Cristo Raul.org

BIBLIOTECA DE HISTORIA DEL CRISTIANISMO Y DE LA IGLESIA

 

 

HISTORIA DE LA IGLESIA EN MEXICO

POR EL

P. MARIANO CUEVAS

TOMO I

LIBRO PRELIMINAR

ESTADO DEL PAIS DE ANAHUAC ANTES DE SU EVANGELIZACION

 

CAPITULO PRIMERO

LAS RAZAS Y LENGUAS DEL ANAHUAC

División Política de Anáhuac.—El Imperio Azteca.—Había diez Estados Autónomos.—Dificultades generales por el Número de Lenguas.—Atenuantes.—Extensión, estructura y características de las principales lenguas indígenas.—El gran éxito lingüístico de los frailes españoles.

 

PARA apreciar debidamente el mérito de la espiritual conquista y fundación de la Santa Iglesia en el país de Anahuac, llamado después Nueva España y hoy República Mexicana, creemos indispensable describir, siquiera sea a grandes rasgos, y bien conocidos de nuestros eruditos el terreno todo él fango y maleza, donde se levantó tan firme y tan sublime este grandioso templo.

Empezaremos por dar a conocer las diversas razas que en el primer tercio del siglo XVI poblaban la mitad sur del Anahuac o sea la parte evangelizada en el período que en este volumen historiamos.

No pretendemos hacer una descripción completa bajo todos los puntos de vista, pues sólo nos concretaremos a los relacionados con nuestro fin.

Políticamente hablando, fueron, no una sino once las principales conquistas llevadas a cabo en el período y territorio que abarcamos, porque once eran en 1521 las naciones autónomas con límites bastante definidos, con historias, si no con orígenes diferentes, con leyes y señores propios, fuera de muchos cacicazgos también independientes, en los territorios de Jalisco y Chiapas y además de las tribus nómadas del Norte, conocidas entonces de hecho con el nombre vago y confuso de Chichimecas.

De todos estos estados, el más extenso, floreciente y poderoso era el Imperio mexicano, que se comprendía entre los grados 15 y 20 de latitud Norte, confinando por este rumbo con los mencionados Chichimecas bárbaros. Lindaba al Oeste con el Reino de Tlacopan y el de Michoacán y venía a terminar en la desembocadura del río Zocatollan o Zacatula.

Al Suroeste y Sur le pertenecían las costas del Pacífico hasta la Provincia de Xonoshco (Soconusco) cerca del 7o. longitud Este. Al Noroeste y Este le correspondían las playas del Golfo desde una fracción de la Huaxtecapan, en el hoy estado de Tamaulipas, hasta la desembocadura del Coatzacoalcos. Este río y el Soconusco le separaban de las tierras de Teochapan, hoy Chiapas.

Disfrutaban de verdadera autonomía, además, y a pesar del Imperio Azteca, los reinos de Michoacán, Mixteca y Zapoteca, así como la península Maya, aunque ésta, en tiempos de la conquista, muy dividida entre varios señores. De autonomía tolerada y muy precaria gozaban los reinos de Tlacopan, Acolhuacán, Cholula, Huexotzingo, el señorío de Meztitlán y la república de Tlaxcallán.

Respecto al número de habitantes del Anahuac, nada cierto podemos decir cuando leemos en carta de los sesudos y diligentes Oidores de la segunda Audiencia lo siguiente: “Por lo que se platicó con los Prelados y Religiosos verá Vuestra Majestad cómo todos somos del parecer que no se puede averiguar ni saber los pueblos, casas, ni número de los naturales que hay por ser muchos y vivir apartados, y en una casa hay ocho y diez y más porque se encubren, y porque hacen y deshacen sus casas con poco trabajo y viven en lugares y partes tan apartadas y escondidas que no se saben ni alcanzan”.

No hay por qué detenerse mucho en divisiones políticas; nada o poco influyeron en la colonización y evangelización del país. Una vez terminada la conquista, linderos, tronos y alta administración, desaparecieron en la vida práctica. De las antiguas leyes indígenas, sólo las relativas a los tributos se tuvieron alguna vez en cuenta por los conquistadores de lo temporal.

Lo más importante para nosotros, es la división etnológica del país porque ella envuelve la variedad y distinción de lenguas en él habladas; variedad que por sí sola constituyó un inmenso, imponderable elemento de obstrucción, especialmente para los trabajos apostólicos.

 

Mapa del imperio mexicano y señoríos tributarios, con los reinos de Acolhuacán y de Michuucán

    

Decimos que especialmente, para los trabajos apostólicos, porque para la colonización temporal, que se redujo a cobrar tributos, mandar tropas, explotar el suelo y las fuerzas vivas y sostener el comercio necesario, bastaban, y de hecho bastaron, unos cuantos centenares de palabras, una espada y a lo más un intérprete que en casos serios, solía ser un fraile.

Mas el misionero, por razón e índole de su Ministerio, tenía que insinuarse y ganar el corazón de sus neófitos; tenía que expresarse en manera que le comprendiesen con exactitud y evitando errores que le desautorizasen. Las verdades que tenía que desarrollar eran de orden espiritual, para el cual los vocabularios indígenas resultaban pobrísimos o ineptos del todo, y estas verdades tenían que entenderlas los indios, no de una manera vaga, sino tan precisa y clara como lo exigen la recepción de los sacramentos y la inteligencia de los misterios de nuestra santa Fe.

En todo el territorio que actualmente constituye la República Mexicana, se hablaban en el siglo XVI, además de sesenta y tres idiomas, perdidos hoy, de los cuales no conocemos más que los nombres, otros cincuenta y uno bien clasificados, que generalmente se distribuyen en once familias. Los varios dialectos de estas cincuenta y una lenguas, pasan de setenta. Con todos ellos tuvo que lidiar la Iglesia, según se fue desarrollando en el tiempo y en el espacio.

Ciñéndonos a nuestros límites cronológicos y geográficos, podemos afirmar que los misioneros encontraron idiomas vivos: el culhua, azteca o mexicano, que era el más extendido de todos con su afín el nahuatl y cinco dialectos; el otomí con multitud de dialectos, el huaxteco con dos, el totonaco con cuatro, el maya con cinco dialectos; el chontal, quiché, ztendal, zozil, chal, y mame, el mixteco con nueve dialectos, el tlapaneco o topí, el amusgo, el zapoteco, el cuicateco, el matlazinga o piringa con varios dialectos, el ocuilteca, el tarasco, el zoque y el chapaneco. Es decir, que eran veintidós los diferentes idiomas hoy conocidos y clasificados, que se hablaban entonces en la mitad Sur de México y sus dialectos eran cerca de cincuenta. Esto además de los sesenta y tres idiomas hoy perdidos, treinta y ocho de los cuales se hablaban en esta mitad de territorio y en aquel tiempo.

Eran los tales dialectos, a veces, otras lenguas diferentes de la lengua madre. Las clasificadas por los filólogos como lenguas diferentes, lo son tanto entre sí, siendo de una misma familia, cuanto lo son el inglés y el francés, y cuando pertenecían a diferentes familias, eran tan diversas como el ruso del latín.

Con excepción del zoque y del chapaneco, que no están agregados a familia especial, las otras veinte lenguas por ser de índole en alguna manera semejante, se distribuyeron en seis familias, a saber: la mexicana, la otomí, la mixteco-maya-quiché, la mixteca-zapoteca, la matlacinga y la tarasca.

No todas estas lenguas tuvieron igual carácter de dificultad para nuestra Iglesia docente. Encerradas algunas en comarcas muy pequeñas, requerían solamente que unos cuantos sacerdotes se dedicasen a ellas, como de hecho lo hicieron, con tanto más mérito cuanto menos eran los fieles entre quienes podían aprovecharlas. Sometidas otras regiones al yugo de vecinos más poderosos, acabaron sus habitantes por conocer suficientemente la lengua de sus amos.

Hay que notar sobre todo que en muy buena parte del territorio, el mexicano era lengua intermedia muy extendida. “Esta lengua mexicana, (dice el secretario de Ponce, después de visitar todo el país), corre por toda la Nueva España, que el que la sabe puede irse desde los zacatecas y desde mucho más adelante hasta el cabo de Nicaragua, que son más de seiscientas leguas y en todas ellas hallar quien le entienda, porque no hay pueblo ninguno, al menos en el camino real y pasajero, donde no haya indio mexicano o quien sepa aquella lengua, que por cierto es cosa grande”.

A pesar de estos atenuantes, que hay que asentar para no abultar glorias sin derecho, quedó siempre en pie, por lo menos durante el siglo XVI, la necesidad urgente e implacable de tener un grandísimo número de sacerdotes que supiesen una o dos de las once lenguas correspondientes a las once razas que poblaban el país.

Detengámonos un poco tratando de las principales lenguas, ya que tan poco se sabe de las restantes. Al hacerlo no pretendemos, ni podríamos presentar un análisis filológico de ellas, sino solamente reseñas suficientes, insistiendo en aquellas particularidades que constituyen especial dificultad en el aprendizaje.

Ya suponemos que este capítulo se hará pesado a algunos de nuestros lectores, mas por esta misma pesadez podremos apreciar el mérito de los que no sólo oyeron hablar de estas lenguas, sino que las aprendieron tan a fondo y con tan pocos medios.

El idioma azteca o mexicano, se habla como lengua propia en la zona de grado y medio de ancho en promedio, que, en línea quebrada, parte de Tabasco, toca en Perote, Acapulco, Colima y Río de Santiago, subiendo al Noroeste hasta Sonora, e internándose desde el centro hacia el Noroeste, hasta el Sur de la Huaxteca. Por la región del Sur hablábase en una faja de grado y medio cuasi paralela a la línea Tapachula, Tonalá, Tabasco.

Es el azteca lengua elegante y rica de vocablos. El Dr. Francisco Hernández en su catálogo botánico y zoológico que hizo por orden de Felipe II, asentó los nombres de 1.200 plantas, 200 aves y otros muchísimos animales, todos con nombre diferente.

Comparativamente hablando, el mexicano ofrece facilidad para expresar conceptos espirituales y los nombres de las cosas están puestas en ella muy racionalmente, de suerte que definen la esencia de ellas.

La riqueza de la lengua se aumenta, como la del griego, por la facilidad que hay para componer entre sí las palabras, aunque ello envuelve la dificultad que ofrecen sus infinitos metaplasmos, que por otra parte no obedecen a reglas constantes.

Mayor dificultad se origina de la variedad de desinencias para formar el plural de los nombres, y mayor aún del uso de los numerales, como quiera que deben terminar de diferente manera, según los substantivos a que se aplican; así de una manera se cuentan gallinas, de otra los escalones y de otra las paredes. Pero la peor dificultad, por ser invencible para cuantos no mamaron esa lengua, está más que en otras, en la pronunciación, conglutinante por excelencia.

El mexicano ofrece como cosa ordinaria, palabras de tantas sílabas que, (lo verá el lector por sí mismo) se nos atraviesan en la lectura como verdaderos peligros prosódicos. Tiene además este idioma acentos tónicos muy esenciales, habiendo sílabas breves, largas, entrelargas, de salto y de saltillo. “La pronunciación del saltillo, dice el gramático Aldama, no te la podré explicar, mas la entenderás, haciendo que un indio te pronuncie la voz patli. Lo mismo te aconsejo de la pronunciación del salto; mas por decir algo, digo que se pronuncia esforzando algo la voz en la sílaba que tiene dicho acento”.

Tienen los mexicanos, además de nuestras vocales una u oscura, y como consonantes pronunciadas de un golpe, la tz que es ni más ni menos que la z vizcaína y la ti; combinaciones ambas que nunca llegan a dominar los castellanos. Faltan en el alfabeto mexicano letras tan generales como la b, c, d, f, g, j, r, s, y hago notar esto, porque otro trabajo que se tomaron los frailes fué el de enseñar a los indios el castellano, en el que tanto juegan dichas letras.

El mexicano estuvo a punto de quedar como lengua oficial de la Nueva España a pesar de las Reales cédulas “Sobre que los Indios deprendan la lengua de Castilla”. Oigamos lo que a este propósito escribía Carlos V, Fr. Rodrigo de la Cruz: “Jamás la sabrán sino fuere cual o cual (palabra) mal sabida, porque vemos que un portugués (que casi la lengua de Castilla y de Portugal es toda una) está en Castilla 30 años y nunca la sabe. Pues cómo la han de saber éstos que su lengua es tan peregrina a la nuestra y tienen maneras de hablar exquisitas? A mí me parece que V. M. debe mandar que todos deprendan la lengua mexicana, porque ya no hay pueblo que haya muchos indios que no la sepan y la deprendan sin ningún trabajo, sino de uso y muy muchos se confiesan en ella. Es lengua elegantísima, tanto como cuantas hay en el mundo y hay arte hecha y vocabulario y muchas cosas de la Sagrada Escritura vueltas en ella y muchos sermonarios y hay frailes muy grandes lenguas. Y como Nuestro Señor (en) otros tiempos daba súbito el entendimiento de las lenguas, así ha sido acá, (aunque no tanto) que muchos frailes han predicado después de cinco años que están en la tierra y otros hace menos”.

Más rara nos parece la solución dada por los Obispos. “Habiendo platicado los obispos cerca desta materia (escribe Zumárraga a Juan de Sámano venimos en esta sentencia, que no se podía hallar al presente otro medio mejor que enseñar a éstos, lengua latina, en que nos pudiésemos entender, pues nosotros, especialmente yo en mi vejez no puedo aprender la suya”.

El idioma otomí u otomite, cuyo verdadero nombre es Hiahiu es uno de los más antiguos en el Anahuac. La provincia otomí, sujeta en su máxima parte al imperio mexicano, comenzaba al Norte del valle de México y se extendía 90 millas en esta misma dirección. Comprendía todo el hoy estado de Querétaro y parte de los de Michoacán, Guanajuato, México, Puebla, Veracruz y Tlaxcala.

Es sin disputa, y en todos sentidos, la lengua más difícil de las habladas en México, para probar lo cual basta fijarse en algunos datos. Su alfabeto tiene 34 letras, de las cuales 13 son vocales, contándose entre éstas una e de especial gangosidad, que los gramáticos antiguos llamaron ovejuna.

Es lengua casi exclusivamente monosilábica, siendo de notar que cuantas sílabas hay en ella, son otras tantas pala­bras dentro o fuera de composición; dificultad que se acrecienta, sobremanera por la abundantísima copia que tiene de homónimos.

Las categorías gramaticales o partes de la oración se hallan tan poco determinadas en otomí, que una misma palabra puede ser substantivo, adjetivo, verbo o adverbio. No tienen más verbos que los activos y aún éstos carecen de subjuntivo, que se suple con circunloquios. Lo más estupendo es que carece también del verbo substantivo, el cual se sustituye con el nombre usado como verbo.

Es como se ve, una lengua salvaje en grado sumo y por lo tanto, no es maravilla que sea casi imposible expresar en ella ideas metafísicas ni espirituales.

No se ha podido reducir a cifra el número de sus dialectos, contentándose los filólogos con decirnos que son muchísimos. Esta era la lengua principalmente usada por los Indios nómadas que impropiamente llamaron chichimecas en el siglo XVI; pero sépase, que raza y lengua chichimecas habían ya para entonces desaparecido.

El mal llamado tarasco, que en buena razón debiera llamarse michuaca, se habla en el Estado de Michoacán y en algunos puntos colindantes. Es lengua muy elegante y armoniosa, reparte muy bien sus sílabas y usa mucho de la onomatopeya. Tiene los mismos acentos que el castellano y verdadera declinación por desinencias. La inflexión del verbo, sigue reglas muy fijas. Rara vez expresa los géneros. Sus partículas modificativas, más que proposiciones, deberían llamarse interjecciones, pues con raras excepciones van dentro de la palabra modificada.

La lengua maya se habla en todo el estado de Yucatán, Isla del Carmen, Pueblo de Montecristo en Tabasco, y del Palenque en Chiapas. Con tal tenacidad han conservado los indios ese idioma, que hasta hoy no hablan otro, de modo que los blancos se han visto obligados a aprender ese idioma para darse a entender.

Las letras de que carece el idioma yucateco son las siguientes: d, f, g, j, r, y s.

Se componen las palabras unas con otras o con partículas; pero la composición es de menos uso respecto a otras lenguas de México.

Es rico el idioma, de lo que nos da testimonio el P. Buenaventura cuando dice en la dedicatoria de su Gramática: “Es tan fecundo, que casi no padece equivocación en sus voces, propiamente pronunciadas; tan profuso, que no mendiga de otro alguno las propiedades; tan propio, que aun sus voces explican la naturaleza y propiedades de los objetos, que parece fué el más semejante al que en los labios de nuestro primer padre dió a cada cosa su esencial y nativo nombre”.

No hay signos para marcar el número, pero puede distinguirse el plural por medio del pronombre; uinic ob, hombres: ob significa aquellos.

El nombre no tiene declinación para expresar el caso, conociéndose éste por la posición de las palabras, el contexto del discurso y las preposiciones.

La terminación il, agregada a sustantivos y adjetivos, sirve para modificar abstractos: uinic, hombre, uinicil, humanidad. Se forman los comparativos anteponiendo a los nombres los posesivos u, i, y posponiéndoles una vocal igual a la en que terminan y una l.

Las personas del verbo se marcan por medio de los pronombres personales y posesivos; los tiempos y modos, con partículas y terminaciones.

Agregando al nombre, pronombre y otras partes de la oración, la terminación hal o hil, se forma un verbo que, según la gramática, significa “convertirse” en lo que la dicción significare.

El zapoteco se habla en una parte del Estado de Oaxaca.

Dificultad y muy notable ofrece esta lengua, por la obscuridad de sus vocales o mejor dicho, por tener vocales intermedias, entre las de sonido neto, equivalentes a las nuestras. El acento, la protracción y la aspiración, siempre en juego, son por otra parte esenciales en la significación de sus vocablos. Es lengua de precisión. Los numerales no sólo varían según el substantivo a que se aplican, sino también según el tiempo verbal que impera en la frase. No hay nombres colectivos y sólo se expresan por circunloquios. Los diminutivos se forman con los adverbios de cantidad. Es notable en este idioma, la conglomeración, que suele hacerse con frecuencia, de varios verbos en una sola palabra, que envuelve las ideas de todos ellos; conglomeración muy difícil de hacerse, como quiera que los componentes se toman en diversos tiempos, según reglas poco fijas.

El mixteco corriente, es propio también del dicho Estado y comarcas vecinas. Es un idioma esencialmente reverencial. Todo cambia según que el sujeto con quien o de quien se habla, sea de mayor o menor dignidad. Los casos se distinguen por partículas. El plural y singular no se distinguen de palabra, y no acabamos de comprender, cómo se arreglan para expresarlos. Los tiempos se distinguen por partículas antepuestas y las personas por sus respectivos pronombres. La voz pasiva requiere verbo diferente en todo, del usado en activa. El verbo sustantivo se suple con la pasiva del verbo kvivi (hacer). Muchos verbos cambian de significado, según el tiempo en que se les usa. En su prosodia, carecen de nuestras consonantes b, f y l y tienen en cambio las durísimas combinaciones kg, gs, dz, tn, y kh, ésta última con un sonido nasal sui géneris.

Tiene el mixteco una lengua hermana llamada amusgo, sobre la cual oímos exclamar a un pobre fraile doctrinero... “tantas lenguas: unas narigales, otras guturales, otras con carencia de vocablos como la lengua musga, que con solo vocablos que no llegan a ciento, se ha de pronunciar, según la variación de acentos y prolaciones, cuanto se necesita para la comunicación con los indios”.

En el Norte del hoy Estado de Veracruz, y en parte del de San Luis, al Noroeste, se habla el huaxteco, cuexteco o toveiome.

Carece el huaxteco de nuestras letras f, r, s, y tiene en cambio el sonido dental tz. Las dificultades en el aprendizaje de esta lengua, se derivan de su riqueza en sinónimos, de la conglutinación de voces y sobre todo, de la obscuridad con que la pronuncian sus naturales. “Las palabras en boca de unos, dice el lingüista Tapia Centeno, parecen muy diferentes de lo que son en otra boca. No tienen variedad de terminaciones para distinguir los sexos, carecen de reglas fijas para formar los casos y de inflexiones peculiares para los grados comparativo y superlativo. Es muy de notarse en el huaxteco, el uso de la terminación talab que de cualquier nombre concreto forma la expresión del abstracto correspondiente”.

El totonaco, se extendía por el Norte del Estado de Puebla y en la parte central del de Veracruz. Abundan en este idioma las partículas, carece de declinación y de terminaciones genéricas, los numerales cambian según el nombre a que se aplican. Hácense composiciones de palabras con mucha frecuencia. Tiene su alfabeto la tz de los vizcaínos y un sonido silbante que los gramáticos representan gráficamente con las letras unidas Ih. Carecen de nuestras consonantes b, c, d, f, j, r, s.

Sólo en el pueblo de Charo (Estado de Michoacán) se habla hoy la lengua matlacinga o piringa, pero en la antigüedad tenía mucha importancia por ser la de una de las tribus más belicosas del centro del Anáhuac y extenderse como ésta por el extenso valle de Toluca.

La riqueza de esta lengua es su mayor dificultad, porque es riqueza obligatoria. Oigamos a Basalenque: “Tiene varias significaciones de verbos, que lo que aquí hablamos con un solo verbo, tañer verbigracia, que sirve para campana, órgano, trompeta, etc., ellos para cada uno tienen distintos verbos... decimos pon esa espada, pon esa alfombra, pon ese jarro, pon esa silla, etc. En esta lengua para estas cuatro cosas tienen varios verbos, según la cosa puesta sea ancha, redonda, hueca, etc.” Tienen como los griegos número dual, que exige especiales terminaciones en los verbos, cuando en él se conjugan sus tiempos.

No tenemos datos para hablar sobre otras lenguas del país de Anáhuac, ni nos empeñamos mucho en buscarlos, porque para nuestro propósito basta conocer estos principales. Si los párrafos anteriores resultan duros de leer, barrúntese la dosis de paciencia, hija sólo de la Gracia, que debieron tener, los centenares de religiosos que las aprendieron a fondo y con sus modismos y matices, necesarios para vivir con los indios vida íntima y de familia.

Admiramos, no sólo en el terreno religioso, sino en el sociológico, a los frailes del siglo XVI que, a sus años y sin precedentes, sin diccionarios, sin escritura fonética en la mayor parte de los casos, sin intérprete casi siempre, se lanzaron tan de lleno a roturar por vez primera terrenos tan arduos y tan ingratos como son los de las lenguas indígenas.

El éxito fué completo y sorprendente. En medio siglo, ya había diccionarios acabadísimos en todas las lenguas, de que especialmente hemos hablado. Acomodando, como Dios les dió a entender, lenguas tan raras al “Arte de Nebrija”, metodizaron sus trabajos, perpetuaron su enseñanza, y desde entonces se hicieron hombres iprescindibles y bases lingüísticas, de cuantos después de ellos han querido escribir sobre nuestros viejos idiomas.

Hombres tan laboriosos y observadores como Fr. Andrés de Olmos, autor de las primeras gramáticas y primer Diccionario Totonaca, y de otra gramática y otro diccionario nahuatl, y de otra gramática y otro tercer diccionario huaxteco, Fr. Antonio de los Reyes, autor de la gramática mixteca, Fr. Alonso de Molina, autor fecundísimo y príncipe, hasta hoy, de los mexicanistas, Fr. Pedro de Feria, que compuso un diccionario, confesionario y doctrina en zapoteca, Fr. Miguel de Guevara, primer autor en la lengua piringa, Fr. Juan Bautista de las Lagunas, autor del Arte y Diccionario tarasco y otros muchos, cuyas obras se dan a conocer en nuestras Bibliografías, forman un grupo de sabios de que siempre deben gloriarse la Iglesia Católica y España, que si bien no compite en riqueza de formas con su vecina, no le cede eN la de las palabras, pues no es ni muda ni limitada en medio de su rusticidad; la tarasca ni ha sido menos fecunda en escritos que la othomí, ni está menos contenta de los suyos que la mexicana: la yucateca, entre muchos escritores que posee, nos enseña a Dioscórides a esa lengua traducida, y a Fleury hablando en la lengua maya, siendo su intérprete el Rev. P. Fray Juan Ruz ; y no hay una sola lengua de cuantas se hablan en el territorio que se denominó Nueva España, que no cuente con su gramática, su diccionario, más o menos extenso, y su catecismo, si bien no de todas se hayan publicado por la imprenta”.

 

 

CAPITULO II

Hay pocas fuentes seguras en esta materia.— Carácter DE NUESTRAS PRINCIPALES RAZAS, SEGUN LOS MISIONEROS.— PARECERES ENCONTRADOS EN ESTA MATERIA .— OPINIONES DE UN CRIOLLO Y UN ESPAÑOL.— TESTIMONIOS DEL VIRREY MENDOZA Y del Obispo ZumArraga.— Los Caballeros Tecles.— Apreciaciones SOBRE LAS DISPOSICIONES INTELECTUALES DE LOS INDIOS.— CULTURA indígena.— Ideas y Códigos de derecho.— LOS Mercados Aztecas.— Establecimientos de Educación.— La embriaguez ENTRE LOS INDIGENAS PRECORTESIANOS.

 

PASEMOS ya a describir los otros distintivos de las diversas razas que poblaban el país de Anáhuac al tiempo de la conquista.

No puede darse una descripción del carácter de todas las razas que habitaban el país. No existe de muchas de ellas. De las principales, y son aquellas cuyas lenguas hemos examinado, existen aunque diseminadas en las varias crónicas de los frailes que se ocuparon de los diferentes países.

Fr. Bernardino de Sahagún, en su capítulo “sobre las diversas generaciones que poblaron la tierra” si bien mezclando toda clase de datos descriptivos, es quien nos proporciona más elementos utilizables”. Los Nahoas, dice, (entendiendo por tales a los Acolhuaques, Chalcas, Huexocingas y Tlaxcaltecas) no eran inhábiles, porque tenían su república con su señor y cacique y principales que lo regían y procuraban engrandecer y aumentar su república. Tenían su manera de regocijo de cantar y bailar con que regocijaban su república, y toda la gente tenía bien de comer y de beber”... eran prósperos y ricos, eran habilísimos artistas, y de grandes trazas porque eran oficiales de pluma, pintores, plateros, doradores, lapidarios, muy primos (léase muy hábiles) en desbastar y pulir piedras preciosas, pláticos y elegantes en su hablar, curiosos en su comer y en su traje.

“Los Tarascos tenían su vestido de pellejo de gato montés o de tigre o de león o de venado, traían plumaje redondo a manera de aventadorico de pluma encarnada, metida en la guirnalda que traían en la cabeza, hecha de pellejo de ardilla. Sus casas eran anchas, los hombres, lindos y primos oficiales, carpinteros, entalladores, pintores, lapidarios; sus mujeres lindas tejedoras, buenas trabajadoras y labranderas de mantas galanas”.

“Los totonacos tienen la cara larga y las cabezas chatas... viven en policía porque traen ropas buenas los hombres y maxtles y andaban calzados y traen joyas y sartales al cuello y se ponen plumajes y traen aventaderos y se ponen otros dijes, andan ropados curiosamente, míranse en espejos y las mujeres se ponen enaguas pintadas, galanas camisas ni más ni menos. Son pulidas y curiosas en todo, y solían traer las enaguas ametaladas de colores... Todos, hombres y mujeres, son de buenos rostros, bien dispuestos y de buenas facciones”.

De los huaxtecos añade el mismo Sahagún: “La manera de su traje y la disposición de su cuerpo, es que son de la frente ancha y las cabezas chatas, los cabellos traíanlos teñidos de diferentes colores, tenían los dientes agujereados y agudos que los aguzan aposta. Las mujeres se galanean mucho y pénense bien sus trajes”.

De los otomíes, refiriéndose por lo visto a los pocos que vivían cerca de México, dice: “Los otomíes en parte eran incultos y montaraces y en parte tenían alguna policía, vivían en poblado y tenían su república. Los hombres traían mantas y maxtles y las mujeres enaguas y tenían sementeras y trajes y tenían buena comida. De su condición son torpes e inhábiles. Aunque recios y trabajadores en labranzas, andaban hechos holgazanes. Al tiempo de la cosecha no cogían sino muy poco... hacían muchos tamales colorados y estando hechos, hacían banquetes y decían unos a otros: gástese todo nuestro maíz que luego daremos tras las yerbas y raíces. Decían que sus antepasados habían dicho que este mundo era así, que unas veces lo había de sobra y otras faltaba lo necesario.

“Los mixtecas dicen que descienden de los Toltecas. Son poderosos, porque sus tierras son muy ricas y fértiles. Sus trajes de ellos son de diversas maneras, mantas, jatelillas o maxtles. Sus mujeres son grandes tejedoras y muy pulidas en hacer labores en tela. Traían joyales de oro y piedras al cuello. En la mixteca están los magníficos palacios de Mitla, que ciertamente son edificios muy de ver”.

De los matlacingas, dice el observador franciscano: “Los matlacingas o tolucas, como en su tierra de ellos que es el valle de Matlacinco hace grandísimo frío, suelen ser recios y para mucho trabajo. Eran muy atrevidos, y determinados. Su ídolo de estos tolucas era llamado Coltzin. Cuando hacían sacrificios de alguna persona, la estrujaban retorciéndole con cordeles puesto a manera de red y dentro de ellos le oprimían tanto que por las rayas de la red salían los huesos de los brazos y pies derramaban la sangre delante del ídolo”.

De los tlapanecas nos dice: “A estos tales en general llaman temines que quiere decir gente bárbara y son muy inhábiles, incapaces y toscos y eran peores que los otomíes y vivían en tierras estériles y pobres con grandes necesidades y en tierras fragosas y ásperas, pero conocen las piedas ricas y sus virtudes”. Por lo visto ha mejorado esa raza.

No habla Sahagún de los yucatecos, pero de otros muchos abundan descripciones sobre ellos, siendo una de las más juiciosas las de el Secretario de Fr. Alonso Ponce, que dice: “Los indios de aquellas provincias, comunmente van bien trajeados y dispuestos. Son de color moreno, así ellos como ellas, todos muy bien vestidos al uso de los mexicanos, aunque más aseados de ordinario, por tener como tienen mucho algodón, de que hacen vestidos a su modo.

“Son alabados de tres cosas entre todos los demás de la Nueva España; la una de que en su antigüedad tenían caracteres y leyes con que describen su historia y las ceremonias y orden de los sacrificios de sus ídolos y sus calendarios en libros hechos de corteza de cierto árbol, los cuales eran unas tiras muy largas de cuarta o tercia en ancho, que se doblaban y recogían y venían a quedar a manera de un libro encuadernado en cuartilla poco más o menos. Estos libros y carácteres no los entendían sino los sacerdotes de los ídolos (en aquella lengua se llamaban Ahkines) y algún muy principal. Después las entendieron y supieron leer algunos frailes y aún las escribían y porque en estos libros iban mezclados muchas cosas de idolatría, los quemaron casi todos, y así se perdió la noticia de muchas antiguallas dé aquella tierra, que por ellos se pudiera saber. La segunda excelencia es que no comían carne humana, lo cual era muy corriente en la de México y en otras muchas provincias, y aún el día de hoy lo hacen en alguna. La teRcera es que nunca se les halló ni supongo lo hubiese entre ellos, el vicio abominable”.

Estas descripciones no nos dan aún idea completa de las condiciones morales de los indios. Lo que de ellos nos importa saber eñ la época precortesiana es su estado de preparación para recibir el Evangelio, o en otros términos, qué elementos de carácter y qué rasgos de cultura dominaban en nuestras razas, psicológicamente consideradas.

Con respecto a la primera parte de la cuestión encontramos datos en todo contradictorios, amplificados con toda persuasión por sus respectivos autores, entendiendo aquí como tales a los que, testigos muy cercanos de la civilización antigua, pueden servirnos como fuentes. Los modernos, si quieren hablar históricamente sobre este asunto y sobre otros muchos, no hacen más que dar vueltas a los antiguos cronicones de los frailes primitivos, sin cuya luz andaba en las tinieblas y en la contradicción.

La razón de la divergencia de pareceres acerca del carácter, pasiones, moralidad e ingenio de los indios, es muy obvia y natural. Los que con entrañas de caridad los buscaron y defendieron, fueron correspondidos con cariño sin límites y a éstos les parecieron en general los indios como a las madres sus hijos; buenos, aptos, casi ideales. Los que se hubieron mal con ellos, tenían que formar concepto muy diferente, de las cualidades de nuestros indígenas.

Suárez de Peralta, mexicano, que recogió al fin de la época que historiamos cuanto su círculo formado de pesimistas pensaba sobre los indios, nos dice: “En cuanto toca a las costumbres de los indios, ellas son perversas, que todo lo que trae San Pablo en el primer capítulo de la primera epístola ad Romanos de los idólatras, se verifica y se halla o se ha hallado en éstos; como es el pecado contra natura, los engaños, odios y disenciones, no obedecer a sus padres y sobre todo comer carne humana. Y los engaños entre ellos no se estiman como cosa mala o ilícita, sino por astucia y saber y el que no lo sabe obrar, dicen que no es buen mercader y que no será rico, y el engañar en todas sus contrataciones, lo hacen públicamente. En la grana, que es la cochinilla, la sofistican, vaciándola y aprovechándose de la sustancia y mezclándola con arena margajita y unos frijolitos chicos negros, que son a manera de habas. Y preguntándoseles por qué hacen aquello,responden que porque no se huya la cochinilla que es cosa viva, y así en todos sus ritos y cirimonias, de ninguno usan hoy tanto como del engañar y el bailar a su modo y el beber y emborracharse...” Hasta aquí el historiador criollo.

Si preguntamos a los frailes sobre el carácter de los indios, por la mayor parte de ellos, nos respondería Mendieta, español:

“Puédese afirmar por verdad infalible que en el mundo no se ha descubierto generación de gente más dispuesta y aparejada para salvar sus ánimos que los indios de esta Nueva España. De los del Perú y otros no hablo porque no los he visto... y porque esta verdad aparezca más clara diré las condiciones y cualidades naturales que en ellos conocemos muy favorables para hacer la vida cristiana y para agradar a Dios”.

“La primera condición de los indios es ser pacíficos y mansos. Verdad es que algunos mozuelos suelen llegar a las manos, pero éstos son criados por españoles y salen de su natural, y los grandes no riñen sino cuando están borrachos, mas entonces no son ellos los que obran sino el vino.

“La segunda condición de los indios es la simplicidad. ¿Qué mayor simplicidad que cuando al principio llegaron los españoles, pensar que eran dioses aunque los veían con armas ofensivas y dañosas y pensar que el caballo y el caballero eran una misma cosa, y que los frailes no eran como los demás hombres seglares, sino que por sí se nacían? ¿Qué mayor sinceridad que dejarse engañar a cada paso, comprando gato por liebre? Y esto es una de las ocasiones por donde corren peligro las almas de los españoles en Indias, porque muchos no hacen conciencia de engañar a los indios.

“La tercera condición o calidad es pobreza, que si mi padre San Francisco viviera hoy en el mundo se avergonzara y confundiera confesando que ya no era su hermana la pobreza. De su humildad hartos ejemplos se pueden colegir. De su obediencia no tiene que ver con la suya la de cuantos novicios hay en todas las religiones. No saben decir que nó a cuanto se les manda, sino que a todo responden onayú que quiere decir: hágase así.

“La paciencia de los indios es increíble, vemos que sufren a un gran número de mandones sin saberse quejar ni chistar”. Hasta aquí Mendieta.

Estos dos testimonios acerca del natural de los indios y las escuelas que representan son, como puede observarse, muy apasionadas. Más que a los indios, nos dan a conocer a los bandos opuestos de los colonizadores y en este sentido no ha sido inútil el estamparlos aquí. Además, éstas y casi todas las descripciones análogas adolecen de policronismo, de suerte que sólo con dificultad nos dejan ver la disposición puramente natural que hubo en ellos en la época inmediatamente anterior a la conquista.

Para juzgar a los indios hay que prepararse con el criterio que tras larga experiencia llegó a formarse el sesudo y reposado Virrey D. Antonio de Mendoza y que legó a su sucesor en las siguientes frases: “Algunos dirán a Vuestra Señoría que los indios son simples y humildes, que no reina malicia ni soberbia en ellos, y que no tienen codicia; otros al contrario, y que están muy ricos y que son vagabundos e que no quieren sembrar. No crea a los unos ni a los otros, sino trátese con ellos como con cualquiera otra nación, sin hacer reglas especiales, porque pocos hay que en estas partes se muevan sin algún interés, ya sea de bienes temporales o espirituales o pasión o ambición, ora sea vicio o virtud. Pocas veces he visto tratarse las materias con libertad evangélica; e dénde, nacen muchas murmuraciones e proposiciones, que si se entendiesen en particular, no serían causa de tantos desasosiegos como algunas veces se siguen”.

El juicio más de acuerdo con este criterio fué el formulado por Zumárraga y la plana mayor de sus frailes, y dice así: “Es el indio gente mansa; hace más por temor que por virtud; es me­nester que sea amparada, mas no sublimada; es menester que los españoles sean constreñidos a que los traten bien, mas de tal manera que no pierdan la reverencia y temor a los dichos; son trabajadores si tienen quien los mande; bien granjeros si han de gozar de su trabajo; son tan hábiles para los oficios, que de solo verlos los aprenden; más son vistos hurtarlos en verlos, que aprenderlos ; aplícanse a ganados, y por otra parte es gente descuidada. Los mayores son servidos en gran manera, reverencia y temor; mienten razonablemente, pero poco con quien bien los trata, o no tanto. Estos males tienen con otros bienes, que es gente que viene bien a nuestra fe. Confiésanse mucho bien, así que no tienen necesidad de preguntas. Por la mayor parte son viciosos en se emborrachar y tienen gran necesidad de se les impedir, como ya quieren hacer los Oidores con su buen celo que tienen a la honra de Dios, y esto es gran parte para su salvación y policía”. Hasta aquí Zumárraga.

Pasemos de los papeles viejos al libro vivo del carácter indígena, pero leámosle en todas sus páginas. Al notar esto queremos decir que el carácter del indio y su talento no se han de estudiar únicamente en los que hoy y ya desde la segunda mitad del mismo siglo XVI se Llaman indios, sino en todos los que en realidad lo son de pura raza.

De pura raza fueron los que, por pobres, indefensos, desvalidos y poco afortunados, se quedaron en la categoría de vencidos con su traje, su nombre y sus miserias antiguas, o peores. Mas de pura raza también fueron, una buena parte de indígenas que por su antigua posición pecuniaria o civil, por su ingenio e industria, formaron muy pronto parte de la sociedad conquistadora, adaptándose en parte o del todo a sus usos y costumbres.

"Ya muchos y todos los más usan zapatos—decía Suárez de Peralta a fines del siglo XVI—como los que nosotros traemos de lustre, guerguescos o zargüelles de su lienzo, camisas, los cuellos muy almidonados y hechas las lechuguillas, sus jubones, sombreros como los nuestros y trasquiladas las cabezas por mano del barbero”.

Bernal es aún más gráfico en este punto: “Demás de esto todos los Caciques tienen caballos, y son ricos, traen jaeces con buenas sillas, y se pasean por las ciudades, villas y lugares, donde se van a holgar, o son naturales, y llevan sus indios por pajes que les acompañan: y aun en algunos pueblos juegan cañas y corren toros y corren sortijas, especial si es día de Corpus-Christi, y de Señor San Juan, o Señor Santiago, y de Nuestra Señora de Agosto, o la advocación de la Iglesia del Santo de su pueblo; y hay muchos que aguardan los toros, aunque sean bravos, y muchos dellos son ginetes, en especial de un pueblo, que se dice Chiapa de los Indios y los que son Caciques, todos los más tienen caballos y algunos atos de yeguas y muías, y se ayudan con ello a traer leña, y maíz, y cal, y otras cosas de este arte, y lo venden por las pLazas, y son muchos dellos harrieros, según y de la manera que en nuestra Castilla se usa. Y por no gastar más palabras, todos los oficios hacen muy perfectamente, hasta paños de tapicería”.

“Quedan, (hace notar D. Sebastián Ramírez de Fuenleal presidente de la Primera Audiencia) muchos señores e sus descendientes en sus respectivos señoríos y tierras correspondientes y son suyas como señor y tienen sus tierras de patrimonio que las labran”.

Don Antonio de Mendoza fue más adelante y fundó una nueva nobleza indígena con títulos de caballeros Tecles dados en nombre del Rey de Castilla. Indios eran todos éstos y, sin embargo, desde que el indio sube en la escala social, el vulgo aún hoy, deja de considerarle como indio, como si de esta raza, fuese esencial el ser despreciada. El psicólogo y el historiador no deben hacerlo así.

Cuantos conociendo al indio en su historia y en su vida social leamos en este libro aún abierto, podemos afirmar que de su natural el indio es ciertamente dócil, paciente, sufridísimo como el que más, sacrificado y cariñoso con quien bien le trata, inclinado al culto religioso, y devoto; amante de la vida doméstica, hospitalario y generoso, aún de su misma pobreza, y, comparativamente, de costumbres puras y sencillas. Todo esto les viene con la sangre y todo ello ciertamente fué una gran disposición para recibir el Evangelio. Pero la debilidad de carácter, la falta de iniciativa, la tendencia a la melancolía, a la doblez y a la embriaguez, eran también parte de su carácter, contra el cual tuvieron que luchar la fe y la moral cristiana, y en lucha tan continua que, como se ha visto en todas las épocas, retoñan con toda su fuerza cuando no está sobre ellos la fuerzas de los santos sacramentos.

Otros vicios que a los indios se atribuyen, o no existieron sino en la imaginación de sus enemigos, o fueron contagiados de los blancos, o fruto antinatural y caedizo, de su abominable cultura social y falsa religión que, una vez hecha polvo, como los ídolos que la simbolizan, quedaron tales vicios para siempre muertos y sin brote de vitalidad permanente.

La razón del porqué nuestros historadores tratan del carácter de los indios en general, sin distinción de razas, creemos que debe ser la misma que nosotros hoy tenemos para hacerlo de la misma manera, y es que las diferencias psíquicas son imperceptibles e insignificantes en nuestras razas indígenas. Más entereza de carácter en los que no son de la mesa central y más fuerzas físicas, más patriotismo y resistencia en los de la península maya, son tal vez, los únicos distintivos fijos de nuestras razas supervivientes.

No podemos decir lo mismo respecto a las disposiciones intelectuales de los diferentes pueblos habitantes del Anáhuac.

Los indios nAhuatl y los yucatecos dieron entonces pruebas de mayor intelectualidad, aun prescindiendo del elemento extrínseco de cultura y civilización. “Son gente de razón y vivos de ingenio, escribía el contador Albornoz, y tratan mucho en comprar y vender en todo lo que ven que pueden ganar su vivir y que los cristianos lo compran, ellos crían aves de España, y ponen huertas y las curan, y guardan ganados, y son tan apegados a todas las cosas como los labradores de España, y más subtiles e vivos”.

Cortés, con su solemne laconismo expresó sus primeras impresiones en aquella célebre frase: “in agilibus tienen muy buena manera de entendimento”.

Tras de estos y otros muchos testimonios de seglares que pudiéramos traer, podemos dejar hablar a Fr. Toribio de Motolinia, entre otras razones, para que él mismo nos haga ver cuán sin razón se le tilda de poco amante de los indios.

“El que enseña al hombre la ciencia, (dice) ese mismo proveyó y dió a estos Indios naturales grande ingenio y habilidad para aprender todas las ciencias, artes y oficios que les han enseñado, porque con todos han salido en tan breve tiempo, que en viendo los oficios que en Castilla están muchos años en los deprender, acá en solo mirarlos y verlos hacer, han quedado muchos maestros. Tienen el entendimiento vivo, recogido y sosegado, no orgulloso y derramado como otras naciones”.

Sahagún dice más: “había entre ellos sujetos muy capaces para las letras y la teología”. Esto no es exageración y lo hemos podido comprobar leyendo muy buenos escritos de indígenas que aun se conservan en el Archivo de Indias.

Hasta aquí hemos hablado solamente de los aztecas.

Otras de nuestras razas reciben juicios menos favorables de autores antiguos, pero no hay elementos ni documentos serios que justifiquen contra ellos los epítetos de bárbaros y estúpidos. Ilustremos el aserto con la interesante respuesta de Zurita: “llaman los españoles bárbaros a los indios por su gran simplicidad, y por ser como es de suyo gente sin doblez y sin malicia alguna, como los de Sáyago en España, y todos los que viven en las aldeas y montañas, y por la gran sinceridad de aquellas gentes los engañan fácilmente los que con ellos tratan, vendiéndoles cosas de que no saben usar, ni les son de provecho alguno, a excesivos precios, a trueque de cacao o algodón y de mantas, de que son muy aprovechados los que en esto tratan. y a los que se están en su pura simplicidad les venden trompas de París, cuentas de vidrio, cascabeles y otras burlerías, y por ello les dan muy buenos rescates, y oro y plata donde lo alcanzan; pero en este sentido también se podría llamar bárbaros los españoles, pues hoy en día, aún en las ciudades muy bien regidas, públicamente se venden espadillas, y caballitos, y pitillos de alatón, y culebrillas de alambre, y palillos de cascabeles; y vienen muchos extranjeros con ello, de sus tierras y con otras invenciones de matachines y de títeres y volteadores e trepadores, e perrillos que bailan, e andan públicamente catando egipcios la buena ventura y jugando a la correhuela, y con otras niñerías con que sacan todos estos chocarreros no poco dinero, y otros andan so color de ser ciegos a hacer en las plazas, pláticas, y se junta mucha gente vulgar a los oir, y venden muy bien tras esto las coplas que han hecho imprimir; y en Italia públicamente hay charlatanes que en las plazas se juntan cantidad de gente a los oír; y dicen que traen aceites incógnitos para curar toda enfermedad, y llagas y heridas, hasta aceite de petra, y no se dan a manos a vender las burlerías que allí tienen: y pues esto hay y pasa entre nosotros y entre gente tan sabia y en repúblicas tan bien ordenadas, ¿de qué nos maravillamos de los indios, o por qué los llamamos bárbaros, pues es cierto que es gente en común de mucha habilidad, y que han deprendido cuantos oficios mecánicos saben los españoles que allá hay, con muy gran facilidad y muy en breve, y algunos de solo vellos y en pocos días, y hay entre ellos, como se ha dicho, buenos latinos y músicos? Muévanse por lo que quisieren de lo dicho los que los llaman bárbaros, que por lo mismo nos lo podrían llamar a los españoles y a otras naciones tenidas por de mucha habilidad y prudencia”. Hasta aquí Zurita.

Mas dejando a un lado testimonios, que en último resultado tienen solo el valor de apreciaciones subjetivas y tal vez apasionadas, creemos que cuantos conozcan el país y su historia, concederán que, aunque por razón de las circunstancias, entre los indios no ha brillado todavía ningún genio, hay sí y ha habido procedentes de todas nuestras razas, muy buenos talentos en todos los ramos del saber humano; se concederá también que la máxima parte son capaces de la instrucción general de las clases medias, cuando oportunamente se les pone en circunstancias de obtenerla; pero así mismo habrá de concederse que lo reservado del carácter indígena, su poco deseo de lucir, la dificultad de lograr, y hasta su pronunciación lenta y tristona, han tenido siempre a la colectividad indígena en la escala de la ciencia, en un peldaño inferior al que ocupan el blanco y el mestizo.

Opuestas son también las opiniones respecto a la civilización y cultura de los indígenas precortesianos.

Sin fundamento se ha querido negar por escritores modernos indocumentados la existencia entre ellos de una verdadera organización política y civil. Las tenían y bastante completas, aunque no eficaces en las regiones distantes de los grandes centros.

Existían entre los pueblos nahuatl lo mismo que entre los tarascos y los mayas un derecho penal que abarcaba los casos prácticos, y aunque brutal en sus sanciones, vago a veces en su redacción, incompleto otras e injusto muchas, mantenía en policía a aquellos pueblos por lo menos, que podía alcanzar materialmente el despotismo de sus respectivos señores.

La riqueza, grandiosidad y orden de sus mercados es indiscutible. “Tienen, dice Fuenleal, tiánguez y mercados, los cuales son muy grandes y concurre mucha gente a ellos y son de mucha orden porque en una parte está la loza, tinajas, y todas cosas de barro, en otra la leña y en otras las frutas que son muchas, en otra el trato de las mantas comunes, que es grande, en otra la ropa más rica, en otras los joyeros donde tienen sartales, joyeles, rosarios, piedras y todo lo demás. Tienen su orden como de hombres de mucha capacidad y gran gobernación para probeer en las cosas públicas y que conciernen a todos. Tienen sus casas en algunas partes de ayuntamiento grandes y más vistosas que no las que están en la Plaza de Valladolid”.

Respecto a la cultura artística, ya que solo indirectamente nos interesa, podemos decir que en algunos ramos fué verdaderamente notable, como por ejemplo en sus labores polícromas, hechas con plumas de pájaros de que aún quedan restos admirables. Delicadísimos también, aunque de mal gusto, fueron sus trabajos en metales y piedras preciosas de que tenemos descripción muy detallada en documentos de la época y ejemplares auténticos en algunos Museos de Europa y nacionales.

Fuera de esto, sus productos artísticos fueron de méritó muy relativo y su estética muy viciada. Véanse si no, las innumerables esculturas que aun nos quedan de los mayas y mexicanos que son las mejores. Son toscas, antinaturales, sin belleza de ningún género y sus pinturas rudimentarias, monótonas y faltas de vida y expresión.

Las ruinas de Mitla y Yucatán, únicas notables, son producto de civilizaciones muy anteriores a las que inmediatamente precedieron a la conquista. Las famosas pirámides, también prehistóricas, no prueban sino que sus constructores disponían de pueblos esclavos.

Estas industrias no se perdieron, antes se mejoraron después de la conquista. El inglés Hauk después de su estancia en México en 1572 escribía: “Dase aquella gente a aprender toda clase de ocupaciones y empleos, que por la mayor parte han aprendido después de la venida de los españoles; quiero decir, toda clase de oficios. Son muy diestros en hacer imágenes de pluma o la representación y figura de cualquiera persona, en un todo como ella sea. Es admirable la finura y excelencia de la obra, así como que siendo gente bárbara se apliquen a un arte tan delicado. Hay entre ellos plateros, herreros, obreros, carpinteros, albañiles, zapateros, sastres, bordadores y toda clase de oficiales. Hacen la obra tan barata, que los mancebos pobres que vienen de España a buscar su vida no encuentran trabajo, y por eso hay tanta gente ociosa en la tierra, pues el indio vive la semana entera con menos de un real, lo cual no puede hacer el español ni nadie”.

Más claro nos lo dijo por el mismo tiempo Bernal Díaz: “Y pasemos adelante, y digamos como todos los más Indios naturales destas tierras han aprendido muy bien todos los oficios que hay en Castilla entre nosotros, y tienen sus tiendas de los oficios, y obreros, y ganan de comer a ello, y los plateros de oro y de plata, así de martillo como de vaciadizo, son muy extremados oficiales: y asimismo lapidarios y pintores: y los entalladores hacen tan primas obras con sus subtiles alegras de hierro, especialmente entallan esmeriles, y dentro dellos figurados todos los pasos de la santa Pasión de nuestro Redentor y Salvador Jesucristo, que si no los hubiera visto, no pudiera creer que Indios lo hacían, que se me significaba a mi juicio, que aquel tan nombrado pintor, como fue el muy antiguo Apeles, y de los nuestros tiempos, que se dice Berruguete, y Micael Angel, ni de otro moderno ahora nuevamente nombrado, natural de Burgos, que se dice, que en sus obras tan primas es otro Apeles, del cual se tiene gran fama; no harán con sus muy sutiles pinceles las obras de los esmeriles, ni relicarios que hacen tres Indios grandes maestros de aquel oficio, Mexicanos, que se dicen Andrés de Aquino, y Juan de la Cruz, y el Crespillo”.

La poesía y las ciencias astronómicas florecieron, pero probablemente sólo entre contados habitantes. En lo que ciertamente estaban muy adelantados era en la Medicina. Aun quedan vestigios, pero muy tenues para poder calcular por ellos lo vasto de sus antiguos conocimientos.

El Calendario Azteca.—Museo Nacional, México.

 

No sabemos que, fuera de los mexicanos, las otras razas tuvieran planteles de educación para la juventud ni que aquellos mismos los tuviesen fuera de la capital del Imperio. Si los hubo, con razón podemos suponer que en todos sentidos serían, como pasaba en los otros órdenes, muy inferiores a los de la metrópoli. Los que había en ésta, ciertamente, eran muy pocos: dos o tres y muy poca cosa cada uno de ellos. El principal de ellos era el llamado Calmecac.

Mirando las figuras del códice Mendocino, relativas a dicha institución, éste nos desilusiona, nos horripila. Allá vemos a una fila de cuitados haciendo oficios bajos, más adelante a un pobre, brutalmente castigado y luego a otro poniendo término a su educación con el aprendizaje de la guerra bárbara entonces, casi tanto como ahora. 

Si además leemos la descripción ad laudem hecha por Chavero o las reflexiones pragmáticas de Pimentel nos confirmaremos en nuestra observación. De tal descripción resulta que no era sino para los hijos de los principales. Las millonadas restantes no tenían derecho a educarse. Se les admitía a los diez y ocho años, se les enseñaba lenguaje, “urbanidad y cultura”, haciéndoles barrer y coger leña, se les pinchaba el cuerpo con púas de maguey para hacerlos fuertes y avezados a penitencias, tan diferentes de los cristianos, cuando lo eran los fines y se preparaban para matar hombres despacio o deprisa, porque de ahí salían los sacerdotes sacrificadores, ios guerreros o los “señores... que tienen poder de matar y derramar sangre”. Semejante al Calmecac era el Telpuchcalli.

La institución para educar doncellas nobles se proponía sacarlas (léase el mismo autor) excelentes barrenderas y tortilleras. Hago constar, sin embargo, y siguiendo al mismo señor, que con el recogimiento y tremendos castigos se trataba de que guardasen continencia. ¿Qué pasaba en este punto con el resto de los mexicanos que no disfrutaban de esta educación?

Si, (como lo hacen el Dr. Zorita y algunos otros autores), juzgamos a los indios por sus leyes, olvidándonos de la mayor parte de ellas, que son las detestabilísimas leyes religiosas, dando por aplicadas y obedecidas las leyes restantes; atenuando sus defectos y aceptando la interpretación que les dieron indígenas optimistas, y si a esto añadimos las pláticas morales de algunos de sus poetas, o ritualistas, tomándolas como pintura de la realidad y como cristalizadas en cada indio de cada raza, tendríamos en la imaginación pueblos ideales y ejemplares, pero no sería nuestro juicio ni verdadero ni histórico.

No había tal moralidad pública, ni mucho menos. Dada la influencia universal e íntima de su infernal religión, los pueblos del Anáhuac, tenían que estar, y de hecho estaban, profundamente corrompidos a pesar de la buena índole que, como hemos observado, tenían sus desventurados habitantes.

En momentos en que Motolinia estaba ciertamente entusiasmado con los indios y refiriéndose al estado en que los halló, nos dice: “Era esta tierra un traslado del infierno; ver los moradores de ella de noche dar voces, unos llamando al demonio, otros borrachos, otros cantando y bailando; traían atabales, bocinas, cornetas y caracoles grandes, en especial en las fiestas de sus demonios. Las beoderas, que hacían muy ordinarias. Es increíble el vino que en ellas gastaban y lo que cada uno en el cuerpo metía. Antes que a su vino lo cuezan con unas raíces que le echan, es claro y dulce como aguamiel, después de cocido hácese algo espeso y tiene mal olor, y los que con él se embeodan, mucho peor. Comunmente comenzaban a beber después de vísperas, y dábanse tanta prisa a beber de diez en diez, o quince en quince, y los escanciadores que no cesaban y la comida que no era mucha, a prima noche ya iban perdiendo el sentido, ya cayendo asentados, cantando y dando voces llamando al demonio. Era cosa de gran lástima ver los hombres criados a imagen de Dios vueltos peores que brutos animales; y lo peor era, que no quedaban en aquel solo pecado, más cometían otros muchos, y se herían y descalabraban unos a otros, y acontecía matarse, y aunque fuesen muy amigos y propincuos parientes. Y fuera de estar beodos son tan pacíficos, que cuando riñen mucho se empujan unos a otros, y apenas nunca dan voces,si no es las mujeres que algunas veces riñendo dan gritos, como en cada parte donde las hay acontece”.

“Tenían otra manera de embriaguez que los hacía más crueles; era con unos hongos o setas pequeñas, que en esta tierra los hay como en Castilla; mas los de esta tierra son de tal calidad, que comidos crudos y por ser amargos beben tras ellos o comen con ellos un poco de miel de abejas, y de allí a poco rato veían mil vi­siones, en especial culebras, y como salían fuera de todo sentido, parecíales que las piernas y el cuerpo tenían llenos de gusanos que los comían vivos y así medio rabiando se salían fuera de casa, deseando que alguno los matase; y con esta bestial embriaguez y trabajo que sentían acontecía alguna vez ahorcarse y también eran contra los otros más crueles”.

La historia, según se ve por este testimonio y pudiera verse por otros muchos, no está de acuerdo con los que aseguran que no existía la embriaguez antes de la conquista.

La embriaguez sagrada de los sacerdotes, y la de los mismos dioses no podía dar otro resultalo en un país donde tanto pulque había, y en la sangre tantas ganas de beberlo.

La dignidad de la mujer y del tálamo estaban por los suelos, merced a la indiscutible poligamia, autorizada por las leyes y por los ejemplos de los magnates.

En la breve relación de Pomar tratando del casamiento nos dice: “Tenía el rey todas las mujeres que quería de todo género de linajes, altos y bajos. Los demás principales y grandes tenían la misma orden en sus matrimonios. La gente común tenía cada uno una mujer y si tenía posibilidad podía tener las que quería y podía sustentar. Podían tomar por mujeres a las que habían sido de su padre, todas o las que querían”.

Motolinia, nos dice: “Todos se estaban con las mujeres que querían y había alguno que tenía hasta doscientas mujeres y de allí a abajo cada uno tenía las que quería y para esto los señores y principales robaban todas las mujeres, de manera que cuando un indio común se quería casar, apenas hallaba mujer”.

No he encontrado pruebas para culpar a los indios del vicio nefando, como lo hacen algunos autores. Las estatuas que vió Bernal no nos parecen pruebas suficientes.

 

CAPITULO III

Tenían los mexicas nocion del verdadero Dios.—Había IDOLATRIA UNIVERSAL.—FEALDAD DE LOS IDOLOS.—EL CALENDARIO DE LOS SACRIFICIOS.—El SACRIFICIO DE 1487.—ERAN ANTROPOFAGOS.—Se sacrificaba en todo el Anahuac.—Discútese el nÚmero DE VICTIMAS ANUALES.—ERAN MAS DE CIEN MIL.—EPILOGO.

 

CARACTER, disposiciones intelectuales, valor, leyes, riqueza y todo cuanto tenían los habitantes del Anáhuac, estaba profundamente corrompido, porque todo ello estaba impregnado de su falsa religión, inmenso y continuo pecado de que apenas se puede disculpar a ninguno de los adultos que la profesaron, como quiera que iba contra todas las tendencias espirituales y corporales de cada uno de ellos.

Dice Mendieta con otros autores, y nosotros lo creemos, que tuvieron noción del verdadero Dios y que para designarle tenían palabra propia. Peor para ellos, pues conociéndole, no le adoraban sino que cayeron en la más humillante y exagerada idolatría. Idolatraban todos los pueblos del Anáhuac e idolatraban en todo: la sal se convertía en dios, los vicios tenían sus ídolos y había dios de la embriaguez y diosa de la prostitución. Una piedra o un reptil se tomaban por divinidades y de ahí ese sinnúmero de idolillos, amuletos y talismanes.

Tuvieron sus razones los antiguos historiadores para describir prolijamente las falsas divinidades, ceremonias ritualísticas y supersticiosas de los indígenas. Hoy resultan tales narraciones, inaguantables e inútiles. Sus teogonias aparecen como pesadillas sangrientas, terroríficas y sucias.

La visión de sus pueblos idolatrando envilecidos y aperreados, se rechaza instintivamente de la fantasía, en fuerza del rubor que causa el pensar que nuestros buenos indios hayan tenido tales ascendientes.

Las solas figuras de los ídolos repelen. Las más tolerables son las que tenían figura de bestia, porque las que tienen rasgos humanos, son la más desagradable expresión de las pasiones bajas : miedo, estupor, degeneración... sin nada que se parezca a nobleza, ni suavidad, ni belleza. Las muchas estatuas y códices de indiscutible autenticidad o perfectamente reproducidos, son las mejores pruebas de mi aserto, contra los que tratan de poetizar sobre ese montón de ignominia.

Fr. Bernardino de Sahagún, hizo un estudio serio y como testigo de vista sobre los dioses y ritos de los mexicanos, estudio que juzgó y repasó críticamente con indios ilustrados a la europea. Su “calendario”, documento completo y claro, nos dará una idea de cuanto hemos dicho y sobre todo de los sacrificios humanos, asunto que debe tomarse tanto más de propósito, cuanto más de prisa quisieran tratarlo otros criterios, por sus fines... He aquí el resumen de unos cuantos de sus meses.

“El primer mes del año comenzaba en el segundo día del mes de febrero.

En este mes mataban muchos niños, sacrificándolos en muchos lugares en las cumbres de los montes, sacándoles los corazones a honra de los dioses del agua para que los diesen abundante lluvia.

Diosa de la Muerte. (Museo Nacional.—México)

A los niños que mataban componíanlos con muchos atavíos para llevarlos al sacrificio, y llevábanlos en unas literas sobre los hombros. Estas literas iban adornadas con plumajes y con flores; iban tañendo, cantando y bailando delante de ellos.

Cuando llevaban los niños a matar, si lloraban y echaban muchas lágrimas, alegrábanse los que los llevaban, porque tomaban pronóstico de que habían de tener muchas aguas en aquel año.

También en este mes mata­ban muchos cautivos a honra de los mismos dioses del agua: acuchillábanlos primero, peleando con ellos atados sobre una piedra, como de molino, y cuando los derrotaban a cuchilladas, llevábanlos a sacar el corazón al templo que se llamaba Yopico.

Cuando mataban a estos cautivos, los dueños de ellos iban gloriosamente ataviados con plumajes y bailando delante de ellos, mostrando su valentía: esto pasaba por todos los días de este mes.

En el primero día del segundo mes hacían una fiesta en honor del dios llamado Totee, donde mataban y desollaban muchos esclavos y cautivos.

A los que mataban arrancábanles los cabellos de la coronilla y guardábanlos los mismos amos como por reliquias, esto hacían delante del fuego.

Cuando llevaban los señores a sus cautivos o a sus esclavos al templo donde los habían de matar, llevábanlos por los cabellos, y cuando los subían por las gradas del templo algunos cautivos desmayaban y sus dueños los subían arrastrándolos por los cabellos, hasta el tajón donde habían de morir.

Llegándolos al tajón, que era una piedra de tres palmos en alto, o poco más, y de dos en ancho, o casi, echábanlos sobre ella de espaldas y tomábanlos los cinco, dos las piernas, dos por los brazos y uno por la cabeza. Venía luego el sacerdote que le había de matar, y dábale con ambas manos con una piedra de pedernal, hecha a manera de hierro, del ancón por los pechos, y por el agujero que hacía, metía la mano y arrancábale el corazón, y luego le ofrecía al sol y echábale en una tinaja.

 

Manera de ejecutar sacrificios humanos entre los aztecas (Códice Durán).

 

Después de haberles sacado el corazón, y después de haber echado la sangre en una jicara, la cual recibía el señor del mismo muerto, echaban el cuerpo a rodar por las gradas abajo. De allí tomábanle unos viejos y le llevaban a su calpul (o capilla) donde le despedazaban y le repartían para comer.

Antes que hiciesen pedazos a los cautivos los desollaban y otros vestían sus pellejos y escaramuzaban con ellos con otros mancebos, como cosa de guerra, y se prendían los unos a los otros. Después mataban otros cautivos, estando ellos atados por medio del cuerpo con una soga que salía por el ojo de una muela como de molino.

Dábanle sus armas con que pelease, y venían contra él cuatro, con espadas y rodelas, y uno a uno se acuchillaban con él hasta que le vencían.

En el primer día del tercer mes hacían fiesta al dios llamado Tlaloc, que es dios de las lluvias. En esta fiesta mataban muchos niños sobre los montes y ofrecíanlos en sacrificio a este dios y a sus compañeros, para que les diesen agua.

En este mismo mes se desnudaban los que traían vestidos los pellejos de los muertos, que habían desollado el mes pasado, e íbanlos a echar en una cueva en el templo; esto lo hacían en procesión y con muchas ceremonias; iban hediendo como perros muertos.

Los dueños de los cautivos con todos los de su casa, hacían penitencia veinte días, que ni se bañaban, ni se lavaban hasta que se ponían los pellejos de los cautivos muertos.

En el primer día del cuarto mes hacían fiesta a honra del dios de los maíces, a cuya honra ayunaban cuatro días antes de llegar la fiesta.

En ésta, ponían espadañas a las puertas de las casas y las ensangrentaban con sangre de las orejas o las espinillas.

Según relaciones de algunos, los niños que mataban, juntábanlos en el primer mes, comprándolos a sus madres, e íbanlos matando en todas las fiestas siguientes, hasta que las aguas comenzaban de veras; y así mataban algunos en el primer mes y otros en el segundo y otros en el tercero y otros en el cuarto; de manera que hasta que comenzaban las lluvias abundantes, en todas las fiestas sacrificaban niños.

El primer día del quinto mes hacían gran fiesta a honra del dios llamado Tezcatlipoca, a quien tenían por dios de los dioses. A su honra mataban en su fiesta, un mancebo escogido, instruido en tañer, cantar y hablar.

Cuando en esta fiesta mataban al mancebo que estaba criado para esto, luego sacaban otro, el cual antes de morir dende un año andaba por todo el pueblo muy ataviado con flores en la mano y con personas que le acompañaban; saludaba a los que topaba graciosamente; todos sabían que era aquel la imagen de Tezcatlipoca y se postraban delante de él, y le adoraban donde quiera que lo encontraban, cortábanle los cabellos como capitán, y dábanle otros atavíos más galanes.

El sexto mes hacían fiesta a los dioses de la lluvia.

Mataban entonces muchos cautivos y otros esclavos compuestos con los ornamentos de estos dioses llamados Tlaloques, por cuya honra los mataban en el mismo templo. Los corazones de éstos que mataban, íbanlos a echar en el remolino o sumidero de la laguna de México, que entonces se veía claramente.

El séptimo mes hacían fiesta a la diosa de la sal, y mataban a honra de esta diosa, una mujer compuesta con los ornamentos que pintaban a la misma diosa.

La noche antes de la fiesta velaban las mujeres con la misma que había de morir y cantaban y danzaban toda la noche.

Venida la mañana, hacían un baile muy solemne, y todos los que estaban presentes al areyto tenían en la mano flores, así bailando llevaban muchos cautivos al Cú de Tlaloc, y con ellos a la mujer que había de morir, que era imagen de la diosa. Allí mataban primero los cautivos y después a ella. Iguales eran las fiestas del siguiente mes gn honor de otra diosa.

El primer día del noveno mes hacían fiesta a honra del dios de la guerra.

Poco después de comer comenzaban una manera de baile o danza, en la cual, los hombres nobles con mujeres juntamente, bailaban asidos de las manos y abrazados los unos con los otros, echados los brazos sobre el cuello. Duraba este cantar hasta la noche.

En el mes siguiente hacían fiesta al dios del fuego; en esta fiesta echaban en el fuego muchos esclavos vivos atados de pies y manos y antes que acabasen de morir, los sacaban arrastrando del fuego para sacarles el corazón delante de la imagen de este dios.

Los que tenían esclavos para echar en el fuego vivo, aderezábanse con sus plumages y atavíos ricos, y teñíanse el cuerpo de amarillo que era la librea del fuego; y llevando sus cautivos consigo, hacían baile todo aquel día hasta la noche.

Después de haber velado toda aquella noche los cautivos en el templo y de haber hecho muchas ceremonias con ellos, empolvorizábanles las caras con unos polvos que llaman yiacuchtli para que perdiesen el sentido, y no sintiesen tanto la muerte. Atábanles los pies y las manos y así atados, poníanlos sobre los hombros y andaban con ellos como haciendo baile en rededor de un gran fuego y gran montón de brasa y andando de este modo íbanlos arrojando sobre el montón de brasas; hora uno y luego otro y al que habían arrojado dejábanlo quemar un buen intervalo, y aún estando vivo y basqueando, sacábanlo fuera arrastrando con cualquier garabato, y echábanle sobre el tajón; y abierto el pecho sacábanle el corazón; de esta manera padecían todos aquellos tristes cautivos.

El primer día del undécimo mes hacían fiesta a la madre de los dioses; bailaban a honra de esta diosa en silencio, y mataban una mujer en el mismo silencio. Luego la desollaban y un mancebo robusto vestíase el pellejo.

A éste que vestía el pellejo de ésta que mataban, llevábanle luego con mucha ceremonia y acompañándole de muchos cautivos al templo y allí él mismo sacaba el corazón a cuatro cautivos y los demás dejábalos para que los matase el sátrapa.

Celebraban fiestas el duodécimo mes a honra de todos los dioses, porque decían que habían ido a algunas partes; hacían gran fiesta el postrero día de este mes, porque sus dioses habían llegado.

El día siguiente decían que llegaban los dioses viejos a la postre de todos, porque andaban menos por ser viejos. Ese día tenían muchos cautivos para quemar vivos, y hecho gran montón de brasas, andaban bailando alrededor del fuego ciertos mancebos disfrazados como monstruos, y así bailando iban arrojando en el fuego estos tristes cautivos de la manera que arriba está dicha.

Llegada la fiesta a honra de los montes, en el mes siguiente, mataban cuatro mujeres y un hombre.

Luego que los habían muerto y sacándoles los corazones, llevábanlos “a pasito” rodando por las gradas abajo. Llegados allí, cortábanles las cabezas y espetábanlas en un palo, y los cuerpos los repartían para comer.

El décimo cuarto mes hacían fiesta al dios llamado Miscoatl, y en este mes mataban a honra de este dios muchos esclavos.

Por espacio de cinco días todos se sangraban de las orejas y la sangre que exprimían de ellas untábanla por sus mismas sienes; decían que hacían penitencia para ir a cazar venados. A los que no se sangraban, tomábanles las mantas en pena.

Mataban entonces cautivos y esclavos en un templo; atábanlos de pies y manos y llevábanlos por las gradas del templo arriba (como quien lleva un ciervo por los pies y por las manos, a matar). Matábanlos con gran ceremonia. Al hombre y a la mujer que eran imágenes del dios Miscoatl y de su mujer, matábanlos en otro templo”.

Especial narración merece el sacrificio hecho en 1487, veinticinco años antes de la conquista, con motivo del estreno del templo mayor de México. Helo tomado del manuscrito auténtico de Duran (mexicano) quien a su vez lo toma de autores del país, testigos de vista.

“Reunida la gente el día de la fiesta antes que fuese de día, sacaron los presos que habían de ser sacrificados e hicieron de ellos cuatro rengleras, la una renglera estaba desde el pie de la grada del templo y seguíase hacia la calzada que va a Cuyoacan y Xochimilco y era tan larga que casi tomaría una legua de renglera, otra iba hacia la calzada de Ntra. Sra. de Guadalupe no menos larga que esotra, la otra iba derecha por la calle de Tacuba. A la mesma manera otra iba hacia oriente hasta que la laguna los impedía. Estas cuatro rengleras y cada una de ellas venían frontero de cuatro sacrificaderos que para cuatro señores había aderezados. El primero y principal que era delante de la estatua, del ídolo Huitzilopochtli, cuya dedicación de templo y renovación se celebraba, era donde el rey de México había de sacrificar. El segundo era donde el rey de Tezcuco había de sacrificar. El tercero era donde el rey de Tacuba había de sacrificar y el cuarto era la Piedra del Sol, donde tenían acordado que sacrificase el viejo Hacacllel; puestas estas rengleras los tres reyes se pusieron sus coronas en las cabezas y sus orejeras de oro y piedras ricas y sus nariceras y bezotes, y sus brazaletes de oro y calcetas de lo mesmo, pusiéronse sus mantos reales y sus zapatos y ceñidores, juntamente con ellos el viejo Hacacllel a la mesma manera, al cual dice esta historia respetaban como a rey.

Empezando a traer presos de aquellas hileras, los señores, ayudados por los ministros que allí había, que tenían a los desventurados que morían, de pies y manos, empezaron a matar, abriéndolos por los pechos y sacándoles el corazón y ofreciéndolos a los ídolos y al sol donde, después de cansados los reyes mudábanse, tomando el oficio satánico un sacerdote de aquellos que representaban los dioses.

Dice la historia que duró este sacrificio cuatro días desde la mañana hasta la puesta del sol, y que murieron en él, como dejo dicho, ochenta mil y cuatro cientos hombres de diversas provincias y ciudades, lo cual se me hizo tan increíble, que si la historia no me forzara y el haberlo hallado en otros muchos lugares, fuera de esta historia escrito y pintado, no lo osara poner por no ser tenido por hombre que escribía fábulas.

Eran tantos los arroyos de sangre humana que corrían por las gradas abajo del templo, que caída a lo bajo y fría, hacía grandes pellas que ponían espanto. De esta sangre andaban cogiendo muchos sacerdotes en jicaras grandes y con ellas andaban por todas las ermitas de los barrios y humilladeros que ellos tenían, untando todas las paredes, umbrales y quiciales de ellas.

Untaron los ídolos, untaron los aposentos del templo desde dentro y desde fuera y era tanto el. hedor de la sangre que no había quien lo sufriese, del cual cuenta la historia y dice que era un hedor abominable que no lo podían sufrir los de la ciudad”.

Hasta aquí Duran.

Parece exagerado ciertamente el número de 80,400 víctimas en solo 4 días. Más probablemente fueron 20,000, como se consigna en el códice Telleriano-Romano ó 24,000 como asienta el Códice Vaticano.

Se ha querido defender a los méxicas del epíteto de antropófagos, alegando que sólo comían por ceremonia algunos trozos de la carne de los muertos. No era así; como se ve de los relatos anteriores y de otros muchos, tenían con esta carne convites en toda regla, y aunque sólo tomaran un bocado de carne humana les cae de lleno el epíteto de antropófagos.

Distintas en las formas teogónicas y en muchos de los ritos, las religiones de los demás pueblos del Anáhuac, tenían muchos puntos de contacto con la de los méxicas. Todos en tiempo de la conquista tenían sacrificios humanos. Los tarascos, aunque Sahagún lo niega, sacrificaban esclavos, por lo menos en su fiesta religiosa más notable llamada sicúnclaro; les arrancaban los corazones que calientes como estaban, eran llevados desde Zinapécuaro hasta Araró donde los echaban allí en una fuente termal pequeña que luego cubrían con tablas. Al día siguiente los sacerdotes se vestían los pellejos de las víctimas y tenían su embriaguez sagrada por cinco días.

Sacrificaban también los mayas y la sangre de sus sacrificios aún estaba materialmente fresca, cuando a esa península aportaron los españoles. Las víctimas eran niños y cautivos a quienes a veces metían en un ídolo hueco en forma de hombre, abierto por la espalda y con los brazos tendidos y de allí le daban fuego, hasta convertirlo en ceniza, mientras en torno suyo los sacerdotes hacían ruido para que no se oyesen sus lamentos.

Sacrificaban los zapotecas, a sus diosas, mujeres, y hombres a sus dioses.

Sacrificaban los matlacingas, apretando a su víctima en una red hasta que los huesos salían por el tejido y con diversos tormentos sacrificaban asimismo las otras razas del Anáhuac.

¿Cuál sería el número de víctimas sacrificadas anualmente en todo el territorio del Anáhuac? Mucho discrepan en este punto los autores fuentes. El Obispo Zumárraga, en su carta de 12 de Junio de 1524, dice que sólo en México, es decir, en la ciudad, se sacrificaban anualmente 20.000. Torquemada dice que 20.000 eran solamente los niños sacrificados. Gomara cree que eran 50.000; Acosta, que se sacrificaban 5.000 y aun 20.000 diarios en todo el Imperio. Durán opinaba que eran tantos los sacrificados como los que morían de muerte natural. Clavijero dice únicamente que eran muchas las víctimas, sin dar número ni aproximaciones. Fr. Bartolomé de las Casas dice que eran únicamente 100 cada año las víctimas.

Después de agradecer a Fr. Bartolomé su buena voluntad, tomemos en cuenta lo que dicen los otros autores citados, aceptando para la ciudad de Méjico el número menor, que es de Fr. Juan de Zumárraga, o sea 20.000, vemos que se lo conceden los otros autores que dan cifras y lo confirma y aun lo aumenta el testimonio de los conquistadores. En las vigas y gradas del Mixcoatl, edificio del templo mayor de México, contaron Andrés de Tapia y Gonzalo de Umbría 136.000 calaveras de indios sacrificados.

Consideremos además que los méxicas y vecinos aliados vivían en continuas guerras con otros pueblos guerreros, guerras que tenían por exclusivo objeto el cautivar el mayor número posible de sus contrarios para después sacrificarlos.

Siendo tan numerosos ambos contendientes, el número de víctimas era sin duda numerosísimo, tanto mayor, cuanto que los atacados también hacían sus cautivos de entre los atacantes. Muchísimos de ambos bandos, sabiendo que iban a morir de manera tan cruel, combatían hasta morir en el campo, o se darían la muerte a sí mismos o saldrían del combate heridos de muerte. Todos éstos eran prácticamente víctimas del fanatismo.

A este propósito oigamos a Fray Toribio de Motolinia: “En Tlaxcallan había muchos señores y personas principales, y mucho ejercicio de guerra, y tenían siempre como gente de guarnición, y todos cuantos prendían, además de muchos esclavos, morían en sacrificio; y lo mismo en Huexotzinco y Cholollan. A esta Cholollan tenían por gran santuario como otra Roma, en la cual había muchos templos del demonio: dijéronme que había más de trescientos y tantos. Yo la vi entera y muy torreada y llena de templos del demonio; pero no los conté. Por lo cual había muchas fiestas en el año, y algunos venían de más de cuarenta leguas, y cada provincia tenía sus salas y casas de aposentos para las fiestas que hacían”.—Historia de los Indios de Nueva España.

Con todos estos datos se hace muy posible el que fueran, por lo menos, los 20.000 por año en la ciudad de México. Pero como esta no era sino una parte del país, si bien la que disponía de mayor número de víctimas, y como se hacían también numerosas hecatombes en ciudades del mismo rito, tan populosas como Tlaxcala, Cholula, Huejotzingo, Teotihuacán y otros del suelo náhuatl, y como además quedaban infinitos pueblos en que, con toda seguridad se sacrificaba todo el año, bien podemos creer que aún nos quedamos cortos si decimos que en el Anáhuac se sacrificaban al demonio cada año 100.000 seres humanos.

Probablemente, ante las consecuencias y corolarios que se desprenden de estos datos es donde algunos modernos se decidieron a negar los hechos. Yo no les contestaré, mas daré la palabra a D. Alfredo Chavero, cuyas ideas son bien conocidas del grupo a quien me dirijo. Dice así: “Debemos tratar de una nueva opinión que se va formando y que pretende negar el canibalismo y la multitud de sacrificios de los antiguos indios, atribuyendo los relatos en ese respecto, no a sincera narración de la verdad, sino al empeño de los principales cronistas frailes que exageraron la crueldad de los indios para justificar la conquista y el triunfo del Evangelio. Comencemos por decir que aquellos frailes no tenían necesidad de emplear exageraciones para justificar su causa; bastaba, según sus ideas, el paganismo de los conquistados.

“Además, desconocer la veracidad de hombres como Motolinia y Sahagún nos parece una blasfemia histórica. Sahagún era tan amante de la verdad, que su historia de la conquista desagradó a los conquistadores. ¿Quién de nosotros hoy se atrevería a arrostrar por los indios todas las iras que desde lo alto de su alma gigantesca despreció el insigne Bartolomé de las Casas? Pues él mismo exclama en su apologética historia (cap. CLXVI) : “bendito sea Dios que me ha librado de tan profundo piélago de sacrificios, como aquellos gentiles que ignoraron tanto tiempo el verdadero sacrificio, navegaron sin tiento”, y buscando el defenderlos, no puede negar el hecho, contentándose con decir “que los indios que hacían y hoy hacen sacrificios de hombres, no era ni es de voluntad, sino por miedo grande que tenían al demonio, por amenaza que les hace”. Durán no era español, atribuye la muerte de Moctezuma a Hernán Cortés, y sin embargo da cuenta muy extensa de los sacrificios. Acaso nadie los pinte tan característicamente como Tezozomoc, quien no era fraile y sí hijo de indio, del gran Emperador méxica Cuitlahuac. El da razón minuciosa de la multitud de sacrificios y de dónde se comían los cuerpos de los sacrificados. ¿Pero, a qué buscamos más autoridades que los mismos jeroglíficos y tantos monumentos, ya piedras de sacrificios, ya esculturas representativas, ya inmensas ciudades como Uxmal, testigos mudos de esa vida en que se vivía con la muerte? No es amor a la Patria negar lo que negarse no puede. Acaso lo que aquí asiento disgustará a no pocos, pero cuando se escribe la historia hay que decir la verdad”.

 

CAPITULO IV

¿HUBO EN EL ANAHUAC EVANGELIZARON PREHISPANICA ?

Monumentos parecidos a los cristianos.—Diferentes cruces QUE SE ENCUENTRAN EN LOS CODICES.— LA CRUZ DE PALENQUE.— Una figura del Códice Cospiano; usos y ritos semejantes a ALGUNOS DEL CRISTIANISMO.— INVESTIGACIONES DEL P. LAS CASAS.— Cuatro opiniones sobre los evangelizadores prehispanicos.— Quetzacoatl no pudo ser santo Tomas Apóstol ni santo Tomas DE MELIAPOR.— No FUE NINGUN MISIONERO ISLANDES.— DATOS sobre Quetzacoatl.

 

LA CIVILIZACION precortesiana de los pueblos del Anahuac era ciertamente una pésima preparación para recibir el Santo Evangelio. Había embrutecido a razas de suyo inteligentes y había labrado tendencias sanguinarias en almas tan mansas como las de nuestros indios.

Mas, si bien nos fijamos, ese mismo extremo de barbarie y los mismos cultos y dioses tan aborrecibles, precisamente por ser tan contrario todo ello a la naturaleza humana, tenían ya en tensión insostenible a aquellas pobres almas, y cualquier otro culto les hubiera parecido comparativamente aceptable. Eran, por lo tanto, preparación tan grande para recibir la amorosa doctrina de Jesucristo, cuanto puede serlo el tormento para el descanso y la muerte para la vida.

En medio de este caos de tinieblas y de sangre, ¿tenían los indios algunos elementos de tradición que positivamente los preparasen al Cristianismo?

Podemos subdividir esta cuestión en tres y preguntarnos si en el Anáhuac existían: 1. monumentos de cristianismo, 2. ritos semejantes a los cristianos, 3. tradiciones aceptables de la presencia precortesiana en el país, de predicadores cristianos.

Respecto al primer punto, podemos ciertamente afirmar que, aunque no en abundancia, como alguien pudiera imaginarse, se hallaron ya desde la expedición de Fernández de Córdova y de Grijalva algunos monumentos que pudieran en absoluto tomarse como cristianos.

Ya Bernal Díaz, refiriéndose a la primera expedición nos dice que en el adoratorio de Cozumel “a una parte y otra de los ídolos tenían unas señales como a manera de cruces”. El Capellán de Grijaiva dice terminantemente: “Adoran una Cruz de mármol, blanca y grande, que encima tiene una corona de oro y dicen que en ella murió uno que es más lucido y resplandeciente que el sol”. Gomara (redactor de Cortés) dice que en Cozumel había una cruz de cal, tan alta como diez palmos, a la cual tenían y adoraban por dios de la lluvia.

En la región interior y poniente del país son célebres las cruces de Palenque, de Tepic, de Querétaro, de Huatulco y de Mextitlán, grabada ésta sobre una peña inaccesible, acompañada de una luna.

La cruz se encuentra en el Códice Vaticano ocho veces y en forma de aspa una vez. En el Códice Borgiano, seis veces en forma recta y tres aspadas. En el Códice Telleriano, cuatro cruces aspadas y una de forma teutónica. Hay además en estos Códices un conjunto de nueve árboles en forma de cruz, más o menos acentuada.

Como ven nuestros lectores, son muy pocas estas cruces y pocas serían, aunque se doblase su número, para poder decir que era un signo realmente divulgado en país tan extenso como el nuestro.

Pero viene la parte más difícil de responder: ¿Eran esas cruces la representación cristiana de la Cruz de nuestro Divino Salvador?

De la más insigne de ellas, ya nos dice claramente Cortés, que no era más que el dios de la lluvia. ¿No se puede suponer lo mismo de todas las demás?

El testimonio citado arriba del Capellán de Grijalva no nos hace mucha fuerza. En la prisa con que estuvieron en el adoratorio de Cozumel y sin entender la lengua, fué muy difícil obtener la linda información que hemos copiado.

Más fuerza hace a primera vista el testimonio de Torquemada: “A esta Cruz, dice, como no le sabían el nombre, llamaron los indios Tonacacuahuitl, que quiere decir, madero que da el sustento a nuestra vida, tomada la etimología del maíz que llaman tonacayutl que quiere decir cosa de nuestra carne, como quien dice la cosa que alimenta nuestro cuerpo”.

Bien consideradas estas palabras, nos hacen ver que no acusan origen cristiano. Nunca hemos creído que la cruz sea sustento ni cosa de nuestra carne. Nos llevan por el contrario a con­firmar que en la cruz veían los indios el dios de la lluvia, fecunda- dora de los cereales que vienen a ser nuestra carne.

Respecto a la cruz de Palenque, Charencey cree haber leído en los jeroglíficos la palabra Hunab-Ku, (el solo Santo) y el nombre de Kuculcan. Salvos nuestros respetos, decimos con Orozco y Berra, no nos damos por convencidos de la lectura.

Con Dupaix decimos “bien mirada y sin preocupación la cruz de Palenque, no es en rigor la Santa Cruz latina que veneramos... Los adornos tan complicados y tan caprichosos no son correspondientes a la venerable desnudez de la original y a sus sublimes misterios. Es fuerza aplicar esta composición alegórica a la religión de estos pueblos, cuyo ritual no conocemos; por lo cual nos vemos precisados a guardar silencio”.

Tratándose de cruces en general, es preciso tener en cuenta que ni son símbolo exclusivamente cristiano, como que hay cruces de ritos búdhicos y egipcios, y que muchas veces no son siquiera símbolo de ninguna clase, sino meros adornos o figuras de las que con más facilidad se pueden trazar, hasta distraídamente.

Hay un monumento precortesiano de nuestra historia, que nos pone en vehemente sospecha de que hubo algún contacto de nuestras razas con el cristianismo o por lo menos, con objetos de uso cristiano. Nos referimos a una pintura del Códice Cospiano de Bolonia. Representa una cruz y no en cualquier forma sino muy clara, decorada y con remates trilobulados: ocupa el centro del cuadro y está entre nubes. A uno y otro lado de ella se ven dos círculos y a su pie un vaso ornamentado, lleno de líquido rojo.Entre la cruz y el vaso aparece clara y distintamente la figura de un pez.

Con mucha razón sostienen los arqueólogos romanos que la figura de un pez cercano a un vaso y a unos círculos, que se encuentra en la catacumba de Priscila representa a Jesucristo bajo el símbolo admitido y generalizado de un pez, dándose al mundo bajo las especies de pan (los círculos) y de vino (el contenido en el vaso).

Por su unión con la Cruz, que no aparece en la pintura de las Catacumbas, diríamos que esta figura del Códice Cospiano es más completa que aquella y más expresiva. Este Códice, ciertamente auténtico y ciertamente precortesiano, nos da razón positiva para dudar de si hubo vestigios de Cristianismo.

De los monumentos pasemos a los usos y ritos, semejantes a los de los cristianos. El Sr. Orozco y Berra, partidario de la tesis que afirma haber habido evangelización prehispánica en el Anáhuac, recoge todos los datos que acerca de esto dan los partidarios de la misma idea del siglo XVII: Torquemada, Durán, García (Fr. Gregorio) y nos ofrece los siguientes párrafos:

“Abundan en los autores las noticias de semejanzas entre el culto azteca y el cristiano, y tantas son y tan parecidas que no pueden achacarse al resultado de la simple casualidad. Bautizaban poniendo agua sobre la cabeza y era como limpia y lavado de una culpa original. Había una manera de confesión para purificar el alma por el perdón de los pecados. Comíase la carne de la víctima como cosa sagrada, como el cuerpo mismo del numen a quien se ofrecía, y se daba una comunión mística recibida con recogimiento y reverencia.

“Entre los totonacos se administraba la comunión a los hombres de veinticinco años y a las mujeres de dieciseis y la llamaban toyoliatlacuatl, manjar de nuestra alma. Con una especie de agua bendita se consagraba a los monarcas, y de ella se daba a beber a los generales cuando partían para alguna guerra; el agua lustral servía para diversas ceremonias. Los conjuradores del granizo sacudían contra las nubes sus mantas, pronunciando ciertos exorcismos”.

Hasta aquí Orozco y Berra, quien cita como fuente de sus asertos en este párrafo, a Mendieta. Mendieta es, en verdad, la fuente de las noticias dadas por Orozco, pero las da de muy diferente manera, de suerte que aunque se ve lo que él quiere probar, o sea que había ritos algo semejantes a nuestros sacramentos, “execramentos" (dice él), que el enemigo antiguo ordenó en su Iglesia diabólica, en competencia con los Santos sacramentos”, no aparecen ni tan semejantes ni tan exentos de otros errores que los diferencian esencialmente de los nuestros, como nos los pinta Orozco y Berra.

Así, respecto al bautismo, Mendieta no dice que el agua la pusieran en la cabeza, ni era sólo con agua el lavatorio sino también con pulque. Y este bautismo no lo hacía ningún sacerdote, sino una anciana. Tampoco dice Mendieta nada de que creyeran que quitaba pecado original. En cambio a este lavado se seguía la circuncisión. La confesión que tenían no era a sacerdote, sino delante de sus ídolos, y añade expresamente Mendieta, “no porque pensasen alcanzar perdón y gloria después de muertos, porque todos ellos tenían por muy cierto el infierno”. La comunión de los totonacos era con bolas de sangre y cierta reciña.

Añade el Sr Orozco, fiándose en el P. Durán, que tenían una especie de trinidad y, fiándose en Torquemada, dice que uno de los modos de sacrificar en Tlaxcala y Cholula, en cierto día del año, era crucificando.

Ninguna de estas dos noticias se nos hace creíble. Sahagún, mucho más formal que los dos autores citados, que describió con suma puntualidad y, si se quiere, nimiedad, todos los ritos y sacrificios de los aztecas, no nos dice nada de estos peregrinos remedos de nuestros santos misterios.

A nosotros ciertamente no nos parecen vestigios de cristianismo estas semejanzas, aún dado caso que las haya habido. Estos remedos aparecen despojados de toda dignidad cristiana y eran relativamente secundarios, pues el todo, eran los sacrificios humanos.

Además, es de advertirse que son semejanzas aisladas en la historia, o sea muy repartidas en el tiempo y en el espacio, aunque en el papel aparezcan una tras otra, sin más conjunto o unidad que las que les dió el impresor.

Decimos, caso de que las hubiese habido, porque en este asunto pasó que, queriendo (ya con voluntad preocupada) encontrar semejanzas para apuntalar su tesis, los autores de ella, principalmente en el siglo XVII, vieron lo que no había y "averiguaron ser verdad” todo lo que ellos querían. Nos imaginamos que se ponían a preguntar a los indios poniéndolos en el disparadero para que les contestasen a su gusto y el interrogado, confundiendo tiempos y queriendo dar gusto, daba todos los elementos para un capítulo en el sentido que se habían propuesto los fautores de la tesis.

Algo de esto aconteció a Fr. Bartolomé de las Casas: Envió en cierta ocasión a un clérigo a que se enterase de las creencias de ciertos indios de Tabasco. El enviado volvió con la sorprendente noticia de que creían en un Dios, Padre, Hijo y Espíritu Santo. El Hijo, nacido de una Virgen, padeció, fué coronado de espinas, muerto en un madero y resucitado al tercero día. Añadieron que esto se lo había enseñado Kukulcan que, en tiempos antiguos, había venido a su tierra con veinte hombres barbados y blancos.

Si realmente podemos fiarnos de unos indios que, en 1545, podían confundir la remota antigüedad con los veinte años anteriores y equivocar a Cortés (que les predicó de todo eso) con el Kukulcán de sus leyendas, si podemos fiarnos de un clérigo anónimo, y del ciertamente excitado e imaginativo Fr. Bartolomé, y de Torquemada que dice vió el manuscrito de Fr. Bartolomé; entonces, no hay ya duda y sobra toda discusión: hubo cristianismo precortesiano y por supuesto predicadores del mismo.

Ya el problema se reduciría a investigar por qué se ciñó a ese solo pueblo todo el celo de los veinte barbados, dónde está ese rincón, de que nunca se volvió a saber, y por qué solo el P. Las Casas nos habla de él.

Por si acaso alguien no quedase satisfecho con la investigación del clérigo anónimo, insistiremos en la solución de nuestro tercer problema, o sea, si hubo predicadores cristianos antes de los españoles, en nuestro país.

Afirma un grupo que sí, sin precisar quién o quienes fuesen, fundándose en la existencia de monumentos y ritos cristianos. Si no hay más auténticos que los que hemos recorrido, ya verán nuestros lectores que esta opinión, por lo débil de su fundamento, no llega a probable en el rigor crítico de la palabra, pues débiles pruebas, aunque se sumasen, no constituyen una sola que pueda arrancarnos afirmación racional.

Otro grupo concreta más y da por muy probable predicador del cristianismo en el Anáhuac, al famoso personaje Quetzalcoatl. Mas no todos ellos están conformes en explicarnos quien fué y de donde vino ese cristiano. Sostienen que fué Santo Tomás Apóstol, Fr. Gregorio García, Becerra Tanco, Vetancourt, Boturini y el Jesuíta portugués Manuel Duarte que residió en México catorce años y dejó los apuntamientos que se publicaron, a nombre de Siguenza, bajo el título de “Fénix de Occidente”. En tiempos más modernos, D. Manuel Herrera Pérez quiso resucitar la misma opinión.

Fr. Servando Teresa de Mier con miras más políticas que religiosas dijo que se trataba, no de Santo Tomás Apóstol, sino de Santo Tomás de Meliapor: “Me dediqué, dice, a estudiar los autores portugueses, como Barros y otros que cita García, sobre las cosas de la India pertenecientes a Santo Tomás (el Apóstol) y hallé en sus historias, en el V ó VI siglo, otro Santo Tomás obispo y sucesor suyo, judío helenista también, como el Apóstol (esto es, hebreos que hablaban griego con idiotismos hebreos) tan célebre como él en su predicación y milagros: del cual el Breviario o Santoral de la Iglesia Siriaca tiene largas lecciones, en que se refiere cómo pasó a predicar a la China y a otras regiones bárbaras y remotas haciendo muchos prodigios. Este sin duda debe ser Quetzalcoatl, Chilacambal en lengua chinesa, que trajo sin duda discípulos chinos. Los grandes edificios de Mictlán, Campeche, etc., que se atribuyen a los discípulos de Quetzalcoatl, son muy parecidos a los chineses”. Hasta aquí el P. Mier.

La tercera opinión es de D. Manuel Orozco y Berra. Para sostenerla hace primeramente relación de las expediciones que en 861, 864 y 874, se hicieran por piratas noruegos a las costas de Islandia; expediciones que, ciertamente, no hacen el caso para su tema.

Refiere después el descubrimiento de Groenlandia en 982 por Eric el Rojo, escandinavo, y expediciones posteriores, hasta el año 1012, todas de aventureros, o por lo menos, sin referencia ninguna a obispos ni misioneros de ninguna clase. Después nos notifica que el obispo groenlandés Eric, llevado por el deseo de convertir a los colonos, llegó a Vineland el año de 1121. En 1266 hubo una expedición de Misioneros groenlandeses a las regiones árticas americanas, y algunos viajes durante los siglos XIV y XV en que empezaron a arruinarse y a desaparecer las diversas colonias escandinávicas en América.

“Conocidos estos documentos auténticos accesibles a todo el mundo, ninguno podrá dudar de la certidumbre de este hecho histórico: los escandinavos durante los siglos X y XI descubrieron y visitaron una gran parte de las costas Orientales de la América del Norte...” El hecho esencial es cierto e incontestable. “De esta verdad sacamos (dice Orozco) que Quetzalcoatl es un misionero islandés”.

Como asustado de lo enorme de su aserto, a las dos líneas nos dice que “esto no pasa de una suposición congruente”; a poco,sólo se contenta con decir que admitir este supuesto “no parecerá descabellado", y termina diciendo “que no repugna a la razón”.

Para contestar a los tres grupos de opiniones, que acabamos de presentar, es de gran utilidad saber lo que saber se pueda de su personaje más o menos histórico (y subrayamos el menos) llamado Quetzalcoatl.

Según los anales de Cuahutitlán, anales de que no disfrutó ninguno de los grupos opinantes, Quetzalcoatl nació el año 895 de nuestra era. A los 27 años de su edad o sea el año de 922, llegó a Tulancingo y permaneció haciendo vida austera, cuatro años. En el 925, a los treinta de edad, fué nombrado monarca y gran sacerdote de Tollan (Tula?). El año 935, a los cuarenta años de edad y diez de reinado, murió.

Nada intrínseco ni extrínseco contradice estos datos. Un Quetzalcoatl así circunscrito es aceptable como personaje histórico. Mas, pasó con él algo de lo que dicen haber pasado con Homero o con el Cid: que han venido a ser la personificación de muchos ideales y la percha de donde pueblos y épocas, historiadores y soñadores, van colgando cuanto de heroico, y hasta mitológico, les inspira su admiración.

Así a Quetzalcoatl se le fueron atribuyendo virtudes, hechos heroicos, peregrinaciones y fábulas tantas, por los indígenas, que llegaron hasta hacerle dios y por cierto de los más venerados, con un santuario sobre la pirámide de Cholula, donde hoy se levanta la primorosa Capilla de Nuestra Señora de los Remedios.

“Este ídolo, dice Tezozomoc, era muy celebrado y festejado de todos los mercaderes, tanto que el día en que se solemnizaba su fiesta, gastaban cuanto en todo el año habían granjeado, pretendiendo aventajarse a las demás ciudades, por mostrar y dar a entender la grandeza y riqueza de Cholula. Estaba este ídolo en un templo alto, muy autorizado, en una ancha y larga pieza, puesto sobre un altar ricamente aderezado, teniendo al rededor de sí oro, plata, joyas, plumas ricas, ropas de mucho valor y diversas labores. Era este ídolo de madera en figura de hombre, excepto que la cara era de pájaro con un pico, y sobre él una cresta y verrugas, con unas rengleras de dientes en la lengua de fuera. Desde el pico hasta la media cara era amarillo, con una cinta negra que le venía ciñendo junto a los ojos por delante del pico. Tenía en la cabeza una mitra de papel puntiaguda pintada de negro, blanco y colorado; desta mitra colgaban unas tiras largas pintadas, con unos flecos al cabo que se tendían a las espaldas; tenía en las orejas unos zarcillos de oro, de hechura de unas orejas, y al cuello un joyel de oro, grande, a manera de ala de mariposa, colgado de una cinta de gamuza colorada. Tenía vestida una cortina muy labrada, de negro, colorado y plumas con espacios blancos; en las piernas tenía unas calcetas de oro, y en los pies unas sandalias de lo mismo, y en la mano un instrumento de madera de hechura de hoz, pintada de negro, blanco y colorado, y junto a la empuñadura tenía una borla de gamuza blanca y negra, y en la mano izquierda una rodela de plumas blancas y negras, todas de aves marinas, con cantidad de rapacejos de la misma pluma muy espesos. Este era su ordinario ornato, aunque en diversas solemnidades lo iban variando”. Hasta aquí Tezozomoc.

Los antiguos cronistas a partir de la Conquista, despreciando, claro está, toda la mitología, nos presentan un Quetzalcoatl humano, posible sí pero no probable ni aceptable, según los datos de algunos de ellos.

Lo que para nosotros haría al caso, lo quiere reunir el Sr. Orozco y Berra en un párrafo que parece ser tomado de buenos historiógrafos del período Colonial. El párrafo dice así: “Era Quetzalcoatl hombre blanco crecido de cuerpo, ancha la frente, los ojos grandes, los cabellos largos y negros, la barba grande y redonda. Casto, muy amigo de paz, pues se tapaba los oídos cuando se le hablaba de la guerra, inteligente y justo, sabedor en las ciencias y en las artes. Con su ejemplo y su doctrina predicó una nueva religión, inculcando el ayuno, la penitencia, el amor y el respeto a la divinidad, la práctica de la virtud, el desprecio al crimen”. Hasta aquí Orozco y Berra.

¿De dónde salieron todas estas noticias? Respecto a algunas, (las referentes a su conducta moral y moralizadora) Motolinia, fuente citada por Orozco, sí recogió tradición y nos la ofrece en las siguientes palabras: “Quetzalcoatl, salió hombre honesto y templado, y comenzó a hacer penitencia de ayunos y disciplinas, y a predicar, según se dice, la ley natural, y enseñar por ejemplo y por palabra el ayuno; y desde este tiempo, comenzaron muchos en esta tierra a ayunar: no fué casado, ni se le conoció mujer, sino que vivió honesta y castamente. Dicen que fué éste el primero que comenzó el sacrificio, y a sacar sangre de las orejas y de la lengua; no por servir al demonio, sino en penitencia contra el vicio de la lengua y del oir: después el demonio lo aplicó a su culto y servicio”. Hasta aquí Motolinia.

Mas nótese que no nos dice que haya predicado una nueva religión, como asienta Orozco, sino expresamente dice que fué la ley natural. De otra fuente sacó sus noticias el P. Fr. Diego Durán, y son como sigue: “Tratando de un gran varón, de quien no poca noticia se halla entre ellos, me contaron que después de haber pasado grandes aflicciones y persecuciones de los de la tierra, que juntó toda la multitud de gente que era de su parcialidad, y que les persuadió a que huyesen de aquella persecución a una tierra donde tuviesen descanso; y que haciéndose caudillo de aquella gente, se fué a la orilla de la mar, y que con una vara que en la mano traía, dió en el agua con ella y que luego se abrió la mar y entraron por allí él y sus seguidores, y que los enemigos, viendo hecho camino se entraron tras él, y que luego se tornó la mar a su lugar, y que nunca más tuvieron noticias de ellos”. Hasta aquí Duran.

Vemos que estos dos principales autores nada nos dicen de la figura ni la barba de Quetzalcoatl, pormenores en que nos interesa fijarnos ya que en ellos estriba buena parte del raciocinio de las tres opiniones afirmativas de la evangelización prehispánica del Anáhuac.

El primero de los autores citados por Orozco, que dió barba a Quetzalcoatl, fué Mendieta, a fines del siglo XVI, y se la dió, como hemos visto, “grande y redonda”. Lástima es que haya tomado su dato de el P. Las Casas, a quien no cita Orozco.

Torquemada (27), no contento con la longitud y figura de la barba, le dió color y tuvo “por muy cierto y averiguado” que era rubia; le dió compañeros “unos hombres bien aderezados de ropas largas a manera de ropas de lienzo negro como sotanas de clérigos abiertas por delante y sin capillas y los cuellos escotados y las mangas cortas y anchas que no llegaban al codo”. Hasta aquí Torquemada quien nos ofrece la figura dibujada a pluma por Duarte, de un Quetzalcoatl según estos datos y otros que debieron ocurrirle sobre el terreno, cuales fueron la tonsura clerical, una cruz al hombro, un manto sembrado de cruces latinas y unos cuadros de la Anunciación, Nacimiento y Calvario que devotamente él señala con una gran pértiga.

Resumiendo: todo lo relativo a la figura y barba de Quetzalcoatl lo fundan Orozco y los autores del Siglo XVII por él citados, en los sueños de Torquemada y el dicho del P. Las Casas.

En contra tenemos el testimonio de tantos y tántos Códices en que aparece la figura de Quetzalcoatl (véala el lector) como uno de tantos indios: sin pelo de barba, moreno y casi desnudo. Lo que tiene en la cabeza no es mitra sino un gorro cónico como el de tantos ídolos; lo que lleva en la mano no es báculo, sino un instrumento pequeño. No tiene túnica ni el manto que le cuelga Torquemada, sino que va casi desnudo con sola una tilma, que no es manto.

Las cruces que aparecen en él, ni son latinas ni Santa Cruces sino el signo de la lluvia, que va en pos del viento, simbolizado y deificado en Quetzalcoatl.

Con los elementos, respecto a la cronología de Quetzalcoatl, que hemos presentado a nuestros lectores, así como de su figura y de su predicación y en general de los vestigios del cristianismo, podemos ya responder a los tres mencionados grupos.

Quetzalcoatl no pudo ser Santo Tomás Apóstol, porque vivió el rey de Tollán ocho siglos después del discípulo del Señor. No fué tampoco Santo Tomás de Meliapor, pues éste murió en el Siglo V o VI, o sea tres o cuatro siglos antes del nacimiento de Quetzalcoatl.

En cambio ya había éste muerto hacía cuarenta y siete años cuando vinieron al norte de América los primeros groenlandeses, de los cuales, nótese bien, ni siquiera sabemos que fuesen sacerdotes ni trajesen misión.

Con sólo los datos cronológicos quedan refutadas las tres teorías. Si los eruditos mantenedores de ellas, hubiesen leído en el Códice de Cuahutitlán, no hubieran ciertamente ni emprendido su labor.

Nada significa la fingida semejanza de tipos y la supuesta predicación, ante la imposibilidad cronológica; pero además, ya lo han visto nuestros lectores, qué nial fundamento histórico tienen todas esas figuras y barbas que no aparecen en ninguna fuente aceptable.

Estamos pues en la persuasión de que no hubo evangelización prehispánica en nuestra tierra, aunque la haya habido en otra del continente Americano. De esto último prescindimos pues no nos toca tratarlo.

La figura de la cruz sobre el pez a que arriba nos hemos referido es lo único que nos haría vacilar, si no pudiéramos suponer que es la copia de algún objeto cristiano, arrojado a las playas por las olas del mar.

De todas maneras, aunque hubiera habido cristianismo en tiempos anteriores a la llegada de los españoles, estaba por lo visto completamente pervertido, y en nada preparaba al pueblo para la evangelización. Si hubo tales vestigios y semejanzas, más bien creemos que estorbarían a los misioneros en la enseñanza de nuestra santa religión, como que en tal caso no se reducía a la parte positiva de inculcar verdades, sino que suponía el previo y difícil desarraigo de ideas erróneas similares a las verdaderas.

En el infantil dibujo de Duarte encontramos la razón que movió a los piadosos de su siglo a forjarse la predicación anterior a la Conquista. Sobre la coronilla del tonsurado y clerical Quetzalcoatl cae como llovida del cielo la sentencia “Id por todo el mundo y predicad a toda creatura”.

Probar la catolicidad de la Iglesia parece haber sido el fin que les hizo dar ese color a sus historias. Lo cual nos parece po­o acertado. La promesa de la catolicidad de nuestra santa Religión estaba ya cumplida, y precisamente a ellos les cabía buena parte del triunfo. La razón de haberse retrasado hasta entonces la predicación, debían dejarla a la Economía Divina y si querían filosofar sobre la historia, podían atribuir tal retraso a los pecados, ciertamente inmensos, de aquellos, pueblos.

La hora de la Misericordia llegó por fin. Aunque acompañada del merecido castigo (de la catástrofe final política de esas naciones como naciones), venía sobre ellas la Luz y la Vida, y por medio de una nación católica, les dió a los hijos de Anáhuac, potestad amplia de poder hacerse, por la gracia, hijos de Dios, si de la gracia quisieran aprovecharse. Dióles el ver la gloria de Jesucristo lleno de gracia y de verdad.

Diversas representaciones de Quetzaleoatl según Códices Precortesianos.

Fray Bernardino de Sahagún.—De retrato al óleo perteneciente al Colegio de Tlaltelolco.—Museo Nacional.—México.

 

Cuchillo de sacrificar, con empuñadura de mosaico de turquesas.

(Museo Británico.—Londres).

Cuauhxicalli (literalmente jicara de las águilas) vaso donde depositaban los corazones de los sacrificados.- -Museo Nacional.—México.

Tajón, bien llamado Piedra de los sacrificios.—Museo Nacional.—México.

Piedra Sagrada Zapoteca. En la parte inferior los mismos signos que en el Códice Vaticano : la Cruz Teutónica.—Museo N.—México.