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|  | EL EVANGELIKOM. DOCTRINA DEL REINO DE LOS CIELOS
 
 CAPÍTULO TERCERO EL ORIGEN DE LOS DIOSES
 XXI
           
           Este es el origen de los 
          dioses del Cielo. Nacieron a los pies del Monte de Dios.
           Les dio Él sus nombres y 
          Él les dio a conocer el Suyo. Su nombre era Yavé, Él era Dios y 
          ellos eran sus Hermanos. Ellos eran los Hermanos De Yavé, el Primogénito 
          de los dioses. Nacidos Inmortales e Indestructibles, vivió Yavé 
          Dios con sus Hermanos un tiempo maravilloso. Su corazón se sació 
          de la compañía de sus Iguales. Su alma disfrutó de su victoria con 
          la intensidad del guerrero que baila la danza de los héroes tras 
          la derrota del enemigo. Su enemigo fue su Soledad; ellos eran Su 
          victoria viva sobre el infierno que un día Él viera avanzar desde 
          esa soledad que se le incrustara en el corazón. Danzó Dios con sus 
          hermanos al fuego de la alegría cual David por las calles de Jerusalén 
          el día después de la derrota de Goliat. Para sus Hermanos construyó 
          Yavé Dios una ciudad sobre la cima de su Monte. La rodeó de murallas, 
          cada una de un bloque entero, cada bloque de un color, cada color 
          del color de una piedra preciosa. Como si tuvieran vida propia, 
          o una estrella en sus interiores que pulsasen sus luces hacia las 
          fronteras que nunca se acaban, de aquellas murallas parten soles 
          que colorean el Cielo y lo convierten en el Paraíso de las Maravillas. 
          Dentro de esas murallas divinas se construyó para Sí y sus Hermanos 
          una Ciudad, y la llamó Jerusalén. Ellos, los Hermanos de Yavé Dios, 
          eran los dioses de Sión, los que viven en la Ciudad de Yavé, la 
          Jerusalén Eterna entre cuyas murallas indestructibles tiene su residencia 
          Yavé Dios, el Primogénito de los dioses.
           
           
           XXII
           
           Desde sus muros los Hermanos 
          de Dios vieron crecer la explosión de vida que jamás se para ni 
          se detiene y viste al Paraíso de Dios de bosques encantados, de 
          cordilleras altas como Himalayas cuajadas de águilas gigantes con 
          huesos de hielo metálico, ingrávidos como plumas sólidas como el 
          acero.
           La desbordante fantasía divina 
          que durante tanto tiempo durmiera en el corazón del Guerrero se 
          despertó sublime, y llamando a la Sabiduría se fue con Ella a pintar 
          en el lienzo celeste paisajes más allá de la fantasía de nuestros 
          más preclaros genios. La inspiración del Creador en alza por la 
          presión de la felicidad que estaba experimentando, Dios concibió 
          en su mente una Nueva Creación. Tomó a los dioses y los guió al 
          otro lado del orto del Cielo, más allá de las fronteras en expansión 
          continua del Paraíso. Como quien invita a tomar asiento y sentarse 
          a contemplar un espectáculo maravilloso, Dios abrió la Creación 
          del Nuevo Cosmos.
           
           
           XXIII
           
           He aquí el Principio de la 
          Creación del Campo de las galaxias que rodean al Universo de los 
          Cielos, la Región Local, cuyo Corazón es el Cielo, Mundo nacido 
          para albergar en su tierra el Árbol de la Vida, y alrededor de cuyo 
          Mundo los Cielos de la Región Local extienden el océano de sus continentes 
          de estrellas.
           Dispuesto a proceder a la 
          Creación del Nuevo Cosmos, del Brazo Creador Divino nacieron ríos 
          de energía, que, extendiéndose por las regiones exteriores del Universo 
          de los Cielos de los cielos transformó el Espacio en un espectáculo 
          de fuegos artificiales donde cada explosión marcaba el fin de una 
          galaxia.
           A la Noche le siguió el Día; 
          el alba fue una nueva explosión de fuegos artificiales a plena luz 
          de la aurora de la Nueva Era que se había abierto; y cada explosión 
          marcó el Principio de una Nueva Galaxia.
           Tal es el Origen del Nuevo 
          Cosmos. Transformó Dios toda la materia increada que rodeaba a su 
          Mundo en energía; acto seguido transformó toda esta energía en Nueva 
          Materia. Tal es el origen de las Galaxias que actualmente existen 
          y rodean a la Región Local.
           Creó, pues, Dios el Cosmos 
          para que siguiera creciendo eternamente. Este crecimiento es comparable 
          a una onda que, expandiéndose por la Eternidad, sin perder la energía 
          original, duplica su radio por el cuadrado de la velocidad de la 
          luz que irradia hacia el Infinito.
           Este río de energía cósmica 
          desemboca en el campo de espacio-tiempo que rodea a la Creación 
          entera; campo creador en el que entrando la energía producida por 
          el campo de las galaxias comienza su viaje hacia las estrellas. 
          Tal es el origen de las estrellas.
           Cuando las estrellas nacen, 
          siendo invisibles el rayo y el océano por el que la energía navega 
          desde el microcosmos al macrocosmos, las estrellas anuncian su nacimiento 
          con una explosión de luz.
           Pues que el nacimiento de 
          las estrellas se produce en enjambres, se habla de un Big Bang; 
          pero sería más correcto hablar del encendido y apagado de una bombilla, 
          no se produce destrucción sino creación. Y más que de explosión, 
          de implosión.
           Error más grande aún es concentrar 
          la creación de Materia en un sólo momento en el Tiempo y el Espacio. 
          No hubo un Big Bang; hubo muchos; y no faltarán jamás, pues el proceso 
          de transformación de la energía cósmica en materia astrofísica es 
          constante, autónomo, y se extiende hasta el Infinito por la Eternidad, 
          teniendo siempre en Dios la Fuente de la que se alimenta el Océano 
          de espacio-tiempo en el origen de la Creación del Nuevo Cosmos.
           
           
           
           XXIV
           
           Pero al término de este Principio 
          de la Creación de todas las cosas este movimiento estuvo a punto 
          de perecer y de ser destruido para siempre.
           Cuando Dios Creador, Señor 
          de la Materia, el Espacio y el Tiempo, acabó de poner en movimiento 
          este proceso de creación de galaxias, feliz con la alegría del artista, 
          del genio consciente de haber maravillado a su público, y loco de 
          alegría por decirles a sus Hermanos:
           “Venid, vamos a seguirle 
          la pista a un rayo de luz hasta las fronteras de nuestro universo; 
          acompañadme, vamos a seguirle la pista al águila de Andrómeda por 
          las sierras de Orión”, cuando ya su corazón latía con la felicidad 
          perfecta, el Día del Origen de todas las cosas dio un giro y se 
          transformó en el día más duro de Su existencia.
           ¿Qué se encontró por respuesta 
          a Su invitación en los labios de los dioses, sus Hermanos?
           En los labios de los dioses 
          colgaba pesada como una losa la verdad que acababan de descubrir:
           “Yavé Dios era el Único y 
          Verdadero Dios Vivo”.
           Ellos eran sus Hermanos porque 
          en su necesidad de ese Igual se había entregado Yavé Dios de tal 
          manera a vencer la Soledad que un día le rodeó con su Infierno, 
          que al superar la última frontera, la creación de vida a Su imagen 
          y semejanza, creyó encontrar la Victoria Final que se le estuvo 
          negando.  
           
           
           XXV
           
           Los trató como a Hermanos 
          verdaderos y verdaderos dioses; los adoptó por Hermanos con la sinceridad 
          y entrega del que lo da todo y se olvida de todos los momentos malos 
          y se sumerge en los buenos por venir sin miedo alguno a ser alcanzado 
          de nuevo por las tormentas que descargaron sobre su soledad sus 
          rayos y truenos. ¿Pero ahora que habían descubierto en Yavé Dios 
          al Único Verdadero Dios Vivo: cómo podrían engañarse creyéndose 
          lo que ellos no habían sido nunca?
           Ellos eran Criaturas. Sólo 
          eso, Criaturas.
           Ellos eran Criaturas como 
          esas galaxias que Él estaba creando; como el propio Cielo que los 
          parió, como el Universo que acababa de nacer.
           ¿Cómo podrían volver a mirarle 
          con los ojos del que se cree Igual, otro miembro de su Familia? 
          ¿Cómo impedir que sus rodillas se doblasen y adorasen a su Señor 
          y Creador? ¿No sabían ellos que en cuanto Yavé Dios pusiese los 
          ojos sobre ellos se le partiría el alma al ver en sus ojos el fracaso 
          del Guerrero que buscó en ellos al Hermano que nunca tuvo y nunca 
          tendría? ¿Cómo podrían ellos seguir al Único Verdadero Dios Vivo 
          por los espacios cósmicos cuya inmensidad no comprendían y cuyas 
          fuerzas sólo podían ser disfrutadas por Aquel que había nacido entre 
          ellas?
           El Origen de los dioses, 
          su origen, el origen de los Hermanos De Yavé, era éste, y ahora 
          ellos lo sabían. Su origen fue la necesidad que tuvo Él, Dios Increado, 
          de vencer la Soledad que se había apoderado del Sabio Todopoderoso 
          que acababan de ver en acción. Ellos habían sido su victoria; y 
          ahora eran su fracaso. ¿Cómo alzar las cabezas y atreverse a abrir 
          la boca? ¿Qué le iban a decir: “Lo sentimos, Señor y Creador nuestro, 
          pero te comprendemos”?
           
           
           XXVI
           
           Y así fue. Cuando Yavé Dios, 
          el Primogénito de los dioses, abrió la Creación de las galaxias 
          y volvió su rostro hacia Sus Hermanos, cuando fue a abrir Su boca 
          para invitarlos a navegar por el Cosmos se encontró con Sus Hermanos 
          de rodillas, sin atreverse a mirarle a los ojos y sufriendo ya lo 
          que sabían que iba a suceder. Y lo sabían porque lo conocían tan 
          bien, lo querían tanto que sabían que Él reaccionaría como iba a 
          reaccionar, como reaccionó, como estaba reaccionando. “¡Yavé Dios, 
          Señor y Único Dios Verdadero!”, fue la declaración que brotó de 
          sus labios. En estas cuatro palabras estaba contenido todo el misterio 
          de su pasado, de su vida, de su presente, de su futuro: Señor Único 
          Verdadero Dios Vivo.
           
           
           XXVII
           
           Yavé Dios miró en el interior 
          de sus Hermanos y vio en sus mentes como tú y yo vemos a través 
          del cristal. No dijo Dios nada. No dejó traslucir emoción ninguna. 
          La ilusión quebrada del genio que termina su obra y espera la aclamación 
          alegre de su público incondicional y entregado, se convirtió en 
          la tristeza del que descubre en la sala el silencio absoluto. Sin 
          saber cómo reaccionar, sino solamente darse la vuelta y desaparecer 
          del escenario sin dejar rastro de su existencia, Yavé Dios se perdió 
          en las distancias al otro lado del Cosmos recién creado. Y a medida 
          que se fue retirando del escenario de su Creación aquella soledad 
          eterna e infinita Suya, contra la que había levantado todo este 
          espectáculo maravilloso, empezó a crecerle en el Ser como una estrella 
          sembrada en Su alma por el mismo Infierno. Más le quemaba el fuego 
          de Su Soledad Eterna más rápido se alejaba Yavé Dios de todo lo 
          que amaba. Más rápido corría huyendo de su destino, más le ardía 
          en el Ser aquella estrella de los abismos. Más le quemaba su fracaso 
          más se apoderaba de su ser la rabia, la cólera, la impotencia, la 
          frustración. Más le crecían estas emociones incontrolables más su 
          Gran Espíritu aceleraba su carrera hacia más allá de los espacios 
          infinitos.  
           
           
           XXVIII
           
           Y mientras navegaba sin control 
          huyendo de Su propio destino la tormenta se desató en su corazón. 
          La Eternidad, el Infinito, la Sabiduría, ¿por qué le dejaron llegar 
          a esta situación? ¿Por qué el Día que tuvo su primer sueño no se 
          lo borraron de la cabeza? ¿Qué pecado había cometido para haber 
          sido expulsado de su paraíso increado al infierno de una creación 
          que le era una prisión? ¿Quién o qué le había condenado a esta cadena 
          perpetua? ¿Qué o quién había firmado su condena a soledad eterna? 
          ¿Cuál era su crimen? ¿El día que soñó con la inmortalidad para todas 
          las criaturas por qué no le arrancaron el pensamiento de su mente? 
          ¿Tan grave fue su delito para haber sido expulsado de su paraíso 
          y haber sido condenado de esta manera? ¿De qué le servía haber descubierto 
          al Creador en Su Ser si con el descubrimiento le había tocado esta 
          sentencia? ¿Toda Su victoria se había reducido a una ilusión? ¿De 
          qué le valía ser el que era si no tenía a nadie con quien disfrutar 
          de su Ser, y nunca lo tendría? ¿Con quién iba a reír cuando le estallara 
          el corazón de alegría? ¿Con quién iba a navegar por las galaxias 
          a la aventura del descubrimiento de nuevas fronteras? ¿A quién le 
          hablaría de Tú a Tú si hasta los dioses se arrodillaban mudos, incapaces 
          para dirigirle la palabra de Igual a Igual? Se apoderó de Su Ser 
          una angustia tan devastadora y mortal que Yavé Dios creyó volverse 
          loco de dolor.  
           
           
           XXIX
           
           Desesperado, loco de dolor, 
          dio riendas sueltas a su tragedia, y de su Brazo todopoderoso y 
          omnipotente obuses de energía destructora se extendieron por los 
          espacios, reduciendo a escombros toda materia que encontraron en 
          su camino. 
           “¿Prisión? No, cementerio”, 
          le gritó Yavé Dios a la Eternidad y al Infinito cuando la explosión 
          de su dolor se hizo incontenible.
           “¿No queréis mi muerte? Yo 
          os cavaré mi tumba”.
           Loco de dolor, sintiéndose 
          vencido y hundido, incapaz de triunfar sobre Su Soledad, de aquel 
          mismo Brazo que hacía nada habían salido campos de energía transformadoras 
          del universo antiguo en unos Nuevos Cielos llenos de colores y sonidos, 
          como el que transforma con su magia el desierto en un vergel paradisíaco 
          repleto de aves exóticas y de toda suerte de criaturas fantásticas, 
          de ese mismo Brazo mágico salieron en aquella Hora terrible rayos 
          de energía destructora que agarraron a la misma luz y la retorcieron 
          hasta destrozarla bajo el peso de su velocidad infinita.
           El Guerrero y el Sabio como 
          poseídos por el insufrible dolor de la derrota estaban entregados 
          a destruir lo indestructible, destruirse a sí mismo, y en su destrucción 
          enterrar con Él al Infinito y a la Eternidad, un cementerio digno 
          para un Dios, una tumba a su medida.  
           
           
           XXX
           
           ¿Cómo entender aquella Hora 
          de catarsis liberadora que Dios vivió a gritos? ¿Cómo atreverse 
          a imaginar la naturaleza de los campos de energía antimateria que 
          en Su dolor extendió Dios por los espacios ultra cósmicos? ¿Cómo 
          describir que en Su dolor inimaginable el recuerdo del amor tan 
          grande que le habían inspirado sus Hermanos triunfara sobre Su tortura 
          y no alcanzaran los rayos de Su desesperación al Mundo que había 
          construido sólo por ellos y para ellos? ¿Con qué números y con qué 
          tipo de medidas calcularemos el tiempo y la intensidad de aquella 
          Hora de catarsis liberadora? ¿Cuántos kilos de energía destructora 
          podía generar Dios antes de caer rendido, como muerto a los pies 
          de la hija del Infinito y la Eternidad?
           Como muerto, sin ganas de 
          respirar, sin fuerzas para abrir los ojos, sin deseo de volver a 
          despertar.
           ¿Cuánta materia habría de 
          ser quemada y reducida a tiniebla antes de alcanzar el cansancio 
          su Brazo y caer Su Ser rendido sobre el cementerio que a su alrededor 
          había levantado? ¿Qué altura debía de alcanzar la fosa entre cuyas 
          paredes tenebrosas sería enterrado un Dios? ¿Qué peso le daremos 
          a la losa para la fosa de un Dios? ¿Cuánto tiempo estuvo cavando 
          Yavé Dios para sí mismo Su tumba? ¿Cuándo, en qué momento todo su 
          dolor se transformó en tinieblas flotando en los espacios ultra 
          cósmicos, y Dios cayó como muerto, sin fuerzas, rendido por la catarsis 
          liberada?
           
           
           XXXI
           
           En efecto, Dios, aquél maravilloso 
          Primogénito de los dioses, aquél guerrero y rey de un imperio que 
          integró en su día mundos sin número, aquél sabio que gozó descubriendo 
          todos los secretos de la Ciencia de la Creación, aquél aventurero 
          navegando por la tierra al otro lado del Orto del Infinito, aquel 
          Dios de la Eternidad echándole carreras a las criaturas del paraíso 
          de la Increación, aquél Ser yació como muerto a los pies de su Amada, 
          la Sabiduría, su Esposa.
           Ella sería la primera cosa 
          que Él vería al abrir los ojos.  
           
           
           XXXII
            
               ¿Cuánto tiempo permaneció 
          como muerto Aquél que era en su Inocencia más amado que cien mil 
          universos? ¿Cómo diremos: Yació como muerto tanto tiempo?
           ¡Dios no tenía fuerzas para 
          seguir viviendo, ni quería levantarse! ¿Qué le esperaba, la soledad 
          eterna? Pero al cabo abrió los ojos. Flotaba su mirada sobre el 
          horizonte, su pensamiento vagaba sin dirección. Entonces La encontró 
          allí.
           Abrió Dios los ojos y La 
          encontró allí, a la hija del Infinito y la Eternidad, a su lado, 
          susurrándole al oído sus palabras de amor: “Tú eres, Amado Mío, 
          Dios Verdadero. ´TÚ Dios, nuestro Hijo, está en Ti”.
           Entonces de los labios divinos 
          salieron estas palabras de vida: “Dios verdadero de Dios verdadero, 
          ENGENDRADO, no creado, INCREADO, de la misma naturaleza que el Padre…” 
             
           
               
 HISTORIA DEL DEL REINO DE DIOS 
 
 
           
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