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 TIRANIAS Y HUMANISMO EN LA ITALIA DEL SIGLO XIV. COLA
            DI RIENZO Y PETRARCA
                 
             
             Durante la
            Edad Media, los personajes capitales en la escena del mundo habían sido Dios y
            el alma; a mediados del siglo XIV el protagonista es el hombre, el conjunto humano,
            extraña mezcla de espíritu y materia, este mecanismo formidable desea la gloria
            y llega a veces al superhombre, pero cae otras veces en desordenes que hacen de
            él un monstruo. Por sus caídas, tanto o más que por sus grandezas, el hombre empezó
            a ser lo más interesante para el hombre; se observan sus acciones como un vasto
            panorama inexplorado; su potencialidad parecía inagotable para el bien y el
            mal; el hombre empezaba a pretender la superación de su propia naturaleza. No
            es que se desconociese por ello el valor de otros actores; a menudo en estas páginas
            tendremos que hacer alusión a la supervivencia de los conceptos medievales de
            Dios y el alma. Dios continuó siendo el creador y sustentador del universo;
            solo algunos eruditos de los siglos XIV y XV, muy pocos, abrigaban sus dudas
            acerca de la cosmografía celestial, con un empíreo para los bienaventurados
            poblado de personas felices. El alma era todavía la partícula divina que sobrevivía
            después de la descomposición del conjunto humano, cuando la materia volvía a
            disolverse en ceniza. Pero alma y cuerpo reunidos formaban una combinación tremenda,
            capaz de los más altos conceptos y heroísmos, y también capaz dc las más bajas
            pasiones.
               
             Durante la
            Edad Media el estudio del hombre había consistido principalmente en el estudio
            de su alma; la ciencia humana había sido más bien una psicología que una antropología;
            ahora lo admirable empezaba a ser el compuesto de músculos, inteligencia y
            voluntad. Su belleza física y sus virtudes sociales interesaban ya tanto como
            la parte espiritual. El alma participaba en la acción, animándola, regulándola;
            pero era el cuerpo el que le daba las ocasiones de obrar, y aun la estimulaba
            con reacciones favorables y contrarias. Los primeros humanistas, sin perder su
            fe en Dios y en el alma, comprendían que el cuerpo humano era el laboratorio
            indispensable para sus manifestaciones aquí en la tierra, y concedían al cuerpo
            una atención y dignidad que no le habían reconocido los doctores escolásticos
            de los siglos precedentes.
             
             El cuerpo era
            objeto de todos los cuidados; incluso cuando se hallaba reducido a cadáver: se
            le enterraba, se le embalsamaba y se le hacía objeto de solemnes exequias que duraban,
            a veces, varias semanas. En ocasiones, el esqueleto, descarnado, descansaba en un
            sepulcro principal, y las entrañas se conservaban en otro lugar; incluso a
            veces existía un tercer enterramiento para el corazón. Se establecían rentas
            para exequias perpetuas v aniversarios.
             
             La devoción
            se había humanizado también. El misterio de la Trinidad no preocupaba tanto
            como antes a las mentes; en cambio, se mostraba cada día mayor confianza hacia
            los santos y la Virgen. Abundaban las cofradías bajo la advocación de un santo patrón
            por el que se tenía predilección, a veces no justificada más que por su rareza.
             
             Los príncipes
            creaban Ordenes militares puramente honorificas bajo el patronazgo, también, de
            la Virgen o de un bienaventurado, las cuales servían de pretexto para banquetes,
            cortejos y exhibición de insignias y estandartes. No había excelencia que no se
            adjudicara a María; se insistía en el dogma de su Concepción Inmaculada y se
            proponía el de su Asunción. Una congregación de Marsella, los victorinos, sostenían que Moisés vio en la zarza ardiente,
            no a Jehová, sino a la Virgen María ya con su hijo en brazos. Hasta los
            burgueses y artesanos se asociaron en compañías, o puys (en Francia), para celebrar certámenes
            poéticos en honor de la Madre perfecta, modelo de mujer: no la ideal de los
            trovadores, sino una dama doméstica, burguesa, que cría a su hijo y cuida del
            hogar.
   
             El pensamiento
            medieval, escolástico e imperialista, que el Dante había glorificado (con sus
            aspectos teológico y caballeresco), no sucumbió gradualmente, ni tampoco de un
            modo heroico. En lugar de ceder el puesto a la nueva concepción moral y
            política, se atrinchero en los antiguos principios de la caballería feudal. Los
            siglos xiv y xv viven un verdadero Renacimiento romántico en que se glorifica
            lo que aun queda de feudalismo. Los antiguos señores,
            impotentes contra el creciente poder de la monarquía, parodiaban la vida
            aristocrática en pequeñas cortes locales, de las que solo algunas tuvieron
            originalidad suficiente para renovar lo antiguo, intensificando ciertos
            aspectos estéticos y sociales. Tales fueron, por ejemplo, las cortes de los
            duques de Borgoña, de Anjou y Berry, en Francia.
            Torneos y fiestas y cortes de amor sustituyeron a las verdaderas actividades
            del genio medieval.
   
             Los torneos,
            preparados durante meses, se convocaban por medio de heraldos que repartían, en
            sus viajes, carteles de desafío. La fiesta (porque se trataba, al fin y al
            cabo, de una fiesta) comenzaba después de fastidiosas ceremonias, y acababa con
            la concesión de un premio: una flor, una banda o el beso de la hermosa que
            presidia los combates desde un palio de honor. Tanta falsedad no satisfacía
            plenamente. Mientras en los gremios ciudadanos fermentaba un espíritu de descontento,
            que a veces se desbordaba en motines callejeros y en verdaderas guerras. En
            ciertos países, como en Flandes, la exigencia de los burgueses, que reclamaban
            la libertad de federación de los municipios, constituyo un peligro para la monarquía.
            Los príncipes raramente atendían a las justas demandas de sus vasallos: tan imbuidos
            estaban de espíritu caballeresco, que consideraban al plebeyo como incapaz de
            raciocinar. Se llamaban: el Fuerte, el Malo, el Sin Miedo, el Cruel, el
            Temerario. Por excepción, a Carlos V de Francia se le llamo el Prudente, y a
            Martin I de Aragón, el Humano.
             
             En aquel momento
            final dc la Edad Media que es el siglo xv, lo que importaba era la victoria, el
            triunfo, la gloria, el poder, aunque se obtuvieran de un modo vergonzoso. Las
            victimas (a veces poblaciones enteras) excusaban fácilmente a sus verdugos porque
            estos eran fuertes. Europa asistió a un verdadero espectáculo gladiatorio en
            que la mejor arma era la ambición y el mejor derecho el triunfo. Para vencer se
            tenía, a menudo, que fingir; y astucia y disimulo fueron cualidades tan
            necesarias como la energía y la magnanimidad.
             
             Los rencores
            entre príncipes, originados por meras rencillas personales, desencadenaron en
            el siglo XV en conflictos en los que se sacrificó gran parte de la riqueza
            acumulada por las monarquías de la Edad Media. Hubo en España guerras por
            minucias fronterizas entre Castilla y Aragón; hubo guerras entre Castilla y
            Portugal por si una princesa era de sangre real o espuria.
             
             Para
            mantenerse y hasta justificar su posición, los príncipes y señores de la época
            habían de dar en grande, como en grande habían recibido. Los artistas debían
            crear siempre algo mejor para conquistar el derecho a la fama; los eruditos tenían
            que estudiar el pasado y superarlo. Empezaba el culto de los grandes hombres, y
            los más fáciles de imitar eran —cosa extraña!- los antiguos
            griegos y romanos. Sus historias estaban escritas en latín y griego; pero los textos
            clásicos presentaban infinidad de ejemplos de vidas verdaderas que eran los más
            accesibles, a pesar de ser remotos en la Historia. Los áridos textos medievales
            contenían noticias de hechos, pero no transmitían los detalles de la vida de
            los grandes hombres. En cambio, Cicerón, Livio, Seneca, Plutarco, daban
            retratos vivos de héroes que fueron ensalzados por la fama, y entraron en la
            lucha deliberadamente para obtener un triunfo que les diera esta inmortalidad,
            tan apetecida, que es la gloria. Y he aquí como, de manera indirecta, se llegó
            al Renacimiento, o resurrección de la mentalidad clásica; pretendiendo
            rehabilitar al hombre, se buscaron modelos en los antiguos, y se creyó
            dignificar a la humanidad rehabilitando la antigüedad.
   
             Las monarquías
            del siglo XIV y sobre todo del XV fueron autoritarias. Cuando les convenía, los
            reyes convocaban Cortes o Parlamentos, pero eran asambleas sin facultad para
            proponer; solo podían censurar a la corona o denegar los auxilios pecuniarios que
            pedía el monarca; este, si le parecía bien, podía contraer deudas y obtener así
            los recursos que le eran negados. También empezó a usarse el termino razón de Estado... y si el Estado entonces no era idéntico al monarca, era ya
            por lo menos idéntico a la monarquía.
   
             Al mismo
            tiempo, los reyes tambien se manifestaban como
            humanistas. Carlos V de Francia, después de comer, quería oír hablar de
            batallas y aventuras, de nouvelles de toutes manieres
              de pays. Por la tarde le presentaban objetos exóticos,
            telas de oro, arneses de campaña... Leía las bellas historias de los Dichos y
            hechos de los Romanos, sentencias de los filósofos y libros
            de ciencias. “Y vivía de esta manera —dice su biógrafo-, no tanto por el gusto
            que el encontraba como para dar ejemplo a sus sucesores.” Esto es, buscaba ya
            el premio de la fama. Gran constructor, Carlos V de Francia reformó el Louvre y
            los otros palacios reales. El inventario de su biblioteca incluye cinco
            ejemplares de Marco Polo, Ovidio, Lucano, Valerio Máximo, Livio, Josefo y
            Aristóteles, cuya Política tomo el rey como guía para su gobierno.
   
             Los triunfos individuales
            se sublimaron como triunfos simbólicos del Amor y de la Muerte. Aparecían en
            cortejos y cabalgatas civiles, y sustituían a las procesiones medievales de clérigos
            llevando reliquias e imágenes de santos. Cada una de las Virtudes tuvo su carro
            triunfal, del que tiraban animales adecuados, con sus emblemas propios y
            cortejos de seguidores. La Fama iba arrastrada por caballos blancos; la Pureza
            tenía por corceles dos unicornios... Pronto aparecieron en tales cortejos los dioses
            del Olimpo, identificados con las virtudes humanas, los cuales bajaban a la
            tierra en carrozas algo infantiles. Aquello parecía un entretenimiento
            intelectual, como los torneos eran un entretenimiento caballeresco.
             
             En ideas políticas,
            a mediados del siglo xiv, en Francia, aparecen los libros de Oresmes y Meziéres. En ellos se
            discute ya el peligro de la tiranía. “Cuando los actos del príncipe no procuran
            el bien común del pueblo, sino su provecho personal, debe llamársele tirano,
            porque no señorea justamente.”
   
             Pero donde
            los tiranos surgieron con mas originalidad y atrevimiento gue en Italia. Los tiranos
            del siglo XIV, en Italia, eran aventureros que, con perseverancia y falta de
            escrúpulos, conservaban su hacienda, ciudad o provincia, valiéndose de las
            mismas artes o mafias empleadas para conquistarla. Algunos, una vez conquistada,
            la vendían a otro tirano vecino por unos cuantos millares de ducados, y acaso
            con este dinero levantaban un ejército para tomarla otra vez; pactos, tratados
            y promesas solo se cumplían cuando ello redundaba en beneficio de ambas partes.
   
             Los tiranos
            de la Italia del Renacimiento solían vivir rodeados de esbirros, que los admiraban
            por su audacia y los seguían por su munificencia. Sus dadivas y sus fortunas
            deslumbraban a las poblaciones, que, ante aquel espectáculo de prodigalidad,
            olvidaban los crímenes que habían facilitado el encumbramiento de sus señores.
            Se cuenta que uno de estos tiranos solía hacer su aparición solemne, sentado en
            el marco de una ventana de su palacio, como una figura revestida de oropel y
            galas. Sus vasallos miraban tal ostentación con paciencia, pues sabían que, si la
            criticaban, el tiranuelo podía doblegarlos con ejecuciones y castigos. Algunos
            tiranos se alababan de haber inventado nuevos métodos de tortura y se transmitían
            como secretos de familia las fórmulas de sus infalibles venenos. Todo era
            permitido, y hasta apreciado, porque estos excesos eran una manifestación de fuerte
            personalidad.
             
             La defensa de
            la tiranía fue hecha más tarde por Maquiavelo en El Principe,
            pero ya en el siglo XIV empezó a teorizarse acerca de la forma de gobierno
            personal. Un cultísimo humanista de Florencia, Coluccio Salutati, hacia el ano 1370
            escribió casi una apología del Tirana. Coluccio, que
            era un funcionario de la Republica florentina, no aprobaba empero la tiranía
            cuando el tirano era superbo y
            gobernaba injustamente; pero no insistía en exigir que fuese elegido por el
            pueblo o poseyera el poder por haberlo heredado de sus mayores. Por ejemplo, absolvía
            a César de su ambición, y aprobaba que Dante hubiese colocado a Bruto y Casio, los
            asesinos de Cesar, en lo más profundo del infierno. El libro de Salutati está lleno de improperios contra Cicerón porque
            era republicano. Le dice a Cicerón, a quien tanto admiró: “ “Por
            qué me hablas asi, Cicerón?... ¿No te acuerdas de lo
            que tú mismo has escrito?... Si en tu tiempo, Cicerón, hubieseis tenido un
            verdadero príncipe, no habría habido guerra civil ni desordenes en Roma”. En
            una palabra, Salutati desaprueba la tiranía, pero
            admira a Cesar y critica a Cicerón por no haber apoyado al tirano. Su principal razon es que, si no hubiera sido Cesar el tirano,
            hubiese sido Pompeyo. He aquí un humanismo del que bien puede decirse que ya es
            cesarismo sin ambages.
   
             Otro tratado, De La Tirania,
            escrito hacia el 1357 por Bartolo, profesor de Derecho en las universidades de
            Pisa y Perugia, define al tirano diciendo que es el que gobierna sin ley. Hay
            tres clases de tiranos: los que lo son manifiestamente; los que niegan serlo y
            lo son, y los que lo son a la callada, sin negarlo ni afirmarlo. Según la
            opinión de Bartolo, empréstitos, contratos y tratados firmados por los tiranos
            no obligan en absoluto a los pueblos al cesar la tiranía. Los tiranos que lo
            son veladamente, son los que hoy en día llamamos caciques, o jefes políticos, y
            Bartolo dice que son los que más abundan, “porque si es casi imposible
            encontrar un individuo sin defectos, es también raro encontrar un gobierno sin
            dramas”.
             
             Los tiranos
            trataban de transmitir el poder a sus hijos, lo cual estaba casi en contradicción
            con los principios mismos del régimen. ¿Cómo podía pretender que se reconociera
            la autoridad hereditaria quien había empezado por forzar el acceso al poder con
            solo el derecho del más fuerte? Generalmente, la vida familiar de los tiranos
            era irregular; algunas veces preferían los bastardos a sus hijos legítimos. De
            ahí se originaban ocasiones de luchas y guerras. A la amiga la hacían cantar
            por sus poetas áulicos y la enterraban en magníficos y ricos mausoleos.
             
             La obsesión
            por evitar la tiranía aparece en las Ordenanzas que dio el cardenal Gil de Albornoz
            a los territorios pontificios de Italia. Fueron publicadas el año 1357 y sirvieron
            para la gobernación de los estados del papa hasta 1816. Su extraordinaria
            eficacia exige que prestemos un poco de atención a estas Ordenanzas y a su
            autor. Como arzobispo de Toledo y primado de Espana,
            Albornoz había intervenido en campañas contra los moros de Andalucía. A los
            cincuenta años de su edad, retirado en Aviñón, fue enviado por el papa a Italia
            para acabar con los que en Roma y en el resto de las tierras de la Iglesia se habían
            rebelado contra el papado. Cruzo los Alpes en 1353, armado solo de una bula
            papal y seguido de un tropel de gente armada que no podía
            llamarse un ejército, apoyándose en unos cuantos tiranuelos cuyo título
            legalizo y aniquilando a otros que no quisieron reconocer su autoridad. Es también
            digno de nota que, al ser acusado de haberse apropiado caudales en lugar de
            rendir cuentas, Albornoz envió al papa, a Aviñón, una carreta cargada de llaves,
            diciéndole que no podría presentar mejores comprobantes del empleo de fondos
            que las llaves de las ciudades que había conquistado. Una baladronada que
            prueba claramente que el cardenal Albornoz se hallaba también contaminado de
            humanismo, lo mismo que los tiranos a quienes combatía con tanto ardor.
   
             El régimen político
            impuesto por Albornoz en los territorios pontificios está lleno de previsiones
            para evitar que se levanten nuevos tiranos. Dividió el Estado en varias provincias,
            cada una regida por un rector, nombrado por el soberano, que en su caso era el
            papa. Los rectores elegían siete jueces, que venían a formar un consejo,
            análogo al de las futuras Audiencias de los virreinatos españoles de América.
            Cada juez percibía un sueldo anual de cien ducados, y por ningún concepto podían
            ser ciudadanos o habitantes de la provincia, para que no pudieran hallarse interesados
            en los negocios que habrían de resolver. El texto original de la Constitución de
            los Estados Unidos establece una restricción semejante al prohibir que los
            senadores sean ciudadanos de los estados que van a representar en el Congreso. El
            rector es también el que elige al mariscal, pero en ningún caso podía elegir a
            uno de sus parientes. La hueste armada del mariscal nunca puede exceder de 200
            hombres de a caballo. Los cargos eran por pocos meses, para que los funcionarios,
            pasando de una a otra provincia, uniformasen la administración y para que no
            entraran en deseos de gobernar tiránicamente.
             
             En las Ordenanzas
            de Albornoz hallamos lo que se llama sindicación, la primera idea de las
            famosas residencias de las leyes españolas de Indias. He aquí el párrafo de
            estas Ordenanzas referentes a la sindicación: “Ordenamos que tanto los jueces
            como los mariscales, al acabar sus servicios, comparezcan en persona delante
            del rector y allí den cuenta cabal de lo que han hecho durante su oficio. Deberán
            contestar a los cargos que se les hagan y darán cumplida explicación de sus relaciones
            con individuos, comunidades y el gobierno. El tiempo que deben emplear en
            defenderse será proporcionado a la duración de sus servicios: si fue de seis
            meses será de diez días; si de un año, quince días, y si más de un ano, veinte
            días. El oficial cuyo cargo va a cesar deberá anunciarlo al tesorero del rector
            con un mes de anticipación, para que este pueda notificarlo a todas las partes
            interesadas con ocho días de tiempo, y enviar estas representantes o síndicos
            que puedan tomar parte en la acusación”.
             
             En las Ordenanzas
            de Albornoz se faculta al rector de la provincia para convocar una asamblea de
            notables; pero esta no tenía ni carácter representativo ni autoridad legislativa.
            La misma falta de Parlamento encontramos en las Indias españolas, donde el
            virrey era otro rector.
             
             Que la tiranía
            o el poder absoluto era inevitable en el siglo XIV, lo prueba el episodio de
            Cola di Rienzo, quien años antes habia pretendido restaurar el poder de Roma desde Roma, esto es, haciendo otra vez a Roma
            cabeza del Imperio. Pero con quién: con el papa o con el emperador. Nunca lo puso
            en claro. Con todo, Rienzo deseaba algo más que su
            propio engrandecimiento. Era romano, de origen plebeyo, pero había estudiado y
            llegado a ser notario, sentía un amor intenso y verdadero por la vieja Roma, había
            explorado cuidadosamente sus ruinas y hasta llego a hacer una primera colección
            de copias de las inscripciones de sus numerosos monumentos. Llevado por su humanismo
            romántico, logro instaurar su tiranía en la urbe, aunque tomando el clásico titulo de tribuno. Se firmaba: Nicolás, severo y clemente tribuno de la paz, justicia y libertad, defensor
              de la Sacra Republica Romana.
   
             Después de
            haberse hecho firme en Roma, Cola di Rienzo invitó a
            los otros tiranos y gobiernos de Italia a confederarse y constituir la unidad
            italiana, bajo los auspicios de Roma, caput mundi. Rienzo encontró para esta
            prematura restauración histórica tales simpatías, que demostraban que el
            terreno por lo menos estaba bien preparado. Por ejemplo, Petrarca, que seguía
            con gran interés desde Aviñón la aventura de Cola di Rienzo,
            le escribió en esta ocasión una carta que no puede ser más entusiasta. Empieza así:
            “Me propongo escribiros cada día, no porque crea tener derecho a que me contestéis,
            siendo vuestras ocupaciones tantas y tan varias...” “Yo veo claramente que estáis
            colocado en un pináculo, expuesto a todas las críticas, no solo de los
            italianos, sino de toda la raza humana, y no solo de los que viven ahora, sino también
            de las generaciones futuras. Comprendo que habéis tornado una espléndida y
            honrosa responsabilidad, y que estáis ocupado en una
            tarea inaudita y gloriosa. La posteridad os recordara perpetuamente. Habláis
            con firmeza inconmovible desde la roca capitolina. Al rumor de que ha llegado
            una carta vuestra, la gente se reúne con más interés que si hablara el oráculo
            de Delfos... Las gentes no saben qué admirar más, si vuestras palabras o
            vuestras acciones; por el amor a la libertad os parecéis a Bruto, pero por la
            elocuencia, a Cicerón”, etc. Petrarca, que escribía esta carta desde la corte pontificia
            de Aviñón, no deja de recordar a Rienzo que debe
            restaurar la majestad de la vieja Roma, pero sin dejar de prestar el debido
            acatamiento al papa, pontífice romano. En cambio, Cola di Rienzo quería llamar a Roma a los príncipes candidatos al Imperio, y allí, después de oírlos,
            decidir el, Cola di Rienzo, cuál era el que tenía
            mejores títulos para ceñir la corona imperial.
   
             Por algún tiempo.
            Cola di Rienzo deslumbró a las gentes con sus
            restauraciones de la Roma pagana; pero pronto se encontró rodeado de descontentos.
            Fue excomulgado y tuvo que escapar a Nápoles y después a Bohemia, donde residía
            un emperador débil y vacilante; este, en lugar de descender a Italia y rescatar
            a Roma, como le proponía Rienzo, permitió que el
            arzobispo de Praga encarcelara al tribuno y después lo enviara a Aviñón, para que
            fuese juzgado por el papa. La sentencia de un tribunal de cardenales fue de
            pena capital, pero no se cumplió, pues intercedieron Petrarca, el emperador Carlos
            IV y el propio arzobispo de Praga. En el año de 1354 Rienzo volvió a Italia con el sequito del cardenal Albornoz, quien le reinstauro en Roma,
            si bien esta vez con el título de senador. Su segundo gobierno fue de una duración
            mucho más corta que el primero y murió asesinado en un motín.
   
             Pero nada explicara
            tan bien qué es el humanismo de la Italia del siglo xiv como una breve exposición
            de la vida y las ideas de Francesco Petrarca. El padre y el abuelo de Petrarca
            eran florentinos y fueron expulsados de su patria por el mismo bando que obligo
            a Dante a emigrar. Petrarca recordaba haberle visto en su casa del destierro, pero
            dice que Dante era más joven que su abuelo y más viejo que su padre, y, por tanto,
            difícilmente pudo fraternizar con ninguno de los dos. Pese a la comunidad de
            gustos y desventuras del Dante con sus progenitores, sorprende que Petrarca no leyera
            La Divina Comedia hasta que, ya casi viejo, su amigo Boccaccio le mando, desde Florencia, un manuscrito del poema del Dante, precedido de una epistola preliminar en verso.
   
             En su respuesta
            a Boccaccio, dice Petrarca que, habiendo deseado
            siempre poseer libros de todas clases, “había sentido una extraña indiferencia,
            completamente ajena a su modo de ser, por este libro que no le era difícil
            procurarse”. Petrarca añade que nada se había escrito en lengua vulgar que superase
            a este monumento de la literatura universal que es La Divina Comedia. Reconocia la superioridad de Dante por sus escritos en
            lengua vulgar, pero encontraba el latin de este más
            que deficiente, crimen imperdonable para un humanista como Petrarca.
   
             En realidad,
            encontramos en la indiferencia de Petrarca por Dante el recelo que inspira, en
            una época de renovación, la apoteosis de un tiempo pasado.
             
             El contraste
            entre Dante y Petrarca señala ya el salto que dio la humanidad en cosa de
            cincuenta años; porque La Divina Comedia fue escrita después del 1300, y
            Petrarca formuló sus juicios acerca de Dante medio siglo más tarde. Continuando
            la historia de Petrarca, diremos que su padre, desterrado, se trasladó a Aviñón
            y alii pasó él sus primeros años. En su autobiografía llamada Carta a la posteridad. Petrarca refiere:
   
             “En la
            ventosa Aviñón y en Carpentras pase cuatro años
            aprendiendo gramática, lógica y retórica, tanto como mi edad lo permitía, y tanto
            como estas disciplinas se enseñaban en las escuelas; ya sabrá el lector cuan
            poco era. Después marché a Montpellier para estudiar leyes, pasando alii cuatro
            años, y tres en la universidad de Bolonia. Aprendí algo de Derecho romano, y
            creo que hubiera sido un abogado distinguido si hubiese continuado los
            estudios; pero me pareció penoso esforzarme en aprender un arte como el Derecho,
            que no podría practicar honestamente. Porque si hubiese intentado ser un
            abogado escrupuloso, ciertamente me hubieran tornado por idiota...” De manera
            que, según su propia afirmación, Petrarca regreso a Aviñón, a la edad de veintidós
            años, sin haber terminado sus estudios.
   
             Sin embargo,
            aquel mal estudiante, con la protección de la familia Colonna, continuó su educación
            viajando. El primer paisaje que le impresiono profundamente fue un valle del
            Pirineo, donde pasó un verano con sus protectores. Fue un verano de juventud en
            compañía de personas cultas, que Petrarca, en su vejez, dice que no puede
            recordar “sin que se le escape un suspiro”. Después visitó Paris, el Rin y
            Colonia, donde buscó las ruinas de la antigua ciudad romana; por fin, Italia y
            Roma. Acabada su formación intelectual, se retiró a un lugar llamado la Vaucluse,
            a quince millas de Aviñón, donde compró una pequeña hacienda y vivió en la
            soledad, leyendo los clásicos y cultivando su jardín. Allí escribió la mayoría
            de sus canciones y concibió el proyecto de un gran poema en latín: África,
            tomando por asunto las campañas de Escipión.
             
             Sus poesías,
            y sobre todo sus cartas y ensayos, habían circulado con tanto éxito, que en 1340,
            cuando Petrarca tenía solo treinta y seis años, recibió, en un mismo día, dos invitaciones,
            una de la universidad de Paris y otra de la sombra de Senado que todavía subsistía
            en Roma, para coronarle como poeta laureado. Decidióse por Roma; la ceremonia de su coronación, en cl imperial Capitolio, fue objeto
            de otra de sus famosísimas cartas.
   
             Desde este momento,
            Petrarca es el personaje más admirado de Europa entera. Pero es una gloria
            innegable de Petrarca el no haber experimentado envanecimiento, absorto
            enteramente en sus estudios y sus escritos. Estuvo por encima del común de las gentes;
            fue otro caso de personalidad extremada y superior; no tiranizo a nadie, y
            llegó hasta a olvidarse de sus contemporáneos viviendo independiente en un
            mundo ideal, poblado de griegos y romanos, a quienes escribió cartas como si
            pudiesen contestarle a vuelta de correo.
                 
             He aquí la
            carta que escribió a Homero, al recibir una traducción de La Ilíada en latín:  “No tuve la fortuna
            de aprender el griego, y la traducción latina que de vuestros poemas hicieron los
            romanos se ha perdido, por negligencia de sus sucesores... Para comunicarme con
            vos he tenido que esperar más tiempo del que Penélope esperó a Ulises. Casi había
            perdido ya toda esperanza’. En esta fantástica epístola, Petrarca se queja a Homero
            de vivir rodeado de barbaros (por tales tiene a los que no son italianos o romanos).
            “Quisiera que estuviésemos separados de ellos, no por los Alpes, sino por el océano,
            porque ellos casi no han oído hablar de vos ni de vuestros libros. Ved si no es
            una cosa mísera esta fama por la que nos afanamos.” Las cosas que Petrarca
            comunica a su vate corresponsal del otro mundo, o sea Homero, no pueden ser más
            juiciosas. Le dice que si Virgilio no habla nunca de él, Homero, es porque
            pensaba mencionarle con gran elogio al terminar La Eneida. Pero aún le tranquiliza
            más diciéndole que Horacio y Ovidio hablan de él con intensa admiración. “Flaco
            -o sea Horacio- os llama a vos, Homero, el mayor Me los filósofos.” Las confidencias
            de Petrarca con Homero acaban por pedirle que salude a Orfeo, Lino y Eurípides,
            y como fecha y dirección añade textualmente: “Escritas en el mundo de los
            vivos, en la ciudad de Milán, el 9 de octubre del año 1360 de esta última edad del
            mundo.”
   
             A Cicerón le
            trata Petrarca con mucha más confianza que a Homero. Petrarca encontró en
            Verona un manuscrito con las cartas auténticas de Cicerón a sus amigos, y tiene
            por tanto bastante información para criticarle. “¿Qué locura te hizo lanzarte
            contra Antonio? Tal vez dirás que tu amor a la Republica. Pero la Republica había
            ya caído en irreparable ruina, como tú mismo reconocías. Puede ser que un
            sentimiento del deber, el amor a la libertad, te obligara a obrar como tú
            obraste, aunque sin esperanza. Esto lo podemos muy bien comprender en un gran
            hombre. Pero, entonces, ¿por qué te hiciste amigo de Augusto? ¿Y cómo podrás
            excusar a Bruto?” “¡Ah, cuando mejor no hubiera sido para un filósofo meditar pacíficamente
            lejos de la ciudad, y no haber sido cónsul, ni haber encontrado un Catilina que te llenara la cabeza con el humo de la ambición!...
            Escrita esta carta en el mundo de los vivos el 16 de junio de 1345 de este Dios
            que tú no conociste.”
   
             A pesar de
            preferir la soledad y la quietud, Petrarca continuó viajando y estudiando a las
            gentes. Admiraba el mundo bello con la pasión de un espectador moderno. Su predilección
            por el arte clásico no le impidió comprender la belleza de la catedral de Colonia
            y de la iglesia de Aquisgrán, donde está enterrado Carlomagno, “a quien veneran
            las gentes bárbaras”. En Colonia se regocija contemplando el hormiguero de gente
            paseando por la alameda del rio, pero lamentaba sobremanera que no hubiera en aquella
            ciudad ninguna copia de Virgilio, “aunque si muchos Ovidios”.
            Petrarca aprovechaba cuantos viajes hacia fuera de su patria para explorar
            cuidadosamente las bibliotecas.
   
             Además de
            viajero curioso, Petrarca ha conseguido el título de primer alpinista europeo,
            por una carta en que describe su ascensión al Mont-Vertoux (Delfinado). “Quería experimentar —dice— la sensación que produce una gran
            altitud... Recordaba, además, lo que escribe Tito Livio de Filipo de Macedonia,
            que subió al monte Hemón (Tesalia), desde el cual creía
            poder ver el Adriático y el mar Negro.” Petrarca y su hermano fueron a dormir
            al pie del monte y la ascensión se hizo al amanecer. “El aire era excelente:
            nos complacida la sensación de nuestro cuerpo ágil y vigoroso, con la inteligencia
            despejada.” Los diferentes episodios de la jornada, la depresión e irritabilidad
            causadas por la fatiga, la pereza producida por la altitud, y, por fin, el goce
            de descansar tendidos en la cumbre, están descritos por este precursor nuestro
            de una manera que calificaríamos de moderna.
   
             Las cartas y
            ensayos latinos de Petrarca nos interesan hoy tanto o más que sus poesías en
            lengua vulgar, pero no fue así durante varios siglos. Nuestros abuelos y tatarabuelos
            no leían de Petrarca más que sus canciones en vida y en muerte de Madonna Laura. En ellas se poetizan las
            visiones de una mujer que algunos creen que fue una ficción puramente
            imaginaria del propio poeta. Pero, por otros, Laura se ha identificado desde
            muy antiguo con una dama casada con el señor de Sade.
            Tuvo varios hijos, y la fecha de su muerte parece coincidir con una nota obituaria que escribió Petrarca en su manuscrito de Tito
            Livio. Más tarde se dijo que aquel año se secaron lodos los laureles de Italia.
            Más sorprendente todavia parece el amor fie Petrarca
            cuando nos enteramos que el poeta había tenido dos hijos naturales de una mujer
            que nos es completamente desconocida. Sea quien fuere, Laura aparece en las
            canciones de Petrarca sin ningún simbolismo metafísico, y esto la distingue grandemente
            de la Beatriz del Dante, que representa el conocimiento teológico. Laura no es más
            que una mujer; sus características son sus gestos, su ademan femenino, su gracioso
            saludo, el dulce mirar y la voz suave. Un cabello dorado, besado por el céfiro,
            bastaba para revelar toda la belleza de la mujer, paralela a la grandeza intelectual
            del hombre. La sublimación de Laura es otra manifestación del humanismo: la
            pareja está formada; el genio, el tirano, el déspota, se dignifica por una
            sublime compañera, que es espejo de honor, pureza y gallardía. Y es
            precisamente ella la que confiere el lauro, que viene a querer decir la fama,
            el deseado triunfo de la vida activa.
   
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 EUROPA EN EL SIGLO XIV (1390) 
 Sin duda, en la Europa del siglo XVI la
            transformación profunda se da en el sector oriental con la aparición de los
            turcos.
             EUROPA
            OCCIDENTAL Los problemas exteriores parecen cancelarse en esta zona ante la
            urgencia de la crisis interna. Es el caso del enfrentamiento entre Francia e
            Inglaterra (guerra de los Cien Años) que tras la brillante ofensiva de Carlos V
            de Francia y la firma de treguas en 1380 parece haberse resuelto a favor de
            Francia. Sólo cuatro plazas quedan bajo el dominio inglés.
             Pero no es
            una época pacífica. En cada país se encona un conflicto interno que tiene un
            aspecto territorial: la lucha entre monarquía y feudalismo, el intento de los
            monarcas de incorporar al "dominio real" -territorio de gobierno
            directo del monarca— los grandes señoríos del país. Esta política de
            reagrupación cuesta reveses a Castilla, que paraliza la Reconquista
            (subsistencia del reino de Granada) y, sin embargo, se propone otros objetivos
            poco afortunados (derrota de Aljubarrota al intentar
            absorber a Portugal). En el caso de Aragón nos encontramos ante una verdadera
            expansión imperialista: conquista de Cerdeña, recuperación de Sicilia en 1390,
            pretensiones a Nápoles, incursiones por el Mediterráneo oriental.
   ITALIA Y
            ALEMANIA. Para Italia y Alemania son de señalar la extremada parcelación
            política y la falta de definición de un núcleo nacional en torno al cual
            realizar el estado moderno. Las brillantes ciudades italianas se desvinculan
            por completo del Imperio y llevan una vida propia: extensión de Venecia y
            Milán. En Nápoles empieza la rivalidad entre los Anjou y la casa de Aragón. Alemania ve aumentar las posesiones de la casa de
            Luxemburgo con la asociación de Hungria.
   BALCANES.
            Variaciones sensibles se han producido en los Balcanes. El hecho dominante aún
            más por su futuro es la formación del estado turco. Apoyados por los turcomanos
            hermanos de raza y con idéntico afán combativo, los osmanlíes han pasado los
            Dardanelos y han comenzado la conquista sistemática de los Balcanes: reducción
            de Bizancio a tres enclaves: desaparición de Bulgaria: empequeñecimiento de Servia. En el Asia Menor la situación no es tan diferente.
            Aunque el prestigio de los osmanlíes ha extendido su influencia a varios
            principados turcomanos. algunos de estos son muy
            poderosos y se alían con los mongoles para subsistir.
   EUROPA
            NORORIENTAL. Sin que los acontecimientos balcánicos susciten reacciones
            visibles entre los estados eslavos estos practican un extraño vaivén: se unen y
            separan sucesivamente. ¿Afán de expansión? ¿Conciencia de tener enemigos
            comunes? Un poco de todo: pero también países sobre un espacio aún no definido
            históricamente, indecisos ante varias posibilidades. Así Polonia unida a
            Hungría durante doce años (1370-1382) fusionada luego con Lituania. Unión
            duradera esta vez. El monarca común, Ladislao II Jagellón,
            aúna los afanes nacionalistas de ambos países y concentra su fuerza en la lucha
            contra la Orden Teutónica y la cruzada contra los turcos. Hungría en vísperas
            de un difícil futuro tiene fronteras comunes con los turcos y oscila entre
            Polonia y Alemania. En 1382 se acoge a la protección del Imperio: su rey es
            Segismundo de la casa de Luxemburgo, rey de Bohemia y emperador. También en el
            Norte, la reina Margarita de Dinamarca impone la Unión de Kalmar: un soberano
            común para los tres países nórdicos.
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 CONDOTTIERI
            Y COMPAÑIAS DE VENTURA
                 Al principio
            de su existencia los Comunes proveían a sus operaciones militares defensivas y
            ofensivas mediante la llamada a las armas de sus propios ciudadanos agrupados
            según los barrios de la ciudad y reunidos bajo el mando de los magistrados
            comunales. Esta milicia ciudadana era completamente voluntaria y tanto el
            armamento como la propia manutención corrían a cargo de sus miembros (algo
            parecido al "somaten" Catalán). Estaba formada por Caballeros bien
            armados e infantes con armamento ligero que eran los que predominaban, puesto
            que la milicia a caballo además de ser más costosa, era propia de los
            feudatarios, que sólo en parte dependían de la ciudad. No hay que olvidar que
            la llamada a las armas perjudicaba a los ciudadanos que debían descuidar sus propios
            asuntos, es decir, que esta milicia comunal mal adiestrada ocasional e
            insuficientemente armada, no se prestaba a guerras largas y difíciles y aún más
            cuando la milicia a caballo se fue perfeccionando y armando en modo tal que los
            infantes no estuvieron ya en condiciones de oponerle resistencia alguna.
   Pronto,
            pues, los Comunes tuvieron que recurrir a soldados mercenarios, dirigidos por
            señores feudales movidos por un afán de lucro o por el ansia de aventura. En un
            principio se trataba de hombres reclutados separadamente o en pequeñas
            compañías, contratados únicamente cuando la ocasión lo requería. A veces los podestá forasteros o los capitanes también forasteros,
            llegaban a la ciudad que los había contratado con una pequeña tropa de
            mercenarios a sus órdenes. Poco a poco. y mientras los ciudadanos cesaron casi
            por completo de prestar sus servicios los mercenarios fueron formando compañías
            cada vez mayores bajo la dirección de un jefe que con todos sus hombres se
            ponía en condotta (contrato) al servicio de una ciudad; de ahí el nombre de condottiero. Estas grandes milicias que
            se trasladaban de un lugar a otro de Italia o de un país a otro fueron llamadas Compañias de ventura.
   Con su
            compañía creada frecuentemente con la ayuda financiera de algún banquero o
            mercader. los capitanes de ventura se vendían al mejor
            postor, así que generalmente traicionaban sin ningún escrúpulo a quien los
            había contratado pasándose al enemigo siempre que este les ofreciera una suma
            mayor. Ávidas de botín a veces mal pagadas o casi siempre pagadas con retraso,
            compuestas en buena parte de los desechos de la sociedad, gente feroz y sin
            escrúpulos sin ningún lazo moral con los países que atravesaban, es natural que
            estas compañías fuesen un verdadero azote para estos: saqueos, violaciones,
            estragos de todo género, jalonaban su paso. En los grandes estados, por
            ejemplo, en Francia, fueron pronto contenidas y eliminadas; pero en Italia,
            dividida en gran número de estados mayores, menores y mínimos, en perpetua
            guerra entre si. se impusieron y se convirtieron en una especie de estados errantes y devastadores.
   Los pueblos
            más pobres de la Europa de entonces (suizos. gascones. ingleses y alemanes)
            encontraron en el ejercicio de las armas una fuente de ganancias y fueron los
            primeros en proveer de material humano a las Compañías de ventura. En Italia,
            durante mucho tiempo las Compañías estuvieron formadas casi exclusivamente por
            gente extranjera y mandadas casi siempre por capitanes también extranjeros.
            Famosos fueron: Guarnieri de Urslingen,
            un duque alemán que llevaba escrito en letras de plata sobre la coraza “Enemigo
            de Dios, de piedad y de misericordia" y que fue jefe de la "Gran
            Compañía"; o el ex templario provenzal Jean de Montreal, Fra Moriale; o el más conocido
            John Hawkwood el Agudo de nivel moral muy superior al
            de los demás.
   La primera
            Compañía de ventura italiana, la Compañía de San Jorge, estaba mandada por Alberico de Barbiano y en ella se
            formaron otros grandes condottieri: Braccio de Montone, llamado Forte braccio, y Muzio Attendolo Sforza, que a su vez
            crearon escuela, la braccesca y la sforzesca, pues fueron verdaderos maestros en el arte de la
            guerra tanto en táctica como en estrategia.
   Los mayores condottieri se presentan, ya lo hemos dicho, como
            verdaderas potencias militares; están en situación de ambicionar no sólo
            mayores honores (una estatua ecuestre como la de Colleoni o la del Gattamelata no les bastaba) sino incluso el
            dominio político personal, la señoría, el título de príncipe. Alguno de estos
            aventureros se convierte en verdadero hombre de estado: el hijo de Muzio Attendolo Sforza, Francesco, hombre extraordinario, llega a duque de Milán
            en 1450 por aclamación popular
   Las
            rivalidades y ambiciones de los condottieri, sus
            éxitos seguidos de rápidas caidas, llenan la historia
            italiana de finales del siglo XIV y principios del XV, constituyendo uno de sus
            aspectos más característicos. Pero el cinismo, la falta de escrúpulos, la
            volubilidad de estos hombres, que se hace evidente en las continuas traiciones,
            chantajes y robos, revelan aquella sustancial debilidad de los estados
            italianos que los desastrosos acontecimientos de los primeros decenios del
            siglo XVI pondrán de relieve.
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| BATALLA ENTRE CONDOTTIERIS (RUBENS) | 

| Triunfo de Federico de Montefeltro, duque de Urbino (Piero della Francesca) | 
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| SENORIAS Y
          PRINCIPADOS
                 Para
            comprender la aparición del régimen señorial hemos de prestar antes atención a
            las crisis de los "Comunes", ciudades libres herederas de la polis Griega o la civitas latina. Es
            evidente que las instituciones de un país, dividido a lo largo de casi toda su
            historia, como es el caso de Italia, no pueden ser caracterizados brevemente. Tendremos que generalizar, aun cuando sepamos que no existe un tipo
            único de Comunni tampoco de señoría.
   Los
            elementos que constituían el Común se mantuvieron en una situación de
            equilibrio mientras este fue de tipo consular, es decir, regido por magistrados
            representantes del pueblo, elegidos por periodos breves que nunca excedían de
            un año. Por distintos motivos (la brevedad de la duración de los cargos, el que
            solo una élite pudiera acceder a ellos. etc.), este equilibrio vacila y es
            entonces cuando para hacer frente a la inestabilidad se recurre al nombramiento
            de un podestá, casi siempre forastero, que predominará sobre los demás miembros
            del gobierno, aun cuando sea solamente una especie de árbitro ejecutor de las
            deliberaciones del consejo y responsable del cumplimiento de los estatutos ciudadanos.
            Pero llega un momento en que la ruptura del equilibrio es inevitable y empieza
            el proceso de adaptación a la constitución del régimen señorial. La alta
            burguesía que se cree mal representada presiona por medio de sus asociaciones:
            las artes mayores: el pueblo, igualmente inquieto hace lo mismo a través de las
            artes medias y menores. Entonces el podestá u otro magistrado ciudadano (el
            capitán del pueblo o el titular de una dignidad análoga representante de la
            parte popular) convierte su cargo temporal en vitalicio: también puede ocurrir
            que en las luchas entre facciones de un mismo Común la vencedora proclame señor
            a su jefe, o bien que tal situación de rivalidad obligue a los ciudadanos a
            elegir como señor a alguien que esté por encima de tales facciones. La asamblea
            del pueblo tenía siempre que ratificar el hecho, es decir, que el principio
            sobre el que se basaba la señoría no era distinto del de los Comunes:
            consentimiento y voluntad del pueblo. Naturalmente, bastaba en estos casos la
            sumaria aclamación de la asamblea general, convocada bajo la presión de la
            facción vencedora, con lo cual esta ratificación era pura comedia.
             El señor,
            una vez conseguida su elección vitalicia, trata generalmente de convertir el
            cargo en hereditario, destruyéndose con tal limitación el proceso de desarrollo
            y educación política emprendido por los Comunes. En aquellos Comunes en que no
            existía una organización corporativa fuerte, donde los intereses de la clase
            media no estaban organizados, por ejemplo, Ferrara, la que será luego cuna de
            la espléndida literatura épica renacentista, el paso de común a señoría no se
            ve ensombrecido por contrastes de tipo social, como sucede en Florencia, donde
            la lucha política es una lucha de intereses de clases. Recuérdese la revolución
            de los Ciompi (cardadores de lana) en 1378, momento
            en verdad de crisis general: 1358, Jacquerie en
            Francia; 1381, Lollardi en Inglaterra. Los Ciompi, capitaneados por Miguel de Lando,
            un cardador, logran instaurar durante cuatro años, hasta 1382, una especie de
            dictadura popular al incorporar a las veintiuna artes existentes y
            participantes en el gobierno de Florencia, tres artes más, llamadas “del pueblo
            de Dios".
   Esta
            transformación que se inicia a mediados del siglo XIII en la Italia
            septentrional con la señoría de los Visconti en Milán, va extendiéndose a lo
            largo del siglo XIV hacia la Italia central, donde aparentemente no ataca las
            estructuras comunales ni la libertad popular. En general, y sobre todo en las
            llamadas cripto-señorías, como la de Cosme de Médicis en Florencia, instituciones y magistraturas
            republicanas se mantienen por un periodo más o menos largo, pero se van
            vaciando de contenido, pierden su autonomía; el poder señorial en su fundamento
            efectivo y en su funcionamiento fue, pues, monárquico y absoluto.
   Junto con la
            concentración y absolutismo del poder, la señoría se caracteriza, aun cuando
            haya surgido como consecuencia de la victoria de una facción sobre las demás
            por la eliminación del gobierno de partido y por la tendencia a anularlas
            diferencias de clase. La más perjudicada es la nobleza, mientras la alta
            burguesía, aunque pierde libertad y la participación en el gobierno, encuentra
            en la señoría la seguridad y la tranquilidad social que tanto convienen a sus
            intereses mercantiles. El pueblo, que en el común no participaba o participaba
            muy escasamente en el gobierno, encuentra ahora algún beneficio en la señoría a
            la que respalda, siendo el apoyo que esta necesita para atajar el descontento,
            las agitaciones y conjuras de ciertas grandes familias apartadas de la señoría.
            Cuando el 26 de abril de 1478, en Santa Maria del Fiore, la catedral de Florencia, y en el momento de la
            elevación, los esbirros de la familia Pazzi, coligada
            bajo la protección del papa Sixto IV a otros enemigos de los Medicis apuñalaron a Giuliano y Lorenzo de Médicis, causando la muerte del primero e hiriendo
            levemente a Lorenzo, el pueblo de Florencia reacción de manera violentísima y
            al grito de: "Palle, palle"
            ("bolas. bolas", alusiva al escudo de los Médicis), aniquiló a los conjurados que habían esperado,
            por el contrario cooperación o venganzas sangrientas coronaron el fracasado
            intento que hizo a Lorenzo señor aún más absoluto de Florencia.
   También las ciudades menores y los burgos
            sometidos a las ciudades principales encontraron ventajas en la transformación
            del gobierno de estas de comunal a señorial. Del estado comunal que coincidía
            con la ciudad se llega al estado regional, con sede en la ciudad principal,
            pero que, sin identificarse con el gobierno de esta, es algo común a todo el
            territorio.
             La señoría que se transforma en principado
            con la concesión a los vicarios imperiales o pontificios (el emperador o el
            papa, si la ciudad estaba en el estado de la Iglesia, ratificaban la elección
            de los señores, haciéndolos sus vicarios) de un título nobiliario. es el primer paso hacia el estado moderno, tanto por la
            extensión como por la organización del gobierno.
   
 
 | 
| Ciudad
italiana del siglo XIV representada en un fresco de A. Lorenzetti (Palazzo Pubblico , Siena). En esta visión ideal de la ciudad bien gobernada
se pueden apreciar las trazas aun góticas de los edificios, cuyo piso inferior
se dedica a talleres. En las figuras humanas se distinguen las diferentes modas
de mediados de dicho siglo.
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| 
 RENOVACION DE LA LITERATURA Y LAS ARTES EN
            EL SIGLO XIV
             
             1296 Construcción de la catedral gótica de
            Florencia.
                 1300 Muere Guido Cavalcanti,
            máximo representante del "dolce stil nuovo".
   1301 Pisano da fin al púlpito de Pistoya
                 1302 Exilio de Dante.
             1303 Fundación de la universidad de Roma.
             1305 Giotto da fin
            a la Capilla de la Arena
                 1309 Construcción del palacio gótico de los
            Dux de Venecia
                 1310 Fachada de la Catedral de Orvieto
             1312 Dante escribe El Infierno.
             1313 Nace Boccaccio.
             1315 Duccio pinta
            la Maestá de Siena
             1317 Dante escribe el De Monarchia.
                 1318 Fundación de la universidad de Treviso.
             1321 Muere Dante.
             1324 Escritos de Dino Compagni, cronista florentino.
             1325 El músico Francisco Landino desarrolla el acompañamiento instrumental en las canciones profanas.
             1334 Construcción del "campanile" de Florencia.
             1337 Muerte de Giotto.
             1341 Coronación de Petrarca.
             1342 De contemptu mundi, de
            Petrarca. Frescos de Lorenzetti en San Francisco de
            Asís.
   1343 Nace Andrea d’Orcagna.
             1349 Fundación de la universidad de
            Florencia.
             1353 El Decameron, de Boccaccio.
             1357 Los Triunfos,
            de Petrarca.
             1360 Boccaccio escribe una vida de Dante.
             1361 Final del coro y transepto de Santa Maria la Gloriosa de Venecia.
             1366 Rerum vulgarium fragmenta, poesía de Petrarca en italiano.
             1373 Florencia crea una cátedra de interpretacion de Dante, cuyo primer titular es Boccaccio.
             1374 Muere Petrarca.
             1375 Muere Boccaccio.
             1377 Nace Brunelleschi.
             1386 Nace Donatello.
             1387 Se empieza la construcción de la
            catedral de Milán.
             1388 Construcción de San Pedro de Bolonia.
             1391 Fundación de la universidad de Ferrara.
             1403 Ghiberti empieza los bajos relieves del baptisterio de Pisa.
             
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| Díptico de la Anunciacion (Simone Martini)La humanización de los rasgos de las pinturas religiosas fue una de las características del humanismo
 
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| Triunfo de Venus. fresco de Francisco del Cossa
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COLA DI RIENZO


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