior que nos lo presenta muerto en el combate (¿frente a los guti'?).

Visto esto, no es de extrañar que haya notables dudas respecto al territorio que llegó a controlar. Se han encontrado débiles indicios de su presencia en Tell-Brak, constatándose buenas y pacíficas relaciones con Mari. Pero lo cierto es que la actividad de Ur-Nammu se desarrolla en las principales ciudades de Sumer, y que no aparecen documentos suyos más allá de lo que es la frontera con el territorio acadio, entre Nippur y Kish. La extensión de su estado apa­rece bien caracterizada también en la prudente limitación de la titulatura real que utiliza: renuncia al ambicioso y excesivo título de «rey de las cuatro regiones» que había ostentado Utuhegal y se conforma con «rey de Ur» y «rey de Sumer y Akkad», título nuevo que aparece por vez primera y que muestra un importante cambio conceptual en cuanto a la unidad esencial de la Baja Mesopotamia: significa el reconocimiento oficial de la dualidad de un país que gozaría de una única civilización y que integraría esas dos partes en que se dividía desde Sargón el bajo valle del Tigris y del Eufrates. El antiguo «país de Sumer» ha ampliado definitivamente sus fronteras.

Por otra parte Ur-Nammu se ve obligado a dedicarse a una intensa labor de reconstrucción y reorganización interna de un país afectado por el dominio guti y por los conflictos del final de ese período, lo que indudablemente hacía impensable cualquier veleidad imperialista. Fiel exponente del «Renacimiento Sumerio», hará patente una voluntad de devolver a Sumer su grandeza; las inscripciones lo exaltan como «el que ha restablecido el antiguo orden de cosas» y realmente eso fue el resultado de una actividad extraordinaria: reacondiciona el sistema de drenaje de los campos y la red de canales, reconstruye o amplía casi todos los grandes santuarios: Uruk, Nippur, Eridu y por supuesto Ur, donde comienza la construcción del zigurat de Nanna. En la preocupación por la estabilización de la realeza se encuadra la construcción de un palacio real (Giparu) en la capital. Esta obra dio buenos resultados; así, por ejemplo, se reabren las vías comerciales esenciales para la subsistencia del país (se menciona la vuelta de los navios de Makkan). Ur-Nammu dejó un recuerdo de buen gobierno que dio pie a la recreación de su figura en himnos religiosos, narraciones, etc., pasando a integrarse en la galería de personajes históricos heroizados que guardaba la memoria colectiva de los pueblos del Tigris y Eufrates.

 

3.3. La dinastía de Ur III

Código de Ur-Nammu (selección)

«Si la mujer de un hombre, empleando sus encantos, sigue a otro hombre y duerme con él, ellos (las autoridades) matarán a la mujer, pero ese hombre quedará libre...

Si un hombre se divorcia de su primera esposa, deberá pagar una mina de plata...

Si la mujer de la que se divorcia era an­teriormente una viuda, deberá pagar media mina de plata...

Si un hombre acusa a (otro) hombre de brujería (?) y el (acusador) lo llevó al dios río, y el dios río lo declaró puro, entonces el hombre que lo llevó (es decir, el acusador) deberá pagarle tres sidos de plata...

Si un hombre corta la nariz de otro con un cuchillo de cobre, pagará dos tercios de una mina de plata...

Si un hombre actúa como un testigo (en un proceso) y se prueba que ha sido perjuro, deberá pagar 15 sidlos de plata...

Si un hombre inundó el campo de otro hombre con agua, deberá medir para él tres kor de cebada por iku de tierra...».

Contrastando notablemente con lo que había sido la dinastía de Akkad, la sucesión en el trono en la época de la III dinastía de Ur no se veía normalmente acompañada de la necesidad de sofocar sublevaciones de pueblos sometidos. El estado de Ur III era mucho más homogéneo (y más pequeño) y además se dotó de un ex­celente aparato administrativo; a ello hay que unir la solidez que ofrece ya el principio dinástico, paralelo a una consagración de la dignidad de la monarquía. Por ello Shulgi, el hijo de Ur-Nammu, pudo acceder al trono sin que hayan quedado testimonios de dificultades.

La primera parte de su larguísimo reinado (46 ó 48 años, según la Lista Real Sumeria) está muy poco documentada; parece que se dedicó a continuar y completar la obra de reorganización interna que había sido emprendida por su predecesor: aparte de la ya habitual práctica de restauración y engrandecimiento de los templos, se puede apreciar una reforma de los sistemas de pesos y medidas, que consistían básicamente en una regularización: nos han quedado buenas pruebas de ello en algunos pesos de piedra con inscripciones como ésta: «Para Nanna, su señor, Shulgi, el hombre fuerte, el rey de Ur, el rey de Sumer y Akkad, ha certificado este peso de media mina». Hay un curioso himno en el que se exalta a este soberano como preocupado por el sistema de comunicaciones, y, a juzgar por las expresiones que se emplean, su obra debió ser importante en este ámbito; Shulgi es «el que ha ampliado las sendas y enderezado los caminos del país»; ha restablecido la seguridad y edificado un sistema de posadas que permite que «aquél que viene de abajo, aquél que viene de arriba pueda refrescarse en la sombra, que el viajero que marche por un camino de noche pueda encontrar refugio en ellas como en una ciudad bien amurallada».

Los pocos datos de este período inicial concernientes a la política exte­rior expresan un pacifismo (alianzas matrimoniales con el Elam). Sin embargo ya en el año 5 se data la reedificación de las murallas de Der, puerto fronterizo con el territorio elamita, y el año siguiente se refuerza Kazallu, también en la misma zona. Hacia la mitad de su reinado parece que se precisa una reforma militar al mismo tiempo que una actitud más agresiva que sugiere que Shulgi consideraba el momento ya maduro para una expansión territorial: en el año 19 se mencionan levas de arqueros o lanceros; se va a incorporar a la titulatura real la fórmula de «rey de las cuatro zonas» que sin duda expresa la nueva concepción imperial o despótica de la monarquía de Ur III y finalmente Shulgi comienza una serie de campañas al norte y noreste. Llegará a controlar Assur y aunque algunos textos poco fiables quieran extender su dominio hasta Ebla o Biblos, en la costa fenicia, es difícil aceptar que Ur III llegara alguna vez a poseer un territorio parecido al de Akkad. Es mejor pensar que disfrutaría de un dominio directo de la Baja y Media Mesopotamia y una influencia política fuerte en algunas zonas marginales, como el Elam, que durante un cierto tiempo fue prácticamente una provincia más. Como sucede en Akkad, a Shulgi le preocupa más la pacificación de las rutas por las que afluyen los productos deficitarios en Mesopotamia, que dedicar su esfuerzo a una continua ampliación de fronteras, de dudoso futuro. Además, había que estar continuamente alerta frente a los pueblos de las montañas septentrionales, tradicionalmente inquietos, a los que se une cada vez mayor penetración de hurritas y de semitas amorreos. Shulgi se veía obligado a mantener un fuerte aparato defensivo frente a estos pueblos, que recibe el nombre de «Muro de la Tierra» y que será el precedente de obras posteriores.

Los dos sucesores inmediatos, Amar-Sin y Shu-Sin, gozan aún de una situación estable. Es curioso como la progresiva semitización étnica y cultural que afecta a todo lo sumerio se aprecia hasta en la misma familia real: tanto Shu-Sin como el último rey de la dinastía (Ibbi-Sin) llevan nombres semitas, al igual que la esposa principal de Shulgi. La actividad de Shu-Sin se caracterizará significativamente por una creciente preocupación fronteriza; la presión exterior obliga a incrementar el poder de los generales y funcionarios destacados en zonas limítrofes particularmente amenazadas, lo que, a la larga, repercutió en el deterioro de la autoridad real. En el año 4 de su reinado se conmemora una victoria sobre los amorreos y tras ello se edifica el «Muro del Oeste» llamado «el que mantiene alejados a Tidnun» (término éste que se utilizaba para designar a los amorreos). Se ha discutido mucho sobre el carácter de esta construcción; es difícil pensar en una muralla continua de varios cientos de kilómetros, como pretenden algunos autores (por lo menos algún resto se habría localizado en ese caso). Otros historiadores se decantan por un canal o fosa inundada, lo cual es más factible y conecta mejor con las tradiciones sumerias. Quizás el «Muro de Shi-Sin» fuera sencillamente una fortaleza o, mejor, una cadena de fortines y puntos armados que sería más eficaz para prevenir las incursiones nómadas. En todo caso no funcionó, y el sucesor de Shu-Sin, Ibbi-Sin, será el último rey de Ur III y de la historia de Sumer entendida como entidad política.

El colapso final tuvo su manifestación más espectacular, tal y como nos lo describen las fuentes, en la irrupción de varios pueblos extranjeros que aunque han sido anteriormente mencionados, convendría quizás tipificar con más detalle, no solo por el episodio concreto al que nos estamos refiriendo sino por su frecuente aparición a lo largo de la historia de Babilonia. Por un lado están los amorreos (en sumerio martu, término que significa «oeste» según unos, y según otros sencillamente «obreros» o «peones», tanto en sentido civil como militar). Este pueblo, cuya lengua pertenece al grupo semita-occidental, se conoce de muy antiguo, siendo citado en los relatos míticos del ciclo de Gilgamesh, en la «Maldición de Akkad», etc. Aparecen descritos con los clásicos caracteres del pueblo nómada cuya forma de vida resultaba intolerable y bárbara para los habitantes de Sumer y Akkad: son la gente «que no conocen el grano», que no tienen casa, esencialmente ganaderos. La primera mención histórica fiable es de época de Sharkalisharri, quien tiene que organizar una expedición punitiva para impedir sus incursiones. Desde el final de Akkad y a lo largo de todo el período de Ur III se van introduciendo en las tierras de los sedentarios, normalmente de forma pacífica, integrándose muchos de ellos en las estructuras socioeconómicas del estado neosumerio en los más diversos puestos y oficios. Tradicionalmente se ha venido aceptando que la zona nuclear de los amorreos estaría en Siria, y que las bandas que atacarían Ur III debieron partir de la zona montañosa del Djebel-Bishri que se ha pretendido identificar con el Kur-Martu (las «tierras altas de los amorreos») donde los textos neosumerios colocan la amenaza. Parece que el problema es más complejo y que los pueblos denominados genéricamente amorreos no tenían una localización única y fija; en concreto los que colaboran a provocar la caída de Ur III posiblemente arrancaron de la zona noroeste (Djebel-Hamrin), donde estaría localizada otra «Montaña de los martu» (Michalowsky). La argumentación tiene buena lógica, puesto que es en esa zona donde se desarrollarán los mayores esfuerzos defensivos, como el Muro de Shu-Sin (que pudo unir el Tigris y el Diyala). Por esa región fronteriza pasarían además las principales rutas de abastecimiento de materias primas a la Baja Mesopotamia.

Escultura sumeria

(2500 a.C.)

Por otra parte el golpe definitivo vino de la parte del Elam. Los elamitas eran un pueblo que pudieron crear una civilización avanzada basándose en la yuxtaposición de la agricultura de la altiplanicie del sur iranio y de las riquezas mineras y forestales de las montañas que la rodean. Desde el Protodinástico aparecen como el tradicional enemigo del país de Sumer, por cuya superior cultura, no obstante, se dejan influir: formas artísticas, concepción monárquica, escritura cuneiforme, que adaptan a su propia lengua, el elamita, muy difícil de relacionar con el resto de las conocidas. Estructurados en varias entidades políticas relativamente inestables, la que tiene más relación con la Baja Mesopotamia es la zona de Susa, que sufrirá la condición de vasalla en época de Akkad, aunque con el declive de ésta va recobrando su independencia. Afectada también por la invasión de los guti, Shulgi la convierte en una especie de protectorado dependiente de Ur III, produciéndose entonces una fuerte asimilación a Sumer. Este soberano practicará una inteligente política integradora: engrandece Susa, colmando de favores el templo de la divinidad principal, In-Shushinak, y permite que los elamitas se integren, como mercenarios, en las tropas del estado neosumerio. Los reyes posteriores se mostrarán en cambio menos hábiles y diplomáticos. La secesión definitiva del Elam respecto a Ur III se produce en el comienzo del reinado de Ibbi-Sin; a partir del año tres de este soberano desaparecen los documentos sumerios en Elam, que se preparará para colaborar en la ruina final de su anterior dominador.

Los episodios concretos de la caída de Ur III son relativamente bien conocidos gracias a la correspondencia real de Ur, integrada fundamentalmente por cartas de los soberanos de la segunda mitad de la dinastía (sobre todo de Ibbi-Sin) y de algunos altos funcionarios y gobernadores provinciales. Estas piezas se convirtieron en obras clásicas que fueron copiadas una y otra vez, como modelo de escritura y estilo, en las escuelas de escribas, y la información histórica que ofrecen, muy valiosa, pudo así salvarse en lo esencial. A ello se unen inscripciones reales y otros documentos de menor entidad.

Gracias a ello sabemos que, tras los primeros años de reinado, Ibbi-Sin, consciente del peligro, se preparará reparando las murallas de Ur y Nippur y mostrando una mayor agresividad de cara al Elam. Sin embargo, el desbordamiento se produce en la zona septentrional, donde los amorreos superan fácilmente las defensas fronterizas y penetran en el país. Las misivas en demanda de informes o de ayuda, a veces dramáticas, se suceden entre el soberano y sus generales o gobernadores. Entre éstos destaca el «Hombre (o gobernador) de Mari», un semita llamado Ishbi-Erra, que actuará hábilmente en su propio beneficio en este turbulento período final: aunque, a diferencia de otros que defeccionan rápidamente, mantiene en principio la fidelidad a Ur, se apoderará de Isin, desde donde responde a las peticiones de ayuda y abastecimientos que le hace Ibbi-Sin con reclamaciones exorbitadas. Finalmente consigue el dominio sobre Nippur, la ciudad santa, y con ello obtendrá el soporte ideológico-religioso necesario para proclamar su independencia.

Mientras tanto en Sumer la situación es confusa. Los amorreos vagan libremente creando una inseguridad crítica. Ibbi-Sin se mantiene aún algún tiempo controlando a duras penas Ur y sus alrededores, pero en medio de una tremenda crisis económica que se manifiesta en una carestía general y una notable alza de los precios. En estas circunstancias parece que incluso llega a pedir auxilio al Elam, pero fue inútil. Será precisamente un golpe de mano de los elamitas, apoyados por un pueblo de los Zagros, los su, el que destruya finalmente Ur, y prorrogue el final de la dinastía.

 

La diosa Lilith

(Hacia 2025-1763 a.C.) Colección Coronel N. Colville, Gran Bretaña

 

Estela de Ur-Nina

 

 

3.4. La organización estatal de Ur III

La III dinastía de Ur es sin duda uno de los períodos de la historia de Mesopotamia que ha proporcionado el mayor número de documentos. Las excavaciones han sacado a la luz miles de tablillas relacionadas con la administración, el trabajo, las actividades bancarias, el comercio, donaciones, pleitos, etc. De todas formas la mayoría está aún sin publicar, y el carácter sucinto de la información que ofrecen ha dificultado notoriamente su utilización para la reconstrucción histórica. Con todo, es posible presentar un esbozo de las líneas generales de la organización estatal.

La misma profusión documental es reflejo de un reforzamiento del poder central y de las oficinas y funcionarios que de él dependen, de la administración en definitiva, que supone un control tan minucioso y atento del trabajo y la riqueza que algún autor lo ha asimilado con un auténtico despotismo estatal (Diakonofí). El vértice lo ocupa, como era de esperar, la institución monárquica, pero una monarquía que ha incrementado su protagonismo político y su capacidad de acción. No es extraño, por tanto, que reaparezcan los elementos que nos hablan de la divinización del soberano. El resultado no se obtuvo de inmediato, sino que fue consecuencia de un proceso. En los documentos del mismo Utuhegal se anteponía a su nombre el determinativo divino, pero se explica por el nombre del dios Utu contenido en el antropónimo. Este signo de divinización no aparece en las inscripciones de Ur-Nammu (a excepción de algunas dedicaciones póstumas) quien tampoco se hace representar en los relieves con los atributos celestiales, como había sido el caso de Naram-Sin, sino que, por el contrario, nos ofrece una imagen mucho más próxima a la del tradicional ensi de la ciudad-templo sumeria. Hay que esperar hasta bien entrado el reinado de Shulgi para apreciar un cambio: es calificado como «dios de su país»; título que conservará hasta el último príncipe de Ur III. A partir de ahora se utilizará libremente el determinativo divino para nombres de reyes, y, como a los grandes dioses, se les dedicarán himnos, se les construirán capillas, se utilizarán sus nombres para antropónimos teóforos, etc. En los relieves (fundamentalmente en la glíptica) aparecen representados como dioses recibiendo a sus súbditos, que son introducidos respetuosamente por otra divinidad.

Podríamos hacer sin embargo algunas puntualizaciones: parece que la mayoría de los testimonios del culto real proviene de fuera del territorio nuclear sumerio (quizás porque la tradición política y religiosa de Sumer se resistía a aceptar algo que le era tan ajeno) y, además, puede tratarse sencillamente de una veneración (o adulación) popular que quizás no contara con el reconocimiento del sacerdocio y de la religión oficial. Hay que ser cautelosos a la hora de hablar de divinización de los soberanos en Ur III y en general en toda la historia de Mesopotamia. Nunca se alcanzó el carácter formal, la justificación teológica, la fuerza en definitiva que tenía el dogma de la divinidad del faraón en el valle del Nilo. Parece que los rasgos que los reyes toman de los dioses en Ur III y en períodos posteriores no son esenciales a la condición monárquica, sino que arrancan de unas funciones muy concretas que debe cumplimentar el soberano. Se trata del antiguo ritual de las Nupcias Sagradas, festival de la fertilidad en el que Inanna (en su papel de diosa madre) se une a su pareja divina, Dumuzi, que era personificado por el rey, contribuyendo así a la regeneración mágica del año y de la vida. Siguiendo la interpretación de Frankfort, es probable que la base justificativa de la asunción de rasgos divinos por los reyes estuviera en la función que realizan en las Nupcias Sagradas. Esa aproximación relativa del rey a lo divino le permite, en todo caso, justificar su mayor intervencionismo en la vida política y social de sus súbditos (como había pasado en Akkad), arrogándose prerrogativas que anteriormente se consideraban exclusivas de los dioses: nombramiento de sacerdotes y ensi, edición de normas de convivencia (los célebres códigos y recopilaciones de leyes, que encuentran aquí su fundamento), etc.

 

Gudea de Lagash

 

Esta realeza precisaba un numeroso cuerpo de auxiliares, funcionarios en definitiva, que asegurarán la funcionalidad del sistema. Los adivinamos a través de las miles de tablillas que producen o que les están destinadas, y que, pese a su número, presentan numerosas dificultades para la tipificación de la jerarquía burocrática de Ur III. Los documentos están repletos de términos que reflejan sin duda cargos, de los que apenas podemos saber algo más que el ámbito de sus funciones o el servicio al que se hallan asignados. En condiciones asi, incluso es comprometido dar una traducción a nuestra lengua, máxime porque la concepción del servicio al estado era muy diferente de la actual. Así, por ejemplo, hay una confusión, o mejor dicho, indiferenciación, de lo que son las competencias civiles y militares, que se yuxtaponen con toda naturalidad en un mismo cargo. Por otra parte la coexistencia de la administración de los templos y la estatal hace difícil en ocasiones concretar de cuál de ellas depende un determina­o oficial o funcionario (Garelli).

Sabemos que los soberanos de Ur III se ocuparon activamente de la ordenación del territorio (buena muestra de ello es el «texto catastral» de Ur-Nammu) fijando los límites y definiendo claramente las provincias. Cada una de ellas estaba regida por un ensi, ahora reducido a la categoría de funcionario supremo del gobierno provincial. Con frecuencia se encuentra a su lado el shagin, una especie de jefe militar que tiene el mando del ejército pero que también se ocupa de aspectos civiles de la administración (obras públicas, sobre todo apertura y mantenimiento de canales, grandes empresas agrarias, etc.). Este simple esquema no es fijo: hay circunscripciones donde sólo existe la figura del ensi (a veces incluso dos al mismo tiempo), y otras están dirigidas únicamente por un shagin. Este caso es el que se da en las provincias fronterizas, donde hacía falta un poder concentrado y fuerte para hacer frente a situaciones comprometidas. Estos jefes fronterizos constituían una especie de grupo cerrado, una élite con notable capacidad de autonomía que incluso mostró en ocasiones su desacuerdo con el poder central. Así, por ejemplo, la Correspondencia Real los muestra partidarios de una mayor firmeza y ofensiva frente a los pueblos que presionaban a Ur III, lo que contrasta con la política francamente defensiva de los últimos reyes de la dinastía, que se manifestó claramente ineficaz (Muro de Shu-Sin).

Por debajo, en los niveles medio e inferior se encuentra una multitud de oficiales, capataces, policías, etc., para cuya caracterización hay que esperar que se realicen estudios sectoriales. Uno de los mayores problemas que se nos plantea es saber cómo se imbricaban y se interrelacionaban todos estos elementos de la administración de Ur III. Quizás en esto jugarían un gran papel los sukkal, especie de correos o emisarios que actuaban además como vigilantes o inspectores; a su frente estaba uno de los personajes más poderosos y prestigiosos del estado neosumerio, el sukkal-makh.

Todo lo que acabamos de exponer justifica la imagen que podemos dar de la estructura social: en el vértice estaría el rey y su familia, seguido por lo que ha sido definido en ocasiones como una «aristocracia funcionarial». En la base se encuentra el pueblo llano, las fuerzas productivas (artesanos, agricultores, pastores, marinos o pescadores, etc.).

Aunque se puede aplicar en principio el tradicional criterio de diferen­ciación libre-esclavo, la realidad es más compleja. Dentro de los hombres libres existen varias categorías: los mushkenum tienen un status jurídico inferior a los individuos ricos o con una posición desahogada. Los eren son un grupo relativamente importante numéricamente; en Lagash se calcula que habría unos 6.000 (un templo de esta ciudad —y no de los principales—disponía de varios cientos de ellos). Su definición es difícil; en principio el término puede significar tanto «obreros» o «trabajadores» como «soldados» o «tropa»; podríamos entenderlos como peones que lo mismo se utilizan para actividades civiles que como soldados. Aparecen encuadrados en unidades o destacamentos, según un sistema decimal, bajo el mando, en efecto, de oficiales civiles o militares. En fin, se puede decir que los eren son una población dependiente, asignada bien al templo o a la corona, sometida a una servidumbre que le impone notables limitaciones (no pueden viajar sin permiso, por ejemplo) y dedicada a una serie de actividades agrarias (siembra y cosecha) y obras públicas en general (limpieza y mantenimiento de canales sobre todo), aunque si se considera necesario se constituyen en unidades militares. Dentro de este grupo encontramos tanto hombres libres como esclavos, lo que apunta a una equi­paración en estos niveles sociales inferiores más por la situación económica o laboral que por el status jurídico.

La esclavitud en la época de la III dinastía de Ur, como se ha repetido continuamente, tiene muy poco que ver con su homologa grecorromana. Propiedad de un individuo o una institución (un templo, por ejemplo), los esclavos son gente en general cuyo status se ha visto rebajado, bien por deudas o cualquier otra circunstancia; incluso un padre puede vender a su hijo u otros miembros de su familia (pero como máximo por un tiempo de tres años). La esclavitud alimentada por los prisioneros de guerra debía ser la más penosa, pero se puede afirmar que la situación de los esclavos en Ur III no era en general mala: tienen personalidad jurídica, pueden poseer, emprender negocios y comprar su libertad (el precio oscilaba, pero se puede equiparar al de un animal de carga). Les está permitido contraer matrimonio con libres, condición que tendrán igualmente los hijos de estas uniones mixtas. Incluso tienen defensas legales contra sus amos: pueden provocar una investigación judicial referente a la legitimidad de su condición servil, pueden cambiar de propietario en determinadas circunstancias, etc.

La familia que aparece en la documentación de Ur III es claramente patriarcal: el padre, como hemos visto, puede vender al resto del grupo familiar, repudiar a la esposa con facilidad, etc. Se presta mucha atención a la continuidad de la familia (buscando, fundamentalmente, evitar la ex­tinción del culto doméstico y de los antepasados); por ello es frecuente la práctica de la adopción y se reconoce al marido el derecho de tomar una segunda esposa si la primera resulta estéril. Pese a todo lo dicho, la situación de la mujer es bastante buena en relación con el resto de las culturas del mundo antiguo: tiene derecho a sus propiedades, a actuar como empresaria, a intervenir en la vida social (como testigo en los pleitos, por ejemplo) o familiar, sobre todo en ausencia del marido.

La capacidad y buen sentido organizativo de Ur III alcanza quizás su más original expresión en la primera codificación de leyes conservada. Esta pieza excepcional, el Código de Ur-Nammu, se encuentra, por desgracia en muy mal estado, en una tablilla que fue exhumada por las excavaciones norteamericanas en Nippur, y cuyo primer estudio y valoración se debe al gran sumerólogo S.N. Kramer. Aunque marca el inicio de la rica trayectoria legislativa de los pueblos del Próximo Oriente, hay que suponer que depende de una tradición jurídica sumeria preexistente. Es razonable pensar que el desarrollo de la civilización y la cada vez más compleja articulación de las relaciones socio-económicas que son patentes en el Protodinástico evidenciaron la necesidad de superar las prácticas consuetudinarias y de dotar a la ciudad-templo de unas normativas válidas para todos, que garantizasen el buen funcionamiento de la comunidad. Ciertas alusiones respecto a la actividad de algunos ensi de ese periodo pueden apuntar en esta dirección: así, Ur-Engur de Ur, o, en Lagash, Entemena y sobre todo Urukagina, cuyas célebres reformas fueron acompañadas con seguridad de la edición de unas normas o leyes. Algunos textos de Gudea declaran que ha borrado la iniquidad del estado, protegiendo a los débiles, y son quizás el precedente más inmediato.

«La mies» Impresión de un sello

(2500 a.C.)

 

Los avances hacia la divinización del soberano, como vimos, con la obligación de asegurar un orden justo y armonía entre los ciudadanos, facilitarán la justificación necesaria para esta nueva facultad de los reyes: la promulgación de leyes será una función real, pero por delegación de los dioses. Nada lo ejemplifica mejor que el mismo prólogo del código, en el que se declara que Ur-Nammu «ha establecido la equidad en el país, y ha extirpado el desorden y la injusticia» con la asistencia y por encargo del dios Nanna. La función de comisionado del dios es evidente. Hasta se ha interpretado un fragmento de la estela de Ur-Nammu que presenta al soberano delante de ese dios como una representación del mandamiento divino para la edición del código (quizás se trate de una simple escena de adoración). Por otra parte hay una inscripción en la que se informa que Ur-Nammu «hizo resplandecer el derecho equitativo de Utu e hizo estable las decisiones (de la justicia)», lo que ha sido entendido por algunos como una referencia al código; si es así, es interesante la vinculación con la divinidad solar (Utu, el posterior Shamash) que será la que estará ligada generalmente a la obra legisladora de los soberanos. Shamash es el dios que figura en el relieve que corona el Código de Hammurabi entregando las leyes al soberano.

La obra en sí, aunque breve, alcanza en algunos parajes una notable altura. Tras darnos algunas preciosas informaciones de valor histórico (enfrentamiento con Lagash, reformas administrativas, etc.) Ur-Nammu declara que «el huérfano no fue sometido al poderoso, la viuda al rico, ni el hombre de un siclo al hombre de una mina». Respecto a las leyes en concreto, lo poco que nos ha quedado permite apreciar que consistían en disposiciones relativas a la familia y esclavos, a la vida agrícola, a penas por haber inflingido lesiones físicas a otro, etc. Es de destacar la aplicación de multas y compensaciones en metálico en lugar de castigos físicos, a diferencia de las codificaciones posteriores, así como la utilización de la ordalía fluvial para acusaciones de brujería, lo que se convertirá en una constante en el derecho mesopotámico, igual que para el adulterio.

Fragmento de la estela de Ur-Nammu

El rey ante el dios

estela de Ur-Nammu

Es difícil hacernos una idea del alcance efectivo del código, pero sospechamos que no debió ser muy amplio, pues el estado de Ur III (como los que le sucedieron) carecían de la infraestructura necesaria. Otro problema interesante surge de la datación de la copia, de época de Hammurabi y muy posterior por lo tanto a la edición original; es difícil aceptar que en ese momento estuviera aún en rigor en Sumer (o para la población sumeria) la codificación de Ur-Nammu, máxime porque la obra de Hammurabi iba orientada justamente hacia la unificación jurídica de sus súbditos. Es preferible por lo tanto pensar que, puesto que se convirtió en una obra clásica, era uno de los textos normalmente copiados en las escuelas de escribas, y que gracias a ello ha llegado hasta nosotros.

Se conocen otros fragmentos de leyes en sumerio que se atribuyen a la época de Ur III o inmediatamente después, así como multitud de documentos conteniendo actas de pleitos, procesos, etc., que pueden dar una idea bastante aproximada de la práctica jurídica neosumeria, cuya lengua se convertirá, hasta Hammurabi, en la clásica para este tipo de textos.

3.5. La vida económica en Ur III Quizás sea el económico el sector para el que mayor cantidad de datos podemos obtener de la documentación de este período. Casi todas las tablillas se refieren a él de forma más o menos directa, y nuevamente será nuestra mayor dificultad el esquematismo y la escasa expresividad de los textos. De entrada podemos decir que ya no estamos en la vieja entidad celular de la ciudad estado (o ciudad-templo) sumeria. En Ur III se produce la coexistencia del templo que continúa como centro económico importante y el nuevo aparato organizativo estatal, dependiente del palacio, y que en definitiva tiene el mayor protagonismo. Ambos van a estar estrechamente relacionados. Los monarcas continúan siendo fieles a una tradición que les obliga a mantener el esplendor de los santuarios, multiplicando las donaciones de animales para los sacrificios, alimentos, metales (en bruto o como objetos manufacturados), etc., lo cual no impide que en un momento de apuro echen mano de los bienes así acumulados, como si de una última reserva se tratara; el caso de Ibbi-Sin apoderándose de las riquezas de los templos para paliar la desesperada situación económica del final de su reinado es el mejor ejemplo.

La tierra fértil aparece esencialmente como propiedades del templo o el palacio, que explotan una parte directamente, mientras que el resto lo arriendan a particulares o bien se asignan a servidores y dependientes para que la hagan producir y dispongan del usufructo. Se han encontrado muy pocos documentos que se refieran a la propiedad privada de la tierra, lo que ha sido utilizado para argumentar su práctica inexistencia. Algunos autores (Diakonoff, Kramer) no comparten esta opinión, y suponen que el estado y el templo no monopolizan el derecho de propiedad, sino que aristócratas, familias o clanes y particulares de todo tipo disfrutan de la plena posesión de tierras. Es probable que el hecho de que la inmensa mayoría de nuestra documentación provenga de los archivos oficiales, estatales o de los santuarios, distorsione la imagen de una realidad que debe ser más compleja y articulada. Por otra parte, la gran difusión que tiene la propiedad privada de la tierra en el período inmediatamente posterior a Ur III, con abundantes documentos que muestran un formulario muy desarrollado (y que evidentemente implica unos precedentes), es un buen indicio de su existencia pujante en el período de Ur III.

Sería un tanto tedioso enumerar los productos agropecuarios que llenan los documentos; bastará con mencionar los que aparecen más frecuentemente en las «tablillas de alimentos», que indican las raciones destinadas a los trabajadores y que nos pueden dar una idea de la dieta alimenticia: harina de cebada, aceite, dátiles, cebollas y legumbres en general, pescado, cerveza (la hay de varios tipos), carne de ovino en ocasiones, etc. Aparte de la cebada se produce también el trigo y la espelta; como edulcorante se consume una especie de miel que se extrae de la palmera datilera, cuyo cultivo racionalizado está muy extendido. En cuanto a la ganadería destacan el asno y el buey como animales de carga, cabras y ovejas para la carne y la lana.

Buena prueba de la atención estatal hacia la ganadería y su buen aprovechamiento es la existencia de un gran centro en Puzrish-Dagan (actual Drehem), cerca de Nippur. Fue establecido por Shulgi en el año 39 de su reinado, y se consideró un acontecimiento tan importante que se utilizó oficialmente para identificar el año. Se trataba de una inmensa estación ganadera cuya misión era proporcionar provisiones de carne para la corte, pagar a soldados y vasallos y sobre todo abastecer con animales para los sacrificios al gran santuario de Nippur y, en mucha menor medida, a los de Ur y Uruk. No sólo era el palacio el que contribuía a mantenerlo; también había entradas provenientes de particulares y principalmente de las distintas ciudades sumerias, que te­nían obligación, por turno mensual, de mantener el centro nacional de Enlil en Nippur. De esta forma Puz­rish-Dagan actuaba como una especie de almacén que centralizaba impuestos y contribuciones de muy variadas procedencias.

La actividad artesanal estaba bastante diversificada. Uno de los sectores más notable y mejor estudiado es el del metal, que alcanzó un avanzado desarrollo: se sabe batir y templar el metal, se utiliza el molde compuesto, el procedimiento de la cera perdida, se conocen bien las técnicas de incrustar metal sobre metal, filigranas, etc. Los metales empleados son el oro y la plata, preferentemente en trabajos de orfebrería, el plomo que se emplea como fundiente, algo de estaño y sobre todo el cobre, que incluso se utiliza junto con la plata, como valor de cambio. Hay muy poco bronce, y de baja calidad (justamente por la escasez de estaño). Se ha discutido bastante acerca de la procedencia del metal, que no existe en la Baja Mesopotamia. El cobre proviene de Anatolia Oriental, las montañas del norte mesopotamio y Arabia (a través de Bahrein, que funcionaba como un centro reexportador); también del Golfo Pérsico llegaba el oro. La plata procede del Elam y en cuanto al estaño el poco que hay es difícil determinar su origen; se propuso una posible procedencia mediterránea (incluso de Europa occidental) pero es preferible pensar en el Caúcaso o Irán. Los grandes centros metalúrgicos son Ur, Lagash y Umma, donde proliferan talleres, oficinas perfectamente organizadas, que controlan escrupulosamente el metal que se entrega a los técnicos y los productos que se obtienen, pagan a los trabajadores y rinden cuentas al estado o al templo. Otra actividad manufacturera importante es la textil, que emplea gran cantidad de mano de obra, la mayor parte mujeres. Sólo en Lagash los talleres textiles y telares ocupan casi 7.000 trabajadores.

Toda la actividad económica de Ur III se encuentra animada por una apertura internacional que ve florecer los intercambios. Esencialmente se exportan manufacturas y algunos productos agropecuarios como contrapartida de las imprescindibles materias primas. En relación con esto progresan notablemente la actividad bancaria (préstamos, compras a crédito), los sistemas de contabilidad, etc., dependientes no sólo del estado o los templos sino también de compañías privadas. Aparecen los primeros atisbos del uso del dinero, práctica que alcanzará su plena madurez en el período siguiente.

3.6. La cultura sumeria en la época de Ur III

En general la cultura de Ur III constituye la continuación del florecimiento de las ciudades sumerias (en particular Lagash) que ya se manifestó durante la dominación de los guti, y que hemos llamado el Renacimiento Sumerio. Desde el punto de vista de las artes plásticas hay, efectivamente, una vuelta a las formas tradicionales sumerias, una voluntad de fidelidad a esa herencia artística que bien es verdad que produce un estilo algo academicista, pero refinado inevitablemente por la aportación acadia. Buena muestra de ello son los relieves: en la estela de Ur-Nammu se encuentra la clásica división en registros horizontales, que ya se había reutilizado en obras de la época de Gudea y sin embargo el tratamiento de las figuras y la composición tienen una frescura que faltan en el arte del Protodinástico. Respecto a la arquitectura destaca la plasmación definitiva de la torre-templo o zigurat, que alcanza su forma más clásica en el que Ur-Nammu erige en honor de Nanna; aparte de ello, la importancia cada vez mayor de la monarquía, tan próxima a los dioses, alcanza su expresión monumental en la edificación de palacios y mausoleos para los reyes, como el que se hace construir Shulgi en Ur.

El estado de Ur III es naturalmente bilingüe. El proceso de semitización avanzó mucho y no sólo en la zona septentrional (el país de Akkad); en lo que es Sumer propiamente dicho debía ser también el acadio la lengua más comúnmente empleada. Sin embargo la lengua oficial de la adminis­tración es el sumerio. Justamente en este período se produce la gran floración de la literatura sumeria; ahora se ponen por escrito o adquieren su forma definitiva poemas, narraciones, textos sapienciales y religiosos, etc., muchos de ellos de un valor histórico indudable (La Maldición de Akkad, la inscripción que detalla las hazañas de Utuhegal, etc.). Una innovación será la dedicación de himnos a los reyes en relación con la divinización de los soberanos (antes sólo se destinaban a los dioses).

En el campo de la religión aparece igualmente la brillante síntesis de los elementos acadios o semitas que se superponen cada vez más al viejo substrato sumerio; sin embargo aún estamos en una cultura sumeria y así, en un documento procedente de Mari en el que aparece un panteón que yuxtapone deidades semitas y sumerias, son éstas las que ocupan las posiciones más honorables, que tan sólo parecen compartir con la gran diosa semita Ishtar (asimilada por otra parte, como dijimos, a Inanna). Serán la síntesis y concretización de la religión que se elabora en Ur III las que actúen como base para toda la posterior evolución religiosa en Mesopotamia.

 

Placa del sacerdote Dudu

(2500 a.C.)