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EL LIBRO DE LAS INTRODUCCIONES A LA BIBLIAPRIMERA PARTE
I
INTRODUCCIÓN GENERAL AL ANTIGUO TESTAMENTO
La Biblia tal cual la conocemos se basa en
un Principio Universal Supremo, que comprende en su cuerpo literario el
espíritu de la Ley, el alma Moral de la Sociedad y la razón Metafísica de la
Historia en cuanto Movimiento del Género Humano en el Tiempo y el Espacio, y
por extensión: de la Creación entera. Este Principio es la Biblia. Sea en
cuanto Religión aplicada a la Humanidad en tanto que Ser, el Cristianismo; sea
en cuanto Acto aplicado a una Raza en tanto que elegida, el Judaísmo, la Biblia
es el Principio inconmovible que mantiene la Historia Universal en evolución
constante desde el Caos y la Anarquía: a la Armonía y el Derecho naturales a la
Inteligencia del Ser. El Hombre es anterior a todo libro escrito y como Ayer
igualmente en un Mañana hipotético el Hombre puede sobrevivir sin libro alguno.
Pero la Civilización no puede subsistir sin la Biblia; la Civilización es el fruto
de la Biblia.
Antes de Cristo no hubo Civilización.
La Civilización comienza con el
Cristianismo, y es en el Cristianismo y durante su proceso de crecimiento y
edificación que la Civilización se fue formando hasta devenir consciente de su
Ser. Por supuesto, esta declaración debe parecerle una negación a los
historiadores profesionales y, por ende, a todo el que ha sido habituado a
creer en sus ideas y enseñanzas; pero lo cierto es que antes de Cristo las
sociedades se basaron en un principio de Fuerza Animal Bruta sin conexión
alguna con la Naturaleza de lo que es La Civilización. Todos los progresos del
Mundo Antiguo tuvieron una única realidad, el Poder. Todos los progresos
habidos durante los días de los imperios antiguos tuvieron exclusivamente el Poder
como meta. Ahora bien, la Civilización es todo lo contrario a dicha meta. La
Civilización es un espacio de convivencia para pueblos procedentes de distintos
orígenes entregados a compartir la Existencia en el Tiempo a la luz de una
misma Ley Universal. No vemos que este Sentido haya tenido arte ni parte en los
imperios del Mundo Antiguo; y, concediendo, podemos decir que esta Idea
encontró en el Imperio de Ciro su primer exponente, idea que Alejandro intentó
rescatar y César Augusto quiso materializar.
El fracaso estaba en la propia semilla. No
se puede imponer la Civilización por la Fuerza. La Civilización, en tanto en
cuanto Espacio de Convivencia en la Paz y en la Libertad implica la Fraternidad
entre las naciones, y jamás el Concepto de Superioridad de Raza que animó los
imperios antiguos y ha seguido viajando por los siglos hasta desembocar en la
Ideología que la Alemania Nazi importó del Fascismo inherente a la Concepción
Darwinista de una Humanidad dividida en Débiles y Fuertes. La Concepción darwinista
sobre una especie humana dual no fue sino la resurrección de la antigua
ideología imperialista que dividió a la Humanidad es esclavos y libres, y desde
esta base forjara su ley de fuego y hierro. Evidentemente, al Mundo Británico
de los días de Charles Darwin esa resurrección de la Vieja Ideología de la
dualidad Esclavos-Libres en su forma Fuerte-Débiles le venía a su Imperio,
basado en el Fuego y el Hierro, como anillo al dedo, y de él hizo la Ciencia
Anglosajona su Nuevo Evangelio. La Alemania de la primera parte del Siglo XX no
hizo sino aplicarse el cuento.
Alemania vivió durante el período de
entreguerras mundiales una generación de genios y sabios de la talla de Werner
von Braun, Heisenberg, Plank,
Konrad Lorenz, Einstein, y un largo etcétera, creyentes acérrimos todos y uno
por uno de la Teoría Fascista Dual de Darwin, Teoría que exponía al pueblo
Alemán a aplicarse la conclusión debida: el Alemán, vista su Inteligencia, era
la Raza Fuerte llamada a dominar el mundo, y si para ello tenía que aplastar al
Débil, el Débil sería aplastado, sin misericordia ni piedad.
Malignidad, en efecto, se puede ver en el
Credo Nazi, pero en ningún momento incongruencia. Hitler y su generación
pusieron en obras lo que el Credo Darwinista sostenía con palabras.
La Historia de la Civilización, por
consiguiente, es la Historia de la Civilización Cristiana. La Igualdad de todos
los hombres sobre la que se fundó la Sociedad Cristiana es la Roca sin cuyo
Fundamento no existe Civilización. Llamar Civilización al Imperio Asirio, al
Babilonio, al Medo, al Romano, es un ejercicio de estupidez tan vasto que no
merece pérdida de nuestro tiempo.
Dicho esto, si desde el principio de su
Historia el Cristianismo estuvo sujeto a proceso de persecución y destrucción,
por lógica la Civilización tenía que estarlo. Como lo estuvo. A nadie se le
oculta que la destrucción del Imperio Romano corrió paralela al intento de la
destrucción de la Civilización Cristiana en su Infancia Ontológica. Desde los
días de Arrio y de Atila, desde los de
Mahoma hasta Stalin, la Civilización y el Cristianismo han crecido y se han
desarrollado en lucha desgarradora constante contra una sucesión imparable de
fuerzas destructoras, externas e internas, consecuencias de las cuales fueron
revoluciones y guerras mundiales, el fin interno de cuyo proceso era la
Destrucción del Cristianismo y su Civilización.
Tenemos que felicitarnos por la Victoria.
El Cristianismo y la Civilización siguen en pie. Y aunque al presente se quiera
separar Civilización y Cristianismo en base a razones subjetivas el hecho es
que esas fuerzas dejarán de existir y Cristianismo y Civilización consumarán su
proceso de creación en la Adhesión de todas las naciones al Reino de Dios.
Así pues, desde la Semilla que en Abraham
y sus padres comenzó a echar raíces en la Historia, hasta el Nacimiento del
Verdadero Fundador de la Civilización en la Tierra, nuestro Jesucristo, un
Mundo de animales y bestias racionales buscó la eternidad de su Sociedad Salvaje
basando su victoria en el Poder de la Fuerza Bruta. Pero el salto de una
Sociedad Animal-Racional a la Civilización Espiritual-Ontológica sólo puede
basarse en el Poder de Aquel Creador del Universo que creó al Hombre a su
Imagen y Semejanza a fin de establecer entre la Creación y Dios una Sociedad
basada en el Ser en tanto en cuanto sujeto de Deber y de Derecho. Es decir,
engendrar en el devenir de lo Humano un hijo de Dios.
Este Proceso, expuesto a su fracaso
apocalíptico desde los orígenes de la Historia Universal escrita, cual se
refleja en la Biblia, es el que viene a ser retomado- Redención mediante - con
el Nacimiento de Jesús, y en la Muerte de Cristo se abre a toda la Humanidad,
extendiendo Jesucristo con su Resurrección lo que se hizo a título individual
al dominio universal. Es decir, visto que desde su Nacimiento el Cristianismo,
en la Persona de su Fundador, como acabo de decir, ha estado sometido a
constante presión destructora, su fruto: la Civilización (Cristiana por en
cuanto sin el Cristianismo jamás se hubiera producido el salto de la Sociedad
Animal-Político-Racional a la Civilización del Derecho; y precisamente porque
éste era el Fin del Cristianismo que Dios puso sobre la faz de la Historia al
hacerse hombre su Hijo), la Civilización Cristiana ha sido objeto de constantes
ataques destructivos, ya desde fuera como desde dentro. Pero mientras exista la
Biblia el Cristianismo seguirá su evolución histórica hasta unir la Plenitud de
las Naciones del Género Humano en un Único Reino Universal, cuya Corona reposa
en la Cabeza del Hijo Unigénito de Dios. Este es el Fin de la Historia: la
Glorificación del Hijo de Dios.
Dada esta Meta se entiende que Dios y su
Libro hayan sido objetos de persecución y exterminio por parte de todos los
poderes ciegos que tuvieron y tienen en la Unificación del Género Humano en un
sólo Cuerpo su enemigo público número uno. La Coronación del Hijo Unigénito de
Dios como Rey Universal, Único y Sempiterno, sobre la Creación entera de Dios
es una Declaración de Abrogación de todas las Coronas del Universo y un
Manifiesto de Libertad por el que la Obediencia Debida de criatura a criatura
queda abolida en Exaltación Omnipotente del Poder de Aquel en cuyas Manos Dios
ha dispuesto que estén todas las cosas, las del Cielo y las de la Tierra: Por
la Eternidad.
La Biblia es, pues, ante todo y sobre
todo, la Crónica de una Revolución Universal que le afecta a la Creación entera
y establece la Historia del Futuro de la Eternidad desde un Principio Nuevo.
Desde el Prólogo mismo de la Biblia, La Creación del Universo, Dios se
manifiesta su Autor y expone la Fragilidad de su Libro a los ojos de un Mundo
cuya Ignorancia sobre las Causas de la Revolución del Reino de Dios, que en la
Biblia encuentra su Prehistoria, era tan grande como inmensa la diferencia
entre la Inteligencia del Creador y su Criatura.
En efecto, el “animal racional” en su
versión política o en su versión filosófica es una criatura impotente frente al
abismo que separa la Sola Razón Humana de la Inteligencia Divina. Y sin embargo
el Hombre fue creado para alcanzar la Inteligencia sin límites a imagen y
semejanza de la Naturaleza de la Inteligencia de su Creador.
Pero privado de esta elevación su Historia
tenía, por lógica, que escribir en las páginas del Universo la Crónica de una
Guerra Civil Perpetua cuyo Fin, por ley, habría de conducir a todo el Mundo a
su Apocalipsis Final.
La Biblia es, por consiguiente, la Crónica
de la Fundación del Reino Universal de Dios, Padre e Hijo, en el Espíritu
Santo, (Antiguo Testamento), y el Establecimiento de la Civilización bajo cuya
Bandera y Estandarte Cristianos el Mundo se encuentra en este momento en
tensión final: Obediencia a la Corona del Hijo de Dios o Rebelión contra la
Voluntad de Dios, su Padre (Nuevo Testamento).
En el camino la Historia Universal es
reflejada en una Familia, la de Noé, que se hace Tribu en Abraham el Hebreo, y
se desarrolla hasta devenir Nación, la Judía, en cuyos hijos e hijas todo lo
bueno y todo lo malo encontró cuerpo a fin de que en su carne y en su sangre la
Humanidad, como se lee, recibiéramos un Curso Divino sobre la Ciencia del bien
y del mal, cuyo desconocimiento ocasionó la ruina temporal de nuestro Género.
Desde el conocimiento de esta Ciencia del
Bien y del Mal se entiende la naturaleza del ataque de la Razón contra la Fe y
su interés en reducir a fábula el Libro de los Orígenes del Género Humano.
Mi trabajo en Prehistoria y Fundación del
Reino de Dios fue entrar en la Historia de esa Familia, Tribu y Nación Hebrea a
la luz de la Historia Universal rescatada de su tumba por la Arqueología,
contra cuya Historia la Razón, antes de la Arqueología, se lanzó con la furia
de una bestia depredadora dispuesta a devorar página por página cada uno de los
libros de las Sagradas Escrituras. La necesidad es obvia. Aun cuando la
dialéctica de la Razón del XIX contra la Veracidad Histórica de la Biblia ha
sido desmantelada por la Arqueología, enfangado el Siglo XX en el Apocalipsis
de su destrucción total, los Historiadores del XXI aún no han deshecho lo que la
Razón hiciera, y sigue circulando en el mundo la montaña de sentencias sin
fundamento científico que los profetas del Socialismo y del Evolucionismo
escribieron contra el Cristianismo.
Aun cuando no lo crean, ellos pasarán, ya
están pasando: “Pero mi Palabra no pasará jamás”.
FUNDACION DEL REINO UNIVERSAL
La segunda parte del Libro de Dios, el
Evangelio, trata de la Batalla entre la Vida y la Muerte, del Cielo contra el
Infierno, y glorifica la Victoria del Espíritu Santo contra el espíritu
Maligno; de Cristo sobre el Diablo.
Dice el Libro de Dios en su tercera parte
que llegado el Día Anunciado le ordenó Dios a todos sus hijos presentarse ante
su Trono y deponer sus coronas a sus pies. De lo que se lee se ve que unos lo
hicieron y otros se negaron, y en consecuencia los Rebeldes que no lo hicieron
fueron perseguidos, destronados y arrojados del Cielo.
De la lectura del Nuevo Testamento se
desprende que mientras los príncipes Fieles persiguieron a los Rebeldes, Dios
llamó a su Primogénito, le dio a conocer la Doctrina del Reino de los Cielos e
inmediatamente le envió a nuestro mundo, donde se encarnó en María, la Virgen
de Nazaret, y nació bajo el reinado de los Herodes en Belén de Judá durante los
días del censo universal decretado por Octavio César Augusto, sobre cuya
historicidad hay mucho que decir .... a su tiempo.
Ignorante y desconocedor de las medidas
revolucionarias que su Padre había proyectado y empezaban a materializarse a
raíz de su Encarnación, el Hijo de Dios descubrió a Cristo durante el episodio
que Él mismo vivió en el Templo, a la edad de los doce años aproximadamente. En
Cristo descubrió Jesús el Pensamiento de Dios, y lo que es más importante,
descubrió el Origen del Espíritu Santo, que estaba en su Padre, Único Dios
Verdadero e Increado que conocieron el Infinito y la Eternidad.
Se desprende de la lectura del Nuevo
Testamento que Dios le descubrió a su Hijo tanto la identidad del verdadero
Enemigo de su Reino cuanto la Naturaleza de la Revolución que únicamente y
nadie más que Cristo Jesús, el Rey Mesías, el heredero de todas las promesas
escritas en el Antiguo Testamento, nacido del espíritu de Yavé: “espíritu de inteligencia y sabiduría, de
entendimiento y fortaleza, de consejo y temor de Dios”, podía y debía abrir.
Estando sin embargo sujeto por su Origen a
la estructura del Mundo Antiguo, y porque de entre todos los príncipes del Cielo
Jesús era el Rey de reyes, también a Él le tocaba obedecer y sujetarse al
decreto de Abolición del Imperio que su Padre dictara y estuvo en la causa de
la Batalla en el Cielo, de la que habla en Su Libro, el Apocalipsis. Al igual
que lo hicieron los Príncipes del Cielo, también el Rey de reyes y Señor de
señores debía poner su Corona a los pies de Dios.
Y así fue; Jesús, el Primogénito de los
hijos de Dios puso su Corona a los pies del Trono de su Padre.
De manera que sujeto a la condición de los
particulares que bajo riesgo y cuenta propia emprenden una revolución sin
contar con más fuerza que el amor a la Verdad, también Jesús fue atrapado por
los poderes reaccionarios de este mundo, y, consecuentemente, entregado a los
jueces de Cristo para que fuera contado entre los malhechores por enemigo de la
Nación al caso.
EL MISTERIO DE CRISTO.
Pero lo que no sabía nadie, porque nadie
podía saberlo, era que al regresar a su Mundo Jesucristo lo hacía como Rey
Todopoderoso a imagen y semejanza de su Padre, y que Glorificado de esta manera
llevaba a su Casa una Nueva familia, su propia Familia, a nacer, pero que
estaba en Él: Una Esposa, la Iglesia Católica, engendrada para unir a todo el
Universo en una misma Religión, unos Hermanos, cuyo Poder es el de Dios, que
está en su Palabra, y una Descendencia, nacida para unir todo su Reino en una
misma Inteligencia.
He aquí el Misterio del Espíritu Santo,
que es Cristo: La Cabeza es Cristo Jesús; el Tronco es la Iglesia Católica, y
los Miembros los Hijos de Dios. Aquí está el espíritu de Inteligencia:
“Tengo por cierto que los padecimientos
del tiempo presente no son nada en comparación con la gloria que ha de
manifestarse en nosotros; porque la expectación ansiosa de la creación está
esperando la manifestación de los hijos de Dios, pues las criaturas están
sujetas a la vanidad, no de grado, sino por razón de quien las sujeta, con la
esperanza de que también ellas serán libertadas de la servidumbre de la
corrupción para participar en la libertad de la gloria de los hijos de Dios”.
¿Cómo puede, pues, decir la Iglesia
Ortodoxa que el Espíritu Santo no procede del Hijo, siendo el Nombre Nuevo de
Jesús: Cristo, y siendo este Cristo Jesús la Cabeza del Espíritu Santo hecho
Hombre, y siendo las iglesias su Cuerpo, cómo puede moverse el Cuerpo sin la
Cabeza o vivir sin recibir todo de su Cabeza? Y lo que es objeto de Juicio
contra los siervos de Dios: ¿Cómo podrá la Cabeza moverse libremente si el
Cuerpo está dividido y se niega a seguir la dirección marcada por su Mente?
Pero esta División de las iglesias, por la
que el Cuerpo y la Cabeza habían de entrar en Conflicto y por el Cuerpo ser
denigrada la Cabeza, ya había sido dada por descontada en razón de los
acontecimientos que la Necesidad de la Muerte de Cristo vino a poner sobre la
mesa de la Historia. La Liberación del Diablo en el Año Mil, (su consecuencia
primera: la División entre Oriente y Occidente en el 1054), venía dictada por
la Necesidad de mostrarle Dios a todos sus hijos que la Destrucción de quien
fuera antes príncipe del Imperio del Paraíso, miembro de la Casa de Dios,
vendría dada como efecto de su absoluta negación a someterse a la Civilización
del Reino de Dios, contra la que conjurara al precio de ser desterrado por la
Eternidad.
Habiendo sido liberado Satán en el año Mil
y conociendo a Dios bien hubiera podido doblar sus rodillas, reconocer su Error
y en razón de ser sólo eso, una Criatura, pedirle Misericordia al Creador de
todos, hasta que su Arrepentimiento hubiese movido el Corazón de Dios a Perdón.
Contrariamente a lo que se hubiese podido esperar de una Criatura tomada del
Polvo Cósmico y revestida de Inmortalidad Indestructible por el Poder del Señor
y Dios de la Eternidad, el Diablo, la Serpiente Antigua, el Dragón, cuya Cabeza
fue Satanás, se mantuvo en su Conjura a eternidad contra el Reino de Dios. Una
Rebeldía a eternidad que Dios ya había visto pero contra la que no se podía
hacer nada, excepto profetizarle a las iglesias las consecuencias de esta
Necesidad de Liberación del enemigo de Cristo, que por lógica buscaría dividir
las iglesias para conducir a las naciones cristianas desde la guerra civil, la
Guerra de los Treinta Años, a la Guerra Mundial de Gog y Magog, Stalin contra Hitler, de la que confiaba obtener el
Diablo la Destrucción del Cristianismo y, por tanto, humillar a Dios ante su
Creación al no poder consumar su Voluntad de Conducir la Plenitud de las
Naciones al Encuentro de su Reino.
Así acaba la Biblia; así cerró Dios su
Libro.
Su Hijo hecho Hombre selló con su sangre
su Contenido hasta el Día en que la Expectación de la Creación se consumase y
el Nacimiento del Primogénito del Testador, sobre el que escribiría su Nombre
Nuevo, Cristo, y el Nombre de su Dios, Yavé, y
el Nombre del Monte de Dios, Sión, nacido para
Heredar el Espíritu de Inteligencia, viniese a Luz, y la Puerta quedase abierta
para que todo el mundo entrase y viese el Contenido del Libro contra el que los
sabios de las naciones se levantaron para negar su Origen Divino
II
INTRODUCCIÓN ESPECIAL AL ANTIGUO
TESTAMENTO
La Historia del Género Humano sin el
conocimiento del Antiguo Testamento es imposible siquiera de conceptuar. Cuando
al principio del siglo XIX se rechazó la historicidad de los libros veterotestamentarios se hizo pensando en la ausencia
de los documentos que avalasen la existencia de los personajes y países
bíblicos. Amparados en aquella ausencia las escuelas intelectuales del XIX
arremetieron contra el Cristianismo en forma cada vez más violenta hasta
desembocar, de la mano del anticristianismo científico-cultural del XIX, en las
masacres mundiales y regionales del XX acometidas por los Estados Bolcheviques
contra las iglesias de las naciones donde instaló el Comunismo su imperio de terror
y muerte. El Socialismo nació para destruir al Cristianismo y con él enterrar
la Historia del Género Humano bajo la Cultura de la Bestia que asolara el XX.
El final del XIX, sin embargo, trajo con
su muerte una revolución arqueológica de la mano de la cual esos personajes y
aquellos países bíblicos salieron de sus tumbas para dejar por verdaderos
necios a todos aquéllos seudo-sabios de finales
del XVIII y principios del XIX que usaron la ausencia de dichos Documentos como
palanca contra el Cristianismo. Con todo, la Cosecha Anticristiana y Anticivilizadora se había hecho, las mieses estaban
prestas, los segadores en sus sitios a la espera de la orden de la Batalla
Final. A semejanza de un campo capaz de dar dos cosechas en un mismo año, el
Siglo XX dio dos cosechas de Destrucción Total.
Si el Socialismo del XIX fue teórico, el
Socialismo del XX fue práctico, y bajo su práctica decenas y decenas de
millones de seres humanos fueron privados de la vida a la manera que se recoge
la mies: aplastando la Bestia Socialista bajo sus patas todo lo que se le puso
en el camino. El Socialismo Bolchevique, o Comunismo, y el Socialismo
Nacionalsocialista, o Nazismo, siendo hijos de la misma madre putativa, el
Ateísmo del XIX, las dos bestias fratricidas-asesinas se lanzaron la una contra la otra hasta hacer del mundo una cuba
donde las naciones, como viñas, fueron pisoteadas a la salud del Socialismo del
Siglo XX, y del vino bebieron todas las naciones, que, emborrachadas de sangre,
comieron carne humana hasta hartarse.
Sumido el Siglo XX en el mundo del
Infierno Socialista, la Revolución Arqueológica de finales del XIX quedó
aparcada, y la Ciencia de la Historia, aterrorizada por su Objeto a tiempo
real, se perdió en alguna parte de la Nada, para volver a luz en la carne de un
mutante sin capacidad intelectual ni carácter científico alguno que, bajo el
nombre de Novela Histórica, quiso suplir la tarea de los Historiadores de la
Segunda Parte del XX, y usar el escándalo y las lagunas sin solución, como
minas de oro. El amor a la Verdad que implica la existencia misma de la Mente
Científica, después de las Dos Grandes Guerras, fue enterrado, y puesto en su
lugar el amor a la fama dorada de los Nobeles, los Medallones Académicos y
demás bagatelas con las que satisfacer la mente de “los sabios” de la Ciencia
de la Posguerra.
Aunque a estas alturas, y a pesar del
Anticristianismo de la Ciencia del XX, únicamente los analfabetos vocacionales
(centrando la Cuestión en la Civilización fundada por el Cristianismo) son los
únicos que desconocen la Cronología Histórico Poli-Milenaria del Mundo en el
que vivimos, los Media supliendo la ausencia de Conocimiento con imágenes
estereotipadas creadas para el Control del Orden en el Caos que caracteriza el
Nuevo Pragmatismo del Ateísmo del XXI, que lenta pero sin pausa va imponiendo
su Nuevo Orden Mundial a caballo de la Razón de su Animalidad para luchar
contra los problemas de un Planeta aquejado de Muerte Biológica por toda
perspectiva de Futuro, y contra este Orden Mundial sin Futuro ni Pasado en el
Origen del Universo: el Cristianismo del Siglo XXI sienta su Base en el
Conocimiento Histórico de la Memoria del Género Humano, Plataforma sobre la que
todo el Edificio del Futuro se alza en la Verdad, madre de la Justicia, cuya
hija, la Paz, es la única Casa donde la Prosperidad de las Naciones encuentra
su “tierra de leche y miel”. Y todo lo que sea fundar el Futuro del Siglo XXI
sobre bases pragmáticas es luchar contra la extinción biológica de la Tierra
escondiendo la cabeza en la arena.
Obviamente el Antiguo Testamento es la
Plataforma Histórica sobre la que replantearse la Concepción de la Ciencia no
como un instrumento para la Evolución de la Guerra y la Imposición de Paz a
cambio de pérdida de Libertad, que es el objetivo y fin de la Política del
Orden Global del XXI. ¿Para qué quiero la Paz si no soy libre? ¿Puede ser la
democracia la cobertura para una justificación de la Dictadura en razón de una
necesidad para combatir el caos que observamos en el mundo? ¿No es mejor morir
libres que vivir esclavos, ya de una ideología, ya de un grupo de intereses, ya
sea de lo que y de quién sea?
El Antiguo Testamento es ante todo y sobre
todo la Lucha de la Libertad del Hombre en tanto que Género, representado por
la Casa de Adán y la Nación de Israel, contra las fuerzas dictatoriales de los
grupos monárquicos que existieron por todo el planeta desde los últimos días
del Neolítico. Y a este punto de la Historia tenemos que dirigirnos si queremos
comprender esa Lucha, pues es desde esta superficie que comienza la andadura de
Adán en la Historia de la Tierra. A medida que avancemos en el curso del 2020
ya descifraremos en términos históricos cada paso que recoge el Antiguo
Testamento, con objeto de situarlo en relación a la Historia Universal en tanto
que Evolución desde la materia al espíritu.
Así pues, el Valor del Antiguo Testamento,
siendo un escalómetro respecto al cual
referir la Sucesión de los Imperios desde el Tercer Milenio a.C. hasta nuestra
Era es de primer orden. Si su desconocimiento precede a la esclavización de la
Memoria de la Humanidad a los intereses de ciertos grupos de Poder, su
Conocimiento es el principio de la Liberación del Hombre en tanto que Ser
respecto a las cadenas mentales que vistiéndose de pro, pretenden sumir bajo
las botas del imperio de intereses grupales la Libertad más sagrada que existe,
la Libertad del espíritu. No en vano el Socialismo del Siglo XXI tiende
por ley a la lobotomización de la Memoria
del Ser Humano mediante la amputación de la Educación religiosa. ¿Qué más
asesino que ese ateo que bajo el imperio del progreso es capaz de masacrar por
millones a quienes presentan un Plan de Futuro diametralmente opuesto? ¿No es
el Ateísmo Científico quien ha conducido al Planeta al límite de su
existencia biológica mediante su Radiografía Termonuclear de la Tierra? ¿Qué
más manipulable que un analfabeto bíblico?
Desde el Cuarto Milenio a.C. el Género
Humano vivió una epopeya irrepetible que, por su Consumación en el Nacimiento
del Cristianismo, resuelve la existencia de las naciones en el seno de una
Comunidad Universal unida en un mismo Espíritu. Desde Jesús a nuestros días el
Futuro del Género Humano ha dependido del espíritu cristiano para avanzar desde
la Caída de la Civilización Clásica a nuestra generación, superando por el
camino tragedias que, de no haber impregnado Dios al Hombre de su Pasión por la
Libertad, jamás hubiera podido darse nuestro Siglo.
Es en este contexto que las iglesias, sin
distinción, pues Dios a todas las dejó bajo “la ley de la fe que se corrompe” para
tener de todas misericordia en la Obediencia a su Voluntad Unificadora
Presente, bajo esa ley todas las iglesias, sin excepción, han dejado escritas
páginas de errores incalificables en el Libro de la Vida. Y sin embargo, quien
esté libre de pecado que tire la primera piedra.
De todos los errores de las iglesias el
Derecho del Individuo a interpretar la Biblia es el más grande y el núcleo y el
seno donde echaron dientes y uñas todas las herejías de los primeros siglos, su
consecuencia fatal más palpable la División del Reino de Dios en la Tierra,
efecto de cuya División, ajustando el hecho al Decreto: “Todo reino en Sí
dividido será destruido”, la Muerte, el Diablo y el Infierno esperaban cosechar
la Destrucción del Cristianismo de la Mano de aquél que pusiera la Primera
Piedra. Ahora bien, ¿dónde está quién puede leer en la Omnisciencia del Dios
Increado y decir: Yo puedo interpretar la Palabra de Dios? Y con todo, esta
demencia es la que implica el Derecho a la Interpretación de la Biblia. La
Biblia no se interpreta: la Biblia se vive. Fue a causa de ese “derecho” de los
teólogos Judíos que la Nación bíblica de Israel fue reducida a escombros y sus
supervivientes desterrados de la heredad de sus padres a sufrir la Pena que
firmaron contra sus hijos: “Caiga Su sangre sobre nosotros”.
¿Cómo interpretar lo que está claro como
el agua? La Interpretación de la Biblia implica en la mente del intérprete la
carencia total de inteligencia en aquel a quien se le “interpreta” lo que por
su propia claridad supone una ofensa hacia el que lee la Biblia.
La Biblia es Luz, no existe en el Libro de
Dios un solo pasaje oscuro o parte tenebrosa del que emane confusión.
La Biblia es Verdad. Quien escribe es el
Dios de la Eternidad y del Infinito, quien lee es polvo sacado de las cenizas
de la tumba de un Cosmos Increado, que Dios resucitó por su Poder y su
Inteligencia.
La Biblia es Vida: El Padre es Dios, el
Hijo es Dios, el Espíritu Santo es Dios; el Espíritu Santo procede del Padre y
del Hijo. Jesús es la Cabeza de Cristo, Cristo es la Cabeza de las Iglesias,
Dios es la Cabeza de Cristo Jesús. Todo lo que esté de más y todo lo que esté
de menos es enmendarle la plana a Dios. ¿Y dónde está el necio que se atreverá
a ponerle el dedo en la boca a Dios? ¿Celulario? ¿Calvino? ¿Santo Tomás?
¿Lutero?
El Antiguo Testamento fue escrito para su
Hijo por el Dios de la Sabiduría de la mano de sus Siervos los Profetas. Siendo
Dios Padre quien le hablaba a su Hijo a través de sus Profetas: era imposible
que hombre alguno, habiendo Dios retirado su Espíritu del hombre, sin
excepción, lo mismo del Judío que del Gentil, pudiera comprender el Pensamiento
y la Palabra del Creador de los Cielos y de la Tierra. Y habiendo quedado
demostrado en la Cruz que sin el espíritu de Inteligencia nadie puede
comprender a Dios, siendo la Fe la Gracia por la que sin Hablar la Lengua de
Dios el Hombre entiende a Dios en el Amor a Cristo, y precisamente porque se
escribió: “pero la creación espera ansiosa la manifestación de los hijos de
Dios”, esto es, la Descendencia de Cristo, siendo quien escribía hijo de Dios,
de la Descendencia de Abraham, no habiéndose manifestado la Descendencia de
Cristo, siendo para esta Descendencia que se escribiera el Nuevo Testamento, el
deseo de Comprender era universal en el Cristianismo, y la desolación por la
imposibilidad de entrar en la Mente Divina fue el principio y origen de la
Interpretación, que, prosperando, dividió a la Casa de Dios en la Tierra y la
ha expuesto al Juicio del Dios que dijo: “Toda Casa en Sí dividida no subsistirá”.
Y habiendo sido Dios quien dijo “Haya Luz”: y hubo Luz, y firmado con su sangre
del Decreto contra la División de su Reino y Casa en la Tierra, esto es, las
iglesias, quien interpretó la Biblia a la luz de su Razón, ése trabajó para el
Diablo, pues todo el que es de Dios, aún sin conocer la Mente de Dios,
permanece en Dios.
Ahora bien, el Decreto siendo Omnipotente
es Maravilloso, y previendo la Obra del Diablo en los Celularios, Luteros y Borgias,
diciendo “en Sí” dejó la puerta abierta a la Obediencia en la Unificación, de
esta manera en su Omnisciencia Todopoderosa señalando la naturaleza del Futuro
en su Testamento.
El Antiguo Testamento es, pues, ante todo
y sobre todo el Discurso a la luz del día de Dios para su Hijo. Pues la Caída
del Género Humano provocó un Cataclismo en la Creación que debía ser combatido
por Dios. Y pues que el Espíritu de Dios es el enemigo “de la generación de
aquéllos hijos rebeldes” que se alzaron contra Su Ley, y utilizaron al hombre
como hacha con el que declararle la guerra, a fin de derribar la Ley “aquella
generación malvada y perversa” esperaba tentar al Hijo de Dios con el fruto de
la Ciencia del bien y del. La Muerte, el Diablo y el Infierno usaron al hombre
como peón y la Tierra como campo de batalla.
Siguiendo la reglas del Encuentro a Muerte
entre el hijo de Eva y el hijo de la Muerte, Dios le habló a su Hijo utilizando
por Tinta la sangre de los Profetas. El objetivo supremo del Discurso era
elevar públicamente y para siempre delante de toda la Creación la Naturaleza
del Espíritu Santo de Dios. De aquí que se escribiera: El Verbo se Hizo Hombre.
Y si digo que la elevación se hizo pública
y para siempre lo hago pensando en quien no ha entendido aún que el Espíritu
Santo es el Ser del Dios Vivo, y que habiendo sido puesto en tela de juicio
esta Naturaleza por aquélla “generación malvada, rebelde y perversa” de entre
los hijos de Dios “no de esta creación” fue por esta Duda que entró el Infierno
en la Creación. La Maldad de aquélla “generación infernal” fue llevada al
extremo de Tentar al Hijo de Dios con la fruta de la Ciencia del Bien y del
Mal, es decir: la Guerra.
El Hombre devino un simple instrumento, un
hacha de Guerra en las manos de una generación de “dioses” conjurados en
Rebelión ad eternum contra el Reino de
Dios; y dado que no pudieron llevar a Dios directamente a poner entre su
Espíritu y sus hijos “no de esta creación” un Muro de Separación, una Ley de
Impunidad Específica en razón de la cual el Poder devenía un Olimpo de “dioses”
más allá del Bien y del Mal, es decir, más allá de la Justicia, ésa “generación
homicida y diabólica” quiso conseguir, ganando para su Causa al Hijo de Dios,
lo que no pudieron conseguir atacando directamente a Su Padre.
El Hombre, usado como un Hacha de Guerra
para fines infernales, no pierde esta condición durante el transcurso de los
tiempos de la Biblia. Durante todo el tiempo Veterotestamentario el
ser humano sigue siendo un Instrumento. Y lo será, sin excepción, durante todo
el tiempo del Nuevo Testamento igualmente.
Pero si en el caso del Maligno y sus
“dioses infernales” el Hombre es un instrumento para la perdición de la
Creación entera; en el caso de Dios el hombre se convierte en instrumento al
servicio de su Creador a la manera que lo es un soldado al servicio de su
General, de esta manera engendrando Dios en el Hombre primero Profetas y luego
Apóstoles, “los primeros” como “los últimos” todos al servicio del mismo Señor,
y todos, lo mismo “los últimos” como los “primeros”, sujetos a la ley que rige
la relación Señor-Siervo, donde el Señor manda y el Siervo obedece,
consistiendo todo el trabajo del Siervo en hacer lo que se le dice.
Todos pues, lo mismo “los primeros”, los
Profetas, como “los últimos”, los Apóstoles, estuvieron sujetos, esclavizados,
a la misma Ley de Silencio. Ley de Silencio que había de permanecer hasta el
Final de la Guerra de Dios contra el Infierno, cuando Dios extendería la
Libertad sobre sus hijos, de la Descendencia de Cristo, y su Inteligencia
cubriría, de la Mano de su Padre, toda la Tierra.
Concluyendo: la Tierra, donde el Futuro de
la Creación ha sido puesto en juego, fue, como se ha visto en la División de
las iglesias, el campo de batalla elegido por quienes le declararon la Guerra
al Reino de Dios a la salud de la transformación de la Casa de los hijos de
Dios en un Olimpo de dioses, todos ellos más allá de la Justicia, todos ellos
bajo una Ley de Impunidad eterna en razón de la cual las Naciones pasarían a
ser peones en el Tablero de la Existencia, con las que “los nuevos dioses” podrían
jugar a la Guerra para matar el tiempo, concibiendo nacimientos y muertes de
imperios sin pagar jamás el precio por sus crímenes.
Fue contra esta Idea Infernal que se alzó
Dios en Cólera ante el cadáver de su hijo pequeño, nuestro Adán, Cólera
que los “intelectuales de la ciencia” condenaron, demostrando de esta manera su
Ignorancia suprema cuando de lo que se trata es del pensamiento de Dios, ¿o
acaso pretenden maldecir la Justicia de Dios por Incorruptible? A esta pregunta
tendrá que responder la Ciencia en este Siglo, y según la respuesta cada cual
se juzgará a sí mismo, y cada cabeza tendrá su parte, quien con el Diablo sueñe
con la Guerra como un derecho Natural del Poder, al Infierno, “la muerte es su
parte”; quien con Dios aborrece ese Derecho y firma el Decreto de Dios contra
la Ciencia del Bien y de Mal, amando la Ley, sin Excepcionalidad, sobre todas
las cosas, sobre su cabeza y para su gozo la vida eterna está dispuesta.
Sobre la marcha iremos entrando en los
pormenores de la Guerra del Reino de Dios contra el Infierno, en mente siempre
que la Tierra es un Campo de Batalla en estado de Guerra desde la Caída de
Adán. Olvidar esto es letal y conduce al primer paso en falso en dirección a la
perdición de la propia inteligencia, es decir : confundir la Cólera de Dios con
el Juicio de un Juez Implacable y sin Misericordia quien, aun siendo su hijo el
transgresor, descarga el peso total de la máxima pena dispuesta para dicha
transgresión; de un sitio, y del otro : no ver que el Hombre fue un instrumento
al servicio de una causa no humana : Tentar del Hijo de Dios con el Fruto del
Árbol Maldito, ¡la Guerra!
Todo el Antiguo Testamento es una acción
de suspense, en cuya trama la creación entera guarda el aliento a la espera de
la Respuesta del Hijo de Dios. ¿Comería el Hijo de Dios, o no comería? En
definitiva, ¿encontraría el Hijo de Dios agradable la Idea de la transformación
de la Casa de “los dioses” en un Olimpo más allá del Bien y del Mal?
III
INTRODUCCION ESPECIAL AL NUEVO TESTAMENTO
REGRESO A LA ETERNIDAD
Regresamos a la Eternidad. No que alguna
vez nos hayamos ido, pero sí que la línea de Tiempo sobre la que nos movemos
nos hace olvidar que la Creación está fundada sobre el Principio de la
Participación en la Vida Eterna del Creador.
La estructura de nuestro mundo no nos da
para tener la cabeza continuamente en las cosas del Cielo mientras los pies
pisan una Tierra sujeta a maldición por culpa, precisamente, del Hombre. El
Hecho es que la Responsabilidad del Creador para con su Creación no es un
invento del Cristianismo. Dios asumió esta Responsabilidad una vez que se alzó
como Creador de Vida a su Imagen y Semejanza. De no haber vencido este Reto de
Creación a su Imagen y Semejanza no cabría en Dios pero que Responsabilidad de
ninguna clase por el Futuro de la vida creada. Pero, Dios Venció. Ya lo expuse
en La Historia Divina de Jesucristo.
En la Historia Divina traté el Tema de la
Revolución que condujo a Dios a levantarse como el Brazo Creador en el Origen
del Nuevo Cosmos. No me repetiré. El paso del Sistema de la Increación, es
decir, el sistema cosmológico natural al Infinito y la Eternidad, al Sistema de
la Creación, sistema cosmológico que tiene en el Ser Divino la Fuente de la
Fuerza que le da su Origen, se consumó en la Victoria de todas la más Grande
que podía alcanzar Dios: Dar Luz a Tú-Dios, Dios Verdadero de Dios Verdadero,
Nacido de la Naturaleza Increada de Dios, Engendrado para ser la Causa
Metafísica de su Creación y Creador Activo, por quien, para quien y en quien
Dios hace todas las cosas.
Esto dicho, el Hecho es que una vez
consumado el Proceso de Formación de la Inteligencia del Dios en el Árbol de
las Ciencias de la Creación, cerrado este ciclo con el Nacimiento de su Hijo,
ya no cupo marcha atrás. La Increación dio paso a la Creación. Dios, Infinito y
Eternidad devinieron una sola cosa: Trilogía Origen del Nuevo Cosmos.
Sin embargo las cosas comenzaron a
torcerse apenas la Creación comenzó su andadura. Crear seres para participar en
la vida eterna de su Creador es una maravilla. Ahora bien, que Dios llame
dioses a sus criaturas y que estas sean dioses verdaderos son dos cosas muy
diferentes. No en vano, tratando este tema, Dios nos dejó su respuesta por
escrito: “Dioses sois, pero moriréis como cualesquiera de los mortales”. Más
claro, imposible.
La Vida eterna no es cuestión baladí.
Vivir eternamente es algo muy serio. Para quien es Eterno por Naturaleza no
cabe otra realidad ni le cabe imaginarse otra.
El Hecho es que el Mundo que Dios se creó
para compartir Existencia con su Creación Viva según fueron pasando los Días
comenzó a emprender su cuesta abajo hacia el Infierno. ¡Fue descubierta la
Guerra! ¡La Guerra como pasatiempo! ¡La Guerra como prerrogativa de los dioses!
Y la Guerra se hizo. Al Infierno se le
abrieron las puertas del Paraíso.
Escándalo en las Alturas. Horror en la
Tierra. Se había declarado la Guerra Total. La Muerte pedía paso, exigía en la
Creación su espacio, si no el que tuvo en la Increación, cuando Vida y Muerte
fueron las dos caras de la misma moneda, sí un Nuevo Espacio, no otro que el de
un Campo de Batalla en el que los hijos de Dios se divertirían jugando a ser
dioses. En efecto, la Muerte reclamaba el Paraíso como espacio para su
Infierno.
La Creación estuvo al borde del
Precipicio.
¡¿Qué trabajo le cuesta a Dios borrarlo
todo y comenzar de nuevo?! Le basta provocar un nuevo big bang en el que toda la masa del universo se transforme
en luz, como lo hizo al Principio. Y Fin de la Historia. Se falló en el Primer
Intento.
¡Qué se le va a hacer, Hijo!
Las Intenciones fueron buenas, santas,
benditas ... pero no pudo ser. Todos, inocentes por pecadores, todos regresaron
al polvo del que fueron tomados.
Y se acabó. La próxima vez Dios tendría
más cuidado de no dejarle a la Muerte y su Infierno abiertas las puertas de su
Creación.
Había que reconocer que lo de vivir
eternamente podía ser no tan divertido para criaturas a las que se les hacía
partícipe de la vida divina, pero que, al final del día, eran sólo eso,
criaturas sacadas del polvo cósmico.
REGRESO AL DILEMA DE DIOS.
Mas el Problema con Dios está en su
Espíritu. No crea para matar el aburrimiento. No crea para darse aires de Dalí.
No crea para tener de rodillas muerta de miedo a su creación. No. Para nada. El
Problema de Dios es su Espíritu. Dios es Pasión Pura. Su Pasión es un Fuego que
no se consume nunca. Su Problema es el Amor. Dios ama ser quien ÉL es. Dios ama
ser el que es. Dios no se oculta. NO se avergüenza, NO pide perdón por ser
quien es: “YO SOY EL QUE SOY”.
Como las lentejas, las tomas o las dejas.
La decisión es de cada cual. El Problema
no es Suyo. El Problema es de los que no les gusta como Él es. Él No crea ni
para sentirse superior ni para que le aplaudan. Su Amor por la Creación es
Pasión pura, un Fuego que no se consume nunca. Aunque toda su creación se
levantase para contestarle su forma de ser, Él seguiría siendo el que es, un
Creador de Mundos.
El Problema es de aquellas criaturas
contra natura quien quieren ser dioses.
Este Problema estuvo creciendo durante
mucho tiempo en el seno de la Casa de los hijos de Dios, no de este Mundo, ésos
hijos no de nuestro mundo entre los que Dios distribuyó las familias del Género
Humano (recordad el Cántico de Moisés) antes de los días de Adán: y que
adoptaron a los hombres para conducirlos hacia la Civilización.
Dios quiso cerrar esa locura (querer ser
dioses verdaderos) que se había abierto espacio en la mente de algunos de sus
hijos. En cuanto Creador ciertamente Dios puede crear y crea Vida a su Imagen y
Semejanza para hacerla Partícipe de su Existencia y gozar de la Vida Eterna a
la Luz de la Ley de su Reino, Ley forjada en el Fuego de su Paternidad, y que
como tal extiende sobre toda su Creación sus brazos de Padre amantísimo. Ahora
bien, Dios no puede ser creado. Dios no es un estadio alcanzado por un ser que
fue avanzando en la eternidad según fue recorriendo el infinito. Dios es
Increado. Dios no puede crear a Dios. En fin, ya toqué este Tema en La Historia
Divina de Jesucristo, no quiero repetirme en lo que ya está escrito. El Hecho
es que esta Verdad Final marcó el Fin del Antiguo Cosmos y el Principio del
Nuevo Cosmos en el que vivimos.
Esto dicho, en el Acontecimiento de la
Caída del Primer Reino que se alzó sobre la faz de la Tierra, cuya Corona bajó
del Cielo y fue depositada en la cabeza de Adán, el Alulim de
la Lista Real Sumeria ...
... padre de Noé, padre de Abraham, padre
de Israel, padre de Judá, padre de David, padre de Salomón, rey, padre de Zorobabel, padre de Abiud,
Padre de Jacob, padre de María,
... esposa de José, hijo de Resa, hijo de Zorobabel,
hijo de Natán, profeta, hijo de David, hijo de Jacob, hijo de Abraham, hijo de
Noé, hijo de Adán, esposo de Eva, madre de Sara, esposa de Abraham, padre de
Israel, padre de David, padre de Jesús, hijo de David, hijo de Abraham, hijo de
Noé, hijo de Adán, hijo de Dios...
... en el Acontecimiento de la Caída del
primer rey que conoció la Historia de la Tierra, Dios se encontró con un
Problema Definitivo, Total, Apocalíptico. Sobre la sangre del Género Humano una
parte de la Casa de sus hijos se atrevía a reclamarle la Divinidad Natural que
le corresponde a quienes son hijos de un Dios, y siendo dioses, y por serlo,
estando más allá de toda ley, heredan el Derecho y la Potestad de convertir la
Creación en su Campo de Juego Preferido: la Guerra.
En el Acontecimiento de la Caída del reino
de Adán el Creador se encontró delante de un Dilema para la Eternidad. Una de
dos, o destruía en su Cólera toda su Obra, haciendo volver al polvo toda vida
que del polvo creó, o se entregaba a producir la Revolución que habría de
conducir a la Refundación de su Creación sobre una Nueva Base y Fundamento.
Como ya lo expuse en La Historia Divina de
Jesucristo, la elección que Dios tomó fue la lógica. Hacer que inocentes paguen
la culpa de los pecadores no va con su Espíritu.
REGRESO AL PARAÍSO DEL EDÉN
Pero una Persona es Dios y otra Persona es
su Hijo. La Caída de Adán la sufrió el Primogénito de los hijos de Dios con el
dolor de quien siente la muerte por asesinato de su hermano pequeño. En su
Juventud y desde la Caída hasta que su Padre le dio a conocer su Elección para
ser el Campeón del Género Humano, el Hijo de Dios reclamó para sí la Venganza
de la sangre de su hermano pequeño. Desde el Día en que su hermano pequeño fue
asesinado su Corazón ardió en el deseo de ser Él el Elegido para ser el Campeón
de cuyo Puño habría de servirse Dios para, en reclamación de la sangre de su
hijo Adán, aplastarle la cabeza al asesino. Y así nos lo presenta Dios al final
de su Libro, entrando en la Escena de la Historia del Género Humano montado
sobre su Caballo de Guerra, cubierto de sangre su Manto Regio, pintado con el
Rojo de la Sangre de los enemigos de su Reino.
Fue con este Corazón de Venganza sin
cuartel que el Hijo de Dios se encarnó en el seno de la Virgen María de
Nazaret. Él hijo de Dios se hizo hombre con el Corazón plantado en Liberar a la
Tierra de la Ley de la Maldición, conquistar las naciones, aplastarle la Cabeza
al Traidor y Restaurar la Historia de nuestro Mundo acorde a los fundamentos
originales trazados por Dios, su Padre, al principio de los tiempos.
Y fue con este Corazón que el Hijo de
Dios, hecho hombre, a la edad de doce años aproximadamente, irrumpió en el
Templo, se plantó delante de todos los sabios, santos y doctores de la Ley de
su Pueblo movido por la sanísima intención de descubrirse como el Hijo de
David, ese Mesías anunciado por las Escrituras, nacido para heredar la Corona
de su padre Adán, cuyo Trono se extendería desde un confín al otro extremo de
las cuatro regiones de las Tierra, de esta manera abriéndole al Género Humano
el Regreso al Paraíso.
¡Qué pena! Hubiera sido todo tan bonito.
El Mundo de un Niño Divino. Todos felices, todos comiendo perdices. Al frente
de su Pueblo el hijo de David derrumba al César, es investido rey en la Tierra
con los poderes del Rey de reyes que era en el Cielo, la Paz del Mesías se
extiende sobre todas las naciones y su Libertad cubre todas las regiones del
planeta; el Hijo de Dios viene con la Inteligencia de quien “dijo y así se
hizo”, Creador de Luz y Firmamento, el Ser Todopoderoso que le dijo a las
estrellas, “poneos entre la luz y las tinieblas”, y así lo hicieron. ¡Qué
hermoso! De la barbarie inhumana del mundo romano a una Civilización fundada
sobre los Principios de la Ciencia de la Creación. Alegría sobre alegría.
¿Por qué no lo hiciste? ¿Te dio miedo el
César? ¿Te measte en los pantalones al imaginarte a las legiones romanas frente
a los ejércitos del Mesías, tu ejército?
NO, para nada. Era que descubriste allí
mismo, en el Templo de Jerusalén, que Dios habla por la boca de su Creación,
que al igual que se sirve del Brazo de un hombre para reclamar justicia, se
sirve de la boca de un hombre para hablarle a otro hombre. Y en este caso,
Jesús, Dios te estaba hablando a tí,
directamente, por la boca de Simeón, ese Anciano ante quien tus padres, José y
María, te presentaron en el Templo dando por ti Fe de Vida. Simeón te estaba
diciendo que Dios reclamaba la Muerte de Cristo, tu muerte. La Necesidad de la
Muerte de Cristo era escatológica, de esa Muerte dependía la Salvación, no de
este mundo solo sino la de la Creación entera.
Duro descubrirlo. Duro oírlo. Tu Padre te
mandó a la Tierra para ser su Cordero, ese Cordero sobre cuya Sangre y por cuya
Sangre sería redimido el Pecado de todos los hombres de la Tierra.
Y ¿cómo se atreverían los hijos de Abraham
a ponerle las manos encima al Hijo Primogénito de Dios, su Unigénito, al Hijo
de sus entrañas, por el Amor al cual Dios daría por bueno la destrucción de
todo el universo si esta disyuntiva se le plantase delante?
Gran dilema. Tremendo el problema. Los
Judíos conocían a Dios, si por la sangre de sus Profetas condenó el Dios de
Jacob una y otra vez a los hijos de Israel al destierro, y su ciudad a la
destrucción, de tocarle un cabello a su Hijo Amado ¿cuál sería el castigo que
el Señor de los Profetas haría caer sobre Jerusalén y los Judíos? ¿Veinte
siglos en el Exilio, perseguidos como perros, marcados como las bestias,
masacrados sin piedad por todos los pueblos de la Tierra, eternos fugitivos de
nación en nación, sin casa, hasta vivir la última de las penas: el exterminio
de toda su raza? Ni locos pondrían los Judíos un dedo, ni la uña de un dedo
sobre el hijo de David.
El hijo de David tenía, pues, un problema.
La Necesidad de la Muerte de Cristo era escatológica. Dios entregaba su Cordero
a fin de limpiar en su sangre el Pecado del Mundo.
Jesús debía ofrecerse como Cordero, ser el
Cristo de Dios. Dios sabía que aquel “toro había ya acorneado antes”, y en
cuanto dueño “le correspondía a su dueño pagar el rescate por el daño
ocasionado a las víctimas”.
¡¿Qué iba a hacer Jesucristo?! ¡¿Pedirles
que les crucificasen para que la Redención se realizase sobre su sangre?!
¿Qué iba a pedirles Jesús a los Judíos,
que pusiesen las manos sobre quien para mayor INRI era el mismísimo Hijo
Primogénito de Dios?
Gran dilema. Tremendo el problema. ¡Cómo
hacer realidad la Redención sobre un Sacrificio Expiatorio que envolvería a los
Judíos en la Muerte por asesinato del hijo de aquel Adán por cuya muerte otro
hijo de Dios, no de este Mundo, había sido condenado a Destierro Eterno! Ni
locos pondrían los Judíos las manos sobre Jesús, hijo de David!
Y, sin embargo, si no lo hacían, si Cristo
no moría, no habría Redención, o lo que es lo mismo, si por temor a Dios
obligaban a Jesús a declararse Rey, arrastrarían a Dios a hacer en un futuro no
muy lejano lo que no quiso hacer entonces: decretar la Destrucción de toda su
Creación.
¡Cómo proceder! ¡Cómo mover todas las
cosas a fin de que los Judíos, expuestos ante la disyuntiva de ellos o Él, se
vieran obligados a Crucificar al Cristo de las Profecías!
La Respuesta era clara. Los Judíos tenían
que tomarlo por un loco. Los Judíos tenían que creer que el Poder de Dios lo
había vuelto loco. Porque, en efecto, ¿dónde está el cuerdo que teniendo el
Poder del que todo lo que le sale por la boca se hace realidad al instante, se
dedica a curar ciegos, sordos, mudos, paralíticos, leprosos, y deja para nunca
el Hecho de los hechos, la Hazaña de las hazañas, ser el rey del mundo, el
señor de todas las naciones, el hombre más poderoso del planeta? ¿Quién no
seguiría a este Mesías hasta el fin del mundo? Sin condiciones, sin abrir la
boca, sin decir palabra. Pero ¿al otro?, ¿a ese otro? ¿ese que resucita
muertos, multiplica panes y peces, atrae hacia sí todas las muchedumbres, y
cuando lo declaran y le piden que se declare rey de Israel en Jerusalén, se
oculta, se pierde en la nada y aparece en ninguna parte? ¡Ese era un loco! Ese
había perdido el juicio, tanto Poder le había nublado la Razón. Nadie, ni
Moisés ni Elías juntos, ese Jesús de Nazaret tenía el poder del mismo Dios en
persona, pero ... pero no estaba bien de la cabeza.
¿Sería este raciocinio suficiente para
obligarles a ponerle la mano encima al mismísimo Hijo del Señor de los
Profetas?
Estaba Roma. Las muchedumbres eran
vigiladas, y cuando lo aclamasen rey, los romanos estarían allí para
comunicarle al Gobernador romano que una rebelión se estaba preparando, que el
tal Mesías le daba largas a las Muchedumbres, hasta que las muchedumbres fuesen
tan numerosas como el desierto de Judá. El Sumo Sacerdote y su Corte de
Jerusalén lo negaban todo, pero el hecho es que tampoco hacían nada y las
muchedumbres eran cada año más numerosas, y cada año aclamaban más alto por rey
a su Mesías. Roma debía prepararse para aplastar a sangre y fuego la rebelión.
La Causa contra Cristo estaba servida.
Jesús se la había servido a Roma. Jerusalén no estaba dispuesta a poner su mano
sobre el Mesías. Porque Jerusalén había reconocido que ese Jesús de Nazaret era
el Mesías. El Problema era que este Jesús de Nazaret ni se declaraba
abiertamente el Mesías, ni reclamaba el trono de David que le correspondía por
Herencia. ¡Estaba loco! Jesús de Nazaret había perdido el juicio, se pasaba el
tiempo curando cojos, mancos, tuertos, endemoniados, tontos, perdonando prostitutas,
acusando a los doctores de Ley de perversión, llamando cueva de ladrones a los
sacerdotes del Templo. Ni quería alzarse contra Roma ni ser alzado rey. ¿Qué
quería el hijo de David? era la cuestión.
La Decisión Final Judía contra Cristo
empezó a ser tomada cuando Pilato le juró al Sumo Sacerdote, Caifás, que, o
callaba el tumulto o lo callaba él a fuego y sangre; lanzaba sus legiones
contra las muchedumbres y no dejaba cabeza sobre hombro. Inmediatamente después
caerían las de todo el Sanedrín, desde la de Caifás hasta la del último doctor
de la Ley. Era la vida de un hombre por la de todo un pueblo.
REGRESO AL MUNDO DE LOS DIOSES
El Hijo de Dios hizo lo que hizo porque en
sus manos estaba el Futuro de la Creación entera. La Cuestión de la Necesidad
de la Muerte de Cristo tocaba tanto al Género Humano cuanto a los Mundos ya
creados y a los que en la Eternidad han de venir a luz. La Creación tenía que
cerrarle la Puerta a la Muerte. El Árbol de la Ciencia del bien y del mal tenía
que ser talado, desmembrado y echado al fuego a fin de que su semilla no vuelva
a encontrar su camino de regreso a la Creación.
Podía o no podía hacerlo, el Hijo de Dios
tenía que decidirse. Era su Decisión. Dios le había dado todo el Poder sobre su
Creación. Estaba en su Mano decidir proclamarse Rey en Jerusalén y reconducir
la Historia del Género Humano hacia su Futuro Original. En cuyo caso la Semilla
del Árbol de la Guerra volvería a encontrar tierra buena, y más tarde o más
temprano el Infierno volvería una vez y otra hasta que Dios decidiese destruir
toda su Obra. Si esto es lo que su Hijo quería y decidía, así se haría.
Habiendo Dios creado al Hombre para vivir y respetar su Libertad, con cuánta
más voluntad respetaría la Libertad del Hijo de sus entrañas increadas. Ambas
decisiones implicaban un dolor, una para ya, la otra para después.
La Muerte de Cristo firmaba la Sentencia
contra los Judíos, una sentencia por la que su nación sería destruida y durante
los dos próximos milenios serían perseguidos como perros por todas las naciones
del mundo. La Muerte de Cristo implicaba al Género Humano en una Continuación
de siglos sujeta a guerras sin fin, viviendo el Horror de estar viviendo en un
Infierno cuya consumación sería un apocalipsis suicida global. La Muerte de
Cristo implicaba una era de persecuciones contra los Cristianos que por amor a
su Rey serían masacrados sin piedad por Judíos, Romanos, Bárbaros, Musulmanes,
Rojos... La Muerte de Cristo era más de lo que había tenido el Género Humano
durante los últimos milenios. La Muerte de Cristo habría de romperle el Corazón
al propio Jesús.
¿Pan para Hoy y Hambre para Mañana? El
Hijo de Dios decidió lo que era mejor para la Creación: sufrir un poco más este
Infierno y vivir para siempre jamás en la Alegría de un Reino cuyo Paraíso de
Paz y Libertad no sería amenazado ya jamás por la eternidad de las eternidades.
La Muerte de Cristo representa el Fin de
una Corona, la del Rey de reyes y Señor de señores del Imperio de Dios, y el
principio de un Reino Universal Sempiterno gobernado por el mismo Dios en la
Persona de su Hijo, Cabeza de un Cuerpo de hijos de Dios engendrados en el
Fuego del Espíritu Santo hecho Hombre para la Inmunización de la Creación
contra la Semilla de la Muerte, que es la Guerra.
Tal es la Historia que los Evangelios nos
ponen delante de los ojos. Parece más que evidente que de haber conocido los
Judíos el Pensamiento de Dios hubiesen preferido ser masacrados por Roma que
haber entregado a su Hijo. Mas para haber estado en
situación de tomar esta decisión hubiesen tenido que conocer el Pensamiento de
Cristo, o lo que es lo mismo, hubiesen tenido que ser los confidentes de Jesús.
No olvidemos que ni los propios Discípulos
entraron en esta Confidencia; el escándalo de los Discípulos cada vez que les
decía su Maestro que el hijo del Hombre tenía que morir, está escrito. No
fueron hechos partícipes del Pensamiento de Dios hasta Pentecostés, cuando el
Espíritu de Dios entró en ellos y les descubrió en instantes lo que durante
años fueron, aun teniendo delante al Hijo de Dios, incapaces de descubrir por
sí mismos. De haber conocido la dirección que el Maestro llevaba ellos mismos
lo hubiesen creído un loco.
El caso de Judas Iscariote no deja dudas
al respecto. El Templo no tomó su decisión final de entregárselo a Pilatos sino
cuando Judas le descubrió a Caifás que el Maestro no tenía ninguna intención de
declararse rey; ni tampoco tenía intención de retirarse de su Oficio de
Milagrero. Y Pilatos quería su cabeza ya, o a la próxima manifestación de la
Muchedumbre sacaba la legión y procedía al exterminio de la Rebelión de los
Judíos contra el César.
Lección Maravillosa de Señorío sobre la
Historia Universal la que nos presenta Dios en el Evangelio de su Hijo.
Produce, dirige y lo mueve todo acorde a su Sabiduría, a cuya Razón se ordena
la Creación entera.
Lógicamente si la Necesidad era de Muerte,
la Resurrección era de Vida Eterna, pues la Creación entera reclamaba al
Elegido de su Creador para sentarse en el Trono del Reino de Dios como Rey Todopoderoso.
En cuanto al Derecho Legítimo a la
Encarnación del Hijo Unigénito de Dios para Vengar la Muerte de su hermano
pequeño, la Ley fue firme en este Capítulo: De la sangre de un hombre por la
mano de otro hombre reclama Dios justicia; y siendo Adán hijo de Dios, el
Derecho asistía la Elección del hijo Primogénito de Dios. El Problema estaba en
el Acto de la Encarnación. Ahora bien, considerando que el Primogénito de Dios
es su Unigénito, y que siendo el Hijo Espíritu, como su Padre lo es, su Encarnación
estaba en su Naturaleza. Acto que no hubiese podido ser cumplido de haber sido
el Elegido otro cualquiera de los hijos de Dios, quienes al tener su Origen en
la Materia, como todos, semejante Acto no procedía.
Alegría, por tanto, en el Cielo, y alegría
en la Tierra. Ya lo anunció Dios antes de que la Encarnación cobrase Historia:
“Voy a hacer una Obra que si os la contara no os la creeríais”.
Ellos no la creyeron; nosotros, sí.
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